Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Mario Lillo
Pontificia Universidad Católica de Chile
AMOR Y ROMANCE
(Giddens, 41). Por otra parte, no hay que olvidar que uno de los significados origina-
les de la palabra romance es “contar una historia”, especialmente de contenido amo-
roso. Nos detendremos brevemente en este aspecto cuando nos refiramos a la “histo-
ria” que pretende contar Ricardo, protagonista de El gran mal. Por el momento, y
como antecedente directo del tema que nos ocupa, quisiéramos referirnos
someramente a la función del amor romántico en la novelística latinoamericana en el
siglo XIX, que en lo histórico corresponde al período de fundación de las naciones
del subcontinente.
EROS Y POLIS
sensibility. […] In Spanish America the two are one” (24). Por supuesto, en lo ante-
rior se percibe la proximidad con la llamada “alegoría nacional” de Jameson; así
como la filiación con la alegoría en su formulación estándar, descrita por Sommer en
términos de “… a narrative structure in which one line is the trace of the other, in
which each helps to write the other…” (42). No obstante, respecto de este punto, la
posición de la autora en torno a la novela latinoamericana como construcción en
paralelo es matizada al afirmar que “…I describe the allegory in Latin America’s
national novel as an interlocking, not parallel, relationship between erotics and
politics” (43). La pregunta que se deriva de lo anterior, entonces, podría ser: cuando
escribo Eros, ¿estoy realmente pensando Polis? Si es así, la novela latinoamericana
del siglo XIX cumpliría con la tarea fundacional y educativa que la llevó rápidamen-
te a ser declarada de lectura obligatoria en colegios y escuelas de las distintas nacio-
nes emergentes, en una época en que existían evidentes vasos comunicantes entre
literatura y política. Piénsese en Blest Gana, Lastarria, Mitre, Sarmiento, Alberdi
etc.
Un hiato de un siglo nos sitúa en medio de la llamada novela del boom, y el
panorama respecto de ese papel fundacional de la novela y del amor romántico den-
tro de ella ha variado dramáticamente: “Son los tiempos, señor”, diría Abundio
Martínez, el personaje de Rulfo. Mientras los fundadores de las naciones latinoame-
ricanas proyectaron utópicamente una historia uniforme en el marco de un continen-
te-espacio vacío, los novelistas del siglo XX rastrean en sus obras una historia y una
cultura de mayor espesor y en el contexto de un panorama de proyectos sociales y
culturales mutilados o falsificados (cf. Sommer, 27). Lo que hacen entonces, por
ejemplo, los nuevos “(des)fundadores-escritores” es reescribir y desescribir la fic-
ción, des-fundando, deconstruyendo y denunciando el fracaso del romance y del
maridaje entre Eros y Polis, por cuanto estos (f)actores se deslegitimaron como po-
sibilidad de servir de elementos de unión verdadera entre sexos o clases sociales.
Sommer cita como ejemplo de este desarrollo La muerte de Artemio Cruz (cf. 27-8).
Nosotros agregamos, a modo de contraste, a Martín Rivas: la sátira y el cuento de
hadas en forma de novela frente a frente. ¿Estamos hablando de una posible “caída”
del romance como metarrelato (parcial) de la modernidad tardía? Por cierto, y sin
atenuantes, como también se constata en las novelas de Contreras. Veamos algunos
aspectos.
AMORES FINISECULARES
sólo como contenido ausente, pero la forma continúa ofreciendo al lector […] mate-
ria de consuelo y de placer” (25). Al revisar en lo que sigue las novelas de Contreras
tendremos en cuenta lo dicho por el crítico francés, pues, como se sugería más arri-
ba, una hipótesis preliminar postula que en las obras del escritor chileno, el amor
romántico es un contenido prácticamente ausente, y que el lector podría encontrar en
ellas una aproximación a lo sublime entendido como “…combinación intrínseca de
placer y de pena…” (Lyotard, 25).
Ya caracterizamos a grandes rasgos a la generación literaria de Gonzalo
Contreras. En 1991 aparece su primera novela, La ciudad anterior, en la cual un
vendedor de armas, Carlos Feria, deambula de ciudad en ciudad esperando pasiva-
mente a sus posibles clientes. En su pasado inmediato hay un matrimonio roto, en su
futuro, nada. La ciudad-escenario de la novela lo retiene más de lo acostumbrado,
porque cae enfermo y por un crimen que se comete con una de las armas que él
vende. Esta circunstancia le permite “trabar” (Borges diría que el verbo es excesivo)
relación con una adolescente promiscua y con una mujer casada con un inválido y
dueña de la pensión a la que ha llegado Feria. Por supuesto, cuando decimos “rela-
ción” en el caso del protagonista, estamos muy lejos de aquello que Giddens define
como: “… a close and continuing emotional tie to another…” (58), y que según el
crítico es una idea o experiencia de la cual se tiene tardía conciencia en la cultura
occidental. El personaje de Contreras está muy lejano a la posibilidad de establecer
relaciones afectivas duraderas ni siquiera con sus hijos, para quienes en las últimas
etapas de su matrimonio fracasado él se había convertido en una visita ocasional, y
no solo debido a sus ausencias por viaje. Feria es un profesional de tiempo completo
de una actitud distanciada frente a cuanto lo rodea, frente a la soledad, pero al mismo
tiempo no es ajeno a su realidad interior, sino que, por el contrario, a través de su
relato autodiegético revela una sorprendente y turbadora lucidez. Ya al comienzo
del relato observamos esta característica suya: “Yo sé cómo arrojo una bocanada de
soledad cuando entro a esas horas de la noche a un bar” (11). En la recepción crítica
que tuvo la novela se produjo casi unanimidad en destacar el carácter de ente
anestesiado, desperfilado, desplazado, aséptico, apático del protagonista, y concor-
damos en estos juicios. Por ello, no nos extraña que Feria parezca haber llegado muy
pronto a una posible relación con Susana, la adolescente; o muy tarde a una relación
con Teresa, la esposa del inválido, y esto no debiera extrañar si tomamos en conside-
ración una de las características señaladas por Jameson en Teoría de la posmodernidad
en la vida posmoderna que es el ocaso de los afectos (cf. 32). Sin embargo, más
adelante en su estudio, este autor precisa la idea anterior al referirse al sujeto centra-
do del período del capitalismo clásico y a la familia nuclear, hoy disueltos en el
mundo de la burocracia administrativa. En este contexto, Jameson afirma: “Esto no
significa que los productos culturales de la época posmoderna carezcan totalmente
de sentimientos, sino que ahora tales sentimientos –que sería más exacto llamar,
EL AMOR Y LOS METARRELATOS: ¿EL AMOR COMO METARRELATO? 179
frente a una relación seudoterapéutica con Teresa. Si bien Susana queda esperando
un hijo de Carlos con el consentimiento de Araujo, el virtual dueño del destino de la
púber, el futuro padre es convenientemente defenestrado sin mayores resistencias de
su parte, pues él mismo nos da a través de su relato numerosas muestras de ausencia
de cualquier atisbo de una voluntad activa al respecto. El doble triángulo amoroso
habría podido estar formado por Carlos, Susana y Teresa; y nuevamente por el mis-
mo Carlos, Teresa y Blas, el marido inválido de esta, respectivamente. En el caso de
El nadador, podemos agregar a lo dicho anteriormente, es decir, al motivo del trián-
gulo afectivo, la presencia del amor incestuoso entre Max y Virginia, hermana de
Alejandra. Respecto de El gran mal también encontramos una estructura triangular
en ciernes, pero esta no se materializa, ya que no llega a producirse una relación
sentimental entre Ricardo y Ágata, pero sí entre la joven y su hermano mentalmente
desequilibrado en el marco psicológico de una situación de dependencia. Por cierto,
el nombre “Ágata” unido al motivo del incesto nos remiten inevitablemente a El
hombre sin atributos de Robert Musil, más aún, cuando el título de la novela del
austríaco podría aplicarse indistintamente a cualquiera de los protagonistas de
Contreras sin mayores reservas. Pero este y otros casos de intertextualidad serían
materia de otro trabajo. En el caso de Marcial, el tío pintor cuya memoria intenta
rescatar Ricardo, se trata del personaje más prolífico en relaciones sentimentales
entre los desarrollados por Contreras. Merece entonces la pena detenernos en sus
diferentes experiencias amorosas.
Sternberg, 157-8). Ahora bien, un balance somero de lo anterior nos permitiría suge-
rir que la experiencia del amor en Marcial parece coincidir en su sintaxis, si lo per-
mite la analogía, con el modelo paratáctico del discurso vanguardista y posmoderno,
en el sentido de operar según un esquema de yuxtaposición de elementos azarosos y
experiencias fragmentadas en el “discurso amoroso” formulado por el pintor, pace
Barthes. Como referencia cercana, recordemos lo dicho por Jameson acerca de los
cúmulos de fragmentos y la práctica azarosa de lo heterogéneo, fragmentario y alea-
torio en la posmodernidad. Ahora bien, ¿por qué se produciría este fenómeno en
Marcial Paz? Es posible que se deba al hecho de que el pintor ocupa escenarios
culturales muy diversos y heterogéneos (Santiago, París, Tánger, Nueva York, México
D.F., Tlapetaque), asimilando conflictivamente el Zeitgeist desde su relación inme-
diata con la vanguardia artística. Cada escenario en el que se inserta brinda a Marcial
la ocasión de experimentar la contemporaneidad en todas sus manifestaciones, y
cada vez las vivencias son radicalmente distintas, así también las afectivas. En con-
traste, cada ciudad es para Carlos Feria prácticamente un eslabón clonado del sintagma
espacial que recorre una y otra vez. La ciudad anterior es la actual y la próxima, pero
él tiene la suficiente lucidez para reconocerlo. Al menos su conciencia en este senti-
do no está anestesiada.
Si hay un rasgo que identifica con nitidez el tipo de relaciones que se produ-
cen entre los personajes de El nadador, este es la precariedad y lo provisional,
aunque también conviene recordar la situación triangular que afecta a Max, Alejan-
dra y Virginia. Agreguemos al anterior otro triángulo afectivo, el constituido provi-
soriamente por Max, Bibi, su fugaz amante y vecina, y Mario Salman, el también
intermitente amante de esta. No detectamos en los vínculos que “ligan” a estos per-
sonajes una mínima voluntad de permanencia en el tiempo, sino por el contrario, una
actitud de constante fuga hacia el margen de todo compromiso. Como decíamos
antes, el amor de pareja, en realidad, cualquier clase de amor, aquí es una estructura
prácticamente ausente, pues ni siquiera entre los hermanos o entre padres e hijos se
observa una decisión /compromiso (cf. Sternberg, 24-6) de entrega hacia el otro. No
obstante, hay que destacar, como en el caso de Carlos Feria respecto de su lugar en el
mundo, la lucidez de Max frente a los sentimientos hacia su cuñada. Por ello, no es
fácil pronosticar el futuro de la relación que vincula a Max y Virginia, a pesar de la
decisión de Alejandra de mudarse/fugarse para vivir con Boris, el entrenador de la
perra de la ex pareja. Es azaroso formular un pronóstico porque Max es un ser desen-
cantado del presente y parece ausente de su propio futuro, y es en este contexto en el
que se explica la virtual renuncia, año sabático de por medio, a su carrera académica
como profesor de física. Max se ha convertido en una especie de fantasma de sí
182 MARIO LILLO
BIBLIOGRAFÍA CITADA
RESUMEN / ABSTRACT
En una entrevista, el escritor Gonzalo Contreras afirma no conocer una novela, exceptuando Auto de fe
de Elías Canetti, que no contenga una historia de amor, y en otro pasaje de la entrevista, Contreras
incluye su narrativa dentro de la posmodernidad, haciendo hincapié en la inexistencia de una idea o un
metarrelato hegemónicos. Al examinar sus primeras tres novelas, podemos observar un hilo conductor
que nos lleva a especular con la posibilidad de considerar al amor como un ejemplo de la deconstrucción
y caída de los metarrelatos y del movimiento centrífugo del sujeto hacia manifestaciones o actividades
periféricas –en el caso de Contreras– de la afectividad humana. ¿Puede considerarse al amor como un
184 MARIO LILLO
metarrelato más o este se ha convertido en los tiempos posmodernos en un espacio vacío imposible de
relatar desde un centro?
Chilean writer Gonzalo Contreras states in an interview that he does not know of any novel, excepting
Canetti’s Auto de fe, which does not tell a love story. He includes his own narrative within postmodernity,
stressing the absence of a hegemonic idea or a metanarrative. In light of these two assertions, I exami-
ne his first three published novels and find that they lead us to consider love as another example of
deconstructionism and the fall of the metanarratives. That is, the centrifugal movement of the person
towards peripheral manifestations or activities (human affection in Contreras’ narratives). Can love
be considered as a metanarrative? Has love in postmodern times turned into a vacuum which cannot
be narrated from its very center?