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1.

EL NIÑO Y LOS CLAVOS

Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa con clavos y
le dijo que cada vez que perdiera la calma, clavase un clavo en la cerca del patio de la
casa. El primer día, el niño clavó 37 clavos. Al día siguiente, menos, y así el resto de los
días. Él pequeño se iba dando cuenta que era más fácil controlar su genio y su mal carácter
que tener que clavar los clavos en la cerca. Finalmente llegó el día en que el niño no
perdió la calma ni una sola vez y fue alegre a contárselo a su padre. ¡Había conseguido,
finalmente, controlar su mal temperamento! Su padre, muy contento y satisfecho, le
sugirió entonces que por cada día que controlase su carácter, sacase un clavo de la cerca.
Los días pasaron y cuando el niño terminó de sacar todos los clavos fue a decírselo a su
padre.

Entonces el padre llevó a su hijo de la mano hasta la cerca y le dijo: – “Has trabajo duro
para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate en todos los agujeros que
quedaron. Jamás será la misma. Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas
con mal genio, enfado y mal carácter dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca.
Ya no importa que pidas perdón. La herida siempre estará allí. Y una herida física es igual
que una herida verbal. Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas
joyas a quienes hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchan,
comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte”. Las
palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos, hicieron con que el
niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y colorín colorado, este cuento
se ha acabado.
2. EL PAPEL Y LA TINTA

Había una hoja de papel sobre una mesa,


junto a otras hojas iguales a ella, cuando una
pluma, bañada en negrísima tinta, la manchó
completa y la llenó de palabras. “¿No podrías
haberme ahorrado esta humillación?”, dijo
enojada la hoja de papel a la tinta. “Tu negro
infernal me ha arruinado para siempre”. “No
te he ensuciado”, repuso la tinta. “Te he
vestido de palabras. Desde ahora ya no eres
una hoja de papel sino un mensaje. Custodias
el pensamiento del hombre. Te has convertido
en algo precioso”. En ese momento, alguien
que estaba ordenando el despacho, vio
aquellas hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Sin embargo, reparó en la hoja
“sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra.
Luego, arrojó el resto al fuego.

3. UGA, LA TORTUGA

¡Caramba, todo me sale mal!, se lamentaba


constantemente Uga, la tortuga. Y no era para
menos: siempre llegaba tarde, era la última en
terminar sus tareas, casi nunca ganaba premios por
su rapidez y, para colmo era una dormilona. ¡Esto
tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de
que sus compañeros del bosque le recriminaran por
su poco esfuerzo. Y optó por no hacer nada, ni siquiera tareas tan sencillas como
amontonar las hojitas secas caídas de los árboles en otoño o quitar las piedrecitas del
camino a la charca. –“¿Para qué preocuparme en hacerlo si luego mis compañeros lo
terminarán más rápido? Mejor me dedico a jugar y a descansar”. – “No es una gran idea”,
dijo una hormiguita. “Lo que verdaderamente cuenta no es hacer el trabajo en tiempo
récord, lo importante es hacerlo lo mejor que sepas, pues siempre te quedarás con la
satisfacción de haberlo conseguido.

No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren más tiempo
y esfuerzo. Si no lo intentas, nunca sabrás lo que eres capaz de hacer y siempre te quedarás
con la duda de qué hubiera sucedido si lo hubieras intentado alguna vez. Es mejor
intentarlo y no conseguirlo, que no hacerlo y vivir siempre con la espina clavada. La
constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos proponemos,
por eso te aconsejo que lo intentes. Podrías sorprenderte de lo que eres capaz”. –
“¡Hormiguita, tienes razón! Esas palabras son lo que necesitaba: alguien que me ayudara
a comprender el valor del esfuerzo, prometo que lo intentaré. Así, Uga, la tortuga, empezó
a esforzarse en sus quehaceres. Se sentía feliz consigo misma pues cada día lograba lo
que se proponía, aunque fuera poco, ya que era consciente de que había hecho todo lo
posible por conseguirlo. – “He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse
metas grandes e imposibles, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a
objetivos mayores”.
4. CARRERA DE ZAPATILLAS

Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano
porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos
junto al lago. También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan
presumida que no quería ser amiga de los demás animales, así que comenzó a burlarse de
sus amigos: – Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta. – Jo, jo, jo,
jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo. – Je, je, je, je, se reía del elefante por su
trompa tan larga. Y entonces, llegó la hora de la largada. El zorro llevaba unas zapatillas
a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El mono llevaba
unas zapatillas verdes con lunares anaranjados. La tortuga se puso unas zapatillas blancas
como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso
a llorar desesperada. Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus
zapatillas! – “Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude!” – gritó la jirafa. Y todos los animales
se quedaron mirándola.

El zorro fue a hablar con ella y le dijo: – “Tú te reías de los demás animales porque eran
diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos
podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitemos”. Entonces la jirafa pidió perdón
a todos por haberse reído de ellos. Pronto vinieron las hormigas, que treparon por sus
zapatillas para atarle los cordones. Finalmente, se pusieron todos los animales en la línea
de partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA! Cuando terminó la carrera, todos
festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además había aprendido lo que
significaba la amistad.
5. UN CONEJO EN LA VÍA

Daniel se divertía dentro del coche con su hermano menor, Carlos. Iban de paseo con sus
padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y elevarían sus nuevas
cometas. Sería un paseo inolvidable. De pronto el coche se detuvo con un brusco frenazo.
Daniel oyó a su padre exclamar con voz ronca: – “¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!” –
“¿A quién, a quién?”, le preguntó Daniel. – “No se preocupen”, respondió su padre-. “No
es nada”. El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio,
empezó a sonar una canción de moda en los altavoces. – “Cantemos esta canción”, dijo
mirando a los niños en el asiento de atrás.

La mamá comenzó a tararear una canción. Sin embargo, Daniel miró por la ventana
trasera y vio tendido sobre la carretera a un conejo. – “Para el coche papi”, gritó Daniel.
“Por favor, detente”. – “¿Para qué?”, respondió su padre. – “¡El conejo se ha quedado
tendido en la carretera!” – “Dejémoslo”, dijo la madre. “Es solo un animal”. – “No, no,
detente. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de animales”. Los dos niños estaban
muy preocupados y tristes. – “Bueno, está bien”- dijo el padre dándose cuenta de su error.
Y dando la vuelta recogieron al conejo herido. Sin embargo, al reiniciar su viaje una
patrulla de la policía les detuvo en el camino para alertarles sobre que una gran roca había
caído en el camino y que había cerrado el paso.

Entonces decidieron ayudar a los policías a retirar la roca. Gracias a la solidaridad de


todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al veterinario, donde curaron la
pata al conejo. Los papás de Daniel y Carlos aceptaron a llevarlo a su casa hasta que se
curara. Y unas semanas más tarde toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el
bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más feliz
estando en libertad.
6. LA SEPULTURA DEL LOBO

Hubo una vez un lobo muy rico pero muy avaro. Nunca dio ni un poco de lo mucho que
le sobraba. Sin embargo, cuando se hizo viejo, empezó a pensar en su propia vida, sentado
en la puerta de su casa. Un burrito que pasaba por allí le preguntó: “¿Podrías prestarme
cuatro medidas de trigo, vecino?”. “Te daré ocho, si prometes velar por mi sepulcro en
las tres noches siguientes a mi entierro”. “Está bien”, dijo el burrito. A los pocos días el
lobo murió y el burrito fue a velar su sepultura. Durante la tercera noche se le unió el pato
que no tenía casa. Y juntos estaban cuando, en medio de una espantosa ráfaga de viento,
llego el aguilucho y les dijo: “Si me dejáis apoderarme del lobo os daré una bolsa de oro”.
“Será suficiente si llenas una de mis botas”, le dijo el pato, que era muy astuto.

El aguilucho se marchó para regresar enseguida con un gran saco de oro, que empezó a
volcar sobre la bota que el sagaz pato había colocado sobre una fosa. Como no tenía suela
y la fosa estaba vacía no acababa de llenarse. El aguilucho decidió ir entonces en busca
de todo el oro del mundo. Y cuando intentaba cruzar un precipicio con cien bolsas
colgando de su pico, cayó sin remedio. “Amigo burrito, ya somos ricos”, dije el pato. “La
maldad del aguilucho nos ha beneficiado. Y ahora nosotros y todos los pobres de la ciudad
con los que compartiremos el oro nunca más pasaremos necesidades”, dijo el borrico. Así
hicieron y las personas del pueblo se convirtieron en las más ricas del mundo.
7. LA RATITA BLANCA

El hada soberana de las cumbres invitó un día a todas las hadas de las nieves a una fiesta
en su palacio. Todas acudieron envueltas en sus capas de armiño y guiando sus carrozas
de escarcha. Sin embargo, una de ellas, Alba, al oír llorar a unos niños que vivían en una
solitaria cabaña, se detuvo en el camino. El hada entró en la pobre casa y encendió la
chimenea. Los niños, calentándose junto a las llamas, le contaron que sus padres hablan
ido a trabajar a la ciudad y mientras tanto, se morían de frío y miedo. –“Me quedaré con
vosotros hasta que vuestros padres regresen”, prometió. Y así lo hizo, pero a la hora de
marcharse, nerviosa por el castigo que podía imponerle su soberana por la tardanza,
olvidó la varita mágica en el interior de la cabaña.

El hada de las cumbres miró con enojo a Alba. “No solo te presentas tarde, sino que
además lo haces sin tu varita? ¡Mereces un buen castigo!” Las demás hadas defendieron
a su compañera en desgracia. –“Sabemos que Alba no ha llegado temprano y ha olvidado
su varita. Ha faltado, sí, pero por su buen corazón, el castigo no puede ser eterno. Te
pedimos que el castigo solo dure cien años, durante los cuales vagara por el mundo
convertida en una ratita blanca”. Así que si veis por casualidad a una ratita muy linda y
de blancura deslumbrante, sabed que es Alba, nuestra hadita, que todavía no ha cumplido
su castigo.
8. LA AVENTURA DEL AGUA

Un día que el agua se encontraba en el soberbio


mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo.
Entonces se dirigió al fuego y le dijo: -“¿Podrías
ayudarme a subir más alto? El fuego aceptó y con
su calor, la volvió más ligera que el aire,
transformándola en un sutil vapor. El vapor subió
más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los
estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el
fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas
de vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a
juntarse, se volvieron más pesadas que el aire y cayeron en forma de lluvia. Habían subido
al cielo invadidas de soberbia y recibieron su merecido. La tierra sedienta absorbió la
lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante mucho tiempo prisionera en el suelo,
purgando su pecado con una larga penitencia.

9. LA GRATITUD DE LA FIERA

Androcles, un pobre esclavo de la antigua


Roma, en un descuido de su amo, escapó
al bosque. Buscando refugio seguro,
encontró una cueva y al entrar, a la débil
luz que llegaba del exterior, el joven
descubrió un soberbio león. Se lamía la
pata derecha y rugía de vez en cuando.
Androcles, sin sentir temor, se dijo: -“Este
pobre animal debe estar herido. Parece
como si el destino me hubiera guiado hasta
aquí para que pueda ayudarle. Vamos,
amigo, no temas, te ayudaré”. Así, hablándole con suavidad, Androcles venció el recelo
de la fiera y tanteó su herida hasta encontrar una flecha clavada profundamente. Se la
extrajo y luego le lavó la herida con agua fresca.

Durante varios días, el león y el hombre compartieron la cueva hasta que Androcles,
creyendo que ya no le buscarían se decidió a salir. Varios centuriones romanos armados
con sus lanzas cayeron sobre él y le llevaron prisionero al circo. Pasados unos días, fue
sacado de su pestilente mazmorra. El recinto estaba lleno a rebosar de gentes ansiosas de
contemplar la lucha. Androcles se aprestó a luchar con el león que se dirigía hacia él. De
pronto, con un espantoso rugido, la fiera se detuvo en seco y comenzó a restregar
cariñosamente su cabezota contra el cuerpo del esclavo. –“¡Sublime! ¡Es sublime! ¡César,
perdona al esclavo, pues ha sometido a la fiera!” -gritaban los espectadores. El emperador
ordenó que el esclavo fuera puesto en libertad. Sin embargo, lo que todos ignoraron era
que Androcles no poseía ningún poder especial y que lo que había ocurrido no era sino la
demostración de la gratitud del animal.
10. SECRETO A VOCES

Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero no sabía guardar
un secreto. –“¿Qué hablabas con el Gobernador?”, le preguntó a su padre, después de
intentar escuchar una larga conversación entre los dos hombres. –“Estábamos hablando
sobre el gran reloj que mañana, a las doce, vamos a colocar en el Ayuntamiento. Pero es
un secreto y no debes divulgarlo”. Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente
estaba en la plaza con todas sus compañeras de la escuela para ver cómo colocaban el
reloj en el ayuntamiento. Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que tal reloj no
existía. El Alcalde quiso dar una lección a su hija y en verdad fue dura, pues las niñas del
pueblo estuvieron mofándose de ella durante varios años. Eso sí, le sirvió para saber callar
a tiempo.
11. EL GIGANTE BONACHÓN.

Sofía era una niña de apenas 9 años, llena


de curiosidad pero muy tímida. Como no
tenía padres, vivía junto a otras niñas en
un orfanato de Inglaterra. Le gustaba
estar sola y no tenía muchos amigos. Un
día, o mejor dicho, una noche, algo le
llamó la atención. Esa noche Sofía no podía dormir, y se asomó a la ventana. Entonces le
vio: era grande, muy grande... era un ¡gigante!
Al principio Sofía tuvo miedo. Pensó que el gigante le haría daño. Pero el gigante le trató
desde el principio con dulzura. Resultó ser un gigante bonachón.
El gigante le llevó hasta el mundo en donde vivía. Le enseñó todos los secretos sobre su
país y su gente. Por ejemplo, le contó por qué los gigantes tienen esas orejas tan grandes...
¿Quieres saberlo? Chsss.... pero es un secreto: Los gigantes pueden oír gracias a sus
enormes orejas... ¡todos los secretos de las personas! Sí, los gigantes oyen sonidos que
nadie puede escuchar. Escuchan los pensamientos y son capaces de oír a los corazones
hablar.
Los gigantes son capaces de volar, siempre que se toman Gasipum, una bebida especial.
Además, corren muy deprisa, gracias a sus larguísimas piernas.
El gigante bonachón no lee cuentos, sino sueños. Sus libros están escritos con sueños que
consiguen cazar al vuelo. Gracias a los sueños que lee el gigante Bonachón, Sofía duerme
tranquila y sin pesadillas, y por muy tontos que parezcan esos sueños, siempre funcionan.
De hecho, el gigante Bonachón narra los sueños sobre los libros, unos libros mágicos.
Cuando empieza a contarlos, ya no pueden parar.
Pero no penséis que todos los gigantes son así de buenos. En el país de los gigantes,
también hay malos. De hecho, uno de ellos quería hacer daño a Sofía y a todos los niños
del planeta. El gigante bonachón decidió hacerles frente, con ayuda de Sofía y de la
mismísima reina de Inglaterra. Todos juntos (incluidos los sueños atrapados por el gigante
bonachón) pudieron parar a los gigantes malos.
Desde entonces, y para evitar nuevos problemas, los gigantes decidieron esconderse en
su mundo. Pero yo sé una cosa que muchos no saben: de vez en cuando, dejan entrar a
algún niño, para contarles todos sus secretos. Que, además, son muchos.
12. LA ESTRELLA Y SUS NUEVOS AMIGOS

Hace mucho tiempo una estrella se cayó


del cielo en medio de un bosque. El golpe
fue tremendo y en el acto empezó a nacerle
un chichón muy rojo.
Los animalitos que allí dormían pronto se
despertaron con el ruido.
- ¿Qué ha pasado? -se preguntaban todos
extrañados.
- Allí, en el medio del bosque, se ve una
luz, pero la luz de las luciérnagas es más
pequeñita -dijo la señora Ardilla.
La señora Zorra, el señor Buho, el abuelo Pájaro Carpintero, la señora Comadreja y la
señora Ardilla se acercaron al momento para averiguar qué había pasado. La estrella al
despertarse vio que muchos ojos la estaban observando.
- ¿Dónde estoy? ¿Quiénes sois vosotros? - dijo extrañada la estrella.
- Somos los amigos del bosque y estás en nuestra casa - contestó la señora Comadreja.
- ¡Pero yo no puedo estar aquí!, debo colgar en el cielo junto a mi mamá la Luna y mis
hermanas las estrellas - explicó.
- ¡No te preocupes! nosotros te ayudaremos a subir al cielo - cantaron todos a la vez -,
pero primero te curaremos - añadió la señora Zorra.
Mientras celebraban una reunión bajo el viejo pino todos los animalitos del bosque, para
ver cómo podían subir a la estrella al cielo, la señora Ardilla vendó el chichón de la estrella
con un bonito lazo verde que había fabricado con las hojas de un haya.
Unos apuntaban a que el abuelo Pájaro Carpintero la subiera a su lomo y volara por
encima de los árboles, pero ya estaba viejo y sabía que no podría subir tan alto. Otros
querían que la señora Ardilla trepara con la estrella entre las ramas de los árboles más
altos, pero temían que ésta se volviera a golpear.
Estuvieron horas pensando en posibles soluciones, pero nada parecía funcionar.
El señor Buho, que había estado todo el tiempo callado, finalmente se atrevió a hablar:
- Estornudaremos todos a la vez y provocaremos que la tierra se mueva y así expulsará
hacia arriba a la estrella. Pero debemos estornudar muy fuerte, para que nuestro resoplido
la impulse muy alto.
Todos aplaudieron la idea y acordaron estornudar muy, pero muy fuerte, al contar hasta
tres.
- Una, dos y tres -contó el señor Buho.
- ¡Achisssssssssssssssssssssssssssssssss! - estornudaron los animalitos del bosque.
La estrella saltó por los aires y subió al cielo junto a sus hermanas gracias a la ayuda
de todos sus nuevos amigos del bosque.
13. GRACIAS, BISABUELA

Quedaban pocos kilómetros


para llegar al
pueblo. Guadalupe iba
conocer a su bisabuela.
Estaba nerviosa. Había oído
hablar de ella en casa y no
podía creerse todo lo que se
decía de ella: que si había
tenido que emigrar, que si
había vivido la guerra, que
si se había enamorado de un mago... Al fin había llegado el gran momento.
Al descender del coche, Guadalupe vio a una mujer muy arrugada y chiquitita. Parecía
muy frágil y a punto de descomponerse. Sin embargo, sus grandes ojos azules
demostraban que aún quedaba mucha vida en ella. El abrazo entre ambas fue largo y
acogedor. Los brazos de su bisabuela le recordaron a los de su madre. Eran cálidos.
Su bisabuela cogió a Guadalupe de la mano y la llevó al jardín. Allí le regaló el que sería
el mejor de los regalos: una colcha hecha con retales de la ropa de su bisabuela, su
abuela, su madre y de ella cuando era bebé. Cada trozo contaba una historia y al tocarlo,
podía descubrir las aventuras que habían vivido las mujeres de su familia y cómo habían
hecho frente a los problemas que se les presentaban.
Al llegar la noche, Guadalupe durmió en una pequeña cama cubierta por esa colcha
mágica. Desde ese día nunca más volvió a tener pesadillas y cada mañana se levantaba
sabiendo que podría hacer cuánto quisiera en la vida, porque contaba con el apoyo y la
fuerza de las mujeres de su familia. Si ellas habían podido cumplir sus sueños, ella
también lo lograría: deseaba ser escritora.
Y es que Guadalupe no solo recibió ese día una colcha, sino que adquirió un pasado, el
pasado de su familia. Fue así como su primer libro narró la vida de cuatro mujeres que
se llamaban Guadalupe. Cada una había vivido un momento histórico, una situación
económica diferente, distintos problemas; pero todas ellas habían tenido la misma alegría:
tener una hija a la que llamaban Guadalupe. El libro fue todo un éxito y Guadalupe no
olvidaba darle las gracias todos los días a su bisabuela por haber sido siempre la memoria
de su familia.
14. La liebre y la tortuga.
En el mundo de
los animales
vivía una liebre
muy orgullosa y
vanidosa, que no
cesaba de
pregonar que ella
era el animal más
veloz del bosque,
y que se pasaba el
día burlándose de la lentitud de la tortuga.
- ¡Eh, tortuga, no corras tanto! Decía la liebre riéndose de la tortuga.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:
- Liebre, ¿vamos hacer una carrera? Estoy segura de poder ganarte.
- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la carrera.
La liebre, muy engreída, aceptó la apuesta prontamente.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho ha sido el
responsable de señalizar los puntos de partida y de llegada. Y así empezó la carrera:
Astuta y muy confiada en sí misma, la liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás,
tosiendo y envuelta en una nube de polvo. Cuando empezó a andar, la liebre ya se había
perdido de vista. Sin importarle la ventaja que tenía la liebre sobre ella, la tortuga seguía
su ritmo, sin parar.
La liebre, mientras tanto, confiando en que la tortuga tardaría mucho en alcanzarla, se
detuvo a la mitad del camino ante un frondoso y verde árbol, y se puso a descansar antes
de terminar la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga seguía caminando,
paso tras paso, lentamente, pero sin detenerse.
No se sabe cuánto tiempo la liebre se quedó dormida, pero cuando ella se despertó, vio
con pavor que la tortuga se encontraba a tan solo tres pasos de la meta. En un
sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas, pero ya era muy tarde: ¡la tortuga
había alcanzado la meta y ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que burlarse
jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza y de vanidad, es un
obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie, absolutamente nadie, es mejor
que nadie.
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que el
exceso de confianza puede ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
15. Daniel y las palabras mágicas

Te presento a Daniel, el gran mago de las palabras. El abuelo de Daniel es muy


aventurero y este año le ha enviado desde un país sin nombre, por su cumpleaños, un
regalo muy extraño: una caja llena de letras brillantes.

En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si las
regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas cosas: hacer reír al
que está triste, llorar de alegría, entender cuando no entendemos, abrir el corazón a los
demás, enseñarnos a escuchar sin hablar.

Daniel juega muy contento en su habitación, monta y desmonta palabras sin cesar. Hay
veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas, imaginarias, y es que
Daniel es mágico, es un mago de las palabras.

Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere. Es muy
divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la mañana un buenos días,
preciosa debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te quiero de
color azul.

Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen sentir
bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.

Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la cara de
felicidad de la gente cuando las oye. Sabe bien que las palabras amables son mágicas, son
como llaves que te abren la puerta de los demás.

Porque si tú eres amable, todo es amable contigo. Y Daniel te pregunta: ¿quieres


intentarlo tú y ser un mago de las palabras amables?

FIN
16. Santilín.

Santilin es un osito muy inteligente, bueno y respetuoso. Todos lo quieren mucho, y


sus amiguitos disfrutan jugando con él porque es muy divertido.

Le gusta dar largos paseos con su compañero, el elefantito. Después de la merienda se


reúnen y emprenden una larga caminata charlando y saludando a las mariposas que
revolotean coquetas, desplegando sus coloridas alitas.

Siempre está atento a los juegos de los otros animalitos. Con mucha paciencia trata de
enseñarles que pueden entretenerse sin dañar las plantas, sin pisotear el césped, sin
destruir lo hermoso que la naturaleza nos regala.

Un domingo llegaron vecinos nuevos. Santilin se apresuró a darles la bienvenida y


enseguida invitó a jugar al puercoespín más pequeño.

Lo aceptaron contentos hasta que la ardillita, llorando, advierte:

- Ay, cuidado, no se acerquen, esas púas lastiman.

El puercoespín pidió disculpas y triste regresó a su casa. Los demás se quedaron afligidos,
menos Santilin, que estaba seguro de encontrar una solución.

Pensó y pensó, hasta que, risueño, dijo:

- Esperen, ya vuelvo.

Santilin regresó con la gorra de su papá y llamó al puercoespín.

Le colocaron la gorra sobre el lomo y, de esta forma tan sencilla, taparon las púas para
que no los pinchara y así pudieran compartir los juegos.

Tan contentos estaban que, tomados de las manos, formaron una gran ronda
y cantaron felices.

FIN
17. Cuento corto del sistema solar.

Érase una vez, hace cientos de miles de años el


Sol no era más que una nube muy grande formada
por gas y polvo y flotaba en el espacio. El sol se
encontraba muy solo, no tenía amigos con los que
hablar.

Un día decidió hacer algo para poder estar acompañado en un espacio tan vacío, así que
llamó a la señora Gravedad que era muy seria pero le ayudaba a que el polvo y el gas
estuvieran unidos sin que salieran de su nube.
A la señora Gravedad le dio pena que el Sol estuviera tan sólo así que hizo uso de todas
sus fuerzas para que el polvo y el gas se juntaran más y más y más. Tanto se juntaron que
empezó a arder. El sol entonces se convirtió en una súper llama, enorme que daba mucha
luz y mucho calor.
Justo en el momento en el que el sol comenzó a arder, muchas piedrecitas salieron
disparadas hacia el espacio vacío, pero para que no se alejaran demasiado la señora
Gravedad las dejó flotando en el espacio cerca de la gran bola de fuego que era ahora el
Sol. Así comenzaron a girar a su alrededor todos estos pequeños trocitos, unos más
cerca y otros más lejos.
Años después de que pasara esto, el sol seguía solo, así que la señora Gravedad decidió
ir juntando poco a poco todos estos trocitos de piedras y se fueron formando bolas
grandes, de diferentes colores y tamaños. Así consiguió juntar 8 bolas y así nacieron los
planetas.
El Sol estaba muy contento y ahora sólo tenía que dar nombre a sus nuevos amigos:
- Tu que estás más cercano a mi como te mueves muy muy rápido te llamaré Mercurio.
- A ti, tan gracioso, que está detrás de Mercurio y giras al revés de tus hermanos te pondré
de nombre Venus.
- ¡Oh!- dijo sobresaltado al ver al siguiente lleno de agua y zonas de tierra- a ti te
llamaré Tierra.
- El siguiente planeta que veo es más pequeño que la tierra y es de color rojo, tu
serás Marte.
- A ti, que tienes unas rayas y tienes varias lunas te pondré de nombre Júpiter, eres el
más grande eh.
- Eh tu, el de los anillos alrededor, tu nombre será Saturno.
- Oye, ¿y tu por qué giras tan inclinado? - dijo el Sol - Un cometa me golpeó - respondió
el planeta. Bueno te daré un nombre muy bonito, serás Urano.
- Uy, y tu no te quedes ahí atrás, eres el último, giras tan lento alrededor del sol que tardas
160 años en dar la vuelta completa y tu color también es azul. Pues bien, tu nombre
será Neptuno.
El Sol estaba radiante de contento pero antes de dejar que los planetas siguieran girando
y girando, la señora Gravedad les advirtió:
- No tengáis ningún miedo, yo estaré vigilando y cuidando de que nada os suceda.
Y desde entonces los 8 planetas giran alrededor del sol que ya está contento porque sus
amigos siempre están con él en el espacio. FIN.
18. El árbol mágico

Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un


prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel
que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras
mágicas, lo verás.
El niño trató de acertar el hechizo, y probó
con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-
ta-ta-chán, y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró
suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el
árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: "sigue haciendo magia". Entonces
el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba
un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

19. La princesa de fuego

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y


sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a
ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría
con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la
vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y
colores, de cartas de amor incomparables y de poetas
enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple
y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su
curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó
diciendo:
- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón.
Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo
cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.
El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó
tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al
joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus
manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se
deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces
comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba
separando lo inútil de lo importante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la
piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante.
Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros.
Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola
prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron
a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y
como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el
fin de sus días
20. El cohete de papel

Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo
hacia la luna, pero tenía tan poco dinero que no podía comprar ninguno. Un
día, junto a la acera descubrió la caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al
abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño cohete de papel averiado,
resultado de un error en la fábrica.
El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un
cohete, comenzó a preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días
recogió papeles de todas las formas y colores, y se dedicó con toda su alma
a dibujar, recortar, pegar y colorear todas las estrellas y planetas para crear
un espacio de papel. Fue un trabajo dificilísimo, pero el resultado final fue
tan magnífico que la pared de su habitación parecía una ventana abierta al
espacio sideral.

Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel,
hasta que un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular
escenario, le propuso cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en
casa. Aquello casi le volvió loco de alegría, y aceptó el cambio encantado.
Desde entonces, cada día, al jugar con su cohete nuevo, el niño echaba de
menos su cohete de papel, con su escenario y sus planetas, porque
realmente disfrutaba mucho más jugando con su viejo cohete. Entonces se
dio cuenta de que se sentía mucho mejor cuando jugaba con aquellos
juguetes que él mismo había construido con esfuerzo e ilusión.
Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos sus juguetes, y cuando
creció, se convirtió en el mejor juguetero del mundo.
21. El elefante fotógrafo

Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada
vez que le oían decir aquello:
- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!
- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que
fotografíar...
Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y
aparatos con los que fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo
prácticamente todo: desde un botón que se pulsara con la trompa, hasta un
objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un montón de
hierros para poder colgarse la cámara sobre la cabeza.
Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara
para elefantes era tan grandota y extraña que paracecía una gran y ridícula
máscara, y muchos se reían tanto al verle aparecer, que el elefante comenzó
a pensar en abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían tener razón
los que decían que no había nada que fotografiar en aquel lugar...
Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan
divertida, que nadie podía dejar de reir al verle, y usando un montón de buen
humor, el elefante consiguió divertidísimas e increíbles fotos de todos los
animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado rino!; de
esta forma se convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas partes
acudían los animales para sacarse una sonriente foto para el pasaporte al
zoo.
22. Los últimos dinosaurios

En el cráter de un antiguo volcán, situado en lo alto del único monte de una


región perdida en las selvas tropicales, habitaba el último grupo de grandes
dinosaurios feroces. Durante miles y miles de años, sobrevivieron a los
cambios de la tierra y ahora, liderados por el gran Ferocitaurus, planeaban
salir de su escondite para volver a dominarla.
Ferocitaurus era un temible tiranosaurus rex que había decidido que llevaban
demasiado tiempo aislados, así que durante algunos años se unieron para
trabajar y derribar las paredes del gran cráter. Y cuando lo consiguieron,
todos prepararon cuidadosamente sus garras y sus dientes para volver a
atermorizar al mundo.
Al abandonar su escondite de miles de años, todo les resultaba nuevo, muy
disitinto a lo que se habían acostumbrado en el cráter, pero siguieron con
paso firme durante días. Por fin,desde lo alto de unas montañas vieron un
pequeño pueblo, con sus casas y sus habitantes, que parecían pequeños
puntitos. Sin haber visto antes a ningún humano, se lanzaron feroces
montaña abajo, dispuestos a arrasar con lo que se encontraran...
Pero según se acercaron al pueblecito, las casas se fueron haciendo más y
más grandes, y más y más.... y cuando las alcanzaron, resultó que eran
muchísimo más grandes que los propios dinosaurios, y un niño que pasaba
por allí dijo: "¡papá, papá, he encontrado unos dinosaurios en miniatura!
¿puedo quedármelos?".
Así las cosas, el temible Ferocitaurus y sus amigos terminaron siendo las
mascotas de los niños del pueblo, y al comprobar que millones de años de
evolución en el cráter habían convertido a su especie en dinosaurios enanos,
aprendieron que nada dura para siempre, y que siempre hay estar dispuesto
a adaptarse. Y eso sí, todos demostraron ser unas excelentes y divertidas
mascotas.
22. El gran lío del pulpo

Había una vez un pulpo tímido y silencioso, que casi


siempre andaba solitario porque aunque quería tener
muchos amigos, era un poco vergonzoso. Un día, el
pulpo estaba tratando de atrapar una ostra muy
escurridiza, y cuando quiso darse cuenta, se había
hecho un enorme lío con sus tentáculos, y no podía
moverse. Trató de librarse con todas sus fuerzas, pero
fue imposible, así que tuvo que terminar pidiendo ayuda a los peces que pasaban, a pesar
de la enorme vergüenza que le daba que le vieran hecho un nudo.
Muchos pasaron sin hacerle caso, excepto un pececillo muy gentil y simpático que se
ofreció para ayudarle a deshacer todo aquel lío de tentáculos y ventosas. El pulpo se sintió
aliviadísimo cuando se pudo soltar, pero era tan tímido que no se atrevió a quedarse
hablando con el pececillo para ser su amigo, así que simplemente le dió las gracias y se
alejó de allí rápidamente; y luego se pasó toda la noche pensando que había perdido una
estupenda oportunidad de haberse hecho amigo de aquel pececillo tan amable.
Un par de días después, estaba el pulpo descansando entre unas rocas, cuando notó que
todos nadaban apresurados. Miró un poco más lejos y vio un enorme pez que había
acudido a comer a aquella zona. Y ya iba corriendo a esconderse, cuando vio que el
horrible pez ¡estaba persiguiendo precisamente al pececillo que le había ayudado!. El
pececillo necesitaba ayuda urgente, pero el pez grande era tan peligroso que nadie se
atrevía a acercarse. Entonces el pulpo, recordando lo que el pececillo había hecho por
él,sintió que tenía que ayudarle como fuera, y sin pensarlo ni un momento, se lanzó como
un rayo, se plantó delante del gigantesco pez, y antes de que éste pudiera salir de su
asombro, soltó el chorro de tinta más grande de su vida, agarró al pececillo, y corrió a
esconderse entre las rocas. Todo pasó tan rápido, que el pez grande no tuvo tiempo de
reaccionar, pero enseguida se recuperó. Y ya se disponía a buscar al pulpo y al pez para
zampárselos, cuando notó un picor terrible en las agallas, primero, luego en las aletas, y
finalmente en el resto del cuerpo: y resultó que era un pez artista que adoraba los colores,
y la oscura tinta del pulpo ¡¡le dió una alergia terrible!!

Así que el pez gigante se largó de allí envuelto en picores, y en cuanto se fue, todos lo
peces acudieron a felicitar al pulpo por ser tan valiente. Entonces el pececillo les contó
que él había ayudado al pulpo unos días antes, pero que nunca había conocido a nadie
tan agradecido que llegara a hacer algo tan peligroso. Al oir esto, los demás peces del
lugar descubrieron lo genial que era aquel pulpito tímido, y no había habitante de aquellas
rocas que no quisiera ser amigo de un pulpo tan valiente y agradecido.
23. El hada fea

Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista y
amable de las hadas. Pero era también una hada muy fea, y por mucho que se
esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos estaban
empeñados en que lo más importante de una hada tenía que ser su belleza. En la
escuela de hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una misión para ayudar
a un niño o cualquier otra persona en apuros, antes de poder abrir la boca, ya la
estaban chillando y gritando:

- ¡fea! ¡bicho!, ¡lárgate de aquí!.


Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado
hacer un encantamiento para volverse bella; pero luego pensaba en lo que le
contaba su mamá de pequeña:

- tu eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que es así
por alguna razón especial...

Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a
todas las hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus
propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo
seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta para
todas, adornando la cueva con murciélagos, sapos y arañas, y música de lobos
aullando.
Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran
hechizo consiguieron encerrar a todas las brujas en la montaña durante los
siguientes 100 años.

Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la


inteligencia del hada fea. Nunca más se volvió a considerar en aquel país la fealdad
una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de alegría
sabiendo que tendría grandes cosas por hacer.
24. El pingüino y el canguro

Había una vez un canguro que era un auténtico campeón de las carreras, pero al
que el éxito había vuelto vanidoso, burlón y antipático.La principal víctima de sus
burlas era un pequeño pingüino, al que su andar lento y torpón impedía siquiera
acabar las carreras.
Un día el zorro, el encargado de organizarlas,publicó en todas partes que su
favorito para la siguiente carrera era el pobre pingüino. Todos pensaban que era
una broma, pero aún así el vanidoso canguro se enfadó muchísimo, y sus burlas
contra el pingüino se intensificaron. Este no quería participar, pero era costumbre
que todos lo hicieran, así que el día de la carrera se unió al grupo que siguió al zorro
hasta el lugar de inicio. El zorro los guió montaña arriba durante un buen rato,
siempre con las mofas sobre el pingüino, sobre que si bajaría rondando o
resbalando sobre su barriga...
Pero cuando llegaron a la cima, todos callaron.La cima de la montaña era un cráter
que había rellenado un gran lago. Entonces el zorro dio la señal de salida
diciendo: "La carrera es cruzar hasta el otro lado". El pingüino, emocionado, corrió
torpemente a la orilla, pero una vez en el agua, su velocidad era insuperable, y
ganó con una gran diferencia, mientras el canguro apenas consiguió llegar a la otra
orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque parecía que el pingüino le
esperaba para devolverle las burlas, este había aprendido de su sufrimiento, y en
lugar de devolvérselas, se ofreció a enseñarle a nadar.
Aquel día todos se divirtieron de lo lindo jugando en el lago. Pero el que más lo hizo
fue el zorro, que con su ingenio había conseguido bajarle los humos al vanidoso
canguro.
25. Los juguetes ordenados

Érase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vió que
estaba llena de juguetes, cuentos, libros, lápices... todos perfectamente
ordenados. Ese día jugó todo lo que quiso, pero se acostó sin haberlos recogido.
Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados
y en sus sitios correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su
habitación, aunque el niño no le dio importancia. Y ocurrió lo mismo ese día y al
otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el primer juguete, éste saltó de
su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!". El niño creía estar alucinado, pero
pasó lo mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta que finalmente uno de los
juguetes, un viejo osito de peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no queramos
jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de nuestro sitio especial, que es donde
estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes lo difícil que es para los libros subir a
las estanterías, o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo incómodo
y frío que es el suelo! No jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en
nuestras casitas antes de dormir"

El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había


estado una vez que se quedó dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo
mal que había tratado a sus amigos los juguetes, así que les pidió perdón y desde
aquel día siempre acostó a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de dormir.

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