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ÍNDICE

PREAMBULO .......................................................................................................... 2

OBJETIVO GENERAL ............................................................................................ 2

OBJETIVO ESPECÍFICO ........................................................................................ 2

CONCLUSION Y COMENTARIO .......................................................................... 10

FUENTES DE INFORMACIÓN ............................................................................. 11


PREAMBULO

Piero Calamandrei, es figura pensamiento jurídico italiano, de la escuela moderna


de Derecho procesal civil, renombrado abogado y hombre de Estado. Catedrático
de Derecho Procesal Civil de las Universidades de Mesina, Módena, Siena y
Florencia, donde fue rector desde el 26 de julio de 1943.

En “Demasiados Abogados” relata la situación que se vivía a principios del siglo


pasado en el Italia, en el cual el presenta un estudio de la cantidad de abogados y
procuradores que existen y que cada año egresaban de las universidades
Italianas. Así mismo hace un comparativo entre algunos países tales como Francia
e Inglaterra, en el que argumenta como esos países toman el exceso de
abogados. También habla de las razones que el considera que los abogados en
esa época eran mal vistos, ya que poco a poca demeritaban la profesión, por
varias razones entre ellas, que veían a la abogacía como un negocio y olvidaban
el espirito de ser abogado, procurador o Juez.

OBJETIVO GENERAL

Conocer el momento por el que pasaba la Italia de principios del siglo XX, con
respecto al exceso de abogados existentes.

OBJETIVO ESPECÍFICO

Conocer en estadísticas la cantidad de abogados, procuradores y egresados de la


profesión de la Italia de principios del siglo XX.

Comparar la situación de esa época con la época actual, en lo que respecta a los
abogados, procuradores y egresados de la profesión.
Demasiados Abogados
Piero Calamandrei1

L
a función del abogado aparece, profundamente cambiada y elevada,
cuando en el Estado constitucional, que reivindicara para sí la función
jurisdiccional como complemento indispensable de la legislativa, se
comienza a sentir el resultado del proceso no es extraño al interés
público, ya que en todo proceso se encuentra en juego la aplicación de la Ley, es
decir el respeto a la voluntad colectiva.

No obstante la evidente importancia de los servicios que los profesionales del


derecho prestan en la teoría al Estado, seria atrevido sostener que en la práctica
de la profesión de abogado esté rodeada de una excesiva simpatía de la opinión
pública. No deben a este propósito asustarnos demasiado las concordes diatribas,
en prosa y en verso, con las que el arte de todos los tiempos y de todos los países
se ha recreado en acribillar la figura del abogado, sacando sabrosos tipos de
abogados embrolladores.

En el ataque de la abogacía figuran en primera línea los socialistas; los cuales si


bien continúan imperturbablemente mandado abogados al Parlamento, anuncian
por otra parte como indiscutiblemente próximo al advenimiento de una nueva
organización social en la que no habrá cabida para los abogados. Los teóricos del
socialismo han considerado siempre a los abogados y a los jueces como
instrumentos improductivos de la economía capitalista, destinados a ser
suprimidos el día en que sean abolidas las desigualdades económicas del actual
régimen social.

1
Calamandrei, Piero. Demasiados Abogados, Traducción José R. Xirua, Editorial Ediciones Jurídicas Europea-
América, Buenos Aires, 1960.
Las sumarias consideraciones preliminares expuestas hasta ahora nos permiten
entretanto poner puntos de partida en nuestro estudio las proposiciones
siguientes:

1. La supresión inmediata o próxima de la abogacía es una utopía; se podrá,


hoy o mañana, abolir su nombre o sus formas actuales; pero la función
quedará bajo cualquier régimen, mientras existan leyes y tribunales
encargados de aplicarlas y personas deshonestas dispuestas a violarlas.
2. La función de la abogacía tiene carácter público; pero su naturaleza es tal
que todos los beneficios que el Estado espera de ella desaparecerían si los
abogados quedasen colocados en la condición de empleados públicos.
3. La forma jurídica y económica más apta para desenvolver en el abogado
las cualidades por las que su función es útil al Estado, es, por tanto la
profesión libre.

La extraordinaria afluencia a las profesiones jurídicas resulta en Italia aún más


impresionante cuando se la pone en comparación con las condiciones numéricas
en que se encuentra nuestra profesión en otros Estados. El número de abogados
esta en relación con el número de asuntos a defender, puede parecer verosímil si
se observa la distribución regional de los profesionales jurídicos. En líneas
generales en efectos, así como aumenta de Norte a Sur la densidad de los
abogados en relación con la población, así van aumentando en el mismo sentido
la litigiosidad civil y la delincuencia penal, y con ellas, por consiguiente, las
ocasiones de trabajo para los letrados; pero se trata, es preciso hacerlo notar, más
de una tendencia al paralelismo que de un paralelismo verdaderamente tal; si,
efectivamente, se disponen los varios distritos de Corte de Apelación en sentido
decreciente según la litigiosidad o la delincuencia en relación con las respectivas
poblaciones, se tendrá una disposición distinta de la obtenida según el número de
abogados.

El efecto más evidente del exceso de abogados en Italia y del malestar económico
que se exceso determina para la mayoría de ellos, es este: que entre nosotros la
institución de la abogacía se ha transformado de benéfico freno en peligroso
estimulo de la litigiosidad y de la mala fe judicial.

No parezca viciada de temeridad ni de exageración esta afirmación tan rotunda,


que viene a decir en sustancia que la profesión de abogado sirve hoy en muchos
casos para un fin perfectamente contrario de aquel para el que el Estado la
estableció; no creo, en verdad, que entre los mismo abogados honrados haya uno
solo dispuesto a sostener seriamente que hoy los abogados sirvan realmente para
disminuir el número de pleitos. Existen todavía, por fortuna de nuestra profesión,
abogados escrupulosos que consideran un empeño de honor aceptar únicamente
las causas fundadas.

Al enorme exceso numérico de las profesiones de abogado y procurador


corresponde, como es natural también, un decaimiento de las cualidades técnicas
y culturales de la gran mayoría de los profesionales. No quiere con esto decirse
que falten hoy los abogados notables, los especialistas maestros en cualquiera de
las ramas de las ciencias jurídicas, los grandes oradores que notablemente siguen
las hermosas tradicionales del foro italiano; pero se van haciendo cada más raro.

Otro signo verdaderamente característico del malestar económico de los


abogados es la tendencia cada vez más viva en la mayoría de ellos a ejercitar, con
tal de acrecentar sus ganancias, formas de actividad que, estrictamente
consideradas, resultan del todo extrañas a nuestro campo profesional.

El abogado, en el verdadero sentido de la palabra, es, sobre todo, un consultor y


un defensor de causas: da consejos a fin de que los negocios jurídicos que las
partes quieren realizar nazcan conformes a la Ley y no lleven consigo gérmenes
de futuros pleitos. Pero la nobleza de su función consiste, sobre todo, en la
absoluta separación entre su interés y el de la parte, en la desapasionada
independencia de juicio que conserva incluso frente a su cliente, y que le permite
ser, antes que su defensor, su juez. La razón inicial de esta degeneración debe
descubrirse, a mi parecer, en la acumulación que nuestra ley permite entre las
funciones de abogado y procurador. En las organizaciones como en la inglesa o la
francesa, que levantan una barrera entre las dos profesiones, el solicitor o el
avoué absorbe todas las atribuciones de orden práctica e inferior que lo
transforman en un verdadero agente de negocios, y el barrister o el avocat
conserva pura su función de jurista, que aconseja o defiende a las partes, pero
que no actúa por ellas.

El descenso de nivel moral e intelectual en las profesiones de abogado y


procurador ha traído, como consecuencia inevitable, especialmente en los grandes
centros donde el trabajo judicial es más febril y donde el número de profesionales
en ejercicio hace bastante rara la comunicación personal entre abogados y jueces,
una cierta frialdad, que a veces se agudiza en una abierta hostilidad entre
abogados y magistrados.

En palabras de BAGOT, se expresa de la profesión en Italia de la siguiente


manera: “La más popular de las profesiones civiles es la abogado; e Italia está
llena de abogados, de procuradores y de leyes. Pero desgraciadamente, justicia
hay muy poca…. La profesión de abogado, como tantas otras se resiente mucho
del gran número de los que la ejercen…. De lo cual se deriva que, aun habiendo
muchos abogados y procuradores honrados y concienzudos, hay también muchos
que para vivir se van obligados a no tener ni otra de esas cualidades”.

Muchos abogados, pero justicia; no ya, entendámonos, en el sentido de que en


Italia la magistratura sea inferior a su misión, cuando, por el contrario, los jueces
son, entre nosotros, en su gran mayoría, modestos héroes del deber, sino en el
sentido de que falta en muchos abogados conciencia de la gran importancia moral
y social de su profesión, de la nobleza ideal de esa gran lucha por la realización
práctica de la justicia que debería ser la abogacía. El abogado que no sea inferior
a sus misión no solo debe estar provisto de ciencia, sino que debe ser, sobre todo,
una conciencia, que en la interpretación de derecho sepa poner una prioridad, una
rectitud, un carácter superior a toda malicia, a todo interés meramente pecuniario;
el derecho evidentemente no está todo en las fórmulas de los Códigos, sino que
su fuerza más pura brota de aquel austero sentimiento de los justo que debería
ser para el abogado inseparable vademécum profesional.
Si alguno objetase que de este modo se confunde el derecho con la moral y que
el abogado debe obrar como jurisperito y no como confesor, bastaría responderle,
sin teorizar demasiado, que muchos abogados, y quizá bastantes más de los que
comúnmente se cree ejercen su profesión aplicando y haciendo aplicar, al lado de
las leyes escritas en los Códigos, aquellas leyes de la honestidad que no están
escritas más que en la conciencia de los hombre honrados, pero que no por eso
son menos claras y menos imperiosas. Los jóvenes deben estar seguros de que
así como la abogacía, en el sentido noble palabra, tendrá un lugar honroso en la
sociedad de mañana serán expulsados inexorablemente los aventureros de la
picardía y del engaño.

Realmente da la impresión de que la mayor parte de los que eligen la carrera de


abogados están seducidos, más que por la esperanza de conseguir, una vez
llegados, cuantiosas ganancias profesionales, por la insignificancia del dispendio
del dinero y de esfuerzos que se requieren en esta carrera para llegar, bien o mal,
a la profesión, y que más bien una vocación por las nobles labores de la abogacía,
existe en nuestros jóvenes una sobresaliente vocación por los nobilísimos ocios
teórico-prácticos de los estudios de la Jurisprudencia.

Se pueden encontrar entre nuestra burguesía, de que la licenciatura en Derecho


es la llave mágica con la que se abren a los jóvenes todas las puertas. Cuatro
caminos se abren entre el doctor en Jurisprudencia: la carrera científica para la
enseñanza universitaria o la media, la magistratura, las profesiones de abogado y
procurador, los empleos en la Administración pública o en las oficinas jurídicas de
alguna empresa comercial.

Los estudiosos de Jurisprudencia han sido desgraciadamente considerados como


los que daban asilo a cualquier mediocridad, a toda pigricia mental y que, sin pedir
en cambio ninguna rigurosidad prueba de aptitud intelectual, abrían
generosamente el camino a cualquier charlatán presuntuoso, para presentarse el
día de mañana a sepultar bajo una avalancha de frase a los jurados y subir al otro
día hasta Montecitorio; así, en virtud de esa opinión, las Facultades Jurídicas han
visto de año en año crecer desmesuradamente la muchedumbre de jóvenes
atraídos por la ansiada Jauja.

Hoy, entretanto, mientras perdura la actual afluencia, los jóvenes que frecuentan
las Facultades de Derecho se pueden dividir en cuatro categorías: muchos hijos
de abogados que se matriculan en Derecho porque tienen en el despacho paterno,
ya acreditado, un camino abierto; otros pocos jóvenes, naturalmente inclinados a
la especulación científica, sobre los que ejercen especial atracción los problemas
de las disciplinas jurídicas y económicas; algunos vástagos de familias pudientes
que, teniendo para vivir con sus rentas, quieren adornar o disfrazar sus ocios con
un título académico; y, finalmente, la gran más predilección que la que deriva de la
confianza ilimitada en su facilidad.

De la tercer categoría es inútil hablar; pues por su escaso número y por el escaso
brío mental de sus componentes, no se puede decir deje huellas profundas de sí
en los estudios. Se ha visto la gran concurrencia de estudiantes a la Faculta
Jurídica deriva principalmente de la opinión, difundida hoy día entre la burguesía,
de que la licenciatura en Derecho es, entre otras licenciaturas, la más fácil de
conseguir. El trabajo para la “tesis” es bastante veces el que decide la carrera y el
gusto de pensar con su cabeza y de medir por sí mismo sus propias fuerzas; y el
guiar a los estudiantes en esa prueba final de sus estudios universitarios, es, en mi
opinión, la misión más preciosa y más viva sensación de la nobleza de su oficio.

Examinando el problema desde un punto de vista objetivo, no parece deseable ua


neta separación entre los teóricos y los prácticos del derecho; puesto que la teoría
debe servir a la práctica, nada es tan útil al estudioso, para mantenerlo lejos de
absurdas abstracciones metafísicas, como el diario contacto con la realidad del
derecho en acción.

Puesto que la licenciatura en Derecho es el título académico que abre la entrada


de casi todas las carreras de la administración general y aun las locales, se puede
afirmar sin exageración que la burocracia, ese enorme pulpo de la actual vida
italiana, ha sacado hasta ahora de las Facultades Jurídicas fuerzas para
agigantarse; y, sobre todos, que las Facultades de Jurisprudencia han sido hasta
ahora las verdaderas incubadoras del mal burocrático que hoy nos ahoga.

En los últimos tiempos, muchos licenciados en Derecho han buscado colocación,


más que en las Administraciones públicas, en las de las grandes empresas
privadas, especialmente bancarias; pero, después de los primeros experimentos,
casi todos los Bancos se muestran ya reacios a aceptar entre sus empleados a
licenciados en Derecho, porque los reclutados hasta ahora se han mostrado, en
general, menos preparados que los jóvenes salidos de los Institutos superiores de
comercio, o aun que los simples peritos mercantiles.

En Italia, para ejercer de hecho la abogacía no es necesario ser abogado. Sólo


con tres años de estudio, el estudiante todavía no licenciado puede dedicarse a
ejercer la profesión de procurador que, de hecho, como ya se ha dicho, no tiene
un contenido muy distinto de la de abogado. Por el contrario, el abogado en
ejercicio considera al pasante sólo bajo el aspecto de uno que estorba y a quien
precisa tener alejado todo lo posible; y para los menesteres ordinarios del bufete,
prefiere cien veces servirse de cualquier viejo dependiente. El último ejemplo de
charlatanería ha sido el trato de que el Derecho del Lugarteniente del Reino del 13
de abril de 1919, n. 577, otorga a los licenciados en leyes veteranos de guerra.

La necesidad de reformar la ley actualmente en vigor, al objeto de hacer más serie


la preparación de los nuevos abogados y poner freno a su progresivo aumento, ha
sido sentida por las mismas clases forenses, que e los últimos Congresos
nacionales se han planteado el problema y han discutido los medios más
oportunos para resolverlos.

Pero para reducir las Facultades excesivamente numerosas, no hay necesidad de


condenar a muerte a ninguna Universidad. De día en día va ganando terreno la
idea de transformar algunas universidades, en las que la pluralidad de Facultades
ha sido hasta ahora tenazmente mantenida sólo por respeto a la tradición de la
Universidad completa, en Institutos especializados.
El sistema de la separación absoluta es, la que mejor sirve para mantener la
integridad moral de la abogacía. Pero aun este sistema tiene sus defectos, el
principal es el de complicar los procesos y duplicar los gastos para el cliente. El
sistema que consuetudinariamente se practica en Francia es el más perfecto.
Quien quiere dedicarse a la abogacía, solicita ser admitido al stage; y si, después
de una severa y minuciosa investigación realizada por la Junta del Colegio sobre
su moralidad, es admitida la petición, adquiere ipso facto el título de avocat y
puede comenzar a ejercer la profesión bajo la vigilancia y dirección de los colegas
antiguos. El stage debe durar por lo menos tres años, es un periodo de
instrucción, debe probar a sus compañeros sus aptitudes para permanecer en la
abogacía.

Hay varios modos de realizar prácticamente e sistema del número limitado: el


cupo de abogados en ejercicio puede ser fijado de un modo global para todo el
Estado, o, separadamente, para cada circunscripción territorial judicial; puede ser
establecido de una vez para siempre por la ley o cada año por los mismo Colegios
profesionales, y las plazas vacantes pueden ser asignados a los varios aspirantes
por orden de méritos o por prioridad de solicitudes.

CONCLUSION Y COMENTARIO
FUENTES DE INFORMACIÓN

Calamandrei, Piero. Demasiados Abogados, Traducción José R. Xirua, Editorial


Ediciones Jurídicas Europea-América, Buenos Aires, 1960. pp. 299

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