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Cuando Odiseo, casi un dios, regresó de las guerras de Troya, ahorcó de una misma cuerda a una
docena de jóvenes esclavas que formaban parte de su patrimonio familiar, porque sospechó que se habían
comportado mal durante su ausencia.
El colgarlas no involucraba una cuestión de decoro. Las muchachas eran su propiedad, y entonces,
como ahora, se imponía el sentido práctico, no las consideraciones acerca del bien y el mal.
Los conceptos del bien y el mal no eran desconocidos en la Grecia de Odiseo: lo atestigua la
fidelidad de su esposa, quien lo esperó largos años hasta que por fin las negras proas de sus navíos viraron
en los mares color vino tinto rumbo al hogar. La estructura ética de esos días se aplicaba a las esposas,
pero todavía no se incluía en ella a los vasallos. Durante los tres mil años que han transcurrido desde
entonces, los criterios éticos se han expandido a muchas otros campos de la conducta, con la consecuente
contracción de los ámbitos donde el único criterio de juicio es únicamente la conveniencia práctica.
La secuencia ética
Esta ampliación de la ética, que hasta ahora sólo ha sido estudiada por los filósofos, es en realidad
un proceso en la evolución ecológica. Sus secuencias se pueden describir tanto en términos ecológicos
como filosóficos. Ecológicamente, la ética es una limitación que se le impone a la libertad de acción, en la
lucha por la existencia. Filosóficamente, la ética es lo que permite diferenciar la conducta social de la
antisocial. Son dos definiciones de la misma cosa. ésta tuvo su origen en la tendencia de los individuos o
grupos interdependientes a desarrollar modalidades de cooperación. El ecólogo las llama simbiosis. La
política y la economía son simbiosis avanzadas donde la competencia original de libertad para todos, ha
sido reemplazada, en parte, por mecanismos de cooperación dotados de un contenido ético.
La complejidad de los mecanismos cooperativos ha aumentado con la densidad de la población y la
eficacia de las herramientas. Por ejemplo, era más sencillo definir los usos antisociales de los mazos y
piedras, en la época de los mastodontes, que los de las balas y la publicidad en la era de los motores.
El concepto de comunidad
Toda la ética que ha evolucionado hasta la fecha se basa en una sola premisa: que el individuo es
miembro de una comunidad formada por partes independientes. Sus instintos lo inducen a competir por su
propio sitio en la comunidad, pero su ética lo induce también a cooperar (tal vez para que pueda existir un
lugar por el cual sea pueda competir).
La ética de la tierra simplemente amplia las fronteras de la comunidad para incluir el suelo, agua,
plantas y animales, o colectivamente: la tierra.
Esto parece simple: ¿acaso hemos dejado de exaltar nuestro amor y nuestro deber ante la tierra de
los libres y el hogar de los valientes? Sí, pero ¿qué y a quiénes amamos? Ciertamente no amamos a los
suelos, pues dejamos que se pierdan arrastrados por el agua que baja hacia los ríos. Ciertamente tampoco
amamos al agua, ya que no le reconocemos otra función que mover las turbinas, hacer flotar a los barcos y
arrastrar nuestros desechos cloacales. Ciertamente no amamos tampoco a las plantas, ya que
exterminamos comunidades enteras de ellas sin parpadear. Ciertamente tampoco a los animales, de los
cuales ya hemos acabado con muchas de las especies más grandes y hermosas. Una la ética de la tierra por
cierto no puede proscribir la modificación, administración y utilización de esos “recursos”, pero sí afirma
sus derechos a seguir existiendo y que por lo menos en algunos lugares continúen su existencia en estado
natural.
La conciencia ecológica
La conservación es un estado de armonía entre los hombres y la tierra. A pesar de casi un siglo de
propaganda la conservación sigue avanzando a paso de tortuga; el progreso todavía consiste sobre todo en
membretes piadosos y oratoria de convención. En el campo, todavía damos dos pasos hacia atrás por cada
paso hacia adelante.
La respuesta usual a este dilema es "más educación para la conservación". Nadie discute esto, pero
¿será verdad que sólo se debe aumentar el volumen de educación? ¿No faltará algo también en el
contenido?
Es difícil presentar un sumario justo de dicho contenido, pero, según lo entiendo, consiste
sustancialmente en esto: obedecer la ley, ejercer el derecho de voto, afiarte a unas organizaciones y
practicar la forma de conservación que sea rentable en tu tierra; el Estado hará el resto.
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La pirámide de la tierra
Una ética que sirva de complemento y guía para la relación económica con la tierra presupone la
existencia de una imagen mental de ésta como un mecanismo biótico. Sólo podemos ser éticos en relación
con algo que podamos ver, palpar, entender o amar, o en lo cual tengamos fe por alguna otra razón.
La imagen que se suele invocar en la educación para la conservación es la del ‘equilibrio de la
naturaleza’. Por razones demasiado largas para detallarlas aquí, esta expresión no describe con precisión
lo poco que sabemos sobre el mecanismo de la tierra. Es mucho más veraz la imagen que se emplea en la
ecología: la pirámide biótica. Describiré primero la pirámide como símbolo de la tierra y después
desarrollaré alguna de sus consecuencias para el uso de la misma.
Las plantas absorben energía del sol. Esta energía fluye en un circuito llamado biota y que se puede
representar como una pirámide formada por varios niveles. El nivel de la base es el suelo. En él se apoya
el nivel que corresponde a las plantas, el de los insectos se apoya en el de las plantas, la capa de las aves y
roedores se asienta en la de los insectos, y así se asciende a través de diversos grupos de animales hasta
llegar al nivel superior, constituido por los grandes carnívoros.
Las especies que conforman cada nivel no son similares por su procedencia o su aspecto exterior,
sino por lo que comen. Para alimentarse, y a menudo también para otros servicios, cada capa sucesiva
depende de las que están más abajo, y cada una aporta, a su vez, alimentos y servicios a las de más arriba.
A medida que ascendemos, cada capa presenta menos abundancia numérica. Así pues, por cada carnívoro
hay cientos de animales que son sus presas, millares de seres que alimentan a éstos, millones de insectos e
incontables plantas. La forma piramidal del sistema refleja esta progresión numérica desde el vértice hasta
la base. El hombre comparte una de las capas intermedias con el oso, el mapache y la ardilla, ya que todos
ellos comen carne y también vegetales.
Te agrade o no,
Eres un rey, Tristam, porque eres uno
de los pocos que han pasado la Prueba del tiempo y al dejar el mundo
Éste ya no es el mismo de antes:
Tú has dejado huella.