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TEMA 21. GRANDES LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA EN LOS SIGLOS XIX Y XX.

0. INTRODUCCIÓN

Tradicionalmente se ha venido diciendo que la Historia comenzó en el mismo momento en


el que se inició la utilización de la escritura, de manera que se puede considerar que los
primeros testimonios históricos los dejaron civilizaciones como las desarrolladas en Egipto
y Mesopotamia y en La India o China. Sin embargo, hay autores que afirman la existencia
de narraciones de carácter histórico en el preciso instante en el que los hombres reflejaron
sobre la piedra imágenes, ya fuese con intencionalidad sagrada o simplemente como
manifestación de escenas de lo que era la vida cotidiana realizadas por comunidades que,
probablemente desde el hombre de Neandertal, ya hablaban, de modo que es posible que
tuviesen relatos que eran transmitidos oralmente durante generaciones y que conectasen
directamente con su historia familiar, de clan o de la tribu, aunque al desconocer la
escritura aquellas sociedades no pudieron hacer que llegaran hasta nosotros y se han
perdido.

La ciencia histórica la que basa sus contenidos en la narración de sucesos, sus causas y
consecuencias, que tiene como protagonistas a las civilizaciones que a lo largo de los
tiempos han desarrollado sus actividades en diferentes áreas del planeta, tuvo su
nacimiento en Grecia durante los siglos VI y V a. C. En aquel marco los primeros
cultivadores del género histórico fueron los logógrafos.

1. LOS COMIENZOS DE UNA NUEVA CIENCIA

En los inicios del III milenio Egipto y Mesopotamia tenían una cultura en la que una parcela
muy importante estaba ocupada por la escritura que se plasmaba en muy diversos
materiales (papiro, cera, madera o piedra). En ese momento se puede precisar el
nacimiento de la Historia, entendida como narración de sucesos anteriores al momento en
el que tiene lugar su traslado al soporte que el autor utiliza para escribirlos, y también está
aquí el origen del género literario histórico-narrativo, pues resulta evidente que la
utilización del texto escrito permite superar las limitaciones de la tradición oral y posibilita
la perpetuación de los hechos que afectan a una comunidad determinada para que puedan
ser conocidos por las generaciones futuras de manera permanente.

Hacia el 2350 a. C. en las civilizaciones del Creciente Fértil ya tenemos ejemplos de esta
nueva línea cultural conformada por las denominadas Estelas y también los denominados
Textos de las Pirámides que figuran en las paredes interiores de estos monumentos
funerarios. En otras ocasiones son textos legales, como la famosa estela de basalto negro
de 2,5 metros de altura, hallados en Susa y es conocida por contener el Código de
Hammurabi.

Son más frecuentes las narraciones de carácter mitológico, muy arraigadas en las
tradiciones de la civilización a la que pertenecen, siendo un notable ejemplo el Relato de la
Creación (dios de Babilonia, Marduk combate y vence a un ejército de gigantes)

En esos ejemplos, el relato histórico no rebasa los límites propios del mismo y no va más
lejos, por lo que su utilización, como expone E. Moradiellos, parece haber sido
básicamente dual, en el sentido de servir, por una parte, como elemento de legitimación y
apología del poder real benefactor de la sociedad y, por otro, como sistema de datación
temporal de la práctica administrativa.

Son mayoría los autores que piensan que fue en Israel donde hizo su aparición la primera
obra histórica cuyos contenidos quedan muy lejos de las intervenciones de la divinidad en
el desarrollo de la narración. Nos referimos a la llamada Narrativa de la Sucesión (rebelión
de Absalón contra el rey David). Al mismo tiempo, en Grecia se desarrollaba un tipo muy
parecido de relato histórico cuya eclosión y auge tendrá lugar en los siglos VI y V a. C.

Se puede afirmar siguiendo a F. Châtelet y J. Fontana, que la difusión del racionalismo


critico intelectual y de la nueva conciencia cívica de la polis griega fueron auténticos
propulsores del género histórico en Grecia, en ella, la Historia queda en manos de
logógrafos como Hecateo de Mileto, autor de unas Geneaologías.

La forma narrativa y la pretensión de veracidad enunciadas por Hecateo se ajustan e


incluso se acentúan con Heródoto (480-425 a. C.) el gran historiador de Halicarnaso
considerado el “padre de la Historia” que nos dejó un ajustado relato sobre las Guerras
Médicas en sus Historias, así como Tucídides (460-400 a. C.) importante historiador
ateniense, que con su Historia de la Guerra del Peloponeso, nos legó una valiosa
información sobre uno de los episodios más desestabilizadores de la Historia de Grecia.
Uno y otro son los exponentes más notables y representativos de la producción histórica
en la Grecia Clásica, pues con ellos quedó constituida la Historia como una categoría y un
género literario buscador de la veracidad y racionalista.

Pero no nos debemos dejar llevar por la suposición de que todo lo narrado sea verdadero,
ya que muchas veces hay lo que se denomina anacronismos, esto es, los sucesos que
ajustados a la más estricta realidad. Otras veces estos anacronismos permiten perfilar la
época en la que tuvo lugar la redacción del relato, caso, por ejemplo de Homero (La Iliada)

Roma, heredera de tantas manifestaciones del mundo heleno, continuó la trayectoria


historiográfica con Polibio (200-118 a.C.), autor de unas Historias en las que relata el
avance expansionista romano. Pero, los cuatro grandes historiadores, Julio César (100-44
a.C.), Cayo Salustio (87-34 a.C.), Tito Livio (59 a.C. – 17 d.C.) y Cornelio Tácito (52-120 d.C.).
Finalmente podemos citar al griego Plutarco (50-125 d.C.) con quien el género biográfico
adquiere un gran desarrollo en su obra Vidas Paralelas, muy rica en anécdotas, en la que el
autor, a través de personajes escogidos en griegos y romanos (Alejandro y César,
Demóstenes y Cicerón, etc.)

En conjunto, la tradición histórica grecorromana, con sus caracteres propios y comunes en


cuanto a la construcción del relato y al predominio de la biografía, se orientaba hacia la
consecución de tres objetivos:

a) Fuente de instrucción moral, cívica y religiosa.


b) Plataforma para gobernantes (recibiesen suficiente información política)
c) Entretenimiento intelectual para todos aquellos que se interesasen por su lectura.

2. DE LA HISTORIA CRISTIANA A LA HISTORIA HUMANA

Las invasiones de los siglos IV y V provocaron el derrumbe definitivo del sector occidental
del Imperio Romano (Imperio de Occidente) certificado por la deposición del último
emperador Rómulo Augústulo por el hérulo Odoacro en el año 476. Las consecuencias que
en el terreno historiográfico tuvo en el final político del estado romano fueron enormes, ya
que se produjo una ruptura con todo lo anterior, y la Historia no constituyó una excepción
pues se encontró inmersa en el ámbito cristiano debido fundamentalmente a que los
cultivadores de este género pertenecían a la órbita eclesiástica y trasladaron a la Historia
sus concepciones del mundo y de la vida que respondían a los parámetros de la religión. La
Historia dejará de ser entendida como el resultado de una investigación secular, causal y
racionalista, para convertirse en una disciplina totalmente providencialista en la que la
sucesión de hechos no es más que la manifestación de la voluntad de Dios orientada a la
salvación del género humano y que se inicia en el mismo momento de la Creación.

A partir de ese momento los hechos y circunstancias del devenir histórico están, es cierto,
protagonizados por los hombres, pero se producen con la intervención de las fuerzas
sobrenaturales de la divinidad y del mal que trasladan su pugna al terreno humano y lo
convierten en su instrumento.

Durante la Edad Media el trabajo historiográfico presentará una fuerte carga teológica y
moralizante en la que la narración mostrará cada vez más el desarrollo de la voluntad de
Dios que ha de ser cumplida por los hombres, que, por otra parte, actúan bajo su
implacable mirada y serán premiados o castigados, ya en la tierra, según sus méritos. El
gran artífice de esa concepción histórico-teológica es, sin duda, San Agustín (354-430), el
primero en hacer un detenido estudio filosófico-teológico de la Historia tal y cómo quedó
expuesto en su gran obra La Ciudad de Dios (obra que tiene sus orígenes en el año 410,
cuando Roma fue asaltada y saqueada por los bárbaros de Alarico)

La construcción de la Historia Universal se realiza tomando como base dos grandes épocas.
La primera, que abarca desde la caída del hombre hasta el advenimiento de Cristo y la
segunda, desde la llegada de Cristo hasta el final de los tiempos. Desde el principio del
mundo mantienen una lucha constante dos ciudades: la ciudad de Dios y la ciudad del
Diablo, la celeste Jerusalén y la terrana Babilonia.

En efecto, a pesar de la influencia agustiniana, el modelo historiográfico más aceptado fue


el implantado por el historiador y teólogo griego Eusebio de Cesareo (261-340), cuya obra
más importante es la Historia Eclesiástica, redactada en 10 libros desde Jesús hasta el año
324. También destaca su Crónica cotejando la Historia Universal y la Historia Sagrada, con
sorprendente espíritu crítico, escrita en griego, fue traducida por San Jerónimo (342-420),
y desde ese momento, denominada como Crónica de San Jerónimo, se convirtió en una
obra de gran importancia para la historia cristiana muy utilizada por autores posteriores
que aprovecharon el modelo y los datos, como hizo Paulo Osorio (siglo V), colaborador de
los dos últimos, en su Historia contra los Paganos. También podemos citar a san Isidoro
(560-636), prolífico obispo de Sevilla.

Pero ese modelo historiográfico no sería el único del Medievo, pues el nacimiento y
consolidación de las monarquías durante los primeros siglos medievales, posibilitó que, de
una manera paralela al mero relato cronístico mundial, naciera un nuevo género histórico
cuyo contenido era la narración de la propia historia de esos nuevos reinos, aunque la
construcción histórica seguía fiel a los parámetros de la Historia Universal continuando la
concepción cristiana y providencialista del devenir histórico, marco en el que se puede
incluir la Historia de los Godos de San Isidoro de Sevilla, la Historia de los Francos del
prelado Gregorio de Tours (530-594), casi la única fuente con la que contamos para el
conocimiento del primer periodo merovingio; también la Historia eclesiástica del pueblo
inglés, escrita por el monje Beda el Venerable (673-735), finalmente la Historia de los
Lombardos desde el siglo VI hasta el 744 del diácono Paulo (720-799), cuya estela sería
seguida por otras obras similares escritas con posterioridad en lengua vernácula como la
Crónica General de España, compuesta bajo la dirección e impulso del rey Alfonso X de
Castilla entre 1270 y 1280.

El siglo XIII es una etapa muy diferente a las anteriores caracterizada por el fortalecimiento
de las denominadas monarquías nacionales cuyo auge va paralelo al declive del Sacro
Imperio Romano Germánico. Ahora, la Francia de los Capeto llevada a su punto culminante
por Luis IX, la Inglaterra de los Plantagenet, representada por Enrique III y los estados
peninsulares más poderosos dirigidos por los castellanos Fernando III y Alfonso X y el
aragonés Jaime I, junto a las repúblicas italianas, se convierten en protagonistas de una
nueva evolución socio-política y económica que se produjo en el seno de las formaciones
humanas que alcanzará su desarrollo en las centurias siguientes de la mano de un
movimiento político-cultural conocida como Renacimiento, cuya génesis va muy ligada a la
expansión de la economía mercantil, tan magistralmente expuesta en el delicioso libro de
Le Goff, titulado Mercaderes y Banqueros en la Edad Media. Su consolidación definitiva
vendrá apoyada por la apertura de nuevos horizontes que traen los grandes
descubrimientos geográficos, la invención de la imprenta y otros adelantos técnicos, así
como la caída de Constantinopla (1453) en poder de los Turcos, con lo que desaparecía
definitivamente el Estado Romano y la cultura clásica buscaba su refugio en Occidente, su
ubicación natural en el ideal Imperio Romano defendido y mantenido por la Iglesia.

Todos esos factores redujeron enormemente el poder terrenal del Pontificado lo cual
produjo una reducción del control eclesiástico sobre el conjunto político e intelectual de
Europa y dejó paso al Humanismo, movimiento en el que la visión del mundo es contraria
al escolasticismo medieval, ya que ahora es el hombre el centro del mundo y todo gira en
torno a él.

En este nuevo marco los humanistas del Renacimiento procedieron a un descubrimiento


de la cultura clásica en su forma original generaron una nueva conciencia histórica, una
novedosa contemplación del pasado, ya dividido en una periodización profana
(Antigüedad, Medievo y Modernidad) que los llevó a considerar el pasado grecorromano
como la máxima manifestación histórica y a desdeñar el mundo medieval como algo
tempestuoso y oscuro (Media Aetas, Media Tempestas) que más que avances significaba
regresión. Petrarca (1304-1374) iniciara esta nueva andadura con la conciencia de
anacronismo y del sentido de la discontinuidad histórica.

Los historiadores florentinos, como Leonardo Bruni (1370-1444), Nicolás Maquiavelo


(1469-1527) y Francesco Guicciardini (1483-1540). Todos ellos son los pioneros en la
reactualización del modelo clásico de relato racionalista bajo la nueva conciencia de
perspectiva temporal y sentido del anacronismo, y son los máximos exponentes del
movimiento historiográfico italo-renacentista muy influenciado por la naturaleza de sus
autores que ya no son clérigos ni hombres de la Iglesia, sino políticos y funcionarios que
absorben la influencia de los modelos clásicos y escriben una Historia política, militar y
diplomática, redactada con esmero literario y con apoyatura en la documentación
archivística oficial, muy alejada de pretensiones religiosas o moralizantes, pero no por ello
deja de observase una marcada tendencia a aleccionar políticamente a los gobernantes
(caso de El Príncipe de Maquiavelo) y de legitimar derechos ejercidos o pretendidos por la
República. Este modelo no tardó en expandirse por el continente europeo.

La nueva conciencia temporal de los humanistas se fue consolidando, estudiando autores


clásicos redescubiertos y resolvían las cuestiones derivadas, la base de la historia científica
del siglo XIX, conocida como erudición crítica documental. Esa aproximación y estudio
profundo del material histórico no tardó en dar sus frutos y se pusieron al descubierto
falsedades históricas hasta entonces tenidas como verdades irrefutables y dogmas
inamovibles, caso de la Donación de Constantino (el emperador había entregado al Papa
Silvestre I y a sus sucesores la autoridad sobre todo el Imperio Romano de Occidente), fue
Lorenzo Valla (1407-1457) quién descubrió la falsedad. Se entraba con ello en una parcela
histórica muy importante, ya que por primera vez, la crítica documental desmontaba una
falsedad y lograba una verdad histórica.
La Reforma y las guerras de religión que la acompañaron mantenidas por católicos y
protestantes provocaron grandes avances en las técnicas de estudio filológico y
documental aunque respondiendo a las diferentes tendencias mantenidas en el conflicto.
Por ello, un equipo de historiadores luteranos se aplicó a la tarea de redactar una historia
eclesiástica basándose en la edición crítica y exégesis de textos originales cristianos
(Centurias de Magdeburgo). La respuesta de los historiadores católicos se produjo
empleando las mismas armas, ya que asumieron también las técnicas criticas
documentales para construir una historia eclesiástica ya libre del carácter sacro e
impregnada de racionalismo en el discurso del relato que pasaba a ser erudito al modo
renacentista y conscientemente demostrativo y polémico.

La Historiografía realizada por los Jesuitas dirigidas por Jean Bolland, cuyo máximo
exponente es la edición de las Acta Sanctorum (1643), el mismo camino fue seguido por
los benedictinos de París de la congregación de Saint Maur, autores de unas biografías de
santos de la orden en 1668.

Desde 1681, la erudición critica, dotada con las reglas de análisis filológico, paleográfico,
diplomático, cronológico, numismático y sigilográfico, continuó con el análisis racionalista
del material histórico y abrió la senda para la transformación de la Historia en una
disciplina científica, la Ilustración. La Historia, en ese momento, pasó de ser un mero relato
a dotarse de sus elementos característicos de profundización en el estudio de hechos y
noticias que permitía perfilar y completar el relato original, así como esclarecer muchos
sucesos muy parcialmente narrados.

3. EL SIGLO XVIII. LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

La Ilustración, movimiento cultural caracterizado por considerar que la razón humana era
el único criterio de conocimiento y autoridad, en el que se aplica ya el método científico
experimental practicado en el siglo XVII por Galileo y Newton, era fiel reflejo de las
grandes transformaciones históricas contemporáneas, tales como las grandes
colonizaciones europeas en Asia y Oceanía. La idea de los grandes filósofos de la
Ilustración como Kant, Leibniz o Voltaire que daría origen a la llamada Filosofía de la
Historia en la que el tiempo se concebía como vector y factor de evolución y progreso, fue
el cauce para que la cronología comenzase a ser vista como una concatenación de cambios
significativos e irreversibles en la esfera de la actividad humana, resultado de las
causalidades propiciadas en un momento determinado de la evolución del pasado. Se
llegaba de esta manera al desarrollo de la conciencia temporal de los humanistas, ya que
ahora el tiempo se convertía en un instrumento que, en la práctica historiográfica,
quedaba asimilado con la cronología y era el principio de toda medida, así como elemento
de clasificación insustituible, lo que hacía imposible e inaceptable cualquier rasgo acrónico
o falseado.

El nacimiento de las ciencias históricas fue resumido perfectamente por Voltaire cuando
indicaba que era necesario que los historiadores se lanzasen a la búsqueda de mayores
detalles. Un segundo paso fue dado por Montesquieu (1698-1755) que en su obra
Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los romanos (1734)
desarrolló una nueva concepción de la Historia denominada Determinismo Histórico (la
evolución de un pueblo no es fruto del azar ni de la providencia), también fundamental su
obra El Espíritu de las Leyes (1748)

No todos los historiadores y filósofos de la Historia participan de esas corrientes, como es


el caso del italiano G.B. Vico (1668-1744) quien todavía se encuentra ligado a la visión
providencialista de la Historia y su antirracionalismo constituye una excepción de la época.
En el seno de los ilustrados se impuso el criterio de los franceses, quienes en su lucha
contra la concepción teológica de la Historia, procuraron indagar sobre la existencia de
leyes positivas e inmutables del desarrollo de la sociedad y llegaron a considerar que la
sociedad era una parte de la naturaleza y la concibieron como un gran mecanismo cuyas
leyes de funcionamiento convenía descubrir para conseguir un desarrollo óptimo. Su
pretendido materialismo quedó en eso, ya que no superó la etapa mecanicista y no
pudieron explicar correctamente los cambios históricos o no supieron entenderlos en
función del desarrollo interno de los factores objetivos que componen la trama de lo real,
sino en base de injerencias puramente externas.

En Alemania, el filósofo y escritor J.G. Herder (1744-1803) contribuyó también al


surgimiento de la Filosofía de la Historia como rama específica del conocimiento destaca lo
concreto, la comunidad particular, con su lenguaje, creencias religiosas y costumbres. Sin
embargo, el siglo XVIII en Alemania no se caracteriza por su participación homogénea en
las corrientes de la Ilustración, sino por el nacimiento del idealismo histórico, corriente
histórica que no condujo a mejores resultados que los obtenidos por los ilustrados
franceses.

En las concepciones de E. Kant (1724-1804), J.T. Fichte (1672-1814) y F.G. Schelling (1775-
1854), el desarrollo de la Historia se presenta como un proceso necesario sujeto a
determinadas leyes, pero esta necesidad no la deducen de la Historia sino que la
descubren de principios ideales planteados a priori. De este modo, se llega a una visón
fatal y mística de la Historia que, como sucede en Fichte, carece de valor y sólo sirve para
ejemplificar la tesis anterior.

Dentro del idealismo alemán, J.G.F. Hegel (1770-1831) para él la Filosofía de la Historia no
es una pura y arbitraria abstracción sino una generalización teórica del proceso histórico
real. La comprensión de la Historia pasa por presentarla como un proceso único y regido
por leyes y cada época, en lo que tiene de irrepetible, constituye un momento necesario
para el desarrollo histórico de la humanidad, pero este proceso no es algo ciego e
irracional, sino que se trata de un progresivo ascenso en la conciencia de libertad que se
realiza a través de la actividad real de los hombres, impelidos a la satisfacción de una serie
de necesidades.

4. EL SIGLO XIX. DEL POSITIVISMO AL MATERIALISMO HISTÓRICO

El siglo XIX se inicia con las grandes transformaciones políticas originadas a raíz de la
derrota de Napoleón y el nuevo orden que el Congreso de Viena establece en el
continente europeo, en el que Alemania comienza a tener un protagonismo cada vez
mayor hasta alcanzar su apogeo con Otto von Bismarck. En Francia y sobre todo en
Alemania, se desarrolló la moderna ciencia de la Historia resultante de la fusión de la
tradición histórico-literaria y de la erudición documental.

Se iniciaba un nuevo paso en las concepciones y estructura de la Historia conocido como


Positivismo, una mentalidad coincidente en establecer que lo único que puede y merece
ser objeto del conocimiento humano científico es lo positivo, es decir, los hechos y sus
relaciones mutuas, por lo que hay que prescindir de las abstracciones filosóficas que se
ocupaban de supuestas realidades metafísicas, tales como las esencias y las entidades que
rebasan la experiencia sensible, dos son las vertientes:

a) Positivismo científico: estudio de los hechos, relaciones y circunstancias antecedentes,


concomitantes y consecuentes de los mismos, aplicando los métodos científicos
generales y especiales, sin adoptar ninguna posición.
b) Positivismo filosófico: ámbito exclusivo de la Filosofía y toma posición frente a la
metafísica negando el carácter científico de la misma por la imposibilidad de conocer
sus objetos.

Los positivistas pretendieron situarse más allá del idealismo histórico alemán y del
materialismo histórico desarrollando la llamada teoría de los factores, consistente en el
intento de abstraer los diversos aspecto de la totalidad social, las distintas formas de la
actividad humana, y convertirlas en fuerzas independientes y autónomas de cuya
influencia e interacción resultaría el proceso histórico.

4.1. El positivismo francés

La escuela positivista en Francia debe su nacimiento a la obra de A. Comte (1798-


1857), considerado como padre del positivismo del Siglo XIX, para quien toda ciencia,
igual que todo individuo y aún la misma especie humana, pasaba por tres estadios o
etapas:

a) Un primer estadio teológico, mítico o ficticio, es el más primitivo y en él el hombre


explica los hechos y cosas recurriendo a casusas y razones extrínsecas a la
naturaleza misma, es decir, por intervención de la divinidad. Edad Antigua.
b) A ese primer estadio le sucede el metafísico o abstracto, en el que la explicación
derivada de la intervención divina es desterrada por esencias, causas y fuerzas
inmanentes en la naturaleza, la Edad Media representaría este segundo estadio.
c) El final del proceso está marcado por el estadio positivo, que elimina a los otros
dos y en el que las esencias son sustituidas por hechos, las causas por leyes, al
deducción apriorística por la comprobación experimental y la metafísica por la
ciencia. La Edad Moderna representa a la culminación de esa evolución.

Sería por tanto el último estadio, el positivo, el que constituye el objetivo del
desarrollo de la Historia.

4.2. El positivismo alemán

Influenciada por el positivismo francés, Alemania, pionera en el uso del procedimiento


historiográfico crítico en sus trabajos, esto fue obra del profesor de la Universidad de
Berlín B.G. Niebuhr (1776-1831) y significaría la transición de la erudición a la ciencia
histórica.

La estela de este último fue seguida por otro profesor de la Universidad de Berlín, L.
von Ranke (1795-1886), cuya influencia sobre el desarrollo de las ciencias históricas es
muy importante en Alemania y fuera de ella. Ranke practicó y defendió la búsqueda
exhaustiva de los documentos originales depositados en los Archivos, su verificación,
autentificación y cotejo mutuo, además de su empleo como base fundamental y, si era
posible, exclusiva de la narración histórica.

Esta metodología de apego fidedigno al documento era tributaria de una concepción


histórica centrada en el marco de la descripción, ya que su cometido era ofrecer un
relato científico del propio pasado totalmente libre de juicios valorativos, pues lo único
válido es el documento demostrativo de que los hechos pasaron así y no de otra
manera.

Esta concepción de la práctica histórica estaba muy conectada con el empirismo,


corriente filosófica de la Historia que partía de la base de que los sucesos del pasado
son únicos e irrepetibles y, por ello, no son susceptibles de ser comprendidos
atendiendo solamente a categorías universales, sino prestando atención a sus
contextos propios y particulares; es decir, todos los fenómenos protagonizados por el
hombre son radicalmente históricos, independientemente de su categoría individual o
colectiva, institucional o ideológica de la cultura propia o foránea asimilada, y por ello
son únicos e irrepetibles en el tiempo y en el espacio.

Mientras los positivistas se inclinaban fundamentalmente por el estudio de cuestiones


económicas y sociales procurando discernir leyes o, al menos, tendencias del proceso
histórico, la escuela alemana dedicaba atención preferente a los acontecimientos
políticos y a las instituciones jurídicas, plano en el que se situaron los discípulos de
Ranke que se mantuvieron fieles al dictado del maestro.

La moderna ciencia histórica presenta un valor enorme para las restantes disciplinas
humanísticas, pues a partir de entonces ya no había posibilidad de referirse al pasado
sin atender a los resultados de la investigación histórica positiva, por ello, tanto
Niebuhr como Ranke, pese a su nacionalismo y conservadurismo, se pueden
considerar predecesores de los historiadores actuales.

Desde Alemania se fue extendiendo el método historicista por el resto de Europa, en


cuyos espacios políticos también se puede apreciar su vinculación a las escuelas
nacionales de Historia. En Inglaterra el más destacado representante es T.B. Macaulay
(1800-1859) quien no participaba totalmente del objetivismo y neutralidad de Ranke y
mantuvo la tesis de la introducción interpretativa del historiador en la narración
histórica. En Francia el máximo representante del método documental es J. Michelet
(1798-1874) quien participaba de los mismos conceptos que Macaulay en lo que se
refería a su distanciamiento del método germano de Ranke, ya que en este autor
francés la investigación archivística exhaustiva se compatibilizaba con una marcada y
consciente influencia emotiva y romántica que imponía en la construcción de la
narración histórica.

La expansión del romanticismo nacionalista en línea a los ejemplos reseñados a otros


países trajo consigo la elaboración de narraciones históricas nacionales de
características similares, que terminaron por desempeñar un importante papel en la
configuración de una conciencia nacional que hundía sus raíces en el pasado y que era
desarrollada además con la industrialización, el crecimiento demográfico, el auge
demográfico y la alfabetización de una población hasta entonces rural e ilustrada.
Como es el caso de la Historia General de España de M. Lafuente de 1850.

4.3. El materialismo histórico

A mediados del siglo XIX, conforme se producía el desarrollo y consolidación de las


diversas historiografías de corte nacional, se llevaba a cabo la formulación de nuevas
doctrinas filosóficas que no tardarán en repercutir en el campo de la Historia, entre las
que sobresale la de K. Marx (1813-1883), quien muy influido en su materialismo y
negación de la religión por Feuerbach y en su método por la dialéctica de Hegel,
desarrolló sus ideas en el contexto de la industrialización europea y las secuelas que
trajo, como los cambios económicos, emigración, desarraigo de las masas campesinas
y ampliación del proletariado urbano (con sus economías roídas por una
industrialización creciente)

Marx abordó la crítica de esas transformaciones desde la perspectiva política e


intelectual hasta el ámbito de los fundamentos económicos y las consecuencias que
para la sociedad tenía la instauración del nuevo orden capitalista y burgués. A lo largo
de ese análisis crítico Marx terminó por conformar una filosofía de la Historia conocida
como materialismo histórico, cuya base teórica radica en que la economía política está
presente en todas las manifestaciones de las relaciones humanas. Los fenómenos
históricos se concebían como un instrumento para la acción revolucionaria, pues las
transformaciones acarreadas por la industrialización estaban generando por primera
vez una clase universal, el proletariado, que podría y habría de ser el agente y sujeto
histórico de una revolución que fuese capaz de acabar con la organización capitalista y
el dominio de la burguesía.

La doctrina materialista de Marx llevaba hasta sus últimas consecuencias el concepto


de ley natural esbozado en tiempos anteriores y, así, las leyes del desarrollo social, lo
mismo que las naturales, son objetivas y sus existencias no dependían en ningún caso
de la voluntad y la conciencia de los hombres; unas y otras leyes representan
constantes determinadas, unas relaciones necesarias que se repiten siempre que se
dan ciertas condiciones, y si éstas cambian también cambiarán las leyes y, en
consecuencia, cuento más estables sean esas condiciones o cuanto más lentamente se
produzcan modificaciones, tanto más constantes serán esas leyes. Pero había que
tener en cuenta un hecho, que las leyes naturales se manifiestan de forma distinta a
como lo hacen las leyes de la sociedad, si las primeras lo hacen a través de las fuerzas
espontáneas de la naturaleza, las segundas lo hacen por medio de la actividad material
de los hombres, y esa es la diferencia que impone la necesidad de un tratamiento
distinto y de un método diferente según sea el campo de estudio.

Los acontecimientos históricos que parecen, como decía Engels, “estar presididos por
el azar”, deben ser objeto de la Historia, que es la única que puede proporcionar un
cuadro concreto del desenvolvimiento total de esos hechos, sus causas y, sobre todo,
sus consecuencias reales.

El materialismo histórico hizo su aparición en un momento particularmente delicado


en la historia del siglo XIX, aunque su plena operatividad no llegaría hasta la siguiente
centuria, sobre todo tras la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917, cuando el
marxismo penetraría e influiría con fuerza en el campo histórico. Pero por entonces se
estaban produciendo cambios importantes en la extensión del capitalismo, con una
nueva situación socio-económica que plantearía una problemática para los estudiosos
de la sociedad.

5. EL SIGLO XX. NUEVAS FORMAS Y NUEVA HISTORIA

El siglo XX se inicia bajo las mismas premisas historicistas del modelo rankeano alemán del
siglo pasado, pero era cada vez mayor el número de historiadores que ponían en tela de
juicio de validez de esa metodología empírico-positivista (objetivísimo y neutralidad) e
historicista con su pretensión de comprender lo único e irrepetible. El suizo J. Burckhardt
(1818-1897) rechazaba la metodología de su maestro Ranke y tomaba la idea de la Historia
de la Cultura con su obra La cultura del Renacimiento en Italia (1860). El estadounidense
F.J. Turner (1861-1932) seguía sus pasos y abría la joven historiografía norteamericana a la
influencia de otras ciencias sociales, ya que para él debían tenerse en cuenta todas las
esferas de la actividad del hombre.

Por otro lado, el filósofo W. Dilthey (1833-1911) en su obra Introducción a las ciencias del
espíritu (1883) había puesto en tela de juicio las pretensiones de Ranke referentes a que el
conocimiento histórico era tan científico como el logrado por las ciencias naturales y que
era posible neutralizar al historiador en el proceso de investigación y narración resultante.
Dilthey personificación del vitalismo historicista.
Al mismo tiempo que Dilthey realizaba su formulación historicista, la expansión del
movimiento obrero y socialista desde finales del siglo XIX por el mundo occidental fue
ampliando la influencia del marxismo sobre el conjunto de las ciencias humanas, de
manera que al poco tiempo los historiadores, participaran o no de sus concepciones de la
Historia, no eran ajenos a este movimiento, ya que la originalidad del sistema de Marx,
capaz de ofrecer una visión global y racional del curso efectivo de los procesos históricos,
las causas de las transformaciones en la estructura económica, el modo de conexión con
los conflictos sociales y políticos coetáneos y la manera en que todo quedaba reflejado en
el ámbito intelectual y cultural que queda condicionado por esos hechos, hacía que fuese
válido como un modelo interpretativo para iniciar la investigación en las ciencias humanas,
superando el caduco modelo descriptivo empírico-positivista de Ranke.

Una de las más claras influencias del marxismo en la historiografía se puede apreciar en
dos disciplinas históricas especializadas, nacidas en el amanecer del siglo XX: la Historia
Económica y la Historia Social. No es inexacto decir que en los estudios históricos
anteriores había una sección que atendiese a estos aspectos, pero es solamente en los
años finales del siglo XIX, con el desarrollo universal de las transformaciones capitalistas y
la difusión de las tesis marxistas en el campo de la cultura, como se puede apreciar en la
obra de A.J. Toynbee o G. Unwin, también en EE.UU. con autores como C. Beard, con su
aproximación a las ciencias sociales.

No serían los únicos, ya que en el contexto socio-político existente en los años finales del
siglo XIX y comienzos del XX cuando surgen las tesis que son el motor del movimiento
socialista (Owen, Fourier…) y marxista, es el más adecuado para que vayan tomando
cuerpo estas dos nuevas disciplinas a base del estudio de las organizaciones obreras, de las
condiciones de trabajo y del grupo socio-económico resultante del panorama industrial
tanto en las orbitas urbanas como rurales, tarea de autores como B. y S. Webb y B. y J.
Hammond y el francés G. Lefebvre

5.1. Escuela de los Annales

Tras la I Guerra Mundial tuvo lugar el nacimiento en Francia de una revista, fundada en
1929 por L. Febvre (1878-1956) y M. Bloch (1886-1944) denominada Annales d’Historie
Économique et Sociale (desde 1945 denominada Annales Economies, Sociétés,
Civilisations) cuya finalidad original era la de ofrecer una alternativa a la práctica
historiográfica dominante y rebasar el mero enfoque político-diplomático y militar. En
torno a esta revista se fueron aglutinando los integrantes de la Escuela de los Annales,
para quienes la renovación historiográfica se basaba en la gran expansión de las áreas
de trabajo así como en la aplicación de métodos de estudio e investigación utilizados
por otras disciplinas científicas, tales como el análisis sociológico y demográfico, el
trabajo de campo empleado en la Geografía, los métodos de la Etnología, Estadística…
Pero el autentico auge de la Escuela de los Annales se produjo pasada la II Guerra
Mundial, cuando F. Braudel (1902-1985) asumió la dirección de la revista tras la
muerte de L. Febvre (1956), momento en el que comenzó a expandirse el modo de
entender la Historia de estos autores dentro y fuera de Francia, abarcando no
solamente a la práctica totalidad de los países de Europa, sino también a los de
América Latina.

Braudel ya había sistematizado el modelo llamado “ecológico-demográfico”, que


caracterizaría el trabajo del investigador de los miembros de la Escuela de los Annales
en su obra El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949), a
lo largo del cual el entorno del Mare Nostrum era repasado en el siglo XVI según tres
niveles:
a) El tiempo de larga duración que se correspondía con los marcos geográficos,
realidades biológicas, los límites de productividad e incluso determinadas
coacciones espirituales, es decir, las estructuras de la Historia que atienden a los
condicionamientos de todo tipo en los que se encontraba inmersa la sociedad del
período.
b) El tiempo de media duración que podría ser definido como coyunturas temporales
que caracterizan el ciclo.
c) El último nivel es el que se refiere al tiempo corto que afecta al individuo y al
acontecimiento que protagoniza, es un tiempo poco duradero que
inmediatamente es sucedido por otro.

En conjunto nos encontramos con una Historia Total que va de lo general a lo


particular, desde las perspectivas y campos más amplios hasta los propios de un reino
o un territorio. La tesis y métodos de la Escuela de los Annales no tardaron mucho
tiempo en verse sometidos, sobre todo a partir de la década de los setenta, a una dura
crítica, lo que, en cierta manera, hizo que la escuela francesa fuera perdiendo peso e
influencia en el ámbito historiográfico internacional y su hecho fuese llenado por las
nuevas corrientes que con fuerza se desarrollaban en el ámbito anglosajón, de corte
marxista.

5.2. La Historiografía Marxista en Inglaterra

La fundación de la revista histórica Past and Present en 1952 marca el inicio de la


expansión de una historiografía de tradición marxista en las Islas Británicas, en una
fase de gran tensión internacional motivada fundamentalmente por la división en dos
bloques y la denominada “Guerra Fría”. Los caracteres más notables de esta nueva
concepción histórica se refieren a que los investigadores inmersos en esa línea
combinaban la aplicación de los métodos utilizados por otras ciencias humanas con la
restitución de los hechos políticos al lugar central de la evolución histórica, pues la
consideraban como el plano en el que se resolvían las tensiones y proyectos que se
encontraban latentes en una sociedad de clases. Algunos de los autores más
representativos de esta revista Past and Present son V. Gordon Childe, R. Hilton, C. Hill,
E.J. Hobsbawn, M. Dobb, E.P. Thompson…

5.3. La Nueva Historia Económica

En EE.UU surgirá la tercera de las grandes corrientes de investigación histórica nacidas


una vez finalizado el segundo conflicto mundial; es la denominada Nueva Historia
Económica, también llamada Cliometría, fundada en 1958, año en el que A.H. Conrad y
J.R. Meyer publicaron su estudio sobre La economía esclavista en el Sur prebélico.

Esta nueva corriente consistía en que el historiador se acerca a la fuente cuyo estudio
exhaustivo realiza mediante el empleo total de un método cuantitativo, seguido de la
aplicación de unos modelos matemáticos teóricos y, finalmente, procede al
tratamiento informático de las enormes cantidades de datos estadísticos recogidos y
elaborados. Por ello, la cliometría se define más por el método que utiliza que por la
parcela histórica o material sobre la que se aplica. Esta corriente histórica ha suscitado
opiniones en contra, basadas en que el método cuantitativo aplicado
indiscriminadamente y sin valoraciones racionales da unos resultados muy poco fiables
y responden a la poca fiabilidad de la que adolecen las estadísticas históricas
existentes, así como los problemas insalvables que se presentan a la hora de verificar y
contrastar la enorme masa de datos informáticos empleados.
6. LA HISTORIA ACTUAL

Desde los años cincuenta, experimentó una notable renovación basada en la aplicación de
los métodos y modelos teóricos de las restantes ciencias sociales, lo que produjo
resultados brillantes muy distantes del mero relato cronístico. En esta línea, el ejemplo
más ilustrativo, es el de A.J. Mayer, entusiasta investigador de los prolegómenos de la I
Guerra Mundial.

En 1961 F. Fischer publicaba Los objetivos de la guerra de Alemania en la Primera Guerra


Mundial, en el que desgranaba como las elites dirigentes alemanas decidieron recurrir a la
guerra en 1914 porque la expansión en Europa Central y Oriental se revelaba como el
único medio de preservar el orden social establecido frente a las presiones
democratizadores de las clases populares alemanas. La Historia política y diplomática,
entendida ésta última como Historia de las relaciones internacionales, volvieron a ocupar
un lugar de primera fila en la renovación teórica y metodológica de las disciplinas
históricas.

Un fenómeno parecido afectó a la Historia cultural que, siguiendo el camino trazado por J.
Burckhardt, se definió con el historiador y filósofo holandés J. Huizinga (1872-1945), autor
de una deliciosa obra titulada El otoño de la Edad Media (1919).

En el desarrollo de la Historia cultural popular incidió muy de lleno la expansión de la


historiografía por los países del Tercer Mundo, nacidos al socaire del proceso de
descolonización que se inició desde la firma del armisticio de 1945, con una particularidad,
y es que los historiadores llegaron a unos enclaves territoriales en los que no había
tradición archivística siendo necesario recurrir a una nueva innovación metodológica como
era la de acudir a la tradición oral, a los documentos orales, transmitidos de boca a boca
de generación en generación. La recogida sistemática de testimonios de ancianos que
narraban cuentos, leyendas y genealogías fomentó una Historia cultural popular cuyos
métodos terminarían por ser aceptados por la historiografía occidental que veía como la
Historia cultural y la Antropología se aproximaban hasta fundirse en varios casos.

Sin embargo, ese proceso de acercamiento a la Antropología no ha sido uniforme y por


ello no afecta por igual a todas las especialidades que hoy existen dentro de la Historia, ya
que en ellas existe una gran variedad metodológica que permite que continúen
cumpliendo su inexcusable función social y cultural.

7. BIBLIOGRAFÍA.

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