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La muerte de Quiroga y el triunfo de Rosas aseguraban el éxito de las ideas que

este último sostenía sobre la organización del país: según su opinión, las provincias
debían mantenerse independientes bajo sus gobiernos locales y no debía
establecerse ningún régimen que institucionalizara la nación. Y así ocurrió durante
los diecisiete años que duró la hegemonía de Rosas en Buenos Aires. Como
encargado de las relaciones exteriores tenía Rosas un punto de apoyo para ejercer
esa autoridad, pero la sustentó sobre todo en su influencia personal y en el poder
económico de Buenos Aires, aseguró una vez más la hegemonía de Buenos Aires

El puerto de Buenos Aires seguía siendo la mayor fuente de riqueza para el fisco y
beneficios tanto a los comerciantes de la ciudad como a los productores de cueros
y tasajos que se preparaban en las estancias y saladeros. De esas ventajas no
participaban las provincias del interior, pese a la sumisión de los caudillos federales.
Las industrias locales siguieron estranguladas por la competencia extranjera y los
estancieros del litoral y del interior continuaron ahogados por la competencia de los
de Buenos Aires asentando el empobrecimiento de las provincias interiores aisladas
por sus aduanas interprovinciales.

El tráfico de cueros y tasajos beneficiaba a comerciantes ingleses y


norteamericanos que, a su vez, importaban productos manufacturados y harina; y
este sector, que acompañaba a los numerosos estancieros británicos dispersos por
la campaña bonaerense ayudó a Rosas, entre otras maneras, suscribiendo el
empréstito de cuatro millones de pesos que lanzó en su primer gobierno. Por otra
parte, su autoritarismo y su animadversión por las ideas liberales le atrajo el apoyo
del clero y muy especialmente el de los jesuitas, a quienes concedió autorización
para reabrir los establecimientos de enseñanza.

Y la fidelidad a la Federación debió demostrarse públicamente con el uso del cintillo


rojo o la adopción de la moda federal.

La situación se precipitó cuando Francia e Inglaterra decidieron en 1850 levantar el


bloqueo del puerto bonaerense. Entonces fue el Brasil quien se inquietó ante la
posibilidad del triunfo de Oribe y de que se consolidara el dominio de Rosas sobre
las dos márgenes del Río de la Plata. Brasil rompió sus relaciones con la Federación
y los antirrosistas hallaron un nuevo aliado. La aproximación entre el gobierno
oriental y el Brasil comenzó en seguida, y Urquiza fue atraído a la coalición con la
promesa de que el nuevo gobierno garantizaría la navegación internacional de los
ríos. Urquiza, a su vez, logró la adhesión del gobernador de Corrientes, Virasoro, y
poco después quedó concertada la alianza militar contra Rosas que permitió la
formación del Ejército Grande

El 3 de febrero de 1852 los ejércitos de la Federación caían vencidos en Caseros y


Rosas se embarcaba en una nave de guerra inglesa rumbo a Gran Bretaña. La
Federación había terminado.

Urquiza entró en Buenos Aires poco después de la victoria para iniciar la etapa más
difícil de su labor: echar las bases de la organización del país. La administración de
Rosas, sin duda, había preparado el terreno para la unidad nacional dentro de un
régimen federal. Los viejos unitarios, por su parte, habían reconocido la necesidad
de ese sistema. Y todos estaban de acuerdo con la necesidad de la unión, porque
las autonomías habían consagrado también la miseria de las regiones
mediterráneas. Quizá la diversidad del desarrollo económico de las distintas
regiones del país fuera el obstáculo más grave para la tarea de unificación nacional.

No era, pues, fácil la tarea que esperaba a Urquiza por lo que convocó una
conferencia de gobernadores en San Nicolás, y de ella salió un acuerdo para la
organización nacional firmado el 31 de mayo de 1852. Se establecía en él la
vigencia del Pacto Federal y se sentaba el principio del federalismo, cuya expresión
económica era la libertad de comercio en todo el territorio, la libre navegación de los
ríos y la distribución proporcional de las rentas nacionales. Se otorgaban a Urquiza
las funciones de Director Provisorio de la Confederación Argentina y se disponía la
reunión de un Congreso Constituyente en Santa Fe para el que cada provincia
enviaría dos diputados.

El texto consagró el sistema representativo, republicano y federal de gobierno; se


creó un poder ejecutivo fuerte, pero se aseguraron los derechos individuales, las
autonomías provinciales y, sobre todo, se garantizaron la libre navegación de ríos y
la distribución de las rentas nacionales. El 1° de mayo de 1853 fue firmada la

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