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Seminario de Comunicación, tecnología y sociedad

5to BACOM Prof.Marianela Nappi

APUNTES SOBRE EL TECNOLOGISMO Y LA


VOLUNTAD DEL NO QUERER

Héctor Schmucler1

Los discursos sobre la técnica suelen ser opacos, tautológicos. Excluyen el pensar en
proporción directa a la aceptación de la técnica como un continuo en la historia,
como una historia única centrada en sí misma. Cuando la técnica sólo admite su
propia mirada para afirmar que es lo que es, no propicia reflexión alguna sobre la
técnica, sino que produce discursos de la técnica que, al autocomplacerse, diluye su
distancia con la naturaleza, se vuelve naturaleza ella misma. El equívoco se sustenta
en la creencia de que la técnica es una y necesaria. El paso siguiente es la
constitución de una ideología de la técnica que, en nuestro tiempo, se ha vuelto la
ideología dominante y a la que podríamos denominar tecnologismo. La ideología de
la técnica arrincona el pensamiento en una opción aporética: técnica vs. no técnica,
que no sólo prescinde de la voluntad humana sino que se concibe como matriz en la
que se gesta la propia naturaleza del hombre. Mencionar los atributos de la voluntad,
sin embargo, está muy lejos de suponer que una misma técnica admite usos
sustancialmente distintos. El camino es inverso: la técnica lleva en sí la marca de la
voluntad, que es anterior a la técnica y que depende de la percepción que los seres
humanos tienen de sí mismos. La técnica construye el mundo pero hay una voluntad
humana que previamente le ha dado su nacimiento. Se trata de algo raigalmente
opuesto a la doxa que la “naturaliza”. Si se desea escapar de la atenazante aporía
señalada más arriba, es ineludible indagar en el origen.

La meditación heideggeriana ha destacado que la techné encierra, primitivamente, el


concepto de poiesis -que privilegia el momento creador- más próximo a la

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Estudió letras en la Universidad Nacional de Córdoba. Mediante una beca, realizó cursos en la
Universidad de Buenos Aires. Obtuvo su licenciatura en 1961. Entre 1966 y 1969 estudió semiología
en la École pratique des hautes études, bajo la dirección de Roland Barthes. Fundó la revista Pasado
y Presente, junto a José María Aricó, Oscar del Barco y Samuel Kiczkowski. Fueron los primeros en
abordar el campo de estudios de la comunicación en el país, influenciados por la Escuela de
Frankfurt y la Teoría de la Dependencia.
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contemplación que a la acción: poiesis, poesía, entendido como un renovado y


amoroso asombro en la relación del hombre con lo que lo rodea. La actitud de la
técnica moderna es su antagonista. La técnica provocante impone a la naturaleza la
exigencia de responder de una manera calculada determinada. La naturaleza es
llamada a comportarse como reserva disponible de energía, como proveedora de
recursos. En este orden también el ser humano sólo puede ser pensado como recurso
productivo: la actual abstractización del hombre, entendido como recurso humano,
consagra la negación de su libertad. La técnica lo interpela como mero productor.

Desde la tautología, la técnica moderna -ya fragmentada de todo compromiso con la


incesante creación de lo poético- se muestra como afirmación acrítica de sí misma; se
erige en sentido común, en camino único para la definición de lo humano del
hombre. El tecnologismo auspicia un destino humano que se realiza a través de la
técnica y un destino de la técnica que se expresa en su instrumentalidad para
dominar el mundo. En adelante, la magnitud de la grandeza de la técnica será
medida por la mayor o menor capacidad de ejercer ese dominio. Así, para la técnica
moderna no hay más futuro que el de su propia multiplicación dominadora;
verdaderamente no hay futuro sino una expansión mimética del presente. Sólo si se
acepta la existencia de algo estable en la naturaleza humana, que permanece a través
de la técnica, puede pensarse en nuevos nacimientos, interrupciones en el tiempo,
comienzos. En cambio si, como quiere el tecnologismo, la naturaleza humana admite
ser moldeada, ninguna chispa, ningún misterioso acontecer puede cambiar el sentido
del tiempo que se venía recorriendo. En esta relación con el tiempo se muestra la
infranqueable distancia entre la techné como poiesis y la técnica como cálculo para el
dominio.

Lo constante de lo humano -lo que hace hombre al hombre- radica en su capacidad


de saltar a lo “imposible”, una marca que lo arranca al fatalismo de la especie. Entre
el animal y el hombre se interpone esta posibilidad de optar por un futuro no
inscripto en la pertenencia genética. La técnica moderna, en su voluntad de hacer
previsible el futuro, postula un borramiento de límites, una natural artificialización,
que indiferencia al hombre.
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La metáfora de la técnica se reduce a explicar el mundo en su funcionamiento


maquínico. La poiesis, en cambio, la técnica como creación, instala al hombre en la
posibilidad más rigurosa de la metáfora. “ir más allá” (meta-fora). La técnica como
arte, como capacidad humana de avizorar una trascendencia que a veces se sintetiza
en la palabra Dios, hace posible el futuro. Los animales -en su inexplicable e
irrenunciable perfección- son ajenos a la metáfora, al más allá, al futuro. También
para la técnica moderna el tiempo ha concluido: el futuro está ya contenido en el
presente.

Hay un momento, reiterado en la historia, en que el tiempo parece inmovilizarse y el


optimismo por esa causa se proclama, se vuelve inseparable de la convicción de que
la muerte puede ser derrotada. El entusiasmo que intenta transmitir la técnica
moderna es la expresión de un extraño proyecto de futuro sin devenir, de un futuro
que pretende arrancar desde hoy mismo porque, como Fausto, busca detener el
tiempo. El tecnologismo repite, triunfalmente, el gesto de borrar el futuro: el futuro
no es otra cosa que la técnica misma. ​El tecnologismo instaura una visión
fundamentalista de la existencia: impone su proyecto técnico como
mandato indiscutible; niega cualquier posibilidad de decir no al
presente. El tecnologismo es una ideología totalitaria.

El tiempo dominado por la violencia tecnológica es un largo período civilizatorio que


se realiza históricamente en formas concretas y que hoy aparece bajo el rostro de la
llamada “globalización”. Sería inexplicable este nuevo proceso de articulación
económico y social sin el papel instrumental de las tecnologías contemporáneas. Pero
es más importante otro hecho aún poco explorado: la influencia del tecnologismo en
la propia idea de globalización, que incluye modificaciones decisivas en conceptos
que rigieron permanentemente en el imaginario de Occidente. Nuestra reflexión
sobre la tecnología, es bueno subrayarlo, surge de la preocupación por la existencia
de los seres humanos en la vida cotidiana contemporánea. Es, dicho, genéricamente,
una preocupación política. Traer el futuro al presente, ser lo que será, no sólo diluye
el futuro sino que desrealiza el presente. La astucia de la ideología totalitaria consiste
en hacer impensable la voluntad de no querer, que sólo puede ejercerse en el hoy. El
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tecnologismo incluye el “progreso del espíritu”, el “estadio positivo”, el “fin de la


historia”. Mientras tanto, la libertad humana, en la que se fundamenta cualquier
forma de responsabilidad, arriesga la decisión de decir no a un presente ofrecido
como único posible puesto que aparece determinado por el futuro. Al declarar
superfluo el pasado y el presente, se nos propone vivir una apariencia de futuro
establecido en la fugacidad inasible del presente. Desarraigado del espacio y del
tiempo, lo que desaparece, en realidad, es el momento único del vivir humano que,
en cualquier hipótesis, sólo puede ser entendido como capacidad de elegir.

La ideología totalitaria se asienta sobre la convicción de que en este


presente - dispuesto para el futuro- sólo es posible una positividad
irrenunciable.

La ideología tecnológica no admite la voluntad de negación; se enraíza en la pura


afirmación del mundo tal cual es. El tecnologismo, mientras ahueca lo propio de la
naturaleza del ser humano: su posibilidad de opción, le señala al hombre un espacio,
el de la técnica, en el que debe realizarse como especie. Determinado por la técnica,
el hombre se vuelve especie propia de la técnica, homo tecnicus. Para ello la ideología
técnica ha cumplido dos actos que se complementan: por una parte ha negado
cualquier forma transhistórica de la naturaleza humana y, por otra, afirma la
posibilidad de cambiar esa naturaleza creando entornos culturales (artificiales) de
interacción. “El mundo de las máquinas -dice Hannah Arendt en

La condición humana- se ha convertido en un sustituto del mundo real,


aunque este pseudo-mundo no pueda realizar la tarea más importante
del artificio humano, que es la de ofrecer a los mortales un domicilio más
permanente y estable que ellos mismos​. En el proceso continuo de la
operación, pierde incluso ese carácter de mundo independiente que en tan alto grado
poseían los útiles, instrumentos y la primera maquinaria de la época moderna. Los
procesos naturales de los que se alimenta lo relacionan cada vez más con el propio
proceso biológico, de manera que los aparatos que manejamos libremente en otro
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tiempo comienzan a parecer caparazones pertenecientes al cuerpo humano como el


caparazón perteneciente al cuerpo de una tortuga.”
La pertenencia de la técnica -que implica un incesante cambio de la naturaleza
humana- equivale a la negación del vínculo íntimo y orgánico del ser humano con su
propio pasado, con una memoria que se sostiene en algo permanente que lo
constituye y en que se asienta un sentido. El tecnologismo impone la aceptación
pasiva y paciente de una situación que nos inscribe en una realidad que actúa por sí
misma. En consecuencia, el hombre, desolado, sin asidero, pierde la posibilidad de
conocer el mundo y, eventualmente, de negarlo.

El fin de la historia bien puede ser la consecuencia de la aceptación de la técnica


como sustancialidad del mundo. Vivimos un extraño tiempo en el que la derrota del
espíritu humano suele ser celebrado como triunfo. La virtualización del mundo
puede interpretarse como un objetivación positiva de las imágenes engañosas
evocadas en la fábula de la caverna platónica. Pero la nuestra –dice Dense
Souche-Dagues, Nihilismes, 1996- “es una caverna desprovista de un afuera, la
simulación de lo real a reemplazado lo real mismo y ha suprimido el deseo de una
salida”. La consumación idolátrica de la apariencia, después de haber ejecutado la
muerte de Dios, después de haber proclamado que “todo está permitido” y por lo
tanto “todo es posible”, tiende hacia una abismal decisión deliberada de la nada
totalitaria. La esperanza patética expresada por Fukuyama en su última frase repite
el enigmático verso de Hölderling: “Allí donde está el peligro nace también lo que
salva”. La condición es reconocer que allí está el peligro.

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