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La ética de la tierra

Aldo Leopold (1949)

Aldo Leopold nació en 1887 en Estados Unidos, y trabajó durante


gran parte de su vida como ingeniero forestal y científico en vida
silvestre. Desarrolló una visión crítica de la conservación utilitarista.
Falleció en 1948, y un año más tarde se publicó su libro póstumo,
que con el tiempo se convirtió en referencia obligada en las
discusiones sobre ética, política y conservación.

Cuando Odiseo, casi un dios, regresó de las guerras de Troya, ahorcó de una misma cuerda a una
docena de jóvenes esclavas que formaban parte de su patrimonio familiar, porque sospechó que se habían
comportado mal durante su ausencia.
El colgarlas no involucraba una cuestión de decoro. Las muchachas eran su propiedad, y entonces,
como ahora, se imponía el sentido práctico, no las consideraciones acerca del bien y el mal.
Los conceptos del bien y el mal no eran desconocidos en la Grecia de Odiseo: lo atestigua la
fidelidad de su esposa, quien lo esperó largos años hasta que por fin las negras proas de sus navíos viraron
en los mares color vino tinto rumbo al hogar. La estructura ética de esos días se aplicaba a las esposas,
pero todavía no se incluía en ella a los vasallos. Durante los tres mil años que han transcurrido desde
entonces, los criterios éticos se han expandido a muchas otros campos de la conducta, con la consecuente
contracción de los ámbitos donde el único criterio de juicio es únicamente la conveniencia práctica.

La secuencia ética
Esta ampliación de la ética, que hasta ahora sólo ha sido estudiada por los filósofos, es en realidad
un proceso en la evolución ecológica. Sus secuencias se pueden describir tanto en términos ecológicos
como filosóficos. Ecológicamente, la ética es una limitación que se le impone a la libertad de acción, en la
lucha por la existencia. Filosóficamente, la ética es lo que permite diferenciar la conducta social de la
antisocial. Son dos definiciones de la misma cosa. ésta tuvo su origen en la tendencia de los individuos o
grupos interdependientes a desarrollar modalidades de cooperación. El ecólogo las llama simbiosis. La
política y la economía son simbiosis avanzadas donde la competencia original de libertad para todos, ha
sido reemplazada, en parte, por mecanismos de cooperación dotados de un contenido ético.
La complejidad de los mecanismos cooperativos ha aumentado con la densidad de la población y la
eficacia de las herramientas. Por ejemplo, era más sencillo definir los usos antisociales de los mazos y
piedras, en la época de los mastodontes, que los de las balas y la publicidad en la era de los motores.

Traducción: CLAES - Centro Latino Americano de Ecologia Social. http://mercaba.org/K/Ecologia/La%20%C3%A9tica%20de%20la%20tierra.htm


Las primeras éticas se ocuparon de la relación entre los individuos; los Mandamientos de Moisés
dan un ejemplo. Los añadidos posteriores se referían a la relación entre el individuo y la sociedad. La
Regla de Oro trata de integrar al individuo a la sociedad; y la democracia intenta integrar la organización
social al individuo.
Todavía no existe una ética acerca de la relación del hombre con la tierra y con los animales y las
plantas que viven de ella. La tierra, como las esclavas de Odiseo, todavía es una propiedad. La relación
con la tierra sigue siendo estrictamente económica. Se otorgan privilegios, pero no obligaciones.
La ampliación de la ética a este tercer elemento del medio ambiente humano es, si interpreto
debidamente la evidencia, es una posibilidad evolutiva y una necesidad ecológica. Es el tercer paso de una
secuencia. Los dos primeros ya ocurrieron. Desde los tiempos de Ezequiel e Isaías, los pensadores han
dicho que la devastación de la tierra no sólo es inconveniente, sino también equivocada. Sin embargo, la
sociedad todavía no ha afirmado esa creencia. Creo que el actual movimiento a favor de la conservación
es un embrión de esa afirmación.
La ética se debe considerar como una guía para encarar las situaciones ecológicas--que por su
novedad o su complejidad, o porque implican reacciones tan demoradas--en que el indivíduo promedio no
puede dicernir el sendero de la conveniencia social. Los instintos animales son una guía para el individuo
cuando se enfrenta a tales situaciones. Las éticas son posiblemente un tipo de instinto comunitario en
gestación.

El concepto de comunidad
Toda la ética que ha evolucionado hasta la fecha se basa en una sola premisa: que el individuo es
miembro de una comunidad formada por partes independientes. Sus instintos lo inducen a competir por su
propio sitio en la comunidad, pero su ética lo induce también a cooperar (tal vez para que pueda existir un
lugar por el cual sea pueda competir).
La ética de la tierra simplemente amplia las fronteras de la comunidad para incluir el suelo, agua,
plantas y animales, o colectivamente: la tierra.
Esto parece simple: ¿acaso hemos dejado de exaltar nuestro amor y nuestro deber ante la tierra de
los libres y el hogar de los valientes? Sí, pero ¿qué y a quiénes amamos? Ciertamente no amamos a los
suelos, pues dejamos que se pierdan arrastrados por el agua que baja hacia los ríos. Ciertamente tampoco
amamos al agua, ya que no le reconocemos otra función que mover las turbinas, hacer flotar a los barcos y
arrastrar nuestros desechos cloacales. Ciertamente no amamos tampoco a las plantas, ya que
exterminamos comunidades enteras de ellas sin parpadear. Ciertamente tampoco a los animales, de los
cuales ya hemos acabado con muchas de las especies más grandes y hermosas. Una la ética de la tierra por
cierto no puede proscribir la modificación, administración y utilización de esos “recursos”, pero sí afirma
sus derechos a seguir existiendo y que por lo menos en algunos lugares continúen su existencia en estado
natural.

Traducción: CLAES - Centro Latino Americano de Ecologia Social. http://mercaba.org/K/Ecologia/La%20%C3%A9tica%20de%20la%20tierra.htm


En suma, la ética de la tierra transforma el papel del Homo sapiens, de conquistador de la
comunidad de la tierra a miembro y ciudadano de ella. Eso implica respeto hacia los demás miembros, y
también hacia toda la comunidad como tal.
En la historia humana, hemos aprendido (espero que así sea) que en el papel del conquistador está
eventualmente su propia derrota. ¿Por qué? Porque en ese papel está implícito el hecho que el
conquistador conoce, ex cathedra, cuáles son los mecanismos que hacen funcionar a la comunidad, qué y
quién es valioso y qué y quién carece de valor en la vida de la colectividad. Sin embargo, en realidad
siempre sucede que él no sabe en verdad ninguna de esas cosas y por eso sus conquistas a la postre se
derrotan por sí mismas.
En la comunidad biótica existe una situación paralela. Abraham sabía exactamente para qué servía
la tierra: su función era que la leche y miel gotearan dentro de su boca. En el momento actual, la
seguridad con que suscribimos esta suposición es inversamente proporcional a nuestro grado de educación
académica.
El ciudadano ordinario de hoy supone que la ciencia sabe cuáles son los mecanismos que mueven a
la comunidad; en cambio, el científico está igualmente seguro de que no lo sabe. Él está consciente de que
el mecanismo biótico es tan complejo, que sus funcionamientos tal vez jamás se llegue a comprender del
todo.
El hecho de que el hombre es solamente un miembro más de un equipo biótico se demuestra
mediante una interpretación ecológica de la historia. Muchos eventos históricos que hasta hoy sólo se han
interpretado en términos de la empresa humana, fueron en realidad interacciones bióticas entre la gente y
la tierra. Las características de ésta determinaron los hechos con tanta fuerza como las características de
los hombres que vivían en ella.
Recordemos, por ejemplo, la colonización del valle del Mississippi. En los años siguientes a la
Guerra de Independencia, tres grupos se disputaban su control: los indios nativos, los comerciantes
franceses e ingleses, y los colonizadores norteamericanos. Los historiadores se preguntan qué habría
pasado si los ingleses de Detroit le hubieran añadido un poco más de peso al lado de la balanza que
correspondía a los indios, para decidir el resultado de la migración colonial hacia los cañaverales de
Kentucky. Ha llegado el momento de ponderar el hecho de que cuando los cañaverales fueron sometidos a
la mezcla particular de fuerzas constituidas por las vacas, el arado, el fuego y el hacha del pionero, se
convierten en pasto azul. ¿Qué habría pasado si la sucesión vegetal espontánea de esa tierra oscura y
sangrienta, sometida al impacto de esas fuerzas, nos hubiera dado alguna juncia, arbusto o maleza carente
de valor? ¿Se habrían quedado allí Boone y Kenton? ¿Habría habido tanto flujo migratorio hacia Ohio,
Indiana, Illinois y Missouri? ¿Se habría realizado la compra de Louisiana? ¿Habría habido una unión
transcontinental de nuevos estados? ¿Y una Guerra Civil?
Kentucky fue una frase en el drama de la historia. Usualmente se nos dice qué trataron de hacer los
actores humanos de ese drama, pero rara vez nos aclaran que su éxito, o su fracaso, dependió en alto
grado de la reacción de esos suelos particulares al impacto de las fuerzas particulares a las que fueron

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sometidos a causa de la ocupación. En el caso de Kentucky, ni siquiera sabemos de dónde vino el pasto
azul -si es una especie nativa o un polizón traído de Europa.
Compare los cañaverales con lo que la visión retrospectiva nos dice acerca del Sudoeste, donde los
pioneros eran igualmente valientes, ingeniosos y perseverantes. Allí el impacto de las ocupaciones no
trajo consigo ni pasto azul ni ninguna otra planta adecuada para soportar los rigores y el maltrato del uso
pesado. Cuando esa región fue utilizada para el pastoreo de ganado, se revertió en una serie de pastos,
arbustos y malezas cada vez menos valiosos, hasta alcanzar una situación de equilibrio inestable. Cada
recesión a otro tipo de planta ocasionó mayor erosión; cada incremento de la erosión propició una mayor
recesión de las plantas. El resultado actual es un deterioro progresivo y mutuo, no sólo de las plantas y los
suelos sino también de la comunidad animal que subsiste en ellos. Los primeros colonizadores no
esperaban esto: algunos incluso excavaron zanjas en las ciénagas de Nuevo México para acelerar su
desecación. El proceso ha sido tan sutil que pocos residentes de la región lo han percibido. Es casi
invisible para los turistas, que encuentran pintoresco y encantador a ese paisaje devastado (y sin duda lo
es, pero tiene muy poca semejanza con lo que era en 1848).
El paisaje ya había sido "desarrollado" en fecha anterior, pero con resultados muy diferentes. Los
Indios Pueblo se asentaron en el Sudoeste en la época precolombina, pero ellos no poseían ganado de
pastoreo. Su civilización se extinguió, pero no porque ellos hayan destruido la tierra.
En la India se han ocupado regiones desprovistas de hierba tipo pastizal, aparentemente sin
estropear la tierra, con el simple expediente de llevar la pastura hasta la vaca, y no a la inversa. (¿Fue esto
el resultado de una profunda sabiduría, o sólo se debió a la buena suerte? No lo sé.)
En pocas palabras, la sucesión ecológica de plantas determinó el curso de la historia; el pionero sólo
demostró, para bien o para mal, qué sucesiones heredarían la tierra. ¿Se enseña la historia con este
espíritu? Así se hará, en cuanto el concepto de la tierra como comunidad penetre verdaderamente en
nuestra vida intelectual.

La conciencia ecológica
La conservación es un estado de armonía entre los hombres y la tierra. A pesar de casi un siglo de
propaganda la conservación sigue avanzando a paso de tortuga; el progreso todavía consiste sobre todo en
membretes piadosos y oratoria de convención. En el campo, todavía damos dos pasos hacia atrás por cada
paso hacia adelante.
La respuesta usual a este dilema es "más educación para la conservación". Nadie discute esto, pero
¿será verdad que sólo se debe aumentar el volumen de educación? ¿No faltará algo también en el
contenido?
Es difícil presentar un sumario justo de dicho contenido, pero, según lo entiendo, consiste
sustancialmente en esto: obedecer la ley, ejercer el derecho de voto, afiarte a unas organizaciones y
practicar la forma de conservación que sea rentable en tu tierra; el Estado hará el resto.

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¿No será que esta fórmula resulta demasiado simple para lograr algo que valga la pena? No define
lo correcto o incorrecto, no impone obligaciones, no pide sacrificios y no implica cambio alguno en la
filosofía de valores vigente. Con respecto al uso de la tierra, apela solamente al interés propio bien
informado. ¿Cuán lejos nos podrá llevar ese tipo de educación? Quizás un ejemplo nos de una respuesta
parcial.
Para el 1930, se había vuelto evidente a todos, salvo los ecológicamente ciegos, que la capa
superficial del suelo del sudoeste de Wisconsin se estaba arrastrando hacia el mar. En 1933 se dijo a los
agricultores que si adoptaban ciertas prácticas correctivas durante cinco años, el público les donaría la
mano de obra , además de la maquinaria y los materiales necesarios. La oferta tuvo mucha aceptación,
pero las prácticas fueron olvidadas casi por completo cuando terminó el período contratado de cinco años.
Los granjeros siguieron aplicando solamente aquellas prácticas que les producían una ganancia visible e
inmediata.
Esto condujo a la idea de que tal vez los agricultores aprenderían más pronto si ellos mismos
escribían las reglas. Con ese fin, la legislatura de Wisconsin aprobó en 1937 la Ley del Distritos para la
Conservación de Suelos. En ella se decía a los agricultores: "Nosotros, el público, les daremos servicio
técnico gratuito y les prestaremos maquinaria especializada, si elaboran sus propias reglas para el uso de
la tierra. Cada condado podrá redactar sus propias reglas, y éstas tendrán fuerza de ley". Casi todos los
condados se organizaron con prontitud para aceptar la ayuda propuesta, pero al cabo de una década de
operaciones, ningún condado ha redactado aún ni una sola regla. Ha habido progresos visibles en
prácticas tales como el cultivo en franjas, la renovación de pastizales y la adición de cal al suelo, pero
nada se ha hecho para cercar los bosques a fin de protegerlos del ganado, ni tampoco para evitar que el
arado y las vacas entren a las tierras con pendientes pronunciadas. En suma, los granjeros han elegido las
prácticas correctivas que les reportan algún tipo de ganancia, y han ignorado las que serían benéficas para
la comunidad, pero no resultan claramente lucrativas para ellos.
Cuando alguien pregunta por qué no se han redactado esas reglas, responden que la comunidad
todavía no está preparada para apoyarlas, pues la educación debe preceder a los reglamentos. Sin
embargo, la educación de hoy no menciona las obligaciones con la tierra que están antes y por encima de
las que dicta el interés propio. El resultado neto es que tenemos más educación y menos tierras de cultivo,
menos bosques sanos y tantas inundaciones como en 1937.
Lo desconcertante de la situación es que la existencia de obligaciones antes y por encima del interés
propio se admitan en otros proyectos para la comunidad rural: como el mejoramiento de caminos,
escuelas, iglesias y equipos de béisbol. En cambio, su existencia no se admita ni se la discute seriamente
cuando se trata de mejorar el efecto del agua que cae sobre la tierra o para preservar la belleza y la
diversidad del paisaje agrícola. La ética del uso de la tierra sigue estando gobernada nétamente por el
interés económico individual, tal como ocurría hace un siglo con la ética social.
En resumen: le pedimos al agricultor que haga lo que crea más conveniente para salvar sus tierras
de cultivo y eso es lo que ha hecho, pero nada más. El granjero que tala un bosque en una pendiente de
75%, lleva luego su ganado a ese claro y provoca que el agua de la lluvia, las rocas y el suelo sean

Traducción: CLAES - Centro Latino Americano de Ecologia Social. http://mercaba.org/K/Ecologia/La%20%C3%A9tica%20de%20la%20tierra.htm


arrastrados por el río de la comunidad, sigue siendo un miembro respetable de la sociedad (si en lo demás
es decente). Si agrega cal a sus campos y planta sus cultivos en curvas de nivel, tiene el mismo derecho a
recibir todos los privilegios y emolumentos de su Distrito para la Conservación de Suelos. El Distrito es
un hermoso motor de la maquinaria social, pero tose y avanza penosamente con sólo dos pistones porque
hemos sido demasiado tímidos y demasiado ansiosos por resultados rápidos, para decirle al granjero la
verdadera magnitud de sus obligaciones. Las obligaciones carecen de significado si no hay conciencia
social; y el problema que encaramos es cómo ampliar la conciencia social desde las personas hasta la
tierra.
Jamás se ha logrado un cambio importante en materia de ética sin un cambio interno en nuestra
lealtad, afecto, prioridades y convicciones intelectuales. La prueba de que la conservación no ha logrado
tocar esos cimientos de la conducta yace en el hecho de que ni la filosofía ni la religión se han ocupado
todavía de ella. En nuestro intento de facilitar la conservación, la hemos vuelto trivial.

[....]

La pirámide de la tierra
Una ética que sirva de complemento y guía para la relación económica con la tierra presupone la
existencia de una imagen mental de ésta como un mecanismo biótico. Sólo podemos ser éticos en relación
con algo que podamos ver, palpar, entender o amar, o en lo cual tengamos fe por alguna otra razón.
La imagen que se suele invocar en la educación para la conservación es la del ‘equilibrio de la
naturaleza’. Por razones demasiado largas para detallarlas aquí, esta expresión no describe con precisión
lo poco que sabemos sobre el mecanismo de la tierra. Es mucho más veraz la imagen que se emplea en la
ecología: la pirámide biótica. Describiré primero la pirámide como símbolo de la tierra y después
desarrollaré alguna de sus consecuencias para el uso de la misma.
Las plantas absorben energía del sol. Esta energía fluye en un circuito llamado biota y que se puede
representar como una pirámide formada por varios niveles. El nivel de la base es el suelo. En él se apoya
el nivel que corresponde a las plantas, el de los insectos se apoya en el de las plantas, la capa de las aves y
roedores se asienta en la de los insectos, y así se asciende a través de diversos grupos de animales hasta
llegar al nivel superior, constituido por los grandes carnívoros.
Las especies que conforman cada nivel no son similares por su procedencia o su aspecto exterior,
sino por lo que comen. Para alimentarse, y a menudo también para otros servicios, cada capa sucesiva
depende de las que están más abajo, y cada una aporta, a su vez, alimentos y servicios a las de más arriba.
A medida que ascendemos, cada capa presenta menos abundancia numérica. Así pues, por cada carnívoro
hay cientos de animales que son sus presas, millares de seres que alimentan a éstos, millones de insectos e
incontables plantas. La forma piramidal del sistema refleja esta progresión numérica desde el vértice hasta
la base. El hombre comparte una de las capas intermedias con el oso, el mapache y la ardilla, ya que todos
ellos comen carne y también vegetales.

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Las líneas de dependencia, para la alimentación y otros servicios, se conocen como cadenas
alimenticias. Así, la cadena suelo-roble-venado-indio ha sido remplazada hoy casi en su totalidad por la
cadena suelo-maíz-vaca-granjero. Cada especie, incluso la nuestra, es un eslabón de muchas cadenas. El
venado come cien plantas además de las hojas de roble, y la vaca se alimenta con cien plantas además del
maíz. Por lo tanto, ambos son eslabones pertenecientes a cien cadenas. La pirámide es una madeja tan
compleja de cadenas que parece desordenada, pero la estabilidad del sistema demuestra que es una
estructura altamente organizada. Su funcionamiento depende de la cooperación y la competencia de sus
diversas partes.
Al principio la pirámide de la vida era baja y achaparrada; las cadenas alimenticias eran cortas y
sencillas. La evolución ha añadido nivel tras nivel, eslabón tras eslabón. El hombre es uno de los miles de
componentes que se han sumado a la altura y complejidad de la pirámide. La ciencia nos plantea muchas
dudas, pero también nos ha dado por lo menos una certidumbre: la tendencia de la evolución consiste en
incrementar la complejidad y la diversidad de la biota.
Así pues, la tierra no es solamente el suelo, sino una fuente de energía que fluye por un circuito de
suelos, plantas y animales. Las cadenas alimenticias son los canales vivientes que llevan la energía hacia
arriba; la muerte y la descomposición la devuelven al suelo. El circuito no está cerrado: parte de la energía
se disipa en la descomposición, otra se añade por la absorción de energía del aire, y algo más se almacena
en los suelos, las turbas y los bosques longevos; sin embargo es un circuito sostenido, como un fondo
revolvente de vida que se incrementa poco a poco. Siempre hay una pérdida neta por el deslave cuesta
abajo, pero normalmente es pequeña y se compensa con la desintegración de las rocas. Ese material se
deposita en el océano y, en el curso del tiempo geológico, resurge para formar nuevas tierras y nuevas
pirámides.
La velocidad y el carácter del flujo ascendente de energía dependen de la compleja estructura de la
comunidad de plantas y animales, a semejanza del flujo de savia que sube por un árbol, que depende de la
compleja organización celular del mismo. Cabe suponer que sin esa complejidad la circulación normal no
se produciría. Por estructura se entiende la población característica, además de los tipos y funciones
representativos de la especie en cuestión. Esta interdependencia, entre la compleja estructura de la tierra y
su correcto funcionamiento como unidad de energía, es uno de sus atributos básicos.
Cuando se altera una parte del circuito, muchas otras tienen que ajustarse también. El cambio no
siempre obstruye o desvía el flujo de la energía; la evolución es una larga serie de cambios autoinducidos
cuyo resultado neto ha sido la configuración del mecanismo del flujo y la ampliación del circuito. Sin
embargo los cambios de la evolución suelen ser lentos y locales. Con la invención de las herramientas, el
hombre se ha capacitado para hacer cambios de una violencia, rapidez y alcance sin precedentes.
Uno de esos cambios es en la composición de la flora y la fauna. Los grandes depredadores han sido
expulsados del vértice de la pirámide; por primera vez en la historia, las cadenas alimenticias se vuelven
más cortas en lugar de alargarse. Las especies silvestres son sustituidas por especies domésticas de otras
latitudes, y las primeras son llevadas a nuevos hábitat. En este intercambio mundial de floras y faunas,
algunas especies rebasan los límites y se vuelven plagas y enfermedades, mientras que otras se extinguen.

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Esos efectos rara vez son intencionales o han sido previstos; representan reajustes de la estructura,
impredecibles y a menudo imposibles de rastrear. La ciencia de la agronomía es, en gran parte, una carrera
entre la aparición de nuevas plagas y el desarrollo de nuevas técnicas para controlarlas.
Otro cambio afecta al flujo de energía a través de plantas y animales, para luego regresar al suelo.
La fertilidad es la capacidad del suelo para recibir, almacenar y liberar energía. La agricultura, por el uso
excesivo del suelo o por la sustitución demasiado radical de especies nativas domésticas por otras en la
superestructura, puede trastornar los conductores del flujo o agotar la energía almacenada. Los suelos que
son despojados de esa energía o de la materia orgánica que la sostiene se deslavan antes que se formen
nuevas capas. En eso consiste la erosión.
El agua, al igual que el suelo, forma parte del circuito de la energía. La industria, al contaminar las
aguas u obstruir su flujo por medio de represas, puede llegar a excluir a las plantas y los animales
necesarios para mantener la energía en circulación.
El transporte trae consigo otro cambio fundamental: ahora las plantas o animales que crecen en una
región son consumidas y regresan al suelo en otra región. El transporte lleva la energía almacenada en las
rocas y en el aire a otros lugares; así, fertilizamos el huerto con nitrógeno procedente del guano de aves
que se alimentaron de peces en mares que están al otro lado del ecuador. De este modo, los circuitos antes
localizados y contenidos en sí mismos son mezclados ahora a escala mundial.
El proceso por el cual se modifica la pirámide por la presencia del hombre libera energía
almacenada y con frecuencia, cuando llegan los primeros colonizadores, da lugar a una engañosa
exuberancia de vida animal y vegetal, tanto silvestre como doméstica. Esas emisiones de capital biótico
tienden a enmascarar o aplazar las tristes consecuencias de tal violencia.
* * *
Este bosquejo práctico de la tierra como un circuito de energía contiene tres ideas básicas:
1) Que la tierra no es tan sólo el suelo.
2) Que las plantas y animales nativos mantenían abierto el circuito de la energía, mientras que otros
pueden hacerlo o no.
3) Que los cambios provocados por el hombre son de distinto orden que los cambios de la
evolución, y tienen efectos más comprehensivos de lo previsto o deseado.
En forma colectiva, esas ideas plantean dos cuestiones básicas: ¿Es posible que la tierra se ajuste
por sí misma al nuevo orden? ¿Es posible introducir con menos violencia las modificaciones deseadas?
Las biotas parecen diferir en su capacidad para soportar la conversión violenta. Por ejemplo, Europa
occidental sustenta hoy una pirámide muy distinta de la que César conoció en sus tiempos. Se han perdido
algunos animales grandes; los bosques pantanosos se han convertido en prados o campos de cultivo; se
han introducido muchos nuevos animales y plantas, algunos de los cuales se salen de control y se vuelven
plagas. También ha habido grandes cambios en la distribución y la abundancia de la restante flora y fauna

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nativas. Sin embargo, el suelo sigue estando allí y, con la ayuda de nutrimentos importados, aún es fértil;
las aguas fluyen normalmente; la nueva estructura parece funcionar y persistir. No se perciben
interrupciones o desajustes visibles en el circuito.
Así pues, Europa occidental tiene una biota resistente. Sus procesos internos son robustos, elásticos
y soportan la tensión. No importa cuán violentas sean las alteraciones, la pirámide ha logrado desarrollar,
hasta ahora, nuevos modus vivendi que preservan su habitabilidad para el hombre y la mayoría de las
plantas y animales nativos.
Según parece, Japón es otro ejemplo de conversión radical sin desorganización.
La mayoría de las demás regiones civilizadas, y también algunas que apenas han sido tocadas por la
civilización, exhiben diversos grados de desorganización, desde los síntomas iniciales hasta la devastación
avanzada. En Asia Menor y el norte de África, el diagnóstico es confuso en virtud de los cambios
climáticos, pues éstos pudieron haber sido la causa o el efecto del alto grado de destrucción. En los
Estados Unidos, el grado de desorganización varía según el lugar; es peor en el sudoeste, las montañas
Ozark y algunos lugares del sur, y más leve en Nueva Inglaterra y el noroeste. Con un mejor uso de la
tierra, todavía es posible contener los daños en las regiones menos estropeadas. En diversas partes de
México, América del Sur, Sudáfrica y Australia está en marcha un deterioro violento y cada día más
acelerado, cuyas perspectivas no puedo calcular.
Este despliegue de desorganización de la tierra en casi todo el mundo se asemeja a la enfermedad en
los animales, salvo que nunca culmina con la desorganización total, o la muerte. La tierra logra
recuperarse, pero en un nivel de complejidad más bajo y con una menor capacidad de carga, en términos
de personas, plantas y animales. Muchas biotas a las que hoy se considera como ‘tierras de la
oportunidad’ subsisten en realidad a base de la agricultura de explotación; esto indica que ya han rebasado
su capacidad de sustentación sostenible. La mayor parte de América del Sur está sobrepoblada en este
sentido.
En las regiones áridas tratan de compensar el proceso de deterioro mediante la rehabilitación de
tierras, pero es evidente que las perspectivas de longevidad de los proyectos en cuestión suelen ser
efímeras. Incluso aquí, en Occidente, los mejores de esos planes no durarán quizá ni siquiera un siglo.
La evidencia conjunta de la historia y la ecología parece respaldar una deducción general: cuanto
menos violentos son los cambios provocados por el hombre, tanto mayor es la probabilidad de que la
pirámide se reajuste con éxito. La violencia, a su vez, varía según la densidad de la población humana;
una población densa requiere una conversión más violenta. A este respecto, América del Norte tiene
mejores probabilidades de permanencia que Europa, si logra limitar su densidad demográfica.
Esta deducción contradice nuestra filosofía actual, la cual supone que si un pequeño incremento de
densidad enriqueció la vida humana, un incremento ilimitado la enriquecerá infinitamente. La ecología no
conoce ninguna relación de densidad que pueda sostenerse si los límites son de amplitud indefinida. Todas
las ganancias procedentes de la densidad están sometidas a una ley de beneficios decrecientes.

Traducción: CLAES - Centro Latino Americano de Ecologia Social. http://mercaba.org/K/Ecologia/La%20%C3%A9tica%20de%20la%20tierra.htm


Cualquiera que sea la ecuación empleada para describir al hombre y la tierra, no es probable que
conozcamos aún todos sus términos. Descubrimientos recientes acerca de los minerales y las vitaminas en
la nutrición revelan dependencias insospechadas en el circuito ascendente: cantidades increíblemente
minúsculas de ciertas sustancias determinan el valor de los suelos para las plantas, y el de las plantas para
los animales. ¿Qué sucede con el circuito descendente? ¿Y de la desaparición de especies, cuya
preservación hoy nos parece sólo un lujo estético? Ellas ayudaron a formar el suelo; ¿en qué formas
insospechadas pueden ser esenciales para su mantenimiento? El profesor Weaver propone el uso de flores
de pradera para la refloculación de los suelos erosionados del Dustbowl1. ¿Quién sabe para qué propósitos
se podría utilizar en el futuro a las grullas y los cóndores, las nutrias y los osos grises?

La salud de la tierra y la división AB


La ética de la tierra refleja entonces la existencia de una conciencia ecológica, y ésta, a su vez,
denota una convicción de responsabilidad individual por la salud de la tierra. La salud es la capacidad de
la tierra para autorrenovarse. La conservación es nuestro esfuerzo por entender y preservar esa capacidad.
Los conservacionistas son notorios por sus discrepancias. En una visión superficial parecería que
eso sólo aumenta la confusión, pero un examen más cuidadoso revela un mismo binomio de disidencia,
que se extiende a muchos campos especializados. En cada especialidad, un grupo (A) considera que la
tierra sólo es el suelo, y su función es la de ser un productor de productos; otro grupo (B) ve a la tierra
como una biota y cree que su función es más amplia. Debe admitirse que esa mayor amplitud está todavía
en un estado de duda y confusión.
En mi especialidad, la silvicultura, el grupo A está muy satisfecho cultivando árboles como si fueran
coles y ve la celulosa como el producto forestal básico. No siente inhibición alguna ante la violencia y su
ideología es agronómica. Por otra parte, el grupo B, ve la silvicultura como algo fundamentalmente
diferente de la agronomía, porque usa especies naturales y gestiona un medio ambiente natural, en lugar
de crear otro artificial. En principio, el grupo B prefiere la reproducción natural. Tanto por razones
bióticas como económicas, se preocupa por la pérdida de especies, como el castaño, y por el peligro de
que se extinga el pino blanco. Se interesa por toda una serie de funciones forestales secundarias: fauna
silvestre, recreación, cuencas acuíferas y tierras silvestres. A mi juicio, el grupo B tiene una incipiente
conciencia ecológica.
Existe una división paralela sobre la vida silvestre. Para el grupo A, los productos básicos son el
deporte y la carne; las medidas de la producción son el volumen de las capturas de faisanes y truchas. La
propagación artificial es aceptable como un recurso temporal que puede ser también permanente -si su
costo unitario lo permite. Por otra parte, el grupo B se interesa por una serie de cuestiones bióticas
colaterales. ¿Qué costo se debe pagar, en términos de depredadores, para producir una cosecha de
1 Dustbowl: El fenómeno de los años 1930 conocido como Dust Bowl (literalmente, 'Cuenco de Polvo') fue uno de los
peores desastres ecológicos del siglo XX. La sequía afectó a las llanuras y praderas que se extienden desde el golfo de
México hasta Canadá. La sequía se prolongó al menos entre 1932 y 1939, y fue precedida por un largo periodo de
precipitaciones por encima de la media. El efecto dust bowl fue provocado por condiciones persistentes de sequía,
favorecidas por años de prácticas de manejo del suelo que dejaron al mismo susceptible a la acción de las fuerzas del
viento. (https://es.wikipedia.org/wiki/Dust_Bowl)

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animales de caza? ¿Debemos recurrir más a menudo a especies exóticas? ¿Cómo puede lograrse,
mediante la administración, que se restituyan las especies disminuidas, como los gallos de la pradera, que
ya se han perdido irremisiblemente para la cacería? ¿Cómo puede la gestión restablecer las especies raras
amenazadas, como el cisne trompetero y la grulla blanca? ¿Son aplicables los principios de la
administración a las flores silvestres? En esto vuelvo a percibir con claridad la misma división AB que
existe en la silvicultura.
Estoy menos capacitado para hablar del ámbito general de la agricultura, pero creo que existe en
ella una división más o menos similar. La agricultura científica se desarrolló activamente antes que
naciera la ecología, por lo cual cabe esperar que los conceptos ecológicos penetrarán más lentamente en
ella. Así mismo el granjero, por el carácter de sus técnicas, debe modificar la biota en forma más radical
que el silvicultor o el administrador de la vida silvestre. Sin embargo, en la agricultura hay muchos
descontentos que, en conjunto, parecen anunciar una nueva visión de "cultivo biótico".
Lo más importante de eso es quizá la nueva evidencia de que el peso o el volumen no son una
medida fiel del valor alimenticio de los cultivos agrícolas; los productos de un suelo fértil pueden ser
superiores tanto cualitativa como cuantitativamente. Es posible elevar el peso de las cosechas obtenidas
en suelos agotados, agregando fertilizantes importados, pero eso no enriquece necesariamente su valor
alimenticio. Las potenciales consecuencias de esta idea son tan inmensas, que debo ceder la tarea de
describirlas a otros autores más aptos.
El descontento cuya bandera es "el cultivo orgánico", mientras posee ciertos rasgos propios de un
culto, tiene sin embargo una orientación biótica, particularmente porque insiste en la importancia de la
flora y la fauna en relación con el suelo.
Los fundamentos ecológicos de la agricultura son tan poco conocidos por el público como otros
aspectos del uso de la tierra. Por ejemplo, pocas personas instruidas comprenden que los maravillosos
adelantos técnicos logrados en las últimas décadas son perfeccionamientos de la bomba, pero no del pozo.
Hectárea por hectárea, esos avances apenas han bastado para compensar la caída en el nivel de fertilidad.
En todas estas divisiones vemos que se repiten las mismas paradojas básicas: el hombre como
conquistador versus el hombre como ciudadano biótico; la ciencia como afilador para su espada versus la
ciencia como faro buscador para explorar su universo; la tierra como esclava y sierva versus la tierra
como organismo colectivo. La interdicción de Robinson a Tristram se puede aplicar, en esta coyuntura, al
Homo sapiens como una especie en el tiempo geológico:

Te agrade o no,
Eres un rey, Tristam, porque eres uno
de los pocos que han pasado la Prueba del tiempo y al dejar el mundo
Éste ya no es el mismo de antes:
Tú has dejado huella.

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La perspectiva
Me parece inconcebible que pueda existir una relación ética con la tierra sin amor, respeto y
admiración por ella, y sin un alto aprecio de su valor. Por supuesto, por valor quiero decir algo más
amplio que la simple utilidad económica; me refiero al valor en sentido filosófico.
El obstáculo más grave que impide la evolución de la ética de la tierra es quizá el hecho de que
nuestro sistema educacional y económico se ha alejado de la conciencia de la tierra, en lugar de acercarse
a ella. El ser moderno está separado de la tierra por muchos intermediarios y por una infinidad de
dispositivos físicos. No tiene una relación vital con ella; la ve únicamente como el espacio que está entre
las ciudades, allí donde crecen las cosechas. Déjelo solo todo un día en la campiña y, si no se trata de un
campo de golf o un paisaje "escénico", se aburrirá terriblemente. Si fuera posible obtener cosechas por
hidroponia en lugar de la labranza, a él le sentaría muy bien. Los sustitutos sintéticos de la madera, el
cuero, la lana y otros productos naturales de la tierra le gustan más que los materiales genuinos. En suma,
la tierra es algo que él ‘ya ha dejado atrás’.
Otro obstáculo casi igualmente grave para la ética de la tierra es la actitud del granjero para quien
ésta sigue siendo un adversario o un capataz que lo esclaviza. En teoría, la mecanización de la agricultura
libera de sus cadenas al agricultor, pero es discutible que lo haya hecho en realidad.
Uno de los requisitos para la comprensión ecológica de la tierra es el conocimiento de la ecología,
pero esto no está incluido de ningún modo en la ‘educación’, de hecho, gran parte de la educación
superior parece eludir deliberadamente los conceptos ecológicos. El conocimiento de la ecología no
siempre obtiene en los cursos que ostentan un título ecológico, pues es igualmente probable que lleve las
etiquetas de geografía, botánica, agronomía, historia o economía. Esto no nos debe extrañar, pero
cualquiera que sea la etiqueta, la educación ecológica es escasa.
La causa de la ética de la tierra parecería perdida si no fuera por la minoría que se ha levantado en
obvia oposición a esas tendencias "modernas".
El "obstáculo clave" que es necesario suprimir para liberar el proceso evolutivo capaz de darnos una
ética es simplemente éste: dejar de pensar en el uso apropiado de la tierra como un problema
exclusivamente económico. Examinar cada cuestión en términos de lo que es correcto en los aspectos
ético y estético, además de que sea económicamente productivo. Una cosa es correcta cuando tiende a
preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es incorrecta cuando no tiende a
esos fines.
Por supuesto, no hace falta decir que la factibilidad económica limita el alcance de lo que se puede
o no se puede hacer por la tierra. Siempre ha sido así y siempre lo será. La falacia que los deterministas de
la economía nos han atado al cuello de todos nosotros, y que ahora debemos desechar, es la creencia de
que a economía determina todos los usos de la tierra. Eso simplemente no es verdad. Un cúmulo infinito
de acciones y actitudes, que forman quizá la mayor parte de las relaciones con la tierra, no está
determinado por los recursos económicos, sino por los gustos y predilecciones de los usuarios finales. La

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mayor parte de las relaciones con la tierra se basa en la dedicación de tiempo, previsión, habilidad y fe,
más que en la inversión de dinero. El modo de pensar del usuario de la tierra determina su forma de ser.
Con toda intención he presentado la ética de la tierra como un fruto de la evolución social, porque
nunca se ha "escrito" nada tan importante como una ética. Sólo el estudioso más superficial de la historia
supone que Moisés "escribió" los Mandamientos; éste evolucionó en la mente de una comunidad pensante
y Moisés redactó el resumen provisional de esos conceptos para un ‘seminario’. Digo provisional porque
la evolución nunca se detiene.
La evolución de la ética de la tierra es un proceso intelectual y también emocional. El camino de la
conservación está empedrado de buenas intenciones que a la postre resultaron inútiles o incluso
peligrosas, porque estaban desprovistas del conocimiento crítico acerca de la tierra o su uso eficiente. Lo
considero una verdad evidente decir que a medida que la frontera ética avanza del individuo a la
comunidad, su contenido intelectual se enriquece.
El mecanismo de operación es el mismo en cualquier ética: la aprobación social para las acciones
correctas y la desaprobación social para las incorrectas.
En términos generales, nuestro problema actual es de actitudes e implementos. Estamos
remodelando la Alhambra con una pala de vapor y nos sentimos orgullosos de la rapidez de nuestro
avance. Nos es difícil renunciar a la pala mecánica, que después de todo tiene muchas ventajas, pero
necesitamos un criterio más amable y objetivo para utilizarla con éxito.

Traducción: CLAES - Centro Latino Americano de Ecologia Social. http://mercaba.org/K/Ecologia/La%20%C3%A9tica%20de%20la%20tierra.htm

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