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CULTURA DE PENTECOSTÉS:
Iniciamos este aparte hablando de una Cultura de Pentecostés, porque para la Renovación Católica
Carismática este es el hecho salvífico desde donde surge nuestra más profunda identidad y donde se
fundamentan los objetivos que como Corriente de Vida en el Espíritu y Movimiento Apostólico tratamos de
conseguir a nivel personal, comunitario y eclesial. Lo anterior no significa una desmedida prelación de
Pentecostés frente al desdeño de las demás experiencias cristianas tales como la pasión, la crucifixión o
la resurrección, por el contrario nuestra Cultura de Pentecostés como Renovación Católica Carismática
supone, necesita y entra en perfecta coordinación con todo aquello que le da su verdadero sentido y valor
dentro de la experiencia de un Dios Vivo que se ha abajado por amor a la condición humana para
rescatarnos de nuestra miseria y que sigue realizando este misterio insondable cada vez que un hombre,
una mujer, un joven o un niño abren su corazón a la acción de su Espíritu Santo.
Así ayudarán a que tome forma ‘la cultura de Pentecostés’, la única que puede fecundar la
civilización del amor y de la convivencia entre los pueblos. No se cansen de invocar con ferviente
insistencia: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!” Esta es la Cultura de Pentecostés que debemos
experimentar y proclamar para que de un profundo sentido a todo lo que hacemos como personas
y comunidades para fortalecer nuestra unidad con el Dios Uno y Trino que es Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Todo lo anterior es lo que conforma nuestra más intima identidad, la cual tiene una importancia
radical, pues así como es importante para una persona definir su personalidad e identidad individual de
igual manera sucede en la RCC, la cual no está llamada a ser una corriente amorfa que pueda definirse y
entenderse de cualquier forma, sino que por el contrario debe adquirir una personalidad que le ayude a
ser identificada pero con lineamientos y orientaciones que guarden la debida correspondencia con
aquellos establecidos por el mismo Cristo al momento de instituir su Iglesia. El deseo de una identidad
definida para la RCC no pretende negar o coartar la diversidad carismática que en su interior tiende a
manifestarse; lo que verdaderamente se quiere lograr es la unidad en la diversidad. La identidad bien
lograda de la Renovación Católica Carismática será un elemento valioso para que no se
desnaturalice y pierda sus objetivos y metas y para que cualquier viento de doctrina nueva y
pasajera no nos conmueva y nos confunda, sino que le podamos hacer frente sabiendo cuál es
nuestro norte y hacia donde tenemos que orientar todos nuestros esfuerzos.
Desde sus comienzos, la Renovación ha aportado a la Iglesia una gran corriente de libertad.
"Dejábamos a Dios ser Dios" es el testimonio de los pioneros de esta corriente. Fue esta una
experiencia fundamental. Más que hacer, se trata de recibir el Don de Dios. Dejarle a Él la iniciativa,
porque los cristianos encerramos con frecuencia a Dios en la pequeñez de nuestros intereses, de nuestros
proyectos y normas. A veces se tiene la sensación de que Dios ha suscitado la Renovación Católica
Carismática para ir a su compás. Dicen los pioneros de esta experiencia: “Hicimos un descubrimiento:
más que hacer obras para Dios había que hacer las obras de Dios. También descubrimos la
cercanía impresionante de un Dios que se goza en estar con los hombres".
Ante todo debemos dar gracias a Cristo Jesús Nuestro Señor por el don precioso de la Efusión del
Espíritu o Bautismo en el Espíritu, ya que este don viene a reavivar en nosotros las gracias que un día
recibimos en el Bautismo y en la Confirmación, y nos hace vivir como adultos responsables la fe que
entonces prometimos. Los Seminarios de Vida en el Espíritu son nuestro modo específico de evangelizar.
Si en los comienzos de la Iglesia los convertidos se bautizaban, hoy hemos de convertir también y en
primer lugar a los bautizados. Son miles los cristianos que se declaran creyentes y afirman al mismo
tiempo que no practican. Los Seminarios de Vida en el Espíritu evangelizan con la fuerza del primer
anuncio. El Espíritu se derrama con poder y nacen de ellos conversiones radicales, vocaciones al
sacerdocio, a la vida contemplativa, compromisos con la sociedad, con los pobres, los presos, los
enfermos.
A todos aquellos hombres y mujeres que hoy tienen sed de Dios y andan buscándolo, a los que
presienten que hay algo más allá de una fe quiete e impávida, para todos ellos la RCC debe ser la buena
noticia de que en nuestra Iglesia hay un lugar para poder compartir la experiencia de un nuevo
Pentecostés: LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA. La conforman grupos de todas las edades y
condiciones -casados, solteros, religiosos, jóvenes y mayores- que desean vivir la buena noticia del
Evangelio dando al mundo un testimonio de luz y esperanza.
La Renovación en el Espíritu Santo, es una corriente de gracia que busca mantener viva la
experiencia de Pentecostés, a partir del “Bautismo en el Espíritu”. Hay que aclarar que esta definición no
obsta para reconocer también a la RCC como un movimiento apostólico al interior de la Iglesia sino que
más bien nos hace reconocer una doble naturaleza de la RCC como corriente de gracia y movimiento.
Renovación es una nueva vivencia de la comunidad cristiana como el fruto de haber tenido un encuentro
personal con Jesús y el Espíritu Santo, para llegar con ellos a Dios Padre. “Acudían asiduamente a la
enseñanza de los Apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones”. Renovación
es también la formación de comunidades que viven con gozo la experiencia personal de salvación,
expresada en cantos y oraciones espontáneas, realizando de esta manera lo que San Pablo les pedía a
las comunidades: “Recitad vosotros salmos, himnos, cánticos inspirados; cantad y salmodiad en
vuestros corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de
nuestro Señor Jesucristo”. Renovación es desarrollar una vida en el Espíritu viviendo la experiencia
carismática, enseñada por San Pablo a la comunidad de los Corintos: "A unos se les da hablar con
sabiduría, por obra del Espíritu. Otro comunica enseñanzas conformes el mismo Espíritu. Otro
recibe el don de fe, en que actúa el Espíritu. Otro recibe el don de hacer curaciones, y es el mismo
Espíritu. Otro hace milagros; otro es profeta; otro reconoce lo que viene del bueno o del mal
espíritu; otro habla en lenguas, y otro todavía interpreta lo que se dijo en lenguas. Y todo es obra
del mismo y único Espíritu".
(1a Corintios 12, 8-11)
El preámbulo de los nuevos estatutos del ICCRS nos enseña que los objetivos centrales de la
Renovación Católica Carismática o Renovación Pentecostal Católica, como también se la llama, incluyen:
2. Amparar una receptividad personal decisiva a la persona, presencia y poder del Espíritu Santo.
Estas dos gracias espirituales a menudo se experimentan juntas en lo que se llama en diferentes
partes del mundo un Bautismo en el Espíritu Santo, o una Liberación del Espíritu Santo, o una
Renovación del Espíritu Santo. Muy a menudo se las entiende como una aceptación personal de
las gracias de la iniciación cristiana y como una capacitación para el servicio cristiano personal en
la Iglesia y en el mundo.
CONVERSIÓN:
“Conviértanse y crean en la Buena Nueva porque el Reino de Dios ya está entre ustedes”
(Mateo 3, 2; Marcos 1, 15; Hechos 2, 38) Esta fue la invitación con la que Juan Bautista preparó y
anunció la pronta llegada de Jesús; fueron las mismas palabras con las que Jesucristo inició su ministerio
público; y también fue la respuesta que le dio Pedro a la muchedumbre el día de Pentecostés cuando fue
anunciada por primera vez la pasión, muerte, resurrección y señorío de Cristo: CONVERSIÓN. Esto nos
enseña que la conversión es una invitación de Dios al hombre pero también es una respuesta del hombre
a Dios. A través de la Conversión Dios nos invita a ser parte activa de la familia divina, es decir,
verdaderos Hijos de Dios, Hermanos de Jesucristo y Templos del Espíritu; y a través de la conversión es
como el hombre le da un “si” definitivo a Dios. La conversión en la vida de todo cristiano debe ser el
resultado de haber experimentado el amor y la misericordia de Dios, sentirnos amados por Dios y a
la vez debe ser el resultado del reconocimiento de nuestra condición de pecadores necesitados de
la salvación divina. Si esto no sucede todo esfuerzo de conversión en nuestras vidas será infructuoso,
pues el hombre no le encontrará ningún sentido a la conversión sin la experiencia del amor de Dios y sin
el reconocimiento de nuestro pecado no tiene ningún sentido (Lucas 5, 8). Conversión es pasar de las
tinieblas del pecado a la luz de la gracia de Dios; es pasar de la lejanía a la proximidad de Dios; es
comenzar un nuevo camino, una nueva vida, un nuevo nacimiento (Juan 3, 3) Conversión es aceptar a
Jesucristo con toda la radicalidad de su mensaje que nos dice: aquel que quiera venir tras de mi, que
se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. La conversión es ante todo un cambio
de corazón (Ezequiel 36, 26; Filipenses 2, 5) y ese cambio de corazón debe ir transformándonos en
nuevas criaturas con una nueva vida. El cambio de conducta (externo) que se da en el hombre debe ser el
resultado de un cambio interior.
La conversión es una invitación que Dios hace a todos los hombres. Dios no hace excepciones,
todos estamos necesitados de la conversión. Nadie puede decir que no necesita convertirse, ni siquiera
aquellos que se dicen “buenos” (ejemplo de San Pablo) La conversión es un proceso que debe ir
haciéndonos crecer cada día más como mejores personas y como mejores cristianos,
haciéndonos reflejos del rostro de Cristo. Es un esfuerzo de todos los días. La conversión no es
obra únicamente del hombre sino que es el fruto del trabajo en unidad de Dios y el hombre. Por
nuestras propias fuerzas no podremos llegar a Dios, siempre estaremos necesitados de su ayuda.
Los anteriores son como los puntos básicos del camino de conversión que nos propone la
Renovación Católica Carismática en su primer objetivo.
Hasta hace unos pocos años en la Iglesia se trataba el tema del Espíritu Santo como el gran
desconocido de la Santísima Trinidad, pues siempre se había hablado del Padre y del Hijo profusamente,
relegando un poco la presencia y el actuar del Espíritu Santo. Pero desde los tiempos del Concilio
Vaticano II, cuando el Papa Juan XXIII convocó a los padres de la Iglesia invocando la presencia del
Espíritu y, como Vicario de Cristo, abrió de par en par las puertas de la Iglesia a su acción renovadora,
desde ese entonces parece ser que todos los cristianos hemos reaccionado y hemos sacado al Espíritu
Santo de ese olvido al cual lo habíamos confinado y se ha iniciado, por así decirlo, una “nueva era” de su
acción, que en realidad no tiene nada de “nueva”, pues este actuar es el mismo que hemos podido
conocer a través de la Escritura, desde el principio de los tiempos y a lo largo del tiempo de la Iglesia. Esta
es la apertura que nos propone este objetivo de la RCC.
La acción del Espíritu Santo debe concretarse en nuestras vidas pues no es solo una historia, es una
persona divina que nos ayuda a tener la experiencia de un Cristo Vivo, que nos propone una renuncia al
pecado y a la vez una vida nueva pero a partir del agua y del Espíritu, tal como se lo propuso a Nicodemo.
El Sacramento del Bautismo que nos ha proporcionado la Iglesia nos ha sumergido en esa vida nueva,
solo hace falta que cada uno abra su corazón para dejar actuar libremente al Divino Espíritu y así
comencemos a dar razón de ese bautismo. “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también a ese
Espíritu” (Gálatas 5, 25). Estas palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas nos hacen recordar que no es
suficiente haber recibido al Espíritu Santo, sino que hay que dejarse guiar por Él mismo para poder llevar
una vida acorde con el título de cristiano que ostentamos. El Espíritu entra en la vida del hombre a través
del Sacramento del Bautismo y allí comienza a crecer y a multiplicar su acción en la medida en que su
presencia no es disminuida ya sea por el pecado o por la falta de fe y apertura.
Cada bautizado debe procurar en su vida alcanzar una relación con el Espíritu similar a la que
sostuvo con el mismo Cristo, no por apariencia o lujo, sino como la única y verdadera forma de poder vivir,
pues vivir fuera del Espíritu lejos de hacer al hombre libre lo que conlleva es hacerlo esclavo de sus
pasiones y por ende alejarlo de la vida divina que se nos ha ofrecido como el don más excelente de ser
familia de Dios. De esta temática nos habla San Pablo a lo largo de todo el capítulo 5 de su carta a los
Gálatas. Jesús al anunciar al Espíritu previene a sus discípulos diciéndoles: “y cuando Él venga (el
Paráclito) convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Juan 16, 8). Este convencimiento no tiene
como fin denigrar o humillar al cristiano por parte de Dios, sino que es un paso necesario antes de que el
hombre libremente tome la decisión de arrepentirse y aceptar la redención de Jesucristo. Pero además de
preparar el corazón del hombre para el encuentro con Jesús, el Espíritu también da las fuerzas al cristiano
para ir en pos de Jesús, ya que por sí solo el hombre nunca sería capaz de dejarlo todo por seguir a
Jesús. El Espíritu también instruye al cristiano en la verdad, es por lo que ha sido llamado por muchos
santos como “maestro interior”, pues en aquel que está atento a su enseñanza va regalando el
conocimiento y la sabiduría que no se puede aprender en un libro o en una conferencia, pero que si es
dada a los pobres y humildes de corazón (Mateo 11, 25-26). El Espíritu es anunciado por Jesucristo como
el Consolador, pues su actuar en el cristiano tiene la capacidad de ayudarnos a comprender y aceptar
todos los acontecimientos aparentemente negativos como parte del plan de Dios y nos enseña que de
algo malo Dios siempre podrá sacar cosas buenas para nuestro bienestar (Romanos 8, 28). Por último,
pero no menos importante, el Espíritu Santo nos llena del Amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos
(Romanos 5, 5). Los doctores de la Iglesia se han referido al Espíritu como el Amor del Padre y el Hijo, por
eso podemos entender que todo lo que el Espíritu hace en el hombre es fruto de ese amor de Dios, es un
reflejo de la infinidad de su amor hacia nosotros. El Espíritu nos da la capacidad del amor a la manera de
Dios (1ª Corintios 13), un amor que no tiene ningún otro interés sino el bien de la persona amada. El
Espíritu Santo lo encontraremos en cada sacramento, en cada oración, en la Palabra de Dios, en la
comunidad (sobre todo en los hermanos más necesitados) y también en los carismas.
En primer lugar debemos dar un sólido y confiable concepto de lo que son los carismas: “Gracias
especiales con las que el Espíritu Santo santifica y dirige al Pueblo de Dios, las cuales distribuye a
cada uno según quiere y que los hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes
que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la .” (Lumen Gentium Num. 12)
“Gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya que están
ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.”
(Chitifideles Laici Num. 24). Las anteriores definiciones nos regalan varios elementos que nos ayudan a
entender el verdadero sentido y alcance que la Iglesia misma le ha dado a este concepto: o Gracias:
Entiéndase la palabra “gracias” no como aquella gracia santificante de Dios con la que nos ayuda a ser
santos, sino que más bien esta palabra debe ser entendida como sinónimo de don, regalo, concesión muy
especial. Y esta diferenciación nos da la oportunidad para decir que los carismas no son signos de
santidad por sí mismos sino la oportunidad o el llamado que hace Dios a un camino de santidad.
Distribuye a cada uno según quiere: Los carismas son la expresión de la completa libertad del Espíritu,
que en palabras del mismo Jesús “…sopla cuando quiere donde Él quiere y no sabes de dónde viene
ni a dónde va…” (Juan 3, 8). Dios puede actuar en quien Él quiera pues tiene el poder para hacerlo por
eso no debemos estratificar los carismas. Todos (ordinarios y extraordinarios) provienen del soplo del
mismo Espíritu. Santifica, dirige y capacita al Pueblo de Dios: Los carismas no son signos de santidad
pero son el inicio de un llamado a la vida en el Espíritu y por ende a la vivencia de la Santidad. Los
carismas, según nos enseña el Concilio Vaticano II, también ayudan a orientar al Pueblo de Dios y
muestran los caminos que Dios quiere que vayamos recorriendo como Iglesia. También los
carismas capacitan a quienes los reciben para cumplir su misión dentro de la Iglesia, por eso no
debemos sentirnos incapaces de esto o aquello, porque cuando Dios llama, inmediatamente
capacita, es decir, derrama los dones que ese llamado necesita. Recordemos la vocación de
Jeremías (1, 4-10). o Renovación y Edificación de la Iglesia: Los carismas son para la Iglesia: para su
belleza, vitalidad y unidad, no para la persona que lo recibe. Es por esto que podemos decir que la
verdadera y principal finalidad de todo carisma es el servicio en la Iglesia y desde la Iglesia, en la
comunidad y desde la comunidad. El servicio es lo que renueva y edifica permanentemente el edificio de
Dios que es la Iglesia. Para bien de los hombres y necesidades del mundo: En este aspecto de los
carismas San Pedro nos da una regla de oro: “Que cada cual ponga al servicio de los demás el
carisma que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno
habla, sean palabras de Dios; si alguno presta servicio hágalo en virtud del poder recibido de Dios,
para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo (1ª Pedro 4, 10-11). Hay que reflexionar y
cuestionarnos si este aspecto de los carismas lo estamos viviendo adecuadamente, pues aunque estamos
viviendo un despertar de carismas al interior de la Iglesia, es aun mucho lo que falta para poner al servicio
de las necesidades del mundo los carismas recibidos.
No podemos dejar de decir que existe una gran variedad de carismas, pues el Espíritu nunca se
repite y actúa de manera única y particular sobre cada persona que abre el corazón a su acción y estos
pueden ser clasificados como ordinarios y extraordinarios según su necesidad en la misma Iglesia. En
el tema de los carismas, este es el aspecto donde se ha presentado la mayor problemática al
interior de la RCC, pues muchos hermanos al saberse o creerse bendecidos por el Espíritu con
uno varios carismas, se sienten suficientemente “iluminados” por Dios y comienzan a ejercer su
carisma autónomamente sin dejarse orientar y sin tener en cuenta al resto de la comunidad ni de la
Iglesia, y esta actitud ha generado en muchos de nuestros pastores y demás movimientos una
prevención cuando se menciona la palabra “carismático”. Pero lo cierto es que así como muchos han
optado por el camino fácil de ejercer su carisma a su libre albedrío e incluso para su propio beneficio,
somos muchos más aquellos que hemos optado por el camino de someter nuestro carisma a la comunión
y a la guía de Dios por medio de quienes tienen la autoridad para hacerlo. Ahora vamos a estudiar unos
elementos fundamentales sin los cuales el ejercicio de los carismas no es edificante, y por tanto no
cumplen el objetivo para el cual han sido dados: Humildad: La humildad es la guardiana de todo
carisma. Se necesita que la humildad habite en nuestros corazones primero para reconocer el actuar
particular del Espíritu en nuestra propia vida y también para saber que por mucho que ejerza el carisma en
su justa medida, esa gracia y toda la gloria solo le pertenece a Dios. Tomemos el ejemplo de la
Bienaventurada Virgen María, quien supo reconocer el actuar de Dios en ella y no adueñarse de esa
gracia, sino darla y compartirla con los demás humildemente (Lucas 1, 46-55).
FOMENTO DE LA EVANGELIZACIÓN
La evangelización que en estos tiempos la RCC pretende fomentar en comunión con el resto de la
Iglesia es aquella que, según la exhortación del Papa Juan Pablo II en el marco de la IV Conferencia del
Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, debe ser nueva en su ardor, nueva en sus métodos y
nueva en su expresión. Dejemos que sea la voz del pastor la que nos instruya al respecto: “La
nueva evangelización es dar a la acción pastoral "un impulso nuevo, capaz de crear tiempos
nuevos de evangelización, en una Iglesia todavía más arraigada en la fuerza y en el poder perennes
de Pentecostés" (Evangelii Nuntiandi, 2).
CRECIMIENTO EN SANTIDAD
Por último, pero no menos importante, se hace necesario clarificar que este es el fin último de toda la
experiencia de la RCC, pues se trata de un formal llamamiento a la santidad reflejo de la misma invitación
que nos hace Dios a través de su Palabra (Levíticos 20, 26; Mateo 5, 48; Efesios 1, 3-4; 1ª Pedro 1, 15).
En algunas palabras de Papa Juan Pablo II dirigidas en distintas ocasiones a la RCC podemos
encontrar las pautas del camino de santidad que nos proponemos como un objetivo fundamental: “La
Renovación está llamada a comenzar de nuevo en Cristo…. La intención de un compromiso
renovado por el Evangelio requiere ante todo volver a descubrir la santidad como corazón y centro
de todo apostolado: es necesario tender con todas nuestras fuerzas hacia la santidad, para
proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de la vida cristiana ordinaria. La vida
entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección”.
“La santidad es la meta a la que mira nuestra programación. La santidad tiene en su núcleo la
contemplación del Señor Jesús, y toda nuestra programación debe buscar llevar a la gente a una
conciencia más profunda del Único Salvador del mundo… ¡La Iglesia y el mundo necesitan santos! Y
todos los bautizados sin excepción ¡están llamados a ser santos! Esto es lo que el Concilio Vaticano II
quería decir cuando habló de ‘la vocación universal a la santidad’ (Lumen Gentium Num 5)…
Los santos son gente que se ha enamorado de Cristo. Y es por esto que la Renovación Carismática
ha sido un don grande para la Iglesia: ha conducido a multitud de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos,
a esta experiencia de amor que es más fuerte que la muerte” “La santidad es la prioridad de todos los
tiempos y por lo tanto, también de nuestra época. La Iglesia y el mundo necesitan santos, y nosotros
seremos tanto más santos cuanto más dejemos que el Espíritu Santo nos configure con Cristo.
Este es el secreto de la experiencia regeneradora de la “Efusión del Espíritu”, experiencia típica que
distingue el camino de crecimiento propuesto a los miembros de sus grupos y comunidades”. Las
anteriores reflexiones de quien fuera nuestro pastor universal nos recuerdan el urgente llamado que nos
hace Cristo a través de su Iglesia a ser santos. No podemos desfallecer en esta labor de comenzar
trabajando por la propia santidad pero también tocando los corazones de los demás hombres para
invitarlos a ser santos y perfectos como lo es nuestro Padre del Cielo. Esta opción de la santidad solo
puede ser el fruto de un profundo enamoramiento de Jesucristo. En la medida en que nos dejemos amar
por Dios y correspondamos a ese amor coherentemente, el camino de santidad será más fácil de escoger
y asumir aun con todas las cargas y renuncias que nos propone.