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¿Qué pasó? Las hipótesis podrían ser varias y diversas, pero yo me jugaré por una. El
resultado de las PASO no es sólo el reflejo de un descalabro económico consensuado entre
la patria financiera y un conjunto de CEOS (el sueño liberal de un país atendido por sus
propios dueños), tampoco es resultado del déficit comunicativo de Cambiemos o la tensa
relación de Mauricio Macri con el lenguaje. El problema principal es que, durante sus tres
años y medio de gobierno, Cambiemos no fue capaz de construir una imagen perdurable, un
símbolo. Los discursos sobre la transparencia, la luz al final del túnel, la claridad, la pesada
herencia, la grieta y la república, entre otros temas, no fueron lo suficientemente abrasivos
para generar algún tipo de adherencia social lo suficientemente grande como para conducir
el sufrimiento del ajuste y la crisis en una dirección, al menos, imaginaria. El resultado: la
historia de Job, pero sin redención. En tres años y medio de gobierno no construyó una
identidad cultural capaz de movilizar la emoción de la gente. Esa actitud, que los llevó al
gobierno en 2015 junto con la promesa de un discurso ajeno a la grieta, a la división, a la
provocación y la queja, fue la misma actitud que llevó al gobierno a terminar su mandato sin
un capital simbólico positivo. Por el contrario, lejos de capitalizar figuras históricas del
radicalismo, que bien podrían haber servido para una construcción discursiva republicana y
democrática, Cambiemos abandonaría el gobierno en diciembre con la peor mácula de los
gobiernos no-peronistas: la impotencia. Post PASO, Cambiemos comienza a ser asimilado al
discurso de la crisis democrática, la ingobernabilidad y la inoperancia, pero con un discurso
sin una épica de origen. En resumen, los resultados también responden a una característica
fundacional del discurso del gobierno: la apatía. Incluso arriesgaría más, ecpatía. Eso implica
un proceso mental voluntario de exclusión de sentimientos, actitudes, pensamientos y
motivaciones inducidas por otro. No es que Cambiemos no se ha dejado atravesar por el
pathos, lo ha excluido deliberadamente.
Quien haya estado presente en el bunker del “Frente de Todxs” el día de las PASO puede dar
testimonio del rol que cumple la música en la construcción y vehiculización del pathos.
Virus, Soda Estéreo, Sumo, Divididos, Las Pelotas, también cumbia y cuarteto. En algunos
casos la playlist parecía estar armada de forma tal que su escucha implicara una inmediata
reinterpretación acorde al contexto político presente. Incluso una canción como “Iluminará”,
cuyos primeros versos remiten directamente a la experiencia de los cortes de luz, se
experimentó con nostalgia festiva. La música no funcionaba como mero decorado sino como
un catalizador del sentimiento popular, algo imposible de hacer con canciones de Marama y
Rombai, música sin pathos, sin historia, desligada totalmente de la experiencia popular. Calle
13, que había tenido su auge durante la década latinoamericanista, tocaba la fibra sensible de
esos años, sonaba como el sountrack que acompañó los últimos años de la gesta
latinoamericanista. Aclaro, no estoy hablando de “calidad musical”, sino de la presencia de
un elemento capaz de atravesar a la gente y conectarla con un estado particular de la política,
de la sociedad y de la cultura. En síntesis: quien haya estado en el bunker, habrá vivido los
cuerpos y la fiesta. Vino, baile, y canto. ¿Por qué? Al fin y al cabo “los días más felices
siempre fueron peronistas”. Eso está en la memoria.