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Domingo XXI del Tiempo Ordinario

25 agosto 2019

Lc 13, 22-30

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas.


Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salvan?”. Jesús le dijo:
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán
entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os
quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: «Señor, ábrenos» y él os
replicará: «No sé quiénes sois». Entonces comenzaréis a decir: «Hemos
comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas». Pero él os
replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados». Entonces será el
llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a
todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y
vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa
en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que
serán últimos”.

LA PUERTA QUE CONDUCE A LA VIDA ES ESTRECHA

Los sabios no son autocomplacientes ni vendedores de ilusiones.


Conocedores, por propia experiencia, de la naturaleza paradójica del
ser humano, saben que, aun siendo plenitud, podemos enredarnos con
facilidad hasta quedar reducidos y encerrados en los estrechos límites
del yo y de sus funcionamientos.

Somos Vida, pero la puerta que conduce a hacernos conscientes


de la misma es estrecha. El apego a las formas nos atasca y fácilmente
nos ciega. De ahí que todo maestro espiritual haya insistido en la
necesidad de la desapropiación. Hablan así de desapego, desasimiento,
desidentificación… Y saben bien que la desapropiación es uno de los
signos decisivos para verificar la verdad o no de cualquier camino
espiritual.

Donde hay ego (identificación con el yo), forzosamente habrá


apego. Porque el primer mecanismo del yo, el que le permite la
supervivencia, es justamente la apropiación. Por definición, el yo es
apropiador. Pero la espiritualidad implica transcender el yo, porque
hemos comprendido que no somos él.

La verdad, por tanto, del camino espiritual vendrá dada por la


capacidad de soltar o desapropiarse. Como decía, se trata de algo que
el yo no puede hacer. Incluso en el caso de que parece que “suelta”
algo, está buscando obtener un beneficio por otro lado.
La desapropiación nace de la comprensión. Transcendida la
consciencia de separatividad, comprendes que no eres nada de lo que
puedas soltar, sino justamente Aquello que queda cuando sueltas todo.

De todos modos, la existencia no es sino un camino de pérdidas,


en el que habremos de soltar todo aquello a lo que nos habíamos
aferrado. De hecho, la muerte no es sino el soltar definitivo. Y nuestra
existencia un aprendizaje continuo.

La comprensión nos permite ver que el soltar es fuente de libertad,


al experimentar que somos esclavos de todo aquello con lo que nos
identificamos y libres de todo aquello de lo que nos desidentificamos.
Y no termina ahí: además de libertad, el soltar nos permite crecer en
comprensión experiencial, al verificar que soy Aquello que permanece
cuando suelto todo.

La puerta que conduce a la Vida es estrecha: ningún yo separado


(inflado) puede entrar por ella. Para comprender que somos Vida y
vivirnos en esa consciencia de unidad, se requiere cesar en la
identificación con el yo separado y en sus modos de funcionar.

¿Cómo me muevo entre la apropiación y el soltar?

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