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La tiranía democrática y oligarca, según

Aristóteles
by Ágatha Esparragoza in Aristóteles, Chávez, ciudadanía, Crítica
reflexiva, democracia, Filosofía, Lenin, Maduro, monarquía,NoVotes, Política, socialdemocracia
, socialismo, Sociedad, Stalin, tiranía, Venezuela

Aristóteles en su obra
titulada Política, explica que hay seis formas de
gobierno, unos buenos y otros malos, a saber: la
monarquía, la aristocracia y la república; constituyen
los gobiernos que persiguen el bien común,
fundamentan estados justos y se encuentran
apegados a la Constitución. Por otro lado, la tiranía,
la oligarquía y la democracia; componen la perversión
de aquellos que son buenos, respectivamente. A
estos gobiernos pervertidos no les importa el bien
común, sino los intereses particulares del gobernante,
imponiéndose por la fuerza, siendo la autoridad
suprema despótica a causa del alejamiento de la ley.

El Estagirita indica que la tiranía es la peor y más


perjudicial de las formas de gobierno que propone, ya
que el monarca termina actuando arbitrariamente en
el ejercicio del poder absoluto. La tiranía como la
forma de gobierno menos constitucional de todas, no
solo se da por perversión de una monarquía, sino
también, a causa de las faltas y excesos de una
oligarquía extrema o de una democracia radical (IV,
1296a11), los otros dos gobiernos malos, ya que, dan
demasiado poder a determinadas personas, jefes del
pueblo u oligarcas. Analicemos un poco más ésta
tiranía producto de dos formas de gobierno
pervertidas.

Aristóteles habla de varios tipos de democracias: la


primera, se refiere a que ni ricos ni pobres se someten
entre sí por lo que existe igualdad política. La
segunda, trata de que las magistraturas son
alcanzadas mediante el pago de tributos, no muy
elevados para que todos participen. La tercera se da
cuando participan aquellos ciudadanos no
descalificados para ello. En la cuarta, todos los
ciudadanos participan en las magistraturas. En todas
estas, la ley manda pero, en la quinta clasificación, el
pueblo se convierte en soberano y es quien manda,
los decretos son los soberanos y no la ley (IV, 1292a
23-25). De esta quinta proviene la democracia radical,
donde surgen los tiranos demagogos.
Entonces, en la democracia radical el pueblo
desconoce las leyes y a los ocupantes de cargos
públicos se le suman prácticas demagógicas que
incluye apelaciones a emociones, prejuicios,
esperanzas y miedos del público para ganar su
confianza y, por ende, lo que ambiciona todo político:
mucho poder. No muy alejado a lo que vivimos
actualmente, los políticos demagogos (politiqueros)
se sirven de la fe y las necesidades de los
conciudadanos para prometer la mágica solución de
los problemas sociales. Conocemos entonces, como
es posible la transformación del gobierno de los
pobres al gobierno del déspota.
En este sentido, el tirano es aquel monarca que se
convirtió en demagogo pero, también en oligarca. El
tirano es un déspota que en pleno ejercicio del poder,
posee interés personal en la acumulación de bienes,
dinero, lujos y territorios. Para ello, hará uso de la
fuerza adueñándose de lo que no es suyo
(expropiaciones, por ejemplo), está implicado en
casos de corrupción y cualquier artimaña a su
beneficio. Siguiendo con Aristóteles, el tirano para
gozar de sus riquezas, no solo aplasta la soberanía
de la ley, sino que se rige de tres principios básicos
(V, 1314a15):

1. Los ciudadanos deben pensar poco


2. Reina la desconfianza de unos con otros
3. Se imposibilita la acción ciudadana

Sobre este particular, en primer lugar el déspota


necesita de la ignorancia del pueblo ya que, son los
pensantes, los críticos, los que reflexionan; quienes
conspiran contra la tiranía (ya con esto podemos
entender la eliminación de los estudios humanísticos
en gobiernos tiránicos, pues son éstos los que
facultan para pensar y discernir). La tiranía trunca a
los sobresalientes y egoístas (aquellos que alimentan
su individualidad, sueños e intereses), la educación
es por tanto, su aliada, ya que la modificarla bajo sus
condiciones para defender sus intereses. Las
capacidades y virtudes, consideradas como
elementos para que los ciudadanos adquieran
confianza en sí mismos son mutiladas mediante la
degradación de la cultura.

En segundo lugar, al desconfiar los unos de otros,


mediante el levantamiento de calumnias que generan
discordia, no existen fuerzas conjuntas para derribar
al poder, por tanto, la amistad queda también mal
vista. Para lograrlo, el tirano posee espías que
alarman cualquier reunión o asociación entre
ciudadanos dificultando la conspiración. También,
implica acabar con las clases superiores ya que,
según Aristóteles son los que más se resisten al
despotismo y los más leales.

Y, en tercer lugar, la tiranía sale mediante la acción


ciudadana, específicamente por el uso de la fuerza
(entonces, ¿seguiremos pensando que una tiranía
sale con votos?). Acabar con la fuerza implica la
generación de condiciones empobrecedoras y
extenuantes, pensadas para esclavos al mantenerlos
ocupados en sus trabajos y no puedan conspirar.
Como dicen por ahí: ¡en la unión está la fuerza!, el
tirano lo sabe y hará todo lo posible para que los
ciudadanos sucumban en problemas de toda índole,
gasten energías no para planificar y ejecutar
estrategias que ayuden a salir del despotismo sino en
sobrevivir.

De esta manera, Aristóteles nos indica que las


tiranías se derrocan con la ciudadanía pensando, con
fe en sí mismos y con fuerza; porque al final, el tirano
no velará por el bien común, ni verá a sus
conciudadanos como iguales ante la ley, más por el
contrario, no escuchará las demandas ciudadanas. El
sometimiento de la ley a sus caprichos hace que el
resto se convierta en súbditos, siempre preferirá tener
de aliados a los extranjeros y no a los conciudadanos,
por considerar a aquellos amigos y éstos enemigos.
(V, 1314a14).

Por otro lado, Aristóteles también explica que como


segunda forma de conservar la tiranía, se debe
mostrar como un administrador y no como un
déspota. Los intereses propios deben ser camuflados
como los intereses del colectivo, por tanto, muestra
una falsa careta bondadosa que se encarga de los
menesteres públicos. Podría deducirse que en la
actualidad, los gobiernos tiránicos muestran esta
faceta usando las características de una
administración “democrática”, es decir, la
dependencia de los desposeídos, coloca en un
estado privilegiado a la tiranía, lo cual, mediante el
voto la legítima; sin darse cuenta que cada vez más
sus libertades son expoliadas. La tiranía se muestra
como un gobierno transparente, eficaz, diligente y
respetuoso a los intereses y necesidades comunes,
pero no lo hace con independencia de poderes sino
creando sus propias instituciones, sus leyes, sus
condiciones, elije a dedo a sus representantes y sus
aliados son aún más peores.

En este sentido, Aristóteles indica que como el Estado


es una asociación política a la que tienden los
hombres naturalmente en búsqueda del bien común,
que es la unión de sus miembros para lograr la
felicidad y establecer la justicia; la tiranía es la forma
de gobierno cuyo fin no es el Estado sino los intereses
particulares de uno o unos pocos, lo que menos
desea es el bien común, la felicidad la obtiene sólo
unos pocos y la ley no es soberana, por tanto lo que
se considera como el más inestables.

En la medida que la ciudadanía entienda que el poder


se le da a quienes presentes propuestas apegadas a
la ley sin jugar con las libertad y la dignidad humana,
que los demagogos son un peligro porque presentan
soluciones fáciles a problemas graves, que la
educación y la cultura son los sistemas por donde se
permean tales intenciones tiránicas y que el Estado
no posee facultades milagrosas de resolverle la vida
a cada uno de sus ciudadanos, en tanto que mientras
más limitado sea mejor; así se frenará el
levantamiento de gobiernos despóticos.

Referencias Bibliográficas

Aristóteles. (1988). Política. Madrid: Gredos.

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