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Un futuro antibushista para Europa: regulación demoradical vs.

regulación demoliberal

(Alex Foti)

“No es la gente quien debería temer a los gobiernos, sino los gobiernos a la gente” (V de
vendetta).

Geopolítica y regulación internacional a mediados de los 00

Nunca antes un declive de Occidente ha sido tan evidente. Estados Unidos y su mayor aliado
europeo, el Reino Unido, apoyados por socios bushistas menores como la Italia de Berlusconi y la
España de Aznar, han estado infligiendo barbarie y exacerbando la contienda étnica hasta el punto
de la guerra civil en Irak y en otras partes. Las violaciones continuas y estructurales de derechos
humanos ejercidas por EE UU y sus aliados, con el secuestro y las prisiones secretas en Europa y
llegando hasta el fondo en Guantánamo, Abu Ghraib y Haditha, constituyen un espectáculo
lastimoso para todos los ilustrados occidentales: los progresistas han fracasado a la hora de parar
a las fuerzas totalitarias –véase la rama salafí del fundamentalismo suní, la interpretación
neoconservadora del protestantismo evangélico y el integrismo chií apoyado por la república
islámica de Irán–, las cuales están sumiendo al mundo en un choque de civilizaciones en el que las
identidades reaccionarias y defensivas prevalecen por encima de los movimientos transnacionales
y las cuestiones globales como el equilibrio medioambiental y la justicia social.

Por supuesto que el ocaso de la hegemonía neoliberal americana y sus ramificaciones europeas de
principios del siglo XXI, en el marco de la filosofía monetarista y pro corporativa de la UE y su
mercado y moneda únicos, no dejan de tener consecuencias geopolíticas. Por un lado, la América
indígena y bolivariana ha asestado un golpe probablemente mortal a la doctrina Monroe del poder
ilimitado de Estados Unidos en el hemisferio sur. Por el otro, China y la India constituyen gigantes
emergentes que están ganando a los occidentales en su propio juego globalizador. La liberalización
de los mercados mundiales se puso en marcha en 1971-1973, cuando el fin del keynesianismo
internacional fue proclamado oficialmente y las crisis energéticas y las desregulaciones financieras
incipientes empezaron a socavar el fordismo y a las fuerzas progresistas que se habían
desarrollado bajo sus alas. Los ochenta y los noventa abrieron las puertas a un mundo nuevo y
turbulento, el mundo de la regulación neoliberal. Se trataba de una explícita contraofensiva
conservadora ante los efectos sociales (y antiimperialistas) imprevistos por la regulación
poskeynesiana, una contraofensiva que reafirmaba el derecho de dominio y privilegio económico
por parte de las élites financieras en la nueva economía digital, en red, flexible y posindustrial. Un
mundo de beneficios elevados, rentas elevadas y salarios bajos, de desregulaciones masivas en el
mercado laboral y el ámbito financiero, de privatizaciones a gran escala de los recursos públicos,
de subcontratación y externalización de los servicios y la mano de obra, y de generalización de los
recortes en el gasto público. Quisiera sostener que la regulación neoliberal ha terminado ya: el
ciclo de lucha internacional 1999-2003, el 11 de Septiembre y el 7 de Julio, el ascenso de Bush al
poder y las invasiones de Afganistán e Irak, las repetidas inestabilidades financieras y desastres
medioambientales, han socavado conjuntamente las bases políticas del consenso de Washington,
que constituía la esencia de la política occidental y de la proyección geopolítica en los ochenta y
los noventa. La globalización está cediendo ante un regionalismo global, el multiculturalismo
neoliberal está dejando paso al occidentalismo bushista, el libre comercio está volviéndose
proteccionismo controlado, mientras que el declarado internacionalismo multilateral de la era
Clinton se ha convertido en un intento desnudo y unilateral (aunque fracasado) de hegemonía
mundial incontestada.

La bifurcación europea

La península europea ha sido sacudida como nunca antes por la era del neoliberalismo avanzado.
La caída del Muro, la implosión del comunismo de Estado impuesto por la Unión Soviética y el
resurgimiento del militarismo americano en Oriente Medio han reconfigurado conjuntamente la
política del continente como no se había visto desde el Tratado de Versalles, o posiblemente
incluso desde Westfalia. Hoy, tras el “no” franco-holandés [en sus respectivosreferendos sobre la
Constitución Europea, celebrados en varios países de la UE a lo largo de 2005], Europa es más
grande y más débil que nunca. Las fuerzas pro mercado de inspiración angloamericana
promocionaron el crecimiento de la UE en el 2004. Pero los recortes del welfare y las reformas del
workfare [es decir, el desmantelamiento del Estado social y de bienestar para construir un estado
del control social mediante estranguladoras políticas laborales y de desempleo] ya han agriado a la
opinión pública contra la UE y sus principales instituciones (en orden de importancia decreciente:
Consejo, Comisión, Banco y Parlamento), de modo que en el momento en que fue sometida a voto
en Francia y Holanda la Constitución –que se suponía que iba a proporcionar una nueva forma de
gobierno interna y externa para los 25 miembros de la Unión, otorgar derechos fundamentales de
ciudadanía europeos, pero también congelar el status quo neoliberal en Europa para siempre–,
ésta fue clamorosamente rechazada. Las respuestas institucionales ante la primera crisis seria,
probablemente paralizante, del proyecto europeo desarrollado durante medio siglo por sus
fundadores democristianos, los expertos socialdemócratas y los desreguladores
liberaldemócratas, han sido asombrosamente ineficaces. Básicamente, la cuestión se mantendrá
congelada hasta el 2007, cuando las elecciones presidenciales francesas hayan completado el
presente realineamiento político europeo en la Vieja Europa, que empezó con Zapatero en
España, siguió con Merkel en Alemania y ahora con Prodi en Italia. Mientras tanto, importantes
convulsiones sociales han sacudido Francia y Dinamarca, al tiempo que las protestas sociales
contra la reducción de la asistencia social y contra la precarización laboral han ido en aumento en
cada uno de los grandes países de la vieja Unión de los 15.

La mayor parte de las viejas élites europeas quiere subirse al carro de la ampliación de la UE, pero
situando al Reino Unido y a la mayoría de la Europa del Este en los márgenes del componente más
político –en tanto que opuesto a económico– de la integración europea. La integración política se
daría en cambio en el llamado “núcleo duro” europeo, básicamente algo así como una Eurozona
política, con algunos países más o menos, gobernada mediante una federación o confederación de
Estados nación con políticas fiscales, monetarias y sociales unificadas y una política exterior
común.
Europa se enfrenta hoy a una encrucijada fundamental para el futuro de su política económica. La
crisis del programa neoliberal, impopular en todas partes de Europa, es evidente incluso para las
élites europeas. Éstas han respondido planteando lo que yo llamo regulación DEMOLIBERAL. Se
trata básicamente de un neoliberalismo rebajado: es un poco menos proamericano, porque los
intereses de Estados Unidos y la UE ya no son coincidentes en términos geoeconómicos y
geopolíticos (por ejemplo, los europeos sólo tienen cosas que perder en un choque frontal con el
Islam), pero conserva un fuerte compromiso con la OTAN; invierte un poco más en infraestructura
pública y posiblemente gasta en asistencia social para proteger a los trabajadores y trabajadoras
de los caprichos del mercado laboral, pero sólo en la medida en la que estos permanezcan bajo el
control de las nuevas políticas de workfare con el fin de aumentar la productividad del llamado
capital humano y garantizar así la obediencia social entre los beneficiarios del welfare. Este
proyecto de arriba-abajo, respecto al cual los movimientos sociales y las subjetividades radicales
deben responder con una movilización de base que formule cuál debe ser la configuración
adecuada de la Europa política, tiene un único mérito, aunque crucial. Constituiría un contrapeso
antibushista para Europa y situaría las relaciones atlánticas en un suelo más igualitario, en caso de
que el bushismo fuera electoralmente derrotado. Y un neoliberalismo europeo suavizado podría
ser incluso preferible al retorno al Estado nación con sus pretensiones nacionalistas y militaristas.
La regulación demoliberal no sólo busca un nuevo consenso social favorable para los negocios, se
opone también a las peligrosas fuerzas xenófobas que se han convertido en un factor fundamental
de la política europea.

Una respuesta política a los moderados europeos que tomara un camino explícitamente
multiétnico, igualitario y ecológico es lo que llamo una regulación DEMORADICAL, esto es, un giro
dramático en la política socioeconómica fruto de una negociación social progresista impuesta de
abajo hacia arriba (en lugar de arriba hacia abajo, como en la regulación demoliberal) a través de
la protesta laboral, el conflicto social y la democracia participativa. Un frente progresista que
vinculara organizaciones de izquierdas y democráticas, sindicatos y movimientos, en su oposición
común a los tecnócratas, las empresas, los mercados financieros y la regulación liberal que a éstos
les gustaría reafirmar con el fin de proteger el desigual status quo económico del que han sacado
tanto partido. Pero el demoradicalismo sería principalmente un toque de rebato a todas las
fuerzas emancipatorias de Europa para movilizarse contra la xenofobia populista, la histeria
antiinmigración y la interferencia clerical.

Los movimientos, con su fe en una democracia basada en la calle y el conflicto, son candidatos
obvios a ser actores principales de la regulación demoradical. Desgraciadamente, los movimientos
más efectivos se han desarrollado en Europa en el nivel del Estado nación (véase la movilización
de masas francesa contra la precariedad juvenil), esto es, en el espacio nacional de la política con
sus peculiares tradiciones e identidades políticas. A pesar de todos los esfuerzos de la red MayDay
o del Foro Social Europeo, tanto la izquierda tradicional marxista y/o anarquista como la herética
izquierda post Seattle son profundamente hostiles a Europa, sea cual sea su encarnación política
pasada, presente o futura. Los partidos comunistas, ahora unidos en la Izquierda Europea, habían
visto tradicionalmente a la Comunidad Europea como un bastión de la dominación
estadounidense en el continente. Los anarquistas de todas clases repudian cualquier forma de
poder institucional, y tienen a las organizaciones supranacionales como blancos principales para la
protesta y la confrontación directa (“cuanto más remotos, peores son”). Los trostkistas, todavía
boyantes a pesar de su rígida ortodoxia (o quizá debido a ella), son internacionalistas
comprometidos que rechazan la Europa política pero en cambio apoyan a cualquier gobierno que
ellos consideren antiimperialista (como la Venezuela de Chávez).

Por otro lado, sindicalistas, feministas, ecologistas, queers y precarios/precarias tienen aún que
desarrollar un discurso europeo coherente capaz de dejar obsoletas las referencias políticas más
tradicionales de la izquierda. En el nivel institucional, los verdes han mantenido casi
invariablemente una posición europea pro federal y pro secular, pero ésta ha sido decisivamente
derrotada en los referendos francés y holandés. Demasiado amables con los intereses
empresariales y las élites liberales, y demasiado enzarzados en sus campañas mediáticas
medioambientales –algo que comparten con las ONGs ecologistas transnacionales– para
preocuparse por la desigualdad social, han perdido eficacia y terreno a costa de los partidos
neotradicionales de izquierda, del tipo de Die Linke en Alemania.

Demoradicalismo sin partidos ni sindicatos (aunque ni contigo ni sin ti…)

¿Cómo debería ser un discurso europeo radical? En tres palabras, tendría que ser verde, wobbly y
rosa para ser efectivo. Debería trazar un programa ecológico convincente para reformar la
sociedad, una estrategia sindicalista creativa para organizar y sindicar a las personas débiles y
excluidas [que tenga entre sus principales modelos históricos al sindicalismo autónomo, radical,
ágil y nómada de los wobblies estadounidenses integrados en la legendaria International Workers
of the World (IWW)], un énfasis rosa en la acción noviolenta y la igualdad de género con el fin de
proyectar una perspectiva queer en el mundo. Tendría que hablar a los jóvenes, las mujeres, los
inmigrantes. Tendría que ocuparse de los agravios infligidos a la clase trabajadora de servicios y
destinar a usos provechosos el talento para producir red que tiene la clase creativa. Sería
transnacional en su orientación y multiétnico en su composición, por una Europa verdaderamente
bastarda y mulata. Sería insolente (aunque tolerante) con todas las formas de religión organizada.
Sería un antagonista obvio del Estado securitario promovido por las tendencias bushistas. Y
desafiaría y se enfrentaría sin timidez, pero a la vez con la mente fría, a las fuerzas fascistas,
nacionalistas y xenófobas que están resurgiendo en muchos rincones de Europa.

Sin embargo, ante unas aspiraciones tan amplias, los movimientos antiprecariedad y contra las
fronteras [noborder] carecen de una identidad política fuerte para reconducir a la izquierda (con i
minúscula) europea existente y proporcionar perspectivas políticas radicales frescas a la juventud
disidente, a los precarizados y precarizadas por las grandes corporaciones, regulados y reguladas
por tecnocracias ineficaces, aplastados y aplastadas por la gerontocracia rentista del continente
que ha sumido la economía y la sociedad en una condición de aguda eurosclerosis. Más
concretamente, las redes MayDay carecen de una estrategia fuerte para hablar a los flexibilizados
y flexibilizadas y a quienes no están organizados u organizadas. La generación de la izquierda post
Guerra Fría tendría que superar las trasnochadas instituciones gemelas de la izquierda del siglo XX:
el sindicato y el partido. Pero ¿se pueden matar dos viejos pájaros de un tiro? Es decir, ¿puede un
movimiento reticular ser un sustituto efectivo para las dos funciones laboral y política
tradicionales? Creo que no. Necesitamos un sustituto para el partido político, con el fin de generar
una nueva identidad y discurso políticos, de los que andamos en este momento gravemente
escasos en medio de la creciente confusión intelectual y del sectarismo político. Y necesitamos un
complemento para las secciones más militantes e innovadoras del sindicalismo laboral, de modo
que podamos trabajar y organizar conflictos juntos, al tiempo que lanzamos las demandas
específicas de la generación precaria europea.

Empecemos por la segunda tarea. En los últimos dos años, la red MayDay ha progresado lo
suficiente como para plantear la fundación de una organización paneuropea que federe a todos
los activistas laborales, mediactivistas y activistas sociales contra la precariedad que están
trabajando juntos y juntas en este momento en la red MayDay. En el MAYDAY 006, un único y
enorme grito se oyó desde Berlín hasta Los Angeles: “¡Abajo las fronteras! ¡Paremos la
persecución y la discriminación! ¡A la mierda con la precariedad! ¡Venzamos a la desigualdad!”
Para mí es evidente que MONDO MAYDAY no puede esperar más. Durante el próximo año, el
MayDay europeo tendrá que hacer red más profundamente con hermanos y hermanas,
camaradas de Montreal, Toronto, Vancouver, Nueva York, Chicago, San Francisco, Los Angeles,
Tokyo, Hong Kong, Caracas, Buenos Aires, Sao Paulo, y donde vosotros y vosotras digáis.

Pero que el MayDay se vuelva Mondo no significa en absoluto que sea menos urgente construir
una organización transversal europea que defienda los derechos de la clase trabajadora de
servicios y ataque los privilegios de la clase corporativa. La red MayDay tiene que fundar una
organización europea tipo wobbly que federe a todos los explotados y explotadas, que reclute en
todos los grupos étnicos y de género y organice a todos los trabajadores y trabajadoras
net/temp/flex en un gran SINDICATO DE LA EUROPA PRECARIA. Una organización wobbly quiere
decir: con afiliados y afiliadas, con sus propios fondos que le permitan mantener agitadores y
agitadoras liberadas, pero con una estructura muy horizontal, con nodos regionales y hubs
transnacionales. Tendría una democracia interna explícitamente formalizada, que designaría (y
destituiría) a las personas en funciones ejecutivas. Efectivamente, los miembros tendrían que
votar sobre temas importantes y decisiones estratégicas, con consultas regulares por Internet y
cara a cara. Creo que los movimientos globales no progresarán hasta que adopten los criterios
democráticos de la discusión pública y las votaciones por mayoría. Si se dice que la democracia
liberal es un fraude, hay que demostrar con hechos que la democracia radical puede funcionar. El
primer sindicato transeuropeo estaría abierto a todos los empleos comprendiendo desde
limpiadores hasta programadoras, incluyendo a gente con y sin papeles, a los empleados flexibles
y a las desempleadas permanentes, a cualquiera que crea que la mejor forma de solidaridad social
es apoyar el conflicto laboral y oponerse a los intereses de los patronos y de la clase inversora.
Sería descaradamente sindicalista y anticapitalista en su orientación y apoyaría y organizaría
piquetes, bloqueos y huelgas salvajes. Las recientes y enormes rebeliones sociales en Francia y
Dinamarca contra la precariedad y las políticas workfare deberían recordar a la red MayDay que el
momento para instaurar este tipo de organización en red es ¡ahora!
El sindicato estaría abierto a todo tipo de identidades radicales siempre que se asumiera el
principio de la noviolencia activa. Sólo se abogaría por la acción directa noviolenta, del tipo, por
ejemplo, de la que el Rebel Clown Army y muchos colectivos rosas practican regularmente por
toda Europa. Al igual que la democracia interna, este principio es crucial para la efectividad
política. Hoy, en un tiempo de guerra implacable y subyugación de las personas débiles, las
protestas violentas o bien son efectos derivados de movimientos noviolentos más amplios o bien
callejones sin salida políticos que hacen más fácil la represión estatal y la manipulación mediática.
La violencia contra la propiedad se puede entender en algunos casos, aunque tiende también a
tener un efecto boomerang contra los movimientos radicales. Pero la violencia contra las
personas, si no se da en respuesta inmediata a una agresión física, no es sólo moralmente
insostenible: es también unbillete de ida al suicidio político.

En el frente del partido, la creación de una identidad política radical que vehicule un sentido de
urgencia histórica es mucho más compleja y se encuentra en una fase todavía inmadura. Pero su
discusión no puede esperar mucho más. En lo que a mí respecta, veo la necesidad de recoger un
fruto político propio del árbol Seattle-Génova. Mi razonamiento es el siguiente: si la izquierda
radical de 1968 y el hippismo dieron vida al ecologismo político moderno, entonces la
efervescencia 1999-2003 tendría que producir de forma similar una flamante nueva etiqueta
política a largo plazo. Los verdes nacieron del torbellino de los sesenta y los setenta. Así pues,
¿qué nueva constelación política aparecerá pronto en el cielo, nacida de las tribulaciones de
principios del siglo XXI? La CONSPIRACIÓN ROSA. En un contexto más amplio, la emancipación de
las mujeres y el fin de la familia patriarcal con sus roles de género desiguales, los movimientos
feministas, las movilizaciones gay, la política queer, la plenitud de derechos civiles para l@s GLBT
(gay les bi trans), la afirmación de los derechos reproductivos contra la reacción papista y la
igualdad de acceso a la representación política para las mujeres constituyen un terremoto epocal
para la política occidental. En un contexto de movimiento, el carnaval rosa de la rebelión fue la
principal forma de innovación de la expresión política surgida de la olla a presión Praga-
Gotemburgo-Génova, al lado, pero al mismo tiempo separada, de monos blancos y black bloc, las
dos otras expresiones juveniles del movimiento antiglobalización. Los “cuellos rosas” [los nuevos
trabajadores y trabajadoras net/temp/flex diferenciados del anterior trabajo asalariado “manual”,
blue-collar, y “no manual”, white-collar] son el presente del trabajo social y los movimientos rosas
el futuro del progreso social. ¡Hagamos una alianza rosa de disidentes heréticos y heréticas en
Europa! ¿Quién sabe? Podría ser la respuesta a la indiferencia generalizada hacia los partidos
políticos existentes y la representación institucional que se supone que éstos satisfacen. En las
elecciones municipales de Copenhague, una lista rosa obtuvo casi el diez por ciento de los votos.
Como test político temprano es sin duda prometedor. Necesitamos desesperadamente que
Barroso y Trichet salgan rosa: deben ser expulsados y sus políticas transformadas completamente
frente a la extendida oposición y descontento social.

“An antibushist future for Europe: demoradical vs. demoliberal regulation”, distribuido en la lista ,
junio de 2006. Traducción castellana de Glòria Mèlich Bolet, revisada por Joaquín Barriendos.

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