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Una

Vida al Vuelo, Una Vida Perversa


Novela
Autor:
Emilio Arturo






























CAPITULO I

Petronila Rentería había llegado, con su hija, la noche anterior. Caloto
las vio llegar. Un tanto desorientadas. Venían desde Bahía Solano.
Desorientación y desesperanza. Una llegada forzada, en razón a
hechos que comprometían la seguridad y la supervivencia. Venían,
precedidas de caravanas enteras, de nativos originarios, de
afrodescendientes, de campesinos rasos. Cada paso, en su huida,
constituyó una odisea. Porque el hambre, el cansancio y el desarraigo
ejercían como peso que los obligaba a establecer una comunicación
continua con un horizonte perdido. Porque, los conceptos de familia y
de grupo tendían a convertirse en expectativa latente, no hecho
concreto. Han pasado tantos años de lucha por la supervivencia, por
superar la marginalidad y el tratamiento como parias, por parte de los
poderes central y regional; que el solo hecho de sentirse vivos era, de
por sí, una hazaña. Llegaron, pues, a Caloto, sin saber si constituía
punto de llegada; o mero tránsito hacia otro territorio que no se
avizoraba.

Ciudad de historias. De luchas y de expresiones por el reconocimiento
y el respeto a las etnias. Lugar de asiento de Paeces y de Nasas. Con
un perfil construido a lo largo de un proceso que se remonta a los años
inmediato después de la invasión de los españoles. Fundada una y
otra vez. Allanada una y otra vez, por las fuerzas perversas de los
invasores; que veían en ese territorio una zona estratégica para
apuntalar el dominio en Popayán. Lugar de confluencia y de
demostraciones en lo que a la resistencia nativa se refiere.

Ya había sido demostrada la capacidad guerrera y libertaria en 1543,
cuando derrotaron las pretensiones de Sebastián de Belalcázar.
También, en 1563, Paeces y Pijaos les infringieron otra derrota. Ya,
con la conducción de Joaquín de Caicedo y Cuero, insinuaban su
disposición a contribuir con la lucha independentista. Un territorio
localizado en el centro del norte del Departamento del Cauca. Entre
Toribío, Corinto, Santander de Quilichao y Jamundí.

Paso a paso, con dignidad y c capacidad organizativa, se construyeron
los Resguardos de Huellas, López Adentro y Toez. Forjadores de la
Asociación de Cabildos Indígenas y del CRIC. Con una historia
vinculada a la Campaña Libertadora que se dirigió al sur, al mando de
Simón Bolívar. Que lo acogió. Con una participación activa, desde
1810. Prueba de resistencia y de acción.

Isolina Girardot, siempre al pie de su madre. Con un recuerdo vago de
su padre Escolástico. Pero, asimismo, con una fijación plena de su
recorrido. Una aldea destruida. Persecuciones continuas que las
vulneraron. A ellas y a sus grupos sociales y étnicos. Fijación que gira
a su alrededor. Sin perderse nunca, ni como visión, ni como recuerdo.
Una incitación constante a realizar actividades tanto o más importantes
que las anteriores. Con la mirada puesta en el hoy y en el mañana.
Soportando, otra vez, el asedio de las fuerzas que tratan de
imponerles el reconocimiento del poder de terratenientes. De quienes
han instalado grandes ingenios azucareros. Inclusive, robándoles el
agua. De quienes ejercen un poder occidentalizado. Aquellos que
pretenden, por la vía del aniquilamiento, destruir sus ancestros culturas
y sociales. Por la vía de desdibujar la extensión y complejidad de las
tradiciones. Desde los Muiscas hasta los Nasas. Llegando inclusive,
los invasores y sus herederos, a trastocar el significado de esas
culturas. Como, cuando, invirtieron los valores; dándoles significados y
denominaciones diferentes. Entonces, no es San Agustín o la “Cultura
Agustiniana”; es y será la Cultura Muisca. Aquella que se extiende
desde Boyacá, Bacatá (Bogotá); pasando por Tolima, Huila, Tolima,
Nariño. Fueron etnias que interactuaban; a las cuales se les ha cortado
el circuito complejo de integración.

Isolina, empezó a crecer en conocimientos y en capacidad para
aplicarlos. Ella y su madre, tuvieron que soportar tristezas y
privaciones. Hubo momentos de profunda desprotección. Solo la
articulación con sus pares individuales y colectivos, pudo desatar el
nudo de la desolación. Isolina creció en capacidad organizadora.
Juntando ingenio, destrezas e investigaciones acerca de sus orígenes,
como etnia. Acerca del cruce de caminos en los que se han
encontrado similitudes. No solo desde el punto de vista económico y
cultural; sino también en lo que hace referencia al enfrentamiento
político con quienes han insistido, por la fuerza del poder, en
asfixiarlos. Restringiendo sus territorios y conminándolos a ejercer
como pueblos y grupos sociales en condiciones infames. Han sido los
usurpadores, de ayer y de hoy. Los que han expropiado sus tierras;
lanzándolos, expulsándolos. A sangre y fuego.

Comenzó un itinerario. Visitando regiones y postulando opciones. Algo
así como lo que hizo María Cano en el movimiento obrero. Estuvo en
todos los municipios y resguardos cercanos a Caloto. Luego expandió
su acción a territorios más alejados. Llegando, inclusive, hasta la
frontera con Ecuador, por el sur, compartiendo conocimientos con los
Pastos. Con los cuales interactuó, a pesar de la pérdida de su dialecto,
por la vía de la absorción por parte del castellano.

Viajó al Amazonas. Comunicando energía y expectativas a los Ticuna.
Recibiendo, en beneficio de inventario cultural, las enseñanzas de los
chamanes, en Puerto Nariño y la Chorrera. Estuvo con los Huitotos en
Caquetá, aprendiendo sus lenguas mika y minika y su acumulado
histórico como cosmovisión de amplio espectro. Visitó a los Mukak-
Makú, los nómadas en el Guaviare.

Aprendió de los Guambianos, en Silvia, Jambaló, Caldono y Toribio.
Viajó a la Guajira, asumió con los Kogi retos en términos de conservar
su lengua ancestral, Chibcha. Conoció de ellos, el culto a la Madre
Tierra. Convivió con los Wayú y su lengua Arawak. Con sus niñas
menstruantes, recluidas en su preparación para el matrimonio. En el
intercambio de las familias que asumen el proceso de casamiento.

Con los Arahuacos en Sierra Nevada. Con su perfil lingüístico Chibcha
y sus ceremonias de casamiento, bajo el régimen matrilocal. Con los
Embera en el Choco y sus variantes Cholos, en el Pacífico, Chamies o
memes en Risaralda. Catíos en Antioquia y los Eperas en Nariño.

Con sus pares en raza, los negros y las negras. Construyen do nexos
como afrodescendientes; por toda la franja que bordea al Pacífico.
Aunando expresiones de consolidación cultura. Asumiendo roles que
reivindican su potencia cultural-musical. Con sucesivas variantes; en
términos de localización y particularidades. Sin pretender opciones
hegemónicas y/o racistas. Siendo artífice de las organizaciones de
mujeres. Organizaciones inherentes a sus luchas. Como mujeres que
asumen la defensa de su raza, de sus costumbres. Y,
fundamentalmente, sus derechos. Ante la despiadada persecución y
aniquilación a que son sometidas ellas, sus hombres, sus niños y sus
niñas. Tratando de forjar lazos de unidad y organización con las etnias.
Sin pretender un intercambio cultural o político, que destruya sus
soportes y registros ancestrales.

Estuvo en Barrancabermeja, cuando el asedio de los grupos armados
al servicio del Estado (abiertos y clandestinos). Actuó con las Mujeres
Ruta Pacifico; buscando justicia. Exigiendo restitución de bienes y
derechos. Comunicando al mundo las acciones de exterminio oficiales
y paraoficiales. Siguiendo, un poco, el mapa construido por las Madres
de la Plaza de Mayo, en Argentina. Siguiendo el registro histórico de
Rigoberta Menchú, en Guatemala y su incidencia en el Caribe y en
Centro América.

La actuación de Isolina, entonces, estuvo centrada en propiciar y
actuar, en relación con los derechos conculcados a las minorías
étnicas y a los afrodescendientes. Nunca olvidó la historia del luchador
Álvaro Ocué Chocué; asesinado de manera infame.

Conoció a Demetrio en Jambaló. Durante una de sus actividades.
Realizaban una acción comunitaria, consistente en analizar la situación
planteada en torno al despojo territorial de que habían sido víctimas los
Paeces y Nasas. Concretamente de la Hacienda Emperatriz. De
tiempo atrás, terratenientes caucanos habían realizado un proceso de
expropiación, a nombre de la propiedad privada. Para sucesivos
gobiernos, esa interpretación de los terratenientes era válida.
Abstrayendo el significado cultural y organizativo alcanzado por los
Resguardos. No solo en lo que supone el nexo con la Tierra, como
parte de su cosmovisión, a la manera de los Kogi; sino también en lo
relacionado con su subsistencia. Había sido decretada una nueva
toma por parte de la dirigencia indígena. A su vez, el gobierno central,
había determinado el desalojo. Una confrontación ineludible.

Demetrio, un hombre sencillo. De mirada fuerte, decidida. Una
contextura física parecida a todos los hombres de su raza. Hercúlea.
Había llegado a Jambaló, desde Quibdó. Allí realizaba tareas de
pesquería y estaba asociado a la eterna lucha por derechos
fundamentales inmediatos. El alcantarillado, agua potable, acueducto,
etc. No habían sido nada fáciles su vida y su gestión comunitaria. De
hecho, era un itinerante obligado. Tenía sobre si un estigma. Una
marca que lo colocaba con la placa de subversor del orden público. En
el pasado reciente había sido reportado como auxiliador de guerrillas,
por parte de las fuerzas paraoficiales. Escapó del asedio, por parte de
la gendarmería clandestina, al barrio en donde vivía, en la ciudad de
Medellín. Por coincidencia, estaba alojado en casa de un primo. El
barrio Corazón, fue declarado objetivo militar; en el contexto de la
ofensiva de las fuerzas oficiales y paraoficiales, en la Comuna 13.
Salió clandestino para Apartadó, en la zona adscrita a una forma de
región y de organización similar a la reinserción. Allí estaba cuando el
ataque paraoficial. Escapó hacia Turbo. De allí salió para Arboletes.
Siempre huyendo. Como nómada forzado. En un desarraigo brutal. Por
fin logró establecerse en Quibdó.

Isolina presentó, en esa sesión, un análisis preciso. Acerca de la
situación de la etnia y de los afrodescendientes en el país. Hizo
referencia a la dinámica de la confrontación social y política. Desde
antes de la Reforma Constitucional de 1991 y sus antecedentes, hasta
la valoración del impacto efectivo del Mandato Constitucional, que
refiere una Nación pluriétnica y pluricultural. Con todos los agregado
estructurales y circunstanciales a que esto conlleva. Como correlato de
ese marco conceptual. Asimismo, enfatizó acerca de las limitaciones
para apropiarse de esos conceptos y su traducción a la acción común,
cotidiana, efectiva.

Uno de los elementos, dijo Isolina, que nos convoca a la reflexión,
tiene que ver con el significado como simple alegoría; o como
concreción. Lo que yo percibo es que se presenta una dicotomía real.
La Constitución por un lado y la realidad por la otra. Porque no solo los
particulares hegemónicos y vandálicos; sino el gobierno actual y su
predecesor, han hecho caso omiso de ese mandato. Y, cuando se
produce, como ahora, una lucha exigiendo los derechos
constitucionales para las etnias y los afrodescendientes; se produce y
se publicita una andanada panfletaria. Pretendiendo localizarnos como
eslabones de la cadena terrorista y antipatriota.

En mi opinión, entonces, es la siguiente: a como dé lugar. Arriesgando
lo que sea. Incluso nuestras vidas; debemos estar al lado de Paeces y
Nasas. No es este el momento de asumir posiciones dubitativas.
Somos pacíficos; pero eso no implica ser inferiores a quienes nos han
precedido y que han sacrificado sus vidas en nombre de los derechos
ancestrales y actuales. Si por solidarizarnos, efectivamente, con ellos y
ellas, nos han de llamar subversivos, que venga ese nombre.

Demetrio Quedó impresionado por la coherencia en las expresiones de
Isolina. Por sus conocimientos, vertidos en lenguaje popular, asequible
a todos y a todas. Se acercó a ella, en la intención de felicitarla.
Isolina miró a Demetrio. Una cautivación instantánea. La conmovieron
su mirada y sus gestos. Respondió con una sonrisa a los halagos de
Demetrio. Le preguntó desde donde venía. A la respuesta de Demetrio,
Isolina indagó si tenía en donde alojarse. Demetrio trató de mentir, con
un si borroso. Ella le ofreció el cuarto que compartía con su madre.

Al llegar a casa, Isolina lo presentó a su madre Petronila. La negra se
encantó con Demetrio. Tal vez, porque vio en él el hijo que no pudo
crecer. El antecesor a Isolina. Ella siempre había querido un hijo varón.
Lo perdió, sin nacer. Cenaron un menú constante: arroz, sopa de
champiñones y pescado. Conversaron largo rato, hasta las 12 de la
noche. De todo hablaron. De la vida, de la muerte, del gobierno, de su
gente, de su familia. En fin, siendo esa hora, Isolina invitó a Demetrio a
dormir en el piso. Con almohadas y cobertores como contrapeso a la
dureza del piso.

Al amanecer, Isolina resbaló al sitio de Demetrio. Petronila estaba
dormida. Demetrio, al sentir el cuerpo de Isolina en su sitio, reaccionó
con timidez. Isolina pegó su cuerpo al de Demetrio. Lo besó en la
boca. Le susurró: quiero compartir contigo. Quiero que estés conmigo.
Quiero tu aliento. Quiero tus brazos. Y tus manos. Y que me recorras
el cuerpo. Así, con la fuerza que tienes. Quiero que me preñes. Ya, lo
quiero.

Él sintió un espasmo. Nunca había estado con una mujer, tan cerca.
Nunca había tenido coito. Nunca había amado a una mujer. El calor
insinuante de Isolina, lo aturdió. Sintió crecer lo suyo. Esa largueza y
esa dureza que él veía a diario, cuando se bañaba. En ciertos
momentos, de manera subrepticia, se sentía orgulloso de ese. Porque
era un músculo negro, duro, inmenso. Solo había sentido y palpado el
líquido que manaba por ahí. Justo el día en que despertó, después de
haber soñado con una mujer desnuda. Negra, como Isolina.

No soportó más. Saltó sobre ella. Destruyó todo lo que, al paso de su
largueza y dureza, encontró. Isolina sintió cuando se rompió su
respaldo a la virginidad. Sintió un dolor dulce, infinito. Movía su cuerpo.
Como danzando. Demetrio la dominó. Decía: soy lo que quiero que
seas. Negra hermosa. Negra provocativa. Negra libertaria. Negra
absoluta.

Así estuvieron toda la noche. Una y otra vez, sin sentir cansancio. Al
despertar, observaron sus cuerpos desnudos. No pudieron seguir,
porque ya Petronila estaba al pie de ella y de él. Con una mira de
dulzura plena. Como diciendo: es lo que siempre desee, que
Escolástico me amara así.

Isaías nació, cuando en Nicaragua los sandinistas accedían al poder;
después de derrotar a Anastasio Somoza. Un día pletórico de
enseñanzas y de alegrías. Demetrio estaba enfrente del recién nacido.
Un niño normal, en términos de físico, peso, talla. Tenía algo que
llamaba la atención: una mirada profunda, escrutadora, por unos ojos
inmensos, azabaches. Lo escrutaba todo. Desde el espacio físico de a
habitación; hasta los cuerpos de Demetrio e Isolina. Un niño precoz.
Aún en la manera llorar. Una exigencia prematura. Respecto a la
distancia entre él, su padre y su madre. Un niño de un negro inmenso.
Su piel brillaba. Como un faro.

Isaías creció rápidamente. En cuerpo y en espíritu A los cinco años
sintió que su padre traspasaba la línea entre el ser y no ser. Lo vio
muerto en una fosa común. Compartida por quienes, como él, nunca
se ofreció como sujeto transable. Susceptibles de ser erigidos como
imagen de compromiso, con lo valores impuestos desde su edad
temprana.

Isolina le hablaba, en su cubículo, improvisado como cuna y como
sitio. Sin embargo, ella, percibía en él un sujeto extraño. Evasivo.
Como cuando alguien, en la literatura vinculada con el terror, percibe
retiene un personaje para que ejerza como símbolo de la maldad.
Hasta cierto punto, Isolina, hizo una reflexión inmediata. Algo así como
sentirse azarada por la mirada de su hijo. Pero, insistió a sí misma, en
una elucubración posible. Como si quisiera desentrañar los vericuetos
del destino. Percibía a Isaías como sujeto que, con el tiempo, podría
llegar a ser un asesino en serie, o algo así.

Precisamente, el día del décimo aniversario de Isaías, Isolina tuvo un
sueño alucinante, de un gran dolor. Isaías estaba enfrente de ella y de
una niña que parecía ser su hija. Al menos eso aparentaba al observar,
fijamente, sus ojos y su rostro. Isaías andaba desnudo por toda la
casa. Hablaba cosas ininteligibles. Más bien parecía una vocinglería
inexplicable. Con términos mendaces, obscenos. Cuando se acercaba
a la niña, Isaías, se tomaba el pene y lo manipulaba. Sin ningún
recato. Luego empezaba a verter litros de líquido amarillento. Se reía y
ahogaba sus voces. La de la niña y la de Isolina.

Cuando despertó, Isolina miró a Isaías que dormía placentero en su
cama. Respiraba tranquilo. Pero, de pronto, despertó. Me miró y se
desnudó. Me gritaba: ven Isolina, ven. Esto es para ti y para tu hija.
Ese bastardo de Demetrio lo hice matar. No me gustaba la manera
como te miraba. Mucho menos me gustaba la manera como te poseía,
cada noche. Ustedes dos. Tú y él. Descifrando códigos de ternura y de
placer. Yo, en entre tanto, sollozando, porque no atinaba a hacer
crecer lo mío como el de Demetrio. Te sentía sollozar, pero de alegría.
Con una inmensa felicidad absurda. Yo no creo en la felicidad. Creo en
mí. Le entregué a Demetrio a los gendarmes. Calculé con ellos el
momento más propicio para raptarlo y para matarlo. Con la técnica que
han aprendido, a fuerza de ver pasar la historia. Generaciones y
generaciones de gendarmes. Siempre sumisos, atados al poder de
momento o al de siempre. Lo desollaron. Mientras tú llorabas. Mientras
esa niña, la hija de Demetrio y tuya ululaba y se sentía ajena.

Sentí, dijo Isolina, como si mi pecho explotara en mil pedazos. No
sospeché, ni prefiguré nunca que un hijo pudiera contribuir al asesinato
de su padre y a profundizar el dolor de su madre. Lo veía, allí sentado.
Riendo. Celebrando su triunfo. Sobre mí y sobre Demetrio. A favor de
los dueños del poder. Esos que, siempre han mentido, a propósito de
todo. Pero, fundamentalmente, a propósito de la muerte de los
adversarios. Adversarios que solo tienen o han tenido la culpa de ser
diferentes. Ajenos a opciones malvadas. Cercanos a construcciones
solidarias y justas. Tanto en relación con sus pares; como también en
relación con los escenarios de vida.

¿Fue un sueño, de otro sueño? Isolina no podía descifrarlo de
inmediato. Lo cierto es que Demetrio Desapareció. Unas vecinas
vinieron a informarme que había sido violentado y obligado a subir a
un vehículo. No tuve fuerzas para levantarme y seguir a mis vecinas.
Mi respiración era entrecortada. Sollozaba. No como sujeta pusilánime,
a la manera de las plañideras. Pero si como madre y amante. Tanto
más el dolor, en cuanto este era originado por un hijo que entrega a su
padre y violenta, por esa vía a la madre. Son signos inequívocos de
una descomposición de los valores. Cada vez más punzante y más
cuantiosa. Todo, relacionado con el Joyero que ejerce el poder. Que
vende cachivaches, a manera de mercancía excelente. Un joyero
abominable. Que rige en el país de las utilidades, de las recompensas,
de las verdades a medias, o simplemente, no verdades. Es la
consecuencia del raponazo a la democracia. Es, en otras palabras, el
ejercicio del poder, a nombre de la democracia. Con una popularidad
construida en la manipulación de datos. O, simplemente, con la
aquiescencia de un pueblo mudo, ciego y deleznable.

…Al volver a despertar, Isolina, encontró a Isaías, su lado, dormido. Se
estremeció, al recordar su sueño.




CAPITULO II

Rosa Eugenia, tenía 10 años, cuando conoció a Jerónimo Peralta, un
viejo amigo de la casa. Desde muy temprano, todas las mañanas,
asistía a los ejercicios que pretendía prolongar, en el tempo, el pasado
de cada uno (a) de lo(as) habitantes de Puerto Boyacá. Un municipio
talado por indescifrables momentos de la historia. Un perfil que,
tendencialmente, se identificaba con aquellas zonas que eran
escenarios de hechos insólitos; incluido el de vivir una dinámica en el
tiempo que coincidía con la infamia. Un lugar de expresiones
premonitoras.

Jerónimo, un personaje sacado de las historietas patéticas, entendía el
tiempo como un simple recodo en el camino. Para él, la vida, estaba
inmersa en circunstancias disímiles. Algo así como entender todo
contexto, en términos de la continuidad. Una alucinación constante.
Vertía, a cada paso, una sombra de nostalgia. Como cuando se
percibe lo cotidiano, incrustado en el pasado. Siendo, entonces,
sometido a la ley de la continuidad y de la desesperanza.

Cuando conoció a la familia de Rosa Eugenia, había cumplido 23
años. En ese mismo tiempo conoció a Burbano que, a su vez, tenía el
horizonte subsumido en la lógica trinitaria. Como quiera que ejercía
como hombre, en relación con la orfandad, la miseria y la posibilidad.
Esta última, latente, todo el tiempo.

Para él, Rosa Eugenia, era un tipo de doncella erigida en adulta, antes
de que la lógica del tiempo, inaugurara la continuidad enfermiza del
tiempo. Esta que pretende, a cada paso, reelaborar el universo; a partir
de unos códigos preestablecidos. En los cuales no existe lugar para la
imaginación. Mucho menos para ejercer vida plena. Con sus placeres
y con sus afugias.

El padre de Rosa, nunca tuvo un horizonte preciso. Nunca ejerció
como líder en un hogar tatuado de miserias. Lo suyo era recorrer la
vida, al lomo de la trivialidad. Nunca supo defender su territorio. Más
bien, era sujeto pasivo que no hacía otra cosa que poseer a la madre
de Rosa Eugenia, y a la mayor de las hijas. Con esta estableció, desde
su nacimiento, una relación pútrida, perversa. Ya, la madre de Rosa,
sabía que este perdulario, era un macho sin ton ni son. Sujeto atado a
la vida, por un vínculo circunstancial. No era, ni mucho menos,
heredero de ningún agregado de calidad. Por lo mismo, cuando
Jerónimo instó a Rosa para que lo acompañara, ella sintió un profundo
alivio. Por lo menos no sería su padre quien la convirtiera en mujer
preñada a los diez años.

Los ejercicios de Jerónimo era un anzuelo perfecto. Transitaron hacia
el habitáculo en que vivían él y dos hermanos suyos. Al llegar, le dijo a
Rosa Eugenia: no te preocupes, ya casi llega la gente para empezar la
reconciliación con Dios. En el entretanto, dijo, puedes bañarte.
Debemos llegar limpios a la ceremonia.

No terminaba su baño cuando, Rosa, sintió vértigo. Como cuando
alguien se da cuenta que lo espían. Sin embargo, siguió adelante.
Alguien entró al cuarto de baño. Un hombre levantó desnudo levantó la
cortina. Rosa Eugenia, solo atinó a cubrirse con las manos el pubis. Su
abuela le había dicho siempre que esa zona era fundamental de una
mujer. Si la perforan es como si hubieses muerto, niña. Ya ningún
hombre te querrá. Lo único que les interesa es que sea el primero en
hacerlo. De hecho, tu abuelo me examinó exhaustivamente, antes de
pedir mi mano.

Hombre jorobado. Se acercó a Rosa; tomándose su asta con ambas
manos. La blandía como un trofeo, recién termina la competencia.

Rosa Eugenia despertó en un lugar húmedo. Sentía un fuerte dolor
abajo del vientre. Como si un ardor profundo se confundiera con el
dolor. Una mujer la observaba, de pie, a la orilla de la cama. Le habló
muy quedo. Como susurrándole al oído, palabras indescifrables; pero
cargadas de tristeza.

Padre y madre; abuela y abuelo llegaron hasta la cama. Habían
logrado entrar, después de muchas demostraciones acerca del
parentesco con Rosa. Fueron al grano: el informe del médico, dijo el
padre, se resume en lo siguiente: ya no eres virgen. Te entregaste a un
hombre antes de lo previsto. Ya no sirves. Está rota. Ni para cargar
agua eres apta, ahora.

Por más que les expliqué lo sucedido, no creyeron mi versión. A partir
de este momento, dijo el padre, no estarás en casa. No eres
bienvenida. Busca al hombre y convéncelo de se case contigo. Ya le
hemos informado a Januario lo sucedido. Pobre hombre, tanto que te
quiere.

No sé qué día salí del hospital. Todavía sentía un fuerte ardor. Este se
mezclaba con el dolor. Caminaba sin rumbo. No tenía adonde ir. Sabor
amargo, este, que me penetraba. Sin un lugar. Adolorida. Estuve
caminando por todo el puerto. El cansancio me rindió. Quedé dormida
en la acera.

Al despertar, no recuerdo que día, me percaté de que tenía puesto un
traje, a manera de pijama. Una mujer negra me asistía, al bordo de la
cama. Esbelta, parecida a una fotografía que había visto de una atleta
en los juegos olímpicos de Sídney. Me habló con delicadeza. Como
queriendo apaciguar mi tormento con palabras que me parecieron
hermosas.

¿Linda niña, de donde has venido?
No sé si te trajo el Sol;
O viniste con la Luna;
¿…O será que mi corazón no recuerda tu hermosura?
…De tiempo atrás,
Cuando tú eras mi hermana.
…y yo hermana tuya?

Me abrazó con ternura. Mujer, más que mi madre. No podré olvidar sus
palabras. No podré olvidar que me asistió; en el momento más
oneroso de mi vida.

Me dijo: me llamo Isolina. Te encontramos, Demetrio y yo en la calle.
Tenías el cuerpecito tirado en la acera. Te trajimos a nuestra casa. Si
tú quieres puedes quedarte. Necesitamos compañía. Además, nos
cautivan las niñas y los niños. ¿…Quieres comer algo?,, disculpa que
no te llame por el nombre. No lo sé. ¿Tú lo recuerdas?

Le dije, me llamo Rosa Eugenia. Solo así. Tengo hambre, muchas
gracias señora. Agradezco también a tu patrón, al señor Demetrio.
Aquí no hay patronos ni señores, ni señoras, Rosa Eugenia. Solo
amigos y amigas. Ven sentémonos a la mesa. Demetrio ha preparado
el desayuno y lo servirá enseguida.

¿Ahora bien, ¿Rosa Eugenia, qué pasó?

Conté lo que recordaba. Lo del hombre jorobado en el baño y lo de mis
familiares en el hospital. Después, salí y quedé dormida en la acera.
Lo demás ya ustedes lo saben.

El examen de laboratorio arrojó un resultado infame. Estaba preñada.
Ya estaba por la tercera semana. Isolina respiraba fuerte. Demetrio no
dejaba de llorar. No sé qué pienses tú Rosa Eugenia. Mi
recomendación en solo una: debes abortar. Tu preñez es
consecuencia de una violación. Además, tu cuerpecito, a los diez años,
no está para parir. Ya tenemos suficiente con el hecho de no haber
vivido tu infancia.

Yo no atinaba a responder. Porque no sabía cómo hacerlo. Mi madre
siempre vociferaba: los hijos que manda dios, hijos son, hijos serán. A
pesar de mi resentimiento con ella y con mi padre, sentía que esas
palabras me calaban hasta el centro de mis huesos. No quiero ser
madre. Y menos de un violador jorobado. Sin embargo, no quiero se
asesina de mi hijo.

Isolina me dijo, pero ¿qué tipo de hijo va a ser? Un hijo se admite
cuando es resultado de la pasión del amor y del deseo. Lo tuyo no fue
ni lo uno ni lo otro. Mi linda niña. Que sea lo que tú quieras que sea.
Solo ten en cuenta mis palabras, como inventario expreso de lo que ha
sido mi vida.

Samuel nació. Yo estaba viviendo con Santiago. Habían transcurrido
seis años. Samuel no fue el último. Después llegaron Silvia, Martha,
Maritza, Pitágoras y Adrián. Uno detrás del otro. Apenas si cumplía mi
ciclo de recuperación, cuando ya estaba encinta otra vez.

Santiago me había conocido en Puerto Berrio. Yo había llegado allí,
después de fugarme, con mi hijo, de la casa de Isolina y Demetrio.
Trabajaba como doméstica en casa de uno de los médicos del
hospital. Allí, encontré refugio y ocupación. Samuelito, era un niño
raro. Desde que pudo moverse en la cama; me atosigaba con sus
manos. Iban directo a mis pezones. Me hacía gritar de dolor. Me
hurgaba las piernas. En principio yo no me percaté de sus intenciones.
De las piernas, al pubis y de allí…No bastaba con decirle: Samuelito,
no me toques así. Duérmete por favor.

Era conductor de una de las ambulancias del Puerto. A decir verdad,
me entregué a él, el primer día. Si alguien me pregunta por qué lo hice;
le diría: …no sé por qué. Tal vez, porque me hallaba desolada. Sin
más norte que la calle, el ruido y los insultos. Santiago, al menos, me
recogió. Me llevó a su casa. Allí se sació conmigo y, después, su padre
y su madre, me lanzaron a la calle, de nuevo. A mí y a Samuel. Lo
busqué en el hospital, hasta encontrarlo. Me dijo que iba a conversar
con el doctor Mascheroni, para que me eligiera como trabajadora en su
casa; ya que el doctor le había encargado eso, desde hacía algunos
días.

El doctor Mascheroni, estaba casado con la doctora Cecilia Abril,
médica cirujana que ejercía en Bogotá. Absoluto respeto conmigo y
con mi Samuelito. El trabajo no era complicado; pero si requería de
mucha atención. Las camas, el aseo de los cuartos; de los baños, de
piso y…preparar la cena. Porque el doctor desayunaba y almorzaba en
el hospital.

Pasados 3 meses, me diagnosticaron otro embarazo. Creí morir. No
había referenciado un hecho como ese. Hablé con Santiago y me dijo:
no puedo llevarte a la casa de mi padre y de mi madre. Mi salario no
es suficiente para atenderte a ti y a mis padres.

Decidí hablar con el doctor Mascheroni. Le conté acerca de mi
segundo embarazo. El doctor, muy sincero, expresó que no podía
hacerse cargo de tres personas. Sin embargo, me referenció a
Francisco Peñuela; abogado de casi la totalidad de los hacendados de
la región. Él tenía una hacienda a la salida del Puerto y necesitaba que
alguien le colaborara con la administración.

Don Policarpo, ella es Rosa Eugenia. Ya le había hablado de ella.
Tiene un hijo y espera otro. Pero es muy eficaz en su trabajo. Tanto en
cocina, como en labores de aseo.

El señor Policarpo, me enseñó la casa y la hacienda. Debía alimentar
a los peones. Además, debía asear la casa. Dije sí. Y allí se cerró el
negocio.

Estuve en la hacienda de don Policarpo, cerca de seis años. Nacieron,
Silvia, Martha y Maritza. Cuando creí haber cesado en mi función
reproductiva, nacieron Pitágoras y Adrián. Santiago decía responder
por Silvia y Maritza. Los demás no son mis hijos. Porque te has vuelto
una puta recatada Rosa, me advertía a cada rato. Según me cuentan,
seguía diciendo a cada rato, te acuestas con la mitad de los peones de
la hacienda. Incluso, ellos, hacen bromas en el bar. Han llegado,
inclusive, a apostar acerca de quien ha durado más contigo. Porque,
según ellos, eres insaciable. Después de uno, viene el otro y…
después del otro el siguiente. Esto para no hablar, decía, de tu
primogénito. Ese es de quien de rompió. De quien hizo de ti una olla
rota, sin otro oficio que servir de filtro.

Estuve en Montevideo. Ya Samuel y los (as) demás estaban lejos.
Había conocido a Verdaguer, el mismo día en que llegué a Bogotá. Él
estaba sentado en uno de los restaurantes de la terminal de
transportes. Yo andaba sin rumbo. Había salido de Puerto Berrio la
noche anterior. Mis hijos e hijas ya no estaban conmigo. Cada uno (a)
tomó su camino. Las niñas quedaron con Santiago. Me acompañaba el
estigma de ser mujer de todos.

Verdaguer me observó, desde el mismo momento en que entré y pedí
un café. Se me acercó. Se sentó a mi lado. Hablamos de todo. Como
contando nostalgias, pesares. Como indagándonos acerca de lo que
fuimos y de lo que somos. Era como efectuar un recorrido inmenso en
el tiempo. Una apertura de vida, a partir de un hecho circunstancial y
fortuito, un encuentro. Conocí parte de su vida. Y él conoció casi toda
mi vida. Palabras y palabras, que fluyen y comunican. Palabras acerca
de la dureza del día a día.

Me escrutaba. Unos ojos inmensos, color verde. Un cabello hermoso,
azabache. A decir verdad, me sentía arrobada. Una especie de
atracción primera, sin otra justificación que la necesidad de mi cuerpo.
No sé qué pasa conmigo, los hombres son, para mí, referentes
sexuales. De manera constante. Ahí, en ese momento, ya recorría el
cuerpo de Verdaguer con la mirada y con el deseo.

Supe de su origen. Había nacido en Montevideo, treinta años atrás.
Llegó al país, en busca de aventuras. Un hombre hecho para viajar, sin
rumbo. Se ganaba la vida, haciendo lo que fuera necesario. Desde
trabajar en oficios varios; hasta engañar incautos, como prestidigitador.
Estaba alojado en un hotel sencillo. Situado en uno de los sitios más
deprimidos de la ciudad.

Llegamos a su cuarto. Él le informó al administrador que yo era una
familiar y que estaría con él hasta el día siguiente. A su vez, el
administrador, le informó que habían estado unos señores indagando
por él. Por su aspecto, creo que son detectives.

No respondió. Nos bañamos juntos. De pie hicimos un ejercicio
inmenso. De nunca acabar. Me asombró su capacidad. Tres veces me
inundó. Quería más. Pero, en verdad, yo estaba extenuada. Dormimos
largo rato. Nos despertó la voz del administrador. Decía que habían
vuelto los señores que estuvieron en la mañana.

Le informaron que tenía 48 horas para salir del país. Por su condición
de indocumentado itinerante, no podía residir aquí.

Estuvimos errantes. Sin un norte preciso. Aquí y allá. De Bogotá a
Popayán y luego a Pasto. Entramos a Ecuador en un furgón de carga,
camuflados. Hicimos tránsito a Perú y Bolivia en las mismas
condiciones. Al entrar a Chile, nos encontramos con un amigo de
Verdaguer. Un tal Patricio Tapia. Hablaron largo rato. Nos invitó a
cenar. Esto me alegró mucho, ya que no comíamos desde el día
anterior.

Tapia, le insinuó a Verdaguer que se quedara en su casa. Tu amiga,
también puede quedarse en casa, dijo. Un barrio inmenso, en la
periferia de Santiago. Tapias nos guiaba. Habló del rol que tuvo ese
barrio en 1972 y 1973, durante el gobierno de Salvador Allende. De las
brigadas patrióticas. De las consecuencias del golpe militar. De la
persecución constante. Del muerto; de los torturados; de los
desaparecidos. Él mismo, dijo, perdió a sus hermanos. Nunca más
supo de ellos; desde que allanaron su vivienda y se los llevaron. Logró
escapar, gracias a la colaboración de varios vecinos que le permitieron
escalar techos y saltar al vacío.

Tapia describió un horizonte complicado. Estuvo huyendo todo el
tiempo. Pasó a Argentina. Allí la situación era igual o peor. Militares
que absorbían todo. Aplicaban la opción de gobierno, sustentada en su
hegemonía. Y en su violencia, absoluta. También el vértigo de las
desapariciones forzadas. De las torturas. De execrables métodos para
ahogar cualquier vestigio de libertad, de oposición. En Buenos Aires,
recorrió diferentes sitios. Se enroló en milicias urbanas afines a los
peronistas y, después en milicias afines a los Montoneros. Un recorrido
azaroso. Participó en varias acciones directas, de confrontación a la
tropa y a sus informantes. Estuvo en Córdoba. Se enroló en los grupos
de resistencia, dirigidos por los obreros, por los sindicatos, de manera
clandestina. Allí, en Córdoba, la represión fue más cruel. Porque era
un territorio en el cual las organizaciones obreras eran fuertes y
decididas.

Pasó a Montevideo. Se enroló en milicias tupamaras. Lo mismo:
represión brutal. Se trataba de hostigar y resistir a la fuerza
avasallante, demoledora de los militares. Estuvo en Punta del Este,
territorio no tan azotado por la violencia. Allí hizo contactos. Sirvió
como estafeta entre las secciones en diferentes sitios. Recorrió mil
caminos. Hasta en Brasil estuvo. Recabando solidaridad. Colaboró con
la organización logística. Dinero y pertrechos. Distribución de los
mismos. Coadyuvó con las Madres de la Plaza de Mayo, en los
momentos más cruciales. Admiraba, profundamente, la capacidad de
estas mujeres para resistir y para convocar solidaridad, en el país y en
el exterior.

Tapia, también, estuvo realizando propaganda clandestina, en
desarrollo del campeonato mundial de fútbol, realizado en Argentina en
1978. Labor ardua. Porque la Junta Militar se la había jugado toda en
el impulso a ese evento. Como terapia forzada. Para presentar otra
visión al mundo. Diferente de la realidad. Se mostró una imagen del
país; en donde la paz interna había sido lograda. Se había derrotado a
la subversión, a los antipatriotas. Decían, además, que los
desaparecidos eran un invento de quienes no querían hacerse a la
idea de que Argentina, era una república democrática. Simplemente,
ellos, tuvieron que actuar para impedir que se generalizara en el país y
en todo el Cono Sur, la influencia dañina, pervertida de los comunistas.

Tapia supo, además, que desde mucho tiempo atrás, existía una
confabulación entre la Junta Militar y algunos directivos de la FIFA.
Debía quedar claro: a la Selección Argentina no lo quedaba otra
opción que ganar el campeonato. Una ampliación y profundización de
dominio. Por una de esas vías que Gramsci definía como el poder
ideológico. Una superestructura que absorbe lo real. Una propagación
de las verdades construidas a imagen y semejanza de los
detentadores del poder. Si bien es cierto que puede haber algunas
diferencias entre un gobierno burgués anclado en la democracia
tradicional; no es menos cierto que, en últimas, la Junta Militar
defendía sus intereses y los de la burguesía, agazapada; sin decir
nada ante las atrocidades de los militares.

Él (Tapia); estuvo, a su vez, durante el conflicto entre Argentina e
Inglaterra; soportado en la reivindicación de la jurisdicción de la
primera sobre las Islas Malvinas. Un enclave inglés, arrebatado por la
fuerza. Desde la perspectiva de los luchadores por la libertad; esta
reivindicación es válida. Porque se trata de un territorio argentino, de
su soberanía. Sin embargo, enfatizaban, además, que la Junta Militar
pretendía hacer de ese conflicto una posición de unidad nacional, pero
manteniendo la dictadura, la violencia, el exterminio sobre el pueblo
argentino.

Nos contó de las andanzas de Atanasio, un auriga de los detentadores
del poder. Un hombre curtido en acciones, reivindicando el derecho de
los militares a ejercerlo, incluidas la violencia y las desapariciones
forzadas. Hombre de talla perversa. Se cuenta, decía Tapia, que su
hija está atada a un negocio de tráfico de personas; de un comercio
infame con las etnias. No solo en América Latina, sino también en
Europa, Asia y África. Negocio montado con la complacencia de las
autoridades en diversos países.

Yo veía, en Tapia, un hombre sólido. De ideas y actividades recias,
decididas. Hasta cierto punto lo comparaba con Verdaguer, hombre sin
principios, camaleónico, desleal, aventurero por lo bajo. Solo me
subyugaba su manera de hacer explotar mi placer.

Yo veía, en Tapia, un hombre hermoso. Con horizontes. Empezó a
cautivarme. Cierto día, antes de salir de Santiago, me acerqué a él, en
un momento en que Verdaguer salió a pasear por el barrio. Le dije,
quiero que estés conmigo. Quiero palparte, absorberte. Quiero que me
posea. Me miró perplejo. Como que no se hacía a la idea de que la
mujer de su amigo se atreviera a tanto. Le insistí. Me desvestí delante
de él. Lo empujé hacia el baño. Le desaté los pantalones; le cogí su
inmenso músculo. Abrí mis piernas, de pie y lo introduje en mi
abertura. No pudo más. Me asió por las nalgas y empujó. Una fuerza
absoluta. Una y otra vez, sentí su líquido, tibio. Una y otra vez me
hurgaba; me tocaba los pezones. Exploté, grité. Le decía: más, más;
quiero más.

Cuando regresó Verdaguer, todavía estaba un tanto convulsa. Un
ardor hermoso me recorría todo el bajo vientre. Todavía sentía mis
pezones adoloridos, erectos. Intuí en Verdaguer una expresión
extraña. Como si oliera mi vagina y el líquido en ella. Era hombre
conocedor de nosotras las mujeres. Su experiencia continua en estas
bregas con las mujeres; lo había dotado de un gran olfato. Conocía el
olor de lo suyo. Aprendió a conocer los olores del líquido de otros
hombres. Era un animal en celo permanente, que olfatea a su hembra
y sabe si su territorio ha sido invadido.

Viajamos a Buenos Aires. En furgones de carga. Otros trechos los
hicimos a pie, evitando pasar por lugares militarizados. Todos
concentrados en la necesidad de llegar sin obstáculos. Yo miraba a
Tapia, a cada momento. Él sabía que yo lo hacía. Aprendió, en su
lucha, a mirar sin mirar. A percibir a los otros y a las otras a distancia.
Hablaba con Verdaguer. Sobre trivialidades. Sobre lo cotidiano. Sobre
el paisaje.

Llegamos un martes en la tarde. Me sentía cansada. Casi arrastrando
los pies. Tapia nos condujo a la casa de uno de sus camaradas.
Eludiendo sitios. Dando giros; vigilante. Por fin llegamos a la casa.
Ismael, saludó a Tapia y este nos presentó como un amigo y una
amiga que conoció en Santiago. Le susurró al oído. Supongo que le
dijo que no había nada que temer con Verdaguer y yo.

Ismael enteró a Tapia de los últimos acontecimientos. Supimos que
seguían en la lucha; a pesar de la leve apertura que se sentía en el
ambiente político. Habló de Raúl Alfonsín. Del deterioro constante de
la Junta. De su desprestigio a nivel internacional. De la presión que
ejercían sobre ella diferentes gobiernos europeos. Contó que se había
conocido, públicamente, lo que antes era un rumor. La CIA estuvo,
todo el tiempo, asesorando a la Junta Militar. En el contexto de la
política de la guerra de baja intensidad. De la influencia de esta política
en casi todos los países Latinoamericanos. Incluido El Salvador; en
donde se desarrollaba una lucha tenaz. Del Frente Farabundo Martí.
Del desarrollo de las actividades del Frente Sandinista que había
triunfado en Nicaragua. De la situación en Guatemala, de la violencia
en contra de las mujeres allí. Misóginos constantes.

Nos contó de la situación interna del movimiento revolucionario en
Argentina; de las contradicciones crecientes; habida cuenta de la
heterogeneidad de sus integrantes. Peronistas, socialistas, los sin
partido, etc.

Al día siguiente de nuestra llegada, asistimos a un concierto. Ya había
regresado Mercedes Sosa de su exilio. Estuvo León Giecco, quien
también había regresado. Esa misma noche estuvimos bailando en
uno de los barrios de la capital. Al regresar a la casa de Ismael,
bebimos unas copas de vino. Casi no pude conciliar el sueño. Estuve
inmersa en una sucesión de imágenes pasadas. Imágenes de
regresión. Me veía asfixiada por el jorobado. Veía a Santiago encima
de mí, a la vez que me susurraba: ¡Puta ¡. No vales nada; mujer de
todos. Veía a Samuel. Sentía su odio: Sentía sus manos
recorriéndome todo el cuerpo; recordé sus vesanias; su tránsito hacia
la maldad absoluta. Veía a Silvia; a Martha; a Maritza entregada a
Pánfilo; a Pitágoras y a Adrián. Recordaba a Demetrio y a Isolina; lloré
de dolor por mi deslealtad. Cuando desperté, estaba en Montevideo
con Verdaguer. Habíamos huido. No estaban ni Tapia, ni Ismael. Luego
supe que Verdaguer los había traicionado. Los había delatado. Cobró
una recompensa por ello. Aturdida; vagué por las calles, sin rumbo. Me
lancé al vacío desde el octavo piso de un edifico comercial. Sentí el
estruendo de mi propia caída. Fui muriendo lentamente, ante la mirada
horrorizada de los transeúntes.

CAPITULO III

Petronila Rentería había llegado, con su hija, la noche anterior. Caloto
las vio llegar. Un tanto desorientadas. Venían desde Bahía Solano.
Desorientación y desesperanza. Una llegada forzada, en razón a
hechos que comprometían la seguridad y la supervivencia. Venían,
precedidas de caravanas enteras, de nativos originarios, de
afrodescendientes, de campesinos rasos. Cada paso, en su huida,
constituyó una odisea. Porque el hambre, el cansancio y el desarraigo
ejercían como peso que los obligaba a establecer una comunicación
continua con un horizonte perdido. Porque, los conceptos de familia y
de grupo tendían a convertirse en expectativa latente, no hecho
concreto. Han pasado tantos años de lucha por la supervivencia, por
superar la marginalidad y el tratamiento como parias, por parte de los
poderes central y regional; que el solo hecho de sentirse vivos era, de
por sí, una hazaña. Llegaron, pues, a Caloto, sin saber si constituía
punto de llegada; o mero tránsito hacia otro territorio que no se
avizoraba.

Ciudad de historias. De luchas y de expresiones por el reconocimiento
y el respeto a las etnias. Lugar de asiento de Paeces y de Nasas. Con
un perfil construido a lo largo de un proceso que se remonta a los años
inmediato después de la invasión de los españoles. Fundada una y
otra vez. Allanada una y otra vez, por las fuerzas perversas de los
invasores; que veían en ese territorio una zona estratégica para
apuntalar el dominio en Popayán. Lugar de confluencia y de
demostraciones en lo que a la resistencia nativa se refiere.

Ya había sido demostrada la capacidad guerrera y libertaria en 1543,
cuando derrotaron las pretensiones de Sebastián de Belalcázar.
También, en 1563, Paeces y Pijaos les infringieron otra derrota. Ya,
con la conducción de Joaquín de Caicedo y Cuero, insinuaban su
disposición a contribuir con la lucha independentista. Un territorio
localizado en el centro del norte del Departamento del Cauca. Entre
Toribío, Corinto, Santander de Quilichao y Jamundí.

Paso a paso, con dignidad y c capacidad organizativa, se construyeron
los Resguardos de Huellas, López Adentro y Toez. Forjadores de la
Asociación de Cabildos Indígenas y del CRIC. Con una historia
vinculada a la Campaña Libertadora que se dirigió al sur, al mando de
Simón Bolívar. Que lo acogió. Con una participación activa, desde
1810. Prueba de resistencia y de acción.

Isolina Girardot, siempre al pie de su madre. Con un recuerdo vago de
su padre Escolástico. Pero, asimismo, con una fijación plena de su
recorrido. Una aldea destruida. Persecuciones continuas que las
vulneraron. A ellas y a sus grupos sociales y étnicos. Fijación que gira
a su alrededor. Sin perderse nunca, ni como visión, ni como recuerdo.
Una incitación constante a realizar actividades tanto o más importantes
que las anteriores. Con la mirada puesta en el hoy y en el mañana.
Soportando, otra vez, el asedio de las fuerzas que tratan de
imponerles el reconocimiento del poder de terratenientes. De quienes
han instalado grandes ingenios azucareros. Inclusive, robándoles el
agua. De quienes ejercen un poder occidentalizado. Aquellos que
pretenden, por la vía del aniquilamiento, destruir sus ancestros culturas
y sociales. Por la vía de desdibujar la extensión y complejidad de las
tradiciones. Desde los Muiscas hasta los Nasas. Llegando inclusive,
los invasores y sus herederos, a trastocar el significado de esas
culturas. Como, cuando, invirtieron los valores; dándoles significados y
denominaciones diferentes. Entonces, no es San Agustín o la “Cultura
Agustiniana”; es y será la Cultura Muisca. Aquella que se extiende
desde Boyacá, Bacatá (Bogotá); pasando por Tolima, Huila, Tolima,
Nariño. Fueron etnias que interactuaban; a las cuales se les ha cortado
el circuito complejo de integración.

Isolina, empezó a crecer en conocimientos y en capacidad para
aplicarlos. Ella y su madre, tuvieron que soportar tristezas y
privaciones. Hubo momentos de profunda desprotección. Solo la
articulación con sus pares individuales y colectivos, pudo desatar el
nudo de la desolación. Isolina creció en capacidad organizadora.
Juntando ingenio, destrezas e investigaciones acerca de sus orígenes,
como etnia. Acerca del cruce de caminos en los que se han
encontrado similitudes. No solo desde el punto de vista económico y
cultural; sino también en lo que hace referencia al enfrentamiento
político con quienes han insistido, por la fuerza del poder, en
asfixiarlos. Restringiendo sus territorios y conminándolos a ejercer
como pueblos y grupos sociales en condiciones infames. Han sido los
usurpadores, de ayer y de hoy. Los que han expropiado sus tierras;
lanzándolos, expulsándolos. A sangre y fuego.

Comenzó un itinerario. Visitando regiones y postulando opciones. Algo
así como lo que hizo María Cano en el movimiento obrero. Estuvo en
todos los municipios y resguardos cercanos a Caloto. Luego expandió
su acción a territorios más alejados. Llegando, inclusive, hasta la
frontera con Ecuador, por el sur, compartiendo conocimientos con los
Pastos. Con los cuales interactuó, a pesar de la pérdida de su dialecto,
por la vía de la absorción por parte del castellano.

Viajó al Amazonas. Comunicando energía y expectativas a los Ticuna.
Recibiendo, en beneficio de inventario cultural, las enseñanzas de los
chamanes, en Puerto Nariño y la Chorrera. Estuvo con los Huitotos en
Caquetá, aprendiendo sus lenguas mika y minika y su acumulado
histórico como cosmovisión de amplio espectro. Visitó a los Mukak-
Makú, los nómadas en el Guaviare.

Aprendió de los Guambianos, en Silvia, Jambaló, Caldono y Toribio.
Viajó a la Guajira, asumió con los Kogi retos en términos de conservar
su lengua ancestral, Chibcha. Conoció de ellos, el culto a la Madre
Tierra. Convivió con los Wayú y su lengua Arawak. Con sus niñas
menstruantes, recluidas en su preparación para el matrimonio. En el
intercambio de las familias que asumen el proceso de casamiento.

Con los Arahuacos en Sierra Nevada. Con su perfil lingüístico Chibcha
y sus ceremonias de casamiento, bajo el régimen matrilocal. Con los
Embera en el Choco y sus variantes Cholos, en el Pacífico, Chamies o
memes en Risaralda. Catíos en Antioquia y los Eperas en Nariño.

Con sus pares en raza, los negros y las negras. Construyen do nexos
como afrodescendientes; por toda la franja que bordea al Pacífico.
Aunando expresiones de consolidación cultura. Asumiendo roles que
reivindican su potencia cultural-musical. Con sucesivas variantes; en
términos de localización y particularidades. Sin pretender opciones
hegemónicas y/o racistas. Siendo artífice de las organizaciones de
mujeres. Organizaciones inherentes a sus luchas. Como mujeres que
asumen la defensa de su raza, de sus costumbres. Y,
fundamentalmente, sus derechos. Ante la despiadada persecución y
aniquilación a que son sometidas ellas, sus hombres, sus niños y sus
niñas. Tratando de forjar lazos de unidad y organización con las etnias.
Sin pretender un intercambio cultural o político, que destruya sus
soportes y registros ancestrales.

Estuvo en Barrancabermeja, cuando el asedio de los grupos armados
al servicio del Estado (abiertos y clandestinos). Actuó con las Mujeres
Ruta Pacifico; buscando justicia. Exigiendo restitución de bienes y
derechos. Comunicando al mundo las acciones de exterminio oficiales
y paraoficiales. Siguiendo, un poco, el mapa construido por las Madres
de la Plaza de Mayo, en Argentina. Siguiendo el registro histórico de
Rigoberta Menchú, en Guatemala y su incidencia en el Caribe y en
Centro América.

La actuación de Isolina, entonces, estuvo centrada en propiciar y
actuar, en relación con los derechos conculcados a las minorías
étnicas y a los afrodescendientes. Nunca olvidó la historia del luchador
Álvaro Ocué Chocué; asesinado de manera infame.

Conoció a Demetrio en Jambaló. Durante una de sus actividades.
Realizaban una acción comunitaria, consistente en analizar la situación
planteada en torno al despojo territorial de que habían sido víctimas los
Paeces y Nasas. Concretamente de la Hacienda Emperatriz. De
tiempo atrás, terratenientes caucanos habían realizado un proceso de
expropiación, a nombre de la propiedad privada. Para sucesivos
gobiernos, esa interpretación de los terratenientes era válida.
Abstrayendo el significado cultural y organizativo alcanzado por los
Resguardos. No solo en lo que supone el nexo con la Tierra, como
parte de su cosmovisión, a la manera de los Kogi; sino también en lo
relacionado con su subsistencia. Había sido decretada una nueva
toma por parte de la dirigencia indígena. A su vez, el gobierno central,
había determinado el desalojo. Una confrontación ineludible.

Demetrio, un hombre sencillo. De mirada fuerte, decidida. Una
contextura física parecida a todos los hombres de su raza. Hercúlea.
Había llegado a Jambaló, desde Quibdó. Allí realizaba tareas de
pesquería y estaba asociado a la eterna lucha por derechos
fundamentales inmediatos. El alcantarillado, agua potable, acueducto,
etc. No habían sido nada fáciles su vida y su gestión comunitaria. De
hecho, era un itinerante obligado. Tenía sobre si un estigma. Una
marca que lo colocaba con la placa de subversor del orden público. En
el pasado reciente había sido reportado como auxiliador de guerrillas,
por parte de las fuerzas paraoficiales. Escapó del asedio, por parte de
la gendarmería clandestina, al barrio en donde vivía, en la ciudad de
Medellín. Por coincidencia, estaba alojado en casa de un primo. El
barrio Corazón, fue declarado objetivo militar; en el contexto de la
ofensiva de las fuerzas oficiales y paraoficiales, en la Comuna 13.
Salió clandestino para Apartadó, en la zona adscrita a una forma de
región y de organización similar a la reinserción. Allí estaba cuando el
ataque paraoficial. Escapó hacia Turbo. De allí salió para Arboletes.
Siempre huyendo. Como nómada forzado. En un desarraigo brutal. Por
fin logró establecerse en Quibdó.

Isolina presentó, en esa sesión, un análisis preciso. Acerca de la
situación de la etnia y de los afrodescendientes en el país. Hizo
referencia a la dinámica de la confrontación social y política. Desde
antes de la Reforma Constitucional de 1991 y sus antecedentes, hasta
la valoración del impacto efectivo del Mandato Constitucional, que
refiere una Nación pluriétnica y pluricultural. Con todos los agregado
estructurales y circunstanciales a que esto conlleva. Como correlato de
ese marco conceptual. Asimismo, enfatizó acerca de las limitaciones
para apropiarse de esos conceptos y su traducción a la acción común,
cotidiana, efectiva.

Uno de los elementos, dijo Isolina, que nos convoca a la reflexión,
tiene que ver con el significado como simple alegoría; o como
concreción. Lo que yo percibo es que se presenta una dicotomía real.
La Constitución por un lado y la realidad por la otra. Porque no solo los
particulares hegemónicos y vandálicos; sino el gobierno actual y su
predecesor, han hecho caso omiso de ese mandato. Y, cuando se
produce, como ahora, una lucha exigiendo los derechos
constitucionales para las etnias y los afrodescendientes; se produce y
se publicita una andanada panfletaria. Pretendiendo localizarnos como
eslabones de la cadena terrorista y antipatriota.

En mi opinión, entonces, es la siguiente: a como dé lugar. Arriesgando
lo que sea. Incluso nuestras vidas; debemos estar al lado de Paeces y
Nasas. No es este el momento de asumir posiciones dubitativas.
Somos pacíficos; pero eso no implica ser inferiores a quienes nos han
precedido y que han sacrificado sus vidas en nombre de los derechos
ancestrales y actuales. Si por solidarizarnos, efectivamente, con ellos y
ellas, nos han de llamar subversivos, que venga ese nombre.

Demetrio Quedó impresionado por la coherencia en las expresiones de
Isolina. Por sus conocimientos, vertidos en lenguaje popular, asequible
a todos y a todas. Se acercó a ella, en la intención de felicitarla.
Isolina miró a Demetrio. Una cautivación instantánea. La conmovieron
su mirada y sus gestos. Respondió con una sonrisa a los halagos de
Demetrio. Le preguntó desde donde venía. A la respuesta de Demetrio,
Isolina indagó si tenía en donde alojarse. Demetrio trató de mentir, con
un si borroso. Ella le ofreció el cuarto que compartía con su madre.

Al llegar a casa, Isolina lo presentó a su madre Petronila. La negra se
encantó con Demetrio. Tal vez, porque vio en él el hijo que no pudo
crecer. El antecesor a Isolina. Ella siempre había querido un hijo varón.
Lo perdió, sin nacer. Cenaron un menú constante: arroz, sopa de
champiñones y pescado. Conversaron largo rato, hasta las 12 de la
noche. De todo hablaron. De la vida, de la muerte, del gobierno, de su
gente, de su familia. En fin, siendo esa hora, Isolina invitó a Demetrio a
dormir en el piso. Con almohadas y cobertores como contrapeso a la
dureza del piso.

Al amanecer, Isolina resbaló al sitio de Demetrio. Petronila estaba
dormida. Demetrio, al sentir el cuerpo de Isolina en su sitio, reaccionó
con timidez. Isolina pegó su cuerpo al de Demetrio. Lo besó en la
boca. Le susurró: quiero compartir contigo. Quiero que estés conmigo.
Quiero tu aliento. Quiero tus brazos. Y tus manos. Y que me recorras
el cuerpo. Así, con la fuerza que tienes. Quiero que me preñes. Ya, lo
quiero.

Él sintió un espasmo. Nunca había estado con una mujer, tan cerca.
Nunca había tenido coito. Nunca había amado a una mujer. El calor
insinuante de Isolina, lo aturdió. Sintió crecer lo suyo. Esa largueza y
esa dureza que él veía a diario, cuando se bañaba. En ciertos
momentos, de manera subrepticia, se sentía orgulloso de ese. Porque
era un músculo negro, duro, inmenso. Solo había sentido y palpado el
líquido que manaba por ahí. Justo el día en que despertó, después de
haber soñado con una mujer desnuda. Negra, como Isolina.

No soportó más. Saltó sobre ella. Destruyó todo lo que, al paso de su
largueza y dureza, encontró. Isolina sintió cuando se rompió su
respaldo a la virginidad. Sintió un dolor dulce, infinito. Movía su cuerpo.
Como danzando. Demetrio la dominó. Decía: soy lo que quiero que
seas. Negra hermosa. Negra provocativa. Negra libertaria. Negra
absoluta.

Así estuvieron toda la noche. Una y otra vez, sin sentir cansancio. Al
despertar, observaron sus cuerpos desnudos. No pudieron seguir,
porque ya Petronila estaba al pie de ella y de él. Con una mira de
dulzura plena. Como diciendo: es lo que siempre desee, que
Escolástico me amara así.

Isaías nació, cuando en Nicaragua los sandinistas accedían al poder;
después de derrotar a Anastasio Somoza. Un día pletórico de
enseñanzas y de alegrías. Demetrio estaba enfrente del recién nacido.
Un niño normal, en términos de físico, peso, talla. Tenía algo que
llamaba la atención: una mirada profunda, escrutadora, por unos ojos
inmensos, azabaches. Lo escrutaba todo. Desde el espacio físico de a
habitación; hasta los cuerpos de Demetrio e Isolina. Un niño precoz.
Aún en la manera llorar. Una exigencia prematura. Respecto a la
distancia entre él, su padre y su madre. Un niño de un negro inmenso.
Su piel brillaba. Como un faro.

Isaías creció rápidamente. En cuerpo y en espíritu A los cinco años
sintió que su padre traspasaba la línea entre el ser y no ser. Lo vio
muerto en una fosa común. Compartida por quienes, como él, nunca
se ofreció como sujeto transable. Susceptibles de ser erigidos como
imagen de compromiso, con lo valores impuestos desde su edad
temprana.

Isolina le hablaba, en su cubículo, improvisado como cuna y como
sitio. Sin embargo, ella, percibía en él un sujeto extraño. Evasivo.
Como cuando alguien, en la literatura vinculada con el terror, percibe
retiene un personaje para que ejerza como símbolo de la maldad.
Hasta cierto punto, Isolina, hizo una reflexión inmediata. Algo así como
sentirse azarada por la mirada de su hijo. Pero, insistió a sí misma, en
una elucubración posible. Como si quisiera desentrañar los vericuetos
del destino. Percibía a Isaías como sujeto que, con el tiempo, podría
llegar a ser un asesino en serie, o algo así.

Precisamente, el día del décimo aniversario de Isaías, Isolina tuvo un
sueño alucinante, de un gran dolor. Isaías estaba enfrente de ella y de
una niña que parecía ser su hija. Al menos eso aparentaba al observar,
fijamente, sus ojos y su rostro. Isaías andaba desnudo por toda la
casa. Hablaba cosas ininteligibles. Más bien parecía una vocinglería
inexplicable. Con términos mendaces, obscenos. Cuando se acercaba
a la niña, Isaías, se tomaba el pene y lo manipulaba. Sin ningún
recato. Luego empezaba a verter litros de líquido amarillento. Se reía y
ahogaba sus voces. La de la niña y la de Isolina.

Cuando despertó, Isolina miró a Isaías que dormía placentero en su
cama. Respiraba tranquilo. Pero, de pronto, despertó. Me miró y se
desnudó. Me gritaba: ven Isolina, ven. Esto es para ti y para tu hija.
Ese bastardo de Demetrio lo hice matar. No me gustaba la manera
como te miraba. Mucho menos me gustaba la manera como te poseía,
cada noche. Ustedes dos. Tú y él. Descifrando códigos de ternura y de
placer. Yo, en entre tanto, sollozando, porque no atinaba a hacer
crecer lo mío como el de Demetrio. Te sentía sollozar, pero de alegría.
Con una inmensa felicidad absurda. Yo no creo en la felicidad. Creo en
mí. Le entregué a Demetrio a los gendarmes. Calculé con ellos el
momento más propicio para raptarlo y para matarlo. Con la técnica que
han aprendido, a fuerza de ver pasar la historia. Generaciones y
generaciones de gendarmes. Siempre sumisos, atados al poder de
momento o al de siempre. Lo desollaron. Mientras tú llorabas. Mientras
esa niña, la hija de Demetrio y tuya ululaba y se sentía ajena.

Sentí, dijo Isolina, como si mi pecho explotara en mil pedazos. No
sospeché, ni prefiguré nunca que un hijo pudiera contribuir al asesinato
de su padre y a profundizar el dolor de su madre. Lo veía, allí sentado.
Riendo. Celebrando su triunfo. Sobre mí y sobre Demetrio. A favor de
los dueños del poder. Esos que, siempre han mentido, a propósito de
todo. Pero, fundamentalmente, a propósito de la muerte de los
adversarios. Adversarios que solo tienen o han tenido la culpa de ser
diferentes. Ajenos a opciones malvadas. Cercanos a construcciones
solidarias y justas. Tanto en relación con sus pares; como también en
relación con los escenarios de vida.

¿Fue un sueño, de otro sueño? Isolina no podía descifrarlo de
inmediato. Lo cierto es que Demetrio Desapareció. Unas vecinas
vinieron a informarme que había sido violentado y obligado a subir a
un vehículo. No tuve fuerzas para levantarme y seguir a mis vecinas.
Mi respiración era entrecortada. Sollozaba. No como sujeta pusilánime,
a la manera de las plañideras. Pero si como madre y amante. Tanto
más el dolor, en cuanto este era originado por un hijo que entrega a su
padre y violenta, por esa vía a la madre. Son signos inequívocos de
una descomposición de los valores. Cada vez más punzante y más
cuantiosa. Todo, relacionado con el Joyero que ejerce el poder. Que
vende cachivaches, a manera de mercancía excelente. Un joyero
abominable. Que rige en el país de las utilidades, de las recompensas,
de las verdades a medias, o simplemente, no verdades. Es la
consecuencia del raponazo a la democracia. Es, en otras palabras, el
ejercicio del poder, a nombre de la democracia. Con una popularidad
construida en la manipulación de datos. O, simplemente, con la
aquiescencia de un pueblo mudo, ciego y deleznable.

…Al volver a despertar, Isolina, encontró a Isaías, su lado, dormido. Se
estremeció, al recordar su sueño.



CAPITULO IV

Rosa Eugenia, tenía 10 años, cuando conoció a Jerónimo Peralta, un
viejo amigo de la casa. Desde muy temprano, todas las mañanas,
asistía a los ejercicios que pretendía prolongar, en el tempo, el pasado
de cada uno (a) de lo(as) habitantes de Puerto Boyacá. Un municipio
talado por indescifrables momentos de la historia. Un perfil que,
tendencialmente, se identificaba con aquellas zonas que eran
escenarios de hechos insólitos; incluido el de vivir una dinámica en el
tiempo que coincidía con la infamia. Un lugar de expresiones
premonitoras.

Jerónimo, un personaje sacado de las historietas patéticas, entendía el
tiempo como un simple recodo en el camino. Para él, la vida, estaba
inmersa en circunstancias disímiles. Algo así como entender todo
contexto, en términos de la continuidad. Una alucinación constante.
Vertía, a cada paso, una sombra de nostalgia. Como cuando se
percibe lo cotidiano, incrustado en el pasado. Siendo, entonces,
sometido a la ley de la continuidad y de la desesperanza.

Cuando conoció a la familia de Rosa Eugenia, había cumplido 23
años. En ese mismo tiempo conoció a Burbano que, a su vez, tenía el
horizonte subsumido en la lógica trinitaria. Como quiera que ejercía
como hombre, en relación con la orfandad, la miseria y la posibilidad.
Esta última, latente, todo el tiempo.

Para él, Rosa Eugenia, era un tipo de doncella erigida en adulta, antes
de que la lógica del tiempo, inaugurara la continuidad enfermiza del
tiempo. Esta que pretende, a cada paso, reelaborar el universo; a partir
de unos códigos preestablecidos. En los cuales no existe lugar para la
imaginación. Mucho menos para ejercer vida plena. Con sus placeres
y con sus afugias.

El padre de Rosa, nunca tuvo un horizonte preciso. Nunca ejerció
como líder en un hogar tatuado de miserias. Lo suyo era recorrer la
vida, al lomo de la trivialidad. Nunca supo defender su territorio. Más
bien, era sujeto pasivo que no hacía otra cosa que poseer a la madre
de Rosa Eugenia, y a la mayor de las hijas. Con esta estableció, desde
su nacimiento, una relación pútrida, perversa. Ya, la madre de Rosa,
sabía que este perdulario, era un macho sin ton ni son. Sujeto atado a
la vida, por un vínculo circunstancial. No era, ni mucho menos,
heredero de ningún agregado de calidad. Por lo mismo, cuando
Jerónimo instó a Rosa para que lo acompañara, ella sintió un profundo
alivio. Por lo menos no sería su padre quien la convirtiera en mujer
preñada a los diez años.

Los ejercicios de Jerónimo era un anzuelo perfecto. Transitaron hacia
el habitáculo en que vivían él y dos hermanos suyos. Al llegar, le dijo a
Rosa Eugenia: no te preocupes, ya casi llega la gente para empezar la
reconciliación con Dios. En el entretanto, dijo, puedes bañarte.
Debemos llegar limpios a la ceremonia.

No terminaba su baño cuando, Rosa, sintió vértigo. Como cuando
alguien se da cuenta que lo espían. Sin embargo, siguió adelante.
Alguien entró al cuarto de baño. Un hombre levantó desnudo levantó la
cortina. Rosa Eugenia, solo atinó a cubrirse con las manos el pubis. Su
abuela le había dicho siempre que esa zona era fundamental de una
mujer. Si la perforan es como si hubieses muerto, niña. Ya ningún
hombre te querrá. Lo único que les interesa es que sea el primero en
hacerlo. De hecho, tu abuelo me examinó exhaustivamente, antes de
pedir mi mano.

Hombre jorobado. Se acercó a Rosa; tomándose su asta con ambas
manos. La blandía como un trofeo, recién termina la competencia.

Rosa Eugenia despertó en un lugar húmedo. Sentía un fuerte dolor
abajo del vientre. Como si un ardor profundo se confundiera con el
dolor. Una mujer la observaba, de pie, a la orilla de la cama. Le habló
muy quedo. Como susurrándole al oído, palabras indescifrables; pero
cargadas de tristeza.

Padre y madre; abuela y abuelo llegaron hasta la cama. Habían
logrado entrar, después de muchas demostraciones acerca del
parentesco con Rosa. Fueron al grano: el informe del médico, dijo el
padre, se resume en lo siguiente: ya no eres virgen. Te entregaste a un
hombre antes de lo previsto. Ya no sirves. Está rota. Ni para cargar
agua eres apta, ahora.

Por más que les expliqué lo sucedido, no creyeron mi versión. A partir
de este momento, dijo el padre, no estarás en casa. No eres
bienvenida. Busca al hombre y convéncelo de se case contigo. Ya le
hemos informado a Januario lo sucedido. Pobre hombre, tanto que te
quiere.

No sé qué día salí del hospital. Todavía sentía un fuerte ardor. Este se
mezclaba con el dolor. Caminaba sin rumbo. No tenía adonde ir. Sabor
amargo, este, que me penetraba. Sin un lugar. Adolorida. Estuve
caminando por todo el puerto. El cansancio me rindió. Quedé dormida
en la acera.

Al despertar, no recuerdo que día, me percaté de que tenía puesto un
traje, a manera de pijama. Una mujer negra me asistía, al bordo de la
cama. Esbelta, parecida a una fotografía que había visto de una atleta
en los juegos olímpicos de Sídney. Me habló con delicadeza. Como
queriendo apaciguar mi tormento con palabras que me parecieron
hermosas.

¿Linda niña, de donde has venido?
No sé si te trajo el Sol;
O viniste con la Luna;
¿…O será que mi corazón no recuerda tu hermosura?
…De tiempo atrás,
Cuando tú eras mi hermana.
…y yo hermana tuya?

Me abrazó con ternura. Mujer, más que mi madre. No podré olvidar sus
palabras. No podré olvidar que me asistió; en el momento más
oneroso de mi vida.

Me dijo: me llamo Isolina. Te encontramos, Demetrio y yo en la calle.
Tenías el cuerpecito tirado en la acera. Te trajimos a nuestra casa. Si
tú quieres puedes quedarte. Necesitamos compañía. Además, nos
cautivan las niñas y los niños. ¿…Quieres comer algo?,, disculpa que
no te llame por el nombre. No lo sé. ¿Tú lo recuerdas?

Le dije, me llamo Rosa Eugenia. Solo así. Tengo hambre, muchas
gracias señora. Agradezco también a tu patrón, al señor Demetrio.
Aquí no hay patronos ni señores, ni señoras, Rosa Eugenia. Solo
amigos y amigas. Ven sentémonos a la mesa. Demetrio ha preparado
el desayuno y lo servirá enseguida.

¿Ahora bien, ¿Rosa Eugenia, qué pasó?

Conté lo que recordaba. Lo del hombre jorobado en el baño y lo de mis
familiares en el hospital. Después, salí y quedé dormida en la acera.
Lo demás ya ustedes lo saben.

El examen de laboratorio arrojó un resultado infame. Estaba preñada.
Ya estaba por la tercera semana. Isolina respiraba fuerte. Demetrio no
dejaba de llorar. No sé qué pienses tú Rosa Eugenia. Mi
recomendación en solo una: debes abortar. Tu preñez es
consecuencia de una violación. Además, tu cuerpecito, a los diez años,
no está para parir. Ya tenemos suficiente con el hecho de no haber
vivido tu infancia.

Yo no atinaba a responder. Porque no sabía cómo hacerlo. Mi madre
siempre vociferaba: los hijos que manda dios, hijos son, hijos serán. A
pesar de mi resentimiento con ella y con mi padre, sentía que esas
palabras me calaban hasta el centro de mis huesos. No quiero ser
madre. Y menos de un violador jorobado. Sin embargo, no quiero se
asesina de mi hijo.

Isolina me dijo, pero ¿qué tipo de hijo va a ser? Un hijo se admite
cuando es resultado de la pasión del amor y del deseo. Lo tuyo no fue
ni lo uno ni lo otro. Mi linda niña. Que sea lo que tú quieras que sea.
Solo ten en cuenta mis palabras, como inventario expreso de lo que ha
sido mi vida.

Samuel nació. Yo estaba viviendo con Santiago. Habían transcurrido
seis años. Samuel no fue el último. Después llegaron Silvia, Martha,
Maritza, Pitágoras y Adrián. Uno detrás del otro. Apenas si cumplía mi
ciclo de recuperación, cuando ya estaba encinta otra vez.

Santiago me había conocido en Puerto Berrio. Yo había llegado allí,
después de fugarme, con mi hijo, de la casa de Isolina y Demetrio.
Trabajaba como doméstica en casa de uno de los médicos del
hospital. Allí, encontré refugio y ocupación. Samuelito, era un niño
raro. Desde que pudo moverse en la cama; me atosigaba con sus
manos. Iban directo a mis pezones. Me hacía gritar de dolor. Me
hurgaba las piernas. En principio yo no me percaté de sus intenciones.
De las piernas, al pubis y de allí…No bastaba con decirle: Samuelito,
no me toques así. Duérmete por favor.

Era conductor de una de las ambulancias del Puerto. A decir verdad,
me entregué a él, el primer día. Si alguien me pregunta por qué lo hice;
le diría: …no sé por qué. Tal vez, porque me hallaba desolada. Sin
más norte que la calle, el ruido y los insultos. Santiago, al menos, me
recogió. Me llevó a su casa. Allí se sació conmigo y, después, su padre
y su madre, me lanzaron a la calle, de nuevo. A mí y a Samuel. Lo
busqué en el hospital, hasta encontrarlo. Me dijo que iba a conversar
con el doctor Mascheroni, para que me eligiera como trabajadora en su
casa; ya que el doctor le había encargado eso, desde hacía algunos
días.

El doctor Mascheroni, estaba casado con la doctora Cecilia Abril,
médica cirujana que ejercía en Bogotá. Absoluto respeto conmigo y
con mi Samuelito. El trabajo no era complicado; pero si requería de
mucha atención. Las camas, el aseo de los cuartos; de los baños, de
piso y…preparar la cena. Porque el doctor desayunaba y almorzaba en
el hospital.

Pasados 3 meses, me diagnosticaron otro embarazo. Creí morir. No
había referenciado un hecho como ese. Hablé con Santiago y me dijo:
no puedo llevarte a la casa de mi padre y de mi madre. Mi salario no
es suficiente para atenderte a ti y a mis padres.

Decidí hablar con el doctor Mascheroni. Le conté acerca de mi
segundo embarazo. El doctor, muy sincero, expresó que no podía
hacerse cargo de tres personas. Sin embargo, me referenció a
Francisco Peñuela; abogado de casi la totalidad de los hacendados de
la región. Él tenía una hacienda a la salida del Puerto y necesitaba que
alguien le colaborara con la administración.

Don Policarpo, ella es Rosa Eugenia. Ya le había hablado de ella.
Tiene un hijo y espera otro. Pero es muy eficaz en su trabajo. Tanto en
cocina, como en labores de aseo.

El señor Policarpo, me enseñó la casa y la hacienda. Debía alimentar
a los peones. Además, debía asear la casa. Dije sí. Y allí se cerró el
negocio.

Estuve en la hacienda de don Policarpo, cerca de seis años. Nacieron,
Silvia, Martha y Maritza. Cuando creí haber cesado en mi función
reproductiva, nacieron Pitágoras y Adrián. Santiago decía responder
por Silvia y Maritza. Los demás no son mis hijos. Porque te has vuelto
una puta recatada Rosa, me advertía a cada rato. Según me cuentan,
seguía diciendo a cada rato, te acuestas con la mitad de los peones de
la hacienda. Incluso, ellos, hacen bromas en el bar. Han llegado,
inclusive, a apostar acerca de quien ha durado más contigo. Porque,
según ellos, eres insaciable. Después de uno, viene el otro y…
después del otro el siguiente. Esto para no hablar, decía, de tu
primogénito. Ese es de quien de rompió. De quien hizo de ti una olla
rota, sin otro oficio que servir de filtro.

Estuve en Montevideo. Ya Samuel y los (as) demás estaban lejos.
Había conocido a Verdaguer, el mismo día en que llegué a Bogotá. Él
estaba sentado en uno de los restaurantes de la terminal de
transportes. Yo andaba sin rumbo. Había salido de Puerto Berrio la
noche anterior. Mis hijos e hijas ya no estaban conmigo. Cada uno (a)
tomó su camino. Las niñas quedaron con Santiago. Me acompañaba el
estigma de ser mujer de todos.

Verdaguer me observó, desde el mismo momento en que entré y pedí
un café. Se me acercó. Se sentó a mi lado. Hablamos de todo. Como
contando nostalgias, pesares. Como indagándonos acerca de lo que
fuimos y de lo que somos. Era como efectuar un recorrido inmenso en
el tiempo. Una apertura de vida, a partir de un hecho circunstancial y
fortuito, un encuentro. Conocí parte de su vida. Y él conoció casi toda
mi vida. Palabras y palabras, que fluyen y comunican. Palabras acerca
de la dureza del día a día.

Me escrutaba. Unos ojos inmensos, color verde. Un cabello hermoso,
azabache. A decir verdad, me sentía arrobada. Una especie de
atracción primera, sin otra justificación que la necesidad de mi cuerpo.
No sé qué pasa conmigo, los hombres son, para mí, referentes
sexuales. De manera constante. Ahí, en ese momento, ya recorría el
cuerpo de Verdaguer con la mirada y con el deseo.

Supe de su origen. Había nacido en Montevideo, treinta años atrás.
Llegó al país, en busca de aventuras. Un hombre hecho para viajar, sin
rumbo. Se ganaba la vida, haciendo lo que fuera necesario. Desde
trabajar en oficios varios; hasta engañar incautos, como prestidigitador.
Estaba alojado en un hotel sencillo. Situado en uno de los sitios más
deprimidos de la ciudad.

Llegamos a su cuarto. Él le informó al administrador que yo era una
familiar y que estaría con él hasta el día siguiente. A su vez, el
administrador, le informó que habían estado unos señores indagando
por él. Por su aspecto, creo que son detectives.

No respondió. Nos bañamos juntos. De pie hicimos un ejercicio
inmenso. De nunca acabar. Me asombró su capacidad. Tres veces me
inundó. Quería más. Pero, en verdad, yo estaba extenuada. Dormimos
largo rato. Nos despertó la voz del administrador. Decía que habían
vuelto los señores que estuvieron en la mañana.

Le informaron que tenía 48 horas para salir del país. Por su condición
de indocumentado itinerante, no podía residir aquí.

Estuvimos errantes. Sin un norte preciso. Aquí y allá. De Bogotá a
Popayán y luego a Pasto. Entramos a Ecuador en un furgón de carga,
camuflados. Hicimos tránsito a Perú y Bolivia en las mismas
condiciones. Al entrar a Chile, nos encontramos con un amigo de
Verdaguer. Un tal Patricio Tapia. Hablaron largo rato. Nos invitó a
cenar. Esto me alegró mucho, ya que no comíamos desde el día
anterior.

Tapia, le insinuó a Verdaguer que se quedara en su casa. Tu amiga,
también puede quedarse en casa, dijo. Un barrio inmenso, en la
periferia de Santiago. Tapias nos guiaba. Habló del rol que tuvo ese
barrio en 1972 y 1973, durante el gobierno de Salvador Allende. De las
brigadas patrióticas. De las consecuencias del golpe militar. De la
persecución constante. Del muerto; de los torturados; de los
desaparecidos. Él mismo, dijo, perdió a sus hermanos. Nunca más
supo de ellos; desde que allanaron su vivienda y se los llevaron. Logró
escapar, gracias a la colaboración de varios vecinos que le permitieron
escalar techos y saltar al vacío.

Tapia describió un horizonte complicado. Estuvo huyendo todo el
tiempo. Pasó a Argentina. Allí la situación era igual o peor. Militares
que absorbían todo. Aplicaban la opción de gobierno, sustentada en su
hegemonía. Y en su violencia, absoluta. También el vértigo de las
desapariciones forzadas. De las torturas. De execrables métodos para
ahogar cualquier vestigio de libertad, de oposición. En Buenos Aires,
recorrió diferentes sitios. Se enroló en milicias urbanas afines a los
peronistas y, después en milicias afines a los Montoneros. Un recorrido
azaroso. Participó en varias acciones directas, de confrontación a la
tropa y a sus informantes. Estuvo en Córdoba. Se enroló en los grupos
de resistencia, dirigidos por los obreros, por los sindicatos, de manera
clandestina. Allí, en Córdoba, la represión fue más cruel. Porque era
un territorio en el cual las organizaciones obreras eran fuertes y
decididas.

Pasó a Montevideo. Se enroló en milicias tupamaras. Lo mismo:
represión brutal. Se trataba de hostigar y resistir a la fuerza
avasallante, demoledora de los militares. Estuvo en Punta del Este,
territorio no tan azotado por la violencia. Allí hizo contactos. Sirvió
como estafeta entre las secciones en diferentes sitios. Recorrió mil
caminos. Hasta en Brasil estuvo. Recabando solidaridad. Colaboró con
la organización logística. Dinero y pertrechos. Distribución de los
mismos. Coadyuvó con las Madres de la Plaza de Mayo, en los
momentos más cruciales. Admiraba, profundamente, la capacidad de
estas mujeres para resistir y para convocar solidaridad, en el país y en
el exterior.

Tapia, también, estuvo realizando propaganda clandestina, en
desarrollo del campeonato mundial de fútbol, realizado en Argentina en
1978. Labor ardua. Porque la Junta Militar se la había jugado toda en
el impulso a ese evento. Como terapia forzada. Para presentar otra
visión al mundo. Diferente de la realidad. Se mostró una imagen del
país; en donde la paz interna había sido lograda. Se había derrotado a
la subversión, a los antipatriotas. Decían, además, que los
desaparecidos eran un invento de quienes no querían hacerse a la
idea de que Argentina, era una república democrática. Simplemente,
ellos, tuvieron que actuar para impedir que se generalizara en el país y
en todo el Cono Sur, la influencia dañina, pervertida de los comunistas.

Tapia supo, además, que desde mucho tiempo atrás, existía una
confabulación entre la Junta Militar y algunos directivos de la FIFA.
Debía quedar claro: a la Selección Argentina no lo quedaba otra
opción que ganar el campeonato. Una ampliación y profundización de
dominio. Por una de esas vías que Gramsci definía como el poder
ideológico. Una superestructura que absorbe lo real. Una propagación
de las verdades construidas a imagen y semejanza de los
detentadores del poder. Si bien es cierto que puede haber algunas
diferencias entre un gobierno burgués anclado en la democracia
tradicional; no es menos cierto que, en últimas, la Junta Militar
defendía sus intereses y los de la burguesía, agazapada; sin decir
nada ante las atrocidades de los militares.

Él (Tapia); estuvo, a su vez, durante el conflicto entre Argentina e
Inglaterra; soportado en la reivindicación de la jurisdicción de la
primera sobre las Islas Malvinas. Un enclave inglés, arrebatado por la
fuerza. Desde la perspectiva de los luchadores por la libertad; esta
reivindicación es válida. Porque se trata de un territorio argentino, de
su soberanía. Sin embargo, enfatizaban, además, que la Junta Militar
pretendía hacer de ese conflicto una posición de unidad nacional, pero
manteniendo la dictadura, la violencia, el exterminio sobre el pueblo
argentino.

Nos contó de las andanzas de Atanasio, un auriga de los detentadores
del poder. Un hombre curtido en acciones, reivindicando el derecho de
los militares a ejercerlo, incluidas la violencia y las desapariciones
forzadas. Hombre de talla perversa. Se cuenta, decía Tapia, que su
hija está atada a un negocio de tráfico de personas; de un comercio
infame con las etnias. No solo en América Latina, sino también en
Europa, Asia y África. Negocio montado con la complacencia de las
autoridades en diversos países.

Yo veía, en Tapia, un hombre sólido. De ideas y actividades recias,
decididas. Hasta cierto punto lo comparaba con Verdaguer, hombre sin
principios, camaleónico, desleal, aventurero por lo bajo. Solo me
subyugaba su manera de hacer explotar mi placer.

Yo veía, en Tapia, un hombre hermoso. Con horizontes. Empezó a
cautivarme. Cierto día, antes de salir de Santiago, me acerqué a él, en
un momento en que Verdaguer salió a pasear por el barrio. Le dije,
quiero que estés conmigo. Quiero palparte, absorberte. Quiero que me
posea. Me miró perplejo. Como que no se hacía a la idea de que la
mujer de su amigo se atreviera a tanto. Le insistí. Me desvestí delante
de él. Lo empujé hacia el baño. Le desaté los pantalones; le cogí su
inmenso músculo. Abrí mis piernas, de pie y lo introduje en mi
abertura. No pudo más. Me asió por las nalgas y empujó. Una fuerza
absoluta. Una y otra vez, sentí su líquido, tibio. Una y otra vez me
hurgaba; me tocaba los pezones. Exploté, grité. Le decía: más, más;
quiero más.

Cuando regresó Verdaguer, todavía estaba un tanto convulsa. Un
ardor hermoso me recorría todo el bajo vientre. Todavía sentía mis
pezones adoloridos, erectos. Intuí en Verdaguer una expresión
extraña. Como si oliera mi vagina y el líquido en ella. Era hombre
conocedor de nosotras las mujeres. Su experiencia continua en estas
bregas con las mujeres; lo había dotado de un gran olfato. Conocía el
olor de lo suyo. Aprendió a conocer los olores del líquido de otros
hombres. Era un animal en celo permanente, que olfatea a su hembra
y sabe si su territorio ha sido invadido.

Viajamos a Buenos Aires. En furgones de carga. Otros trechos los
hicimos a pie, evitando pasar por lugares militarizados. Todos
concentrados en la necesidad de llegar sin obstáculos. Yo miraba a
Tapia, a cada momento. Él sabía que yo lo hacía. Aprendió, en su
lucha, a mirar sin mirar. A percibir a los otros y a las otras a distancia.
Hablaba con Verdaguer. Sobre trivialidades. Sobre lo cotidiano. Sobre
el paisaje.

Llegamos un martes en la tarde. Me sentía cansada. Casi arrastrando
los pies. Tapia nos condujo a la casa de uno de sus camaradas.
Eludiendo sitios. Dando giros; vigilante. Por fin llegamos a la casa.
Ismael, saludó a Tapia y este nos presentó como un amigo y una
amiga que conoció en Santiago. Le susurró al oído. Supongo que le
dijo que no había nada que temer con Verdaguer y yo.

Ismael enteró a Tapia de los últimos acontecimientos. Supimos que
seguían en la lucha; a pesar de la leve apertura que se sentía en el
ambiente político. Habló de Raúl Alfonsín. Del deterioro constante de
la Junta. De su desprestigio a nivel internacional. De la presión que
ejercían sobre ella diferentes gobiernos europeos. Contó que se había
conocido, públicamente, lo que antes era un rumor. La CIA estuvo,
todo el tiempo, asesorando a la Junta Militar. En el contexto de la
política de la guerra de baja intensidad. De la influencia de esta política
en casi todos los países Latinoamericanos. Incluido El Salvador; en
donde se desarrollaba una lucha tenaz. Del Frente Farabundo Martí.
Del desarrollo de las actividades del Frente Sandinista que había
triunfado en Nicaragua. De la situación en Guatemala, de la violencia
en contra de las mujeres allí. Misóginos constantes.

Nos contó de la situación interna del movimiento revolucionario en
Argentina; de las contradicciones crecientes; habida cuenta de la
heterogeneidad de sus integrantes. Peronistas, socialistas, los sin
partido, etc.

Al día siguiente de nuestra llegada, asistimos a un concierto. Ya había
regresado Mercedes Sosa de su exilio. Estuvo León Giecco, quien
también había regresado. Esa misma noche estuvimos bailando en
uno de los barrios de la capital. Al regresar a la casa de Ismael,
bebimos unas copas de vino. Casi no pude conciliar el sueño. Estuve
inmersa en una sucesión de imágenes pasadas. Imágenes de
regresión. Me veía asfixiada por el jorobado. Veía a Santiago encima
de mí, a la vez que me susurraba: ¡Puta ¡. No vales nada; mujer de
todos. Veía a Samuel. Sentía su odio: Sentía sus manos
recorriéndome todo el cuerpo; recordé sus vesanias; su tránsito hacia
la maldad absoluta. Veía a Silvia; a Martha; a Maritza entregada a
Pánfilo; a Pitágoras y a Adrián. Recordaba a Demetrio y a Isolina; lloré
de dolor por mi deslealtad. Cuando desperté, estaba en Montevideo
con Verdaguer. Habíamos huido. No estaban ni Tapia, ni Ismael. Luego
supe que Verdaguer los había traicionado. Los había delatado. Cobró
una recompensa por ello. Aturdida; vagué por las calles, sin rumbo. Me
lancé al vacío desde el octavo piso de un edifico comercial. Sentí el
estruendo de mi propia caída. Fui muriendo lentamente, ante la mirada
horrorizada de los transeúntes.

CAPITULO V

Pedro Arenas Monserrat, había nacido en Lisboa. Padre portugués,
madre colombiana. Desde los dos años residía en Colombia, con su
madre. Su padre había quedado en Lisboa, ejerciendo funciones de
empleado estatal. A los seis años fue matriculado en una escuela
pública en la ciudad de Barranquilla. A tan temprana edad, dejaba
entrever sus capacidades para casi todas las áreas del conocimiento.
Lector innato. Surtidor de un lenguaje preciso, lógico, creativo.

Transcurridos los años de su educación formal, en la escuela y en el
colegio, Pedro Arenas se vinculó a la universidad en el programa de
pregrado de antropología. Desde allí, empezó un proceso en el cual
desarrolló algunas teorías acerca de la relación entre filosofía y
educación. Un acercamiento a la pedagogía, desde una perspectiva
innovadora. Como quiera que formuló algunos conceptos básicos. Uno
de ellos tiene que ver con los modelos educativos y su incidencia en el
conjunto de la formación académica. Una dinámica que incluye asumir
roles protagónicos, por parte de los y las docentes, pero sin que esto
implique la vulneración de la autonomía de los y las estudiantes. Un
proceso que irrumpía en un universo saturado de lugares comunes y
proyectos pedagógicos obsoletos.

Dada su capacidad para relacionarse con contextos sociales diversos;
fue realizando propuestas en todos los niveles. Particularmente en la
educación secundaria. Pero, también incursionó en la educación
básica primaria. Con opciones conceptuales novedosas. Por ejemplo,
el nexo entre la formación en familia y la educación en las aulas. Otro
ejemplo, tiene que ver con la noción de autoridad, en los colegios. En
un recorrido que incluyó la realización de diferentes seminarios y
talleres con docentes, madres y padres de familia.

En uno de esos eventos, conoció a Juliana y a Isolina. Dos mujeres
que, desde diferentes ámbitos, manejaban las mismas reflexiones. En
el sentido de la articulación, por ejemplo, de la educación formal, la
equidad de género y la transformación de modelos educativos que no
reconocen opciones diferentes construidas a partir de la cotidianidad.

Isolina, una mujer negra, vinculada al movimiento feminista; con
realizaciones en los barrios, en el campo y, particularmente en los
grupos sociales que sufren el flagelo del desplazamiento forzado.
Mujer nacida en el Pacífico colombiano; autodidacta y dueña de una
capacidad inmensa para orientar y dirigir. De una sensibilidad absoluta
para entrever las necesidades de los pobladores. Ya había, incluso,
publicado documentos alusivos a los temas y realizaciones que la
comprometían. Y que sabía manejar, sin producir distanciamientos con
respecto a sus pares; o con respecto a los grupos sociales. Una de las
manifestaciones de esa capacidad, era establecer una relación
colectiva e individual. Con un pasado saturado de nostalgias y dolores.
Por estar inmersa en territorios de conflictos. Con laceraciones
profundas que la marcaron. Pero, sin transformar esto en posiciones
de resentimiento y/o inmovilidad. Su primera experiencia afectiva no
fue feliz. Un individuo ambiguo, autoritario e insensible, fue su primer
amante. Pero, ella, tuvo la capacidad para efectuar la ruptura; sin que
esto implicara posiciones de desasosiego. Sin que esto la limitara en
sus acciones.

Conoció a su segundo amante, en un escenario social, en donde
prevalecían condiciones de miseria, represión, olvido, matanzas.
Demetrio, un hombre forjado en duras batallas por la vida y por la
sociedad. Amaba profundamente a Isolina y, con ella, desarrollaba las
actividades que los vinculaban con el proceso ya descrito.

Juliana, maestra en un colegio de educación secundaria en la capital,
se había forjado como investigadora de los proyectos educativos en
Colombia y en América Latina. Mujer hermosa; de un temple espiritual
privilegiado. Su trabajo, en el área de humanidades, trascendía en la
institución educativa en donde laboraba. Una exigencia constante,
consigo misma y con sus alumnos y alumnas. Esto último no
implicaba, sin embargo, una postura autoritaria. Sus clases, eran
reuniones para la reflexión. Los resultados, desde el punto de vista
académico, se medían por la capacidad adquirida por sus estudiantes,
para exponer con independencia y con calidad, los temas vistos
durante los sucesivos períodos académicos.

Juliana consignó en un documento, algunas anécdotas y experiencias.
Una de ellas, tuvo que ver con un estudiante en décimo grado, llamado
Samuel. Un joven extraño, decía Juliana, me conmovió desde el primer
momento. Porque tenía una expresión similar a los esquizofrénicos. De
gran capacidad para entender los temas vistos en clase. Además,
dueño de una capacidad, casi innata, para la reflexión de largo aliento;
trascendiendo lo inmediato y vinculando contextos necesarios para
elaborar sus conclusiones.

Sin embargo, dice Juliana en su documento, en veces, aparecía un
perfil un tanto perdulario. Como si emergiera, de pronto, ese otro yo
que expresaba una tendencia sicótica, aunada con cierta dosis infamia
y violencia. A pesar de su relación cercana con Samuel, Juliana nunca
exhibió ninguna posición afectiva, a la manera de amante. Tal parece
que este chico si había construido una interioridad que fluía en esa
dirección. Este relato, extenso, constituye un ejercicio de interpretación
de la personalidad. En una opción, desde la perspectiva freudiana y
piagetiano. Estuvo con él en diferentes actividades académicas.
Además, trató de conocer esa instancia perdida de su infancia. Dejaba
entrever la incidencia en su formación, de situaciones difíciles en su
infancia. Incluida una relación con la madre y el padre, con aristas
punzantes y vulneradoras. De hecho, un día, Juliana encontró a
Samuel, tratando de forzar a una compañera de clase. Expresaba un
extravío tal, que convocaba a la tristeza, independientemente de la
acción que estaba realizando. Otro día, estando a solas con él,
revisando unos de trabajos académicos, Samuel le insinuó que estaba
enamorado de ella; que la deseaba, que era su obsesión. Es decir,
una posición unilateral de Samuel; porque no había mediado, en
absoluto, alguna acción provocadora por parte de Juliana.

Lo cierto, es que Pedro Arenas propuso a Isolina y a Juliana, la
realización de diferentes ejercicios académicos, a manera de
seminarios, sobre diferentes aspectos de la condición humana; por
fuera del ámbito restringido de las aulas. Un proyecto permeado por la
necesidad de profundizar e interpretar algunos textos fundamentales
diseñados para proponer reflexiones y opciones en el proceso
educativo. Uno de los aspectos que reivindica Pedro Arenas tiene que
ver con un recorrido, en profundidad, por los territorios y por los
maestros y maestras de América. En uno de sus documentos, Pedro,
ensaya un ir y venir crítico, pero asertivo; por las propuestas de José
Martí. Muchas de ellas vertidas en el texto El siglo de oro y la
vinculación que se desprende de sus escritos recogidos en Nuestra
América. Con una visual periférica, en términos de las necesidades de
recomponer los proyectos educativos; para ajustarlos a los
requerimientos. En un entendido básico, que denota el respeto por la
diversidad cultural y étnica; así como, fundamentalmente, por la
autonomía de los niños y las niñas. Un paisaje, en donde la cultura es
un escenario de vida que se modifica de manera perenne.

O, sigue diciendo Pedro, los esbozos delineados por Pablo Freyre, en
ese recorrido suyo que nos habla de la administración del
conocimiento en general y de la pedagogía en particular; vinculando
propósitos, a partir de los entornos inmediatos y mediatos; con los
cuales se identifica a la población y de los cuales podemos entresacar
elementos visuales y abstractos. Claro está que no se trata de un
aislamiento parroquial; sino de una universalización progresiva.

Referentes ya, de por sí, atractivos. Como opciones políticas y
sociales; a partir de un continente tan disímil como lo es América. Pero
entendiendo, también que África y Asia, son territorios inmensamente
diversos, en cuanto a etnias, religiones, lenguas, culturas. Solo
avanzando en la perspectiva de interactuar (pero no a la manera en
que lo proponen los difusores de la teoría del pensamiento complejo);
sino por la vía de internacionalizar el conocimiento de tal manera que
los pueblos se apropien de él. Con un elemento conceptual adicional:
el que hace referencia a la necesidad de promover, elaborar y
respaldar propuestas inclusivas. Uno de los aspectos más relevantes
de esto último, hace referencia a los niños, niñas y adultos en
condiciones de discapacidad.

Precisamente, en uno de los eventos programados y realizados, se
presenta una opción de interpretación de los procedimientos
pedagógicos para los niños autistas. El evento se realizó en la
Universidad de la República. En su preparación estuvieron haciendo
eje, Isolina, Juliana y Pedro. Se invitaron disertadores y asistentes de
las diferentes áreas académicas. Obviamente, con énfasis en
maestros y maestras.

La conferencista expuso y sustentó un documento elaborado, a
manera de investigación sobre un evento específico. Samuelito
Arregocès, ha estado mucho tiempo en silencio. Tal vez, más tiempo
del que reporta su edad. Una travesía profunda por la vida. Llena de
expresiones nefandas. Que involucran opciones cuyo contenido
permite posiciones onerosas. Ante todo, para un niño como Samuel,
cuya madre, Rosa Eugenia, pertenece a la tipología clásica del
desvarío. En donde no se sabe si la vida empezó con ella o si, por el
contrario, la vamos construyendo a cada paso. Como si fuésemos.
Arquitectos de futuros. Pero con las cargas y los estigmas de un
pasado que no conocimos. Pasado cargado de latencias. Esas mismas
que nos pesan al nacer. Que las traemos cuando aparecemos, como
hecho fortuito, en el mundo.

Entonces, quien presenta el trabajo, se constituye en rastreadora de
esas lejanas opciones que vivieron otros y otras. De esas vivencias
soportadas por quienes nos antecedieron. Pero que, de alguna
manera, nos tocan al momento en que emergemos y que, si se quiere,
nos acompañarán todas las vidas. Un desasosiego constante. Que nos
sitúan, como a Samuel, en condiciones de indefensión. Haciéndonos
mucho más vulnerables de lo que creemos.

Aquí, vuela la imaginación. Pero también se ve recortada, en pleno
vuelo. Y, entonces, nos precipitamos al vacío. Que dura lo que dura
una vida. Como la de Samuelito. Con vestigios opacos. En donde los
colores hay que inventarlos. No vienen con nosotros. En este sentido,
en consecuencia, resulta válido asumir la desesperación. Como
cuando no sabemos que estamos hechos, ni para que servimos. Solo
sabemos que estamos ahí, en donde los otros y las otras, también
están buscando lo mismo. Tan cierto como que no acatamos a
identificarnos. A establecer relaciones creativas, asertivas, llenas de
tonalidades diferentes; como diferentes que somos. Samuelito, vino ya.
Pero él no sabe que está aquí. Ni allá. Lo único posible para él, es la
envoltura que, todavía, lo retiene y lo impulsa a seguir viviendo. Pero
sin ver alrededor. En un entorno agresivo. Tal vez, por esto mismo, él
no se atreve a despertar, a pesar de que sus ojos miran desde el
mismo momento del nacimiento. Una acción de mirar que no parece
verbo. Un estar ahí, sin saber porque…y, de pronto, sin quererlo.

Para Pedro, Juliana e Isolina, el evento realizado, constituyó una
nueva forma de acceder a la interpretación de los procesos educativos.
El derecho a ejercer la diferencia y la obligación de efectuar una
interpretación precisa; significan asumir el curso de la historia, a partir
de referentes efectivos; sin la imposición de modelos preestablecidos.

Entre Pedro y Juliana había algo más que el compartir sus reflexiones
y realizaciones académicas. Por lo menos, él asumía un rol diferente
con respecto a ella. Un nexo que trascendía lo inmediato y que lo
situaba en la perspectiva de comunicarle un sentimiento, una opción
de la vida afectiva, a partir de la libertad y del respeto.

Cierto día, Pedro invitó a Juliana a conversar a partir de un itinerario
diferente. Hablaron sobre diferentes aspectos. Su niñez; el desarrollo
de la misma. Acerca de la familia, de las condiciones en que habían
accedido a la vida. De la noción de amar. De las circunstancias en las
cuales este puede emerger y consolidarse. De la posibilidad que, entre
ella y él, se pudiera concretar una relación de amantes. Entendiéndolo
en una dinámica heterodoxa; sin las ataduras definidas por la
absorción absoluta. Vivir el amor como libertarios. Asumiendo, paso a
paso, opciones de creatividad, de imaginación, de sutilezas. En fin, de
un acercamiento en el cual la plenitud albergara la interacción entre
ella y él; construyendo la vida y sublimándola con sus expresiones.

Navegaron por las manifestaciones del Eros, sin complicaciones. Sin
complejidades limitantes. Recorrieron sus cuerpos. Zona a zona.
Encontrando los lugares de explosión. Con las caricias sinceras.
Siendo uno y una. Evocando recuerdos. Como niños que exploran.
Como hombre y mujer que van decantando la imaginación. Situándola
en el presente. Horas y horas de entrega total.

Decidieron proponerle a Isolina la realización de otro evento; habida
cuenta de una investigación que venía haciendo Juliana, acerca de los
clásicos. Particularmente, en términos de la interacción entre la noción
religiosa de la vida y las consecuencias en el quehacer diario. Algo así,
como entender la dinámica de la vida, con sus acumulados teóricos y
conceptuales. Proyectando imágenes reales. Localizando e
identificando la envoltura de los acontecimientos, en todos los ámbitos
del conocimiento.

En concreto, se trataba de un escrito que había elaborado Juliana,
acerca del texto “Trabajo y días”, de Hesíodo. Un escrito que ubicaba
una dimensión en torno a la interpretación del bagaje teórico
expresado allí. Y de las condiciones en que se habían desenvuelto los
conceptos propuestos por Hesíodo.

El evento lo realizaron el 8 de marzo, como homenaje a los treinta
años de Isolina. Juliana presentó su trabajo ante un auditorio
heterogéneo. Desde maestros y maestras; hasta jóvenes estudiantes.

Juliana saludó a Samuel, al salir del auditorio. Ella lo había invitado el
día anterior. Samuel bajó la cabeza; para no mirar a Pedro Arenas.
Samuel había desarrollado un odio absoluto hacia él. Por dos razones
básicas. Una, porque amaba a Juliana y le dolía que ella amara a
Pedro. La otra, porque siempre había creído que, entre ella, él e
Isolina; se estaba formando un grupo con convicciones
revolucionarias. Por lo menos, consideraba un hecho de subversión
sus actividades propagandísticas, con una opción diferente a la del
actual presidente. Ya había incursionado en el mundo construido por
Pánfilo, su cuñado. Tenían referencias muy precisas acerca de sus
realizaciones.

Al salir de la universidad, Pedro y Juliana fueron baleados. Los
agresores huyeron aprovechando la confusión en el sitio. Juliana
estaba embarazada. Se fue extinguiendo su vida. Llamó a Pedro y a
su hijo.



CAPITULO VI


Pánfilo Castaño, nació en un hogar en el cual había seis hermanos.
Raquel, su madre era una mujer relativamente joven. Había conocido a
Pánfilo, padre, en Puerto Boyacá. Un hombre contrahecho. Una joroba
inmensa lo acompañaba. De profesión vendedor y comprador de
cachivaches. Decidió vivir con él; desde su primer embarazo. Ella
reconocía que el único atributo de Pánfilo era su capacidad para
satisfacerla. Un músculo inmenso y en continua necesidad de horadar.
Ella explotaba, solo con verlo y palparlo. Así, con ese referente como
base, tuvo siete hijos.

Al nacer Pánfilo, hijo, su padre estaba en Puerto Boyacá. Ejerciendo
sus labores como cachivachero. Además de sus funciones como
hombre insaciable. Se dice que había violado a una niña de diez años;
la cual quedó embarazada y que tuvo un hijo en el hospital de Puerto
Berrio. Que, previo a esto, la madre y el padre de la niña la habían
expulsado de la casa. Y, también, que la niña había sido recogida y
cuidada por una pareja que vivía en el Puerto.

De ser así, no sería el primer caso de violación endilgable a Pánfilo.
Ya, en otras ocasiones, se había conocido de algunos casos más. Sin
embargo, nunca fue requerido por esto. Como si su entorno estuviera
adormecido. Como si ese tipo de vulneración no tuviese ningún
doliente. Solo ellas, las niñas, con su dolor y con la amargura que
produce el estar inmersas en la pérdida de su infancia. De frente a una
sociedad que asume esto como cotidiano, sin ninguna expresión de
repudio.

El hogar de Pánfilo, en un proceso de descomposición acelerado, un
escenario en donde cada quien asume un rol relacionado con ese
proceso. Sus seis hermanos, herederos de los principios aviesos del
padre. Una madre que era subyugada por sus propias convicciones.
Siendo ella un referente confuso. Porque Raquel, mujer de simplezas y
de ansiedades. Como esa de estar buscando la felicidad en un
universo que otorga el derecho a su placer inequívoco. Añorando a su
Pánfilo a cada rato. Buscando saciar sus ganas perennes. De hecho,
cuando estuvo en Puerto Berrio, durante uno de sus viajes para visitar
a su sediento Jorobado, conoció a Santiago. Hombre sin joroba, peo
dueño de principios similares al jorobado. Con él ejerció lo mismo que
con Pánfilo. La diferencia estaba en las sutilezas. Santiago la
obnubilaba con sus palabras tipo. Le susurraba nimiedades a su oído.
Poseedor de un falo continuamente erguido, como el de su Pánfilo.
Santiago la hacía llorar y gritar de gozo. Nunca acabado. A cada
instante. Compartía con los dos su desenfrenada necesidad de ser
penetrada. Hizo cuentas y concluyó que hubo dos hijos con Santiago.
Pitágoras y Adrián. Los obsequió a dos familias. Sin trámites, solo con
su visto bueno. Sin rastros y sin remordimientos.

Los seis hermanos fueron decidiendo, cada uno, su rol. Vendedores de
perversiones. Cada quien es cada quien. Se les conocía como la
banda de los Pánfilos. Devastadores. Hacían suyos lo de los demás.
Una banda tenebrosa. Mataban por placer…o por encargo. Uno de
ellos poseyó a Raquel, ella lo quiso así. Porque vio en su músculo
horadador, el tamaño del de su Pánfilo. Lo hacían a cada rato. Un
ejercicio sistemático. Lo mismo, erección continua, receptáculo
continuo. Sin importar hora ni lugar. Todos, en casa lo sabían. Ella
nunca lo negó. Porque lo suyo era eso. Placer a cada momento.
Raquel de todos y de nadie. Heterodoxa constante. Solo le importaba
eso y nada más.

Pánfilo, hijo, fue creciendo. Se vinculó con grupos que hacían de la
vida, una postal para enmarcar. Asesinatos, robos e inveterados
alumnos de quienes ofrecían tácticas de exterminio. Él estuvo como
aprendiz con su maestro Klein, judío que enseñaba técnicas para
matar y permanecer insensible a las consecuencias.

Muchas experiencias. Aprendió a identificar objetivos, a hacer
seguimientos. A seleccionar víctimas. Todo en un solo paquete.
Recorrió todo el país practicando lo aprendido. Asesor de quien lo
necesitara. Realizador de acciones por encargo. Fue creciendo en
importancia. Una experiencia tras otra; lo consolidaban como sujeto
imprescindible. De confianza de los patronos. Fue creciendo en dinero.
A través del negocio de sus jefes. Cada encargo y cada ejecución lo
hacían más importante. Estuvo en Medellín en 1986, entrenando
aspirantes a ejecutores directos. De hecho, allí, ese año, se
conocieron los resultados. En la carretera a Villavicencio tuvo
discípulos aventajados. En Bogotá tejió redes y concluyó encargos. Lo
mismo en Soacha, en 1989.

Pánfilo conoció a Maritza, un día 4 de julio. Ella estaba en el funeral de
Ambrosio. Un conocido suyo desde la infancia. Amigo de ella y de su
hermano Samuel. Hombre vinculado a la trata de etnias. Esa empresa
crecía día a día. Cuando lo mataron, se tejió la versión en el sentido de
que había sido orden de Sinisterra, uno de los secuaces con más
recorrido en ese negocio. Supervisor en el país. Verificador de códigos
y de determinaciones. Su aval era necesario para justificar cualquier
acción. Pánfilo estuvo allí, como veedor de la tarea cumplida. Como su
interventor.

Maritza, mujer de unos 25 años. Poseedora de un cuerpo atrayente.
Exuberante. Su padre, Santiago, la había reservado siempre para
ocasiones particulares, importantes. La probó y la entregó a quien la
necesitara. Ella era digna de su padre. Insaciable. No le importaba
nada que no estuviera relacionado con su condición de hembra
otorgadora de placer. Tampoco le importaba su pasado. Cuando sació
a su padre. Cuando conoció que su madre Rosa Eugenia andaba por
ahí, prodigándose a quien la necesitara. A Verdaguer, a Santiago, al
Jorobado, a Tapia, a Ismael, etc. No tenía escrúpulos, Maritza. Lo que
ha de ser que sea, su consigna.

Conversaron un rato. Pánfilo la había abordado. Se dijeron palabras
cautivadoras. Ya ella había advertido el tamaño del músculo bajo su
bragueta. Este quería salirse de su contenedor. Él, también, había
advertido la ranura de Maritza. Su tamaño y su ancho no podían ser
ocultados por el pantalón que llevaba puesto. Era como un trofeo
exhibido en blanco y negro.

Fueron a casa de ella. Una habitación estrecha. Pánfilo expresó, sin
pensarlo, “tienes que mudarte de esta estreches. Puedo pagarte la
amplitud que quieras.

Fueron a lo suyo. Maritza le mostró lo que él ya prefiguraba. Un cuerpo
bien hecho. Un pubis y unos pezones hermosos y provocadores. Una
ranura ancha; pero unas paredes que parecían no inauguradas. Una y
otra vez. Sin pausa. Ni él ni ella se rendían. Solo el afán de cumplir dos
citas contraídas previamente por Pánfilo, puso fin a su trajín. Le dejó
dinero para lo que necesitara, con la advertencia de que debía cambiar
de domicilio. Donde sea y al precio que sea. Me avisas, dijo al salir. Lo
urgía la supervisión de un encargo que le había hecho a dos de sus
hermanos, en la Universidad de la República y en un barrio de la
periferia.

Volvieron a verse tres días después. En la ciudad había revuelo por
sucesivas muertes violentas. Todas con un modus operandi similar.
Dos hombres al acecho, baleaban a las víctimas. Sin ninguna pista,
decían las autoridades.

Maritza estaba con su hermano Samuel. Ya este conocía a Pánfilo.
Habían realizado algunas actividades juntos. Una de ellas, tal vez la
fundamental, tuvo que ver con una sesión de entrenamiento, en Puerto
Boyacá, impartido por un ciudadano israelí. Una reunión amplia.
Forjadora de futuros acechantes de enemigos del orden.
Particularmente de aquellos y aquellas que postulaban opciones en
contravía de lo ya establecido, como doctrina y como realización.

Samuel había llegado dos días antes. Ya había realizado con Maritza
un ejercicio pleno que conocían de memoria. Desde su infancia, se
tocaban, sus respectivas zonas. Hoy, una vez llegó, Samuel abordo a
su hermana. La hizo sucumbir con sus conocimientos acerca de
acceder a lugares del cuerpo que hacían explotar. Estuvieron una y
otra vez, por dos horas.

Cuando Pánfilo entró, percibió el olor a sexo. No dijo nada. Porque él
no tenía reparos en eso de poseer. Para él era válido cualquier
momento y cualquier mujer. Su experiencia era muy vasta. Con
mujeres comprometidas y ensayadas. Y con mujeres de primera vez.
Unas y otras, por la fuerza si era necesario. Era una in dividua que
sabía complacer. Era conciente de que su asta daba para todo. Nunca
se veía fláccida. Una erección de mil momentos. Era su estado natural.
Era conciente de ello y se alegraba de que así fuera.

Saludó a su par, Samuel. Este se retiró de allí inmediatamente. Pánfilo
le dijo a Maritza que venía cargado. La ansiedad de los dos trabajos
realizados, le causaron una erección fuera de la normal. Estaba ávido
de montar. Maritza se entregó. Como si fuera la primera vez. Pedía
más y más. Pánfilo le daba lo que pedía. Su erección crecía y crecía.
De nunca acabar. La avasalló más de diez veces. Como en el primer
día; solo suspendió la prueba de resistencia, cuando llamaron a la
puerta. Era su madre Raquel. Venía por la dádiva que le había
prometido Pánfilo, su hijo. Ella también olió el entorno. Supo que allí
se habían realizado, por lo menos dos, ejercicios. Para ella no era
novedad. Incluso, se acordó de, cuando su hijo la horadó, a sus quince
años. Quisiera haber retenido ese momento y ese músculo.

Maritza se incorporó de la cama. Había quedado a medio camino, en
la onceava vez. Acechó a Pánfilo y a su madre. Ella intuyó que habían
sido amantes. Por esas condiciones que tienen las mujeres de intuir
cualquier movimiento sexual que no fuera con ella. Pánfilo acompañó a
Raquel, hasta la puerta. Se despidieron sin más. Pánfilo regresó
adonde Maritza. Ella estaba adormilada, más no cansada.
Concluyeron lo que dejaron iniciado. Durmieron largo rato. Ya era de
noche, cuando Pánfilo pidió cena a domicilio. Tan abundante fue la
cena; que Maritza le insinuó a Pánfilo la posibilidad de guardar las
sobras, para cuando volviera su madre, Raquel. El accedió.

Pánfilo salió. Fue a visitar a su medio hermano, Pitágoras. Le había
conseguido un domicilio en la ciudad. Había realizado con él todo lo
imaginable. Se surtía de placer con él. Pitágoras era amante de todos
los hombres. Pánfilo ya lo sabía. Pero, como con Maritza, no le
preocupa. Simplemente, le exigía atenderlo cuando él lo necesitara.
Llegó con ganas. Ordenó a Pitágoras que se desvistiera. Él hizo lo
propio. Lo tuvo hasta la madrugada. Un avasallamiento sin límites. Una
y otra vez. Su falo estaba como si nada hubiera sucedido. Pitágoras
estaba exhausto. Sin embargo, Pánfilo no acababa. Una y otra vez. Su
músculo seguía erguido. Cuando Pitágoras le expresó que no podía
más, Pánfilo lo golpeó con fuerza. Sus puños eran de hierro. Lo dejó
allí, lacerado, casi muerto.

Se dirigió al sur de la ciudad. Había concertado una cita de verificación
con Samuel. Lo amaba. Ya se lo había manifestado varias veces. En
principio, Samuel, resistió. Sin embargo, al cabo del tiempo, sucumbió.
Este Pánfilo es ineludible. Era asfixiante. Se recorrieron los cuerpos
antes de hablar del asunto. Una vez Pánfilo. Otra vez él. Montaban y
montaban.

Hablaron de los trabajos realizados durante el día. Confirmadas las
muertes de Juliana, Isolina y Pedro. Todo un hito, en relación con el
grado de dificultad de las acciones. Samuel le expresó que era una
trama bien realizada. Su perspectiva no lo era menos. Acechar a sus
contradictores. Ya estaba programado lo sucesivo. Hombres y mujeres
que debían morir. Como escarmiento y como novedad. Un ensayo
continuo que no podía prescribir. Por el contrario; debía prolongarse
por el tiempo que fuera necesario. Pánfilo le pidió más a Samuel. Este
estaba saturado. Pero tuvo fuerzas para otorgar lo que pedía Pánfilo.
Lo recibió dos veces más. Quedó dormido, vapuleado por el
cansancio. Cuando Pánfilo salió, fue abordado por dos hombres que lo
hicieron subir a su auto. Pánfilo apareció muerto en un escampado de
la ciudad. Así lo informaron los medios.


CAPITULO VII


Susana Amézquita, tenía nueve años; cuando su madre murió. Un
padre Itinerante. De aquí y de allá. Sirvió como portador de opciones
políticas. Se dice que estuvo inmerso de mil variantes del ejercicio de
hilo conductor a través del todo el continente. Un sujeto bárbaro, a la
hora de fijar sus principios y convicciones. Trató a su hija con surtidora.
Ella lo había localizado, cada vez, en escenarios diferentes. Un tipo
que sabía hacerse en los lugares necesarios para desarrollar su rol
como señor de mil y una informaciones. Itinerante perverso. Estuvo en
todos los lugares. Cada que era requerido, aparecía como fantasma.
La democracia era, para él, un ejercicio, cuando menos, inocuo. No
era sujeto de aspavientos. Lo que hacía, lo hacía con absoluta certeza.
Esto le permitió cautivar a diferentes personajes. Jefes de gobierno y
confabuladores. Esos eran sus objetivos. Aun ahora, recuerda su
tránsito por Centroamérica. Y por algunos países del Cono Sur.
Perdulario siempre. Tejiendo, aquí y allá, falacias. Que le permitían
todo tipo de benevolencias para actuar.

Susana lo conocía. Para ella había sido difícil entender esta dinámica.
Pero, de hecho, no solo se acostumbró; sino que heredó el don de la
palabra. Para construir argucias. Para acomodarse a cualquier
circunstancia.

Cuando conoció a Samuel, estaba bordeando los quince años. Él tenía
16. Cada viernes se encontraban, en la noche. Disfrutaban del placer
que otorga el sexo. De una y mil maneras. Como quienes descubren el
quehacer y lo prolongan.

Susana no amaba a Samuel. Era insípido, a veces, No tenía
continuidad. Además, era un sujeto extraño. A veces le decía que
exploraran más allá. Le indicaba una posición bocabajo. Él encima.
Hasta que ella no resistió más. Le dijo que ese tipo de posición no le
agradaba. Que dolía mucho y, además, no estaba hecha para eso. Lo
suyo era la ortodoxia; por donde lo hacen todas las parejas. Hasta ese
día estuvieron juntos. Lo demás, fueron meras aproximaciones. Como
amantes que habían sido. Pero no más.

Susana se vinculó a una empresa. Un negocio extraño, en comienzo,
pero después se habituó. Una comercialización de etnias y de sus
culturas. Un engranaje a nivel internacional. Con sucursales en casi
todas las ciudades capitales de países en Europa, Asia y África. Era un
procedimiento entre sutil y abierto. Una aplicación nada compleja, del
lenguaje inherente a la globalización. Porque, sin esto, los pueblos no
serían pueblos, ni sus culturas serían culturas. Un discurso engañoso.

Procedimientos bárbaros, aquellos. Un traslado de culturas, a la
manera de un intercambio. Inmigrantes que sufrían los rigores de
autoridades que, por un lado, auspiciaban esos procedimientos y que,
mañana, hacían aparecer su ejercicio de autoridad; como algo pulcro,
sin ningún tipo de conciliación. Discursos onerosos que contribuían a
la caracterización de nuestros países como orientadores, sin fin, de
opciones para el enriquecimiento.

Samuel se vinculó después. El mismo día en que Nicolás Sinisterra fue
designado como supervisor general de la empresa. Este tipo,
Sinisterra, sí que era abominable. Con un rictus en su boca que
causaba profundo fastidio; por lo mismo que era agresivo. Ojos
escrutadores. Hacia las mujeres, con un tono lascivo. En principio me
apartaba de él y conversaba con Samuel. Sinisterra se dio cuenta de
mis argucias y, entonces, conminó a Samuel para que permaneciera
en el depósito de exportaciones e importaciones. Un trabajo durísimo;
ya que le correspondía realizar inventarios periódicos. A su vez, cotejar
los resultados con las bitácoras existentes en la compañía. Le
asignaron un auxiliar un tanto torpe, Jerónimo. Este se acomodó a las
circunstancias, con Samuel como guía. Un trabajo dispendioso. Se
trataba de inventariar el contenido de cajas que llegaban de diferentes
partes del país, de Europa, Asia y África. Samuel, le manifestó a
Susana algunas inquietudes al respecto. Esta hizo caso omiso de las
mismas. Samuel, nunca más, volvió a manifestarle algo.

Entretanto, Las relaciones entre Susana y Samuel se fueron
deteriorando. Samuel sentía celos por la cercanía entre Sinisterra y
ella. De por sí, Susana, era abierta, circunstancial. No la arrobaban los
comentarios de los demás. En el caso particular de Samuel lo
desechaba como resentido.

Entre Sinisterra y Susana, fue creciendo una interacción sexuada. Ella
y él eran expertos en eso de otorgarse a cada momento. La esposa de
Sinisterra era, para él, sujeto distante y frío. Con Susana sentía placer
con solo mirarle e imaginar sus pechos al desnudo. Imaginar la joya
que llevaba entre sus piernas. Soñaba con montarla. A cada noche. No
podía dormir, hasta no manipular su pene, con la figura de Susana
como referente. Una y otra vez; hasta vaciarse en cantidades
enormes. Las sábanas daban cuenta de ello. Cuando su esposa le
requería por esas manchas que dejaba cada noche; Sinisterra le
respondía que era consecuencia de una fijación con respecto a ella; ya
que no podía tenerla debido a las hemorragias continuas que sufría.

Susana tenía precio. No simbólico. Realmente disfrutaba de los
ofrecimientos de Sinisterra. Obsequios diversos que colmaban su
vanidad. Des vestidos de marca, hasta chocolates importados, los
garotos de Brasil. Se sentía halagada constantemente. Además, como
propuesta de Sinisterra a la gerencia, la nombraron su asesora. Un
sueldo más representativo y unas ínfulas derivadas de ello. Hasta que
no pudo más. Se entregó a Sinisterra en el mismo local de la empresa.
Un mediodía, mientras el personal disfrutaba de su descanso para el
almuerzo; se tumbaron sin ningún recato. Rodaron por la alfombra;
destrozaron sillas en su ajetreo que duró cerca de dos horas.

Susana lamentó, después, no haberle exigido preservativo a Sinisterra.
Porque, desde ese mismo día quedó preñada. Le habló a Sinisterra al
respecto. La respuesta de este fue perentoria: es tu problema. Claro
que puedes contar con mi aporte económico cuando lo necesites. Pero
el hijo o hija será tuyo o tuya, no míos. A pesar de la respuesta,
Susana siguió explorando con Sinisterra. Dos veces por semana.
Siempre al mediodía. Desde la primera vez, Jerónimo los observó
desde lejos, aprovechando una grieta que había sido inadvertida,
durante mucho tiempo. El chico se sentía trastornado. No quería a las
mujeres; sentía gran excitación, viendo el palo erguido de Sinisterra y
su sincronía para forcejear con Susana. Siempre, a partir de ahí, quiso
ser él el que soportara esa maniobra, de la sincronía de Sinisterra. Con
Samuel, a pesar de su fuerza, no era lo mismo. No sentía mucho
placer. Los movimientos de Samuel eran torpes y permanecía mudo
mientras lo poseía. Ninguna caricia; ninguna palabra motivadora que
delatara su amor por él. Se hizo la promesa de lograr que Sinisterra
hiciera con él, lo mismo que con Susana. Soñaba con eso. Despertaba
en la madrugada, cautivado por la imagen de Sinisterra con su
músculo erguido y llamándolo.

La madre de Susana, había trasegado por mil mundos. Una mujer
altiva. Con una inmensa pasión por lo espiritual. Mientras vivió con el
padre de Susana y de Josefina, le enseñó un ritual complejo, al
momento de ser penetrada. Un sortilegio extraño. Por lo menos no era
común. Se trataba de danzar desnudos y luego meditar durante largo
rato. Ella decía que así se expulsaban querencias que la acechaban a
ella y que, suponía, lo acechaban a él. Una vez concluida jornada.
Invitaba a su macho, para que la montara. Pero, previamente, se
vendaba los ojos. No es conveniente, le decía, verte la cara con esos
gestos acezantes.

Un día cualquiera, Rafaela, salió de casa y nunca más regresó. No se
supo de ella. Había algunas versiones que la localizaban en Manaos.
Pero esta versión nunca pudo ser confirmada. Lo cierto es que, en
ausencia de Rafaela, Josefina satisfizo al padre. Siempre había
soñado con esto. Ser amante del padre. Como rodeo teórico que
invierte la opción edípica. Josefina nunca quiso a su madre. La odiaba
por poseer a su padre. Muchas noches estuvo atisbando el ritual. Abría
sus piernas y seguía el ritmo de ella y el de él. Un orgasmo provocado,
a distancia. Después, la absorbía el sueño, dormía sonriendo. Con sus
dedos en su abertura; entrando y saliendo. Con la imagen de su padre
sobre ella y no sobre su madre. Así se mantuvo hasta los 16 años;
Hasta que conoció al negro Burbano. Sucedió un día que estaba en
casa de Silvia, su amiga de siempre. Burbano entró, sin saludarla. Le
dijo a Silvia que quería estar solo con ella. Josefina salió. La había
impactado el cuerpo de ese negro. Imaginaba la largueza de su
miembro; a partir de lo que podía observar en su bragueta.

Esperó largo tiempo, hasta que Burbano salió. Lo abordó. Le dijo que
necesitaba hablar con él. Lo llevó a su casa. Una vez allí, se desnudó
delante de él, se acostó en la cama y abrió sus piernas, insinuándoles
a Burbano que la montara. Él era un hombre de constantes
experiencias sexuales. Hombre de grandes batallas. Siempre había
sido admirado por las mujeres, que veían él, un ejemplar inagotable.
Entre sí, ellas, hablaban de sus montadas. Sin pausa, hasta cinco o
seis veces. Casi siempre las dejaba exhaustas, mientras él seguía con
su asta erguida.

Burbano avasalló a Josefina. Tres veces la inundó; hasta que ella no
resistió más. Se quedó dormida. Burbano salió por donde había
entrado.

Josefina le relató a Susana su entrega. Eras buenas amigas. Susana
preguntó si Burbano había utilizado preservativo. Josefina, dijo que no.
Susana le advirtió: ahora debes estar preñada. Dime donde vive ese
tipo, para obligarlo a regresar donde ti.

No sé dónde vive, respondió Josefina. Lo único que sé es que
frecuenta a Silvia. Son amantes desde mucho tiempo atrás.

Silvia recibió a Susana, un tanto sorprendida. Nunca la había visitado.
Sin embargo, la invitó a seguir. Hablaron en el cuarto que Silvia
destinaba para sus escarceos con Burbano. Después de escuchar la
versión de Susana, Silvia dijo: cada quien vive sus propios placeres.
Cada quien asume las consecuencias. Esto lo tradujo Susana; en
términos de que a Silvia no le importaba lo que hubiera su cedido entre
Burbano y Josefina, a pesar de su minoría de edad.

Josefina y Susana, se acompañaron en la preñes casi simultánea. El
padre, al conocer el estado de las dos, abandonó el hogar; no sin
antes vilipendiarlas. Las acusó de ser putas perras que le abren las
piernas a cualquiera. No quiso saber nada de ellas, desde ese
momento.

Transcurrió el tempo para las dos gestantes. Entretanto, Susana se le
entregaba a Sinisterra, sin importarle el crecimiento de su vientre.
Susana era incansable. Aun a riesgo de perder a su hijo, ensayaba
con Nicolás un gran número de posiciones diferentes. Lo suyo era un
eterno ejercicio erótico, sin límites.

Jerónimo, había cumplido su promesa. Se presentó donde Sinisterra;
un día festivo en que la empresa no tuvo actividades. Le dijo: patrón he
venido porque necesito confesarle algo. Estoy enamorado de usted.
Quiero ser suyo, todos los días; donde usted quiera y a la hora que
quiera.

Ese día, Sinisterra inauguró su otra opción. Le sugirió a Jerónimo que
se desvistiera. Luego, desabrochó su bragueta y montó en él.
Jerónimo sintió el placer de ser penetrado por un falo tan inmenso. Le
hurgaba las entrañas. Alejó de si el dolor, gritando más, más,
patroncito. Sinisterra lo hizo una y otra vez. Hasta que Jerónimo
empezó a sangrar. Una hemorragia inmensa. No sirvieron los
algodones, las gasas y los trapos que utilizó Nicolás. Era un torrente
inagotable.

Allí mismo murió Jerónimo. El problema para Sinisterra fue mayúsculo.
Llamó al asesor jurídico de la empresa. Este lo advirtió de las
consecuencias jurídicas del caso. Porque no valía la pena mentir; ya
que la cotejación del ADN o, una simple muestra de semen, lo haría
vulnerable; por no decir que responsable de manera directa.
Le propuso deshacerse del cadáver. Primero, encerrándolo en el
cuarto que queda cerca de la bodega principal. Allí no entraba nadie
sin ser autorizado y sin tener la clave de acceso. Después,
aprovecharían el vehículo que reparte mercancías, para tirarlo en
cualquier escampado.

Diez días después, el cuerpo de Jerónimo fue encontrado y reportado
como occiso que había sido violado días antes y que había sido
reportado como desaparecido, días antes.

Para Samuel, la noticia, significó un dolor inmenso. Porque Jerónimo
era su vida. La amaba profundamente. Cada día, al lado suyo, fue una
experiencia hermosa. Para no hablar de los momentos en que
recorrían sus cuerpos. A pesar de cierta indiferencia por parte de
Jerónimo, Samuel lo sentía como amante que sabía otorgar placer sin
límites.

Susana sospechó de Sinisterra. Era como una percepción constante.
Como cuando alguien siente que quien está consigo; tiene un secreto.
Como un viento frío que causa escozor; que penetra todo el cuerpo y
obliga a sentir miedo. La sospecha, se incrementó, cuando Susana
observó manchas en el tapete. Sangre y semen. Ella conocía de esas
texturas, desde su lejana infancia, cuando fue violada por su padre.
Allí, ella sangró de manera abundante y su padre se vacío cien veces
sobre ella.

Sin embargo, calló. No estaba dentro de sus propósitos un juicio de
responsabilidades. Entre otras cosas, porque Sinisterra era el padre de
su hijo, aunque él no lo quisiera. Además, porque, las ganancias de la
empresa dependían de él; como sujeto que mueve el negocio; a partir
de sus contactos en el exterior y en el interior, a través de su amigo
Ministro del Interior y de Justicia.

El registro de la muerte de Jerónimo, cumplió su ciclo. Fue caso
olvidado, a pesar de las conjeturas de Samuel, que veía en la muerte
de su Jerónimo, un asesinato con responsable cercano; ahí mismo en
la empresa. Peo todo, en él, era suposiciones y nunca evidencias
demostrables.
Susana llamó a su hijo, Daniel. Josefina, llamó a su hija Isadora. Las
dos, Susana y Josefina, se arrepentían del paso que habían dado. Era
un pago demasiado grande por el placer sentido. Cierta rabia con su
hijo y con su hija. Daniel e Isadora crecieron, en el contexto del
resentimiento. Una y la otra, una amargura extrema que las obligaba a
un continuo ejercicio de desdoblamiento, mostrando hacia fuera una
satisfacción absoluta. Siendo, en su interior, una angustia reprimida.
No querer ser madres era el soporte de su quehacer inmediato.

CAPITULO VIII

La vida de Silvia siempre fue extraña. Una mujer con infancia sometida
a unos rigores infames. Una madre deambulando por aquí y por allá.
Con un registro histórico de ineludibles visos de descompensación.
Tuvo a su primer hijo, Samuel, como consecuencia de haber sido
violada por un hombre giboso, residente en Puerto Boyacá. Estuvo a la
deriva, como noria constante. Una pareja, Isolina y Demetrio, la
recibieron con bondad y con solidaridad. Sin embargo, ella, Rosa, se
escapó. Encontró a Santiago, en Puerto Berrio, Se enamoró de él;
como había aprendido a hacerlo. Por la vía de su deseo, que parte
desde adentro. Una obsesión patológica. Al ver a un hombre, siempre,
medía su condición, por la imagen de su pene. Casi nunca se
equivocaba. En el caso de Santiago, no fue la excepción. Lo vio en el
parque. Calculó su potencia y su longitud. Así, sin ninguna excitación,
era una vara inmensa; siempre al acecho.
Ese día durmieron allí mismo, en el parque. El piso desnudo fue su
hospitalario lecho. Gimieron cerca de tres horas. Los transeúntes los
miraban. Algunos con envidia de lo que tenía Santiago. Otras con la
ansiedad y con el deseo de que sus parejas les hicieran lo mismo.
Algunos. Pasaron las horas allí. Viendo esa lucha cuerpo a cuerpo. Se
abstraían; olvidando sus tareas inmediatas. Se quedaron, hasta
asegurarse de que esa pareja cumplió su reto.

Tal parece que Silvia fue engendrada ese primer día del encuentro
entre Santiago y Rosa Elvia. Nació un 8 de marzo. Desde pequeña
añoró tener un amante. Veía en su madre un prototipo a imitar. Cada
noche Santiago la poseía. Era tanto el furor y los espasmos, que la
niña terminó por creer que ese ritual hacía parte de lo cotidiano de una
mujer y de un hombre. A su muñeco lo desvestía y lo colocaba encima
de ella, simulando a Rosa y a Santiago.
Tal vez por esto, a sus diez años, ya lo anhelaba. Lo encontró en
Daniel; un amigo de la familia de tiempo atrás. Un joven de estatura
mediana; que la alzaba y la acariciaba desde que tenía tres meses.
Daniel, desde ese momento, la hurgaba con los dedos. Ella sentía
dolor y placer. Así fue siempre. Cuando cumplió diez años, Rosa Elvia
solicitó a Daniel que cuidara de su hija, mientras ella atendía un asunto
por fuera de la casa. Daniel ya sabía de qué asunto se trataba. La
espiaba desde hacía tiempo. Seguía sus pasos y se percató de que se
encontraba con un hombre en las afueras del barrio. Se besaban y
caminaban cogidos de la mano, hasta un sitio famoso por ser el
hospital de los amantes. Allí, cada pareja, curaba sus vacíos de amor y
curaba su nostalgia.

Cuando Silvia entró al baño, Daniel la siguió. Entró con ella. La
envolvió en sus brazos. Silvia dejó que las manos de Daniel la
recorrieran. Sentía un estremecimiento gratificante. Cuando él le
mostró su pene; Silvia lo tomó, acariciándolo. Se dejaron caer al piso.
Daniel la guiaba. Abre las piernas; muévete. No llores. Esto no duele
tanto.
Dos horas después, Silvia sangraba. Se sentía dichosa. Admiraba lo
de Daniel. La excitaba ese líquido viscoso que salía de él. Lo palpaba,
era tibio. Daniel terminó con ella, porque llamaron a la puerta. Se
incorporó, subió sus pantalones. La niña quedó en el baño, como si
apenas empezara a bañarse. Cuando Rosa entró a la casa miró la
bragueta de Daniel, a punto de romperse. Allí mismo le tocó su
músculo tenso. Con Daniel cogido de la mano, lo llevó a su cuarto y allí
continuo lo que había dejado pendiente con Pánfilo.
Creció, Silvia, al lado de sus hermanas y hermanos; excepto Samuel
que ya se encontraba por fuera del hogar. Vivía en un cuarto aparte.
Allí pasaba noches y días. Después de su trabajo. Unas veces con
Susana, otras veces con Jerónimo. Otras con Maritza. La había
llevado allí y la poseía cada vez que no tenía a Jerónimo ni a algunos
de sus amantes itinerantes. La primera preñez de Maritza, fue atendida
con un aborto practicado en el mismo cuarto. Desde ahí, Maritza tuvo
hemorragias continuas. Se le calmaron después de conocer a Pánfilo.
Para Silvia, la vida es y ha sido un eterno murmullo. Un hablar consigo
misma. En esos intentos inveterados que efectúan algunas personas,
buscando sosegó. Tratando de encontrarse; a partir de d redefinir sus
roles. Ha sido una itinerante. Desde todos los lados. Desde su
condición de mujer; desde sus pasiones; desde sus nostalgias. Podría
decirse que no ha tenido la noción del significado que adquiere el
tránsito por el mundo, en el contexto de una determinada sociedad. Lo
suyo ha sido rodar por un abismo; sin asideros diferentes a aquellos
que la relacionan con sus afugias de amante transitoria de uno u otro
hombre. Inclusive, con hombres de la familia o cercanos a ella. Ella
tiene un estigma. Desde que deseo a Santiago, al verlo actuar con su
madre. Desde aquel día en que Daniel la tuvo.
Pánfilo siempre la ha asediado. No importa que esté con Maritza. Para
él, la promiscuidad es la condición normal de un hombre o una mujer.
Lo de Pánfilo es una exhibición de poder económico y de
convencimiento. Así concretó su relación con Silvia. No tuvo ningún
reparo al saber que ella, a sus diez años, supo que es el placer de
sentirse penetrada. Tampoco lo tuvo cuando conoció que Burbano la
tuvo por mucho tiempo. Con él, Silvia, había construido mil y una
maneras de forcejear. Por lo tanto, Pánfilo, encontró en ella una mujer
ya hecha, curtida en posibilidades eróticas.
Silvia conoció de la profesión que asumía Pánfilo. Hombre hecho para
vulnerar a los demás. Con experiencias en todos los ámbitos derivados
del manejo y aplicación de opciones políticas y militares. Su historial
era inmenso. Tenía bajo su mando diferentes zonas del país. Sus
empleados (así llamaba a los que cumplían con sus órdenes) eran
distribuidos según las necesidades. Hombres con sentido de
pertenencia con la muerte. Para ellos, matar, era una profesión y se
divertían con ella. En el campo incursionaban a cualquier hora.
Matanzas colectivas o individuales. Sabían convertir cualquier sitio en
fosas comunes. Todo lo suyo estaba medido con un mismo rasero: el
exterminio de quienes no asumieran sus convicciones; las mismas de
quien o quienes estén en el poder. Un cruce de caminos entre
exterminio y conducción política y económica. En la ciudad variaba los
métodos. El preferido: matar en la calle a quienes previamente fueran
señalados…O incursionar en las viviendas, llevándose al (la) requerido
(a), para luego marlo (a). La tortura se convirtió en modus operandi.
Por vía Pánfilo, Silvia conoció del soporte que tuvieron muchas
muertes. De Isolina; de Juliana; de Pedro Arenas; de Demetrio. Para
ella, en principio, fue difícil la adaptación. Saber que quien exploraba
con ella sus cuerpos; era la misma persona que ordenaba las muertes.
Por lo mismo no tuvo ningún problema para asimilar el hecho de que
Samuel, Adrián, Pitágoras; eran agentes encubiertos al servicio de
Pánfilo. Como no tuvo ningún problema asimilar el hecho de que su
madre Rosa Elvia, a más de ser otra amante de Pánfilo; se
constituyera en señuelo para adquirir información.

En fin, que, Silvia, llegó a ser mujer de todos. Como su madre. Se
iniciaron a la misma edad. Rosa Elvia asumió su primera vez, no como
vulneración; sino como hecho cotidiano que le otorgó placer, a pesar
del dolor y de las hemorragias. Tal vez por esto deshecho la protección
de Isolina y de Demetrio. Ella, Silvia, gozó del encuentro con Daniel.
Siempre lo consideró como el primer paso hacia la reivindicación del
placer. Con quien sea y como sea. Disfrutaba con Pánfilo cada que
este la requería. Aun sabiendo que horas antes este había estado con
Maritza. A esta, a pesar de que le molestaba, no le quedaba otra cosa
que satisfacerlo; si bien en muchos momentos no lo disfrutaba. En
veces podían más la rabia y los celos. Esto la inhibía para el placer.
Volvió a conocer de Burbano, cuando supo que había sido muerto.
Sospechaba de Pánfilo como mandante. Sin embargo, nunca tuvo
certeza. Como homenaje silencioso, a partir de ahí, cuando Pánfilo
estaba con ella; evocaba a Burbano. Tuvo su imagen. Como si quien
estuviera encima o debajo fuera él y no Pánfilo.
Cierto día, Pánfilo le solicitó un favor. Se trataba de que sirviera como
señuelo para atraer a un muchacho que debía ser muerto. Un sujeto,
decía Pánfilo, que no merece vivir. Por ser desleal con él. No
imaginaba Silvia de qué tipo de deslealtad hablaba Pánfilo. Lo vino a
saber cuándo Samuel le habló de Jerónimo. Le dijo que habían,
Pánfilo y él, conocido de su romance con Sinisterra. Que se veían en
la empresa; al mediodía. Que allí se poseían en extenso. No se ordenó
la muerte de Sinisterra, porque su poder económico y su quehacer
como administrador de la empresa; hacían parte del engranaje. Lo
odiaban como competidor con respecto a Jerónimo. Pero se hacía
intocable.

Silvia llamó a Jerónimo, con el supuesto propósito de entregarle un
obsequio de Samuel. Ya que este se había ausentado de la ciudad;
para cumplir con una misión de la empresa. Lo citó al parque central
del barrio. Allí fue acribillado por dos hombres que se movilizaban a
pie. Sin ningún problema huyeron después del asesinato. A pesar de la
cercanía de un puesto de policía y de que algunos vecinos informaron
de lo sucedido a los agentes.

Pudo más el desconcierto y la conmoción. Silvia no pudo soportar
saberse cómplice de la muerte de Jerónimo. Pánfilo la encontró muerta
en su cuarto. Había ingerido veneno, tres horas atrás. Antes de tomar
la decisión de matarse, Silvia había escrito: “Creo que he llegado a la
cúspide de la ignominia. Me avergüenzo por el giro que he dado en mi
vida. Nunca encontré mi rumbo. Me consumió el placer y no me
arrepiento de ello. Todo lo superé, a mi manera. Lo que no pude
soportar fue mi condición de vehículo para la muerte; particularmente
de Jerónimo.”

CAPITULO IX
Adrián se hizo hombre, en el entendido que serlo, significa capacidad
para realizar acciones que impliquen la utilización de la fuerza para
someter a quien sea. Desde su nacimiento, tuvo vocación de
perdulario. De hecho, su infancia, la cruzó al lado de Santiago, su
padre. Con él anduvo todos los caminos que pudieron. Santiago se
preocupó por enseñarle las mañas necesarias para adquirir poder o,
por lo menos, para intentarlo. Nunca jugó con otros niños. No había
tiempo para hacerlo. Para él, era como una muestra de debilidad.
Maduró su personalidad, a golpes de acciones recomendadas por
Santiago. Desde robar a un indefenso tendero de barrio; hasta llevar y
traer información para pares más importantes y poderos. Esos fueron
los rituales para su iniciación. Con su madre nunca tuvo un
acercamiento diferente que aquel relacionado con su condición de
mujer de todos. Él mismo realizó con ella lo que realizaba Santiago y
Pánfilo y Daniel y Samuel y Sinisterra…Lista de nunca acabar. Así
aprendió a subestimar a las mujeres. Para él, ellas no eran otra cosa
que sujetas de placer. Bien sea comprado o por cualquier otra
condición. Lo único cierto, según aprendió Adrián, es que ellas no
saben más allá que de abrir sus piernas y esperar uno o varios
usuarios. Así estuvo con Rosa Elvia; con Maritza; con Martha; con
Susana. Cuando no pudo imponer sus condiciones, como en el caso
de la efímera vida de pareja con Isolina, dirimió el impasse por la vía
de la separación; manteniendo latente su odio por la valentía y la
fuerza conceptual de Isolina. Esto incidió, hasta cierto punto en el
acumulado de hechos que sustentaron la muerte violenta de ella.
Porque, le insistió a Pánfilo que mujeres así no podían seguir viviendo.
De hecho, ya, Pánfilo, tenía suficientes motivos para hacerlo. De todas
maneras, lo que más peso tuvo en la decisión de darle muerte, fue su
cercanía con Juliana, con Pedro Arenas y con Demetrio; todos ellos y
ellas usufructuarios de lo que Pánfilo tipificó como la franja de la
subversión del orden establecido. En todos los sentidos. Incluido, claro
está, el orden político, económico y social del país; liderado por un
auténtico extirpador de tumores sociales malignos.
Con Samuel mantuvo, transitoriamente, una confrontación. Cuando
éste (Samuel) fue infectado por el mal de la discrepancia y la sedición.
Tiempo en el cual Samuel respaldaba las acciones de Isolina, de
Juliana, de Pedro Arenas y de Demetrio. Nunca ha negado que
hubiera matado a Samuel, si no hubiera rectificado su camino. A partir
de ahí se hicieron socios en la tarea de matar y vulnerar. Socios de
Pánfilo y de sus adeptos-empleados como asesinos a sueldo.
Conoció a Verdaguer, un día en que este visitó a su madre; en
ausencia de Santiago. Adrián tenía nueve años. Fue testigo de la
capacidad de Rosa Elvia para otorgar placer. Ella y Verdaguer
consumieron horas y horas. Ella gritaba, él acezaba, una y otra vez.
Fue el origen de su misoginia.
Volvió a verlo con ocasión de un viaje a Montevideo; cumpliendo una
actividad ordenada por Pánfilo. Se trataba de contactar hombres al
servicio de la dictadura, en su lucha contra la oposición, incluidos claro
está militantes de los Tupamaros; o simpatizantes de ellos. Probado o
sin comprobar. Justo, Verdaguer era un cabecilla de los
exterminadores; o de los “patriotas” como se hacían llamar.
En comienzo, Verdaguer no reconoció a Adrián. No atinaba a la
cotejación entre un joven de 20 años y un imberbe de nueve años.
Pero Adrián si lo identificó en el acto. Se lo hizo saber. Inclusive le
manifestó que, como él, había disfrutado de las bondades eróticas de
Rosa Elvia. Por indicación de Verdaguer, Adrián conoció otros
integrantes de los grupos de exterminio. Viajaron a Punta del Este. Se
divirtieron y concretaron asesorías para los grupos en Colombia. Hasta
cierto punto la escogencia de esta ciudad obró como distractor; pues
había grupos de inteligencia, compuestos por personas afines a la
oposición. Particularmente, a los Tupamaros; cuyo objetivo era
localizar, identificar y actuar en contra de los mercenarios.
Su regreso al País, se produjo el mismo día en que se cumplió la
orden de matar a Juliana y a Pedro Arenas. Un trabajo perfecto. Un
procedimiento similar al que conoció que estaban perfeccionando en
Uruguay. Estuvo reunido con Pánfilo, Samuel y tres hombres más, de
plena confianza de Pánfilo. Desde ese mismo día se programaron
sesiones de trabajo con ejecutores activos y potenciales. Ya había el
antecedente de las enseñanzas de Klein. Lo de ahora era un reto
mayor; pues se trataba de incursionar de lleno en las ciudades en
contra de objetivos previamente identificados por las labores de
inteligencia al servicio de ellos, orientados desde las instituciones
militares y policiales.
Adrián fue designado interventor de los procedimientos en la capital.
Un oficio dispendioso que exigía conocimientos y concentración.
Coordinar búsquedas y ejecuciones. Él era el intermediario entre
Pánfilo y los realizadores directos de los encargos; llamaban ellos los
asesinatos.
Desde allí, Adrián conoció pormenores de toda la doctrina al respecto.
Conoció códigos utilizados para concretar reuniones entre militares y
policías institucionalizados, con los grupos de ejecución clandestinos.
Desde allí conoció el rol de los asesores estadunidenses; del rol no
publicitado de la embajada. Conoció de los alcances de la política
diseñada por la cúpula gubernamental, militar y policial. De los
objetivos a mediano y largo plazo y de las tareas inmediatas
conducentes a concretarlos.

Por sus manos pasaron listas y códigos con los nombres de los
objetivos militares, paramilitares, policiales y para policiales. De todas
las edades y sexos. Con indicaciones precisas para el encubrimiento
de las muertes. Con todos los datos necesarios. Con día y hora de las
ejecuciones y con indicaciones acerca de las modificaciones de último
momento.

Una noche, fue secuestrado por un grupo de hombres y mujeres. En
su residencia. Lo encontraron muerto tres días después en una
localidad vecina a la capital. Luego se supo, después de
complicadísimas cotejaciones realizadas por Pánfilo y la cúpula militar;
que había sido ubicado e identificado, a partir de información vertida
por Verdaguer. Este fue tipificado como mercenario de doble vía y
doble aplicación.




SECCION SEGUNDA DEL CAPITULO IX
Adrián fue reemplazado por Daniel. Este había logrado escalar
posiciones en la estructura; a partir de su relación con Silvia y con
Maritza. Desde ahí empezó a conocer la organización. Pánfilo le tomó
confianza, por recomendación de Silvia que veía en él un amante
pleno e imaginativo y, al mismo tiempo, un prospecto para asumir
tareas. Por lo incondicional y por sus convicciones ajustadas a los
requerimientos del oficio liderado por Pánfilo.

Su primer encargo, tuvo que ver con la coordinación de una infiltración
en dos grupos políticos de oposición. Dos objetivos. Uno, interceptar
comunicaciones y enviar información constante. Otro, identificar
posibles nexos entre esos dos grupos y otros movimientos nacionales
e internacionales; en una perspectiva desestabilizadora a gran escala.

De su cosecha, fueron los atentados en contra de, al menos dos
dirigentes de esos dos grupos. Uno de ellos, un ciudadano
colombiano, responsable de la orientación y coordinador del flujo de
información con organizaciones n o gubernamentales a nivel
internacional, incluida Amnistía Internacional. Otro, un ciudadano
argentino; responsable de la coordinación de ayudas económicas con
diferentes instituciones gubernamentales y n o gubernamentales de
Europa y de Asia.

Fueron muertes violentas, con saña. Una, en la capital, mediante la
adecuación de un coche bomba, a la salida de un acto político en el
centro de la capital. La otra, en Buenos Aires, mediante una
intervención sicarial. En las dos ejecuciones hubo personas muertas y
heridas, ajenas al conflicto.
Con esa carta de presentación, Daniel fue transferido a una instancia
mucho más compleja. Estando allí, ejerciendo como coordinador
operativo; lo sorprendió la muerte. Mientras andaba por una zona
deprimida de la ciudad en que estaba; fue abordado por dos hombres.
Allí mismo fue acuchillado. Según el reporte pericial, el móvil no fue el
robo, porque llevaba toda su documentación, dinero y tarjetas de
crédito.



SECCIÓN TERCERA DE CAPÍTULO IX

A Samuel lo sorprendió la decisión que le comunicó Pánfilo. Este había
recibido, el día anterior, la orden de asesinar a Sinisterra. El soporte
tiene que ver, según Pánfilo, con las actuaciones de Sinisterra, y que
lesionaron las finanzas de la empresa. Había transferido, a su nombre,
una suma muy importante de dinero; desde dos bancos en el país,
hacia un banco en Suiza. Tolo, con la garantía que le daba el
conocimiento de las claves correspondientes. Lo hizo sin compartir con
nadie. Incluso, ni siquiera Susana lo supo. A pesar de haber realizado
con ella diferentes viajes a Uruguay, Chile y Argentina; en un proceso
de consolidación de sucursales de la empresa.
Sinisterra, además, estuvo en Europa; concretamente en Inglaterra y
Holanda. Viajó solo. Su relación con algunos de los socios más
importantes, se había acrecentado. Precisamente, en este viaje,
obtuvo una información bien importante acerca del movimiento de
inmigrantes, desde África hacia España y Francia. Acreditó sus
realizaciones, en términos de la administración de la empresa. Informó,
por ejemplo, de las circunstancias en que se desenvolvía el negocio en
el País y de los nexos adquiridos con funcionarios gubernamentales,
en un proceso que incluía la interacción con grupos encargados de
realizar acciones específicas de seguimiento a algunas organizaciones
opuestas al programa de gobierno, relacionados con el manejo de la
seguridad. Incluía, además, la financiación de estos grupos;
manejando un bajo perfil, no visible; al menos en lo que respecta a la
difusión en los medios de comunicación. Un trabajo, en el cual se
habían obtenido logros importantes.

Pánfilo siempre tuvo con Sinisterra, un conflicto latente.; soportado en
dos aspectos. Uno, relacionado con Susana. Para Pánfilo, ella,
representaba un ícono en su ideario sexuado. No había logrado
alcanzarla. Cuando supo que, las relaciones entre Susana y Sinisterra,
habían adquirido un sesgo de amantes; se sintió en desventaja. Como
si Sinisterra lo hubiera derrotado en un duelo no visible, no pactado
con conocimiento de causa.

El otro aspecto, tenía relación con el posicionamiento adquirido por
Sinisterra en la empresa. Porque, éste, había logrado, no solo escalar
posiciones sino, lo que era más importante, esas posiciones lo
ubicaban como un hombre trascendente en todo el proceso. Incluidas
las relaciones con el gobierno. Llegando, incluso, a ejercer como
asesor y consultor en el contexto de las políticas de seguridad
trazadas, desde el inicio mismo del actual presidente.
Cuando Pánfilo recibió la orden, sintió un profundo alivio. Algo así
como ver en ella la posibilidad de revancha que siempre había
esperado.
Samuel asimiló la noticia. Recordando, entre otras cosas, que
Sinisterra lo había despojado de Susana. Sintió esto, desde el primer
día en que advirtió que éste había logrado cautivarla y poseerla. La
versión que Jerónimo le comunicó, no hizo otra cosa que consolidar su
resentimiento.

Samuel y Pánfilo diseñaron el plan para cumplir con la orden impartida.
Decidieron que debía ser una acción que debía ser realizada, en
condiciones similares a la muerte de Daniel; con la diferencia de que,
aquí, se apoyarían en Jerónimo. En su condición de amante de
Sinisterra.

Jerónimo recibió la noticia, por parte de Samuel. Entre los dos se
había producido un distanciamiento, a raíz del enamoramiento
absoluto de Jerónimo. Para este, Sinisterra se constituyó en una
obsesión. No pasar un día sin verlo. Se le hacía eterno el tiempo entre
una sesión y otra. Sesiones que duraban tres o cuatro horas. Sinisterra
utilizaba toda su potencia. Lo penetraba sin descanso. Lo surtía de su
líquido que fluía y fluía todo el tiempo. Jerónimo era insaciable. No
importaban las hemorragias repetidas. Lo hacían cada dos días; sin
interrupciones.
Por lo tanto, cuando Samuel le comunicó que Sinisterra le había
propuesto iniciar una relación como amantes y que, esta había
empezado ese día; en su oficina. Que habían utilizado todo el
repertorio conocido por ambos. Y que, Sinisterra, le había confesado
que nunca había estado con alguien que lo cautivara y lo saciara como
él. Que, incluso, se había dejado penetrar. Que valoró su pene como lo
más hermoso que había visto en su vida. Que se lo manipuló; que
lamió todo el líquido que vertía Samuel. Que lo besó en todo su c
cuerpo. Que gritó de dicha, cada que Samuel lo horadó. Que fueron
cinco horas de absoluto placer de parte y parte.

Jerónimo se sintió desolado. Sintió como si todo se hubiera
derrumbado para él. Como si su vida hubiera terminado. No podía
hacerse a la idea de que Sinisterra lo reemplazara. Recordaba que,
cada que estaban juntos, le susurraba su profundo amor y lealtad. Le
decía que era su único amor. Que Susana era nada, comparado con
él.

En la sesión siguiente, Jerónimo llegó donde Sinisterra. Según la
costumbre, se besaron largamente, mientras se desvestían y se
acariciaban sus astas erguidas; Jerónimo se mostró mucho más
apasionado y excitado. Le pedía más y más a su amante. En uno de
los descansos, simuló la necesidad de ir al baño. Allí rompió uno de los
espejos. Regresó donde Sinisterra. Sin darle tiempo a reaccionar le
hundió una astilla de vidrio en la garganta. Una y otra vez, sin parar.
Se vistió, salió de la oficina; dejándola cerrada.

CAPITULO X

Pitágoras se apartó de Santiago. Sintió mucho la situación de Rosa
Elvia. Tanto como entender que ella había sucumbido ante los
avatares de la vida. Valoró su condición de mujer libertaria. Su decisión
de asumir lo afectivo como sucesión de relaciones. En una
promiscuidad que no compartía; pero que respetaba.
Rosa Elvia era, para Pitágoras, ese tipo de personas en angustia
constante. Sin poder redefinir su proceso como itinerante en una
sociedad cargada de situaciones complejas. Un tejido que la sometía.
Un entendido de libertad circunscrito a ensayar variables. Pitágoras la
sentía como mujer que nunca había sido amada. Tal vez, ella, tampoco
ha amado. Porque, consideraba, que amar era más que estar con
todos o todas; sin importar cuando o porqué. Un tipo de satisfacción,
de placer, centrado en el arrebato sexual circunstancial. Vivir esto
como condición única; como soporte único. Una distorsión del hecho
de amar y ser amada. Un camino lleno de dificultades asociadas a esa
condición de ser. La reconocía como madre y como mujer. Pero, no fue
capaz de estar al lado de ella. No pudo o no quiso acompañarla en su
peregrinar; mucho menos intentar la persuasión en términos de buscar
otra alternativa de vida.

Sorteando obstáculos, logró terminar sus estudios secundarios.
Ingresó a la universidad en horario nocturno. Trabajaba todo el día
como vendedor en un almacén. Había heredado de su padre la
capacidad para cautivar compradores.

Escogió un programa de pregrado que le pareció importante. La
antropología siempre le había llamado la atención. Con el profesor
Pedro Arenas y Con la profesora Juliana, a quienes había conocido en
el colegio, había departido muchas veces. Tertulias agradables; que lo
situaban en opciones de interpretación de la cultura y, en general, de la
humanidad. Estuvo en muchas de las actividades realizadas por
Isolina; a quien admiraba profundamente. La mujer que supo valorarse
y hacer ruptura con Adrián. Por esa vía conoció a Demetrio. Le
pareció, siempre, un hombre con vocación de servicio. Demasiado
humano. Amigo absoluto, leal y confidente cuando fue necesario.

Pitágoras vivió el proceso angustioso que supuso el asesinato
consecutivo de Pedro Arenas, Juliana, Isolina y Demetrio. Hechos que
le hicieron ver la tragedia de un país que nunca ha conocido la paz, ni
la solidaridad, ni la aceptación del otro o de la otra. País de
convicciones torcidas; en el cual ha predominado el ejercicio de la
violencia continua, sistemática. País en donde no ha existido sitio para
la tolerancia y el respeto de los valores y derechos humanos. Para él,
esos asesinatos y muchos más, constituyeron y constituyen la
reiteración del odio, y la tropelía. Acezantes verdugos que nos
conducen al desmoronamiento. Como sociedad y como nación.

Se prometió a sí mismo, retomar, a su manera el ideario de ellas y de
ellos. A partir de los logros alcanzados en la universidad y de su
interacción con diversas organizaciones obreras, campesinas y de la
población más vulnerable; fue construyendo escenarios para proponer
alternativas. Para postular y realizar actividades trascendentes. En
búsqueda de opciones constantes, generosas, humanas. La intención
de transformar la sociedad, desde una perspectiva politica de
inclusión. De reconocimiento de valores y de adecuaciones. De tal
manera que la vida adquiera otro significado; derrotando a la muerte
inducida por quienes nos han controlado y avasallado.

Al hacerse cargo de ese ideario, logró consolidar su posición como
sujeto creativo, humano, investigador e impulsor de nexos entre la
academia y la población. Con un sentido de pertenencia a la
humanidad, por la vía de expandir el conocimiento de la historia; de tal
manera que este conocimiento se convierta en interacción social no
claudicante ante el embate de los violentos. Ante el embate de esas
fuerzas poderosas, casi siempre soterrados, que manejan los hilos de
la política y de la economía, pretendiendo el beneficio propio; de las
clases que siempre se han constituido en el poder y que no están
dispuestos a perder.

Siempre intuyó que sus hermanos y hermanas estaban del lado de los
detentadores de ese poder. Conoció a Pánfilo, de su relación con
Maritza y Silvia. De su amistad con Samuel y con Adrián. Siendo así,
para Pitágoras, la noción de familia fue pragmática. Los vínculos de
sangre no cuentan a la hora de percibir y analizar determinados
comportamientos. Por lo mismo, para él, sus hermanos y hermanas no
son otra cosa que auxiliares de los gendarmes. Con un entendido de la
vida similar a quienes asesinan contradictores, el contexto del
afianzamiento de su poder.

Pánfilo ya había hablado con Silvia y con Samuel, acerca de las
andanzas de Pitágoras. Lo asimilaron a la subversión. Para ellos,
quedaba claro que no podía permitir la expansión de esas opciones.
No importaba la condición de hermano. Como sea hay que detener sus
avances. Ya conocían que había retomado las actividades que
realizaban Isolina, Pedro, Juliana y Demetrio. Siendo así, la decisión
fue obvia.

El 8 de marzo, al salir de un acto realizado en la universidad, con
motivo del Día Internacional de las Mujeres; Pitágoras fue baleado
desde un vehículo. Allí mismo murió. Su última visión, estuvo
destinada a Rosa Elvia.







SECCIÓN SEGUNDA DEL CAPÍTULO X
Para Samuel, Pánfilo se había convertido en un socio molesto. Entre
otras razones, porque el afán de poder; le exigía a este, realizar
cualquier tipo de tarea o acción. Ya, una vez muerto Sinisterra, Pánfilo
logró acceder a la administración de la empresa en la capital. Desde
allí, empezó una gestión avasallante. Desde todas las opciones
posibles. Hizo recambio en la planta de personal; gestionó la
desvinculación de Verdaguer; en la sucursal uruguaya. Se apoderó del
mercado en Santiago de Chile. En el ámbito más doméstico, se
apoderó de Susana. Ella había lamentado, a su modo, la muerte de su
amante. Pero, aplicado su afilado sentido común, n o tuvo reparos el
día en que Pánfilo se encerró con ella en la oficina y la hizo gritar de
placer. Lo de Pánfilo, observó ella, no es tan largo y voluminoso como
lo era el de Sinisterra. Pero, de todas maneras, acompañó la
penetración, con rituales que había aprendido y que le enseñó a
Pánfilo; quien a pesar de su recorrido no había tenido acceso a ese
manual.

El hijo de Susana y Sinisterra había nacido hace cerca de un año. Un
niño normal. Con un parecido absoluto a su madre. Para Susana, el
niño, se convirtió en una carga. Su rol está condicionado a tener
libertad para asumir los requerimientos de la empresa y,
adicionalmente, los requerimientos de Pánfilo. Centrados en las
necesidades sexuales de éste.

Es como entender la situación de muchos niños y niñas que no tienen
un padre o una madre que asuman con ellos y ellas la construcción de
opciones de vida integral. Con una valoración precisa del universo de
necesidades. Una inclusión en la sociedad; de tal manera que la
complejidad de esta inserción se convierta en un hecho efectivo y no,
simplemente, latente o mera expectativa.

Samuel conoció al niño. Le causó, en el contexto de sus convicciones,
un niño de expresión triste. Como si, a su edad, ya estuviera inmerso
en la angustia particular y colectiva. Un niño que, en principio, no
tendría posibilidades de vivir su infancia. Con lo que esta tiene de
lúdica, imaginación, amplitud y, fundamentalmente, de sensibilidad.

Con Pánfilo, entonces, Samuel asumió una modificación importante en
su relación. En una estructura de vida y de empresa, soportada en
intereses particulares que erosionan cualquier sentimiento de amistad.
Ya, antes, había conocido la posición de Pánfilo con respecto a
Jerónimo. Los móviles de su muerte no le resultaban claros a Samuel.
Porque la versión presentada por las autoridades era un tanto
inverosímil. Como aquella de expresar un ajuste cuentas entre bandas
criminales que se disputan territorios para las diferentes acciones
inherentes al proceso de descomposición social vigente en diferentes
ciudades.

Efectuaba un análisis de mayor profundidad, incluida la cotejación
entre momentos y expresiones, en el contexto de la triada Samuel-
Jerónimo y Pánfilo. Porque, lo que, si conocía con certeza Samuel, era
que Jerónimo estaba con los dos. Inclusive, arriesgo la conclusión de
un asesinato planeado por Pánfilo, con un único móvil: los celos. Había
un hecho adicional en su reflexión: Jerónimo tenía otro amante. Se
trata de Sinisterra. Está convencido, Samuel, de que Jerónimo amaba
profundamente a Sinisterra y no ellos dos.

A través de Silvia y Maritza, Samuel concertó una entrevista con
Verdaguer; conociendo que éste se encontraba en la capital, de paso
para Panamá. Había decidido jugarse la carta de convencer a la
dirección de la empresa acerca de los malos manejos, por parte de
Pánfilo, de algunos aspectos específicos de la actividad; tanto en la
capital, como en otras dos ciudades en el País.

Previamente, tejió una urdimbre verosímil. Algo así como efectuar un
seguimiento de las actividades de Pánfilo. Apoyándose en algunos
agentes intermedios. Construyendo una versión, en el sentido de que
Pánfilo conoció, de mucho tiempo atrás, los manejos realizados por
Sinisterra; en términos del manejo de cuentas bancarias, para su
beneficio particular. Se trataba, entonces, de reconstruir alguna
documentación, variando contenidos. Para esto se apoyaron en
expertos al servicio de la empresa, cuya labor consiste en falsificar
documentos.

Lograron, por ejemplo, hacer coincidir fechas en los desplazamientos
de Pánfilo y Sinisterra a Europa. Construyendo premisas que permitían
deducir una confabulación en contra de los intereses generales de la
empresa, apropiándose de unas sumas muy importantes de dinero que
depositaron en sus respectivas cuentas. Aparecieron consignaciones
subrepticias, coincidentes en horas y fechas.

Con estos insumos, se presentó Samuel ante Verdaguer. Analizaron la
documentación y concluyeron que notificarían a la máxima dirección
de la empresa. Pánfilo tenía a su favor el hecho de haber reportado
realizaciones de gran impacto positivo para la empresa.
Fundamentalmente en lo que tiene que ver el contenido de los
acuerdos con instancias gubernamentales para el buen manejo de los
seguimientos y ejecuciones de algunos dirigentes políticos y sociales;
a partir de identificar sus contradicciones con el programa del actual
gobierno.

Verdaguer, en Panamá, concertó una reunión con Rolando Jiménez,
actual presidente de la empresa, para América Latina. Este,
precisamente, había asistido a una sesión de toda la dirección de la
empresa, en San Salvador.

Rolando Jiménez, le expresó a Verdaguer que a Pánfilo se le venía
haciendo un seguimiento. No por el mal manejo de dinero; porque no
tenían información al respecto. Solo la que presentó Verdaguer. El
seguimiento tenía que ver con la sospecha de que Pánfilo era un doble
agente. Como prueba, dijo Rolando a Verdaguer, tenemos información
en el siguiente sentido: Pánfilo estuvo realizando tareas para la CIA,
durante el conflicto interno en El Salvador. Fue artífice para la
realización de ejecuciones selectivas; incluida la del Arzobispo de San
Salvador. Además, también de algunos mandos medios y auxiliadores
del Frente Farabundo Martí.

De El Salvador, Pánfilo, pasó a Colombia. Estuvo en todo el proceso
de preparación militar y política, necesarias para desarrollar un
esquema similar al que él Concretó en El Salvador. Particularmente, en
lo que respecta a la concreción d grupos parapoliciales y paramilitares.
Inicialmente, dirigió la creación del movimiento MAS y, más adelante,
dirigió la concreción de grupos de seguimiento y ejecución, durante y
posterior al proceso de acercamiento del gobierno de Belisario
Betancur con las organizaciones subversivas. En concreto, participó,
con otros dirigentes, en todo el proceso den contra de la UP.

Sin embargo, dijo Rolando, Pánfilo empezó a filtrar información a
organizaciones como Amnistía Internacional. Si bien es cierto que,
aquí, la información no es muy precisa; existen evidencias del móvil.
Tuvo que ver con un juego de doble vía, centrado en las
contradicciones entre algunos de los grupos. Particularmente, para
desviar la atención con respecto a la organización que él dirigía. Así,
esta, quedaría libre de sospecha y consolidaría su posición posterior.

Rolando Jiménez, concluyó su relato, con la aseveración, en el sentido
siguiente: Pánfilo está realizando el mismo juego. Está filtrando
información. Tal parece que va dirigida a algunas instancias
gubernamentales en España y Francia. Con el objeto de tejer
versiones, en contra nuestra y, por esa vía, consolidar la posición de
los pares que nos hacen competencia. Particularmente, en el
fortalecimiento de una empresa que tiene su sede en Somalia.

Lo que usted me presenta, Verdaguer, es una información que vamos
a acumular; para tomar una decisión, con respecto a Pánfilo. En mi
opinión, no solo debe salir de circulación; sino que le debemos aplicar
el castigo máximo; es decir su ejecución.

Pánfilo se encontraba en su oficina, departía con Susana, en uno de
sus encuentros de rutina.
Recibió una llamada de los empleados de seguridad, en portería; en el
sentido de que lo necesitaban dos personas. Pánfilo bajó a la entrada
principal. Él reconoció a las dos personas. Había trabajado con ellos
en Santiago de Chile. Levaban un recado. Se iba a efectuar una
reunión plenaria de la dirección zonal, aquí en la capital. Decidieron
informarle personalmente, ya que se sospechaba una intervención de
los teléfonos de la empresa.

Pánfilo subió al vehículo. Durante el recorrido, expresó que se dirigían
a un municipio, fuera de Bogotá. Y que, entonces, la reunión no era en
la ciudad. Le contestaron que, por seguridad, debía ser así.

Tres días después, su cuerpo sin vida fue encontrado en un predio de
la ciudad. Le habían disparado dos veces en la cabeza.

SECCIÓN TERCERA DEL CAPÍTULO X

Susana no sintió la muerte de Pánfilo. Para ella, las cosas se dan o no
se dan. Es decir, cada quien debe manejar sus opciones y
responsabilidades. Y, en esto, asumir como camaleón, es un registro
que mueve al mundo. Cada quien, entonces, construye su vida;
incluyendo la posición de apoyarse en quien sea con tal de lograrlo. En
lo personal, su único interés estaba centrado en ascender en calidad
de vida. Para ella, esto significa acceder a los recursos necesarios. No
importa cómo. Inclusive, llegó a pensar en la posibilidad de que la
nombraran reemplazo de Pánfilo. Así pensó cuando murió Sinisterra.
Si bien es cierto que, esa vez, no lo logró, abrigaba esperanzas de que
ahora si se daría.

Esta vez tampoco fue así. El reemplazo de Pánfilo fue Silvia. Un giro
sorprendente. Entre otras razones, porque Silvia nunca había
participado en actividades de la empresa. Lo de ella, era el manejo de
información en relación con algunas ejecuciones. La administración del
negocio requería de alguien con experiencia. Sin embargo, se ratificó
su designación.

Para Susana fue una desilusión más. Pero, en aplicación de su lógica
del pragmatismo, lo aceptó, interiorizando su resentimiento. Orientó a
Silvia en los pormenores de la administración zonal y el tipo de nexos
con las sucursales en América Latina. En la práctica era ella quien
manejaba la administración. Silvia, simplemente, avalaba las
decisiones tomadas por Susana.

Revivió el pasado. Cuando entre las dos se dio una relación afectiva.
Si bien no fue duradera; al menos vivieron momentos intensos. Las
dos sabían que hacer y como conducir sus encuentros. Las dos
manejaban y entendían la bisexualidad. Silvia era mucho más intensa
y apasionada. Expandía su placer, llegando a zonas siempre nuevas.
Recorriendo el cuerpo de sus amantes, con una imaginación profunda.
Por lo tanto, al encontrarse con Susana, le insinuó la posibilidad de
retomar la relación. Hacerla mucho más profunda y dinámica.

Lo hacía a mañana y tarde. Todos los días. Cada vez más
intensamente. Cada vez más apasionadamente. Orgasmos
extendidos. Una y otra vez. A veces se olvidaban de los asuntos
relacionados con la administración Así fueran asuntos urgentes.

Natalia, una chica joven. Una bella mujer, en la cual coincidían un
rostro hermoso y unas formas bien hechas e insinuantes; se vinculó a
la empresa, a través de Samuel. Este la había conocido en
Barranquilla, en una de sus giras. Ya había realizado con ella
encuentros. Ya había explorado todo su cuerpo. Decidió traerla a la
capital. No solo para tenerla cerca; sino también por la capacidad que
Natalia tenía para organizar eventos tan necesarios en la empresa.
Cuando se precisaba concretar determinaciones y postulas estrategias
misionales.

Desde el primer momento, Silvia fue cautivada por Natalia. Se
imaginaba su cuerpo desnudo. Imaginaba exploraciones, mucho más
allá de las que realizaba con Susana o de las que realizó con su
hermana Maritza.

En principio, Susana, no advirtió los deseos de Silvia; a pesar de haber
observado que Silvia llamaba continuamente a Natalia a su oficina, por
cualquier motivo. La posición de Natalia coincidía, con el pragmatismo
de Susana. A pesar de que nunca había vivido relaciones bisexuales;
tampoco era ajena a ello.

Silvia invitó a Natalia a su casa. Un sábado. Se trataba de una comida
a la cual habían sido invitadas otras personas. Susana no fue invitada.
Hablaron, durante la cena. Compartieron con los comensales. Una
sesión que terminó casi a medianoche. Silvia le sugirió a Natalia, la
posibilidad de quedarse en su casa, hasta el día siguiente. El vino
excitaba a Silvia, la hacía mucho más coloquial; mucho más
extrovertida. Para Natalia, era una rutina la ebriedad. También ella, se
exaltaba en esas condiciones.

A Natalia se le asignó un cuarto. Había sido, en un tiempo, el lugar de
encuentro entre Silvia y Maritza. Una historia enorme de pasiones y
destrezas. Unos orgasmos tan placenteros que Silvia nunca había
repetido con otra amante. Se bañaron juntas. Allí se inició el ritual. Se
besaron largamente. Una a una tocaron sus clítoris, No importó el
dolor Se lamieron sus pezones. Recorrieron sus cuerpos. Zona a zona.
Juntaron sus pelvis. Olieron sus axilas, pasaron sus lenguas por ellas.
Gritaron de placer. Susurraron palabras llenas de sensibilidad y de
regocijo. Terminaron a las cuatro de la mañana del domingo, lo que
había iniciado tres horas atrás. Extenuadas, durmieron en la misma
cama.

Al despertar lo hicieron una y otra vez. Una jornada tan intensa que las
venció, otra vez, el sueño. Durmieron hasta el anochecer. Hicieron el
compromiso de vivir juntas, a partir de ese día.

Para Samuel, esta decisión, lo indignó. Le era insoportable la ausencia
de Natalia en la casa que le había conseguido. Donde llegaba cada
vez que lo urgía el deseo. En donde, se juntaban él, ella y Maritza. En
donde ellas él, realizaban sesiones inimaginables. Un ir y venir. Ella y
ella. Él y ellas. Samuel conservaba su potencia. Erecciones duraderas.
Tanto que terminaba con Maritza y seguía con Natalia. A todas dos las
inundaba. Samuel, se excitaba, viendo a Natalia y a Maritza besarse,
lamerse, hurgarse.

Le exigió a Natalia regresar a su casa. Esta no aceptó. Se había
enamorado tan profundamente de Silvia, que se le hacía inconcebible
no estar a su lado. Tanto en la empresa como en la casa. Se le hacía
inconcebible no estar con ella; no volver, a todo momento, al ritual que
era, cada vez, más expandido y placentero.

Samuel volvió a recordar su pasado. Cuando navegó por la vida,
ejerciendo su capacidad para amar y vulnerar. A su pasado
esquizofrénico. Cuando iba y venía por todos los lugares. Cuando
conoció a Isolina; cuando conoció a Juliana y a Pedro. Cuando
horadaba a las niñas; cuando montaba a su madre; cuando conoció a
Demetrio. Cuando mató e hizo matar. Cuando fue recluido; cuando
escapaba. Cuando veía, en sueños, al jorobado encima de Rosa Elvia;
cuando veía a Santiago hacer lo mismo; cuando tuvo a Jerónimo;
cuando asedió y montó a Maritza, a Silvia, a Martha. Cuando inundaba
a Susana; cuando Penetró y fue penetrado por Pánfilo; cuando hizo
matar a sus hermanos; cuando se amó con Verdaguer; cuando penetró
a su hermanita, la hija de Isolina y Demetrio, al cumplir ella cinco años;
Cuando estuvo dando tumbos. Aquí y allá, sin encontrarse; cuando se
dio cuenta que ese encuentro no era posible; cuando triunfó el yo
malvado y no el yo sensible y humano; cuando volvió a nacer, una y
otra vez; cuando perdió la memoria y el deseo, al ser lobotomizado;
cuando dirigió grupos de matanza selectiva; cuando le dijo sí al
programa gubernamental de exterminio; cuando estuvo en Villa
Esperanza, buscándose otra ves

Y, al recordar, volvió el impulso patológico. Se hizo irrefrenable el
deseo de acallar voces. Se hizo indispensable la venganza. Como
paliativo a su vergonzosa vida. Volvió a crecer en él, la necesidad
matar, de manera directa. Y, porque no, morir y volver a nacer.

Susana encontró a Silvia y a Natalia, muertas en la oficina. Sin signos
de haber sido violentadas. El dictamen pericial, fue reportado como
muerte por envenenamiento.

CAPÍTULO XI

Susana había arribado a sus cuarenta años. Siempre reflexionaba
acerca de su vida. Pero, en el contexto de su ética de lo posible. Ese
día recordó su primer encuentro con su madre. Era una mujer un tanto
extraña. Una mujer parecida a una opción robótica de vida. Transeúnte
en la vida. Nunca se le conoció una meta alcanzada. Todas sus
relaciones fueron de un contenido insípido. Ni siquiera cuando
Santiago la preñó por primera vez, sintió placer. Ni eso, ni odio.
Simplemente estuvo ahí. Abrió sus piernas y las cerró cuando
Santiago termino. Inmediatamente se bañó. Les fastidiaba ese líquido
viscoso y amarillento pegado a sus piernas. Consecuencia de eso
nació Susana. Desde pequeña le hizo creer que su padre había
emigrado a recorrer el mundo. Inclusive le inventó un nombre. Cuando
Daniel la preñó; ella, simplemente, cerró los ojos. Otra vez se bañó.
Limpio sus piernas y asumió otro trajín. Otra vez nació mujer.

Lo conoció Susana, atando cabos. Nunca habló del hecho de que su
padre era el mismo padre de Adrián, Maritza, Silvia, Martha, Adrián y
Pitágoras. Además, conoció que su madre viajó al Brasil y que allí fue
preñada por Thiago Ronaldo. Y que nació otra mujer. Y que, esta
hermana suya, fue avasallada por el mismo Thiago, cuando cumplió
nueve años. Y que se llamaba Úrsula. Y que no tuvo apellido. Y que
murió cuando acompañaba a su marido en una tala de árboles en el
Amazonas Brasileño. Y que su muerte se produjo por la mordedura de
una serpiente. Y que fue sepultada allí. Y que había tenido una hija a
sus once años. Y que el padre de la niña, era Thiago. Y que había
conocido el pene de cien hombres, incluidos los dependientes de su
marido. Allí mismo, en el campamento. Y que la muerte por mordedura
de serpiente fue preparada por su marido, cuando la dejó bajo los
trapos que la cubrían, Y que, una vez muerta, su marido la montó una
y otra vez. Y que le decía puta desgraciada, ahora estoy feliz, porque
después de este día no habrá ninguno más.

Susana se blindó para todo quehacer. Gratificante o no. Hizo de su
vida un peregrinar por todos los escenarios posibles. La primera vez
que fue penetrada tenía nueve años. Lo hizo Adrián. Ella estaba sola
en casa. Adrián fingió una visita de cortesía para comunicarle que
había conseguido un cupo en la escuelita, para ella. Una vez allí, la
abordó. Ella no resistió. Ya había conocido este episodio en uno de
sus sueños. Lo anhelaba, lo esperaba. Entonces, abrió sus piernas y
siguió el ritmo que imponía Adrián. Desde ese día, siempre quiso más.
La obsesionaba ese entrar y salir. La fascinaba ese palo erecto que
tenía Adrián. Volvió a ver algo similar, cuando Verdaguer li hizo lo
mismo. Con éste disfrutó más. Tenía catorce años y ya sabía
diferenciar entre uno y otro palo. La apasionaba y la excitaba uno
grueso y largo. Inclusive practicaba a solas, hendiéndose un palo
envuelto en hule, Lo entraba y sacaba, como había aprendido. Y
llegaba al orgasmo. Su primera preñez fue a los dieciséis años. Abortó,
asistida en su cuarto. Dos días después estaba lista para conocer otro
palo. Era su obsesión.

Por lo tanto, cuando conoció a Samuel, ya era experta. Lo condujo por
todo su cuerpo. Le enseñó a in trucarlo sin necesidad de ser guiado
por su mano. Cada que estaban le apretaba su palo, tan fuerte que
Samuel sentía dolor. Pero callaba.

Después vino lo de Adrián y lo de Verdaguer y lo de Jerónimo, el
imberbe que la hizo aullar de pasión, al sentir su asta hurgándole hasta
sus vísceras. Lo amaba profundamente. No le importaba su doble
condición. Por eso sufría cuando Sinisterra lo montaba; cuando Pánfilo
hacía con él uno y mil ejercicios. Cuando Samuel lo revolcaba, lo
insultaba y lo golpeaba por deslealtad. Sufrió mucho al conocer su
muerte.

Después de la muerte de Silvia y Natalia, Susana abandonó su trabajo.
Sentía asco de sí misma, como copartícipe de los asesinatos.
Siempre estuvo con Samuel en la preparación de los mismos. Incluido
el proceso de mezclar el licor con el veneno que bebieron Silvia y
Natalia. <>Tenía algunos ahorros que le permitirían subsistir,
holgadamente, por algunos años. Volvió a su hijo. Lo hizo, por fin suyo.
Había desistido de esa opción torcida de abandonarlo a su suerte. A
través de una mujer que se encontraba inscrita en el programa de
protección de testigos, tuvo una entrevista en el Ministerio del interior.
Allí ofreció otorgar información de las actividades sórdidas de la
empresa. Solicitó, a cambio, ubicación en el exterior y protección para
ella y para su hijo.

Su destino era Londres. La capital se conmocionó al observar la
explosión de un avión en el aire. Acababa de decolar del aeropuerto.
En él, iban Susana y su hijo. Samuel comunicó al mando central que la
tarea había sido cumplida de manera exitosa

SECCIÓN SEGUNDA CAPITULO XI

Verdaguer logró escalar algunas posiciones. Desde su entrevista con
Rolando Jiménez, en Panamá, la dirección central de la empresa lo
colocó como de sus empleados de mayor relevancia. Asistió a una de
las reuniones plenarias, en ciudad Méjico. Allí fue condecorado con la
mención de honor con la que la que se exalta la labor de los
empleados que han logrado metas importantes. En concreto, la
justificación hablaba del logro adquirido, al contribuir a la ubicación de
los manejos de Pánfilo. Con Federica Maidana, logró estabilizar su
vida afectiva. Por lo menos, en el sentido de tener un refugio fijo, en
casa de la madre de ésta y de hacer de su relación la principal. Las
otras no importaban, eran transitorias. Y, así, lo sabían sus amantes
ocasionales. Incluidas Rosa Elvia, Maritza, Silvia y Maritza. También
sus amantes masculinos. Incluidos Samuel, Jerónimo, Daniel y Adrián.

De los dos hijos que tuvo con Francesca, uno de ellos lo llamaron
Everardo, en recuerdo de su camarada. Este, al lado de Patricia,
habían sido muertos en un atentado cuando realizaban labores de
infiltración al Frente Farabundo Martí, como parte de su trabajo con la
CIA.

Julián, el otro hijo, logró alcanzar algunas posiciones en la empresa, a
partir de la influencia suya. Julián fue destinado a labores de
inteligencia, a nombre de la compañía, en Chile y Paraguay.
Entre tanto, Everardo, se vinculó con la C IA, como informante
calificado. En los dos, Verdaguer y Federica, veían la continuación del
oficio. Para la compañía era necesario efectuar seguimiento a Samuel.
Desde su ascenso, recomendado por Rolando y por Verdaguer,
Samuel no había reportado logros importantes. Es como si la empresa
hubiese caído en un vacío de poder. Unas actividades que se reducían
a vincular algunos colaboradores que fracasaron en dos tareas
fundamentales. Una de ellas tuvo que ver con el cumplimiento del
mandato para desaparecer y matar al presidente del Sindicato de
Trabajadores Agrarios. El otro, la recaudación de información que
permitiese la localización de Isaías, miembro activo de la organización
no gubernamental, que venía trabajando la investigación de las
muertes sucesivas de algunos de sus dirigentes. En los dos casos,
Samuel era el directo responsable; habida cuenta de su condición de
administrador general de la zona.

Estos hechos, fueron tipificados como un fracaso absoluto. Algo tenía
que andar mal. Porque no es posible aceptar que los fracasos fueran
justificados por la inexperiencia. De hecho, Samuel, era uno de los
agentes más avezados.

Verdaguer y su hijo Everardo, se hicieron cargo de la situación.
Confrontación de los datos informados por Samuel a la dirección
central; con versiones en contrario. Un desfase preocupante. Porque,
era cierto que hubo un desarreglo fundamental. Una rueda andaba
suelta y no era, precisamente, en la dirección.

Una vez concluida la labor, presentaron un informe que destacaba a
Samuel como el directo responsable. Adicionalmente, encontraron que
se había configurado un desfase en términos de la información
transmitida a la dirección; acerca de dineros pagados a supuestos
infamantes. Estos no solo no existían, sino que Samuel había
reportado cuantías muy superiores al costo de los servicios en el
mercado cotidiano. Además, lograron recaudar información que
vinculaban a Samuel con la muerte de Silvia y de Natalia. Versiones
muy diferentes a las que había transmitido Samuel. Él informó que
había procedido a ejecutarlas, en razón a que las dos estaban filtrando
información a algunas organizaciones no gubernamentales. Todo el
material recaudado indicaba, inclusive, que era él quien estaba
filtrando esa información. Coincidían estos datos con la frustración de
tareas en Cali y en Bucaramanga, ordenadas por la dirección general y
que habían sido encomendadas a agentes uruguayos.

Una vez presentado el informe, por parte de Everardo y su padre; la
dirección central, decidió coloca r a Samuel en cuarentena. Esto
significaba una suspensión temporal de sus actividades. Everardo lo
reemplazaría mientras duraba la cuarentena. Era una forma muy
peculiar de aplazar su muerte.

Así lo entendió, también, Samuel. Tan pronto fue notificado de la
decisión, se comunicó con Juan Pablo Tenorio, uno de sus enlaces en
el Ministerio del Interior. Concertó una reunión con el Ministro. Le hizo
saber a este, que se estaría fraguando un atentado en contra del
Asesor en seguridad designado por el gobierno norteamericano. Se
trata, dijo Samuel, de un asunto que exigía la perentoria disposición de
mecanismos para frustrarlo. Él se ofreció para efectuar la coordinación
de la decisión que fuera adoptada. Presentó pruebas elaboradas con
el mismo método que utilizó para justificar la muerte de Pánfilo. Delató
a Verdaguer y a su hijo Julián. Otorgó datos de su ubicación precisa en
Uruguay. Asimismo, ofreció agentes que, según él, venían
desarrollando la acción del seguimiento.

Verdaguer y Julián estaban con Federica, en su casa de Montevideo.
Después de su visita a Colombia, había convenido separarse,
previendo cual situación anómala. Porque Verdaguer conocía de la
capacidad de Samuel para conocer lo confidencial. Tenía agentes muy
especializados en esa labor. Decidieron que Julián se desplazaría a
Paysandú y que Verdaguer se instalaría en Córdoba. El puente,
siempre, sería Federica.

Cuando Samuel llamó a Federica, por teléfono. Esta recordó los
momentos vividos con él. Ante todo, su estadía en Punta del Este. Allí,
Federica, conoció lo que es el placer. Horas enteras forcejeando con
él. La potencia de Samuel era ilimitada. Ella sucumbió a las tres horas,
mientras que él seguía dispuesto con su vara erguida, esperando otra
oportunidad. Federica tenía la convicción de que Everardo era hijo de
Samuel y no de Verdaguer. Así lo deducía de las cuentas realizadas;
como solo lo saben hacer las mujeres.

Acordaron una entrevista en La Plata. Allí, Federica le informó a
Samuel de la ubicación de Verdaguer y Julián; con la promesa,
solicitada por Federica, de que no los matarían. Que fuera algo de
simple rutina.

Verdaguer fue ubicado en Córdoba en Córdoba. Un hombre que llamó
a la puerta, le propinó seis disparos a quemarropa. Murió en el acto.
Julián apareció muerto en su casa. Lo asfixiaron con una almohada y
luego fue apuñalado.

Federica sufrió la muerte de su hijo y la de Verdaguer. Sin embargo,
silenció su voz. Pudo más su lealtad a Samuel, el amante apasionado
y dador de placeres sin fin.

SECCIÓN TERCERA CAPITULO XI

Después de la muerte de Verdaguer y Julián, Everardo se puso en
contacto con la dirección central. Consiguió una licencia,
argumentando razones personales urgentes. Una vez instalada la
reunión de la dirección en Nueva York; solicitó la investigación
exhaustiva del asesinato de su padre y de su hermano Julián., él
sospechaba que Samuel estaba detrás de las muertes. Qué solo él,
era capaz de una acción de ese calado.

De otra parte, se apoyó en empleados de la CIA, para fraguar la
muerte de Samuel. Opciones paralelas. Situaron a Samuel en la
ciudad de Cúcuta. Se había desplazado hasta allá, previendo una
retaliación. Dispuso de una gendarmería inmensa para que lo
guardara, ante cualquier evento. Por eso, cuando tres hombres lo
esperaban su salida de la casa, no se percataron del dispositivo
instalado por Samuel. Los victimarios fueron víctimas. Fuego
simultáneo de treinta hombres, localizados en la periferia, acabó con la
vida de los dos de los tres hombres. Después se supo que eran de
nacionalidad brasilera. El otro huyó herido.

EPÍLOGO
Cuando Samuel se instaló como administrador de la empresa en la
zona, encontró anomalías acumuladas. Reportes sin procesar;
mercancías sin transportar; contactos difusos. Se dio a la tarea de
superar esas dificultades. Además, logró reabrir plenamente la
comunicación con el gobierno central, que había sido suspendida o.,
por lo menos debilitada. Personalmente asumió esa comunicación.
Logró recaudar evidencias de filtraciones muy peligrosas. Además,
propuso y obtuvo una línea especial y secreta con el Ministro del
Interior. Por esa vía comunicaba informes de doble vía. Alcanzó gran
estima y confianza a partir de los certeros informes transmitidos y de
sus resultados. Desmantelamiento de oficinas paralelas de
informantes; ubicación de redes coordinadas por la dirección central y
que no habían sido reportadas, por lo mismo que significaban una
traición a acuerdos previamente realizados.

Dio pistas y evidencias fundamentales para ubicar a quienes estaban
haciendo elusión de los compromisos relacionados con el porcentaje
prometido en la ejecución de cargamentos de alucinógenos y de
armas. Su intervención fue definitiva al momento de coordinar los
dispositivos para tramitar las reformas constitucionales inherentes a la
modificación de las reglas del juego electorales.

Fue laureado con los más representativos honores. Volvió a aparecer
en la Embajada Colombiana en Kenia. Desde allí continuó su labor al
servicio del ejecutivo gubernamental.


En este punto, cuando terminé de sellar el sobre con m i documento,
llamaron a la puerta. Al abrir, me encontré, de frente, con una pistola
que inmediatamente fue accionada. M i cabeza voló por el aire.

Sección II del epílogo
En mi diario persona, dejé escrita una bitácora para acceder a un
inventario de documentos inéditos. Los hurté de la recopilación
efectuada, al momento de morir Isolina, Juliana y Pedro Arenas.
Documentos con los cuales tenía en mente realizar una
comercialización a mi nombre. Es decir, presentarlos como realizados
por mí. En el contexto de mi ejercicio como estudiante. No alcancé a
terminar ese proceso.

Cuando sentí los disparos. Cuando fui muerto, intenté una visión
sucinta de la última etapa de mi vida. Aciaga. Tormentosa. Me
involucré en una dinámica azarosa. Yo fui Samuel. Pero también fui
Isaías. Pero también Viracocha. Pero también me identifiqué con
Pánfilo. Además, fui cómplice de Sinisterra. Amé a mi madre. Amé a
Isolina. Amé a Juliana. Amé a Susana; a mis hermanas; a Daniel; a
Jerónimo. Estuve al lado de Verdaguer. Lo seguí; como lo siguió mi
madre. Busqué a Burbano, de manera desesperada. Me enamoré de
su asta; desde el día en que lo vi encima de Silvia. Hermoso negro.
Hermoso su músculo siempre erecto. Nunca lo pude tener para mí.
Veo borroso el pasado inmediato. Solo recuerdo cuando traje a la
mujer que se enamoró de Maritza. La maté. Maté siempre. Ese fue mi
oficio preferido. Además de delatar y de profesional de la deslealtad.
Busqué a Everardo; lo seguí a través de Patricia y de Francesca
Gavilán. Nunca pude tener calma. Fui agresor. Eso me gratificaba.
Amé, en silencio, a Santiago. Cuando lo sentía y veía encima de mi
madre Rosa Elvia, deseaba ser ella. Amé al giboso. A mi padre real.
Siempre lo busqué, para que me penetrara con su arrasador pene. Fui
itinerante de mí mismo. Estuve en todas partes; en un ejercicio de la
ubicuidad, ajeno a cualquier expresión sincera de ternura.

Lo que hice, lo hice en esa latente bifurcación espiritual. Sin
encontrarme. Porque no me buscaba. Hasta en eso mentí. Amé, sin
que se supiera, a Demetrio. Lo delaté, no tanto por su incursión
subversora; sino a manera de venganza. Porque él amaba a Isolina y
no a mí. Me deleitaba viendo su falo; el más grande que conocí; más
que el de Burbano. Cuando me dispararon estaba cansado de vivir. En
verdad, deseaba mi muerte. Nunca transité mis caminos, apoyado en
referentes. Ni éticos, ni humanos. Lo mío fue, siempre, lo perdulario; lo
contumaz. Lo desleal. No sé si amé más a mis hombres o mis mujeres.
Lo cierto es que disfruté a las que vulneré. A todas. Ante todo, a las
niñas. Me deleité cuando horadé sus aberturitas apretadas. Disfruté
cuando las veía sangrar, al paso de mi músculo erecto.

Cuando sentí que mi cabeza voló en mil pedazos; mi último aliento fue
para Isolina. La recordé; no por sus actividades solidarias e
intelectuales; sino porque superaba a Susana y a Juliana. Su cuerpo,
desnudo, me daba vueltas y vueltas en mi memoria. Cuando fue mi
madre, la de Isaías; me embelesaba viéndola; acariciando sus
pezones con mi lengua. Escurría mi cuerpo, mientras ella dormía,
hacia su vagina. Lamía su clítoris. La espiaba cuando ejercitaba con
Demetrio la lucha; cuando jadeaba. Cuando pedía más.

Al caer al piso; mi memoria, también, recorrió la bitácora para hallar los
documentos con los cuales quise realizar otra de mis empresas
ignominiosas. Recuerdo que, además, no me arrepentí de nada. Un
fuerte olor a sangre caliente me abrasó...hasta que ya no pude más.
Entré en la soledad y el vacío de la muerte. En esa inmensidad que lo
cubre todo. Esta fue la más real de mis muertes.

SECCIÓN III DEL EPÍLOGO
(La bitácora de Samuel)

Una mañana de agosto de 2030, Rosa Elvia visitó la tumba de su hijo
Samuel. Había crecido la hierba. Su cuerpo estaba a superficie.
Rígido. La hierba crecía a su lado. Al pie, un maletín de color rojo.
Samuel abrió los ojos y le indicó, a Rosa Elvia, con la mirada, que lo
recogiera. Una voz apagada; pero clara. Mi herencia es tan engañosa
como fue mi vida. Son documentos varios. Algunos, hasta cierto punto,
reiterativos. Los robé a Isolina, a Juliana y a Pedro Arenas. Algunos
son simples apuntes. Otros, son documentos casi terminados.
Lánzalos al viento. Pero, antes, léelos. En ellos encontrarás el hilo
conductor de sus dueñas y de su dueño. No aparecen firmados; pero
yo sé a quién corresponde cada uno.

Rosa Elvia, recorrió su vida, anhelando refugio. Ese tipo de refugios
que solo brinda la sinceridad, la lealtad y la ternura. Nunca lo ha
tenido. En lo que le queda de vida, tampoco.

Tomó el maletín y se perdió en la distancia. Con un andar cansino.
Mientras caminaba, leía los textos. No volvió a aparecer. Así aparece
en la reseña que se encontró en donde estaba Samuel. Él ya no
estaba allí. Tal parece que acompañó a Rosa Elvia, en su viaje. Ella,
buscando el refugio anhelado. Él, con el horizonte centrado en la
posibilidad de renacer. Lo vieron en Asunción; en Montevideo; en
Córdoba; en Bogotá. Como sombra, alucinando. Seguía en su tarea
de volver a nacer, a como diera lugar.

Estuvo en la vieja casa en la que vivió con Rosa Elvia, Santiago, sus
hermanas y hermanos. Estuvo rastreando las señales del giboso. Su
único padre. Betsabé lo vio parado, enfrente de su casa. Acechando.
Como queriendo regresar al tiempo ido. Con ella. Cuando la poseyó, a
la fuerza. Mientras Susana estaba ausente; en periplo con Sinisterra.
Su pasión por él fue enfermiza. Lo seguía. Juró vengarse, cuando
prefirió a Susana. La vida en la empresa, la sumió por verlo. No era
Susana su referente. Era Sinisterra. Ese hombre que lo enloquecía. El
mismo que lo inauguró, en la oficina. Ese que lo horadó con fuerza, mil
veces. Ese de inmenso músculo que no le cabía. Pero que, a fuerza de
voluntad, y de delirio logró acomodarlo. Ese que lo hizo sollozar de
dolor y de alegría. Lo de Burbano fue un aperitivo, al lado de su
Sinisterra. La venganza vino, a través de Jerónimo. La preparó
cuidadosamente. Simplemente, una venganza perfecta.

En las noches, visitaba los cambuches de los itinerantes nocturnos.
Veía sin ser visto. Una sombra apaciguada. Mientras dormía. Un
desespero por volver. Pero no hallaba ni lugar, ni cuerpo. Una vigilia
angustiosa. Flotando. Esperando el momento para apoderarse de una
expresión corporal afín a sus intenciones de volver a vivir. Volver para
profundizar su odio por la ternura, por la paz. Estuvo en el palacio del
ciudadano A. Solo allí halló su símil. Para ese entonces, éste
cumpliría 20 periodos consecutivos al mando de un país
desmantelado. Lo habitaban la sombra de Samuel y las sombras de
sus colegas. Constantes repeticiones. No había ninguna posibilidad de
otra opción de vida. Porque, simplemente, todos los dolientes del anti-
exterminio ya no estaban Samuel, tenía porque decirlo. Porque, él, fue
el orientador de esa guerra. Al lado del ciudadano A. Siendo su
genuflexo discípulo estrella. Como si la muerte reviviera en la muerte.

La bitácora estaba ahí. Como petrificada. Al lado de Rosa Elvia. Yacía,
ella, en tumba vertical. Como egipcia. Con la mirada puesta en su
sexo. Vigilante. Para que nadie la penetrara. Excepto, su Samuel. Que,
como sombra, la encontró y la sedujo nuevamente. Allí, en la vertical,
repitieron lo de siempre. Lo ya aprendido. Rosa Elvia era, para
Samuel, el sucedáneo vigente. Ante la no localización de su Sinisterra.
Ni de su Verdaguer. Ni de su giboso; ni de las niñas a las cuales les
destrozó sus sueños. Aquellas a las que vulneró y que esperan,
todavía, su reivindicación, como mujeres mártires; en todo el proceso
que convocó a Isolina, a Juliana, a Pedro; a Demetrio. Mujeres
expectantes. Laceradas. Mujeres-niñas que ya no están. Y, a las
cuales, Samuel acecha todavía. Para que no instalen la vida, en ese
desierto común al ciudadano A; a Pánfilo; a Adrián; a Samuel; a
Sinisterra a…

La bitácora estuvo ahí. Hasta que cobró vida propia y se hizo vigente.
Como inventario no conocido, que se expandió. Al lado de esta historia
tormentosa. Porque así es la vida. Porque así es el presente. Ese que
no quisiera admitir más a Samuel; al ciudadano A.; a Sinisterra a…

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