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Dios puede caminar contigo, o más bien dicho, tú puedes caminar con Él. Puedes
andar con Él y gozar de Su compañía de una manera constante. ¡Imagínate, puedes caminar
en compañerismo con Aquel que dijo: sea la luz, ¡y la luz vino a existir! Si has llegado a ser
su hijo a través de la fe en Jesucristo, entonces, Dios te ama profundamente, más de lo que
te imaginas. Sin embargo, aunque Dios te ama, el caminar con Él no es algo que la mayoría
de los hijos de Dios están acostumbrados a hacer y mucho menos en una intimidad
conforme a la que Él desea tener contigo.
Al tratar este tema, primero, intentaré mostrar lo que implican estas palabras:
“Caminó con Dios”. Segundo, prescribiré algunos medios, con las debidas observaciones,
con los cuales los creyentes pueden mantener su caminar con Dios. Y, en tercer lugar,
ofreceré algunos motivos para despertarnos, si es que nunca lo hemos hecho, para ir y
comenzar a caminar con Dios. Y todo será cerrado con una o dos palabras de aplicación.
¿Qué significa caminar con Dios?
Primero mostraré lo que está implícito en estas palabras: “Caminó con Dios”, o, en otras
palabras, lo que debemos entender por: “Caminar con Dios”.
1. Eliminación de la enemistad prevaleciente
En primer lugar, caminar con Dios implica que el bendito Espíritu de Dios ha removido del
corazón de la persona el poder prevaleciente de la enemistad. Para algunos tal vez esta idea
parezca como palabras demasiado fuertes, pero nuestra propia experiencia diaria
comprueba lo que en muchos lugares afirman las Escrituras, que la mente carnal, la mente
del hombre natural no convertido, más aún, la mente del regenerado, mientras cualquier
parte de ella permanece sin renovarse, es enemistad y no solo una enemistad, sino la
enemistad contra Dios mismo, “por cuanto los designios de la carne son enemistad contra
Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Ro. 8:7). De hecho, uno
puede preguntarse cómo es posible que cualquier criatura, especialmente esa adorable
criatura conocida como hombre creada a partir de la propia imagen de su Creador, pudiera
tener alguna enemistad cualquiera, y, sobre todo, una enemistad predominante en contra
de ese mismo Dios en quien vive y se mueve, y en el que encuentra su sentido. ¡Pero Ay!
así es. Nuestros primeros padres contrajeron esa enemistad cuando cayeron de Dios al
comer del árbol prohibido y el contagio amargo y maligno de esa enemistad ha descendido
y se ha extendido a toda su posteridad. Esa enemistad quedó al descubierto en el intento
de Adán por esconderse entre los árboles del jardín. Cuando escuchó la voz del Señor, en
lugar de correr con el corazón abierto diciendo: Aquí estoy; ¡Ay! ahora no deseaba ninguna
comunión con Dios; y más aún, descubrió su enemistad recientemente contraída, a través
de la excusa que ofreció al Altísimo: “La mujer (o, esta mujer) que Tú me diste, ella me dio
del árbol, y yo comí”. Al decir eso, en realidad echaba toda la culpa sobre Dios; era como si
hubiera dicho: Si no me hubieras dado a esta mujer no hubiera pecado contra ti, así que
agradézcase usted mismo Su Majestad por mi transgresión. De esa misma manera, esta
enemistad trabaja en los corazones de los hijos de Adán. Ocasionalmente se encuentran
levantándose contra Dios y diciéndole: ¿Qué haces? Su orden es como la que tenían los
asirios con respecto a Acab: disparar solo contra el rey; y atacan todo lo que tiene la
apariencia de verdadera piedad, tal y como los asirios le dispararon a Josafat por su ropaje
real. Pero la oposición cesa cuando descubren que no es más que una apariencia, igual que
los asirios dejaron de disparar a Josafat cuando se dieron cuenta que no estaban atacando
a Acab (cf. 2Cro. 18-32).
Observen que hablo del poder prevaleciente de esa enemistad, porque su existencia
nunca será eliminada por completo sino hasta que inclinemos la cabeza y entreguemos el
espíritu. El apóstol Pablo, sin duda, hablaba de sí mismo, y eso no cuando era fariseo sino
cuando ya era un verdadero cristiano, cuando se quejó diciendo: “queriendo yo hacer el
bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:21). Se quejó no teniendo dominio sobre
eso, sino que era algo que se oponía y resistía a sus buenas intenciones y a sus buenas
acciones para que no pudiera hacer las cosas que haría con la perfección que el nuevo
hombre desea. Esto es lo que él llama el pecado que mora en él. Y esto es ese “phronēma
tēs sarkos” (“ocuparse de la carne” Ro. 8;6), que, para usar las palabras del noveno artículo
de nuestra iglesia, en algunos hace exhibir la sabiduría, en algunos la sensualidad, en otros
la pretensión, en otros el deseo de la carne; cosas que aún permanecen, sí, en aquellos que
han sido regenerados. Pero en cuanto a su poder prevaleciente, este se destruye en cada
alma que verdaderamente ha nacido de Dios y gradualmente se debilita, cada vez más, a
medida que el creyente crece en gracia y que el Espíritu de Dios gana una supremacía cada
vez mayor en ese corazón.
2. Reconciliación
Pero, en segundo lugar, Caminar con Dios no solo implica que el poder prevaleciente de la
enemistad del corazón del hombre sea quitado, sino también que la persona sea
reconciliada con Dios el Padre a través de la justicia y expiación de su Amado Hijo.
"¿Andarán dos juntos, —Dice Salomón, [en realidad Amos 3:3]— si no estuvieren de
acuerdo?"
Jesús es tanto nuestra Paz, como nuestro Hacedor de paz. Cuando somos justificados
por la fe en Cristo, entonces, y solo hasta entonces, tenemos paz para con Dios, y,
consecuentemente, no se puede decir sino hasta ese entonces que se camina con Él;
caminar con una persona es un signo y una señal de que somos amigos de esa persona, o al
menos que, aunque hubiéremos estado en enemistad con esa persona, sin embargo, ahora
nos hemos reconciliados y nos hemos vuelto amigos otra vez. Esta es la gran comisión a la
que han sido enviados los ministros del evangelio. A nosotros se nos ha encomendado el
ministerio de la reconciliación; como embajadores de Dios, debemos suplicar a los
pecadores, en lugar de Cristo, que se reconcilien con Dios, y, cuando ellos acepten esa
misericordiosa invitación, y sea realmente por fe, serán llevados a un estado de
reconciliación con Dios; entonces, y solo hasta entonces, podrán llegar a decir que
comienzan a caminar con Dios.
3. Amistad
Además, en tercer lugar, Caminar con Dios implica una amistad y una comunión con Dios
establecida y permanente, o lo que en las Escrituras se llama, “El Espíritu Santo morando en
nosotros” (cf. 1Cor. 3:16). Esto es lo que nuestro Señor Jesús prometió cuando les dijo a sus
discípulos que “el Espíritu Santo estaría en ellos y con ellos” (cf. Jn. 14:17); no como un
errante que dice: “Solo estaré por una noche”, sino que residiría y haría su morada en sus
corazones. Esto, estoy dispuesto a creer, es lo que el Apóstol Juan quiere que entendamos
cuando habla de una persona que permanece en Él, en Cristo, y camina como Él anduvo (cf.
1Jn. 2:6). Y esto es lo que se entiende de manera particular en las palabras de nuestro texto.
“Caminó, pues, Enoc con Dios” (Gn. 5:24); es decir, mantuvo y guardó una comunión santa,
establecida y habitual, aunque indudablemente no completamente ininterrumpida, con
Dios, en y por medio de Cristo Jesús.
Para resumir lo que se ha dicho en este encabezado, caminar con Dios consiste,
especialmente, en una inclinación fija a la voluntad de Dios, en una dependencia habitual
de Su poder y promesa, en una constante dedicación voluntaria de nuestro todo a Su gloria,
en una observación perseverante de sus preceptos en todo lo que hacemos y en un
contentamiento común en Su placer, en todo lo que sufrimos.
4. Crecimiento
Y, en cuarto lugar, caminar con Dios implica nuestro progreso o avance en la vida divina.
Caminar, en la primera concepción de la palabra parece suponer un movimiento progresivo.
Una persona que camina, aunque se mueva lentamente, no obstante, avanza y no
permanece en un mismo lugar. Y así es con aquellos que caminan con Dios. “Irán —Como
dice el salmista— de poder en poder” (Sal. 84:7); o, en el lenguaje del apóstol Pablo, “de
gloria en gloria […] como por el Espíritu del Señor” (2Co. 3:18).
Por lo que ha sido dicho, ahora podemos saber lo que está implícito en las palabras: “caminó
con Dios”, a saber, la enemistad prevaleciente de nuestros corazones es quitada por el
poder del Espíritu de Dios; nuestro ser es realmente reconciliado y unido a Él por la fe en
Jesucristo, teniendo y manteniendo una comunión establecida y un compañerismo con Él,
y ocurre un progreso diario en esta intimidad con Él para ser conformados cada vez más a
la imagen de Jesucristo nuestro Señor.
¿Cómo ocurre esto, o, en otras palabras, qué significa que los creyentes sigan y mantengan
su caminar con Dios?, Eso pasará a ser considerado bajo nuestro segundo encabezado.
¿Cómo mantener el caminar con Dios?
1. Leyendo Su Palabra
En primer lugar, los creyentes mantienen y fomentan su caminar con Dios al leer Su Santa
Palabra. “Escudriñad las Escrituras —dice nuestro bendito Señor— […]ellas son las que dan
testimonio de mí” (Jn. 5:39). Y el monarca salmista nos dice: “Lámpara es a mis pies tu
palabra, Y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105); y él hace de eso una característica del
hombre bueno quien “en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de
noche” (Sal. 1:2). “Ocúpate en la lectura” (1Tim. 4:13), dice Pablo a Timoteo; “Nunca se
apartará de tu boca —dice Dios a Josué— este libro de la ley” (Jos. 1:8). Porque “las cosas
que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Ro. 15:4). Y la Palabra de
Dios “es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir
en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra” (2Tim. 3:16,17).
Si alguna vez llegamos a pasar por alto nuestras Biblias y dejamos de hacer de la
Palabra escrita de Dios nuestra única regla tanto en fe como en práctica, pronto
quedaremos abiertos a todo tipo de engaño y correremos el gran peligro de naufragar de
la fe y de una buena conciencia. Nuestro bendito Señor, aunque tenía el Espíritu de Dios sin
medida, sin embargo, siempre fue gobernado por, y luchó contra el diablo con, “Escrito
está” (Mt. 4:4). Esto es lo que el Apóstol llama la “Espada del Espíritu” (Ef. 6:17). Podemos
decir al respecto, como dijo David acerca de la espada de Goliat: “Ninguna como ella”
(1Sam. 21:9).
A las Escrituras se les llaman los oráculos vivos de Dios, no solo porque en general
se utilizan para engendrar en nosotros una nueva vida, sino también se utilizan para
mantenerla en el alma y aumentarla. El Apóstol Pedro, en su segunda epístola, prefiere a
las Escrituras, incluso, a ver a Cristo transfigurado en el monte; porque después de que dijo:
“Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo”,
él agrega, “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar
atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el
lucero de la mañana salga en vuestros corazones”; es decir, hasta que nos sacudamos estos
cuerpos y veamos a Jesús cara a cara; hasta entonces, debemos ver y conversar con Él a
través del cristal de Su Palabra. Debemos hacer de sus testimonios nuestros consejeros y
todos los días, con María, sentarnos a los pies de Jesús, por fe, para escuchar Su Palabra (cf.
Lc. 10:39). Entonces, por medio de experimentar ese gozo descubriremos que Sus Palabras
son espíritu y son vida, verdadera comida y verdadera bebida para nuestras almas.
2. Con oración
En segundo lugar, los creyentes sostienen y mantienen su caminar con Dios mediante la
oración privada. El espíritu de gracia siempre está acompañado por el espíritu de súplica.
Es el aliento mismo de la nueva criatura, el atizador de la vida divina mediante el cual la
chispa del fuego sagrado, encendida en el alma por Dios, no solo se mantiene, sino que es
elevada a una llama.
Es una de las partes más nobles de la armadura espiritual de los creyentes. “Orando
en todo tiempo —dice el Apóstol— con toda oración y súplica” (Ef. 6:18). “Velad y orad —
dice nuestro Señor— para que no entréis en tentación” (Mt. 26:41). “También les refirió
Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Lc.18:1). No es que
nuestro Señor nos quiera tener siempre de rodillas o en nuestras recamaras en detrimento
de nuestros deberes familiares; pero quiere decir que nuestras almas deben mantenerse
en un marco de oración para que podamos decir como dijo un buen hombre en Escocia a
sus amigos en su lecho de muerte: “Si pudieran estas cortinas, o si pudieran estas paredes
hablar, ellas les contarían qué dulce comunión he tenido con mi Dios aquí”. ¡Oh oración!
¡Oración! Que trae y mantiene a Dios y al hombre juntos; eleva al hombre hacia Dios y
desciende a Dios hacia el hombre. Si quisieran, oh creyentes, conservar su caminar con Dios,
oren, oren sin cesar. Permanezcan mucho en secreto, permanezcan en oración. Y, cristiano,
cuando andes en los asuntos cotidianos de la vida, haz mucho uso de la oración en ráfagas
y envía, de vez en cuando, cartas cortas al cielo montadas sobre las alas de la fe. Llegarán
al mismísimo corazón de Dios y regresarán a ti nuevamente cargadas de bendiciones
espirituales.
1. Es un honor
Primero, caminar con Dios es algo muy honroso. En general, la honra y el honor son motivos
predominantes, para personas de todos los rangos, para motivarlos a llevar acabo cualquier
misión importante. ¡Ojalá eso tenga ese mismo peso e influencia en ti con respecto al
asunto que tenemos ante nosotros! Supongo que a todos ustedes les parecería un gran
honor ser admitidos en el consejo privado de un príncipe terrenal; que les fueran confiados
sus secretos y ser escuchados por él en todo momento. Parece que Amán pensó eso cuando
se jactó de “todas las cosas con que el rey le había engrandecido, y con que le había honrado
sobre los príncipes y siervos del rey”. Y añadió Amán: “También la reina Ester a ninguno hizo
venir con el rey al banquete que ella dispuso, sino a mí; y también para mañana estoy
convidado por ella con el rey” (Est. 5:11,12). Y cuando después se le preguntó a este mismo
Amán: “¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el rey?” (Est. 6:6), él contestó, “traigan
el vestido real de que el rey se viste, y el caballo en que el rey cabalga, y la corona real que
está puesta en su cabeza; y den el vestido y el caballo en mano de alguno de los príncipes
más nobles del rey, y vistan a aquel varón cuya honra desea el rey, y llévenlo en el caballo
por la plaza de la ciudad, y pregonen delante de él: Así se hará al varón cuya honra desea el
rey” (Est. 6:8,9). Parece que eso era todo lo que el ambicioso Amán podía pedir, y lo más
valioso, pensó él, que Asuero, el monarca más grande sobre la tierra, podía dar. Pero ¡ay!,
¿en que se compara ese honor con el que disfruta el más vil de los que caminan con Dios?
¿Creen que es una nimiedad señores tener una comunión íntima con el Señor de señores y
ser llamados amigos de Dios? Y tal honor lo tienen todos los santos de Dios. “La comunión
íntima de Jehová es con los que le temen” (Sal. 25:14); y, dijo el Señor Jesús: “Ya no os
llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor” (Jn. 15:15). Lo que sea que
piensen de eso, el santo David, fue tan sensible al honor de asistir a una caminata con Dios
que declara que antes prefería “estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las
moradas de maldad”. ¡Oh, que todos fueran de la misma opinión!
2. Es agradable
Pero, en segundo lugar, del mismo modo que es un honor, así también es algo agradable
caminar con Dios. El más sabio de los hombres nos ha dicho de la sabiduría que, “Sus
caminos son caminos deleitosos, Y todas sus veredas paz” (Pr. 3:17). Y recuerdo que el
piadoso Sr. Henry, cuando estaba a punto de fenecer, le dijo a un amigo: "Has escuchado
muchas palabras de hombres moribundos, y estas son las mías: una vida dedicada a la
comunión con Dios es la vida más placentera del mundo”. Estoy seguro de que puedo dar
fe de que esto es cierto. De hecho, he marchado bajo el estandarte de Jesús solo por algunos
años, pero he disfrutado de un placer más sólido en la comunión de un momento con mi
Dios, de lo que debería o podría haber disfrutado en todos los caminos del pecado, aunque
hubiese transitado por ellos por miles de años. Y, ¿acaso no puedo apelar a todos ustedes
que temen y caminan con Dios por la confirmación de esta verdad? ¿No ha sido mejor para
ustedes un día en los atrios del Señor que mil fuera de ellos (cf. Sal. 84:10)? Al guardar los
mandamientos de Dios, ¿no han encontrado una recompensa presente y muy grande? ¿No
les ha sido más dulce Su Palabra que la miel o el panal (cf. Sal. 119:103)? ¿Qué han sentido
cuando, como Jacob, han estado luchando con su Dios? ¿No te ha salido al encuentro Jesús
muchas veces cuando meditabas en los campos (cf. Lc. 24:15), y se te ha manifestado una
y otra vez en el partimiento del pan (cf. Lc. 24:30,31)? ¿Acaso el Espíritu Santo no ha
derramado frecuentemente y en abundancia el amor divino en sus corazones, y lo llenó de
un gozo indescriptible, incluso de una alegría que estaba llena de gloria? Sé que
responderán a todas estas preguntas de forma afirmativa y reconocerán libremente que el
yugo de Cristo es fácil y ligera Su carga (cf. Mt. 11:30); o, para usar las palabras de una de
nuestras colectas: “Su servicio es libertad perfecta”. ¿Qué más necesitamos para motivarnos
a caminar con Dios?
Posibles objeciones
Pero creo que algunos de ustedes dicen: ¿Cómo puede ser esto? Porque, si andar con Dios
como dices, es algo tan honorable y placentero, ¿por qué las personas que va en ese Camino
son expulsadas como la peste y en todas partes se habla contra ellas? ¿Por qué sucede que
son frecuentemente afligidos, probados, desprovistos y atormentados? ¿Es este el honor,
es este el placer del que hablas? Mi respuesta es, sí. Pero deténgase un momento; no se
apresure. “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Jn. 7:24) y todo
saldrá bien. Es verdad, reconocemos que la gente de este Camino como usted, y Pablo antes
que usted, han sido perseguidos; se les ha hecho pasar por malvados y como una secta
contra la cual se habla mal en todas partes. Pero ¿por quién? ¡Por los enemigos de Dios!
¿Cree usted que es una desgracia que ellos nos llamen malvados? Bendito sea Dios, no
hemos “aprendido así a Cristo” (Ef. 4:20). Nuestro Maestro ha pronunciado
bienaventurados a todos sus discípulos cuando por Su causa “os vituperen y os persigan, y
digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mt. 5:11). Él les ordenó “gozarse y
alegrarse” (Mt. 5:12) porque ese vituperio y persecución es un privilegio de ser Su discípulo,
y, además, su “galardón es grande en los cielos” (Mt. 5:12). Él mismo fue tratado así. ¿Puede
haber un mayor honor sobre una criatura que ser conformado al siempre bendito Hijo de
Dios? Y, además, es cierto, las personas de este Camino son frecuentemente afligidas,
probadas, desprovistas y atormentadas, pero ¿y qué con eso? ¿Eso anula el placer de
caminar con Dios? No, de ninguna manera; porque aquellos que caminan con Dios son
capacitados, a través de Cristo, fortaleciéndolos a la alegría incluso en medio de la
tribulación, y a regocijarse cuando caen en diversas pruebas (cf. Stg, 1:2). Y creo que puedo
apelar a la experiencia de todos los que verdaderamente caminan cerca de Dios al
preguntarles si sus tiempos de sufrimiento no han sido con frecuencia sus momentos más
dulces, y que disfrutaron más de Dios cuando fueron más rechazados y despreciados por
los hombres. Este es el caso de los siervos primitivos de Cristo cuando fueron amenazados
por el sanedrín y se les ordenó no predicar más en el nombre de Jesús; se regocijaron de
que se los considerara dignos de sufrir la vergüenza por el Nombre de Jesús. Pablo y Silas
cantaron alabanzas incluso en una mazmorra; y el rostro de Esteban, ese glorioso mártir de
la iglesia cristiana, brilló como el rostro de un ángel. Y Jesús que es el mismo ayer, hoy y
siempre, tiene el cuidado de endulzar los sufrimientos y las aflicciones con su amor, de
modo que sus discípulos encuentran, por una experiencia gozosa, que a medida que
abundan las aflicciones, abundan más las consolaciones. Y, por lo tanto, estas objeciones,
en lugar de destruir, solo cumplen el propósito de motivarnos a caminar con Dios.
Pero suponiendo que esas objeciones fueran justas y que los que caminan con Dios
son tan despreciables e infelices como usted los representa; sin embargo, tengo un tercer
motivo para ofrecer, que si se pesa en la balanza del santuario sobrepasará todas las
objeciones. A saber, que hay un cielo al final de esta caminata, porque, para usar las
palabras del piadoso obispo Beveridge, “aunque el camino sea angosto, no es largo, y
aunque la puerta sea estrecha, se abre a la vida eterna”. Enoc encontró que así era; caminó
con Dios en la tierra y Dios lo llevó a sentarse con Él para siempre en el reino de los cielos.
No es que esperemos que nos traspongan como a él; no, supongo que todos moriremos por
la muerte común de todos los hombres. Pero después de la muerte, los espíritus de aquellos
que caminaron con Dios, regresarán al Dios que los dio, y, en la mañana de la resurrección,
alma y cuerpo estarán para siempre con el Señor; sus cuerpos serán transformados para ser
iguales al cuerpo glorioso de Cristo y sus almas serán llenas con toda la plenitud de Dios.
Ellos se sentarán en tronos; ellos juzgarán ángeles. Ellos serán capacitados para sostener un
peso de gloria excedente y eterno, incluso esa gloria que Jesucristo disfrutó con el Padre
antes de que el mundo comenzara. “O gloriam quantam et qualem” (Oh, que cantidad y
calidad de gloria), dijo el sabio y piadoso Arndt justo antes de inclinar la cabeza y entregar
el espíritu. La sola idea de esto es suficiente para hacernos desear “saltar a nuestros setenta
años”, como se expresa el buen Dr. Watts; y para hacernos exclamar en el solemne lenguaje
del salmista, “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré
delante de Dios?” (Sal. 42:2). No me maravillo si la percepción de esto, cuando se está bajo
una irradiación y afluencia extraordinaria de la vida y el amor divinos, causa que algunas
personas se desmayen y hasta por un tiempo pierdan el sentido. Una visión menor que esta,
la visión de la gloria de Salomón, hizo que la reina de Saba se quedara atónita; y una visión
aún menor que esa, la visión de los carros de José hizo que el santo Jacob se desmayara, y
por un tiempo, por así decirlo, murió. Daniel, cuando le fue permitida una visión distante
de esa gloria, cayó a los pies del ángel como muerto; y si una visión lejana de esta gloria es
tan impresionante, ¿cómo sería su misma posesión? Si los primeros frutos son tan gloriosos,
¿cuán infinitamente la cosecha los debe exceder en gloria.
Exhortaciones finales
Y ahora, ¿qué voy a decir?, o, de hecho, ¿qué más puedo decir para motivarlos, incluso a
ustedes que aún son unos extraños para Cristo, para que vengan y caminen con Dios? Si
aman el honor, el placer y una corona de gloria, vengan, busquen eso en el único lugar
donde verdaderamente se puede encontrar. Vengan, entren en Jesús el Señor. Vengan,
apresúrense y caminen con Dios, y “no proveáis para los deseos de la carne” (Ro.13:14).
¡Deténganse, deténganse, oh pecadores! Vuélvanse, vuélvanse, oh hombres inconversos
porque el final de ese camino en el que ahora están caminando, sin importar lo correcto
que parezca a sus ciegos ojos, será la muerte, incluso la destrucción eterna del cuerpo y del
alma. No tarden más, digo, y bajo su propio riesgo les advierto, no sigan, no den ni un paso
más en su actual caminar. Porque ¿cómo puedes saberlo tú, oh hombre, pero quizás el
siguiente paso que tomes puede ser el del infierno? La muerte puede apoderarse de ti, el
juicio te encontrará y entonces el gran abismo se establecerá entre ti y la gloria sin fin, por
los siglos de los siglos. ¡Oh! piensen en estas cosas, todos ustedes que no están dispuestos
a caminar con Dios. Tómenlo muy en serio. Muéstrate hombre y con la fuerza de Jesús di:
¡Adiós lujuria de la carne, ya no caminaré más contigo! ¡Adiós lujuria del ojo y orgullo de la
vida! ¡Adiós conocidos carnales y enemigos de la cruz, ya no caminaré ni tendré más
intimidad con ustedes! Bienvenido Jesús, bienvenida sea Tu Palabra, bienvenidas sean Tus
ordenanzas, bienvenido sea Tu Espíritu, bienvenido sea Tu pueblo, de aquí en adelante
caminaré contigo. ¡Oh, que haya en ti tal mente! Dios establecerá su omnipotente decreto
en ella y la sellará con el enorme sello del cielo, el sello de su Espíritu Santo. Sí, lo hará,
aunque hayas estado caminando y siguiendo las maquinaciones y deseos de tu corazón que
es desesperadamente perverso desde que naciste. Jehová, “Alto y Sublime, el que habita la
eternidad, y cuyo nombre es el Santo” (Is. 57:15), dice: Moraré en “aquel que es pobre y
humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2). La sangre, la preciosa sangre de
Jesucristo, si vienes al Padre por medio de Él, te limpiará de todo pecado.
Pero el texto me lleva a hablarles también a ustedes que son santos, así como a los
que son abiertamente pecadores e inconversos. No necesito decirles que caminar con Dios
no solo es honorable, sino agradable y provechoso también, porque lo saben por
experiencia, y lo verán así más y más cada día. Solo denme permiso para despertar sus
mentes por medio del recuerdo y para suplicarles por las misericordias de Dios en Cristo
Jesús, para que presten atención y se acerquen más a su Dios que en días pasados; porque
entre más cerca caminen de Dios, más disfrutarán de Aquel cuya presencia es vida y estarán
mejor preparados para ser colocados a Su diestra donde hay gozo eterno. ¡Oh! ¡No sigan a
Jesús de lejos! ¡No sean tan formales, tan muertos y simples en su asistencia a las santas
ordenanzas! No renuncien tan vergonzosamente a congregarse, ni sean tan mezquinos ni
indiferentes acerca de las cosas de Dios. Recuerden lo que Jesús dice a la iglesia de Laodicea:
“por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap. 3:16). Piensen en
el amor de Jesús y dejen que ese amor los obligue a mantenerse cerca de Él; y aunque su
vida este en riesgo por Su nombre, no lo nieguen; no se alejen de Él de ninguna manera.
Una palabra para mis hermanos en el ministerio que están aquí presentes, y habré
terminado. Verán mis hermanos, mi corazón está lleno. Casi podría decir que está
demasiado agrandado para hablar y, sin embargo, está demasiado agrandado para
permanecer en silencio sin decir una palabra, porque el texto no habla de manera exclusiva
a aquellos que tienen el honor de ser llamados embajadores de Cristo y administradores de
los misterios de Dios. Observé al comienzo de este discurso que, con toda probabilidad,
Enoc era un personaje público y un predicador ferviente. Aunque ya no está en la tierra,
¿no nos habla aún para avivar nuestro celo y hacernos más activos en el servicio de nuestro
glorioso y siempre bendito Maestro? ¡Cómo predicó Enoc! ¡Cómo caminó Enoc con Dios,
aunque vivió en una generación perversa y adúltera! Permitámonos seguirlo ya que él siguió
a Jesucristo y dentro de poco tiempo, donde él está, allí estaremos nosotros también. Él ha
entrado en su reposo; aún un poco más y entraremos en el nuestro, y eso mucho más rápido
que él. Él vivió alrededor de trescientos años, pero bendito sea Dios, los días del hombre se
han acortado y en pocos días nuestro caminar habrá terminado. “El Juez está delante de la
puerta” (Stg. 5:9); “el que ha de venir vendrá” (Heb. 10:37); “y su galardón con Él” (Ap.
22:12). Y todos tendremos, si tenemos celo por el Señor de los ejércitos, un largo resplandor
como las estrellas en el firmamento, en el reino de nuestro Padre celestial por los siglos de
los siglos.
A Él, al Bendito Jesús, y al Espíritu Eterno, sea todo honor y gloria, ahora y para toda la
eternidad.
Amén y Amén.