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IDEA EN RADOM

pensamientos precariamente emplazados

PRECAMBRICO: INFANCIA EN MAR DEL PLATA EN TORNO A LOS ‘90 ...................... 2


DE CAELO ................................................................................................................................... 7
IDEA DE LA MUGRE ............................................................................................................... 11
PARA UNA TEORIA DE LA CALAVERA.............................................................................. 13
PRECAMBRICO: INFANCIA EN MAR DEL PLATA EN TORNO A
LOS ‘90

NIÑO-PIEDRA

De a poco afina su mirada. Se fija en los helechos. En las plantas extrañas que cuelgan
del techo. En el pasto. Es capaz de miniaturizarse y partir de paseo por los microcosmos
escondidos entre las hojas. Hay pequeñas arañas entre las plantas y todas salen de gala
con sus modernos vestidos o sus elegantes trajes en sepia. El niño debe hacerse muy
pequeño para verlas. Pero lo mejor comienza donde el sol no alcanza: al levantar las
piedras. Cada una es un gabinete de las maravillas. En la negra materia de la tierra la
vida se zambulle y multiplica en lo infinitamente pequeño.

Hay bichos que uno solo ve en sus multitudes, como puntitos evanescentes
revolcándose los unos sobre los otros, hay miríadas de bichos bolitas que giran elípticos
hacia todas direcciones, también un tímido gusano que solo deja ver un par de secciones
de su blando cuerpo. Los ciempiés encantan al niño que quisiera montarlos con una
lanza al ristre. Pero a él le gustan por sobre todo los lobos de ocho patas que acechan
bajos las rocas. Escuchá sus aullidos arácnidos retumbar en las cavernas del patio. Bajo
las piedras, la tierra negra se llena también de minúsculas arañas zancudas o huevos
como nubes tan pequeñas que parecen de cristal. Pero nadie podría siquiera intentar
medirse con la araña roja, cuando se pavonea victoriosa, levantando sus largos
colmillos, llevando firme su carro de tela, cual argiva auriga de los subterraneos. Las
babosas le dan algo de asco, mas su cuerpo mucoso sí que dibuja excelentes
escenografías en el teatro de los bichos bajo las piedras.

NIÑO-LINEO

El niño lleva un frasco y mete en él algún artrópodo para observarlo con más
detenimiento. Sus miembros como agujas le recuerdan más a una máquina de coser que
a un animal y, sin embargo, él los ve infinitamente vivos. Quisiera que su cabeza fuera
un muestrario donde almacenar todos los parecidos de familia entre los bichos. El
ciempiés es un bicho bolita estirado; el escarabajo, una araña con dos patas cortadas,
alas y una cabeza; las lombrices son babosas invertidas, hay arañas que tienen figuras
imposibles, patas impalpables que no resisten su propia textura, ramilletes de pelos
vivos por arte de magia.

Para transformarse en araña habría que invaginar el cuerpo hasta darlo vuelta como una
manga, con el esqueleto por fuera y la piel por dentro, hacer crecer dos pares más de
patas, contraer la cabeza sobre el torso y proyectar el abdomen como una bola, pegando
el sacro a la nuca. También habría que alargar el corazón, que ahora abrazaría a todo el
cuerpo, espesar la sangre en un fluido viscoso y, a los pulmones, hacerlos agujeritos que
dejen entrar el aire al cuerpo. El cerebro, dividirlo por el número patas.

NIÑO-DE-ARABIA
El niño hace un mapa con la ruta de las de hormigas en el patio. Los arboles son los
accidentes geográficos principales, tomándolos como referencia dibuja la urdimbre de
senderos que se encuentran y bifurcan, por donde pasan incansables las compañías de
hormigas cortadoras: sobre los paredones del fondo, en la pared de la casa, por los
canteros, sobre el camino de baldosas, sobre la parrilla o la mesa. Le interesa al niño
saber donde finalmente se internan bajo tierra. Hacer un mapa que muestre los puntos
exactos por donde las caravanas incansables van y vienen entre este mundo y el
subterráneo. Donde los convoyes cansados finalmente llegan con sus arcones llenos de
ofrendas de las lejas y desconocidas tierras del Sol. Pero este mapa debería seguir más
allá, hasta el interior de esos magníficos palacios de estilo mozárabe que se esconden
tras los pequeños torreones de las entradas al hormiguero, y más allá aún, penetrar en la
misma sala de la Reina, decorada con finos arabescos que saturan las posibilidades
geométricas del polvo. En las afueras del hormiguero están los jardines; aquí las
hormigas sabias se retiran a meditar, los canales refrescan las salas y pueden leerse en
las paredes las más hermosas caligrafías en bajorrelieve, que cuentan la historia de las
edades de la tierra.

NIÑO-ANTE-LAS-PUERTAS

Las criaturas maravillosas se presentan de improviso, mensajeros que uno no puede


encontrar a placer, sino que aparecen cuando los manda la providencia inescrutable de
las Plantas, por ejemplo, mientras se recorta distraídamente figuras de dinosaurios
sentado al borde de un cantero . Recortar las figuras es el intento más profundo de los
humanos por darle vida a las imágenes, y sin embargo, es fatalmente infructuoso. Pero
el niño por suerte no sabe aún que no puede resucitar al velocirraptor liberando su forma
del paisaje desértico del Gobi, donde los dibujos del libro lo muestran casando manadas
de ceratopcianos. Concentrado en su tarea es sorprendido por la Mantis. Los ojos del
niño se encienden ante el ritmo puntiagudo de su silueta. Llega hecha una tormenta de
cuchillas, su inmovilidad tensa es más veloz que una fecha y más cortante que una
espada. Comparte con los humanos y los pingüinos el privilegio exclusivo de tener un
dorso vertical, pero su fisionomía beatifica le permite consagrar su parte superior a lo
sagrado. Es la sacerdotisa de los insectos, solo ella sabe ejecutar los rituales secretos que
comunican con las Divinas Plantas. Para ello debe haber muerte, si un bicho espera que
las Plantas lo favorezcan debe tributarle sangre y celebrar cumplidas hecatombes. Algo
en la Mantis es profundamente escalofriante, su belleza está demasiado lista para matar.
Así y todo, el niño arriesga y pide a la Mantis que de vida a la figurita del dinosaurio,
pero esta se niega. La Mantis permanece meditando, ingrávida, canta su mortuorio
mantra solo con la voz mística del silencio.

NIÑO-ETERNO

Al niño le gusta pasearse por los márgenes, viendo desde la orilla humana las costas de
otros mundos. Pero todavía es algo anfibio y puede zambullirse en la tarde, cuando el
cielo baja suave entre las copas del Cerezo y de la Higuera. Baja para abrirle la puerta a
los mundos subterráneos, para que suban y jueguen en el patio. A esta hora, cada árbol
tiene un mensaje y el Pino ensombrecido saluda cálidamente con sus agujas, sus ramas
altas hacen sutiles gestos que indican que le ha llegado el momento de tomar la palabra.
Pero antes de poder traspasar la entrada del santuario conífero el niño debe hacerse de
un buen guía. Y los hechiceros del pasto son los sapos, solo ellos saben cruzar el último
de los umbrales, el del Pino. Quizás porque tras el sello de su boca descansen los
sarcófagos de aquellos faraones del pueblo del Charco a quienes el Pino, al comienzo de
todos los tiempos, reveló sus misterios. Si tensás tu atención y tenés paciencia vas a
poder ver, en la luz somnolienta y ya gastada de un día que largamente bosteza, una
bola saltarina de sombras, los certeros movimientos de un batracio. Y si sus ojos te
embisten, el tiempo se paraliza. Pues esos ojos son escudos adornados con filigranas
que representan las gestas de otros mundos. Allí, en el borde superior del ojo derecho,
un príncipe de los pétalos es desterrado de la flor, en una cólera destructiva se alía con
los caracoles para arrasarla y quedarse con la corona del tallo. En el margen derecho del
ojo izquierdo, hay altares donde las mantis rocían de salsa mola a sus víctimas
sacrificiales. Y en la parte baja del ojo derecho aquellos combatientes decidieron años
de batalla en una ordalía, cuando el soberbio escorpión atravesó con su lanza a la
campeona arácnida, frente a las almenaras de tela de la ciudad de las arañas. Todo está
preciosamente engarzado con baldosas de oro, lozas de ópalo, pasto de esmeraldas,
piedras de plata, cortezas de cristal. Todas historias que pasan como las generaciones de
los hombres o las generaciones de las hojas, todas tienen su lugar en los faroles
henchidos de magia con los que los sapos alumbran el mundo.

Con sus patas tintineando bajo la mano del niño, llega el sapo a la sombra del Pino,
asido suavemente por sus costillas. Entrar bajo el Pino, pasearse por los silencios ocres
de su cúpula, es dar un paso fuera del día. Entrar en esa muerte que, lejos de ser el borde
externo de la vida, la habita íntimamente. Allí las flores de las horas no crecen, ya no
caen pétalos de instantes. Por las estrías de este árbol, solo se desliza el ámbar puro de
lo eterno. Y anamnesis de otras vidas le trae al niño el olor de la pinocha, un recuerdo
involuntario de la época en la que vivió en los pantanos del tiempo. Cuando los anfibios
median diez metros. Y los padres del niño eran niños. Y el niño, a su vez, era un
dinosaurio.

NIÑO-CON-ALAS

Las libélulas llenan el aire de la tarde con planos cartesianos. Su lúdica geometría
contrasta con su forma rígida de volar: en enjambres, chocándose las cosas. Son las
profetizas de la tormenta, zafiros engarzados en el aire espeso de una tarde de calor. Sus
alas son transparentes, plumas de luz cruzadas en el tetragramatón del Aire. Las obras
de arte definitivamente no pueden depender de la subjetividad de quien las produce,
tienen su propia independencia vital, están en sí mismas vivas. Si la obra está viva de
por sí es porque habita, de una forma u otra, en aquel país maravilloso del que nosotros
vemos solo las postales: el reino de las obras de arte. En sus vidas las obras reverberan,
se citan, se giñan un ojo, se ignoran, se conjuran, se aman y se odian entre sí; tienen sus
propias biografías llenas de los nombres, no de personas, sino de otras obras. Pasan
largos años luciéndose ante nuestros ojos o se guarecen en algún escondrijo donde,
olvidadas, pueden vivir tranquilas el resto de sus días. Y hasta cuando han muerto
todavía les queda esperanza de nuevas supervivencias. Quien fuera la diosa en el
templo, solo accesible a los ojos de los sacerdotes, se luce como una moderna dama
vestida de griega ante los ojos de los paseantes del museo. El niño imagina a los
arqueólogos del futuro desenterrando los restos del presente. Quizás aún con un
pequeño pincel, desempolven el dibujo de un niño, una lista de supermercado, un
cuaderno de notas. Las personas piensan que crean a las obras, pero quizás entre ellas se
dé una relación de evolución aparelada: como la avispa y la flor. Sin las obras de arte el
espíritu humano literalmente morirían de hambre, sin las personas las obras no podrían
reproducirse y proliferar: pero lo seguro es que ambos se extinguirían (los humanos
somos avispas que, para alimentar nuestro espíritu, llevamos de obra en obra el polen de
una para que fecunde a la otra). Dicen que el ateniense Zeuxis pintó unas uvas tan
realistas que los pájaros querían comerlas. De repente una libélula se detiene en tu
brazo, podés ver en detalle su diseño; franjas turquesas y negras, verdes, amarillas, que
se pliegan, se curvan, se tuercen, se arquean, se aplanan, se invierten, siguen cada uno
de los patrones de una escritura. El niño se imagina una fabrica sobre las nubes, donde
se diseñan, se ensamblan y se lanzan de enjambre en enjambre. Pero también podría
haber sido de otra manera: un ignoto pintor chino, sin quererlo, superó al ateniense una
tarde de calor, cuando en su atelier pintó una figura tan viva que, ante su atónita mirada,
salió volando y se fue con la tormenta.
DE CAELO

HISTORIA SOCIAL DEL CIELO

Simon Vouet. Las musas Urania y Calíope (1634).

Antaño el hombre antiguo veía en las rotaciones celestes el cello palmario de la


eternidad, su imagen móvil. Imitando el cielo, los hombres la tocaban. Calíope le regala
a Urania una figurita de Ulises para que la engarce como a las demás estrellas sobre la
superficie de su orbe. Cicerón aguarda con paciencia a que lo maten, pues bien sabe que
hay un rincón del firmamento para él, donde los lobos seguirán eternamente devorando
elefantes. Algo de ese consuelo cósmico llega en sueños a Blanqui sobre un Paris que es
un charco de sangre, él duerme sobre aquellas promesas fusiladas que la comuna supo
anhelar ante la luz del sol, sueña con utopías en la nocturna y carcelaria eternidad de las
estrellas. Pero Urania ya no posa su brazo consolador en el hombro de Calíope. El cielo,
ahora lo sabemos, es tan efímero como las gestas de los hombres. Su eje está quebrado,
las estrellas fijas cayeron descascaradas del fondo, las esferas se rayaron, en lugar de su
música celeste, dejan oír ahora solo un sordo grito de espanto. ¡Y cuántos agüeros
negros devoraron a sus hijos! ¡Cuántos soles se unirán a la expedición para saquear la
vía láctea! ¿Dónde ha quedado entonces esa urna de estrellas? ¿Con que mortaja cubrir
el cadáver de la utopía, cuando la muerte y la derrota la han barrido de la tierra? Mejor
será soñarla sin maquillaje astrológico, saberla aquello que nunca nos fue prometido.
Amarla en toda su catastrófica caducidad. Porque la utopía se salva más bien en la luz
incolora -la luz de las ideas- de un alba que alumbra en otro cielo cuando cesan las
estrellas.

LUNA DE AL-ANDALUS

Johann Bayer y Alexander Mair, Del atlas estelar Uranometría (1603).

Lo que ante tu vista se produce de forma abstracta, la imagen de las constelaciones en el


cielo nocturno, se te aparece en sueños revestido por la carne onírica de la fantasía. Allí
hay un escorpión, un cazador, una osa. La textura mágica de la imaginación debe
diluirse con palabra y con lenguaje hasta volatilizarse en el pensamiento: de esta forma
la imagen se eleva al cielo. Pero como pura proyección sobre las estrellas, solo tiene de
real el recuerdo de que supo ser fantaseada. Donde no hay un escorpión soñado no
puede haber una constelación, nada podrás pensar sin fantasmas, nada podrás pensar
que no hayas visto antes en la ebriedad confusa y noctambula del sueño. El sueño
empero, siempre tira desde abajo, amenaza con arrastrarnos a la pura materia sin imagen
que late en sus abismos. Pero en la materia, sin embargo, también hay un anhelo
idealista: ella se da a sí misma ojos y con ellos mira al cielo. Ten el coraje de desnudar
tu fantasía hasta que de su desencarnada figura puedas extraer un pensamiento.

FONDO DE MACROONDAS

Paul Klee. Formación estelar, detalle (1923)

En la oscuridad del cielo hay estrellas cuya luz viaja desde los más lejanos rincones del
cosmos hacia nosotros, pero dada la inconmensurable distancia que nos separa, no ha
llegado aún a dejarse ver. A su vez, las estrellas que brillan en el cielo quizás estén
muertas ya, pero, por idénticas razones, su luz seguirá viéndose por siglos hasta que la
oscuridad nos anoticie de su muerte. La luz que viaja hacia nosotros pero no vemos, se
llama contemporánea, pues siempre hay algo del pasado que, aunque sea invisible en el
cielo del presente, está destinado solo a nosotros; pero la luz que seguimos viendo sin
que nada la produzca ya, se llama actualidad, porque en el ahora brillan cosas que el
mañana descubrirá que no eran más que pura apariencia, eco muerto y espectáculo
aparente solo ante nuestros ojos. Pero hay un rincón del cielo, infinitesimalmente
pequeño, de donde ninguna luz llega hacia nosotros ni tampoco llegará jamás: desde ahí
cada noche nos mira el origen, y en él vemos, sin darnos cuenta, el fin. A él se lo llama
eternidad.
IDEA DE LA MUGRE

HOTEL HIERACÓMPOLIS

Por aquellos barrios en que los hoteles son entradas al inframundo cuando el caminante
apenas atisba el paisaje desolado del mostrador. La luz atemporal de los fluorescentes
penetra en los sillones y en los cuadros decorativos. Nos dice: lo que verás se asemeja a
lo eterno. Ahí un viejo mira televisión o ya ha sido embalsamado por sus rayos. Su
rostro momificado deja entrever una sonrisa, quizás la de Osiris. Este anónimo huésped
fuma un pucho en el umbral mientras pierde su mirada en la misma nimiedad que llena
los ojos de aquel conserje, quien no la aparta de su celular. Secreto es el saber que se
custodia tras las puertas. Porque en lo profundo de ese hotel habitan antiguas estrellas,
siempre al borde de la inanición. Ellas celebran un misterio. El misterio de las luces de
Neón. Niebla de éter, color que relumbra puro en la mugre como una antorcha rosa. Una
tarde cristaliza, rígida, al borde de quebrase, la vida se escabulle hacia el nido donde
guarda su secreto.

ANGELUS VARELAE

Olvidado en las canaletas, entre colillas, mugre y envoltorios de plástico metalizados, el


Ángel de la Varelitud aparentemente se ha emborrachado. Desde su mueca torpe y
ensoñada, pululando como un miasma alcohólico, se esparce un clamor casi
incomprensible, con el que hace justicia a su angélica vocación de mensajero: “ni a
palos te dejo tirado” dice. Les habla a las creaturas, a todo aquello que esta varela, a
quienes ya una vez se les prometió el Reino. Ha sido enviado para ratificar la promesa
pero, en el camino, la providencia lo dejó tirado a él también. Quizás porque Dios llamó
a los ángeles para que sean sus lugartenientes en la creación, pero nada saben sobre
como salvar a la menesterosa criatura a la que dieron vida. Y los más grandes se ahogan
de soberbia. Ya una vez el segundo al mando mandó fruta: el Lucero, quien gobernaba
toda creatura debajo de su trono en el pináculo del cielo, cayó desde lo alto hasta los
fondos del infierno. Pero el de la varelitud no es un ángel caído, sino tirado. Está varela,
es decir, abierto al mundo, expuesto, arrojado a la existencia. Y en el lamento que
pronuncia debajo de una camioneta -su trinchera de carrocería y piedra- resuenan las
voces de todos los várelas del mundo, como el coro apocalíptico que anuncia el alba de
un nuevo día: uno sin varelas. No fue llamado a hacer nada, pero planea su jugada
redentora: caer también como la estrella, a pique a lo profundo, y sin embargo, en el
ultísimo momento, girar hacia lo salvo.

VALENTINO ES EL ENEMIGO PÚBLICO

Un paso por delante, por detrás, nunca donde se está. Proceder, caerse. Lo que fluye
nunca se encuentra y ni siquiera en el final. Porque la meta es la interrupción. De ahí las
palabras que, pese a sí mismas, tropiezan suspendiendo el ritmo en su base. Porque no
se satisfacen, su remanente retrovierten, se exceden, palabra sobre palabra, fluyen. Es
alegría nunca coincidir consigo mismo, ser procesión. Ver emanar tantas voces sacras
desde los rincones de las calles o las plazas. Rapsodias en lengua profana, la más pura
espiritualidad del polvo.

SUEÑO
Voy en taxi hasta la puerta del sueño. No son dos, una de marfil y otra de cuerno, sino
una sola, hecha de material. Es una casita diminuta. Tiene puerta de chapa, llena de
telas de araña. En el patio de una casa de cualquier suburbio, poco más que una garita
de gas y poco menos que una puerta. Gris, un poco azul, algo ocre. Hay un perro,
bicicletas, pelopinchos, pero comprimidas en un espacio muy pequeño. La veo y evalúo
si entrar o no en ella, pienso que debería agacharme, que incluso el espacio puede
estrecharse más aun al bajar, pues la puerta conduce a una escalera que desciende. Me
acerco y toco la telaraña. Agacho la cabeza. Me quedo mirando una luz cálida,
anaranjada, hipnótica, que viene desde abajo. Y despierto.
PARA UNA TEORIA DE LA CALAVERA

(Al mejor videojuego de la historia)

DANZA MACABRA
La muerte fija al rostro en su sonrisa. Toda sonrisa muestra lo oculto: los dientes, los
huesos. Detrás de lo que somos, aquello que quedará. Y la muerte se sonríe ante la
humana existencia, su fugacidad es el chiste que hace reír eternamente a la calavera. Es
que siempre llegamos ahí, al momento en el que solo somos cualquier cuerpo humano
ante la muere. Pero ese momento es la fiesta; la fiesta, la vibración caduca del parche
donde golpea fugazmente la felicidad. Solo en ella se puede morir. Sonríe, dentro tuyo
hay una calavera.

MEMENTO LOQUERIS

Hemos llegado a ser el rostro más decrepito de la naturaleza, sin ya poder ni decir ni
callar; pues, así como su ausencia de lengua no le permite -a la calavera- hablar, así
también nadie puede cerrar la boca sin labios -la calavera sigue eternamente susurrando
entre dientes. Como palabra muerta que dice siempre poco más que su silencio -la
grotesca mueca de la calavera- es el remanente que toda lengua deja tras haber ardido en
el habla, aquella ceniza apenas tibia en la que radica sin embargo su última,
desesperada, esperanza.

CALDERO EN LA BARCA DE CARONTE

En una misma caldera lo humano se cocina a fuego lento. Hasta que el tuétano onírico
se mezcla con la huesuda vigilia y se recuecen juntos en el mismo caldo. ¿Quién bebe
de esa mescla excelsa sino la calavera? Solo la luz de los sueños nos ilumina ante
muerte. En sueños, por primera vez la humanidad vio la antorcha, la luz que le permite,
pese a su extranjería, penetrar en el reino de los muertos.

LA TUMBA DE SALVADOR LIMONES

Hacer de un fandango el protagonista de un film noir. Calavera, de apellido. Many


descubre el secreto del mundo enteramente hechizado por la mercancía: no ya una vida,
pero nunca todavía una verdadera muerte. Rebrotar es la peor pesadilla de los muertos
en el mundo que no puede morir, el mundo de la mercancía. Porque en la muerte se
exhala el último aliento. Y ya sin pulmones, solo con los huesos, podemos finalmente
amar -y fumar. Amar quizás solo un día: el día de los muertos.

CAZADOR DE CABEZAS

Ojos negros
crecen raíces

en la blanca calavera.

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