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Profetas, que dice el Catecismo de la Iglesia Católica.

61 ss Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y serán siempre
venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia

64. Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza
nueva y eterna destinada a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr 31,31-
34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus
infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo
los pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como
Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de
Israel. De ellas la figura más pura es María (cf. Lc 1,38).

65. "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los
profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho
hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que
ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:

75. "Cristo nuestro Señor, en quien alcanza su plenitud toda la Revelación de Dios, mandó a los Apóstoles
predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta,
comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y
promulgó con su voz" (DV 7).

201. A Israel, su elegido, Dios se reveló como el Único: "Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único
Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Dt 6,4-5). Por los
profetas, Dios llama a Israel y a todas las naciones a volverse a Él, el Único: "Volveos a mí y seréis
salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro [...] ante mí se doblará
toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en Dios hay victoria y fuerza!" (Is 45,22-24; cf. Flp 2,10-
11).

218. A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo
entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió,
gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su
infidelidad y sus pecados (cf. Os 2).

243. Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Éste, que
actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150),
estará ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la
verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y
al Padre.
288. Así, la revelación de la creación es inseparable de la revelación y de la realización de la Alianza del Dios
único, con su pueblo. La creación es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y
universal testimonio del amor todopoderoso de Dios (cf. Gn 15,5; Jr 33,19-26). Por eso, la verdad de la
creación se expresa con un vigor creciente en el mensaje de los profetas (cf. Is 44,24), en la oración de los
salmos (cf. Sal 104) y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría (cf. Pr 8,22-31) del pueblo elegido.

332. Desde la creación (cf. Jb 38, 7, donde los ángeles son llamados "hijos de Dios") y a lo largo de toda la
historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio
divino de su realización: cierran el paraíso terrenal (cf. Gn 3, 24), protegen a Lot (cf. Gn 19), salvan a Agar y a
su hijo (cf. Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf. Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf.
Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf. Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf. Jc 13) y vocaciones (cf. Jc
6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf. 1 R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el
ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el del mismo Jesús (cf. Lc 1, 11.26).

436. Cristo viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere decir "ungido". Pasa a ser
nombre propio de Jesús porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto,
en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de
Él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv
8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que
Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser ungido
por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como
profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de
sacerdote, profeta y rey.

522ss. La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo
durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la "Primera Alianza" (Hb 9,15), todo lo hace converger
hacia Cristo; anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además, despierta en el
corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida.

523. San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el
camino (cf. Mt 3,3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que
es el último (cf. Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22; Lc 16,16); desde el seno de su madre (cf.
Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala
como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el
poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente
con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).

555. Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también
que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían
visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías
(cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios
(cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in
homine, Spiritus in nube clara ("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu
en la nube luminosa" (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a. 4, ad 2):

558. Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin
embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos,
como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está a la vista de
Jerusalén, llora sobre ella (cf. Lc 19, 41) y expresa una vez más el deseo de su corazón: "¡Si también tú
conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42).

583. Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue
presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc 2, 22-39). A la edad de doce años,
decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2, 46-
49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su
ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías
(cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23).

672. Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino
mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos
los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el
tiempo del Espíritu y del testimonio (cf. Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la
"tribulación" (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1 P 4, 17) e
inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf.
Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).

674. La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rm 11, 31), se vincula al
reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11,26; Mt 23,39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11,
25) en "la incredulidad" (Rm 11, 20) respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de
Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor
venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe
retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas"
(Hch 3, 19-21). (…)

678. Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Jl 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús
anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf.
Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será
condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf. Mt 11, 20-24; 12, 41-
42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5,
22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me
lo hicisteis" (Mt 25, 40).
687. "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu que lo
revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló
por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150) nos hace oír la Palabra del Padre.(…)

702 (…) Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39-
46) lo que el Espíritu, "que habló por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano:DS 150), quiere
decirnos acerca de Cristo.
Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que fueron inspirados por el Espíritu Santo en
el vivo anuncio y en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros
llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos]
(cf. Lc 24, 44).

707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés
y desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición cristiana
siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y
"cubierto" por la nube del Espíritu Santo.

762 La preparación lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a quien
Dios promete que llegará a ser padre de un gran pueblo (cf. Gn 12, 2; 15, 5-6). La preparación inmediata
comienza con la elección de Israel como pueblo de Dios (cf. Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su elección, Israel
debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones (cf. Is 2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero ya los profetas
acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una prostituta (cf. Os 1; Is 1, 2-4; Jr
2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna (cf. Jr 31, 31-34; Is 55, 3). "Jesús instituyó esta nueva
alianza" (LG9).

796 La unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del cuerpo, implica también la distinción de ambos
en una relación personal. Este aspecto es expresado con frecuencia mediante la imagen del esposo y de la
esposa. El tema de Cristo Esposo de la Iglesia fue preparado por los profetas y anunciado por Juan
Bautista (cf. Jn 3, 29). El Señor se designó a sí mismo como "el Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-
13). El apóstol presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo, como una Esposa "desposada" (…).

1081Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de


Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Éxodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la presencia de
Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos
que tejen la liturgia del Pueblo elegido

1286 En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías
esperado (cf. Is 11,2) para realizar su misión salvífica (cf. Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu
Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que Él era el que debía venir, (…).

1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer
lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del
corazón, la penitencia interior. (…).

1611 Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel (cf. Os
1-3; Is 54.62; Jr 2-3. 31; Ez 16,62; 23), los profetas fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido
para una comprensión más profunda de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio (cf. Ml 2,13-17).
(…).

1964 La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. ―La ley es profecía y pedagogía de las realidades
venideras‖ (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de liberación del
pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes, los ―tipos‖, los símbolos
para expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales
y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los cielos. (…).

1970 La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre ―los dos caminos‖ (cf. Mt 7, 13-14) y la práctica de
las palabras del Señor (cf. Mt 7, 21-27); está resumida en la regla de oro: ―Todo cuanto queráis que os
hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque ésta es la ley y los profetas‖ (Mt 7, 12; cf. Lc 6,
31). Toda la Ley evangélica está contenida en el “mandamiento nuevo” de Jesús (Jn 13, 34): amarnos los unos a
los otros como Él nos ha amado (cf. Jn 15, 12).
2055 Cuando le hacen la pregunta: ―¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?‖ (Mt 22, 36), Jesús responde:
―Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el
primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas‖ (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser
interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley: (…).

2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. ―Mi sacrificio es un
espíritu contrito...‖ (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los
sacrificios hechos sin participación interior (cf. Am 5, 21-25) o sin relación con el amor al prójimo (cf. Is
1,10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: ―Misericordia quiero, que no sacrificio‖ (Mt 9,
13; 12, 7; cf. Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del
Padre y por nuestra salvación (cf. Hb 9, 13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un
sacrificio para Dios.

2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa
consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro (…).

2380 El adulterio. Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre y una mujer, de los cuales al
menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo condena
incluso el deseo del adulterio (cf. Mt 5, 27-28). (…). Los profetas denuncian su gravedad; ven en el
adulterio la imagen del pecado de idolatría (cf. Os 2, 7; Jr 5, 7; 13, 27).

2543 Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley
y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen‖ (Rm 3, 21-22). Por eso, los
fieles de Cristo ―han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias‖ (Ga 5, 24); ―son guiados por el
Espíritu‖ (Rm 8, 14) y siguen los deseos del Espíritu (cf. Rm 8, 27).

2578ss La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la morada de Dios, el Arca de la
Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo –pastores y profetas– son los primeros que le
enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo ―estar ante el Señor‖ (cf. 1 S 1, 9-18) y del
sacerdote Elí cómo escuchar su Palabra: ―Habla, Señor, que tu siervo escucha‖ (cf. 1 S 3, 9-10). (…).

2579. David es, por excelencia, el rey ―según el corazón de Dios‖, el pastor que ruega por su pueblo y en su
nombre, aquel cuya sumisión a la voluntad de Dios, (…). En los Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo,
es el primer profeta de la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David,
revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.

2642 La revelación ―de lo que ha de suceder pronto‖ –el Apocalipsis– está sostenida por los cánticos de la
liturgia celestial (cf. Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la intercesión de los ―testigos‖ (mártires) (Ap
6, 10). Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús
(cf. Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación nos han precedido en
el Reino (…).

2697 La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo,
olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del
Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar
la «memoria del corazón»: (….).

2787 Cuando decimos Padre ―nuestro‖, reconocemos ante todo que todas sus promesas de amor anunciadas
por los profetas se han cumplido en la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser ―su Pueblo‖
y Él es desde ahora en adelante ―nuestro Dios‖. (…).

2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf. Lv 19, 2: ―Sed santos, porque yo, el
Señor, vuestro Dios soy santo‖), y aunque el Señor ―tuvo respeto a su Nombre‖ y usó de paciencia, el pueblo se
separó del Santo de Israel y ―profanó su Nombre entre las naciones‖ (cf. Ez 20, 36). Por eso, los justos de la
Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión
por su Nombre.

Cristo 436 783 1241 1546 1581

Juan Bautista 523 717ss

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