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III.

Relaciones eclesiales y canónicas de la Vida Consagrada

Hno. Dr. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti

1. Relación de los religiosos con los obispos

El Decreto Mutuae relationes, de la Sagrada Congregación para los


Religiosos e Institutos Seculares, establece los criterios de relación mutua entre
los sucesores de los Apóstoles y la realidad de la vida religiosa, constitutiva de la
estructura humana y mistérica de la Iglesia.
Como un único cuerpo, compuesto por varios miembros, la Iglesia encuentra
su unidad en Cristo, en el cual los diferentes miembros con oficios y carismas
diversos, encuentran su centro de cohesión. Así, todos los miembros de la Iglesia,
pastores, religiosos y laicos, participan, cada uno a su manera, de la naturaleza
sacramental de la Iglesia, respondiendo al doble aspecto vocacional: la santidad y
la misión.
Entre todos los ministerios instituidos por Cristo, el episcopal es fundamento
de los demás. Así, cabe al Obispo el carisma peculiar de ordenar las diversas
funciones eclesiales en su jurisdicción, con total docilidad a la guía del Espíritu
Santo, como responsable del crecimiento y santificación de todos sus fieles y
principal dispensador de los ministerios de Dios, según la vocación de cada uno
(cfr. CD 151). Se comprende así que la relación de los religiosos con la Iglesia y
con Cristo pasa por los sucesores de los Apóstoles, de acuerdo con las normas
específicas del derecho eclesial.
La dimensión eclesial de la Vida Religiosa evidencia el ligamen de ella con
la jerarquía eclesiástica, a quien fue confiado el gobierno de la Iglesia, cabiendo
a los legítimos pastores erigir los Institutos en dignidad de estado canónico y de
consagración a Dios, regulando la práctica de los consejos evangélicos, aprobando
auténticamente las Reglas, reconociendo la misión propia de cada Instituto,
ayudándolos a crecer y fortalecerse según el espíritu infundido por Dios en sus
Fundadores, protegiéndolos y vigilándolos con su autoridad (LG 45),
promoviendo el incremento y perfeccionamiento de la vida religiosa (CD 35,3).
Todo carisma de origen divino lleva consigo una cierta carga de genuina
novedad para la vida de la Iglesia, así como una peculiar efectividad, que a veces
puede resultar incómoda y crear situaciones difíciles, dado que no siempre es fácil
el reconocimiento de su proveniencia del Espíritu. La constante conexión entre
carisma y cruz, con docilidad y obediencia, resulta sumamente útil para discernir
la autenticidad de una vocación.
En el interior de un Instituto, los Superiores tienen la misión y autoridad del
maestro de espíritu con relación al contenido evangélico del propio Instituto.

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CONCILIO VATICANO II. Decreto Christus Dominus, sobre el ministerio pastoral de los obispos.

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Deben ejercitar una verdadera dirección espiritual de toda la Congregación en
armonía con el Magisterio auténtico de la Iglesia, conscientes de realizar un
mandato de grave responsabilidad dentro del ámbito del área evangélica señalada
por el Fundador. Existe así un orden interno de los Institutos (cf. CD 35,3) que
es connatural a una cierta autonomía auténtica, que nunca debe convertirse en
independencia. De este modo, Obispos y Superiores, cada cual según su propia
competencia y en perfecta concordia, deben poner especial precedencia a la
responsabilidad de la formación de los miembros de un Instituto, en comunión
con la doctrina magisterial2.
2. Aspectos canónicos de la Vida Consagrada

El Código de Derecho Canónico dedica los cánones del 573 al 746 a la Vida
Consagrada.
Bajo el aspecto jurídico-canónico, los Institutos religiosos y los Institutos
seculares son las dos categorías que componen principalmente el estado de la vida
consagrada por la profesión de los consejos evangélicos en la Iglesia; en algunos
aspectos las Sociedades de vida apostólica (can. 731 § 1) tienen una legislación
canónica semejante a la de los Institutos de vida consagrada, aunque formando
categoría aparte.
Los Institutos de vida consagrada son sociedades eclesiásticas erigidas y
organizadas por la Iglesia a través de una adecuada legislación general y particular
(Reglas, Constituciones, Estatutos) para que se pueda en ellas profesar
oficialmente el estado de vida de consagración (can. 576).
Los Institutos de derecho pontificio son aquellos erigidos o aprobados por la
Santa Sede mediante decreto formal. Los de derecho diocesano son aquellos
erigidos por los Obispos y que no han recibido de la Sede Apostólica el decreto
de aprobación (can. 589).
La correcta comprensión de la naturaleza y función del derecho eclesial
requiere la comprensión del misterio de la Iglesia en su doble naturaleza divina y
humana, estructurada como sociedad de dimensión jurídica. El Código de
Derecho Canónico busca aplicar las verdades presentes en la Escritura y en la
teología, al ordenamiento jurídico de la Vida Consagrada como realidad presente
en la Iglesia.
La perfección cristiana nacida del Evangelio se mantiene en continuidad
institucional con su carácter al mismo tiempo religioso, simbólico y normativo,
especialmente cuando habla de valores cardinales y esenciales del Reino.
Así, surge junto al derecho divino, el derecho eclesiástico positivo, cuya
legitimidad consiste en la necesidad de estructurar jurídicamente las enseñanzas

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SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS E INSTITUTOS SECULARES. Decreto Mutuae relationes, sobre
las relaciones entre Obispos y Religiosos en la Iglesia, del 14 de Mayo de 1978.

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divinas y evitar cualquier contradicción entre letra y espíritu. Por eso Juan Pablo
II califica a la Biblia como la primera clave de comprensión del Código de
Derecho Canónico.
La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, nace del misterio de la Encarnación
que inserta a la humanidad en el plan redentor, confiando a hombres concretos la
misión de realizarse en sociedad, sirviendo y cooperando con el plan divino. Se
comprende así que el derecho canónico es intrínseco a la forma cristológica de la
Iglesia, que se basa en el principio hipostático inmanente a la persona de Cristo.
Así, Cristo es el origen y el órgano creador del derecho de la Iglesia, tanto en
sentido histórico, cuanto en sentido actual:
a. Histórico: por ser Fundador y primer Legislador de la Iglesia.
b. Actual: porque prosigue su labor legislativa por medio de su vicario y de
los obispos, en comunión con el Vicario de Cristo.
Cristo es, por tanto, la causa formal y el fin del derecho de la Iglesia.
En su primera Sección, el Código establece las normas comunes de todos los
Institutos de Vida Consagrada, definiendo su estructura fundamental y
características propias, estableciendo la centralidad cristológica de todos los
Institutos, que deben florecer y crecer de acuerdo con el espíritu y carisma de sus
fundadores y de las sanas tradiciones, que constituyen al mismo tiempo un
patrimonio de cada Instituto y un patrimonio de la misma Iglesia.
El Código establece en esta Sección las reglas y competencias de las diversas
autoridades, desde las decisiones que caben específicamente al Sumo Pontífice, o
a la Sede Apostólica, hasta las que están bajo la decisión del Obispo, o de los
Superiores, de acuerdo con el derecho de la Iglesia y el derecho propio de cada
Instituto.
Se encuentra una especial insistencia del Código en fomentar la armonía
entre el bien y el apostolado propio de cada Instituto, con el ordenamiento general
de la Iglesia, haciendo con que cada uno de ellos sea un miembro del Cuerpo
Místico y no un «cuerpo extraño» que busca una vida independiente, separada de
la Vid, cuya savia emana de Cristo, por medio de su Iglesia.
El Derecho Canónico se preocupa especialmente con la admisión, formación
y perfeccionamiento de los religiosos, en la perfecta observancia de la virtud de
la caridad, con el eximio cumplimiento de los votos de pobreza, castidad y
obediencia, como reflejo de la total entrega por el Reino de Dios.
Es importante señalar la preocupación del Código con la vida eucarística, las
oraciones y el perfeccionamiento espiritual de cada religioso, aspecto que podría
pasar desapercibido en medio a las reglas y determinaciones de carácter jurídico.
En la misma Sección, el Título II especifica las normas de erección y
supresión de las casas religiosas, entrando en los detalles del gobierno de los
Institutos, las atribuciones de los Superiores y de los consejos, a fin de cumplir y

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ejercer sus funciones y potestades a tenor del derecho propio y universal.
La firmeza y rectitud de este ejercicio debe ser guiado por la docilidad a la
voluntad Divina, de modo que los súbditos sean gobernados como hijos de Dios,
fomentando la obediencia voluntaria, sin quitar el ejercicio sano y verdadero de
la autoridad ejercida en nombre de Jesucristo. En estas palabras del Código, se
comprenderá bien el «espíritu» que debe guiar el gobierno de los Institutos:
619 Los Superiores deben procurar edificar una comunidad fraterna en Cristo, en la cual, por
encima de todo, se busque y se ame a Dios. Nutran a los miembros con el alimento de la palabra
de Dios e indúzcanlos a la celebración de la sagrada liturgia. Han de darles ejemplo en el ejercicio
de las virtudes y en la observancia de las leyes y tradiciones del propio instituto; ayúdenles en sus
necesidades personales, cuiden con solicitud y visiten a los enfermos, corrijan a los revoltosos,
consuelen a los pusilánimes y tengan paciencia con todos.

Los religiosos deben, a su vez, ver en sus legítimos Superiores, a


representantes de Cristo, a quienes obedecen por amor y con gratitud, evitando
cualquier acto de desobediencia y murmuración, colaborando eficazmente con el
crecimiento y santificación del Instituto al cual dedicaron sus esfuerzos y su vida,
para mejor servir a Cristo y a su Iglesia.
El Código entra en detalles sobre los Capítulos Generales, la estructuración
de los Institutos en provincias y casas, determinando normas específicas sobre la
administración de los bienes temporales, la admisión de candidatos y la formación
de los mismos. Establece también los tiempos propios de noviciado y profesiones
de votos, primero temporales y después perpetuos, de acuerdo con las
Constituciones de cada Instituto, pero determinando plazos máximos y mínimos,
dentro de los cuales, cada Instituto podrá ejercer el derecho de acuerdo con las
características propias de su carisma y plan de formación.
En el Capítulo IV el Código establece los derechos y obligaciones de los
Institutos y de sus miembros, colocando como regla suprema el seguimiento de
Cristo, en las vías propias de cada carisma religioso.
Establece la contemplación de las cosas divinas y la unión con Dios en la
oración asidua, como primer y principal deber de todos los religiosos.
Recomienda con énfasis la participación diaria en el Sacrificio eucarístico,
la adoración al Santísimo Sacramento, la lectura de las Sagradas Escrituras, la
oración mental y la recitación de la Liturgia de las Horas, de acuerdo con el
derecho propio y universal.
Recomienda también la devoción mariana, con el rezo del santo Rosario,
determinando la observancia de los tiempos anuales de retiro espiritual y examen
de consciencia diario, con acercamiento frecuente al sacramento de la Penitencia.
Conociendo los riesgos presentes en la sociedad actual, el Código determina
el cuidado y discreción en el uso de los medios de comunicación, amonestando a
evitar todo lo que pueda ser nocivo a la propia vocación o peligroso para la
castidad de la persona consagrada.

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Los dos Capítulos siguientes, tratan del apostolado del Instituto y de las
reglas sobre la separación de un religioso, que podría darse por tránsito a otra
institución, a la salida voluntaria o, incluso, la posibilidad de expulsión de algún
miembro que haya actuado de manera incompatible con las normas eclesiásticas
y las doctrinas de la Iglesia, como, por ejemplo, la «adhesión pública a ideologías
contaminadas de materialismo y ateísmo».
En el Título II, el Código establece normas específicas de los Institutos
Seculares y en la Sección II, trata de las Sociedades de Vida Apostólica, realidad
más reciente en el derecho eclesiástico, que están regidas más por sus propias
constituciones, debidamente aprobadas, que por las autoridades jerárquicas de la
Iglesia, de las cuales, debe contar siempre con el consentimiento previo para su
instalación y actuación, debiendo estar sometidos al Obispo diocesano en lo que
concierne al culto público, la cura de almas y otras obras de apostolado.
El patrimonio jurídico de la Iglesia, profundamente fundamentado en Cristo
y en las Sagradas Escrituras, en la teología y en la eclesiología, presenta el Código
de Derecho Canónico como el estatuto que evidencia la acción del Espíritu Santo
que guía a la Iglesia y ordena las acciones humanas con la sabiduría divina que se
encuentra esculpida en las leyes eclesiásticas, como verdadera obra de arte
emanada del Espíritu divino.

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