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Una anécdota sucedida en Facebook puede servirnos para ir más allá y conocer mejor la
Sagrada Escritura. Recientemente publiqué en esta red social una fotografía de una página
de la Biblia. Se trataba del Salmo 144, y en sus versículos 7-8 se podía leer: “Tiende tus
manos desde lo alto y líbrame de la muchedumbre de las aguas, de mano de los alienígenas,
cuya boca habla dolosamente y cuya diestra es diestra de perfidia”.
Algunos amigos avispados dieron enseguida con la razón de tal palabra en el versículo, que
no sorprendería en aquellos años. La primera: que “alienígena” significa, en su primera
acepción, según el Diccionario de la Real Academia Española, “extranjero” (y sólo la
segunda se refiere a “extraterrestre”). La segunda y más importante: el texto latino de la
Vulgata, donde se lee “de manu filiorum alienigenarum”… luego “alienígenas” era la
traducción más literal, se mire por donde se mire. En la última traducción española, la de la
Conferencia Episcopal, pone “de la mano de los extranjeros”.
Una reacción curiosa que suscitó compartir esta página bíblica fue la de varias personas que
se interesaron por la presencia o no de extraterrestres y OVNIs (objetos volantes no
identificados) en la Escritura. Vamos allá.
Un ejemplo podemos verlo en el episodio de la zarza ardiente que vio Moisés, una zarza que
inexplicablemente ardía sin consumirse. ¿Cómo lo explican? Diciendo que se trataba de un
caso de utilización de la luz artificial, desconocida entonces en la Tierra pero empleada en
otras culturas más avanzadas tecnológicamente. De la misma manera, lo que había detrás de
aquella presencia divina que guiaba al pueblo de Israel por el desierto (en forma de columna
de nube durante el día y de fuego por la noche) no sería otra cosa que “una aeronave que se
mantenía a cierta altura”.
Está claro que todo contacto humano con ángeles o con el mismo Dios –de los que está repleta
la Biblia entera, no sólo el Antiguo Testamento– no sería otra cosa que un “encuentro en la
tercera fase”, empleando el lenguaje cinematográfico de la ciencia-ficción. Como
resumíamos antes, los ángeles eran extraterrestres. Grandes acontecimientos como el diluvio
universal o la destrucción de Sodoma y Gomorra, debidos ambos a un fenómeno que vino
“de lo alto”, habrían sido causados por esos seres superiores venidos de otros planetas o
galaxias.
Como “prueba irrefutable” de esta presencia alienígena en la primera mitad de la Biblia los
autores de este subgénero presentan la ascensión del profeta Elías al cielo, que tuvo lugar en
un carro de fuego (también se asemejaría el rapto del patriarca Enoc). La escena les sirve a
los defensores de estas teorías para afirmar sin duda alguna que nos encontramos ante un
episodio de “abducción” o secuestro extraterrestre.
Jesucristo: ¿un mesías extraterrestre?
Después de todo lo visto hasta ahora, casi parece lógico pensar que Jesús de Nazaret, nacido
en circunstancias tan especiales, sería claramente un extraterrestre. Comenzando con su
concepción virginal, que no rechazan –dado que está clara en el texto evangélico–, sino que
reinterpretan en clave de “operación de inseminación artificial” realizada en el cuerpo de
María gracias a lo avanzado de la ciencia y de la técnica alienígenas.
De esta manera, como Superman, Cristo sería el enviado de una civilización extraterrestre
con la misión de salvar a la humanidad. Y si hay que reconocer que es el Hijo de Dios, no
hay problema. Ningún atisbo de herejía, como puede verse. Sin embargo, lo importante es el
cambio de significado que se le está dando a los términos cristianos: sería el hijo del líder de
una raza de seres de otro planeta.
Todos los hechos de la vida de Jesús son, de este modo, interpretados a la luz de lo ufológico.
Por ejemplo, esa estrella que guía a los magos de Oriente, estrella que aparece, desaparece,
reaparece y acaba quedándose quieta en el lugar donde está el Niño… ¡es una nave espacial!
Los anuncios y apariciones de los ángeles en torno a su nacimiento… ¡contactos con
extraterrestres! El bautismo en el Jordán… ¡la designación interplanetaria del enviado
especial! La entrada en la nube que tuvo lugar en la transfiguración… ¡una visita a la nave
espacial luminosa!
Es muy significativa esta afirmación que he encontrado en una web dedicada a divulgar estos
disparates: “la referencia a ovnis en los tiempos bíblicos es constante, cuando se lee la Biblia
con la predisposición favorable para ello”. Ésta es la cuestión: el relativismo. La exégesis
bíblica es un saber contrastado, con sus métodos y su rigor. La lectura creyente de los textos
sagrados tiene en cuenta las aportaciones de la interpretación académica y, además, lee la
Biblia con la perspectiva de la fe, como un libro en el que Dios se está revelando. Ahora
quieren demostrarnos que es más moderna y más racional la interpretación extraterrestre, que
se establecería como un nuevo criterio de lectura de la Sagrada Escritura.
Hallamos así los efectos devastadores de un positivismo que llegó a erigirse en cosmovisión
religiosa: el ser humano, en su evolución cultural, vive una transición de la mitología
religiosa a la explicación filosófica, para terminar, en el culmen de su intelectualidad, en un
pleno saber científico, lo más racional del mundo, desterrada ya toda religión y toda
metafísica. Y al final, pienso yo, hemos pasado de creer en Dios con unos fundamentos
racionales a creer en los extraterrestres –quiénes son, cuántos, de dónde vienen… no lo
sabemos–, sobre multitud de fundamentos irracionales. Porque para el hombre postmoderno
da igual creer en uno o en otros.
Tiene razón Benedicto XVI cuando inicia La infancia de Jesús con la pregunta “¿De dónde
eres tú?”. La cuestión acerca del origen de Jesús tiene mucho que decirnos sobre su identidad
y su misión, quién es y para qué ha venido. La Biblia muestra claramente la naturaleza
especial –y no “espacial”– del Dios que se hace hombre para salvar a los hombres. Si bien es
verdad que se trató de una intervención sobrenatural del Eterno en el tiempo, lo hizo de
manera totalmente histórica, y así el Verbo de Dios nació como hombre, vivió como hombre
y murió como hombre. Y por el poder divino, resucitó de la muerte.
¿Por qué será que muchos prefieren un Dios algo más lejano (o unos dioses varios igual de
alejados) que de forma condescendiente y paternalista nos mande un recadero en un platillo
volante, con cosmonautas de apoyo y luces fluorescentes? No, no es ése el Dios revelado en
la Biblia y encarnado en Palestina. El misterio de su persona lo resumieron bien sus
escépticos paisanos cuando decían: “¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su
padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?” (Jn 6,42). Del cielo, que es
la morada de Dios. No del cielo estrellado de los ovnis.