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Evanescencia de la filosofía

El Renacimiento como movimiento cultural no se podría comprender mejor si se soslaya un


proceso de transformación y aculturación importante que se gestó antes de su eclosión. Me
refiero a ese Renacimiento que se manifestó con gran pujanza entre el siglo XII y XIII, siglos
de flujo y reflujo no sólo de intercambio comercial, sino que sobre todo de intercambio
cultural en plena Edad Media1. El pensador del medievo, Alain de Libera (1948),
contribuye a desmitificar la idea de que la cultura del Occidente medieval deviene
solamente de una impronta judeo-cristiana amalgamada con aristotelismo.

“Una de las tendencias más corrientes —por no decir la tendencia dominante— en la


visión interpretativa de la historia de la filosofía presenta el pensamiento medieval
como el producto del reencuentro entre la filosofía de Aristóteles y el modo de la
representación nacido del judeo-cristianismo2”.

De modo que se ha persistido tenazmente en afirmar acríticamente que la Verdad sólo


puede ser un producto de esa tradición dominante. Sin embargo, la aculturación entre el
siglo XII y el XIII siempre es un proceso complejo, y sería fatuo reducir la producción de
conocimiento a lugares que han olvidado otras estancias de producción de vida intelectual,
tales como la árabe. Foucault planteaba de que «el discurso no tiene únicamente un sentido
o una verdad, sino una historia, y una historia especifica que no lo lleva a depender de las
leyes de un devenir externo3». Es a partir de este a priori histórico lo que permite
reivindicar ese «otro Renacimiento» que tuvo como actores principales a los árabes. En
efecto, De Libera afirma que

“Si una cultura se mide por la cantidad de obras que ella produce o asimila, lo menos
que se puede decir es que, hasta el siglo XII, el occidente medieval es filosóficamente
subdesarrollado. –Y más adelante agrega que– […] Se olvida con bastante frecuencia
que los latinos conocieron a Avicena antes que Aristóteles fuese traducido
íntegramente. En realidad, si en el siglo XIII hubo una filosofía y una teología
llamada «escolástica», es ante todo porque Avicena fue leído y explotado desde el
final hasta el siglo XII. Es Avicena, no Aristóteles, quien inició a Occidente en la
filosofía4”.

Entonces por qué olvidar a quienes han persistido no tan solo en ejercitar el estudio de la
filosofía, sino que además le han intentado otorgar seguridad y dignidad en tanto es un

1
Ioan Culianu señala un «redescubrimiento del otro Renacimiento, el de los siglos XII Y XIII». Véase en
eros y magia en el Renacimiento. España. Ediciones Siruela. Pág.39- 40
2
De Libera, Alain. Pensar en la Edad Media. España. Ediciones antrophos. 2000. Pág. 45
3
Foucault, Michel. La arqueología del saber. Argentina. Ediciones siglo XXI. Pág.
4
De Libera, España. 2000. pp. 38 y 46
lugar autónomo de producción de conocimiento, y que no puede ser de otro modo. Es por
eso que es necesario esbozar que antes de Bruno, fueron los árabes quienes intentaron
reivindicar la filosofía en la Edad Media. Y también esclarecer el porqué esa la ausencia del
reconocimiento de su influencia en Occidente5. Respecto a esta cuestión de Libera plantea
que

“El racismo y la xenofobia proceden de causas diversas, en las que la filosofía por lo
general no interviene. El desconocimiento del rol jugado por los pensadores del Islam
en la historia de la filosofía proporciona, correspondientemente, un potente
instrumento retórico a los mantenedores de una historia puramente occidental de la
filosofía. Por lo tanto, bajo el vano pretexto de no imponer violentamente la «razón
griega» como único factor de identidad a los pueblos que desearían definirse sin ella,
no hay que quitar al mundo árabe tanto lo que le corresponde de derecho como de
hecho6”.

Es un conocimiento de que el cristianismo en la Edad Media fue una corriente islamófoba


que bregó contra su reconocimiento y estatuto, cuando la verdad es que fueron los árabes
quienes contribuyeron al desarrollo cultural, sin olvidar a la filosofía. La filosofía entre los
árabes no se dejó jamás de desarrollar a pesar de que torpemente el Occidente lo ha
olvidado. De Libera agrega que

“El carácter etnocéntrico del «prejuicio en favor de la filosofía», una vez reconocido
como tal, no nos debe obligar a poner entre paréntesis la existencia de la filosofía en
tierra del Islam. […] Si se debe cuidar de reducir la vida intelectual del mundo árabe-
musulmán a un simple trabajo de adaptación, como si el hecho de haber sabido
«integrar» el pensamiento antiguo fuese la norma exclusiva de un éxito y el modelo
necesario de toda realización; brevemente, si es necesario evitar rebajar a los árabes
al rango de eternos proveedores, un día, de aristotelismo, otro día, de petróleo. No
hay que asentir, por tanto, a las presiones del olvido voluntario […] Que los árabes
hayan jugado un papel determinante en la formación de la identidad intelectual de
Europa es otra cosa que no es difícil discutir, a no ser que se niegue la evidencia7”.

De modo que si hay una deuda de Occidente es precisamente porque Europa le debe el
reconocimiento de gran parte del bagaje cultural a los árabes. Los grandes medievalistas de
la talla de Jacques Le Goff no olvidan ese flujo cultural del Oriente, que parece que los
occidentales hemos olvidado. En la publicación en español de «En busca de la edad media
(2003)», Le Goff plantea que

5
Ésta última cuestión se puede comprender a partir de la conformación cultural hegemónico del Occidente
medieval, es decir, del cristianismo.
6
De Libera. España. 2000. Pág. 39
7
Ibíd. Pág. 39
“En ese siglo XII en el que el Occidente sólo tiene materias primas para exportar —
aunque ya se despierta una incipiente industrial textil—, los productor raros, los
objetos de precio llegan desde el Oriente, de Bizancio, de Damasco, de Bagdad, de
Córdoba; junto con las especias, la seda, llegan los manuscritos que aportan al
Occidente la cultura greco- árabe”.

Por lo que se puede conjeturar de que si ha existido eso que llamamos la «Filosofía», es
gracias a la herencia árabe; esa «herencia olvidada» –citando a de Libera—. Es con esta
herencia olvidada que me interesa enlazar a Giordano Bruno, dado que el italiano —al igual
que los árabes del medioevo— brega por el ejercicio autónomo de la filosofía en vistas de
su propia dignificación.8

La nostalgia bruniana por esa idea prístina de la filosofía, que surge en el siglo VI a.C en las
costas de Asia Menor, surgía como una necesidad de reivindicar, ante el olvido de su
verdadero sentido por culpa de Aristóteles9, quien sería el responsable de mal interpretar, y
por consiguiente, de conducir al error al momento de constituir su filosofía y las partes que
componen todo su edificio intelectual10. La inflexión de la filosofía a partir de Aristóteles
fue radicalizándose con el amalgamiento cristiano, provocando un perjuicio en la mirada
auténtica que se debería tener en torno a la imagen de ella. Por consiguiente, el cristianismo
ha dividido la Naturaleza suscitando una reyerta inmanente a ella. Por el contrario,
Giordano Bruno aboga por una única y común naturaleza divina en el cual la forma
participa de lo Universal en la materia. Universal que desde luego no está ajena de la Vida,
ya que no es más que la pura Vida insuflada en toda la materia viviente.

Bruno

8
La situación de la filosofía y del sujeto que la ejerce —el filósofo— es vulnerable en el Renacimiento –aun
en la Reforma–. La coyuntura manifestaba una profunda crisis en la tradición espiritual, culminando en las
guerras religiosas entre católicos y protestantes y las desastrosas consecuencias que suscitó el encono de una
Europa dividida por la religión. No obstante, la filosofía es vulnerable también, dado que luchaba con una
tradición cristiana —hegemónica culturalmente– que limitaba su ejercicio y la condicionaba bajo directrices
dogmáticas que impedían su natural ejercicio. De modo que no es que se oblitera su ejercicio –sin duda que se
ejercía–, pero se ejercía no en su sentido genuino, sino que en el modo «vulgar» de comprenderla y ejercerla.
En suma, la vulgaridad de la filosofía detentada por la tradición occidental cristiana, se presentaba también en
su matriz aristotélico, que según Bruno, trastocaba la imagen verdadera del cosmos, por lo que esta tradición
desde una óptica bruniana, ejercía la filosofía, pero en en su aspecto decadente. Hay que agregar finalmente
que esta tradición cultural hegemónica subvierte la verdad, puesto que la imagen finita y jerarquizada del
universo trastoca la relación de universo con la divinidad. De modo que la delación bruniana reside en la
falsa imagen de la divinidad, y por tanto del lamentable olvido de la misma.
9
Bruno considera a Aristóteles un sofista más que un filósofo.
10
Los errores endosados a Aristóteles, radican en la mal interpretación conceptual que abunda en su doctrina
cosmológica, teológica y metafísica. Agregaría que el estagirita considera a la metafísica como la filosofía
primera en desmedro de la física. Por el contrario, Bruno considera que la física es la parte fundamental de la
filosofía, puesto que tiene como objeto de estudio por excelencia a la Φυσις.
La filosofía en el Renacimiento no está libre de la intolerancia, a pesar de que el
Renacimiento representa en apariencia esa ruptura determinante con el oscuro medioevo11.
No obstante, algunos medievalistas tales como Jacques le Goff

11
Se ha inclinado a representar el Renacimiento como un movimiento cultural y un periodo de aurora de luz
de la razón, pero los hechos han demostrado de que la inseguridad y desvanecimiento de la razón es
inminente. La intolerancia de la creencia ha asolado las sutiles efervescencias del libre pensamiento. La
muerte no sólo de Bruno, sino que también en de Lucilio Vanini en Toulouse y la cautela de Galileo no
prueban lo contrario.

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