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RECORRIDO HISTÓRICO DEL FEMINISMO Y ALGUNOS APUNTES TEÓRICOS DE

SU PENSAMIENTO POLÍTICO

Por Eveling Carrazco López1

Narrativas del origen del pensamiento y el movimiento feminista

La ilustración y las vindicaciones feministas. Primera Ola

El feminismo es un movimiento social, es una filosofía política, una teoría social y una forma de vida.
Siguiendo a Victoria Sau:

“El feminismo es un movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del siglo
XVIII y que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano,
de la opresión, dominación y explotación de que han sido y son objeto por parte del colectivo
de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de
producción, lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las
transformaciones de la sociedad que aquélla requiera” (citado por Varela, 2005: 17).

Según Celia Amorós y Amelia Valcarcel, el feminismo es la hija no deseada de la ilustración. Para
esta filósofa española, el feminismo se origina en el período de las luces, en la Ilustración, que fue un
movimiento crítico del siglo XVIII que abogó por la libertad, igualdad y fraternidad y que se
desmarcaba del antiguo régimen. Pero, dentro de sus demandas y reivindicaciones revolucionarias,
no incluía las de las mujeres.

Sin embargo, mucho antes del siglo XVIII ya había personas abordando los problemas de las mujeres.
Por ejemplo, la escritora italiana Christine de Pizan (1364-1430), dama en la corte de Carlos V de
Francia, y autora de La ciudad de las damas, que se considera el primer escrito en favor de las mujeres.

También podemos hablar del filósofo cartesiano Poullain de la Barre (París 1647-Ginebra, 1725) que
escribió De la igualdad de los sexos en 1673 (De l’égalité des deux sexes, discours physique et moral
où l’on voit l’importance de se défaire des préjugez) o De la educación de las damas, 1674, (De
l’éducation des dames pour la conduite de l’esprit dans les sciences et dans les mœurs), donde habla
de la diferencia entre hombres y mujeres y los prejuicios que limitaban la educación de las mujeres y
sus derechos aplicando la racionalidad cartesiana. De la Barre tiene claramente una mirada diferente
a la de Descartes o Rousseau.

En ese mismo siglo, en Latinoamérica (en aquel entonces colonia española) destaca la mexicana Sor
Juana Inés de la Cruz, quien, en respuesta a Sor Filotea de la Cruz, hace una defensa del derecho de
las mujeres al conocimiento.

1
Licenciada en Trabajo Social de la Universidad Centroamericana UCA. Con Magister en Programa y Política y Máster
en Estudios Feministas, ambas de la Universidad Complutense de Madrid, España. Profesora del módulo Género y
Desarrollo para el Máster Internacional de Cooperación al Desarrollo del Instituto Universitario Ortega y Gasset, Madrid.
Con experiencia en formulación, evaluación de proyectos y en investigación social y evaluación de políticas públicas sobre
prevención y atención del VIH/Sida; derechos de la niñez y adolescencia; participación política de las mujeres; proyectos
y programas de cooperación al desarrollo y en procesos de formación desde una perspectiva de género, relaciones de
poder y de derechos humanos en diferentes temáticas.

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Celia Amorós diferencia dos momentos en los que se plantean los problemas de las mujeres: uno de
ellos lo clasifica como el memorial de los agravios (en Francia, el cuaderno de las quejas) que eran
formas donde se recogían y registraban las “quejas” de las mujeres; un segundo momento es el de las
vindicaciones, que se referían a los orígenes de la desigualdad entre mujeres y hombres, se pedía el
reconocimiento de los derechos de las mujeres retomando el lenguaje y principios ilustrados de la
igualdad.

Feministas europeas y otras teóricas ubican el origen de las teorías feministas en la Ilustración,
movimiento que trae la idea de la emancipación, la búsqueda de la autonomía del individuo dotado
de razón y revestido de politicidad frente al Estado. El sujeto ilustrado ya no es más tutelado por nadie
y es un sujeto con derechos siempre y cuando sean pactados.

Sin embargo, como se ha dicho, las mujeres quedan fuera de ese pacto y de la ciudadanía; como han
señalado muchas feministas, las mujeres fueron el objeto del pacto, fueron las pactadas. No obstante,
muchas mujeres evidencian y razonan sobre esa desigualdad y demandaron igualdad de derechos.
Una de ellas fue Mary Wollstonecraft, filósofa inglesa, quien, en 1790, escribió Vindicación de los
derechos de la mujer donde aboga y reivindica moralmente la individualidad de las mujeres y su
derecho a la educación.

Otra mujer es Ollypia de Gouges, quien en 1791 redacta la Declaración de los derechos de la Mujer
y de la ciudadana que iniciaba con la siguiente frase: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer
te hace esta pregunta”. De Gouges escribe esta declaración en reacción a la Declaración de los
derechos del hombre y del ciudadano de 1789 que no reconoció la ciudadanía de las mujeres, pues es
el hombre el único ciudadano a quien se le reconoce los derechos civiles y políticos, como el voto y
el derecho a la educación. A las mujeres no se les reconoce el derecho al voto y su educación solo
tenía el objetivo de formarlas para confinarlas en el espacio doméstico.

Aunque cabe reconocer que Voltaire o Montesquieu, entre otros, defendían los principios ilustrados
de igualdad para las mujeres. Aunque el autor que más sobresale es el Conde de Condorcet, que
comparaba las condiciones de vida de las mujeres con el de los esclavos. Es autor del texto Sobre la
admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía y fue guillotinado junto a Olimpia de Gouges en
1793, año en que se prohibió la actividad política de las mujeres.

Kant será fundamental en el siglo de las luces al proponer la razón como la máxima aspiración del
mundo moderno, que deja tras de sí cualquier vestigio del antiguo régimen (donde había un peso en
la religión, sociedad estamental, privilegios de la nobleza, desigualdades). También por esta época
fue importante la doctrina del contrato social pregonada por los contractualistas (Hobbes, Rousseau,
etc). Fue el momento de secularización del pensamiento, del conocimiento y la política o sea del
espacio público.

Sin embargo, esas ideas que pregonaban los contractualistas generaron polémicos debates por dejar
fuera a las mujeres. Por ejemplo, Mary Wollstonecraft, contestó a Rousseau por la exclusión de las
mujeres de los derechos políticos y los recursos. El texto Vindicación de Wollstonecraft, a pesar ser
rousseauniana demócrata, criticará a Rousseau. Cuestionará ferozmente la propuesta educativa de
Rousseau en su texto El Emilio donde también habla y hace propuestas diferentes para la educación
de las mujeres, la educación de Sofía vinculadas al ámbito doméstico y la de Emilio como ciudadano
y llamado a ocupar el espacio público.

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Las sufragistas: el feminismo liberal de la Segunda Ola

La declaración de Seneca Falls o la declaración de sentimientos de 1848 serán crucial para este
movimiento. Elisabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott celebraron junto a otras personas la primera
convención sobre los derechos de la mujer en Estados Unidos. Tomando como base la declaración de
Independencia norteamericana, reclamaron la independencia de la mujer de las decisiones de padres
y maridos así como el derecho al trabajo, las restricciones políticas como el derecho al voto,
presentarse a las elecciones entre otras demandas. Los doce principios formulados exigen cambios en
las costumbres y moral de la época y en la consecución de la plena ciudadanía de las mujeres.

Estas mujeres eran burguesas en su mayoría, aunque también había mujeres obreras y abolicionistas
que propusieron formas de lucha y resistencia cívicas, ya que la promesa revolucionaria de la igualdad
no las alcanzó. Si bien los principios del Iluminismo proclamaban la igualdad, la práctica demostró
que ésta no era extensible a las mujeres. La Revolución Francesa no cumplió con sus demandas y
ellas aprendieron que debían luchar en forma autónoma para conquistar sus reivindicaciones. Una de
sus demandas fue el derecho al sufragio, a partir del cual esperaban lograr las demás conquistas.

Sojourner Truth se considera una de las precursoras del feminismo negro. Nació esclava y antes y
después de su libertad luchó arduamente por la abolición de la esclavitud y se alió con otras
feministas. Pronunció en mayo de 1851, en la Convención de Derechos de la Mujer de Akron, Ohio,
su discurso ¿Acaso no soy mujer? (Ain't I a woman?) en donde hace una interpelación en pro de los
derechos de la mujer desde su experiencia personal (mujer, negra, pobre y ex esclava), haciendo un
análisis de múltiples opresiones.

En Inglaterra, desde el siglo XIX se dieron debates parlamentarios entorno al voto de las mujeres y
sobre el trabajo en condiciones de explotación de mujeres, niñas y niños. En estos debates será
fundamental el papel de John Stuar Mill, quien aboga en la Cámara de los Comunes por el sufragio
universal de las mujeres y redacta y publica un libro que será fundamental y fundacional de la teoría
feminista, La sujeción de las mujeres. La demanda de Mill por el derecho al voto de las mujeres fue
rechazada por la mayoría de parlamentarios, diversos sectores de la sociedad, la Iglesia y los estados.

Desde otro lugar, la socialista Flora Tristan va a articula la lucha de las mujeres con la clase social
demandando el derecho de las mujeres a la propiedad, al divorcio a mediados del siglo XIX.

A comienzos del siglo XX, en 1903 se crea la Woman’s Social and Political Union cuya líder dirigente
es Emmeline Pankhurst, las mujeres de esta organización a diferencia de las acciones pacíficas de las
estadounidense adoptaron métodos de luchas como el sabotaje recurriendo además a algunas acciones
violentas. Todas ellas abogaban por la unión de las mujeres independientemente de sus orígenes de
clase. Y en 1913 se declara ilegal su organización siendo muchas de sus integrantes apresadas o
perseguidas.

Entrados en el siglo XX, otras mujeres socialistas van a ampliar el análisis en la demanda de las
mujeres como Clara Zetkin , Rosa Luxemburgo y Alejandra Kollontay. El libro de Kollontay, La
mujer nueva y la moral sexual, es una obra fundamental del pensamiento feminista socialista.

En Latinoamérica desde los años 20 a la década de los sesenta del siglo XX las mujeres se organizaron
y demandaron el reconocimiento del papel de la mujer en la sociedad y lucharon por los derechos
políticos y culturales.

Una obra fundamental ya al final de este período lo hace la francesa Simone de Beauvoir, en El
Segundo sexo (1949) donde construye una teoría para explicar la subordinación de las mujeres y para

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ello se pregunta ¿Qué Significa Ser Mujer? Y señala No se nace mujer, se hace, haciendo clara
referencia a que la mujer tiene un peso de mandatos sociales y culturales que reconfiguran su
identidad y no la carga biológica.

Para finalizar cabe dejar planteada algunas puntualizaciones que nos hacen feministas historiadoras
sobre el sufragismo y el feminismo.

"El feminismo ha sido, como movimiento social, una de las manifestaciones históricas más
significativas de la lucha emprendida por las mujeres para conseguir sus derechos. Aunque la
movilización a favor del voto, es decir, el sufragismo, haya sido uno de sus ejes más
importantes, no puede equipararse sufragismo y feminismo. Este último tiene una base
reivindicativa muy amplia que, a veces, contempla el voto, pero que, en otras ocasiones,
también exige demandas sociales como la eliminación de la discriminación civil para las
mujeres casadas o el acceso a la educación, al trabajo remunerado (...) (Nashs, M, Tavera, S,
p. 58)"

Los feminismos contemporáneos. Tercera Ola

En este período, de fines de los 60 del siglo XX hasta la actualidad, algunas corrientes feministas,
como el feminismo radical, van a lanzar un lema clave: Lo personal es político. Rescatan y analizan
lo que vivían las mujeres en el ámbito privado. Se teoriza además sobre el género, el sistema sexo
género y el patriarcado y se pone énfasis en el cuerpo y la sexualidad de las mujeres.

Desde distintas corrientes feministas se va a plantear con más fuerza una crítica al feminismo liberal
por no tomar en cuenta la diversidad de pensamientos feministas y las diferencias culturales de las
mujeres. También van a estudiar variables, como raza-etnia, clase, sexualidad, familia, para el análisis
de sus opresiones.

Surge una serie de corrientes de pensamientos feministas, como el feminismo liberal e ilustrado, el
de la diferencia sexual, el cultural, el radical, el socialista, el negro, el chicano, el indígena, el
poscolonial, el posmoderno, el decolonial, el ecofeminismo o el ciberfeminismo, que desde sus
diferentes lugares han y están aportando a muchas disciplinas y teorías.

Apuntes sobre la categoría de género

La categoría de género —gender en inglés— tiene ya un largo recorrido. Su conceptualización ha


sido una potente herramienta analítica de la teoría feminista que ha puesto de manifiesto el sesgo de
las ideologías sexistas y patriarcales tras la pretendida neutralidad de las Ciencias (naturales, sociales,
Historia, Economía, Filosofía), de la política y el arte, entre otros ámbitos y espacios.

La preocupación por el estudio de la diferencia de los sexos y de cómo se naturalizan las


desigualdades tiene larga data. En el siglo XX se produce una serie de estudios en este sentido. Así,
en 1935, Margaret Mead, antropóloga norteamericana, elabora su investigación Sexo y temperamento
en tres sociedades primitivas, en la que concluye hombres y mujeres en estas sociedades tenían roles
diferente a las normas occidentales. Así cuestiona la naturalización de las diferencias entre unas y
otros, sustentando que podrían modificarse en tanto se trataba de creaciones culturales. Los análisis
de Mead constatan que la cultura influye decididamente en la asignación de los roles femeninos y
masculinos.

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La francesa Simone de Beauvoir, en El segundo sexo, 1949, plantea que no se nace mujer, se llega a
serlo, planteamiento que ha sido un aporte fundamental en la conformación del concepto género. El
género, señala esta autora, es algo que se aprende.

Sin embargo, será en los años 50, que el término "género" fue utilizado en el campo de la psicología
y la sexología en EEUU en los, entonces cambiantes, planteamientos ante la transexualidad e
intersexualidad. El psicólogo y sexólogo John Money hizo referencia a las diferencias entre la
"identidad de género2", y el "sexo genético" a raíz de sus investigaciones sobre el hermafroditismo,
personas intersexo que observó sus estudios de la sexualidad humana y el trabajo clínico de
reasignación de sexo.

Por otra parte, el psiquiatra y psicoanalista estadounidense Robert Stoller, en Sex and Gender (1964),
incluye en el concepto "género" la dimensión social, cultural y psicológica que impactan en la
feminidad y masculinidad, y circunscribe el sexo a los aspectos anatómicos y biológicos. "El vocablo
género no tiene un significado biológico, sino psicológico y cultural", afirma Stoller. "Los términos
que mejor corresponde al sexo son 'macho' y 'hembra', mientras los que mejor califican al género son
'masculino' y femenino', estos pueden llegar a ser independientes del sexo" (Stoller, 1968, p. 9).

En aquel tiempo, la psicología social estaba desarrollando el concepto "rol social de lo masculino y
femenino", lo que más tarde se llamaría roles de género. Un ejemplo es el trabajo de la psicóloga
francesa Anne Marie RocheblaveSpenlè titulado Lo masculino y lo femenino en la sociedad
contemporánea (1968). Aunque Rocheblave no usó el término "género", sí identificó cómo los
comportamientos de niños y niñas están influenciados por sus vivencias y los modelos económicos,
sociales y culturales que les rodean3.

Por su parte, la feminista Kate Millet, en La política sexual (1970), habló sobre el patriarcado como
una organización social jerárquica en la que los hombres tienen autoridad sobre las mujeres: el
paterfamili, o cabeza de familia, es el dueño de hijas, hijos, esposa, etc.

Millet explicó que el patriarcado era un sistema que colonizaba a las mujeres desde su interior y las
explotaba de muchas maneras y que el sexo, no era solo algo biológico, sino que es una categoría
atravesada por una dimensión política.4 Su trabajo es considerado la obra fundacional del feminismo
radical.

Por su parte, Ann Oakley desde las ciencias sociales, introdujo en 1972 el concepto de género en su
publicación “Sex, gender and society”, donde asume el sexo como algo vinculado a lo biológico y el
género a los patrones y procesos culturales, apuntando así que el sexo es una construcción social.

Tres años después, la antropóloga feminista Gayle Rubin, en su ensayo El tráfico de mujeres: Nota
sobre la economía política del sexo, dio un paso más y criticó el dualismo sexual heterosexual y

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La palabra género proviene del término “genuseris” latino, que significa origen o nacimiento.
3 Cabe recordar que otras mujeres ya habían tratado estos temas. Margaret Mead, por ejemplo, cuestionaba en sus
investigaciones etnográficas de las décadas de los 20 y 30 del siglo pasado —particularmente en Samoa y Nueva
Guinea— la visión sexista y biologisista de las ciencias sociales en EEUU. Simone de Beauvoir, en su libro El segundo
sexo (1949), introdujo la idea feminista de que "no se nace mujer se llega a serlo" y explicó que la opresión de la mujer
no radicaba únicamente en factores biológicos, psicológicos o económicos sino en la jerarquía establecida entre
mujeres y hombres, señalando que las mujeres han sido construida como el "segundo sexo".
4 Otras autoras desde distintos lugares han planteado que el sexo es también una construcción sociocultural Monique
Wittig (1976), Sheila Benhabib (1990), Judit Butler (1990), etc.

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propuso la categoría sexo-género como herramienta para explicar el origen de la opresión de las
mujeres y cómo ésta afecta a sus vidas.

Para Rubin, “el sistema sexo-género es un conjunto de disposiciones por el que una sociedad
transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y en el cual se satisfacen esas
necesidades humanas transformadas" (1975, p. 3). Esta autora utiliza el sistema-sexo género para
interpretar las relaciones sexuales, de producción y las de opresión, las normas que regulan el sexo y
la procreación. A causa del sistema sexo-género, explicó Rubin, las mujeres somos intercambiadas,
traficadas, pero no sólo por las mismas razones que se trafican hombres, sino por su condición de
mujeres, reproductoras. También explicó la heterosexualidad como dispositivo impuesto en la
construcción del deseo sexual. Su ensayo constituye la primera revisión crítica feminista realizada a
los planteamientos sobre la opresión de las mujeres de Marx, Engels y, particularmente, Lévi-Strauss
y Freud.

El género, pues, es una categoría de análisis de las relaciones entre hombres y mujeres que ha ayudado
a comprender y desnaturalizar las ideas y las prácticas de la opresión patriarcal. El género ayudó a
entender que los atributos, roles y espacios asignados a lo femenino y lo masculino, cambian según
el lugar y la época. También ha sido de gran importancia para comprender cómo el patriarcado y las
estructuras que lo sustentan —heterosexualidad obligatoria, relaciones de poder desiguales,
relaciones sociales de parentesco y contrato sexual— se han apropiado de la sexualidad y la
reproducción humana.

El término “género” se refiere a la variedad de funciones y relaciones socialmente construidas, rasgos


de la personalidad, actitudes, comportamientos, valores, poder relativo e influencia atribuidos a
mujeres y hombres por razón de su sexo. Dicho término puede parecer complejo, ya que tiene en
cuenta una amplia gama de factores sociales y culturales que pueden variar en el tiempo y el espacio.
La distinción entre “género” y “sexo” puede ayudarnos a llegar a una definición más clara del término.

El “género” se refiere a las funciones y responsabilidades socialmente determinadas que se atribuyen


a mujeres y hombres en un determinado contexto social y cultural, en virtud de sus características
biológicas. Mientras que las diferencias de sexo están determinadas desde antes del nacimiento y no
pueden modificarse por influencias ambientales o culturales, el género es una identidad adquirida que
se aprende y que, por tanto, cambia con el paso del tiempo, dentro y a través de las culturas.
Sobre el género, la antropóloga mexicana Marta Lamas (2000, p. 3-4) explica:

La nueva acepción de género se refiere al conjunto de prácticas, creencias,


representaciones y prescripciones sociales que surgen entre los integrantes de un grupo
humano en función de una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y
mujeres. Por esta clasificación cultural se definen no sólo la división del trabajo, las
prácticas rituales y el ejercicio del poder, sino que se atribuyen características exclusivas
a uno y otro sexo en materia de moral, psicología y afectividad. La cultura marca a los
sexos con el género y el género marca la percepción de todo lo demás: lo social, lo
político, lo religioso, lo cotidiano. Por eso, para desentrañar la red de interrelaciones e
interacciones sociales del orden simbólico vigente se requiere comprender el esquema
cultural de género. La investigación, reflexión y debate alrededor del género han
conducido lentamente a plantear que las mujeres y los hombres no tienen esencias que
se deriven de la biología, sino que son construcciones simbólicas pertenecientes al orden
del lenguaje y de las representaciones. Quitar la idea de mujer y de hombre conlleva a
postular la existencia de un sujeto relacional, que produce un conocimiento filtrado por
el género. En cada cultura una operación simbólica básica otorga cierto significado a los

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cuerpos de las mujeres y de los hombres. Así se construye socialmente la masculinidad
y la feminidad.

Sin embargo, ese sistema-sexo género deja fuera otros cuerpos y sexualidades generalmente
discriminados y excluidos por no responder al modelo heteropatriarcal occidental. Las prácticas
disidentes son vistas como un peligro a la institución heterosexual que implantó o reforzó desde la
colonia en nuestra región.

Monique Wittig, en El cuerpo lesbiano (1973) y El pensamiento heterosexual (1992), califica la


heterosexualidad como una institución política y denuncia como la clase social de las mujeres está en
función del sistema heterosexual y los regímenes económicos ligados a él. Adrienne Rich, en
Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana (1980), no solo cuestiona la heterosexualidad
como institución política opresora de las mujeres, sino que además crítica la opresión contra las
lesbianas en sectores feministas donde también hay homofobia.

La teoría queer también ha cuestionado la categoría género. Para su máxima exponente, Judit Butler
(1999), el género es un régimen de poder y un discurso jurídico-normativo cuya base radica en la
matriz heterosexual que definen a mujeres y hombres. Señala que el género es performativo y
naturaliza los sexos y normaliza las identidades de género. Es performativo porque es un mecanismo
de repetición e imitaciones de una forma específica de vida y subjetividad, normalizada y naturalizada
histórica, geográfica y culturalmente. Para Butler, los sujetos drag, aunque sean leídos como sujetos
“anómalos”, son un ejemplo de subversión, ya que desnaturalizan las identidades marcadas por el
género.

El régimen heterosexual afecta también a las mujeres que, siendo heterosexuales, rompen con la
norma de la maternidad, la pareja monógama u otras atribuciones esperadas.

Los estudios de género en las universidades

La categoría de género centró la mirada en cómo la mujer ha sido invisibilizada (o mal representada)
en las ciencias, la academia y en sus múltiples disciplinas (androcéntricas y etnocéntricas). En los
espacios académicos, ha contribuido a evidenciar cómo los discursos y enseñanzas patriarcales de
pretensión universalizante, no eran neutros, sino que respondían a una ideología que toma al hombre
como la medida de todo.

En los años 70, las universidades comenzaron a utilizar el género para explicar la construcción social
basada en la diferencia sexual y como una herramienta de análisis de la sociedad y sus estructuras.
Desde entonces, se ha ido adoptando y transversalizando la perspectiva de género para considerar los
intereses y necesidades de mujeres y hombres, para entender cómo los roles, estereotipos, símbolos,
conocimientos y estructuras limitan o facilitan oportunidades en condiciones de equidad e igualdad5.
Muchos centros de estudio han desarrollado esfuerzos que van más allá de la creación de unidades o
departamentos de género, sino que también han promovido la transformación de las desigualdades de
género, "un proceso estratégico que supone cambios sostenidos en diversos órdenes y aspectos de la
estructura y las prácticas de las instituciones hacia las cuales se dirige la iniciativa. Este proceso
contempla, además, a los actores institucionales que deben ser considerados en sus comportamientos”
(García Prince, 2003, p. 16).

Así, es importante entender que:

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Es importante siempre diferenciar la igualdad de la equidad.

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Transversalizar la perspectiva de género es el proceso de valorar las implicaciones que
tienen para los hombres y para las mujeres cualquier acción que se planifique, ya se trate
de legislación, políticas o programas, en todas las áreas y en todos los niveles. Es una
estrategia para conseguir que las preocupaciones y experiencias de las mujeres, al igual
que las de los hombres, sean parte integrante en la elaboración, puesta en marcha, control
y evaluación de las políticas y de los programas en todas las esferas políticas,
económicas y sociales, de manera que las mujeres y los hombres puedan beneficiarse de
ellos igualmente y no se perpetúe la desigualdad. El objetivo final de la integración es
conseguir la igualdad de los géneros (Ecosoc, 1997).

La transversalización de género busca que esta perspectiva sea crucial en el diseño, planificación,
seguimiento y evaluación de los procesos de enseñanza y aprendizaje, incluyendo la producción de
conocimiento y la investigación, pues es una dimensión clave para cuestionar la ciencia e
historiografía androcéntrica. La categoría de género permite poner a prueba los presupuestos y
creencias de la ciencia occidental, que plantea que para estudiar la realidad y los fenómenos sociales
es necesario apoyarse en el método científico y descubrir la verdad objetiva. Desde esta postura, la
persona investigadora es alguien neutral, imparcial, libre de prejuicios, racional, capaz de controlar
sus emociones y que no se deja afectar por el contexto que le rodea.

Más allá del sesgo sexista de las ciencias, diferentes corrientes feministas han cuestionado la
epistemología clásica también, por no tener en cuenta el papel de las mujeres como sujetos
cognoscentes, y como constructoras de conocimiento a través de sus también válidas experiencias.

"La crítica feminista de la ciencia ha estimulado la formulación de preguntas


cualitativamente distintas, entre otros aspectos, sobre la naturaleza de las mujeres y
hombres, así como la relación entre el mundo social y natural, que han sido de utilidad
para abordar nuevos temas de investigación y, con ello, se ha logrado replantear la
imagen tradicional de objetividad y neutralidad de la ciencia, mostrando, en no pocos
casos, cómo ésta se ha distorsionado con supuestos y sesgos sexistas, no solo en el
tratamiento de las mujeres como científicas dentro de las instituciones, sino también en
sus aproximaciones teóricas, metodológicas y conceptuales" (Blazquez, 2011, p. 98).

La estrategia de transversalización del enfoque de género en la academia ha creado malestares y


resistencias, ha activado mitos y prejuicios de mujeres y hombres de la comunidad educativa sobre
esta herramienta y sobre las corrientes feministas que la han teorizado. La tarea de transversalización
del género en las universidades es compleja...

...pues ello significa subvertir los orígenes de cada institución educativa, replantear su
visión y su filosofía, porque el enfoque de género apela a las fibras más íntimas del
sistema; es decir, a sus cimientos y, en la mayoría de los casos, requiere su
transformación. Debido a esto, un considerable número de Instituciones de Educación
Superior (IES) ven en la perspectiva de género un elemento de agresión contra su
tradición institucional, pues ésta interroga su dinámica interna y cotidiana, y abre la
posibilidad de descubrirlas como espacios reproductores de estereotipos y desigualdades
de género" (Álvarez Caballero, 2011, p. 56).

Sin embargo, de acuerdo al mismo autor, "la perspectiva de género en el diseño curricular debe estar
presente desde la construcción del marco epistemológico de cada disciplina, y en la elaboración de
aquél socio histórico de las diversas profesiones ofertadas por las IES", (ibídem: 58).
El currículo debe considerar elementos teóricos y conceptuales –pero también orienta la práctica- de
una realidad que está atravesada no solo por el género, sino por múltiples sistemas de opresión que

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no deben tenerse presente en los planes, programas de estudio y en el currículo, sino también en la
conciencia y actitud crítica del profesorado para interpelar la realidad y favorecer la inclusión social.
Con el ánimo de ir dando paso a enfoques, paradigmas y temas emergentes en las IES se ha venido
planteando la importancia de diseñar currículos transversales en los programas y planes de estudios.

Esta propuesta de currículo transversal:


...consiste en romper con el carácter disciplinar predominante en la formación
académica, el cual representa una visión fragmentada del conocimiento, y optar por un
trabajo colectivo y unificado, cuyo resultado sea la adquisición de una perspectiva global
e integrada de los diversos tópicos estudiados. Sin embargo, el currículo trasversal no
propone nada nuevo, pues desde siempre una de las finalidades más profundas de la
educación es formar sujetos con una visión amplia y articulada del mundo físico y
cultural, en la cual la asimilación de contenidos no se reduzca a un ejercicio de
memorización pura, sino que encuentre eco en los acontecimientos diarios de la vida.
Por eso, la perspectiva de género busca, incesantemente, no ser adoptada en la educación
formal como una mínima parte de la formación académica, sino estar presente durante
todo el desarrollo de la misma" (ibídem, p. 59).

Pero incluir en el currículo la perspectiva de género no es hablar de las mujeres, también incluye
a los hombres.

De los estudios de género a los “Men’sstudies” o estudio de la masculinidad

Los estudios de género y los aportes de las teorías feministas han dado paso a los estudios de la
masculinidad (des).

Desde distintos lugares geográficos ha toma fuerza el debate en torno de los hombres -que también
son resultado del binomio sexo-género-, su forma de ser varones, su masculinidad.

Desde la década de los 70, autores como HerbGoldberg (1976), Dan Kiley (1985), León
Gindin (1987) y Michael Kaufman (1989) empezaron a proponer la importancia del
estudio de la masculinidad patriarcal, como una acción posterior y complementaria a los
procesos de reivindicación feminista.

La pregunta fundamental respecto a ¿qué pasa con los hombres?, teniendo como
referente tanto el orden social patriarcal como la lucha feminista misma, es una
interrogante que en los últimos años ha venido cobrando importancia. Las inquietudes
incluyen cuestionamientos acerca de los roles masculinos, la conformación de la
identidad masculina, las relaciones de poder, la resolución de conflictos, y demandan la
reflexión personal y colectiva a partir del vivir cotidiano de los hombres. (Briceño y
Chacón, 2001, p. 7)

En las universidades -y también fuera de estas- se ha venido problematizando y estudiando


alrededor de la socialización y construcción de la identidad masculina, los roles y relaciones de
género, masculinidad y violencia, paternidad, entre otros.

Una experiencia clave y pionera en Nicaragua y en el resto de la región latinoamericana fue el


trabajo del Grupo de Hombre Contra la Violencia (GHCV) conformado en 1993. En el GHCV
se aglutinaron una diversidad de hombres para hablar y reflexionar entre ellos sobre el machismo
y sus expresiones.

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Otras experiencias se desarrollaron de mano de organizaciones de la sociedad civil precursoras
en el trabajo con hombres en la década de los 90, siendo alguna de ellas el Centro de Educación
y Comunicación Popular (Cantera) impartiendo cursos sobre de las masculinidades desde 1994
y la Fundación Puntos de Encuentro.

Algunos estudios elaborados en esta época fue una sistematización encargada por Cantera titulada
Los hombres no son de Marte: Desaprendiendo el machismo en Nicaragua elaborado por Patricio
Welsh (1997) y Nadando contracorriente: Buscando pistas para prevenir la violencia masculina
en las relaciones de pareja realizada por el psicólogo Oswaldo Montoya (1998).

Sin embargo, la academia juega un rol importante para poder comprender las diferentes concepciones
de la masculinidad que puedan existir en un tiempo determinado en una sociedad.

Resulta clave conocer la posición y privilegio de los hombres, así como las condiciones sociales,
económicas, culturales, etc. en que vive cada grupo de hombres, no solo frente a las mujeres, niños y
niñas, sino en relación a otros hombres ya sea de forma individual y colectiva.

Es necesario además entender que los estudio de la masculinidad van más allá de analizarla en
relación a su identidad de sexo-género por lo que también deben incluirse la clase, la etnia, la
sexualidad y nuevos ejes de investigación.

No es solo el género, son opresiones múltiples

El género, al centrarse en la opresión patriarcal, deja fuera otras formas de opresión que viven las
mujeres pero también algunos hombres. La crítica al género es planteada, como hemos visto, por
mujeres lesbianas y desde la teoría y movimientos queer, pero también y con mayor fuerza por
feministas negras antirracistas, chicanas, lesbianas de EEUU en los años 806, que pusieron en cuestión
la pretendida universalidad del concepto "mujer", definido según la experiencia de mujeres blancas
ilustradas, burguesas y occidentales. Algunas de estas mujeres, como Patricia Hill Collins, hablan de
la "matriz de dominación" y adoptan la "teoría del punto de vista" para caracterizar las bases del
pensamiento feminista negro, enfatizando la perspectiva y la epistemología de las mujeres negras
sobre su propia opresión. Otro ejemplo, fue lo que señalaron las integrantes feministas negras y
lesbianas agrupadas en la Colectiva del Rio Combahee (1977) quienes hablaron de sistemas de
opresión.

Estas mujeres cuestionan la universalidad de la categoría “mujer”, por considerarla una falacia teórica
y política de las feministas académicas y occidentales, cuya medida de comparación es la mujer
blanca-burguesa-occidental. Otras voces críticas fueron Angela Davis, June Jordan, Toni Morrison y
Alice Walker.

“En los años ochenta/noventa, y en el marco de los blackstudies, desarrollaron una voz, se
autodefinieron en torno a un sentimiento colectivo que se articuló en torno a qué significaba ser mujer
negra. En el marco de los estudios culturales, revisaron las representaciones que afectaban a las
mujeres negras en los discursos dominantes. Los textos de patricia Hill Collins (1990) y de Bell Hooks
(1989) pueden considerarse clásicos”, (Jabardo, 2009, p.43).

6
También chicanas, del tercer mundo y lesbianas y, antes, el movimiento sufragista y anti esclavista de la segunda
mitad del siglo XIX.

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En y fuera la academia, el feminismo negro se asume como una epistemología donde la experiencia
de las mujeres es la base para la construcción de nuevos saberes. El feminismo negro cuestiona la
categoría “mujer” pues consideran que homogeniza y oculta las diferencias entre las “mujeres”.
Discute la forma en que el feminismo blanco lee la institución familiar desde sus experiencias y la
forma en que son representadas no solo por entidades patriarcales, sino por el feminismo blanco.

Pero en la academia y en otras instituciones ha tenido más eco la propuesta del concepto de
"interseccionalidad" que acuñó la abogada feminista negra Kimberlé Crenshaw, quien trabajaba en
una casa de acogida para mujeres sobrevivientes de la violencia. En función de este concepto,
activistas de distintas corrientes feministas, mujeres defensoras de derechos humanos y parte de la
academia han pasado del género a un análisis interseccional o de múltiples opresiones7. Un ejemplo
es el trabajo del proyecto “Medidas para la Inclusión Social y Equidad en Instituciones de Educación
Superior en América Latina” —MISEAL—, que tuvo como objetivo principal el desarrollo de
medidas que promuevan e implementan procesos de inclusión social y equidad desde el análisis
interseccional en las IES latinoamericanas.

Es por ello, que en el marco del proyecto MISEAL:

La interseccionalidad constituye la base del reconocimiento de las diferencias y las


diferenciaciones para analizar las posiciones subjetivas de enunciación, comprender las
formas de producción del poder, el privilegio y la marginalización de las personas a
través de los arreglos identitarios interseccionados a partir de las múltiples categorías
sociales subyacentes. Sin duda, es una convocatoria epistémica para traspasar los límites
del pensar occidental binario, hegemónico o esencialista, sobre todo porque, al
comprender al género en su expresión articulada e inseparable de otras categorías
sociales, relaciona el poder como vía para tomar distancia de la visión impuesta que
considera a las mujeres como un grupo homogéneo y devela las razones por las cuales
muchas situaciones vividas por mujeres y hombres de todas las condiciones, quedan
invisibles u opacadas (Carvajal et al., 2014:14).

La Interseccionalidad toma en cuenta las diferentes experiencias vitales de mujeres y hombres,


influenciadas por diversos sistemas de opresión (género, raza, clase, y otros). No todas las personas
del mismo género tienen las mismas posibilidades, el mismo poder, las mismas características; cada
persona es atravesada por múltiples estratificaciones que no se suman, se conjuntan, están imbricadas
unas en otras.

Para finalizar es importante

Sin embargo, sigue teniendo vigencia que desde el enfoque de género se critique el sesgo de género
de la ciencia y su forma de producir conocimiento por la pretendida universalidad, objetividad,
neutralidad y racionalidad (desde el paradigma positivista), la mirada masculina (hombres
occidentales - blancos-burgueses, heterosexuales, cristianos) que parece estar lejos de cualquier
valoración y carga subjetiva, así como la denuncia de la exclusión de las experiencias de las mujeres
(sean feministas o no).

Pero también, resulta fundamental rescatar otros cuestionarios a la ciencia y a esa forma de producir
conocimiento por ser profundamente clasista, racista y por su mirada colonizadora de las mujeres no

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Hay que recordar la intervención de SoujunerTruh, mujer negra abolicionista y activista por los derechos de las
mujeres. Es conocida por su discurso "Ain't I a Woman?" ("¿Acaso no soy yo una mujer?") pronunciado en 1851 en la
"Convención de los derechos de la mujer de Ohio", en Akron, Ohio.

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blancas (indígenas, negras, campesinas, otras), por basar sus análisis en categorías universales y
binarias (cuerpo-mente racionalidad-emocionalidad), entre otros.

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