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Las discusiones sobre la violencia se plantean a veces como si buscaran una reflexión
normativa, en virtud de la cual el cristiano decidiría, o no, aceptar la violencia, o
participar en ella. Pero semejante planteamiento es falso. Ese punto de partida neutral,
abstraído del juego de violencias no existe. Cristianos o no, estamos siempre envueltos
en violencia (represiva, subversiva, establecida, insurreccional abierta u oculta... ). Y
estamos envueltos de forma activa: pues nuestra militancia o falta de ella, nuestro uso
del instrumental de la sociedad, nuestras decisiones o renuncias éticas nos hacen actores
de este drama.
Reflexión crítica
Hoy hay dos concepciones cristianas del mundo y del hombre (con la ética derivada de
ellas) que sirven de punto de partida a las discusiones sobre el tema de la violencia.
En su forma más burda, esta concepción identifica esa razón cósmica con el status quo.
Como la violencia amenaza a éste, es declarada irracional y mala. Hay que
contrarrestarla por un uso racional de la coerción. Resistir la amenaza es obedecer a
Dios. Esa identificación entre voluntad de Dios -orden racional-, orden de cosas
existente, es ciertamente falsa pese a que aflora repetidamente en la retórica cristiana de
derecha.
JOSÉ MIGUEZ BONINO
Pero si esta concepción no identifica el orden racional con el orden de cosas existente,
deja espacio a la posibilidad del cambio y hasta a un uso racional de la fuerza en
servicio del cambio. Siendo subversivo del orden existente, ese uso puede ser conforme
al orden racional. El problema es cómo se discierne ese orden racional. La tentativa más
acabada de ello ha sido la idea de "ley natural" de la ética aristotélico-tomista. Pero su
peligro es quedar prisionera de modelos histórícos pertenecientes al pasado o de
concepciones ideológicas, que se sacralizan como si fueran eternos.
Nuestra postura
Si preguntamos por los criterios de esa transformación, nos encontramos, por un lado,
con que nociones como justicia, misericordia, verdad o paz, son definidas en la Biblia
como características de la acción de Yahvé y a la vez como requerimientos de la
condición de vida del hombre. Pero su contenido se nos da en forma de relatos y
mandatos concretos: en la acción anunciada de Dios o exigida del pueblo en tal
situación histórica concreta. Los criterios éticos (sin ser vacíos) no se definen en forma
intemporal y abstracta, sino en relación con las condiciones concretas de existencia de
hombres históricamente situados. Constituyen más una dirección o una orientación (el
Reino de Dios), que un principio universal. Nos permiten decir que una acción es digna
(o indigna) del Reino de Dios, pero siempre contrastada con las palabras concretas de
Dios.
JOSÉ MIGUEZ BONINO
En este contexto, la violencia aparece bastantes veces en la Biblia. No como una forma
general de conducta humana que deba ser aceptada o rechazada, sino como elemento del
anuncio-mandamiento de Dios, como acción concreta que debe ser llevada a cabo o
evitada, de cara a un resultado indicado en aquel anunciomandamiento. La Ley prohíbe
algunas violencías y autoriza (o manda) otras. Se prohíben algunas guerras (a veces
favorables a Israel) y se ordenan otras (a veces contra Israel). Si buscamos alguna
congruencia en estas indicaciones, encontraremos que la invitación a ejercer o evitar la
violencia tiende a abrir espacio en que los hombres (extranjero, viuda, huérfano, pueblo,
familia...) puedan existir sobre la tierra en una condición que corresponda a su
humanidad particular. La tendencia general es la de eliminar todas las condiciones
(esclavitud, capricho, venganza, despojo, indefensión... ) que dejan a una persona o a un
grupo en situación para ser y obrar como responsable ante Dios, los demás y las cosas.
Liberación y orden no son, sin embargo, claves conceptuales para una filosofía de la
historia. Son elementos que guían nuestra reflexión sobre la palabra de Dios en una
situación determinada. Tampoco son dos elementos simétricos: para la Biblia (con su
centro en jesucristo y su eje escatológico), la dimensión del orden está incluida siempre
en el interior de la dinámica de transformación, no al revés. De donde se sigue que la
realidad humana concreta que señalábamos como locus de la ética cristiana no consiste
simplemente en el hombre tal como existe en sus circunstancias inmediatas, sino el
hombre en la dinámica del hombre nuevo, de la nueva humanidad dada en Cristo como
anuncio-mandamiento.
Consecuencias
Si todo este enc uadre es aceptable, la reflexión habrá de seguir en varias direcciones.
1) Hay que guardarse de sustancializar la violencia, como suele ocurrir en todos los
debates, hablando de la violencia en cuanto tal. La discusión en torno a la violencia sólo
puede ser complemento adjetivo, de alguna otra cosa. La reflexión sólo puede girar en
torno a las violencias y las condiciones violentas actuales en Latinoamérica, en torno a
aquellos que ejercen y sufren la violencia, a los objetivos que persiguen las distintas
violencias y cómo los realizan o no.
2) El elemento sustantivo que puede ser adjetivado con la reflexión sobre la violencia es
la obediencia concreta a la Palabra de Dios. Y en este punto, la situación
latinoamericana (política, económica, cultural, religiosa... ) es en tal grado contraria a la
Palabra de Dios que no hacen falta grandes exégesis para comprender lo que nos pide la
obediencia. La violencia debe ser discutida en relación con la búsqueda de la liberación.
JOSÉ MIGUEZ BONINO
3) Esta opción, que me parece indiscutib le para los cristianos, no excluye las
dimensiones de orden, racionalidad o conservación, sino que las incorpora, así como el
respeto a la realidad objetiva, natural y humana. Nuestro análisis no diviniza la
violencia, ni la identifica con la liberación; más bien impide "entusiasmarse" por la
violencia.
Pero ¿al quitar base ideológica a la lucha no corremos el peligro de quitarle significado
y relativizarla en exceso? Yo diría que la perspectiva escatológica del evangelio,
permite al cristiano participar en la lucha actual (incluso en iniciativas vinculadas a una
ideología particular), sin que tenga que absolutizar teológicamente esa ideología y
someterse a ella como a un códice normativo. En última instancia, absolutizar una
ideología es una tentación de idolatría que los cristianos han de combatir en todo
proceso revolucionario. Los ídolos destruyen siempre al hombre. Quizás esta reflexión -
o esta autocríticaes lo más importante que puede sugerir el cristiano al tratar de la
violencia.