Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
LA C I F R A
Título original:
L’ A dieu au corps
© De esta edición:
L a C ifra Editorial 2 0 0 7
IS B N : 9 7 8 - 9 7 0 - 9 5 3 2 6 - 0 - 9
© De la traducción:
Ociei Flores Flores
© Fotografía:
Daniel M ordzinski
LA C I F R A
w w w .lacifra editorial.com
Im preso en M éxico
Presentación
La modernidad tardía, contexto del fin de las ideologías, es también el tiempo del
fin del cuerpo. Hoy en día se ve llegar con júbilo “el momento bendito” del tiempo
postbiológico, postevolucionista, postorgánico, es el adiós a ese “artefacto lamentable
de la historia humana que la genética, la robótica o la informática deben reformar
o eliminar”. En estos términos expresa la tem ática que aborda en el presente libro
el antropólogo francés David Le Bretón.
En este volumen particularmente nos lleva hasta los más insospechados rinco
nes como las nuevas prácticas de procreación que apuntan al desplazamiento de
las mujeres de la gestación, o al Proyecto Genoma en un proceso de un mayor
control sobre la génesis y desarrollo humano, un mundo en el que el cuerpo sea
cada vez más un accesorio manipulable del que dependa cada vez menos la vida
de los sujetos.
1 “Nos resulta difícil fundar una moralidad rigurosa y principios austeros en el precepto de que debe
mos ocuparnos de nosotros mismos más que de ninguna otra cosa en el mundo. Nos inclinamos
más bien a considerar el cuidamos como una inmoralidad y una forma de escapar a toda posible
regla. Hemos heredado la tradición de moralidad cristiana que convierte la renuncia de sí en principio
de salvación: Conocerse a sí mismo era paradójicamente la manera de renunciar a sí mismo” (Michel
Foucault, 1990b, p. 54) “Cuando uno se preocupa del cuerpo, uno no se preocupa de sí. El sí no
es el vestir, ni los instrumentos, ni las posesiones. Ha de encontrarse en el principio que usa esos
instrumentos, un principio que no es del cuerpo sino del alma: ésta es la principal actividad en
el cuidado de sí. El cuidado de si es el cuidado de la actividad y no el cuidado del alma como sus
tancia" (ídem, p. 59)
ido desdé los tatuajes, pasando por el consumo de esteroides, hasta la aplicación
de implantes que puedan simular la existencia de una “belleza” que para muchos
justifica poner en riesgo la vida con tal de lograr esa apariencia promovida a través
de los diversos medios de comunicación.
1. El cuerpo accesorio
Sobresignificar el cuerpo 31
Dominio del cuerpo 34
El transexuaiismo o más allá del sexo 35
Marcas corporales 37
Body building 43
Body art 46
El cuerpo compañero 54
3. La m anufactura de un hijo
La asistencia médica en la procreación 69
El cuerpo indeseable de la mujer:
la gestación fuera del cuerpo 76
La mujer corregida médicamente 79
Útero en renta 82
Embarazo masculino 83
La invención del embrión 84
El examen de entrada en la vida 86
El derecho al infanticidio 96
Indecidible 96
4. Un borrador del cuerpo para las ciencias de la vida
La información como mundo 99
El Proyecto Genoma 101
Lo genéticamente correcto 103
La patente de lo vivo 115
El control genético 118
El demiurgo genético 123
La clonación o el hombre duplicado 127
Transgénesis animal 131
7. El cuerpo está de m ás
Inteligencia artificial o artificios de la inteligencia 173
La objeción del cuerpo 178
El androide sensible e inteligente 184
La pasión informática 188
Homo silicium 193
Cyborg manifestó 196
El fin del cuerpo 200
O bertura 209
Bibliografía 214
Hacía tiempo que el hombre se había formado un ideal de
la omnipotencia y de la omnisciencia y lo encarnaba en sus dioses
[...]. Ahora que se ha acercado considerablemente a este ideal se ha
convertido él mismo casi en un Dios. Pero solamente, a decir verdad,
en la medida en que los hombres saben en general alcanzar un tipo de
perfección, es decir, incompletamente: en algunos aspectos
de ningún modo, y en otros, a medias.
El hombre se ha convertido, por decir así, en una especie de Dios
protético, Dios ciertamente admirable cuando reviste sus órganos
auxiliares, pero éstos no se han desarrollado con él y con frecuencia son
fuente de inquietud.
Sigmund Freud,
Malaise dans ia civilisation
I n t r o d u c c i ó n : ” "ü n “F ó T ra d ó°r d e f c u é r p o
El o d i o al c u e r p o
En el mundo occidental pervive, desde los presocrátlcos, una tradición
de sospecha dirigida al cuerpo, como puede verse en Empédocles o en
Pitágoras. Platón, por su parte, entiende el cuerpo como tumba del alma,
imperfección radical de una humanidad cuyas raíces no se encuentran
en el cielo sino en la tierra. El alma ha caído al interior de un cuerpo que
lo aprisiona. Ciertamente, los griegos no rechazan el placer; el gozo del
mundo no está prohibido, a pesar del lastre de la carne. Las diferentes
doctrinas gnósticas radicalizan el odio al cuerpo; arraigadas en lugares
y tiempos distantes, cada una de ellas guarda un núcleo de pensamiento
que reaparece fielmente en un sistema y en otro. Para los gnósticos,
el mundo sufre una indignidad radical; es malo por esencia; creado por un
demiurgo inferior que ha tomado a Dios por sorpresa o por una multitud
de entidades temibles que se han interpuesto entre Dios y los hombres.
El mundo sensible no es obra de un Dios de sabiduría y de verdad sino una
creación defectuosa, un simulacro. El hombre participa simultáneamente
del reino de la luz y de las tinieblas, desgarrado entre el mundo superior
y el mundo inferior. Su caída no es completa, puesto que posee a pesar
de todo una chispa divina. La gnosis manifiesta un realismo riguroso: por
una parte, se extiende la esfera negativa: el cuerpo, el tiempo, la muerte,
la ignorancia, el mal; por otra, la plenitud, el conocimiento, el alma, el bien,
etcétera. Como consecuencia de una catástrofe metafísica, el bien fue
absorbido por el mal, y el alma vuelta cautiva de un cuerpo sometido a la
duración, a la muerte y a un universo oscuro en el que ha olvidado la luz.
El hombre es lanzado a un mundo inacabado e imperfecto, acechado por
un mal menos moral que material.
Los gnósticos llevan al extremo el odio al cuerpo, al hacer de él una
indignidad sin remedio. El alma ha caído en el cuerpo -ensom atosis- en el
cual se pierde. La carne del hombre es la parte maldita, destinada al enve
jecimiento, a la muerte, a la enfermedad. Es la carroña, la materia. El mal
es biológico. La carne, dice Cioran, es “perecedera hasta la indecencia,
hasta la locura, es no solamente sitio de enfermedades, es la enfermedad
misma, nada incurable, ficción degenerada en calamidad... y me absorbe
y me domina de tal modo que mi espíritu no es más que visceras” (Cioran,
1969, 54). El cuerpo produce asco. Cioran retoma un argumento clásico
ya presente en Agustín, evocado por Holbein o Baldung Grien, y prolon
gado por el tema de las “vanidades” en la pintura, para estigmatizar el
amor o la debilidad por el cuerpo, sobre todo el de la mujer (evidentemente
más cuerpo que el del hombre para esos imaginarios masculinos), y recor
dar al hombre la humildad de su condición. “ Para vencer los apegos y los
inconvenientes que se desprenden de ello, dice Cioran, sería necesario
contemplar en un ser la desnudez última, perforar con la mirada sus entra
ñas y lo demás, rodar sobre el horror de sus secreciones, en su fisiología
de Macabeo inminente. Esta visión no debería ser mórbida sino metódica:
una obsesión particularmente saludable dirigida los infortunios” (págs. 56,
57). El cuerpo aparece así como el límite insoportable del deseo, su enfer
medad incurable. De manera radical, el extremo contemporáneo? retoma
el proceso y condena a su vez el cuerpo anacrónico, tan por debajo de
los avances tecnológicos de las últimas décadas. El cuerpo es el pecado
original, la mancha de una humanidad que algunos lamentan que no sea
de origen tecnológico. El cuerpo es un miembro prescindible que sería
necesario suprimir (Le Bretón, 1990). La religiosidad gnóstica va más allá
de sus múltiples formas doctrinales y reaparece hoy bajo una forma laici
zada, pero poderosa, en ciertos elementos de la tecnociencia. Es incluso
un dato estructural del extremo contemporáneo que hace del cuerpo un
espacio que debe ser eliminado o modificado de una manera o de otra3.
2 Entendemos por “extremo contemporáneo” las iniciativas inéditas hoy en día, las que ponen ya un pie
en el futuro en el ámbito de lo cotidiano o de la tecnociencia, las que provocan rupturas antropológicas
y que traen consigo el desconcierto de nuestras sociedades. Los discursos entusiastas acerca del mañana,
que cantan gracias al “progreso científico”, ocupan desde luego un lugar privilegiado, especialmente aque
llos cuyo proyecto es eliminar o corregir el cuerpo humano.
3 Lucien Sfez analiza el mito contemporáneo de la salud perfecta al ponerlo en relación con el de Adán antes
de la Caída. Un Adán sin Eva, por lo tanto, sin sexualidad, sin enfermedad, sin muerte, sin pecado (Sfez,
1995, 371 ss.). Un Adán sin otro y sin cuerpo o, dicho de otro modo, un cuerpo absolutamente perfecto,
un cuerpo libre del cuerpo, de alguna manera.
El c u e r p o a l t e r e g o
En el discurso científico contemporáneo, el cuerpo es pensado como mate
ria indiferente, simple soporte de la persona. Ontológicamente distinto al
sujeto, se convierte en un objeto manipulable que puede ser mejorado,
materia prima en la cual se diluye la identidad personal, y ya no una raíz
identitaria del hombre. Doble del ser humano pero no por su conciencia,
sino al contrario, por la evocación de los prejuicios del conservadurismo
o de la ignorancia de aquellos que desean fijar límites a la fragmentación
de la corporeidad humana. El cuerpo es normalmente concebido como
un alter ego, objeto del rencor de los científicos. Sustraído al hombre, que
encarna a la manera de un objeto desprovisto de su carácter simbólico,
el cuerpo es despojado de cualquier valor (Le Bretón, 1990). Envoltura
de una presencia, arquitectura de materiales y de funciones, lo que funda
su existencia no es la irreductibilidad de su sentido y de su valor, el hecho
que sea la carne del hombre, sino la permutación de los elementos y de
las funciones que aseguran su funcionamiento. El cuerpo se declina en
piezas separables, se fragmenta. Estructura modular de piezas sustitui-
bles y mecano que sostiene la presencia sin serle fundamentalmente nece
sario, el cuerpo es hoy reconstruido por razones terapéuticas que casi
no despiertan objeciones, aunque también es remodelado por motivos
de conveniencia personal, en ocasiones incluso en la persecución de una
utopía técnica de purificación del hombre, de rectificación de su ser en el
mundo. El cuerpo encarna la parte mala, el borrador que hay que corregir.
La i n v e n c i ó n d el c u e r p o
El momento inaugural de la ruptura concreta del hombre con su cuerpo
ha sido analizado en otra parte en relación con la empresa iconoclasta
de los primeros anatomistas -quienes rasgan los límites de la piel para
llevar a su término la disección, el desmantelamiento del sujeto (Le Bretón,
1993). Aislado del hombre, el cuerpo humano se convierte en objeto
de una curiosidad que ya nada detendrá. Desde Vesalio, la representa
ción médica del cuerpo se desliga de una visión simultánea del hombre.
La aparición de De humani corporis fabrica en 1543 es un momento simbó
lico de esta mutación epistemológica que orienta, en diversas etapas, a la
medicina y a la biología contemporánea. Los anatomistas, antes de Descartes
y de la filosofía mecanicista, fundan un dualismo que se ubica en el centro
de la modernidad, y no solamente de la medicina: aquel que establece
una distinción entre el hombre y su cuerpo. La medicina trata con mucha
frecuencia al hombre menos en su singularidad sufriente que como cuerpo
enfermo. Los problemas que se exponían hasta hace unos años con rela
tiva discreción, adquieren una amplitud considerable con la acentuación
y el refinamiento de los medios técnicos, la especialización de los trata
mientos, la pérdida de importancia del cuerpo, el mito de la salud perfecta
(Sfez, 1995), y sobre todo la toma de conciencia y la información conside
rables de los pacientes.
El c u e r p o s u p e r f l u o
El hombre dispone del mismo cuerpo y de los mismos recursos físicos
que el hombre del neolítico, de la misma fuerza de resistencia a las varia
ciones de su medio. Durante milenios, y aun hoy en día en gran parte del
mundo, los hombres han caminado para trasladarse de un lugar a otro;
han nadado; se han agotado produciendo cotidianamente los bienes nece
sarios para su placer y su supervivencia. Su relación con el mundo se da
a través del cuerpo. Nunca antes, sin duda, como sucede hoy en nues
tras sociedades occidentales, los hombres habían utilizado tan poco su
cuerpo, su movilidad, su resistencia. La tensión nerviosa (estrés) ha reba
sado el gasto físico. Las capacidades musculares caen en desuso fuera de
los gimnasios, relegadas por la energía inagotable que proporcionan las
máquinas. Aun las funciones más elementales del cuerpo como caminar
o correr retroceden considerablemente y no son sino raramente solicitadas
en la vida cotidiana como actividades de compensación o de mantenimiento
de la salud. Subempleado, estorboso, inútil, el cuerpo se convierte en una
preocupación; pasivo, expresa su malestar. El auto se impone incluso para
los desplazamientos menores, que podrían ser fácilmente realizados a pie
o en bicicleta. Habría que decir algo sobre la manera en la cual el auto
móvil suplanta el cuerpo y lo vuelve anacrónico, sobre la manera en que
la asociación hombre-auto se ha convertido en una figura espectacular
del cyborg5 (organismo humano hibridado a la máquina con el propósito
de acrecentar su eficacia en un dominio particular). Casi nadie se baña
ya en los ríos o en los lagos (salvo en raros sitios autorizados). El anclaje
corporal de la existencia pierde su poder. Innumerables prótesis técnicas
contribuyen para reducir más aún el uso de un cuerpo transformado en
4 El desprecio del cuerpo se traduce con igual violencia al cine o a la literatura gore en donde es compla
cientemente destripado, lacerado, desmembrado, serruchado, desmantelado, etcétera. A este respecto
consultar nuestra obra La Chairé v if ( 1993).
5 En inglés en el original, en adelante cuando esto ocurra se indicará con cursivas. (N. del T.).
vestigio: escaleras eléctricas, bandas rodantes, en los que ei usuario casi
siempre Inmóvil se deja transportar, no importa que deba multiplicar ense
guida sus caminatas o las horas de acondicionamiento. El cuerpo es una
carga que se vuelve más penosa a medida que se atrofia. Esta restricción
de las actividades físicas y sensoriales incide en la existencia del individuo:
reduce su visión del mundo; limita su campo de acción en la realidad; dismi
nuye la sensación de continuidad del yo; debilita su conocimiento directo
de las cosas, y es causa permanente de malestar (Le Bretón, 1990). Con
notable intuición, P. Virilio percibió en los años setenta este debilitamiento
de las actividades propiamente físicas del hombre y señaló, sobre todo,
cómo “la humanidad urbanizada se convierte en una humanidad sen
tada” (Virilio, 1976, 269). A excepción de los contados pasos que se dan
para levantarse, entrar o salir del auto, los individuos permanecen, en su
mayoría, sentados a lo largo del día. Ese olvido del cuerpo en la vida coti
diana no es nuestro tema, no lo abordaremos aquí, pero al inicio de esta
obra conviene subrayar que marca una profunda ruptura en la unidad del
hombre, cuya relación con el mundo es necesariamente física y sensorial.
Puesto entre paréntesis en la vida cotidiana, el cuerpo vuelve a atraer la
atención de los individuos bajo la forma del síntoma.
I t i n e r a r i o d e la o b r a
Las aventuras del cuerpo disociado de la persona y percibido como un ma
terial accidental, inapropiado pero moldeable, es lo que nos proponemos
estudiar en esta obra, desde un ángulo antropológico.
Veremos, primeramente, el cuerpo vivido como accesorio de la per
sona, artefacto de la presencia, objeto de una escenificación de sí mismo,
alentado por un deseo de recuperar su existencia, de crear una identidad
provisional más favorable. El cuerpo es entonces sometido a un design
a veces radical, que no deja nada indemne (body building, marca corpo
ral, cirugía estética, transexualismo). Expuesto como representante de sí
mismo, origen identitario manipulable, el cuerpo se convierte en afirmación
de sí, puesta en evidencia de una estética de la presencia. No se trata ya
de conformarse con el cuerpo que se tiene, sino de modificar sus cimien
tos para completarlo o transformarlo conforme a la idea que nos hacemos
de él. Sin los suplementos introducidos por el individuo en su estilo de vida
o sus acciones deliberadas de metamorfosis física, el cuerpo sería una
forma decepcionante, insuficiente para expresar sus aspiraciones. Con
tan diversas apariencias, el cuerpo no responde ya a la unidad fenome-
nológica del hombre; es un elemento material de su presencia pero no
su identidad, puesto que el hombre no se reconoce en él sino de manera
secundaria, después de haber efectuado un trabajo de sobresignifica-
ción que le permite reivindicarlo. Al cambiar su cuerpo, pretende cambiar
su vida. Se trata en este caso del primer grado de la sospecha en contra
del cuerpo (capítulo 1). El bricolaje de sí mismo con ayuda de útiles técni
cos se percibe ya en la vida cotidiana en el uso de psicotrópicos que regu
lan la tonalidad efectiva de la relación con el mundo. La desconfianza hacia
el cuerpo o, mejor dicho, hacia sí mismo, lleva al consumo psicofarmacoló-
gico de la molécula que debería producir el estado moral deseado; a recu
rrir a la psicofarmacología sin estar de ninguna manera enfermo. Se toman
productos para dormir, para despertase, para estar en forma, para tener
energía, para acrecentar la memoria, para suprimir la ansiedad, el estrés,
tantas prótesis químicas para un cuerpo que parece desfallecer frente
a las exigencias del mundo contemporáneo, para salir a flote en un sistema
siempre más activo y exigente (capítulo 2).
Las fronteras del cuerpo, que son simultáneamente los límites iden-
titarios del individuo mismo, saltan en pedazos y siembran el descontrol.
Si el cuerpo se disocia de la persona y no se vuelve, sino circunstancial
mente, un “factor de individuación” , el claustro que es el cuerpo no asegura
ya la afirmación del yo; en consecuencia, toda la antropología occidental se
oculta y se abre hacia lo inédito (Le Bretón 1993, 298 ss.). El cuerpo es
escaneado, purificado, administrado, remodelado, renaturalizado, artificia-
lizado, recodificado genéticamente, desarmado y reconstruido o eliminado,
estigmatizado en nombre del “espíritu" o de un “mal gene” . Su fragmenta
ción es la consecuencia de la fragmentación del sujeto. El cuerpo es hoy
en día una apuesta política mayor, es el termómetro fundamental de nues
tras sociedades contemporáneas.
I. El c u e r p o a c c e s o r i o
S o b r e s i g n i f i c a r el c u e r p o
En nuestras sociedades, el bricolaje simbólico se acrecienta; la cantidad
de conocimiento y de servicios a disposición de los individuos se ha exten
dido desmesuradamente. La maleabilidad de sí mismo, la plasticidad del
cuerpo se vuelven lugares comunes. La anatomía no es ya un destino sino
un accesorio de la presencia, una materia prima que hay que trabajar,
redefinir, someter al design del momento. El cuerpo se ha convertido para
muchos contemporáneos en una representación provisional, un símbolo,
un lugar ideal para la escenificación de “efectos especiales". Desde hace
unos diez años, millones de actores lo transforman en un emblema. Entre
el hombre y su cuerpo se da un juego en el doble sentido del término. Esta
versión moderna de dualismo no opone ya el cuerpo al espíritu o al alma
sino, precisamente, al sujeto mismo. En nuestras sociedades contemporá
neas el cuerpo no es únicamente la asignación de una identidad intangible,
la encarnación irreductible del sujeto, su ser-en-el-mundo; interpretado
como una construcción, un elemento de conexión, una terminal, un objeto
transitorio y manipulable susceptible de numerosos acoplamientos, el
cuerpo no es ya identidad de sí mismo, destino de la persona: se ha conver
tido en un kit, una suma de partes eventualmente separables y puestas a la
disposición del individuo afanado en un bricolaje de sí mismo, y para quien
Forma de reproducción asexual distinta de la gemación. En la escisiparidad la reproducción se realiza por esci
sión del individuo en partes más o menos diferenciadas (Diccionario de términos sanitarios). (N. del T.).
el cuerpo es justamente la pieza maestra de su afirmación personal, j
El cuerpo es hoy un alter ego, un doble, un otro sí mismo, pero disponible
para todas las modificaciones, prueba radical y modulable de la existen
cia personal y exhibidor de una identidad provisional o permanentemente
elegida (Le Bretón, 1990).
7 Así se le conoce a la mutilación voluntaria del cuerpo, este término proviene de las prácticas realizadas
por Bruce Lauden. (N. del T.).
8 Los Estados Unidos descubren hoy en día una profusión de Múltiple Personality Disorders (Desórdenes
de Personalidad Múltiple) en el terreno de la psiquiatría y de la justicia; es decir, una sucesión de perso
nalidades que habitan el mismo individuo, que lo dominan y que lo empujan a acciones que no reconoce
posteriormente (Behr, 1995).
Jae"marieráuvís¡ble sobre su cuerpo. Helena Velena, profunda conocedora
del medio italiano de la sexualidad telemática y del juego de las identidades
sexuales, escribe que “querer modificarse, querer poner el propio cuerpo
en relación con su propio self no es ni una enfermedad ni algo de lo cual
deba alguien avergonzarse, sino algo que hay que reconocer abiertamente
a la luz del día con orgullo. Un himno a la libertad, como lo enseñan el tran-
sexualismo o el ‘cibersexo’” (Velena, 1995; 191). El cuerpo se convierte
en el emblema del self. La interioridad del sujeto se traduce en un esfuerzo
constante de exterioridad, se reduce a su superficie. Es necesario salir
de sí para llegar a ser sí mismo. Más que nunca, para retomar a Paul Valéry,
“lo más profundo es la piel” .
D o m in io del c u e r p o
La relación del individuo con su cuerpo se define en términos del domi
nio de sí mismo. El hombre contemporáneo es alentado a construir su
cuerpo, a conservar su forma, a modelar su apariencia, a ocultar el enve
jecimiento o la fragilidad, a mantener “su potencial de salud” . El cuerpo es
hoy en día un motivo de presentación de sí. Para Richard Sennett, el culto
del cuerpo es una forma moderna de la ética protestante (Sennett, 1979,
269). J.-J. Courtine ve en ello “ una de las formas esenciales de compro
miso que pasa por la ética puritana con las necesidades del consumo de
masa” . Se descubre en ello, así, no una desaparición de las prohibiciones
sino, precisamente, una nueva distribución de las obligaciones (Courtine
1993, 242). El extremo contemporáneo elige el cuerpo como realidad en sí,
en simulacro del hombre, a través del cual se evalúa la calidad de su
presencia, y en el cual él mismo exhibe la imagen que quiere dar a los
otros. “Es por medio de su cuerpo que se le juzga y que se le clasifica”,
dice en el fondo el discurso de nuestras sociedades contemporáneas.
Nuestras sociedades sacralizan el cuerpo como un emblema de sí mismo.
De ahí que se le construya a la medida, para no faltar a la inclinación
por la mejor apariencia. Su propietario, con la mirada fija en sí mismo,
vigila que su cuerpo sea un representante de sí lo más ventajoso posible.
Las condiciones sociales y culturales de los individuos matizan, cierta
mente, esta afirmación, pero tal es, al menos, el ambiente de nuestras
sociedades en relación con el cuerpo. Si en todas las sociedades humanas
el cuerpo es una estructura simbólica (Le Bretón, 1990; 1993), en nues
tros días se convierte en una escritura altamente reivindicada, apoyada en
un imperativo de transformarse, de remodelarse, de aparecer en el mundo.
La significación que perciben todas las sociedades, según sus usos cultura
les, se vuelve aquí una escenificación deliberada de sí mismo, con innume
rables variaciones individuales y sociales que hacen del cuerpo una materia
que hay que trabajar según las tendencias del momento. En una sociedad
de individuos, la colectividad de pertenencia no provee ya, más que de
manera alusiva, los modelos o los valores que orientan su acción. El sujeto
mismo es el maestro de obra que decide la dirección de su existencia.
El mundo, a partir de entonces, es menos la herencia incontrovertible de la
palabra de los mayores o de los usos tradicionales que un conjunto dispo
nible a su personal albedrío, que no exige más que el respeto de algunas
reglas. El extremo contemporáneo define un mundo en el cual el significado
de la existencia es una decisión del individuo y ya no una evidencia cultural.
La relación con el cuerpo depende menos de la evidencia de la identidad
consigo mismo que de la identidad que se establece con un objeto externo.
Es importante administrar su propio cuerpo del mismo modo que se admi
nistran otros patrimonios, de los cuales el cuerpo se diferencia cada vez
menos. El cuerpo se ha convertido en una empresa que hay que dirigir
lo mejor posible según los intereses del sujeto y su idea de la estética.
El sello del dominio es el paradigma de la relación con el propio cuerpo
en el contexto contemporáneo. Cualquier cuerpo contiene la virtualidad de
innumerables otros cuerpos que el individuo es susceptible de exteriorizar,
si se convierte en manipulador de su apariencia y de sus afectos; la pérdida
de poder de los sistemas sociales de sentido conduce a una concentra
ción identificada sobre sí. La vuelta al cuerpo, a la apariencia, a los afectos
es un medio de reducir la incertidumbre, por medio de la búsqueda de los
límites simbólicos cercanos a sí mismo. No le queda al individuo más que
el cuerpo, en el cual puede creer, en el cual pueda apoyarse.
El t r a n s e x u a l i s m o o m á s a l lá d e l s e x o
El cuerpo del transexual es un artefacto tecnológico, una construcción
quirúrgica y hormonal, un moldeamiento plástico apoyado en una volun
tad firme. Jugador de su existencia, el transexual pretende revestir por
un momento una apariencia sexual conforme a su inclinación personal.
El sexo de elección surge de una decisión propia y no de un destino anató
mico; el transexual vive a través de una voluntad deliberada de provocación
o de juego; suprime los aspectos demasiado significativos de su antigua
corporeidad para abordar los signos inequívocos de su nueva apariencia;
se moldea cotidianamente un cuerpo siempre inacabado, siempre por
conquistar, gracias a las hormonas y a los cosméticos, gracias al vestido
y al estilo de la presencia. La feminidad o la masculinidad, lejos de ser
la evidencia de la relación con el mundo, son objeto de una producción
permanente, basada en el uso apropiado de signos, en una redefinición
de sí conforme al design corporal. Masculinidad y feminidad se convierten
en un vasto campo de experimentación. La categoría sexual masculina,
en particular, es profundamente cuestionada. “ Para la imaginación mascu
lina, dice Cooper, el ‘trans’ es una experiencia que trastorna, puesto que se
ubica en la tierra de nadie, entre la homo y la heterosexualidad que incuban
en cada uno de nosotros. Cuando juegas con un ‘trans’ es como si tú satis
ficieras una curiosidad infantil de ver y/o tocar, de sentir cómo están hechos
los hombres como tú, sin tener que sacrificar la excitación que produce
el encuentro con una mujer” (Cooper, 1997, 86). H. Velena pondera el
transexualismo cuando lo describe en estos términos: “ una identidad
de la no identidad, o mejor, una reivindicación de sí que nace de no sentirse
atado a una situación definida y definitiva, sino al contrario, en tránsito,
en transformación, en relación, en flux. El transexualismo es para quien
tiene una barba y quiere salir en minifalda; quien quiere solamente lamer los
pies de su pareja; quien gusta de hacerse amarrar o poseer senos magnífi
cos pero también un pene perfecto...” (Velena, 1995, 211).
Marcas corporales
En los años setenta, los punk, en su deseo de ridiculizar las convencio
nes sociales de apariencia física y vestimentaria, se perforan a menudo el
cuerpo con alfileres, se cuelgan en la piel cruces gamadas, símbolos reli
giosos, toda clase de objetos heteróclitos. El cuerpo es quemado, mutilado,
perforado, grabado, tatuado, envuelto en ropas inapropiadas. El odio hacia
lo social se convierte en un odio hacia el cuerpo, que simboliza justamente
la relación obligada hacia el Otro. A la inversa de una afirmación estética,
importa expresar una disidencia brutal con la sociedad londinense y, ense
guida, la británica. El cuerpo es una superficie de proyección cuya altera
ción ridiculizante testimonia el rechazo radical que hace una cierta juventud
de sus condiciones de existencia. La cultura punk entra, sin embargo, en el
circuito del consumo, desviada, transformada en estilo. Las marcas corpo
rales cambian radicalmente de estatus, absorbidas por la moda, el deporte,
la cultura naciente y múltiple de las jóvenes generaciones, y se diversifican
igualmente en una búsqueda de singularidad personal: tatuaje, piercing,
branding (dibujo o signo marcado sobre la piel con hierro al rojo vivo o con
láser), escarificación, laceración, fabricación de cicatrices en relieve, stret-
ching (agrandamiento de las perforaciones del piercing), implantes subcu
táneos, etcétera.
9 El travestismo es, por otra parte, una dimensión esencial del body art que manifiesta la voluntad de tras
pasar los límites de la identidad sexual (Joumiac, Luthi, Molinier, Castelli). Cantantes conocidos juegan
igualmente con la ambigüedad de su apariencia: David Bowie, Boy George, Michael Jackson, quien se ha
hecho remodelar el rostro, alaciar los cabellos, aclarar la piel, etcétera, es un ejemplo impresionante de la
manera en que el cuerpo llega a ser una apariencia cuya escenificación es el equivalente a una venida al
mundo.
Lombroso y Lacastaño no tienen ninguna duda de que los individuos tatua
dos son “salvajes"; es decir, para ellos, menos que hombres, poco civiliza
dos y propensos a toda forma de delincuencia. Bárbaros de aquí y de allá
escogerían ellos mismos dar significado a su infamia mediante ese dibujo
voluntario que traduce su disidencia frente a los valores considerados como
aquellos de la civilización. Un tejido de prejuicios ensombrece largo tiempo
el conjunto de las investigaciones sobre el tema. Doble desconocimiento:
el del significado cultural de las marcas corporales en las sociedades tradi
cionales, y el de la significación íntima de la marca voluntaria, en los medios
populares; y doble desprecio: sentimiento de superioridad de la civilización
“ blanca” , portadora de “progreso” ; y temor frente a las clases trabajado
ras, percibidas como clases peligrosas. Hoy en día, el tatuaje sale de la
clandestinidad y se aleja de la mala imagen que durante largo tiempo fue
la suya; su valor se revierte, incluso, y se suaviza, al aparecer en el comer
cio kits de tatuaje provisional. El entusiasmo por las marcas corporales
abraza al conjunto de nuestras sociedades y, con el piercing, particular
mente a las nuevas generaciones.
12 Sobre Fakir Musafar y sobre los M o d ern P rim itive s consultar el artículo de Re/Search (1989).
El signo tegumentario es en lo sucesivo una manera metafórica de
escribir en la carne momentos clave de la existencia: una relación amorosa,
una convivencia amistosa o política, un cambio de estatus, un recuerdo
bajo una forma ostentosa o discreta, en la medida en que su significado
permanece a menudo enigmático para la mirada de los otros, y por el
lugar más o menos accesible a su mirada en la vida cotidiana. Es recuerdo
de un evento significativo de liberación personal, de un suceso de la exis
tencia del cual el individuo quiere guardar la huella; una reivindicación iden-
titaria que hace del cuerpo una escritura dirigida a los otros; una forma
de protección simbólica contra la adversidad; una superficie protectora
contra la incertidumbre del mundo. La marca tegumentaria o la alhaja
del piercing son también modos de afiliación a una comunidad flotante,
a menudo con una complicidad que se establece desde el inicio entre los
que la comparten. Se inscriben también como atributos de un estilo más
amplio, que marca la adhesión a una comunidad urbana particular. Rito
personal para transformarse cambiando la forma de su cuerpo. El individuo
juega con las referencias y las tradiciones, y construye un sincretismo que
se ignora; la experiencia de la marca se transforma entonces en experien
cia espiritual, en rito íntimo de pasaje (Jeffrey, 1998; Le Bretón, 1991).
Bo dy building
Contrariamente a las pretensiones de ciertas corrientes de la Inteligencia
Artificial que niegan la importancia del cuerpo para hacer del hombre
un puro espíritu-computador, el body builder reafirma con la misma radica-
lidad (o ingenuidad) el dualismo entre el espíritu y el cuerpo, y le apuesta
a este último, en una forma de resistencia simbólica, para restaurar o cons
truir un sentimiento de identidad amenazado. El body builder transforma
el cuerpo en una especie de máquina, versión viva del androide. El Yo
emerge a la superficie del cuerpo en una forma hiperbólica; la identidad
adquiere forma en los músculos como una producción personal y controla
ble. El body builder se reapropia su cuerpo y, al hacerlo, retoma el control
de su existencia. En las fronteras inciertas del mundo en el cual vive,
impone los límites tangibles y poderosos de sus músculos, sobre los cuales
ejerce un dominio radical, tanto en los ejercicios que se impone como en
su alimentación transformada en dietética meticulosamente calculada,
o en su vida cotidiana, siempre bajo la égida del control y de la economía.
El body builder se preocupa sólo por adquirir masa muscular; la grasa
es para él un parásito que desencadena una estrategia permanente de movi
lización. Desde luego, para que el principiante se forje una "base” suficiente
debe primeramente comer por cuatro, para desarrollar su volumen físico.
En seguida, la grasa acumulada es convertida en alimento del músculo,
mediante un ejercicio riguroso y un régimen apropiado. Su alimentación,
pura materia para fabricar músculo, está basada en un sabio cálculo que
suma las proteínas que debe absorber. El body builder está constreñido
a cinco o seis comidas diarias, en las antípodas de la gastronomía, asimi
ladas como otra forma de trabajo obligatorio; el complemento nutricional
es dado por la proteína en polvo, minerales y vitaminas. La alimentación
se convierte en una disciplina independiente que ocupa“ ne íf’&°(3'|(|i,®^“t!
varias horas del día, mientras que el entrenamiento adquiere la forma ascé
tica de una existencia consagrada a los músculos y a la apariencia, de una
liturgia del cuerpo que se moldea sin descanso. A la indecisión de la perte
nencia sexual que caracteriza a nuestras sociedades, el body builder opone
la demostración inequívoca de su masculinidad. En la mujer comprome
tida en una práctica intensa, la ingesta de hormonas masculinas, asociada
a la dietética y a los ejercicios, tiende a borrar la feminidad y a producir un
cuerpo nuevo en su forma, irreconocible, a no ser por el corte de cabe
llo o por el vestido. Miles de hombres y de mujeres se agotan sobre su
cuerpo concebido como un alter ego (de halter ego13), colocado siempre
como un espejo frente a ellos, puesto que las salas de musculación están
cubiertas de éstos, y que los ejercicios requieren su presencia. Se trata
de fabricarse a sí mismo y hacer de su cuerpo una pieza de valor. C. Plaziat,
el decatlonista francés, como buen dualista, “expresa su orgullo de poseer
esta musculatura [...] de haber construido su cuerpo durante años y años.
Todo esto administrado por la cabeza que induce la voluntad y el valor”
(Actual núm. 19, 1992). El léxico no guarda ambigüedades. En Francia,
un sondeo de las SOFRES, efectuado en 1995, contabiliza cuatro millones
de personas que van de la frecuentación regular e intensiva de las salas
a una práctica más relajada de acondicionamiento físico mediante muscu
lación. Se sabe que en los Estados Unidos (Courtine, 1993) o en Brasil
(Malysse, 1999) el fenómeno toma una amplitud social considerable.
14 P. Schelde habla con ironía en este sentido del actor Amold Schwarzenegger, mucho tiempo modelo abso
luto del body builder. “es como la pieza de una poderosa tecnología; usted lo lleva a cualquier sitio y pre
siona un botón: él se pone en acción. Es el último cuerpo dócil, el cuerpo construido, realzado mediante
esteroides y que integra un espíritu igualmente dócil: la computadora inteligente que ejecuta los programas,
pero poca cosa aparte de esto" (Schlede, 1993, 203).
15 Ver a este respecto los análisis de M. Dery (1998).
piel, un “sobrecuerpo” , una carrocería protectora bajd1í§cle£iaíngeoá í^ jtg j|& r
fin al abrigo, en un universo cuyos parámetros controla. El dolor reaparece
aquí como confrontación simbólica en el límite y como obstáculo provisio
nal de una identidad por construir (Le Bretón, 1995)16. La sala de acondi
cionamiento físico es a menudo comparada a una cámara de tortura. Entre
más se sufre, mejor se desarrollan los músculos y se ponen de relieve.
Al mismo tiempo, el dolor se convierte en un placer difuso que los body
builders suelen comparar con un acto sexual. La sensación reemplaza
al sentido; el límite inducido por el cuerpo substituye al límite que la socie
dad no proporciona ya y que es necesario definir de manera personal.
Body art
El body art contemporáneo que abordaremos aquí, sobre todo en los ejem
plos significativos de Orlan y de Stelarc, ilustra el estatus inédito de un
cuerpo transformado en objeto. El inicio del body art se inscribe en el difícil
clima político de la presencia americana en Vietnam, de la Guerra Fría, del
descubrimiento de la droga, de la conmoción de las relaciones hombre-
mujer, del cuestionamiento de la moralidad antigua, sobre todo a través
de la liberación sexual, del culto del cuerpo. Se pone de manifiesto una
conciencia aguda del distanciamiento entre las posibilidades de realiza
ción individual y el enclaustramiento de las sociedades en un grillete moral
y, particularmente, mercantil. Las consignas de transformar la sociedad
(Marx) y de cambiar la vida (Rimbaud) conjugan su fuerza crítica contra las
defensas de un mundo obstinado en durar, a pesar de sus desigualdades
y sus injusticias. La conciencia infortunada de ciertos artistas permanece
viva y conduce a formas radicales de expresión artística. El cuerpo entra
en escena en su materialidad. La corporización del arte como acto inscrito
en lo efímero del momento, inserto en una ritualidad concertada o impro
visada, según las interacciones de los participantes, critica los engranajes
sociales, culturales y políticos, mediante un compromiso personal inme
diato. El body art es una crítica a través del cuerpo de las condiciones
de existencia. Oscila, según los artistas y los performances, entre la radi-
calidad del atentado directo a la carne, mediante un ejercicio de crueldad
16 Hemos abordado ampliamente la relación íntima con el dolor muscular en las actividades físicas y depor
tivas del extremo (1991, 1995), no la mencionaremos aquí pero reencontraremos en numerosas activi
dades este mismo paso obligado por el dolor para producir sentido. La cultura sadomasoquista que los
punks sacaron de sus cuarteles en Inglaterra en los años setenta y que la moda difundió igualmente tiene
un sensible desarrollo. En este caso se trata también de producir un dolor significante para el actor en una
relación ritualizada con un semejante.
procedimiento simbólico, en un deseo de perturbar
al auditorio, de romper, de hacer añicos la seguridad del espectáculo. Los
performances ponen en violento entredicho la identidad sexual, los límites
corporales, la resistencia física, las relaciones hombre-mujer, la sexualidad,
el pudor, el dolor, la muerte, la relación con los objetos. El cuerpo es el sitio
en el que es cuestionado el mundo. La intención no es ya la afirmación de
lo bello sino la provocación de la carne, la inversión del cuerpo, la impo
sición del asco o del horror; la exhibición de materias corporales (sangre,
orín, excremento, esperma) dibuja una dramaturgia que no deja indemne
a los espectadores y en la cual el artista paga con su persona para mostrar
con el cuerpo un rechazo a los límites impuestos al arte o a la vida coti
diana. El deseo de alcanzar físicamente al Otro está presente a menudo
en la exageración de las alteraciones o de la escenificación. El espectador
se conmueve, participa indirectamente en los sufrimientos del artista (o lo
que imagina de ellos).
Ella elige para sí una forma física; hace recortar su cuerpo a la medida
por la cirugía o, mejor dicho, lo esculpe según un catálogo de citas corpo
rales ligadas a la historia del arte (La Gioconda, Psyché, Diana, Venus,
Europa, etcétera). La autora se describe física y gozosamente como un
collage de citas, como una forma deliberadamente híbrida. Orlan reivin
dica una inversión del objetivo habitual de la cirugía con el deeeobdeioone*
truirse a sí misma, no en virtud de los criterios estéticos en vigor, sino
según un arbitrario personal que no rinde cuentas a nadie. La forma corpo
ral misma es autoritaria y conviene, por lo tanto, ignorarla para inscribir
en ella una decisión propia. El cuerpo se declina en componentes que se
pueden modificar o reorganizar. En Le Mépris (Godard), Michel Piccoli
declara su amor por diferentes partes del cuerpo de Brigitte Bardot: sus
senos, sus piernas, su espalda, etcétera, en un momento en que los une un
deseo cómplice. La enumeración no es mórbida, es un juego erótico que
responde a la búsqueda de una imagen en un espejo. Aunque, al percibir
al individuo como una serie de piezas carnales, es posible decir, al pie de la
letra según Orlan: “querida, amo tu bazo, amo tu hígado, adoro tu páncreas,
y la línea de tu fémur me excita" (Orlan, 1997, 3). El espejo se ha roto, los
órganos se separan, la materia es “carne” . Se trata de provocar la locura
y la obscenidad. En otros performances, la artista mide edificios con la vara
de su cuerpo convertido en accesorio de geometría. Se extiende sobre
el suelo, se arrastra y traza un signo con tiza. Cuenta el número de “Orlan-
cuerpos" contenido en el espacio. Se quita enseguida el vestido, lo lava
en público, recoge muestras de agua sucia y las presenta enseguida
en las galerías, selladas con cera, numeradas, con las fotografías o el video
del performance. La muerte no detendrá a Orlan, puesto que su cadáver
momificado deberá encontrarse un día en un museo formando parte de una
instalación con video interactivo. “ Mi trabajo, exclama ella, es una lucha
contra lo innato, lo inexorable, la naturaleza, el ADN (que es nuestro rival
directo como artistas de la representación) y Dios” (Orlan, 1997, 41).
El c u e r p o c o m p a ñ e r o
El imaginario social contemporáneo atribuye un valor fundamental a ese
cuerpo entendido como compañero privilegiado, como el mejor amigo que
se pueda tener, aun si las relaciones con él son a veces difíciles. Después
de un largo periodo de silencio, el cuerpo se impone hoy como el lugar
predilecto del discurso social. La individualización creciente de nuestras
sociedades occidentales ha modificado profundamente la actitud colec
tiva hacia él. El individuo elige él mismo sus valores, orientados más por
las corrientes en boga que por la fidelidad a la importancia de las regula
ridades sociales. El individuo es hoy relativamente autónomo frente a las
innumerables propuestas de la sociedad. Aislado estructuralmente por
la decadencia de los valores colectivos, de los cuales es a la vez benefi
ciario y víctima, el individuo busca en su esfera privada lo que ya no recibe
en la sociabilidad ordinaria. El individuo descubre de alguna manera,
al alcance de la mano, a través de su cuerpo, una forma posible de
trascendencia personal y de contacto con el mundo: el cuerpo no es ya
una máquina inerte sino un atter ego del que emanan sensación y seduc
ción. Se convierte en el lugar geométrico de la reconquista de uno mismo;
en territorio por explorar, al acecho de sensaciones inéditas (terapias corpo
rales, masajes, etcétera) (Perrin, 1984); en lugar de contacto con el medio
(jogging, marcha, etcétera), en sitio privilegiado de bienestar o de la buena
apariencia, gracias a la forma y a la juventud que se conservan (frecuenta
ción de salas de acondicionamiento, gimnasia, body building, cosméticos,
dietética). Se trata, por lo tanto, de satisfacer esta socialidad a mínima,
fundada en la seducción, es decir, en la mirada de los otros. El hombre
alimenta con su cuerpo, percibido como su mejor activo, una clara relación
maternal de benevolencia enternecida, de la cual obtiene a la vez un bene
ficio narcisista y social, puesto que él sabe que a partir del cuerpo, en cier
tos medios, se establece el juicio de los otros. En la modernidad, la única
consistencia del Otro es a menudo la de su mirada, lo que le queda cuando
las relaciones sociales se hacen más distantes, más medidas. Esta pasión
repentina por el cuerpo es consecuencia de la estructuración individualista
de nuestras sociedades occidentales, sobre todo en su fase narcisista, tal
como lo analizan, por ejemplo, C. Lasch, R. Sennett o G. Lipovetsky.
17 En la misma lógica del cuerpo alter ego, el cuerpo aliado se convierte fácilmente en cuerpo adversario
sobre todo en las actividades físicas y deportivas del extremo, que buscan también ejercer un dominio de
sí mismo (Le Bretón, 1991, 1995).
es asociado a un valor incuestionable y se tiende a psicologizarlo, a trans
formarlo en un lugar felizmente habitable, agregándole una especie de
suplemento de alma (suplemento de símbolo). Esta preocupación por
la apariencia, esta ostentación, esta voluntad de bienestar que lleva al indi
viduo a correr o a agotarse, no modifica en nada, sin embargo, la desapa
rición del cuerpo que reina en las relaciones sociales. El ocultamiento del
cuerpo persiste y encuentra su mejor ejemplo en la suerte que corren los
viejos, los moribundos, los minusválidos, o en el miedo que tenemos todos
a envejecer. Un dualismo personalizado se acrecienta de alguna manera;
es necesario no confundirlo con una "liberación". El hombre no será libre
en este sentido sino cuando haya desaparecido de él toda preocupación
acerca del cuerpo.
2. La p r o d u c c i ó n f a r m a c o l ó g i c a de sí m i s m o
Henry Pradal,
Le m arché de l ’angoisse
El ó r g a n o d el h u m o r
En Blade Runner (1968), de Philip K. Dick, los personajes no permiten que
se manifieste naturalmente su estado de ánimo, lo programan según un
contenido y una duración, sin temer la ambivalencia de sus sentimientos.
Así, Deckard y su mujer Irán, una pareja al borde del paroxismo, entran en
una agria discusión cuyo origen es la ambigüedad inherente a cualquier
empresa de este tipo. “Frente al teclado él titubea entre un depresor talá-
mico que calmaría su rabia y un estimulante que lo pondría suficientemente
furioso como para concluir la disputa a su favor. [...] Irán lo observa.
Esta es una actitud mágica que asegura al menos una forma de control
de sí mismo en los casos en que el medio social se vuelve problemático.
En una sociedad en crisis, obsesionada por una continua reestructuración
de sus valores y de sus fundamentos sociales, se exige a cada individuo
la utilización de sus capacidades personales de manera permanente con
el desasosiego o la ansiedad que nace del temor de no estar a la altura.
A la confusión de los puntos de referencia, a la incertidumbre que reina
sobre el porvenir, los individuos responden hoy en día con una produc
ción personal de su identidad, bajo un modelo más individualista, a través
de una especie de bricolaje cultural en el cual las influencias sociales se
sustentan más en las corrientes del tiempo que en regularidades profundas
y duraderas. Ya no es la sociedad la que da un significado a la existencia
a través de la integración inequívoca del individuo. Este último tiende cada
vez más a autoreferenciarse, a buscar en él mismo, en las capacidades
que le son propias, lo que buscaba antes en el contacto con los otros,
en las instituciones sociales, en la cultura. La variedad de sus elecciones
es considerable, aunque la paradoja de la libertad estriba en que se nece
sita una brújula para orientar su uso. “Aterradora, decía Gide, una libertad
que no es guiada por un deber” . La libertad es siempre equívoca para el
hombre cuyo sentimiento de identidad es ambivalente, ambiguo puesto que
requiere también de una dirección para hacer aceptable el hecho de vivir.
En realidad, esta autonomía despierta exaltación o miedo, según los indi
viduos y los momentos de su existencia. El imaginario que define su uso
"hace ae loS^psicoírópicos uno de los medios simbólicamente eficaces para
producir su identidad personal, de modo tranquilizante, al buscar un estado
psicológico adaptado a las condiciones de la vida: el individuo acostumbra
su vigilia o su resistencia a la ayuda de psicoestimulantes o de fortifican
tes o bien lucha contra los efectos del estrés consumiendo tranquilizantes
o somníferos para calmar sus tensiones. El individuo busca su mejor
adecuación a la realidad social.
La m e d i c a l i z a c i ó n d e l h u m o r c o t i d i a n o
La modernidad ha elevado las emociones a la dignidad (científica) de reac
ciones químicas. El consumidor regular de psicotrópicos vive como una
especie de consola conectada a un cuerpo cuyas posibilidades afectivas
programa a su antojo. De manera general, las técnicas le enseñan una
moral pragmática de la mejor eficacia que no se preocupa realmente de
las consecuencias que pueda traer a más o menos largo término. Estas
técnicas inducen el sentimiento difuso de que hay soluciones para todo,
incluso para el deseo de multiplicar al infinito sus capacidades para
el trabajo o para conciliar finalmente un sueño apacible. Una amplia gama
de productos semejantes al “órgano del humor" de P. K. Dick se encuentra
a disposición del individuo que desea cambiar su estado de ánimo o su
concentración sin tener que esperar para alcanzar el estado psicológico
deseado o sin tener que desarrollar una disciplina para la cual no tiene
18 Los trabajos de Alain Ehrenberg (1995, 1998) analizan en detalle los usos sociales de los psicotrópicos,
muestran igualmente el carácter autoterapéutico de las drogas desde finales de los años setenta. La droga
se ha vuelto menos un instrumento de exploración de sí mismo que un remedio para continuar viviendo.
paciencia, ÉTproducto ingerido suprime el tiempo de espera para la obten
ción del resultado: procura el estado anhelado en el momento deseado
sin ningún esfuerzo particular del individuo, que no hace sino tender la
mano hacia su botiquín. El producto lo libera, por una parte, de su ansie
dad o de su fatiga; por otra, le da la fuerza o la concentración que nece
sita. Economiza de esta manera un análisis más detenido del malestar: las
protestas del cuerpo son sofocadas; se fuerza su “funcionamiento” gracias
a una instrumentación bioquímica que lo amordaza. Todo esto hasta cierto
punto, dado que el consumo de esos productos no está siempre exento de
efectos secundarios o indeseados19, y su eficacia es a menudo limitada.
19 No hablamos de esto aquí. Nuestro propósito es asentar una especie de antropología del consumo de esos
medicamentos en el contexto de la vida cotidiana, comprender su desplazamiento fuera de su referencia
médica y su promoción como técnica de administración de la vida de cada día. Digamos, sin embargo,
que los efectos secundarios inducidos por el consumo regular del producto reintroducen en contraparte la
ambivalencia que el individuo pensaba suprimir.
la tecnología molecular. No confía en sus propios recursos para enfrentar
una situación; piensa que no alcanzará por sí mismo el estado psicológico
que requiere. Necesita una solución inmediata y previsible en sus efectos,
y los comprimidos están ahí. El individuo se procura por este medio el
sueño deseado, tranquilidad para su angustia o ansiedad, una mejor esti
mulación para el examen o la jornada de trabajo difícil, una inteligencia
o una memoria acrecentadas, el olvido de una fatiga persistente, el final
de un nerviosismo que impide la concentración, etcétera. En este sentido,
el consumo de productos para orientar el estado de ánimo o la concentra
ción forman parte de los hábitos corrientes de un gran número de occiden
tales, aun en el caso en el que no exista ninguna patología. Las tecnologías
no se limitan a envolver la vida cotidiana, penetran en el corazón de la
intimidad para aliviar al individuo de su esfuerzo, para hacerle soportable
el hecho de vivir. Y éste se confía a ellas para lo que quiere experimen
tar del mundo que lo rodea. La programación farmacológica de sí mismo
amplía los poderes del hombre sobre su extraordinario universo. Los psico
trópicos se convierten en auxiliares técnicos de la existencia, modulan el
ángulo de aproximación a lo cotidiano y crean un fantasma de dominio de sí
frente a la turbulencia del mundo; participan en la “cyborgización” del indi
viduo y en el desvanecimiento de las fronteras entre lo que depende de sí
mismo en un comportamiento y lo que incumbe a una técnica exterior.
20 Usuarios más críticos señalan, sin embargo, manifestaciones de violencia, de tendencias suicidas, pertur
baciones de la sexualidad en algunos enfermos. También se producen perturbaciones secundarias, dife
rentes según los sujetos. Existe un “mito” del Prozac.
21 Otro medicamento, la melatonina, suscita el fantasma de ser el antídoto a todas las "debilidades" del
cuerpo. Según dos médicos americanos, ésta podría “prolongar nuestras vidas en varias décadas al man
tener nuestro cuerpo joven, prevenir enfermedades cardiacas, cáncer y otras afecciones frecuentes, pro
teger de los efectos nefastos de estrés crónico, curar las alteraciones del sueño” , y esto, según parece sin
dependencia y sin efectos secundarios (Le Monde, 1 7-11-1995).
P r o d u c c i ó n f a r m a c o l ó g i c a d e sí m i s m o
El “órgano del humor” es una vía dorada en la cual el individuo se mantiene
bien plantado, en un medio que esquiva sus esfuerzos. El sujeto consume
sus productos para reforzar su voluntad, para anclarse sólidamente a una
realidad fluctuante, siempre provisional, y para no abandonar la carrera.
Ya no busca escapar a las condiciones de la existencia consideradas
inaceptables o insatisfactorias. A la inversa, se arraiga en ella, ya sea
anulando por medio de tranquilizantes las dificultades que le son inheren
tes o multiplicando sus fuerzas para ubicarse temporalmente y de la mejor
manera en una sociedad en la cual la competencia se hace más ruda y en
la cual el hecho de vivir no se justifica por sí mismo; en estas circunstan
cias le es necesario sostenerse regularmente con apoyos farmacológicos.
La gama de estados psicológicos suscitados por los psicotrópicos está en
armonía con la identidad de geometría variable que conviene para mante
nerse en una buena posición en nuestras sociedades. Más que hacer
de su estado anímico un efecto de la resonancia del mundo en sí mismo,
se quiere hacer del mundo una consecuencia de las propias intenciones.
La salud de la vida cotidiana se sustenta en una fórmula química que libera
una parte de la incertidumbre y del miedo. La ambivalencia del cuerpo
es neutralizada. Los consejos para orientar la elección del medicamento
adecuado se multiplican en las revistas, especializadas o no, y en las obras
de divulgación en las cuales se acumulan complacientemente recetas para
la felicidad, para el descanso o para la competitividad. Innumerables guías
prodigan sus consejos y alientan una automedicación total o con el apoyo
de la receta del médico a quien se solicita el producto. No se trata sola
mente de una medicación para un padecimiento existencial sino también de
una fabricación psicofarmacológica de sí; una modelización química de los
comportamientos y de la afectividad que manifiesta una duda fundamen
tal en relación con el cuerpo, el cual conviene mantener controlado con
la molécula apropiada.
22 En su sueño de una humanidad biónica libre del antiguo cuerpo, gracias a procedimientos informáticos
y de ingeniería genética (Infra, capítulo 7), Hans Moravec concibe igualmente la programación del humor
y describe en detalle las posibilidades de controlar el umbral de aparición del tedio para mantener un nivel
constante de concentración y de placer (Moravec, 1992, 40).
3. La m a n u f a c t u r a de un hijo
Catherine Labrusse-Ríou,
“La procréation artificieile: un défi pour le droit",
en Ethique médicale et droits de l ’homme
La a s i s t e n c i a m é d i c a en la p r o c r e a c i ó n
Actualmente el nacimiento de un niño no es solamente el producto de un
deseo, con los imprevistos que trae consigo un encuentro sexual entre dos
amantes que intercambian placer. La existencia ya no comienza solamente
en las profundidades de un cuerpo de mujer sino también en las probetas
de la fecundación in vitro (FIV). Un día la existencia ocurrirá tal vez bajo
control médico, en una incubadora artificial que excluirá radicalmente a la
mujer. En el itinerario del proceso en contra del cuerpo, que pone en marcha
numerosas iniciativas del extremo contemporáneo, la procreación de un
niño se ha convertido en un reto sobrecogedor. En unas cuantas décadas,
una antropología radicalmente nueva se define y remodela profundamente
las representaciones y los usos que definían al hombre occidental.
El niño puede así tener tres madres (la genética, la uterina y la social)
y dos padres (el genético y el social), incluso tres, en la medida en que los
medios masivos de comunicación entronizaron al médico desde el naci
miento de Louise Brown. La asistencia médica en la procreación tiende,
en efecto, a eliminar a los hombres (maridos o amantes). Reducidos
a la posición accesoria de sostén afectivo de su compañera, no existen
simbólicamente si no es bajo la forma de esperma23. En este sentido, es
clara la descripción que hace J. Testart, del momento en que una joven
mujer descubre su embarazo: “ Pronuncié dulcemente: ‘¡señora está usted
encinta!'... No se pronunció otra palabra en esta ceremonia... Cuando
se reúne con su marido algunos minutos más tarde, ella dice simple
mente: ‘hice el amor con los tres’ (los tres especialistas)" (Testart, 1986,
72-73). La recolección de espermatozoides exige la masturbación en un
local del hospital y no deja ningún recuerdo imperecedero. La tecnología
médica oculta al padre, simple progenitor, y pone frente a frente a la mujer
y al médico en una poderosa relación imaginaria que ilustra el lugar
en el que se fabrica al niño. Cuando se suscitan conflictos con su compa
ñera, algunos hombres convertidos en padres gracias a la inseminación
con donador emprenden, con total conocimiento de causa, la búsqueda
de la paternidad biológica y demandan enseguida, una vez obtenido
el resultado, un juicio de liberación de paternidad.
23 Por el contrario, juegan un papel esencial para detener la FIV, al legitimar la decisión de la mujer a renun
ciar, aliviándola de la culpabilidad de no haber intentado todo y reconociéndola plenamente en su feminidad
aun si no se convirtió en madre.
24 La asistencia médica para la procreación da lugar a su propia lógica de organización, justifica un desplie
gue médico, la ampliación o la creación de servicios, puestos, créditos, alimentando en consecuencia una
solicitud social infinita. Según J. Testart, la mitad de las FIV se aplican a parejas no estériles. En el plan
deontológico y ético, el nacimiento de Louise Brown, el primer niño concebido en probeta, planteaba ya
numerosos problemas (Blanc, 1986, 391 -393). Según la feminista G, Corea (1985), las mujeres han ser
vido de material experimental a los investigadores y a los médicos en una carrera que nada justifica.
a menudo de una infertilidad temporal que el tiempo o la palabra liberan.
La ovulación y la espermatogénesis, la fertilidad del encuentro sexual, se
arraigan no solamente en una fisiología, sino también en una fisiosemántica
(es decir un cuerpo que tiene un sentido); se trata de una relación particu
lar con el Otro que propicia un abrazo temporal o la apertura del cuerpo
(Le Bretón, 1990). Ciertos sucesos de la vida, el estrés, las relaciones
inconscientes con la madre o con el padre, las modalidades afectivas de la
pareja, etcétera, son con frecuencia decisivos en la “esterilidad” o la hipo-
fertilidad del hombre, de la mujer o de la pareja25 (Delaisi, 1982; Reboul,
1993; Chatel, 1993). De cien parejas infecundas, luego de seis meses
de espera, la casi totalidad se convierte en pareja fértil que concebiría sin
ayuda médica; después de dos años, la mitad de las parejas son fértiles
y concebirán espontáneamente (Athéa, 1990, 50). Algunos médicos olvi
dan estos datos y no se preocupan de estudiar la vida sexual de la pareja
solicitante (con todas las anomalías que esto trae consigo); la solicitud
es con mucha frecuencia satisfecha a pesar de la reducida tasa de éxito
de la FIV (su éxito es de 14% por ciclo contra 25% para la fecundación
natural) y de la prueba fisiológica y moral que inflige a la mujer, primera
mente, y a la pareja enseguida, durante los meses o los años que duran
las tentativas. La mecanización del cuerpo ignora la dimensión simbólica
y propicia decisiones sin que los actores tengan la posibilidad de valorar la
adversidad que enfrentan ni su ambivalencia. Nada está dicho en cuanto
a las razones inconscientes de la infertilidad y de una inducción orgánica
que se adelanta a ésta. Las esterilidades definitivas y módicamente consta
tadas han justificado el perfeccionamiento de las técnicas de fecundación
in vitro, pero es evidente que no son éstas la causa del desarrollo consi
derable de esta técnica y de la fortuna que goza (Chatel, 1993). Como lo
escribe justamente J. Testart “las mismas actitudes que nos llevan cuatro
de cinco veces a aplicar el transplante embrionario a parejas susceptibles
de tener un niño sin este procedimiento autorizan ya las prácticas por venir"
(Testart, 1990, 20).
25 Un ejemplo entre otros: a pesar de no haberse embarazado en trece años, sin recurrir a la menor contra-
cepción, Annie Duperey tom a un día al pie de la letra una frase de su compañero: “yo recibo las palabras,
penetran en mí, actúan casi inmediatamente a la manera de un revelador; tres meses después yo estaba
embarazada." (1992, 174). Jean Reboul, al exponer una práctica médica frente a un grupo de mujeres,
declara: “puedo citar cerca de cinco mil casos de mujeres estériles... cuya esterilidad fue médicamente
determinada. Más de 2 /3 partes de esas mujeres quedaron embarazadas sin tratamiento o con la ayuda
de un tratamiento menor utilizado anteriormente sin efecto.” (Reboul, 1993).
La asistencia médica en la procreación casi no toma en cuenta la
dimensión simbólica de la paternidad. Una declaración de intención es
a menudo suficiente; razón muy diferente del deseo arraigado en el incons
ciente. La medicina del “deseo" olvida la ambivalencia de la mujer, la del
cónyuge, la de la pareja en su dinámica afectiva; ignora igualmente los
cimientos del deseo inconsciente que sostienen la fecundidad humana.
Al concebir esta última como una cuestión de gametos, se impone
la respuesta técnica. Y cómo condenarla, por otra parte, si la medicina
no es ni psicoterapia ni búsqueda de sentido, sino la respuesta eficaz a las
presiones de pacientes intransigentes26. El lapso de tiempo que separa la
decisión de tener un hijo y el embarazo se transforma en síntomas y justi
fica la acción médica. La simple petición se convierte en una indicación
de FIV, sin otro proceso. Pero el niño del querer no es necesariamente
el niño del desear.
28 95% de los trillizos nacen prematuros y 7% sufren secuelas neuronales, pulmonares y psíquicas. En 1996,
en Francia, 50.7% de trillizos (28.9% de gemelos) nacidos mediante FIV debieron ser hospitalizados en
un servicio de neonatología; 29.5% (6.6% de gemelos) debieron ser reanimados. J. Périnaux, al evocar
su experiencia en reanimación neonatal, constata a menudo en el caso de la FIV, que la reanimación de
recién nacidos engendra “un fenómeno de despatemalización y de desmaternalización" (Périnaux, 1998).
El niño es entonces afectivamente abandonado sobre todo si guarda secuelas.
Una encuesta de Beatriz Koepel recuerda que la “mayoría de mujeres,
52% , ha esperado seis años y más para conseguir un embarazo” , 22%
ha soportado un embarazo extrauterino. La mayor parte ha sufrido nume
rosas intervenciones quirúrgicas ginecológicas (Koepel, 1996). El procedi
miento de fecundación in vitro es un reto psicológico; si fracasa, se provoca
en ocasiones una depresión. En un estudio inglés, 6 mujeres de 36 pare
jas que vivieron tal fracaso desarrollaron síntomas depresivos (Frydman,
1998, 44). La pareja tiene a veces dificultades para reencontrarse después
de las manipulaciones médicas: sexualidad acabada, disociada del placer,
planificada a causa de los exámenes médicos; obsesión por la eficacia;
extrema medicalización del cuerpo de la mujer; culpabilidad engendrada
por el sentimiento de una esterilidad mantenida continuamente a lo largo
de los tratamientos; incapacidad de vivir el duelo del hijo difícil o imposi
ble debido al reavivamiento continuo de la esperanza que traen nuevos
intentos; años enteros consagrados a un deseo fracasado de engendrar.
La encuesta de B. Koeppel (1996) da fe de la crisis e incluso de la ruptura
de numerosas parejas después del nacimiento del niño.
29 La crítica de la PMA ha sido realizaca de manera notable por los autores de la obra dirigida por J. Testart
(1990), especialmente A-M . De Vilaine (150 ss.)¡ J. Testart (16 ss.); N. Athéa (62 ss.), etcétera.
La PMA30 crea una demanda, aviva una creencia que sería sin duda
satisfecha de otra manera y por medios más propicios. La infertilidad
se ha convertido en un problema mayor a partir del momento en que los
mass media dieron a conocer el nacimiento de Louise Brown, y difundie
ron las posibilidades de la procreación in vitro. El hábito de administrar
la contracepción, ligado a una intención más tardía de embarazo o a la infer
tilidad, engendra un sufrimiento y una impaciencia por resolver estos males
que las generaciones anteriores ignoraban. Contrariamente a la pareja
que antiguamente esperaba durante años el nacimiento del hijo sin inquie
tarse demasiado, y con una sexualidad que formaba parte de la trama de su
vida, la urgencia actual se intensifica y aparece la ansiedad. La medicaliza-
ción de la procreación refleja una temporalidad que es propia a la moderni
dad y que no tolera la espera31. La contracepción y la IVG32 han modificado
ontológicamente la relación con el cuerpo y con los hijos, haciendo al uno
y al otro programables. El recurso a la contracepción suscita una rela
ción instrumental con el cuerpo que lleva a creer que, una vez terminado
este proceso, la mujer debe quedar encinta desde las primeras relacio
nes sexuales: el cuerpo es un instrumento del que se dispone. Su desaire
es percibido en consecuencia por la pareja como una anomalía, de ahí
que solicite apoyo médico, en lugar de armarse de paciencia o de recurrir
al diálogo. El tiempo se convierte en una patología.
30 Asistencia Médica a la Procreación, por sus siglas en francés. (N. del T.)
31 Aun si, como hemos visto, la urgencia se enfrenta paradójicamente a la lentitud,la duración y la eficacia
muy parcial del procedimiento.
32 Interrupción Voluntaria del Embarazo, por sus siglas en francés. (N. del T.)
33 Es sorprendente el costo humano y material que requiere la PMA en comparación con elnúmero de niños
abandonados y el sufrimiento que podría atenuarse al concederles una oportunidad de encontrar padres, y
a los padres de encontrar un hijo. Nuestras sociedades han elegido otra solución (Mattéi, 1994, 170 ss.).
En última instancia, se prefiere evitarlo para no exponerse a los imprevis
tos de la sexualidad y de una fisiología que causa temor. La maternidad se
vuelve entonces un arcaísmo aun parcialmente corporal pero que no tardará
en volverse completamente un hecho médico y técnico. Queda por verse
el compromiso de los interesados, que podría devolverle algún sentido,
al aceptar la PMA como un episodio de su historia. El niño puede ser
amado a su manera y el procedimiento funcionar rápidamente sin conse
cuencias. Un niño nacido en condiciones “naturales” puede ser rechazado,
mal amado. No existe ninguna certeza moral en la materia. No se trata
de cuestionar el recurso a la procreación in vitro, legítima en situaciones
consideradas de esterilidad, sino de observar el paso de esta técnica fuera
de las prescripciones médicas y de ver en qué altera elementos fundamen
tales de nuestras sociedades: paternidad, maternidad, feminidad, mascu
linidad o la relación con el hijo. Aplicadas a una mayoría de parejas que
habrían podido prescindir de ellas, estas técnicas son un síntoma claro
de una duda fundamental en contra del cuerpo.
El c u e r p o i n d e s e a b l e d e la m u j e r :
la g e s t a c i ó n f u e r a d e l c u e r p o
La procreación in vitro separa la fecundación de la maternidad y tiende
a disociar al niño del embarazo para hacer de él una pura creación médica.
La madre es la portadora estorbosa cuya desaparición radical se sueña.
Con el fantasma del útero artificial que anhelan ciertos médicos, la mujer
es eliminada de un extremo al otro del proceso. El niño nacería sin madre,
fuera del cuerpo, fuera de la sexualidad, en la transparencia de una mirada
médica que controla cada instante de su desarrollo. La mancha que es el
cuerpo materno sería eliminada por la higiene de los procedimientos y la vigi
lancia sin descanso de máquinas que detectan cualquier anomalía. Trabajo
y fantasma de hombres, no de mujeres, como si esto fuera la culminación
de varios ciclos en que se tiende a transferir técnicamente a las manos
del género masculino un proceso que no le corresponde orgánicamente.
Nostalgia oscura que introduce en la fecundación y en la llegada al mundo
del niño la interferencia de la técnica, hasta controlar de un extremo al otro
la gestación, provocando fuera del cuerpo el encuentro de los gametos.
Y. Knibielher ha notado muy bien la sospecha que pesa sobre la mujer:
“el ideal de los ginecólogos, escribe ella, no puede ser sino el de alejar
a esta mujer estorbosa y acceder tan pronto como sea posible a la gestación
in vitro. Este tipo de fecundación es ya común, se sabrá muy pronto cómo
prolongar la vida del embrión in vitro hasta la gestación completa. No es
solamente ciencia ficción: equipos de investigadores se encuentran compi
tiendo para alcanzar este objetivo. La maternidad que constituía todavía
en el siglo xx la especifidad del sexo femenino, su saber propio, su digni
dad, está a punto de fragmentarse, de hacerse trizas, de caer completa
mente bajo el control médico y social” (Le Monde, 19-04-1985).
34 La feminista americana S. Firestone (1970) considera igualmente que por este procedimiento las muje
res serian liberadas de las restricciones de la reproducción.
Tanta generosidad confunde. Jean Bernard está convencido que la “igual
dad" de las condiciones del padre y de la madre gracias a esos “progresos"
harán a los niños “tal vez más felices que los de los siglos pasados" (Le
Monde, 7-2-1982). Magia afortunada que revela la omnipotencia religiosa
asociada a la ciencia y a la técnica, al igual que el desprecio de las condicio
nes de existencia relegadas a la iniciativa de la sexualidad y de los padres.
La m u j e r c o r r e g i d a m é d i c a m e n t e
Gracias a la extracción de ovocitos de una mujer donadora y de espermato
zoides del marido, después de una fecundación in vitro y una implantación
del embrión, mujeres de 60 años o más, con muchos años de menopausia,
sometidas a numerosos tratamientos médicos y a una vigilancia minuciosa
de su embarazo, traen niños al mundo por medio de una cesárea. Estas
mujeres le dan cuerpo al fantasma de la maternidad más allá de las normas
fisiológicas y culturales, transformando la venida al mundo de un niño
en un logro deportivo. Esos “embarazos para sí” no se preocupan por el
significado que puede tener para un niño el ser, tal vez, huérfano dema
siado pronto o de tener a los 20 años padres de 80, rompiendo así la
cadena de las generaciones; los embarazos son, además, peligrosos para
el organismo de esas mujeres obligadas a seguir un tratamiento hormonal
para favorecer la implantación del embrión y amenazadas con un infarto
o con accidentes vasculares. El embarazo, aun médicamente asistido, es
a su edad una prueba considerable. Se han presentado accidentes
35 F. Laborie analiza el campo de la reproducción “medicalizada” como “un lugar de posible revancha de la
omnipotencia médica y biológica masculina." (1986, 186).
graves que han dado como resultado, sobre todo, hemiplejías. El "padre"
está ausente, transformado en artefacto al igual que el niño. El deseo de
un hijo es inteligible especialmente después de la menopausia puesto que
se agrega la carencia de una feminidad plena asociada a la juventud y a la
posibilidad de concebir. Lo preocupantes es, sin embargo, la realización
de un deseo que se convierte entonces en la voluntad de tener un hijo para
sí, para sí misma, un niño-prótesis de nostalgia o del anhelo de resucitar
su juventud. En este contexto, el niño es claramente un síntoma. El médico
prestador de servicios se ofrece como agente de realización del fantasma,
y omite con toda buena conciencia su responsabilidad sobre la existencia
del niño que va a nacer. Un médico italiano especialista en embarazos de
mujeres menopáusicas confiesa fríamente haber inseminado a una mujer
siciliana de 62 años con el esperma congelado de su marido muerto diez
años antes (Libération, 22-2-1993). Este equipo italiano declara abierta
mente sus intenciones y no titubea en ofrecer sus servicios a las “estrellas”
que desearan tener un niño tardío, después de haber consagrado su exis
tencia a su carrera.
Ú t e r o en r e n t a
El bricolaje de la maternidad lleva fácilmente a la solicitud de una madre
portadora, sobre todo en Estados Unidos donde sitios de Internet propo
nen una galería selecta de retratos de candidatas con sus tarifas. El cuerpo
de otra mujer es un accesorio indispensable para la gestación, equivalente
vivo de una incubadora artificial. Al entregar al niño objeto del contrato,
ésta se separa de una parte de sí; se disocia de su cuerpo convertido
en medio; ofrece a la pareja solicitante lo más íntimo de sí misma, más
allá de la conciencia que pueda tener de esta acción y sin medir, en todos
los casos, las consecuencias de su acto sobre ella misma y sobre el niño.
La aceptación de rentar su cuerpo y de llevar durante nueve meses al niño
de otra pareja es un acto voluntario que desconoce el inconsciente y lo que
puede traerle a una mujer el hecho de sentir el niño dentro de ella. Algunas
madres portadoras están obligadas a seguir un apoyo psicoterapéutico
al final del embarazo o más tarde, después de la “entrega" del niño, ya que
sufren un proceso de duelo culpable. Algunas de ellas se niegan a entregar
al recién nacido y enfrentan la ira de la justicia por romper su contrato.
En 1990, un juez americano rechaza la demanda de la madre portadora
que desea conservar al niño considerando que “quienes somos nosotros
y lo que somos, no es más que una combinación de factores genéticos”
y denunciando fríamente “la presunción que la persona que da nacimiento
es la madre” (Testart, 1992, 84). El niño no es más que un conjunto
de genes que estructuran su identidad futura; la madre portadora es desig
nada como “extraña sobre el plan genético” , carente de cualquier derecho
(Nelkin, Lindee, 1998, 216). Es el receptáculo de un producto que debe
restituirse a sus propietarios genéticos en tiempo útil, según los términos
del contrato. De igual modo, los “padres" locatarios han llegado a recha
zar un niño no conforme a sus deseos. Este recurso menosprecia igual
mente las consecuencias que puede traer al niño cuando desee establecer
su origen y situarse frente a las circunstancias particulares de su llegada
al mundo. Los abundantes datos psicológicos sobre el medio fetal son
aplastados en nombre de la omnipotencia genética. En 1998, cuatro mil
niños nacieron en esas condiciones en los Estados Unidos.
Em barazo masculino
G. Groddeck ha realizado anteriormente lúcidos análisis de la añoranza del
hombre por no poder dar a luz. Este deseo, más o menos oculto, encuen
tra simbólicamente (la creación artística) o ritualmente una vía de deriva
ción. Groddeck veía este principio tan arraigado en el hombre que sugería
incluso invertir la proposición freudiana: la mujer no es un hombre castrado,
atormentado por el deseo de un pene, es el hombre, a la inversa" quien es
una mujer incompleta, atormentado por el deseo inconsciente de procrear.
Pero la ciencia no sueña, toma ese deseo al pie de la letra y se consagra
a realizarlo; es decir, a eliminar a la mujer de la procreación, del embarazo
y del alumbramiento. Se habla ya de implante de embriones sobre la pared
abdominal de los hombres controlados médicamente durante todos sus
“embarazos” y que darían a luz por cesárea. Médicos e investigadores
consideran técnicamente posible tal realización (Silver, 1998, 195). Los
voluntarios no faltan, especialmente ciertos transexuales definidos primera
mente como “hombres" y deseosos de llegar al final de su anhelada iden
tidad de mujer. Ya en 1986, J. Testart notaba que durante los congresos
FIVETE frecuentes discusiones de corredor versaban sobre el mejor lugar
para implantar el embrión en el cuerpo masculino.
Para E. Badinter, tal evento significaría por fin la igualdad de los sexos.
El cuerpo es hoy en día menos un destino, lo hemos visto, que un depó
sito de elementos separables y manipulables para armar formas inédi
tas; para investigaciones de visibilidad social, para unos, o de legitimidad
y de primicias, para otros. El individualismo democrático de nuestras socie
dades libera los fantasmas. En materia de reestructuración de la condición
biológica del hombre, los artesanos proliferan, listos a intentarlo todo para
alcanzar sus “quince minutos de fama” prometido a todos por Andy Warhol
en el extremo contemporáneo. El triunfo de la singularidad, cualquiera que
ésta sea, como nueva forma de heroísmo. Este género de realizaciones
trastoca la antropología occidental de los géneros. Se llega por esta vía
a las raíces de la identidad y, primeramente, a la necesidad de cada humano
de reconocerse como hombre o mujer y de percibir al Otro en su diferencia.
La i n v e n c i ó n d e l e m b r i ó n
La fecundación fuera de la sexualidad e ¡n vitro lleva a cabo una represen
tación de un proceso que tiene lugar naturalmente en la noche del cuerpo
de la madre. Gametos y embriones, aislados de los sujetos y transforma
dos en satélites del cuerpo son puestos a disposición de las investigacio
nes más perturbadoras. La experiencia muestra que los únicos límites en
la materia, más que morales son los de la “imaginación” de los investigado
res. El embrión está desnudo, a disposición de la curiosidad médica. Las
PMA han abierto la caja de Pandora de la fecundación humana haciendo
“existir” y entregando a las manipulaciones médicas un embrión hasta
entonces unido a la madre. Desde entonces, la cuestión de su estatus
antropológico se abre de manera inédita.
El e x a m e n d e e n t r a d a en la v i da
En las culturas occidentales el cuerpo es el vector de individuación,
él establece las fronteras de la identidad personal. La igualdad del hombre
consigo mismo, su identidad implica la igualdad con su cuerpo. Quitarle
o agregarle algo coloca a este hombre en una ambigua posición inter
media, rompe las fronteras simbólicas. Aquél que reclama la humanidad
de su condición sin asumir las apariencias ordinarias a causa de sus muti
laciones, sus deformidades, sus acciones imprevisibles, o su dificultad
para comunicar, está condenado a la sospecha, destinado a una existencia
de ficción, bajo el fuego de las miradas sin indulgencia de los pasantes
o de los testigos de su diferencia. A éste las sociedades occidentales
le señalan implícitamente sin la menor humanidad su peculiaridad simbólica,
que lo hace acreedor al aislamiento o duras pruebas. En nuestras socie
dades, el hombre que sufre de una limitación física no es percibido como
un hombre completo; es visto a través del prisma deformante del distancia-
miento o de la compasión. Cualquier alteración perceptible en la apariencia
corporal, cualquier limitación que afecta la motricidad o la aprehensión,
suscita la mirada y/o la interrogación, incluso la turbación, la estigmatiza-
don (Goffman, 1975; Murphy, 1990). La fisonomía o la morfopsicología,
encubiertas en términos sabios, cargadas de los prejuicios corrientes más
criticables asocian cualquier no conformidad anatómica o funcional a la no
conformidad moral. Toda distinción que separa a un hombre de sus seme
jantes es un indicio nefasto que provoca desconfianza.
38 Las diferentes formas de diagnóstico prenatal son con frecuencia prolongadas. Una vez terminado el exa
men, son necesarias varias semanas para conocer los resultados. Durante este tiempo, la mujer está en
espera, su afectividad en vilo. El niño está allí sin estarlo, la madre lo siente a veces en su vientre pero
debe contener su emoción por temor de apegarse a él y de descubrir enseguida que está potencialmente
afectado por una enfermedad grave o trisómica.
considerados como peligrosos. Algunos hospitales americanos realiza
ron inmediatamente una detección sistemática en tanto que los medios
masivos de comunicación alimentaban el rumor. Algunos años más tarde,
un estudio danés demostraba que un par de cromosomas Y suplementarios
inducía solamente una ligera limitación mental, de ninguna manera compati
ble con una existencia social plena. Los hombres marcados genéticamente
con esta particularidad no presentaban ninguna agresividad anormal.
39 Existe la tentación de activar el DPI para evitar el DPN; elegir la selección precoz e indolora en lugar de la
supresión tardía e hiriente" (Testart, 1992, 2 70-1). La ley francesa votada en julio de 1994 delimita el DPI
de manera rigurosa. Otras legislaciones son más laxas.
40 La cuestión sigue vigente en un plan genético, en lo referente al efecto a largo plazo sobre la especie de
tal selección de individuos a partir de la base de su anomalía cromosómica. Nadie puede valuar las conse
cuencias al nivel de la salud pública. Las propiedades de un gen son múltiples y están lejos de ser conoci
das en su totalidad.
abundantes declaraciones de amor hacia él). Algunos padres no titubean
en recurrir al aborto si el sistema inmunitario del embrión o del feto no
corresponde a sus expectativas. En el supuesto de que los padres recurran
a la procreación in vitro para aprovechar el DPI, pueden por este medio
elegir el embrión compatible con el sujeto solicitante del implante (Testart,
1992, 182-183). Algunos niños han nacido, así, después de la selección
de los embriones, a fin de ser genéticamente compatibles con un hermano
o una hermana que espera un implante de médula. Con la intermediación
de la FIV, el DPI es un seguro para el niño que va a nacer, una inversión
de tiempo y de dinero para tener la certeza de obtener un buen producto
terminado: un niño a la carta conforme a la voluntad “parental” , validada
por las normas de apariencia exigidas por la sociedad. Con el DPI es posi
ble matar en estado de huevo, antes de la implantación, los embriones
portadores de enfermedades genéticas tales como la miopatía, la hemofilia,
la trisomia, etcétera, y no conservar más que los embriones indemnes.
La selección del sexo se hace igualmente posible, lo que permite desde el
inicio una elección satisfactoria o la eliminación de los embriones masculi
nos en caso de una enfermedad que afecte a ese sexo. Las investigacio
nes paralelas sobre el genoma humano dan a este método de selección
una temible eficacia en el control normativo y eugenésico de la condi
ción humana. El embrión se ha convertido en un objeto virtual sometido
a procedimientos de simulación. Antes de que exista como sujeto, se efectúa
en él una proyección imaginaria y se le susurra, si manifiesta alguna anoma
lía, que el sufrimiento que le espera después del nacimiento es mayor que
el placer que le daría la vida, y se decide por él que en esas condiciones su
desaparición es preferible a una wrongful Ufe.
41 La discriminación genética está muy presente en los Estados Unidos; engloba compañías de seguros,
servicios médicos, agencias de adopción, la administración pública, establecimientos escolares, el ejér
cito, empresas privadas, etcétera (Rifkin, 1998, 2 1 6 ss.; Kevles, 1995, 3 67 ss.; Blanc, 1986, 3 47 ss.).
En ciertos Estados americanos, la detección genética se ha vuelto obligatoria (Kevles, 1995, 400).
variaciones propias a cada enfermedad son a veces considerables. Así
por ejemplo, “de nueve niños que padecen anemia falciforme, uno puede
vivir una vida completa con síntomas menores y otro experimentar con
bastante frecuencia crisis terriblemente dolorosas o morir a corta edad.
Un niño con el síndrome de Down puede ser moderadamente retardado
o, aun si lo es de manera acentuada, vivir una existencia enriquecedora
tanto para él como para otros miembros de la familia" (Duster, 1992, 93).
La spina bifida o la trisomia 21 tienen incidencias más o menos serias
y traen consigo diferentes niveles de invalidez. Muchas enfermedades
genéticas diagnosticadas se manifiestan con grados diversos de gravedad
y a veces permanecen sin expresión como resultado de la interacción con
el medio o con otros datos genéticos. Otro ejemplo: la policitosis renal,
la Corea de Huntington o ciertas formas hereditarias de la enfermedad
de Alzheimer no se presentan antes de la segunda mitad de la vida. Con
mucha frecuencia, los padres encuentran preferible para el que no existe
todavía ahorrarle la eventualidad de un destino así; los cuarenta años ante
riores no pesan nada en comparación con esta posibilidad. Se habla ahora
del “derecho del niño a una dotación genética sana” (Dianoux, 1998, 11).
La susceptibilidad a una enfermedad no significa fatalidad; no es la enfer
medad misma: indica una probabilidad. Las condiciones del medio pueden
impedir que se desencadene; también otros genes interfieren entre ellos
y contribuyen a la incertidumbre. B. Jordán toma el ejemplo de la diabetes y
explica que el alelo de un gene que incrementa la incidencia de la diabetes
a lo largo de la existencia de 0.5 a 3%, es etiquetado de manera reductora
como “gene de la diabetes", omitiendo el 97% de individuos portadores
que no desarrollan jamás la enfermedad. Ciertas enfermedades resultan
de la conjugación de varios genes. Se detectan por disposiciones genéti
cas que no se desarrollan, tal vez jamás, como sucede con ciertas formas
de cáncer de seno o de útero. La enfermedad o la limitación se vuelven
errores de código que motivan el rechazo por vicio de fabricación.
42 Actualmente, escribe Duster (1992, 14), el debate público parece expresarse, por una parte, en términos
especializados (genetistas, especialistas médicos, investigadores), y por otra, por medio de críticas que
han sido presentadas como ingenuas, estúpidas, limitadas de los Ludehitas listos a poner la cabeza bajo
el sable o a intentar bloquear la maquinaria del Progreso. Me gustaría ver otro nivel de discusión en el cual
ciudadanos mucho mejor informados entraran en un debate animado sobre cuestiones como el secreto
y la divulgación, las terapias o las detecciones, la nutrición o los genes.
de tal limitación asumir la responsabilidad de traer niños al mundo. “¿Es
justo transmitir a sus hijos una malformación genética, antiestética?" Este
tipo de debates y juicios categóricos ilustran muy bien el deslizamiento
de la enfermedad o de la limitación hacia la falta moral. La discriminación de
la diferencia en el origen no hace sino acentuar la discriminación social al
endurecer las normas de apariencia y de calidad genética. En los Estados
Unidos una compañía de seguros reembolsa los exámenes prenatales de la
mucovisidosis. Sin embargo, si el testes positivo, la madre debe interrumpir
su embarazo o renunciar a su seguro. En otro ejemplo, un niño de dos años
recibe el diagnóstico del síndrome de la X frágil susceptible de provocar una
tara mental. La compañía se rehúsa a prolongar el contrato con la familia
a pesar de que ninguno de los seis miembros restantes padece este mal (Le
Courrier International, núm. 419, 1998). El autor se pregunta si en un futuro
cercano, en caso de solicitud de divorcio, los padres no serán sometidos
a pruebas genéticas para evaluar su susceptibilidad para desarrollar tal
o cual enfermedad grave a fin de no confiar al niño más que al padre que
dispone de la mejor esperanza de vida.
43 “¿En qué lógica nos apoyaremos, pregunta M. Delcey, si renunciamos a dejar vivir un recién nacido afec
tado de spina bifida, para no renunciar a reanimar un niño victima de una lesión medular accidental con
consecuencias similares, y por los mismos motivos: el tem or al sufrimiento del individuo, de su familia,
al costo social?" (Delcey, 1998, 37). El mismo razonamiento se aplica, por otra parte, a la reanimación,
a terapias intensivas, etcétera.
El d e r e c h o al i n f a n t i c i d i o
La impresión de que el recién nacido es una especie de objeto manufac
turado lleva a ciertos filósofos a reivindicar una forma de legitimidad del
infanticidio por razones “humanitarias" en el caso de enfermedades o de
handicaps. Para el filosofo australiano Tooley, la persona debe poseer “un
deseo de existir en el tiempo” (1983, 103) para entrar con pleno dere
cho en la ética. El bebé no llena para él esta condición pues no tiene
ni conciencia de su existencia ni la impresión de la duración. La responsabili
dad hacia él no tiene consecuencias; la sociedad no está obligada a asumir
el costo y la paciencia de los cuidados que deben rodearlo. El contrato
biológico continúa su acoso de la imperfección corporal aun después del
nacimiento. Para Tooley, el infanticidio al menos en las primeras semanas
de existencia no despierta ninguna objeción moral. Kuhse y Singer (1985)
retoman esta tesis y consideran que el recién nacido debería ser suprimido
si sufre y si no está capacitado para llevar una existencia autónoma y razo
nable. La imperfección no perdona. P. Kemp (1997, 167) denuncia este
razonamiento y señala las contradicciones de esos autores que, en toda
lógica, deberían legitimar el infanticidio al menos hasta los dos años si no
más tarde, en el momento en que el niño se distingue de los otros al tomar
conciencia de sí. Tal propósito no contradice la instrumentalización del
niño presente sobre todo en la versión americana de la asistencia médica
para la procreación; lleva solamente a su término, de manera cínica, una
voluntad de control de calidad que no se preocupa del estado de ánimo.
La reducción del sujeto a su cuerpo como una medalla sin reverso justifica
sin objeción de conciencia el paso al acto. La perfección del cuerpo, como
cierta medicina la etiqueta, es la única salvación.
Indecidible
Si se trata de un pedido con fines estrictamente utilitarios, cabe interro
garse sobre el lugar que ocupa la identidad propia del niño, como si las
condiciones que rodean su origen carecieran de importancia. El silen
cio o la revelación a este respecto tendrán incidencias en el niño, pero
también los padres se interrogarán largo tiempo sobre la actitud que deben
tener, tal vez con cargos de conciencia: ¿qué dirán de las condiciones de
procreación, de la eventual selección de embriones? El cuerpo de la mujer
es concebido como un laboratorio en el cual se da a luz técnicamente una
reformulación de sus funciones; un lugar en el cual se inventa una antropo-
logia inédita, que borra su diferencia para atribuírsela a un detalle biológico
técnicamente controlable; laboratorio en el cual se rediseñan la condición
humana, la sexualidad, la procreación, el cuerpo, la infancia, la genealogía,
la filiación, la maternidad, la paternidad, la pareja, el lazo social y aun la
vejez o la muerte. ‘‘Todo sucede como si la reproducción no fuera ya un
asunto de naturaleza sexual (los técnicos y los médicos de la reproducción
parecen ser neutros, incluso asexuados, porque son científicos), sino un
desafío lanzado a la naturaleza por las ciencias y las técnicas", escribe
L. Gavarini (1986, 197)44. Importan solamente los gametos disponibles;
la técnica hace el resto.
44 H. Rouch (1995, 251 ) hace un análisis de la indeferenciación sexual "presente en esas técnicas de repro
ducción artificial” .
de filiación simbólica que traen consigo cuestionan igualmente el esta
tus de la maternidad y, por qué no, el de la mujer. Las numerosas técni
cas de PMA instrumentalizan el embarazo y hacen a menudo de la madre
la simple portadora de una creación totalmente médica. El niño, finalmente,
escapa al entendimiento contemporáneo de ser comandado, manufactu
rado, verificado antes de la entrega, eliminado si no responde a la solicitud
de los padres, objeto de una voluntad y ya no de un deseo; ya no conce
bido en el placer de la pareja sino en la programación médica. Como si el
inconsciente no existiera, como si no conociéramos los sufrimientos liga
dos a la cuestión del origen o las patologías del secreto que pesan sobre
la concepción del niño. La responsabilidad hacia el niño convertido en un
bello objeto técnico, no despierta casi ninguna inquietud en los padres
que anhelan tener un hijo de sí mismos para sí mismos. Para cierta racio
nalidad médica el niño no es más que el cruce deliberado de gametos
y no la conjunción de un hombre y una mujer, lo demás no entra en su juris
dicción; en este caso la medicina se desentiende sin perturbar su buena
conciencia. Algo es cierto: el cuerpo que no es producido por la técnica
es indigno, sobre todo el cuerpo de la mujer o del recién nacido; por ello,
los procedimientos de supervisión y de control vigilan que sean colmados
sus defectos ontológicos.
4. U n b o r r a d o r d e l c u e r p o p a r a la s c i e n c i a s
d e la v i d a
La i n f o r m a c i ó n c o m o m u n d o
Existe una fuerte tendencia en el mundo contemporáneo que considera
toda forma de vida como una suma organizada de mensajes. La informa
ción regula los niveles de existencia, vacía las cosas de su sustancia propia,
de su valor y de su sentido a fin de hacerlas comparables. La información
opone a la infinita complejidad del mundo un modelo único de comparación
que coloca en el mismo plano realidades diferentes. H. Atlan lo dice muy
bien: “lo que la biología nos enseña acerca del cuerpo hace desaparecer
lo que la sociedad, la historia, la cultura nos han enseñado acerca de la
persona. Desde un punto de vista biológico, la persona no existe. Lo cual
no quiere decir que en la sociedad la persona no exista. La persona es
una realidad social y la sociedad uno de los elementos más importantes
de nuestra vida. La biología dice solamente: el cuerpo es un mecanismo
impersonal, resultado finalmente de interacciones entre moléculas” (Atlan,
1994, 56). Para F. Jacob igualmente “todos los seres vivos están consti
tuidos de los mismos módulos distribuidos de diferente manera. El mundo
vivo es una especie de combinación de elementos de número infinito seme
jante al producto de un gigantesco mecano armado en el incesante brico-
laje de la evolución. Es éste un cambio de perspectiva en el mundo de la
biología que tiene lugar a lo largo de estos últimos años” (Jacob, 1997, 12).
La biología penetra en el terreno de la informática y se apropia una metá
fora fundadora de ésta: el organismo vivo es un mensaje. Para F. Jacob,
toda estructura material (viva o inerte) es comparable a un mensaje “en el
sentido que la naturaleza y la posición de los elementos que la constitu
yen, átomos o moléculas, resultan de una elección entre una multitud de
posibles. Por transformación isomórfica, según un código, tal estructura
puede ser traducida a otro juego de símbolos” (1970, 271-2). F. Jacob
cita a Wiener, fundador de la cibernética, quien insiste en que nada impide
“considerar un organismo como un mensaje” . La biología se convierte a su
vez en una ciencia de la información. El sujeto se disuelve en sus compo
nentes elementales, es un haz de informaciones, una serie de instrucciones
que guían su desarrollo. Las antiguas perspectivas de lo humano se disuel
ven al no encontrar ya en su ruta un sujeto, sino genes e informaciones: una
nebulosa significante pero cuyo rostro es indiferente.
El P r o y e c t o G e n o m a
El Proyecto Genoma45 consiste en identificar el encadenamiento de los
miles de millones de elementos que componen la estructura del ADN
y en determinar la localización del conjunto de los genes del hombre.
Esos elementos son bases parecidas a letras químicas que forman una
palabra; el gene comanda las proteínas, y en consecuencia, la fabrica
ción de un rasgo: el color de los ojos, la composición de la hemoglobina,
etcétera. El objetivo consiste en constituir una inmensa enciclopedia de
referencia para la biología y la medicina del mañana. Se trata de estable
cer la secuencia completa del genoma y de comprender la función y el
desarrollo del gene. Este proyecto nació de la conjunción de la genética
(con la progresión de la biología molecular) y del sostén logístico de la
computadora sin la cual sería impensable46. Biología e informática caminan
a la par dando vida a elementos fundadores del mundo contemporáneo,
perfilando el paisaje técnico de la nueva Génesis de la cual habla Rifkin.
El proyecto concibe un banco de datos de más o menos tres mil millones
de entradas. Miles de investigadores son movilizados con recursos consi
derables para identificar el mensaje hereditario que contienen las célu
las humanas. Ese trabajo inmenso consiste en entender los mecanismos
de acción del genoma a fin de, tal vez, lograr un día atender mejor ciertas
enfermedades genéticas que afectan al hombre y algunas multifuncionales
en las cuales la predisposición genética juega un papel relevante. Habrá
que esperar, sin embargo, a que los resultados puedan ser interpretados.
45 Acerca de la historia de este proyecto y su inclusión en una vasta utopía de la salud: Sfez (1995, 131 ss.).
Sin embargo mucho permanece, desconocido. Existen cerca de cien mil genes activos en el hombre y que
no representan más que el 5% del ADN. El significado de esta parte considerable de ADN no movilizado
queda al margen de la investigación. Por otra parte, además de las relaciones entre los genes mismos, falta
comprender el tejido de relaciones que conecta el gene, los tejidos, los órganos, las funciones y el medio
exterior a fin de situar con precisión su eficiencia.
46 Es precisamente lo que rechazan los defensores del todo genético que hace posible esta empresa, es
decir, una interacción estrecha entre diferentes campos de investigación que se refuerzan cada uno con
sus aportes mutuos.
El secuenciamlento del genoma es solamente una etapa: la determinación
del origen de la enfermedad suficiente para curarla, la búsqueda de trata
mientos curativos es la consecuencia compleja que emana de ella. Aunque
algunos biólogos son criticados a este respecto. Para M. Veuille, una vez
el secuenciamiento acabado, los biólogos estarán frente a un texto apenas
legible "un poco como un no francófono que se obstinara en leer a Proust
de la primera a la última línea, a sabiendas que es sutil, pero sin tener las
claves... Ciertamente la lectura será interesante en sí y permitirá a la investi
gación fundamental hacer descubrimientos sobre la naturaleza del genoma
pero no hay que creer, como tanto se repite, que esto será directamente
aprovechable en términos de biología aplicada a la medicina" (en Debru,
1991, 37). Muchos genes defectuosos son ya conocidos y más o menos
localizados, su secuencia de ADN identificada, pero las terapéuticas están
aún lejos. “ No solamente todas las tentativas por transformar el conoci
miento de las secuencias de ADN en terapia eficaz han fracasado hasta
ahora sino que es difícil concebir tentativas futuras que pueden evitar este
fracaso" (Lewontin, 1993, 142). El genoma sigue siendo un continente
no explorado pero da lugar a ásperos conflictos de intereses y sobre
todo propaga un ambiente social deletéreo que da al público la impresión
de que todo comportamiento está genéticamente programado, entregando
al individuo sin remisión a su destino.
Lo g e n é t i c a m e n t e c o r r e c t o
La sociedad americana vive una formidable fascinación por los genes y
las interpretaciones biológicas de los comportamientos. Las referencias
a los rasgos genéticos son abundantes en las series, las películas para
la televisión, la prensa, las revistas femeninas, o en el discurso político.
El gene se ha convertido así en un “ ¡cono cultural” , un equivalente laico
de la concepción del alma en el cristianismo” (Nelkin, Lindee, 1995, 17). El
gene encarna la verdad escondida del sujeto a pesar de sus subterfugios
de apariencia. La creencia se difunde como una mancha de aceite bajo
la forma de una cultura de masa que explica mágicamente las situaciones
sociales. Se habla comúnmente de gene de la resistencia de la pereza, del
ahorro, de la celebridad, del éxito de las matemáticas, del hedonismo, de la
felicidad, de la propensión a la toxiconomía (id., 16).
Que la violencia sea de origen genético es, por ejemplo, una idea
popular hoy en día en los Estados Unidos, retomada no solamente por
la sociobiología sino también por los medios masivos de comunicación.
El “cromosoma del crimen” y el “criminal nato" se vuelven lugares comu
nes. Y de tal modo que en 1986, en Sevilla, dos decenas de científicos
de renombre bajo la dirección de J. Goldstein, se reúnen y denuncian en
un texto de síntesis que la guerra se debe a un “instinto, a genes o a meca
nismos cerebrales” (Nelkin, Lindee, 1998, 132). De la misma manera que
en la época de la trata de negros se habría afirmado sin duda la exis
tencia de un gene de la esclavitud, los adeptos del integrismo genético
consideran ahora que la criminalidad es hereditaria y que afecta de forma
desigual a las clases y las “ razas” . Las prisiones estadounidenses mues
tran un fuerte porcentaje de encarcelación de negros, de lo cual concluyen
la dimensión “racial” de la criminalidad. En 1992, un funcionario de la admi
nistración Reagan dijo que los negros americanos han sido “condicionados
por diez mil años de selectividad en la batalla individual, y por la moral anti
trabajo que es corolario de la vida en libertad en la jungla" (Nelkin, Lindee,
1998, 166). Herrnstein y Murray (1994) atizan las polémicas trasatlánticas
al afirmar el carácter hereditario de la inteligencia y la inferioridad de los
negros: su dotación genética los conduciría en masa a las estadísticas
de la pobreza, del desempleo, de la delincuencia, de los nacimientos ilegí
timos. La organización social discriminatoria es así generosamente librada
de sus responsabilidades. T. Duster denuncia la biologización de proble
mas sociales y subraya que esas investigaciones se enfocan siempre los
mismos grupos sociales y descuidan los estudios que podrían realizarse
acerca de los comportamientos criminales de quienes se encuentran
en el poder o representan a grupos privilegiados. Cuando la criminali
dad de cuello blanco es mencionada en el medio en que los negros son
, , # í •r l l i Liyuui II el l i v l i u uci IC w a i w Üiyui
minoritarios en relación con los blancos, autores como WilsorroéHeerosteír!
señalan sutilmente que esa cifra se explica por el hecho de que la débil inte
ligencia de los negros hace posible para muy pocos el acceso a tal nivel.
Dicho de otra manera, reduce Duster, “cuando los blancos cometen más
crímenes en la cima, atribuyen esto a estructuras de oportunidad; cuando
los negros comenten más crímenes, implícitamente predomina un rasgo
de su raza" (Duster, 1992, 167).
48 M. Webster, uno de los lideres del National Front, un partido de extrema derecha británico fundado en
1967, escribe que "la contribución más importante que estimuló a los racistas y desanimó a los multirracia-
les fue la publicación en 1969 del artículo del Pr. Arthur Jensen en la Harvard Educational RevieW (citado
en Billing, 1981, 65).
Además, supone Jensen, esta ayuda puede serle reprochada más
tarde a los políticos culpables de favorecer que los niños negros no hayan
tenido una política eugenista suficientemente previsora. En una frase de
una rara marrullería, Jensen expresa su temor de que “la política social
actual desprovista de perspectiva eugenista lleve a la esclavitud genética
a una parte sustancial de la población. Las consecuencias podrían ser para
las generaciones futuras como la más grande injusticia de nuestra socie
dad hacia los negros americanos” (citado en Billing, 1981, 63). Eysenck,
más directo, teme que las ayudas aportadas a los negros sean nocivas
para los intereses “raciales" de los blancos: por cada admisión de un negro
apocado y con una instrucción pobre [...] se forzaría a un estudiante blanco
brillante provisto de una buena cultura a abandonar su formación" (citado
en Billing, 1981, 78). En una entrevista concedida a Newsweek, él defiende
una reforma profunda de la escuela a fin de que ésta tome en cuenta
la inferioridad intelectual de los negros: “un número considerable de niños
no puede pretender más que un éxito escolar mediocre, debido a sus apti
tudes limitadas" (10-5-1971). La astucia consiste en pasar la posibilidad
de herencia social ligada a condiciones de existencia a la afirmación de una
herencia genética con el pretexto de que se encuentran rasgos cercanos
de una generación a otra. Como observa Lewontin, de seguir así, se podría
ver en el protestantismo un dato genético49.
49 Un sociólogo califomiano sugiere que la misma oposición a la sociobiología es de origen genético: “es
posible que la desconfianza y el desprecio expresados por ciertos individuos hacia ciertas enseñanzas
de la sociobiología sean de origen genético. La lucha contra un destino predeterminado puede efectiva
mente tener una utilidad para la supervivencia. Esta lucha implica tal vez el rechazo de teorías que cuentan
que estamos sometidos a un determinismo impuesto por nuestros genes” (en Thuillier, 1981, 216).
50 Congruente con su visión de lo social estrictamente biológica, reprocha con energía a las mujeres america
nas de medios sociales privilegiados que tengan poco hijos, y teme que los Estados Unidos se conviertan
en una “República de cretinos* (Nelkin, Lindee, 1998, 244).
Él cita los trabajos de Dahlberg: “si un gene específico aparece como
responsable del éxito y de una mejoría del estatus, éste podrá fácilmente
ser concentrado en las clases socioeconómicas más elevadas” (Wilson,
1987, 539). Para el integrismo genético, el comportamiento humano se da
como el desarrollo social y cultural de una maquinaria genética51.
51 En una obra precedente hemos denunciado la visión biológica de las emociones para recordar su carác
te r socialmente y culturalmente codificado (Le Bretón, 1998).
52 El primer capítulo de La Sociobiología de Wilson se intitula "La moralidad del gen".
que mantiene una lógica con la destitución de la cultura y la afirmación
perentoria según la cual “es necesario considerar el espíritu [...] como
un epifenómeno de los mecanismos nerviosos del encéfalo” (p. 277).
53 Más que nunca, las ciencias sociales deben recordar la responsabilidad colectiva hacia las desigualdades
sociales y las numerosas injusticias que viven nuestras sociedades; frente a un sufrimiento social creciente
no puede haber fatalidad. El hombre es el creador del mundo en el cual vive, es una invención del sentido
que construye y no de los genes como pretenden ideologías políticamente dudosas. El hombre no está
dotado genéticamente de una cultura y de una moral: tiene la posibilidad de adquirirlas y crearlas según su
historia; no es el producto de sus genes sino de lo que él hace con ellos.
una doble hélice. El ADN se transforma en una nueva religión, cercana
a la gnosis. El cuerpo es igualmente el lugar de la Caída, el disfraz ridí
culo que encierra el alma, es decir, el ADN. Como una serie de instruc
ciones programadas al nacimiento, una simple copia del fichero genético,
el cuerpo es perecedero e imperfecto, sólo su ADN es inmortal y adoptará
millones de formas durante su eternidad biológica. El hombre identificado
a una carne imperfecta encuentra su salvación únicamente en sus genes
de los cuales no es más que el campo de ensayo. Si algunos de ellos
están alterados o son portadores de una anomalía, es necesario eliminarlos
o corregirlos para no agregar más defectos corporales que se transfor
marían en limitaciones o enfermedades.
54 Rifkin observa igualmente que el planeta entero es hoy objeto de una cacería de genes llevada a cabo
por organismos privados que los registran inmediatamente. Las sociedades se apropian de un derecho
sobre recursos naturales o animales , despojando asi a las poblaciones que viven de ellas. En este caso
también, los países del sur son explotados como materia prima. La legitimación viene evidentemente de la
reivindicación de un esfuerzo de investigación por parte de las sociedades privadas que producen vegetales
modificados. Los países del sur recuerdan que el desarrollo de los vegetales es muy anterior a su llegada
y que es producto de la memoria colectiva amasada a lo largo de los siglos (Rifkin, 1998, 84). Un número
creciente de organismos internacionales o de Estados se inquietan porque un patrimonio de la humanidad
puede ser así dividido y usurpado por firmas privadas para una explotación comercial. “La privatización del
conjunto de las semillas del planeta anteriormente patrimonio común de la humanidad en un poco menos
de un siglo atrae apenas la atención de los media; ésta constituye, sin embargo, una de las evoluciones
El c o n t r o l g e n é t i c o
“ El genoma es el fundamento de la medicina del futuro" repite incansable
mente G. Venter, personaje controversial cuyos intereses personales son
considerables en la materia. El secuenciamiento del genoma acrecentará
en lo sucesivo la posibilidad de revelar las predisposiciones de un individuo
a centenares de enfermedades genéticas sin que se tenga, sin embargo,
la seguridad de que éstas se declararán un día. Sólo una ínfima mino
ría de las anomalías genéticas detectadas son curables o susceptibles de
ser controladas por medidas médicas o por un modo de vida apropiado.
De manera general, la detección genética permite identificar a un indivi
duo portador de una mutación asociada inevitablemente a una enfermedad
grave (mucovisidosis, miopatía, hemofilia, etcétera), identificar a aquél que
posee un gene transmisor sin estar él mismo enfermo o hacer el diagnós
tico de una enfermedad de aparición tardía mientras que el individuo goza
todavía de buena salud (Corea de Huntington, poliquistosis renal). Se da
un amargo contraste entre las posibilidades de diagnóstico y la impoten
cia para prevenir el desarrollo de las enfermedades graves detectadas. La
única alternativa, si se trata de un examen prenatal, es el aborto preventivo
o la llegada al mundo de un niño amenazado en el presente (trisomia 21,
espina bifida, miopatía, enfermedad de Tay-Sachs) o en el futuro o para
el cual la existencia se desarrollará sin problemas de salud a pesar de las
predisposiciones iniciales (ciertas formas de cáncer). La precedencia de
lo virtual sobre lo real, la reducción del hombre a un epifenómeno de su
cuerpo visto como un puñado de genes se traduce en la propuesta de
J. Ruffié, quien sugiere que cada individuo se someta en su juventud a un
test genético y determine su existencia entera en función de los resulta
dos. “ El inventario de ese patrimonio, concluye, debe llevarnos a definir
un “capital-salud” cuya administración tendríamos que asumir, como admi
nistramos nuestro capital inmobiliario” (Le Monde, 1-2-1989).
mayores de la era moderna. Hace apenas un siglo, centenares de millones de campesinos en el mundo
entero administraban sus propias resen/as y las intercambiaban libremente entre ellos. Hoy en día, la mayor
parte de la reserva de semillas es cultivada, manipulada y registrada por multinacionales que aseguran para
ellas la propiedad industrial" (Rifkin, 1998, 157).
que los otros de desarrollar tal o cual afección. La medicina predictiva pone
en evidencia predisposiciones genéticas relativas a centenares de enfer
medades pero de ningún modo anuncia un destino inscrito en la célula;
se trata solamente de una susceptibilidad que deja en suspenso la influen
cia del medio y del modo de vida. Si la enfermedad ataca, su expresión
variará según las condiciones de existencia del sujeto. El material genético
contenido en la célula no es el plan unívoco de la construcción de un orga
nismo a partir de la suma de sus componentes, cada uno de ellos con un
camino perfectamente trazado. La proyección mecánica de las proteínas
no se concreta en una forma real. El fenotipo no es el genotipo: entre los
dos se lleva a cabo una multitud de interacciones que combinan genética
y medio. Numerosas enfermedades consideradas genéticas requieren de
múltiples genes y de condiciones particulares en su medio. Una persona
susceptible de desarrollar un cáncer es solamente un poco más vulne
rable que cualquier otra, al igual que un automovilista que conduce más
a menudo en la carretera corre más riesgos que otro de tener un acci
dente. Numerosos factores interfieren en el desarrollo o el silencio de la
afección detectada. En ciertos casos, la detección plantea la elección de
un tratamiento, de un régimen o de un modo de existencia apropiados para
limitar o hacer retroceder la enfermedad, si ésta es inevitable. El diagnós
tico permite precisar sin dilación el significado médico de los síntomas del
niño o del adulto, refiriéndose desde el inicio a causas reconocibles. Pero
la mayor parte de esas indicaciones genéticas dejan al médico desarmado,
puesto que no cuenta hoy en día con ninguna terapéutica. La deducción
genética plantea la cuestión de un etiquetamiento negativo cuyas profecías
amenazan al sujeto con eliminarlo ¡n útero o haciendo más pesada su exis
tencia con una angustia tal vez injustificada, si acaso escapa a la enferme
dad en cuestión.
55 Un estudio americano ha solicitado a 2 0 8 personas de cuatro familias con riesgo de cáncer coloredal
hereditario participar en una sesión de información de la enfermedad y del test de diagnóstico. Una persona
de cada dos aproximadamente aceptó (4 3 % ) mientras que 47% de ellas resultó afectada. De la misma
manera, para la enfermedad de Huntington, la mitad de los pacientes abandona las consultas de genética
antes del resultado (Impact Medecin Hebdo, 2 8 de mayo de 1999).
56 L. Sfez (1995, 64) narra un diálogo en el que una mujer le confiesa haberse hecho extirpar los ovarios, que
no tenían nada, como medida preventiva. Ya en 1995, L. Sfez señalaba la tendencia de ciertas mujeres
americanas a soluciones de prevención radicales.
57 La mitad de los Estados americanos ha emitido leyes que prohíben la difusión de los archivos genéticos
de los individuos y reprimen la discriminación de los empleadores o las aseguradoras. Pero esos textos
tienen solamente una incidencia muy formal.
genética es desfavorable, la pareja puede renunciar a tener un niño o recu
rrir a los exámenes prenatales para verificar su conformación genética.
No es imposible que ciertos estados americanos intervengan para conce
der o no una licencia de procreación (Duster, 1992, 202). Ya en China, una
ley del 1o de junio de 1995 estipula que “si las pruebas efectuadas reve
lan que los futuros padres son vectores de una enfermedad de naturaleza
severa, el hombre y la mujer deben ser advertidos que su matrimonio no
será autorizado, a menos que cada uno de ellos acepte tomar medios anti
conceptivos a largo plazo o someterse a una ligadura para volverse esté
riles" (Génétique et Liberté, núms. 9-10, 1999). La detección genética,
asociada al culto de la salud y de la necesaria perfección corporal conduce
lentamente a nuevas formas de discriminación biológica58. La ideología del
todo-genético que pretende igualmente englobar la enfermedad mental
propaga con frecuencia entre los padres de personas que sufren de una
afección psicótica el temor de que ellos mismos son portadores de genes
defectuosos y de que se vean obligados por diversas presiones (asegura
doras, etcétera) a abstenerse de procrear, so pena de que les sea supri
mida su cobertura social o su seguro privado, amenaza que puede alcanzar
a toda la familia (Nelkin, Lindee, 1998, 246).
58 T. Duster da un ejemplo de efecto perverso en Orchomenos, una ciudad griega donde era realizada una
detección sistemática de la anemia falciforme, que a menudo traía como consecuencia, en los primeros
años de la operación, la ruptura de noviazgos y, en consecuencia, la estigmatización social de los individuos
involucrados (Duster, 1992, p. 147 ss.). Otros problemas políticos y sociales no menores nacen de
la distribución desigual de ciertas enfermedades al interior de grupos étnicos, más afectados que otros
por la enfermedad de Tay-Sachs; la comunidad judía norteamericana ha participado activamente en su
detección. En cambio, la de la anemia falciforme que afecta a los negros americanos ha sido obligatoria
en ciertos estados americanos.
son nefastas para ciertos empleados. Numerosas formas de segregación
genética aparecen para simples virtualidades de enfermedad59.
59 El presidente Clinton se inquieta por ‘ el abuso de pruebas genéticas para practicar nuevas formas de
discriminación" (Libération, 9 -1 2 -1 9 9 8 ) Rifkin (1998, 2 1 6 ss.) y proporciona numerosos ejemplos en el
contexto americano.
Para Silver, la aparición de dos especies humanas es completamente
concebible, si se considera la aplicación ineluctable del genio genético
al embrión. La dignidad de los hombres será a partir de entonces la de
sus genes. Según un sondeo March of Dimes/Louis Harris, más del 40%
de los americanos interrogados manifiestan su voluntad, si las circunstan
cias se prestan a ello, de recurrir a la ingeniería genética para “mejorar” los
caracteres físicos e intelectuales de sus hijos. (Le Courrier International,
núm. 419, 1998). Estos padres desean concentrar todas las posibilidades
de su lado. El mercado y la materia están asegurados. El niño no será un
producto terminado más que al término de las intervenciones correctivas.
La distancia ya inmensa entre los desposeídos y los otros se hará todavía
más grande, lo que proyectará el conjunto de las sociedades “en vías de
desarrollo” a una distancia astronómica. Unos manipulan los genes de sus
hijos y, en otro lado, a lo lejos, otros tratan de impedir que un recién nacido
que padece diarrea muera ese día.
El d e m i u r g o g e n é t i c o
La terapia génica en el hombre es aún lejana; consiste en un brico-
laje cuyo objetivo es reemplazar un gene portador de una anomalía por
un gene funcional para el desarrollo del organismo. Ahora bien, esta inserción
es aleatoria: es imposible saber actualmente si un gene se fija e igual
mente se ignora si puede bloquear otras funciones celulares. Además,
aun si el gene transformado se arraiga en el lugar deseado, no es seguro
que se manifieste. Las terapias génicas plantean numerosos problemas que
contradicen el rumor que difunden tanto los mass media como el imaginario
informático según el cual es posible “cortar" y luego “pegar" la información
pertinente en el software del individuo enfermo. El cuerpo humano no tiene
la transparencia de los bits. Después de varios años de tentativas en cerca
de 600 pacientes, el National Institute o f Health subraya la extrema incer-
tidumbre de esta terapia y declara que hasta este día “ ningún protocolo
de terapia génica ha podido pasar la prueba indiscutible de su eficacia
clínica, aunque algunos resultados se hayan producido" (en Rifkin, 1998,
178). Esta alternativa sigue estando llena de imprevistos, sobre todo si se
considera que los genes de ciertas enfermedades parecen en ocasiones
conferir una forma de inmunidad a otros. Los descubrimientos actuales en
biología molecular casi no pesan frente a lo que sigue siendo desconocido.
La terapia génica se aplica hoy solamente a las células somáticas y no a las
células germinales que modificarían el genoma de todos los descendientes
del individuo. En este último caso, cualquier error de cálculo tendría reper
cusiones definitivas al infinito.
La c l o n a c i ó n o el h o m b r e d u p l i c a d o
La clonación es la versión moderna del imaginario del doble. La célula
se convierte en espejo del donador, réplica aún infinitesimal pero destinada
a ser una copia fiel de él. En ese fantasma de omnipotencia, el individuo
se transforma en su propia prótesis: sueña su multiplicación al infinito bajo
el modelo del dessueje vegetal. La reproducción a través de un cuerpo
movido por el deseo, en la confrontación de la otredad y el gozo, cae
en desuso y desaparece frente a la multiplicación técnica del individuo.
La sexualidad es inútil pues depende del Otro, de la incertidumbre que
es. Packard (1978) ubica la generalización de esta práctica en un futuro
próximo. Los defensores de la clonación subrayan el control que puede
ser ejercido por anticipado sobre la calidad genética del producto.
El encuentro sexual es, según ellos, demasiado aleatorio pues deja obrar a la
naturaleza; mientras que la fecundación in vitro, a partir de una sola célula de
un individuo cuyo patrimonio genético se conoce, ofrece la garantía de una
ausencia de vicios de fabricación. No se puede esperar ninguna sorpresa
puesto que el modelo ha sido ya probado durante un cierto número de años.
Reproducción en laboratorio sin la mancha del sexo o del cuerpo, bajo
la dirección de innumerables controles de calidad efectuados al producto.
Hijo de calca, alter ego más o menos joven por una generación, aunque
físicamente idéntico, reflejo de un narcisismo total.
60 La determinación genética estricta prácticamente no existe, el medio modela el desarrollo de los genes de
susceptibilidad.
de material genético único), su estatus es igualmente ambiguo. El fantasma
de omnipotencia del individuo sobre su clon, la dependencia moral del
segundo, su sensación de no vivir por sí mismo, sino como un débil eco
del Otro, hacen difícilmente pensable el sentido de su propia existencia. La
oscuridad simbólica entre sí y el Otro parece, para el doble, una prueba
moral difícil de resolver al buscar una identidad personal. ¿Cómo escapar a
la fascinación mortal del espejo cuando no se existe sino a la manera de un
reflejo? El psicoanálisis deberá reescribir su trama conceptual puesto que
Edipo queda sin efecto en tal constelación familiar. J. Baudrillard imagina un
conflicto inesperado pero plausible: el del clon que “suprime a su ‘padre” ',
no para ayuntarse a su madre (cosa ahora imposible) sino para reencontrar
su estatus original y su identidad explosiva" (Baudrillard, 1997, 228).
Transgénesis animal
Se vive el auge de toda una industria del animal transgénico en interven
ciones genéticas tales como transplante de genes o cruza de especies
diferentes. El animal creado por la evolución se vuelve un objeto imper
fecto, caduco, rediseñable, material montable y desmontable, susceptible
de ser genéticamente apareado a otros a fin de modificar uno de sus carac
teres y suprimir o agregar informaciones genéticas para satisfacer una
solicitud particular. El animal se convierte en materia prima a disposición;
su esencia pierde su dimensión intangible; se modela su patrimonio gené
tico fabricándolo sobre medida. El reduccionismo biológico elimina las
fronteras de especies reduciendo todas las formas vivas (el hombre
incluido) a una reserva de genes modificables en laboratorio mediante
biotecnologías. “Para el transgenetista, los límites entre las especies
no son sino etiquetas cómodas que permiten identificar entidades o relacio
nes biológicas familiares pero que no pueden de ningún modo ser consi
deradas como barreras infranqueables que separen a los animales de los
vegetales" (Rifkin, 1998, 60). El mundo vivo se reduce desde entonces
a una combinatoria de la rentabilidad que es determinada de manera arbi
traria. No estamos más que en las primicias, pero el fantasma de domi
nio se afirma en la destitución de formas biológicas animales y vegetales.
La progresión del saber en materia de biología molecular no deja de ampliar
su margen de maniobra.
61 La cuestión del sufrimiento animal rebasa esta obra; sin embargo, está presente en esas modificaciones
morfológicas relacionadas con la adjunción de genes exteriores que producen a menudo monstruosidades.
No se cede a una superstición cuando se dice que la evolución ha diseñado las especies con una
coherencia biológica que es difícil transgredir sin provocar efectos perversos. Cuando los hombres
desearon transformar algunas especies de animales lo hicieron con el tiempo, titubeando, en pequeña
escala y no con la brutalidad que consiste en fabricar genéticamente a un animal en todas sus partes.
ricos y pobres, sino para alimentar la avidez sin fin del mercado. Esos
imperativos económicos que distinguen a ciertas sociedades modifican la
estructura misma de la naturaleza. “Las tecnologías genéticas que hemos
inventado para recolonizar la biosfera son impresionantes pero nuestra
total ignorancia de los complejos mecanismos que la animan no lo son
menos [...] Esta segunda colonización se lleva a cabo sin brújula. Nos falta
una ecología predictiva que nos guíe en ese viaje y es muy poco probable
que dispongamos algún día de una, puesto que la naturaleza es demasiado
móvil, compleja y variada para que la ciencia pueda reducirla a un modelo
que autorice previsiones confiables" (Rifkin, 1998, 158). De golpe, la
ingeniería genética transforma ciertas especies animales o vegetales muy
pronto sin duda, al hombre mismo más profundamente de lo que hicie
ron millones de años. El temor reside en que la transgénesis animal sea
el preludio de la del hombre, de la transformación genética de lo humano.
En todo caso, ya no es solamente despreciable el cuerpo humano, sino
que se trata de una revaloración gnóstica del mundo mismo, que será revi
sado y corregido.
5. El c u e r p o s u p e r n u m e r a r i o del c i b e r e s p a c i o
El d e s d o b l a m i e n t o d e l m u n d o
Al desdoblar la vida ordinaria, el ciberespacio se convierte en un modo
de existencia completo, portador de lenguajes, de culturas, de utopías.
Desarrolla simultáneamente un mundo real e imaginario, de sentido y
de valores que no existen sino a través de la colaboración de millones
de computadoras y del entrecruzamiento de diálogos, de imágenes, de
interrogaciones, de datos, de discusiones en foros: mundo virtual del
“entre nosotros", provisional y permanente, real y ficticio, inmenso espacio
inmaterial de comunicación, de encuentros, de información, de difusión,
de conocimiento, de comercio, que pone momentáneamente en contacto
a individuos alejados en el tiempo, en el espacio, y que ignoran con frecuen
cia todo de ellos mismos. Un mundo en el cual las fronteras se diluyen,
en el cual el cuerpo se esfuma, en el que el Otro existe en la inferíase de
la comunicación pero sin cuerpo, sin rostro, sin otro tacto que el que toca el
teclado de la computadora, sin otra mirada que la de la pantalla. El ciberes
pacio es “celebración del espíritu [...]. Es un reino en donde lo mental está
liberado de los límites corporales, un lugar favorable a la omnipotencia del
pensamiento" (Bukatman, 1993, 208-209). Una definición clásica del ciber
espacio concebida por Randy Walser subraya la dualidad de los mundos y
la evicción corporal que exige: “el ciberespacio es un medio que da a sus
usuarios la impresión de ser transportados corporalmente del mundo físico
ordinario a mundos de imaginación pura” (Walser, 1992, 264). El cuerpo
no cuenta ya como materialidad y menos aún como sustento de la identidad
puesto que todos los juegos con él son posibles. En el ciberespacio se da
a las personas minusválidas o gravemente enfermas una oportunidad de
moverse a su antojo sin preocuparse por obstáculos físicos, sin temor
a la estigmatización. El peso del cuerpo se disipa cualesquiera que sean
su edad, su salud, su conformación física. Los ínternautas se ubican en
un plan de igualdad justamente porque hacen a un lado el cuerpo. El cibe
respacio es la apoteosis de la sociedad del espectáculo, de un mundo
reducido a la mirada62, a la movilidad del imaginario, pero también a la
exclusión de los cuerpos vueltos inútiles y estorbosos. Es un sucedáneo de
lo real cuya apariencia desborda en ocasiones la aceptación de la realidad
física del individuo. La navegación en la Red, los intercambios en los foros,
etcétera, les procuran a los Ínternautas una “perturbadora sensación de
presencia” (Dery, 1997, 16).
62 Investigadores americanos intentan remplazar al “ratón” por la mirada: para hacer clic sería suficiente con
parpadear.
del cuerpo: la respiración, un movimiento de la mano, de la cabeza, del torso.
Con guantes táctiles el individuo manipula objetos, moldea formas, inventa
universos. Se proyecta en el cuerpo de la hormiga y aprehende el mundo
a su manera; hace suya la virtuosidad de la bailarina; asume los miedos
y las sensaciones extremas de un surfeador del cielo sin otro límite de iden
tificación que la panoplia que encuentra a su disposición, pues su cuerpo
es solamente el maniquí que proporciona los diferentes roles. Liberado
de las restricciones corporales habituales frente a un mundo simplificado
cuyas llaves son fácilmente manipulables, el viajero virtual conoce real
mente un mundo artificial, experimenta físicamente un mundo sin carne. En
ese universo de síntesis, el juego proporciona todas las apariencias de lo
verdadero sin correr los riesgos que esconde el mundo y con la posibilidad
de vivir mil experiencias nuevas (simulaciones de vuelo aéreo, de caída).
A pesar de su reducida movilidad, el sujeto experimenta una plenitud
sensorial que la sociedad no le prodiga con tanta generosidad. El indivi
duo se desplaza concretamente en un universo reconstituido. Disociando
cuerpo y experiencia, restándole realidad a su relación con el mundo
y transformándola según ciertos datos, lo virtual legitima la oposición radi
cal entre espíritu y cuerpo y desemboca en el fantasma de la omnipotencia
del espíritu. La realidad virtual está más allá y más acá del cuerpo; éste
permanece pasivo aun si vibra con los innumerables efectos de sensacio
nes y de emociones provocados por la imagen. “ El discurso visionario de
aquellos que concibieron el ciberespacio abunda en imágenes de cuerpos
no reales liberados de las restricciones que la carne impone. Ellos prevén
un tiempo en el cual se podrá olvidar el cuerpo" (Stone, 1991, 113)63.
Fin a las l i m i t a c i o n e s d e la i d e n t i d a d
En 1985, Julie aparece en un channel de discusión: vieja, severamente
minusválida, consigue con dificultad usar el teclado de su computadora.
Gracias a la Red, su cuerpo maltrecho no es ya un obstáculo para la comu
nicación: afectuosa, empática recibe numerosas confidencias de otras
mujeres inscritas en ese channel. Y luego, de pronto, el escándalo estalla:
Julie es en realidad un hombre, un psiquiatra de cierta edad que pensó
en esta estratagema para comunicar más a fondo con las mujeres. Un día,
en efecto, al dialogar en la Red con un interlocutor que lo había tomado por
una mujer, se siente comprometido por la calidad de la relación que se había
establecido entre ellos. Asumir el personaje de una anciana minusválida,
le había parecido una manera ideal de renovar la experiencia y, sorpren
dido por su éxito, cayó en su propio juego. La revelación de su identidad
escandalizó a sus interlocutoras; algunas se dijeron “violadas” , despojadas
de su intimidad. La Red permite juegos de engaño, en los cuales uno de
los actores se empeña en hacerse pasar por otro, en cambiar de sexo,
de edad, etcétera.
En el ciberespacio, el sujeto se libera de las limitaciones de su identi
dad para metamorfosearse provisionalmente o permanentemente en lo que
quiere sin temer ser contradicho por la realidad. El sujeto se desvanece
corporalmente para transformarse según una multitud de posibles másca
ras; para convertirse en información pura, cuyos contenido y destinatarios
controla con precaución. Privado de rostro, no tiene que temer no poder
mirarse de frente: está libre de toda responsabilidad pues no posee sino
una identidad volátil. En los channels, los caracteres sexuales y la edad
son texto puro, rasgos, objetos de una descripción cuyo origen es inve-
rificable y que facilita cualquier licencia. La escritura inventa el mundo sin
tener que exhibir pruebas. Inmaterial, el sujeto se reduce estrictamente
a las informaciones que da, encarna un cogito puro; es lo que piensa que
es cuando está conectado a un universo en el cual los nosotros son igual
mente jugadores. No corre el riesgo de que su cuerpo lo traicione o lo
delate. La Red favorece la pluralidad del yo, el juego, el escarceo virtual;
libera al sujeto de su identidad y favorece en todo momento la posibili
dad de desaparecer. La identidad se declina a la manera del follaje, es
una sucesión de “yo” provisional, un disco duro que contiene una serie de
ficheros que se activan según las circunstancias. El sujeto es una licencia
para experimentar posibles. Como lo dice un estudiante entrevistado por
S. Turkle: “¿por qué conceder más importancia al YO del cuerpo que a los
múltiples Otros que no lo tienen, si éstos últimos permiten vivir otro tipo de
experiencias?” (Turkle, 1997, 14) Ese mundo, por otra parte relativamente
anónimo, es propicio a un ejercicio sin barreras de la libertad para bien
o para mal. Es una máscara formidable, es decir, un motivo de relajamiento
de toda civilidad (Le Bretón, 1993). La responsabilidad se desvanece.
Un crimen virtual no deja rastro. El ciberespacio es un útil de multiplicación
de sí mismo, una prótesis de existencia cuando es el cuerpo mismo el que se
transforma en prótesis de una computadora todopoderosa. Ciertamente, el
individuo penetra los mundos imaginarios que se despliegan en el monitor;
vive a través de ellos aventuras sucesivas, dialoga, construye, pero no está
en posibilidad de conocer esta ubicuidad más que a través de la puesta
entre paréntesis de su cuerpo real. Inmerso en la realidad virtual, a la vez
fuera del cuerpo y realmente presente en sus movimientos, que simulan su
experiencia, está a la vez aquí y allá, en ninguna parte y sin embargo, ahí.
El ciberespacio es en este sentido una especie de sueño despierto para
aquellos que juegan profundamente con su identidad sin temer un choque
cuando la realidad esté de vuelta; el ciberespacio permite la construcción
de innumerables mundos y de formas múltiples de encarnación virtual,
ya no sometidos al principio de realidad sino completamente bajo la direc
ción del placer y del imaginario.
La e c o n o m í a d e l m u n d o
Sin salir de su cuarto, siendo fiel a la máxima pascaliana, es posible cami
nar en las gargantas del Verdón; surfear sobre las olas desencadenadas
de un spot de México; cazar leones en una selva ecuatorial; desnudar
una mujer de sueño en un juego erótico antes de arrastrarla a un tórrido
encuentro virtual; dialogar durante horas con ciberamigos del otro lado
del mundo, de quienes no se conoce más que el seudónimo y las reac
ciones textuales que manifiestan; participar en un juego de roles con
compañeros invisibles; convertirse en caballero medieval con un grupo
de apasionados de la misma época, etcétera. Un paseo en bicicleta fija
con un casco de visión lleva al ciclista virtual por diferentes caminos,
lo hace atravesar lugares diversos, lo confronta según la velocidad de su
pedaleo a terrenos sucesivos. Si acelera lo suficiente, despega y sobre
vuela el paisaje. En un auto de carreras virtual, el sujeto vive las emocio
nes del pilotaje en el circuito de Le Mans; se une a la carrera; rebasa
peligrosamente; se hace rebasar él mismo, inmóvil en el centro de su
instalación electrónica, y no vibra menos con todo su ser. Se puede vivir
en una ciudad virtual, en la que se posee un departamento, un oficio,
entretenimientos, vecinos, amigos; dirigirse a una sala de espectáculos,
pedir informes a otros internautas que se pasean también ahí, etcétera.
La vida cotidiana completa es susceptible de entrar en la Red. Algunas
personas exponen sin inhibiciones su existencia a los internautas con los
que se cruzan, disolviendo cualquier frontera entre lo público y lo privado.
Su casa es vigilada por cámaras que transmiten sus desplazamientos
y sus acciones y gestos a su sitio personal. Las cámaras Uve abundan
en Internet (Virilio, 1998, 76). Es igualmente posible integrar minúsculas
cámaras y líneas de comunicación para la voz, reintroduciendo así una
mejor simulación de la presencia en el angelismo corporal. La muerte
misma no escapa a la Red. Un sitio canadiense autoriza a los internautas
a seguir funerales en directo, gracias a una cámara conectada a la Red.
Otro sitio, el World Wide Cimetery, ha sido creado por enfermos y sus
allegados como espacio de sepultura virtual en el cual figuran imágenes
de personas muertas y los epitafios redactados por su familia o por
internautas ocasionales. La página consagrada a cada desaparecido
contiene fotos o textos. Se pueden depositar flores virtuales en su tumba.
El abandono del cuerpo hace posible todas las metamorfosis: convertirse
en piedra que rueda, en piano, en pez volador, en salmón que remonta un
río, en águila girando en la cumbre de una montaña o en piloto de avión.
El principio de la separación es abolido; con las herramientas adecuadas,
las fronteras del reino caen también. Y ese mundo de sueños en vigilia
puede ser compartido con otros simultáneamente o por interacción. Si la
computadora es una oportunidad para la persona afectada por una limita
ción motriz e impedida por lo tanto en sus movimientos, la inercia motriz
que provoca en los otros usuarios es una fuente de ambigüedad. El cuerpo
se convierte con el paso del tiempo en una cosa embarazosa, excrescencia
desafortunada de la computadora.
64 No se trata evidentemente de decir que la Red no favorece encuentros, sino de señalar algunas
tendencias. En la vida real, se organizan encuentros IRC (Internet Relay Chat)- Algunas comunidades
virtuales se convierten en ocasiones en comunidades concretas, por el hecho que algunos de sus adeptos
desean prolongar los intercambios en tom o a un café. Un programa permite, por otra parte, conocer las
coordenadas de otros usuarios y de ponerlos eventualmente en contacto.
comunidades sociales tradicionales a lo largo del mundo” (Reinghold,
1993, 62). No son en todo caso comunidades reales sino la “sociedad
de los espíritus” en una versión diferente a la que soñó Minsky. Agregue
mos que si la Red une a algunos, aleja a otros años luz, creando nuevos
guetos entre los que están conectados y los que no.
Virtual viene del latín virtus que significa fuerza, energía (Quéau, 1993,
26). Lejos de ser una ilusión, la cibercultura es un campo de fuerza y de
acción, otra dimensión de lo real, susceptible, en este sentido, de movili
zar poderosos afectos. Los internautas tienen con frecuencia la impresión
de vivir físicamente y afectivamente sus intercambios con los otros en la
Red; un universo virtual desdobla la realidad trivial de un hombre sentado
detrás de su aparato, disueltos su cuerpo y su identidad pero intensa
mente comprometido con su juego. En la cibercultura, lo imaginario ligado
a la pantalla alimenta la relación con el mundo; no es un ensueño que se
desprende de las cosas sino otro principio de realidad, más fuerte incluso
que la relación viva con el otro, puesto que se realiza en una esfera que
el sujeto controla totalmente y siguiendo un juego que despeja las limitacio
nes de la realidad. Al simular lo real a su antojo y al alimentar un fantasma
de omnipotencia en su usuario, la cibercultura es con frecuencia una tenta
ción terrible frente a la infinita complejidad y a la ambivalencia del mundo.
Lo real termina por escapar a cualquier control; se resiste a los intentos
de someterlo, de hacerlo manejable, según una intención personal. Lo real
implica un debate permanente con sí mismo y con los otros. La ambigüe
dad del mundo se concentra en una ventana colocada frente a él.
Dios virtual
Después de una experiencia virtual en un espacio de síntesis en la Red
es difícil “aterrizar", volver a sentir el peso del cuerpo y las preocupaciones
de la vida cotidiana. En este contexto, el discurso religioso resulta parti
cularmente propicio. P. Quéau señala la fascinación de las jóvenes gene
raciones por los mundos virtuales del Internet y las imágenes de síntesis
que se ofrecen como alternativas a un mundo conflictivo: “es posible que
se decida cada vez más contentarse con esos simulacros de realidad, si el
mundo real parece de pronto demasiado hostil, demasiado inhospitalario,
o si sus vías de acceso parecen fuera de alcance. No hay duda de que
lo virtual se convertirá desde entonces en un nuevo “opio del pueblo”
(Quéau, 1993, 41). Él mismo cede, sin embargo, al canto de las sirenas
algunas paginas después, olvidando sus resquemores; se extasía en un
lenguaje religioso de navegador de la Red: “se viaja en sinfonías visuales
disfrutando la textura de su materia más o menos ilusoria. Esos mundos
sin inercia sólida respiran, pulsan, circulan, se oxigenan. Son música
vuelta espacio, más que espacio traducido en música. Esos espacios son
Babilonias no confusas, jardines suspendidos de nuestros labios, de nues
tros dedos, laberintos incrustados completamente en una inmensa comple
jidad que, sin embargo, es transparente, de acceso claro, cristalina, sin
dejar de ser densa, desplegada, renovada sin cesar” (Id., 43). Rheingold,
nos habla del embeleso que experimenta no al depositar una carta o al tele
fonear, sino al enviar un e-ma¡l. “Aquí en California envío mi clave mágica
desde el teclado y me recorre un ligero escalofrío la espalda al pensar que
en alguna parte de Suecia una lucecita titila simbolizando mi operación en
un disco duro local” (Rheingold, 1993, 306). Rheingold podría deslum
brarse al ver que Platón le envía hoy un mensaje, aún activo 2 500 años
después de su muerte o al recibir una carta de cualquier lugar, pero lo
sagrado tiene sus propias razones y encuentra en estos días en la Red o la
realidad virtual un mejor punto de arraigo.
65 Miles de griots, de narradores, de escritores y de artistas han creado universos, pero ninguno se ha tomado
por Dios. Inversamente, es sorprendente ver cómo esta autoproclamación se banaliza hoy en día en la
biología, la medicina o la cibercultura.
los organismos biológicos o las realidades numéricas son percibidas como
pertenecientes al mismo orden, lo que alimenta en el creador del proyecto
la idea de haberse convertido en Dios, amo de la vida y de la muerte
(,Libération, 14-4-1995). S. Levy, uno de los artesanos más comprometidos
en este dominio, explica que el tejido de la vida artificial es una materia no
orgánica cuya esencia es la información. "Exactamente como los médicos
han reproducido in vitro los mecanismos de la vida, los biólogos y los infor
máticos de la vida artificial esperan crear vida in silico" (Levy, 1992,5).
Un e r o t i s m o f u e r a d e l c u e r p o
El erotismo es una relación de gozo recíproco en el cuerpo del otro; rela
ción que implica una confianza mutua suficiente para aceptar perderse en
el otro y vivir con él un intenso momento de intimidad. El juego que consiste
en vivir del erotismo entraña una confrontación simbólica con la muerte aue
se extiende más allá de la “ petite mort", que designa a menudo al placer.
Bataille, sobre todo él, ha mostrado en qué medida la sexualidad implica
la aprehensión de la muerte y un cuerpo a cuerpo radical en la alteridad:
desnudarse equivale simbólicamente a morir, al descubrir, detrás del velo
de la ropa, la infinita fragilidad del Otro. La desnudez implica ya la acepta
ción de estar moralmente sin defensa (desnudo) frente a los ojos del Otro.
Ella se quita la máscara. “El erotismo, dice Bataille, está en la conciencia
del hombre" (1965, 34). Ruptura ontológica en el desarrollo tranquilo de la
vida cotidiana que proyecta fuera de sí; la sexualidad o el erotismo implican
la prueba del cuerpo del Otro66.
66 Acerca de la pornografía, y sobre todo de los usos sociales de los cuerpos fotografiados (revistas)
o filmados (videos XXX), es decir, de una sexualidad reducida a cierto tipo de mirada, reenviamos a Patrick
Baudry (1997).
la presencia carnal del Otro ya no es necesaria. La cibersexualidad trae
consigo la desaparición sin equívoco de la carne. Por el hecho de ser
de manera privilegiada un himno al cuerpo, el erotismo no podía esca
par a las tentativas de extirparlo de un cuerpo perdido en el imaginario
de la denigración, cuyas variantes hemos mostrado. En las pantallas,
el sexo se transforma en texto y espera las combinaciones sensoriales que
permitan estimular a distancia el cuerpo del Otro, sin tocarlo. La indigni
dad corporal vive una forma de reivindicación en el androide, cibernético
que será muy pronto capaz de interactuar sexualmente y de responder
activamente a todos los fantasmas de su propietario. Ciertamente, el tema
es viejo: Ovidio, en Las Metamorfosis, cuenta los amores de Pigmaleón
quien prefiere la compañía de una mujer de marfil a la mujer real para evitarse
cualquier confrontación. Moldear con sus propias manos su ideal del Otro
femenino es una manera de amarse a sí mismo, ocultando la confronta
ción de la alteridad que es necesariamente el enigma del cuerpo del Otro,
comenzando por la de su rostro (Le Bretón, 1992). El sueño de sustituir
el cuerpo por la máquina, de ahorrarse el miedo del desnudo, reaparece en
muchas narraciones de la literatura occidental, especialmente en la pluma
de Hoffmann y de Villiers de L’lsle Adam. En sus relatos, que tienen valor
de mitos, cuentan el odio celoso del cuerpo, la indignidad de la mujer de
carne, el gozo del dominio del Otro tanto más sometido cuanto que no
tiene alma, ni interioridad, ni historia.
El a m o r d el a n d r o i d e
En Ei Hombre de Arena, de Hoffmann, al inicio de su fascinación por
Olympia e ignorante de que se trata de una criatura artificial, Nathanaél
manifiesta su odio por la mujer real. Desdeña a su amiga Clara y la trata
de autómata, de ser sin vida, puesto que ella no cede adecuadamente
a sus solicitudes. En cambio, Nathanaél vive subyugado por Olympia, la hija
de su profesor Spallanzani, que él descubre detrás de su ventana, siem
pre sentada, inmóvil con los brazos descansando en la mesa. Una noche
de fiesta en que baila con ella, le sorprenden sus movimientos faltos de
ritmo y las escasas palabras que pronuncia: “ ¡Oh, oh, oh!” ; aunque es sedu
cido por su encanto. Sin embargo, cuando él la besa, sus labios ardientes
encuentran los labios helados de Olympia. Si Nathanaél es seducido por las
rarezas de una mujer muda y dócil que parece transparente a sus deseos,
sus amigos no son tontos y se interrogan acerca de su inquietante parti
cularidad. Ella les ha parecido “tiesa e inanimada” ; su mirada, desprovista
de vida; su paso medido como marcado por un mecanismo. “Su canto y su
interpretación musical tienen la precisión convenida, la exactitud monótona
y sin alma de una máquina de cantar; lo mismo sucede con la danza. En fin,
esta Olympia nos ha causado una impresión penosa y ninguno de nosotros
desearía tener algo que ver con ella” (Hoffmann, 1994, 43). Es precisa
mente la distancia de Olympia lo que fascina a Nathanaél, quien encuentra
sospechosa la insensibilidad o los celos de sus amigos. El silencio de la
joven es para él la perfección misma del lenguaje; su inmovilidad, el colmo
de la gracia; él expresa en su presencia un arrebato que se repite con cada
gesto de su compañera.
La c i b e r s e x u a l i d a d o el c u e r p o en d i s q u e t t e
La seducción, dice Baudelaire, es siempre un artificio, un juego de signos
y no la manifestación de una naturaleza. “ No hay anatomía, no hay psico
logía, todos los signos son reversibles" (Baudrillard, 1979, 20). La seduc
ción aquí es radical, en el sentido en que elimina absolutamente la carne
para forjarse una forma de apariencia, un repertorio de signos que atrapan
en sus redes a los hombres dispuestos a creer que la carne no es nada,
y que la necesidad del Otro en el deseo impide ignorar ese simple estatus
de signo. La obra de Bioy Casares, La invención de Morel (1973), prefi
gura los imaginarios telemáticos del amor sin cuerpo. En una isla desierta
e inhóspita, un fugitivo se oculta de un grupo de hombres y de mujeres
instalados ahí. En varias ocasiones percibe a una joven, Faustina, de la cual
cae perdidamente enamorado. Pero ella parece no verlo jamás, incluso
cuando él le declara su pasión apareciendo frente a ella en un sendero.
El fugitivo es igualmente transparente a las miradas de los otros isleños;
cuando es sorprendido por éstos: nadie da muestras de haberlo visto.
Él comprende muy pronto que esos hombres no existen en esta dimen
sión del mundo a pesar de sus movimientos, sus palabras, su materialidad.
Son simulacros que emiten una intensa ilusión de vida. Morel, el propietario
de la isla, es el inventor de una máquina que graba y proyecta enseguida en
el espacio momentos de la existencia con una apariencia completa de reali
dad. Sin ser correspondido, él amaba a Faustina y, para asegurarse una
eterna presencia a su lado, filmó a escondidas a Faustina y a sus amigos
obligándolos a la indeseada inmortalidad de una semana eternamente repe
tida. Pero, lentamente, la máquina destruye lo que graba. Así, los protago
nistas de ese tiempo infinito mueren poco después de haber sido filmados.
Desesperado, pero siempre enamorado, el fugitivo se mezcla entonces
a las imágenes, cerca de Faustina, la sigue de sus desplazamientos.
En su deseo de ir más lejos, logra penetrar los mecanismos de la máquina
y filmarse él mismo con el fin de entrar a su vez en el mundo de imágenes
materiales y de unir para siempre su existencia a la de Faustina. El precio
es la muerte, lo sabe, pero ésta no cuenta puesto que es “la condición
necesaria y la garantía de la contemplación eterna de Faustina" (119). El
sacrificio del cuerpo es poca cosa para este hombre que considera que el
error en la búsqueda de inmortalidad “es mantener vivo el cuerpo entero.
Sería suficiente con intentar conservar solamente lo que le interesa a la
conciencia" (18). El cuerpo como lugar de la muerte, de la precariedad,
como obstáculo al deseo, aparece en este cuento que adelanta la meta-
forización de lo virtual. No hay deseo que valga, ni amor que dure sin la
liberación del cuerpo.
I n t e l i g e n c i a 68 a r t i f i c i a l o a r t i f i c i o s d e la i n t e l i g e n c i a
En Cybernetics (1948), N. Wiener es sin duda el primero en desvanecer las
fronteras entre el hombre y el ser vivo. De igual manera que diluye la especifi-
dad del hombre desde la perspectiva del mecanismo al prestarle a la máquina
un sistema de organización que lo asemeja al vivo: “ los autómatas, dice,
contienen órganos sensoriales, modos de acción y el equivalente de un
sistema nervioso que completa el conjunto y que transmite información
entre unos y otros. Los autómatas se prestan muy bien a una descripción
en términos fisiológicos. Por lo tanto, no es de ninguna manera milagroso
que se pueda construir una teoría unitaria que dé cuenta tanto de tales
mecanismos como de los mecanismos de la fisiología" (en Guillaumaud,
1971,140). Considerando al ser vivo, al hombre en particular, en su
relación con la información y los mecanismos fisiológicos puestos en
movimiento para su existencia, Wiener sugiere la misma comparación:
“se encuentra una semejanza fundamental entre el sistema nervioso
y las máquinas electrónicas en el hecho mismo que sus decisiones son
tomadas del pasado [...]. La máquina, al igual que el organismo vivo, puede
ser considerada como un dispositivo que parece localmente y temporal
mente resistir a la tendencia general del incremento de la entropía. Por
68 Empleamos el término “inteligencia” para referimos a la ambigüedad del término que contribuye
implícitamente a humanizar a las máquinas, a disipar las fronteras ontológicas con el hombre, a imponer
una visión del mundo; lo hacemos, sin embargo, para evitar la perífrasis y porque el término ha entrado en
el vocabulario corriente.
su capacidad de tomar decisiones, puede producir alrededor de ella una
zona de organización en un mundo cuya tendencia general se dirige hacia
la desorganización” (Wiener, 1971, 90-91). Wiener expulsa de la esfera
del conocimiento cualquier característica propiamente humana suscepti
ble de limitar su ambición de incluir en la misma ciencia el conjunto de
los objetos del mundo, desde la perspectiva de la información. Una vez
efectuada esta ampliación no hay ninguna razón que pueda oponerse a
que las máquinas se asemejen a los seres vivos e inversamente. “Ahora
que han sido observadas ciertas analogías de conducta entre las máqui
nas y los organismos vivos, el problema de saber si la máquina está viva
o no, es una simple cuestión de semántica y nosotros somos libres de
responder de una manera o de otra, a nuestro antojo" (Wiener, 1954, 32).
La o b j e c i ó n d el c u e r p o
En una obra clásica, H. Dreyfus denuncia los postulados metafísicos de la
Inteligencia Artificial:
69 S. Turkle y P. Bretón señalan la fuerza de ese mito que se encuentra detrás de numerosas afirmaciones de
los fundadores de la Inteligencia Artificial entre los cuales algunos se consideran descendientes del Rabbi
Loew, el creador del Golem (Turkle, 1983, 226; Bretón, 1995).
imponerse, imágenes de sí, prácticas sociales, valores cuyas conse
cuencias provocan una resimbolización del mundo en términos técni
cos. Se impone una forma de religiosidad de la máquina en el fondo
de la denigración del hombre y en el desprecio de la condición corpo
ral que le es inherente. En 1965, Simón expresa, por ejemplo, su convic
ción de que en menos de veinte años las máquinas “serán capaces de
hacer todo lo que un hombre es capaz de hacer” . En la misma época,
Minsky piensa que “la próxima generación de computadoras será tan inte
ligente que seremos afortunados si aceptan tomarnos como mascotas”
(en Searle, 1985). Para E. Friedkin, del MIT, “la Inteligencia Artificial es
la próxima etapa de la evolución"70. Las consideraciones recípro
cas del hombre como máquina o de la máquina como equivalente inte
lectual del hombre tienen algunas consecuencias en la manera como
la máquina o el hombre son tratados en nuestras sociedades: ponen
en movimiento imaginarios colectivos; afectan su estatus respec
tivo, los lazos que mantienen uno y otro; entrañan una política y sobre
todo una ética. Las responsabilidades no son las mismas frente
a un hombre o una máquina, frente a un ser vivo o una cosa inanimada.
El a n d r o i d e s e n s i b l e e i n t e l i g e n t e
Al mismo tiempo que algunos autores se preguntan si la computadora es una
criatura viva, otros se preguntan si finalmente el hombre no es una simple
computadora un tanto compleja, aunque de capacidades reducidas. Algunos
más se atreven aafirmar con ligereza que muy pronto desaparecerá cualquier
diferencia entre el hombre y el autómata. Para J. Culbertson, por ejemplo:
“si pudiéramos disponer de suficientes células centrales, si fueran suficien
temente pequeñas y si cada célula tuviera suficientes bulbos terminales,
si pudiéramos colocar bulbos en una cantidad idónea en cada sinapsis
y si tuviéramos bastante tiempo para acoplar esto, entonces estaríamos en
posibilidad de construir robots capaces de satisfacer cualquier exigencia
70 Luden Sfez observa con justeza que ningún otro objeto técnico, además de la computadora, ha suscitado
tantas preguntas inquietantes, declaraciones eufóricas, tantos debates sobre la naturaleza del hombre.
Ni el teléfono, ni el auto, ni la conquista espacial. “ La máquina de comunicar es la única que engendra
un retorno de la metafísica, considerada ayer todavía como una vieja rama de la filosofía” (Sfez, 1992,
360). Cuando leemos Proust en un libro de bolsillo, no nos extasiamos en la página del libro, puesto que
sabemos que el libro no es el autor del texto. Cuando se escucha la retransmisión de un concierto uno no
se entusiasma con el lector del CD, sino con los músicos. En el caso de la computadora, la relación es
inversa: se olvida a menudo al autor del programa. Reencontramos el mismo discurso religioso acerca de
lo virtual.
en lo que concierne a sus entradas y salidas; podríamos, dicho de otra
manera, construir un robot capaz de adoptar cualquier comportamiento
que se deseara, en cualquier circunstancia. Construir un robot susceptible
de comportarse de manera muy similar a la de John Jones o Henry Smith
no representaría ninguna clase de dificultad" (en Dreyfus, 1984, 241-242).
Como resultado del desmantelamiento del cuerpo, las fronteras entre lo
humano y la máquina se confunden. “La mutación más espectacular que
trastoca nuestro universo es, sin duda, la reificación del hombre, escribe
Philip K. Dick; pero esta mutación viene acompañada al mismo tiempo de
una humanización recíproca de lo inanimado por la máquina. No podremos
en lo sucesivo oponer las categorías puras de lo vivo y de lo inanimado, y
esto va a convertirse en nuestro paradigma” (Dick, 1989, 8).
“Creo que el sueño secreto de los nerds es llegar a hablar con las
máquinas: “ ¿qué piensan ustedes, qué sienten ustedes?, ¿lo mismo
que yo?,” dice un personaje de Coupland (1996, 215). Si una parte del
discurso de la Inteligencia Artificial intenta asimilar la máquina al cerebro,
el programa al pensamiento, otro se empeña en disminuir la distancia que
separa al hombre de la computadora, arrancándole la conciencia de sí
y la afectividad que sustenta como monopolio. Vaciar al hombre de sus
atributos es una manera radical de reducir la distancia que lo separa de
la máquina. Desde esta perspectiva, la conciencia se vuelve una espe
cie de artificio, una estrategia del lenguaje, pero sin otro fundamento.
Para Minsky, la conciencia no es más que un mecanismo cognitivo que
se ha convertido en una superstición para el hombre, el equivalente de un
falso Dios: “cuando se ve obligado a encontrar una causa a todo lo que
usted hace, usted busca darle un nombre, usted le llama ‘Yo', le llama
‘usted’" (Minsky, 1988, 445). El “Yo" es una ilusión, un “simple centro de
gravedad narrativo" dice D. Dennett. El pensamiento no es consustan
cial a un “Yo” . Algunos investigadores niegan incluso la existencia de un
“cinismo", lo que hace más fácil concebir la máquina como “pensante” .
Otros sugieren que la indecibilidad de la noción de “sí" autoriza a colocar
en el mismo plano las inteligencias “artificial” y “humana"; ésta última ence
rrada en un “sí" cuya hipótesis es posible formular sin jamás demostrarla.
Para el milenarismo informático, todo será un día posible, la conciencia
afectará igualmente a las computadoras. “¿Qué significa tener conciencia
de sí, definirse como sujeto?" se pregunta Chazal (1995, 111). Si se trata
del sentimiento íntimo que tenemos de ser la causa de nuestros actos y de
nuestros pensamientos, del sentimiento íntimo de tener el poder de juzgar,
de afirmar y de negar, la conciencia íntima de tener una voluntad que puede
ejercerse, ¿en qué medida podemos afirmar que por esencia la máquina
y sus programas no tendrán jamás esa convicción?" (Chazal, 1995, 111).
71 La sospecha dirigida al hombre que sufre tiene consecuencias morales; permite justamente retardar su
auxilio con el pretexto que él probablemente “exagera" y que sin duda no sufre tanto como dice (Cfr; Le
Bretón, 1995).
que el enigma de su presencia corporal; no puedo deducir su concien
cia, puesto que ésta no es de ninguna manera una evidencia, puesto
que yo no soy él. En la relación con la máquina, explica Bouveresse,
se tiene la misma incertidumbre y la misma impotencia para decidir.
La designación de un estado mental es un juego de lenguaje y no una
verdad incuestionable. “ Ningún conjunto de enunciados que describa proce
sos del comportamiento o fisiológicos implica lógicamente (y a fortiori no es
lógicamente equivalente a) el enunciado que afirma la existencia de un estado
de conciencia correlativo" (Bouveresse, 1971,418). Bouveresse mantiene la
tensión entre los dos términos del debate: saber si las máquinas piensan o no
es para él indecidible. Pero al hacer esto le concede una legitimidad relativa
a la atribución de una conciencia a la máquina inteligente. Sin embargo
señala las implicaciones éticas de tal decisión: tratar a las máquinas a la
imagen del hombre o bien, en el otro extremo, tratar a los hombres como
máquinas. La confusión de las formas humanas y las de las máquinas, el
dualismo reafirmado sin cesar de la Inteligencia Artificial, confirma los análi
sis de Bukatman, quien observa con pertinencia que “ la dicotomía entre
el espacio y el cuerpo es reemplazada por la tricotomía espíritu, cuerpo,
máquina'” (Dery, 1997, 307).
La p a s i ó n i n f o r m á t i c a
En los años sesenta, en el MIT, se despierta una pasión informática cuya
cultura se difunde como una mancha de aceite, lentamente, a innumera
bles adeptos. En su momento, este puñado de hombres (no hay ninguna
mujer) se llaman los hackers, término que designa un truco de programa
ción: trabajan sin interrupción hasta el límite de su energía; duermen cerca
de sus computadoras; se alimentan de sándwiches, su reputación les
viene de la austeridad de su existencia. Los hackers inventan un modo de
existencia alrededor de la computadora. La descripción de Weizembaum
(1981) es célebre: habla de jóvenes indiferentes a su apariencia corpo
ral o vestimentaria, despreocupados por el sueño, por la alimentación;
incómodos fuera de sus salas pero invadidos cuerpo y alma por una
pasión devorante que los absorbe completamente. “El hacking, es un
modo de vida, desde luego, pero una vez que se ha adoptado es difícil
abandonarlo. La vida entera se ilumina. Usted hackea, usted habla de otros
hackers, etcétera. Los hackers forman un grupo social con una cultura
y un modo de vida. Es un mundo en sí. Es siempre un lugar de refugio ,
dice un estudiante (Turkle, 1983, 184). Los apasionados de la informática
son solitarios pero jamás aislados; forman un grupo y su computadora es
para ellos, más que un amigo, una fuente de existencia y de realización.
Anthony declara a S. Turkle: "Una historia sentimental es algo que acapara. Hace pasar a la computadora
y otras cosas que amo a segundo plano” (p. 188). Acerca de los apasionados de la informática, además
de S. Turkle (1983 y 1997) y S. Levy (1984), ver P. Bretón (1990). El libro de Coupland (1996) es un
formidable documental sobre la existencia cotidiana de los nerds.
El tema del espíritu como microprocesador es un leifínetiv
Inteligencia Artificial, que alimenta también una imagen maquínica del
cuerpo en muchos de esos apasionados. S. Turkle encuentra a través
de su encuesta sobre los usuarios individuales de la computadora un
buen número de individuos para los cuales el espíritu no es una concien
cia sino una consecuencia de la activación de programas mentales. Para
Ned, “la conciencia y el libre arbitrio son ilusiones creadas por miles de
millones de conexiones nerviosas que unen un gran número de procesos
inteligentes con un gran número de procesos estúpidos” . Para Mark, “en
el cráneo no hay nadie. Simplemente un montón de pequeños procesa
dores" (254-255). El “Yo” es un efecto técnico; los microprocesadores
son la única verdad. El filósofo Pylyshyn imagina un personaje que habla
y habla al tiempo que son reemplazadas una a una las células de su cere
bro por componentes electrónicos hasta que el cerebro no es más que una
combinación de circuitos integrados. Para los metafíslcos de la Inteligencia
Artificial el orador continuaría actuando de la misma manera y prosegui
ría tranquilamente su discurso (en Crevier, 1997, 319)73. Norman teoriza
el espíritu humano como “ la perversión de un programa” y analiza los
lapsus, refiriéndose al funcionamiento de una computadora, como un error
en el tratamiento de los datos, una falla de transmisión, etcétera. El incons
ciente mismo no es más que una disfunción en el programa del espíritu.
Norman interpreta esto como un defecto de la maquinaría. Minsky, preocu
pado siempre por disminuir las capacidades humanas para realzar las de la
computadora, escribe que “ la conciencia no es sino una memoria a corto
plazo que contiene de manera general lo que nosotros hemos mencionado
ahora. De hecho, esta memoria es muy frágil, puesto que no podemos
recordar muchos de nuestros pensamientos. Cuando podamos resolver
todos los problemas técnicos, será fácil fabricar máquinas mucho más
conscientes que nosotros mismos. Aumentar la memoria a corto plazo será
la primera medida" (Whole Earth Review, 37).
74 Hables Gray sugiere llamar semi-cyborgs a los innumerables instrumentos separados, desde luego, del
cuerpo pero que son hoy en día indispensables en la vida ordinaria y sin los cuales los individuos se sentirían
minusválidos (auto, teléfono, televisión, computadora, etcétera) (Hables Gray, 1995).
75 En este sentido los órganos extraídos e implantados se convierten en las matrices que dan a luz a un nuevo
cyborg (Hogle, 1995, 209).
ÜíédféSlüfiíPftie a cenizas” (West, 1998, 89). El cyborg "no es solamente
Robocop, es nuestra abuela con un bypass", concluye Hables Gray (1995,
2). Es también el piloto de un bombardero que forma de tal modo un
solo cuerpo con sus instrumentos que es capaz de disparar un misil con
los ojos.
76 Ciertamente, la inserción corporal de chips electrónicos será de extraordinaria utilidad para muchas
personas minusválidas a las cuales devolverán una parte de su movilidad o de su prensión; no nos referimos
aquí a esas prótesis necesarias, sino de aquellas que pretenden ampliar las capacidades del hombre
normal para actuar en el mundo. Hambrecht habla de “lentitud" del cuerpo en sus reacciones, puesto que
orgánicamente al hombre y a la máquina. El cuerpo es reconfigurado bajo
un nuevo modo y expulsado fuera de él mismo. La carne es reinventada con
materiales o con mecanismos que incrementan su resistencia. La tecnolo
gía alimenta la totalidad de la relación del hombre con su mundo, de la
psicofarmacología con los medios de comunicación, de las prótesis médi
cas con las técnicas de la vida cotidiana. Freud enumeraba tres heridas
narcisistas infligidas al hombre moderno: la revolución copernicana arranca
la tierra del centro del mundo; la teoría de la evolución inscribe al hombre
en la continuidad del animal, y la salida a la luz del inconsciente sume al
sujeto en una ignorancia acerca de las razones últimas de sus actos. Para
Mazlich, llegó el momento de agregar una cuarta ruptura ontológica que
acentúe su humildad. La distinción entre el hombre y la máquina se justifica
cada vez menos debido a que ésta no deja de mezclarse con el hombre,
de interferir en su funcionamiento (Mazlich, 1993). No podemos concebir
ya al hombre sin referirnos a la máquina. El cyborg se ha convertido así en
algunos años en un paradigma insoslayable para pensar el mundo contem
poráneo. Omnipresente en la lectura o en el cine de ciencia ficción, en las
tiras cómicas, en los dibujos animados, las mangas, los juegos de video
o incluso como juguete, el cyborg alimenta un imaginario poderoso, se
convierte en figura emblemática de la posteridad y da lugar a una multitud
de análisis americanos (Harraway, 1991; Bukatman, 1993; Hables Gray,
1995; Springer, 1996), como en Francia a los de Baudrillard.
se encuentra una fracción de segundo “retardado" en relación con la máquina. Se percibe cuál sería el
formidable beneficio de tal conexión orgánica.
Implícitamente, para Haraway, el cuerpo es la fuente de todas las injusticias
y de todos los sufrimientos. Lejos de proponer otra forma de mirarlo, reivin
dica su eliminación radical en favor de la máquina.
77 Dona Haraway señala con lucidez que el cyborg es “la emanación de un capitalismo patriarcal y militarista"
(p. 151); sabe que si las tecnologías de comunicación son propicias a unos, son una tragedia para aquellos
que las producen en las fábricas de "Detroit a Singapur” (p. 153). Pero esto no hecha por tierra su
afirmación. Su preocupación es librar al cyborg de connotaciones políticamente dudosas para hacer de
él un instrumento de liberación, un simulacro reivindicado por su fuerza simbólica en el campo de las
operaciones políticas.
separada de la “simbiosis pre-edipiana", del “trabajo alienado” , no sueña
con una familia y está lejos de la seducción de las “comunidades fusióna
les” ; encarna en este sentido una poderosa autonomía que nada amenaza.
Preocupado solamente por sus conexiones, muestra de manera más que
evidente una imposibilidad de hacerse pasar por natural. El mismo cuerpo
humano está marcado por la ambigüedad debido a la educación recibida
y a las formas de dominación política. “El cuerpo cyborg no es inocente,
no nació en un jardín; no busca una identidad unitaria y por ello no genera
dualismos conflictivos sin fin (si no es el fin del mundo); toma la ironía
por evidencia [...] La máquina es nosotros mismos, nuestro proceso,
un aspecto de nuestra encarnación. Podemos ser responsables de ella,
ella no nos domina ni nos atemoriza, somos todos nosotros ella misma” .
El cuerpo humano es caduco, no era eterno y su ambigüedad política
actuaba contra él. “El género podría no ser nuestra identidad global,
después de todo, aun si tiene profundas raíces históricas” (1990, 160).
Haraway concluye su manifiesto repitiendo cuánto prefiere ser cyborg
y no diosa.
A. C. Clarke, al inicio de los años sesenta afirma ya, con ironía, la obso
lescencia del hombre y el triunfo próximo de las máquinas. Para subrayar
la vulnerabilidad de la forma humana, toma, desde luego, al cuerpo como
ejemplo. “Más allá de la fragilidad de los materiales que nos componen,
estamos limitados por una de las más sutiles ingenierías que existen. Qué
capacidades puede usted esperar de una máquina que debe crecer varios
millones de veces durante su fabricación y que debe ser reconstruida por
completo continuamente, molécula por molécula al cabo de unas semanas;
es lo que nos sucede permanentemente [...]. Ciudades como Londres o
Nueva York son de factura más simple que el hombre y les lleva centenares
de veces más tiempo para ser reconstruidas" (Clarke, 1962, 210). Clarke
78 Minsky ha escrito en colaboración con H. Harrison una novela de anticipación The Turing Option (1992)
en la que imagina una sociedad en la cual los hombres pueden telecargar su espíritu a la computadora, la
“sociedad de los espíritus” con la cual él sueña.
alS#dá§óft1tJfS de que le quede todavía un poco de energía al hombre para
pensar. El guión de 2001: Odisea del espacio, evoca la probable desapari
ción del cuerpo humano. Se cita a biólogos de la era espacial que no creían
que “seres evolucionados pudieran conservar cuerpos orgánicos. Tarde o
temprano, pretendían ellos, con el desarrollo del conocimiento, esos seres
se despojarían de esa envoltura frágil, sometida a las enfermedades y a los
accidentes, que les había sido otorgada por la naturaleza, envoltura desti
nada a un fin cierto. Reemplazarían sus cuerpos originales en el momento
que se usaran, y tal vez antes, por dispositivos de metal y de plástico que
los volverían inmortales [...]. Y finalmente el cerebro mismo podría desapa
recer. Como sitio de la conciencia no era de ningún modo esencial. El
desarrollo de la inteligencia electrónica lo había probado. El conflicto entre
el hombre y la máquina sería resuelto un día para siempre mediante una
total simbiosis” (Clarke, 1968, 148).
79 Fuera de la entropía.
con deshacerse de su cuerpo: “si usted puede hacer una máquina que
contenga su espíritu, entonces la máquina es usted mismo. Que el diablo
se lleve su cuerpo físico, pues carece de interés. En la actualidad una
máquina puede durar eternamente. Aun si se descompone, usted puede
retirarse a un disco y ser recargado en otra máquina; nosotros desea
ríamos todos ser inmortales. Desafortunadamente, temo que no seamos
la última generación destinada a morir” (Morse, 1994, 162). El imagi
nario milenarista de liberación del cuerpo gracias a la computadora es
ampliamente compartido. R. Jastrow, investigador en el dominio espacial,
piensa que finalmente “el cerebro humano integrado a una computadora
es liberado de su carne mortal. Conectado a cámaras, a instrumentos,
el cerebro ve, siente y responde a stimuli. Controla así su propio destino:
la máquina es su cuerpo; él es el espíritu de la máquina. La unión del espí
ritu y de la máquina crea una nueva forma de existencia para el hombre
del futuro” (Mazlich, 1993, 220).
“No era sin alguna razón que yo creía que ese cuerpo
(el cual por un cierto derecho particular llamaba mío)
me pertenecía más propiamente y más estrechamente que
cualquier otra cosa. Puesto que, en efecto, no podía jamás
separarme de él como de los otros cuerpos; sentía en él y por
él todos mis apetitos y todos mis afectos".
Esta visión del mundo que aísla y suspende al hombre como una hipó
tesis secundaria, y sin duda despreciable, es confrontada hoy en día a
una resistencia social y a un cuestionamiento ético generalizados. Si el
hombre existe, únicamente a través de las formas corporales que lo ubican
en el mundo, cualquier modificación de su forma implica otra definición
de su humanidad. Si las fronteras del hombre son trazadas por la carne
que lo compone, suprimir o agregar otros componentes modifica su iden
tidad personal y los marcos que le conciernen a los ojos de los otros. En
una palabra, si el cuerpo es un símbolo de la sociedad como lo sugiere
Mary Douglas (1984), cualquier juego que afecte su forma afecta simbó
licamente el vínculo social. Los límites del cuerpo dibujan a su escala el
orden moral y significante del mundo. Pensar el cuerpo es otra manera
de pensar el mundo y los lazos sociales: una alteración de la configura
ción del cuerpo significa una alteración de la coherencia del mundo (Le
Bretón, 1990; 1993). Si el cuerpo no es ya la persona, si está separado
de un individuo cuyo estatus es cada vez más impreciso, si el dualismo no
se inscribe ya en la metafísica, aunque determina lo concreto de la existen
cia y funciona como un modelo de la acción médica o de corrientes múlti
ples de la tecnociencia o de la cibercultura, entonces todo está permitido.
El cuerpo se vuelve un mecano biológico bajo el dominio potencial de un
hombre reducido a esta sutil articulación. Enunciable en sus elementos
sucesivos es susceptible de todos los arreglos, de combinaciones insólitas
con otros cuerpos o de experimentaciones sorprendentes.