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Lectores, críticos y poetas de todas las épocas han intentado dar respuesta a esta cuestión.
10 A menudo los escritores han utilizado metáforas para intentarlo: para Bécquer era un himno
gigante y extraño, para Antonio Machado palabra esencial en el tiempo, para Lorca la unión de
dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, para Juan Ramón Jiménez un
intento de aproximarse a lo absoluto por medio de símbolos o para Fernando Pessoa un
fingimiento.
Pero la poesía, como forma de arte que es, desafía cualquier tipo de definición, sobre todo
25 si esta conlleva simplificaciones. Por ejemplo, si nos referimos a la musicalidad, es cierto que
los patrones rítmicos eran en su origen, antes de la aparición de la escritura, una forma de
reforzar la memorización de los textos. Pero a partir del siglo XX la poesía no solo ha ignorado
esa musicalidad sino que ha demostrado que puede combinarse con el arte visual, dando lugar
a un tipo de poema en el que se llega incluso a romper la linealidad del verso. La manera en la
30 que se dispone el poema es tan importante como las palabras en sí mismas. Es el proceso de
deconstrucción del lenguaje que lleva a cabo Vicente Huidobro en Altazor.
Normalmente los poemas suelen tener una forma que nos permite reconocerlos como
poemas. Los saltos de línea de los versos nos dan claves fundamentales para interpretar el
45 ritmo de un poema. Pero, ¿y si desaparecieran los saltos de línea que hacen que un poema
tenga versos? ¿Se mantendría la esencia del poema? ¿Qué pasa si escribimos un poema en
prosa? Que es precisamente lo que ocurre con la prosa poética, que comparte con la poesía
tradicional determinados elementos como imágenes o un uso especial del lenguaje. Cuando
nos fijamos en la poesía no tanto como forma sino como concepto, la definición de poesía se
50 ensancha, incluyendo composiciones que en un principio parecen más alejadas del género
lírico, desde discursos de oradores ‒por ejemplo, los de Martin Luther King o los de Wiston
Churchill‒ hasta tuits ‒no muy distintos, en algunas ocasiones, de los haikus‒. Y, por supuesto,
la frase de Muhammad Ali, «Yo, nosotros».
Con cierto carácter visionario, el escritor Norman Cousins apuntó en 1989 que la poesía era
la verdadera clave para separar a los seres humanos de las máquinas. Los poetas, escribió,
recuerdan a los hombres su singularidad. Un cuarto de siglo después investiadores de
Dartmouth trataron de probar esta idea haciendo que inteligencias artificiales escribieran
65 poesía. Después sometieron los textos al Test de Turing para comprobar si era posible
distinguir los poemas escritos por seres humanos de los poemas escritos por máquinas. Y
aunque la inteligencia artificial ha mostrado cierta eficacia a la hora de crear reseñas de
libros, artículos periodísticos o novelas de ficción, escribiendo poesía no consigue engañar al
ser humano. Ni siquiera el proyecto Poetry for robots, de la Universidad Estatal de Arizona, ha
70 conseguido lo que se ha propuesto: enseñarle a robots a comprender, apreciar y escribir
poesía. Porque esto, lejos de ser un excéntrico ejercicio de adiestramiento digital, implica que
una inteligencia artificial sea capaz de asimilar la cualidad poética y simbólica del lenguaje
humano, algo que hasta ahora solo parece reservado a los propios humanos.