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CAPÍTULO 4
LA VIDA CRISTIANA. LA VIDA EN LA IGLESIA

Después de haber planteado que ser cristiano entraña «ser en Cristo» y «vivir en Cristo», es
obligado que contemplemos al cristiano en la Iglesia.

A la vida cristiana no le es indiferente cualquier tipo de relación con la Iglesia. La


aceptación del Misterio de la Iglesia no implica olvido o postergación de sus elementos humanos
visibles e históricos, sino que, por el contrario, supone una unión indivisible, ya que la Iglesia
precisamente por su aspecto visible significa y obra la salvación. Los dos aspectos se necesitan
mutuamente.

Esta unión de lo divino y de lo humano, de lo visible y de lo invisible, debe ser asumida en


la vida y en la espiritualidad del cristiano. Es obligada, también, la referencia al amor. La Iglesia
misterio no tiene otra clave interpretativa que el amor en la auto donación de Dios al hombre en
la Iglesia (Amor en la Iglesia y Amor a la Iglesia).

La Iglesia es misterio de comunión. Nos encontramos ante algo que es constitutivo de la


Iglesia, y que, por lo tanto, afecta a todas las realidades eclesiales. La koinónía significa la
común participación de muchos en un mismo bien. La comunión propia de la Iglesia se hace
presente en su realidad sacramental. El Vaticano II designa a la Iglesia como Sacramento. La
verdad de la comunión de la Iglesia incluye la integración de los elementos internos y externos
de los que se compone.

Actualmente el punto delicado es cómo se concreta la comunión de la Iglesia en los diversos


planos y en las distintas realizaciones eclesiales. Señalamos los campos concretos: La comunión
de los fieles; la comunión de Iglesias; la comunión y la institución jerárquica; la comunión con la
Iglesia celestial.

Acabamos de contemplar cómo la comunión afecta radicalmente a la Iglesia en su ser y en


su actuar, porque es y existe en comunión; y lo mismo podremos afirmar de la misión, que está
en la base del ser y del actuar de la Iglesia. La Iglesia peregrinante es, por naturaleza, misionera.
Se debe tener en cuenta el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio”,
si tenemos en cuenta esto, entonces, también tenemos que dar un lugar privilegiado a la Palabra
de Dios. La palabra de Dios tiene un carácter absolutamente central en la Iglesia y en el cristiano,
y en consecuencia, la espiritualidad de la comunidad eclesial y del creyente no puede entenderse
sin la palabra de Dios.

También debemos ver el valor de los sacramentos, pues es imposible una espiritualidad
cristiana sin sacramentos. Sin olvidar el servicio fraterno en la Iglesia, la mediación de la Iglesia
no puede reducirse a la palabra y a los sacramentos; se dan en ella otras formas de actuar que
incluyen un verdadero ejercicio de mediación. En esto está la mediación de la comunidad
eclesial y el servicio de los carismas.

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