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Caso típico: niños que llegan a casa con el anuncio de que tienen
que pergeñar un proyecto para una feria de ciencias del
colegio. Padres horrorizados que se lanzan a suplicar la intercesión de
San Google. Y de ahí salen los grandes clásicos: el volcán de
bicarbonato y vinagre, el huevo blando, los papelitos de pH,
experimentos con globos, cristalización, agua que se calienta, se enfría o
se desala, demostraciones variadas de los usos de la electricidad…
Ya expliqué aquí que, frente a esa idea clásica de que los humanos
somos como una suerte de presidentes del consejo de
administracion de los seres terrícolas, en realidad somos el último
mono (nunca mejor dicho). Las últimas versiones de la taxonomía de la
vida terrestre nos sitúan a todos los animales (junto con los hongos) en la
minúscula ramita de los opistocontos, que les costará encontrar en esta
versión actualizada del árbol de la vida (pista: esquina inferior derecha).
La inmensa mayoría del ramaje de este árbol corresponde a bacterias y
arqueas (antes llamadas arqueobacterias). Y la cosa no para ahí: es
probable que andando el tiempo nos convirtamos en una pequeña
verruga del grupo de las arqueas, ya que descendemos de ellas.
El árbol de la vida. Imagen de Hug et al, 2016.
Esta introducción tiene como objetivo situar a las especies, nosotros y los
microbios, en el contexto de lo que realmente representamos en este
planeta. ¿Y dónde están todos esos microbios? En todas partes:
alrededor de nosotros, encima de nosotros y dentro de
nosotros. Pero no hay que asustarse: la mayoría de los que conviven
con nosotros son inofensivos o beneficiosos, y de hecho a un microbioma
sano le debemos nuestra propia salud. En este experimento vamos a
descubrir la diversidad microbiana que nos rodea y que habita también
en nosotros.
Materiales:
Una vez que tenemos los materiales, se trata de elegir los lugares que
vamos a muestrear para sembrar sus microbios en las placas y
observar qué crece. Nosotros elegimos esta lista de muestreos:
corporales (nariz, boca, heces), ambiente casero (tabla de cortar
alimentos, suelo, teclado de ordenador, tablet, pomo de puerta, váter,
yogur) y ambiente exterior (un estanque). Pero la imaginación es libre, y
hagan lo que hagan será algo nuevo: los microbiólogos han tomado
muestras de los ambientes de otras personas, pero no del de ustedes. Si
les apetece, prueben a experimentar: estornudar o toser en una placa,
lavarse las manos y luego poner los dedos sobre el agar…
Ahora toca tomar las muestras. Para los lugares húmedos, como la
boca, bastará con chupar bien el bastoncillo. Cuando se trata de lugares
secos, como el suelo o la tablet, la técnica consiste en humedecer el
bastoncillo con suero estéril y repasarlo con fuerza sobre un pequeño
pedazo de superficie, como un cuadrado de unos centímetros de lado. Es
importante girar el bastoncillo mientras se toma la muestra para que toda
su superficie se impregne de microbios. Y una vez recogida la muestra,
escurran el bastoncillo contra la superficie para eliminar la humedad
sobrante y no inundar las placas.