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ARQUEOLOGÍA

DE LOS LLANOS OCCIDENTALES


Y EL ORINOCO

COMPILACIÓN
Y ESTUDIO INTRODUCTORIO
RODRIGO NAVARRETE SÁNCHEZ
Colección
Clásicos de la Arqueología Venezolana
Alberta Zucchi

ARQUEOLOGÍA
DE LOS LLANOS OCCIDENTALES
Y EL ORINOCO

Caracas, 2017
Ministerio del Despacho de la Presidencia y
Seguimiento de la Gestión de Gobierno

Pedro Calzadilla
Presidente
Fundación Centro Nacional de Estudios Históricos

Elsa Gualdrón
Directora Ejecutiva

Coordinación editorial: Simón Andrés Sánchez


Coordinador de la colección: Rodrigo Navarrete Sánchez
Asistencia editorial: Rubia Vásquez Castillo
Betnaly González
Adriana Godoy
Transcripción: Luis Rodríguez
Verónica Molina
Ivel Urbina
Betnaly González
Yoandy Medina
Rubia Vásquez Castillo
Carlos Suárez
Elimar Rojas
Traducción de Textos: Rodrigo Navarrete Sánchez
Diseño de la colección: Javier J. Véliz
Diagramación del texto y diseño de portada: Luis Alexander Gil C.
Corrección: Miguel Raúl Gómez G.

© Centro Nacional de Estudios Históricos, 2017


Alberta Zucchi,
ARQUEOLOGÍA DE LOS LLANOS OCCIDENTALES Y EL ORINOCO

Portada: Representación humanizada del sol


Caicara del Orinoco (Ruby de Valencia, 1980)

ISBN: 978-980-419-011-7
Depósito Legal: DC2017002313
Presentación

La arqueología, como disciplina sociohistórica y antropológica, se encar-


ga del estudio e interpretación de las sociedades y modos de vida del pasa-
do a través de los restos de edificaciones, utensilios y otros artefactos que
formaron parte de su cultura material. Así, este registro material constituye
una fuente indispensable para comprender el devenir de nuestra historia, es-
pecialmente en relación con el prolongado y desconocido período desde el
poblamiento temprano de América, hace al menos 24.000 años, etapa que
representa el sustrato de nuestra herencia cultural originaria indígena, hasta
la invasión europea y la imposición del hegemónico documento escrito como
único recurso de transmisión de información histórica aceptado por las éli-
tes académicas. Sin embargo, la interpretación arqueológica trasciende este
marco temporal y abarca cualquier contexto sociocultural en el que el recurso
escrito o la tradición oral no estén presentes, incluyendo aquellos pueblos de
nuestro presente que poseen modos cotidianos alternativos de construir su
historia, como los grupos indígenas y comunidades campesinas.
En consecuencia, la colección Clásicos de la Arqueología Venezolana com-
prende de manera extensiva las diversas referencias históricas desarrolladas
por este campo del saber en Venezuela. Como sabemos, la arqueología ha te-
nido un fértil desarrollo en Venezuela desde inicios del siglo XIX, sin contar
las crónicas y otros textos coloniales. Desde Alejandro de Humboldt, pasan-
do por todos los viajeros y exploradores decimonónicos alemanes, franceses
e ingleses, hasta los científicos positivistas de inicios del siglo XX, distintos
estudios realizados por venezolanos y extranjeros marcaron la pauta para el
desarrollo de la arqueología sistemática en Venezuela. A partir de la tercera
década del siglo XX y hasta el día de hoy, numerosos investigadores nacio-
nales y extranjeros han contribuido a comprender el complejo horizonte de
nuestro pasado originario. Sin embargo, tanto profesionales de las ciencias
sociales y humanas, como el público en general, desconocen esta crucial in-
formación debido a la escasa, dispersa y esporádica política editorial que he-
mos tenido en este campo.
En esta oportunidad el Centro Nacional de Estudios Históricos nos
ofrece a través de esta colección una de serie de obras, textos seleccionados y
compilaciones que brindan por primera vez un amplio panorama de trabajos
realizados desde el siglo XIX hasta la actualidad en Venezuela, algunos de
ellos inéditos y otros nunca antes recopilados o traducidos. Este esfuerzo sur-
ge de nuestra convicción de que el rescate de nuestra memoria es un compro-
miso ineludible para la formación de una nueva sociedad, cada dia más cons-
ciente y crítica de su propia herencia y capaz de incidir en la construcción de
un sistema más justo desde la complejidad y diversidad de su propio pasado.
Índice general
Estudio preliminar...........................................................................................11
Referencias bibliográficas................................................................................45
Algunas hipótesis sobre la población aborigen
de los Llanos occidentales de Venezuela....................................................61
Nuevos datos sobre la antigüedad
de la pintura polícroma de Venezuela..........................................................71
Ocupaciones humanas prehistóricas
de los Llanos occidentales de Venezuela......................................................83
Datos recientes sobre la prehistoria
de los Llanos occidentales de Venezuela......................................................97
Evolución y antigüedad de la alfarería con esponjilla en Agüerito,
un yacimiento del Orinoco Medio................................................................113
Interpretaciones alternativas del manejo del agua durante
el período precolombino en los Llanos occidentales de Venezuela..........131
Los Cedeñoides: Un nuevo grupo prehispánico del Orinoco Medio..........153
Nuevos datos sobre la arqueología tardía del Orinoco:
La serie Valloide............................................................................................197
El Orinoco Medio: Su importancia para explicar la relación entre
el juego de pelota de los Otomaco, de las Antillas y de Mesoamérica.....227
El Negro - Casiquiare - Alto Orinoco como ruta conectiva
entre el Amazonas y el norte de Suramérica.............................................267
Las migraciones maipures: diversas líneas
de evidencias para la interpretación arqueológica.....................................303
Conexiones prehispánicas entre el Orinoco,
el Amazonas y el área del Caribe..................................................................327
Lingüística, etnografía, arqueología y cambios climáticos:
La dispersión de los Arawaco en el noroeste amazónico..........................347
La diáspora de los arahuacos-maipures
en el norte de Suramérica y el Caribe........................................................377
Bibliografías...................................................................................................403
Estudio preliminar
Alberta Zucchi:
Incansable torrente de interrogantes

Este estudio preliminar se propone la difícil tarea de sintetizar la vida y la


obra de una de las arqueólogas más importantes, especialmente en la sistema-
tización y refinamiento de la arqueología venezolana. Más de cincuenta años
de ardua e ininterrumpida labor dispersa en cientos de libros, monografías,
artículos y ponencias exigen un exhaustivo trabajo de recolección y decanta-
ción de un intenso trabajo profesional de prolija producción sociocultural.
Afortunadamente, hemos contado para este estudio con la colaboración de la
propia autora, quien nos concedió una larga y amena entrevista el 5 de febre-
ro de 2014 y la dedicada asistencia del estudiante tesista Carlos Suárez. La
coherencia de la trayectoria investigativa de Zucchi nos ha permitido seguir
su transitar epistemológico a lo largo del territorio nacional y continental.
Como demostraremos a lo largo del estudio, ella buscaba responder pregun-
tas abiertas en etapas precedentes con investigaciones en nuevos lugares y,
como una vez dijimos, dibujar una larga y clara ruta de interrogantes. Mejor
aún, reconociendo la centralidad de los contextos fluviales tanto en su carrera
investigativa como en su comprensión del pasado prehispánico, podríamos
hablar de un incansable cauce de interrogantes o, más acorde con su temple,
un torrente (Navarrete 1994).
XII Rodrigo Navarrete Sánchez

Descubriendo nuevos mundos

Alberta Zucchi Motta nació el 14 de febrero de 1938 en Milán, Italia,


donde estudió hasta cuarto grado de primaria. Desde niña, refiere ella, sus
padres la estimularon mucho con la lectura de “los libros de Salgari, Sán-
dokan, el Tigre de la Malasia, y todos los demás de la colección, y de mitología,
La Eneida, La Odisea; todas esas cosas griegas y las cosas egipcias” (Zucchi,
comunicación personal, 5/2/2014). Así desarrolló un gusto por lo diferente,
exótico o antiguo sin aún saber que representaban culturas diferentes.
Durante la postguerra, varios países latinoamericanos recibieron gran
cantidad de emigrantes europeos, principalmente españoles, italianos y por-
tugueses, con especial énfasis en los profesionales. Así, su padre, Ezio Zuc-
chi (1915-2014), quien era médico, había escrito a Argentina, Colombia y
Venezuela; y en el año 1947 nuestro país fue el primero en responderle afir-
mativamente debido a la necesidad modernizadora de crear en todas las re-
giones un efectivo sistema nacional de salud con profesionales venezolanos o
de otros países. Vino en 1947 contratado por el Ministerio de Sanidad como
médico rural en la población de Ocumare del Tuy para atender también a
Santa Lucía, Santa Teresa, Cúa, Yare y otros pueblos vecinos. De ese primer
encuentro con la cultura local, Zucchi evoca, siempre crítica, que “fuimos a
los diablos de Yare, todavía con máscaras originales, y no esos abortos que se
ven ahora” (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014). Luego de la guerra,
Zucchi y su madre zarparon de Milán, pasaron unos meses en San Remo
para luego hacer una caprichosa travesía que extrañamente llegó hasta Dakar,
Senegal. Y recuerda:

Llegamos de noche, y a la mañana siguiente se reabastecieron de algo


de comida, no sé qué, pero de los cambures sí me acuerdo. Primera vez
que yo veía un cambur y primera vez que yo veía a un negro. Porque
eran todos negros y, además, no solo era un individuo de piel negra sino
Estudio preliminar XIII

la ropa, sobre todo de las mujeres, de los hombres no me acuerdo casi,


[...], con aquellos trajes de colores, tú sabes, verde, naranjado, amari-
llo, con aquel solazo africano [...]. Tenían todas las orejas perforadas y
zarcillos de oro y aquellos tocados; y, por supuesto, eso me impactó. Yo
veía a esas mujeres como de tres metros, claro, hay que considerar que
yo era pequeña (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014).

La pequeña Alberta, de solo diez años de edad, y su madre Ángela Motta


de Zucchi (1913-1984), conocida como Lina, llegaron a Venezuela en 1948.
Su abuelo materno, ingeniero, había hecho fortuna, la cual perdió varias ve-
ces en sus aventuras financieras, una de ellas al patentar el invento de unos
galpones desarmables y desmontables utilizados para alojar a los damnifi-
cados de un catastrófico terremoto en el sur de Italia. La madre de Alberta
Zucchi estudió en Italia, lo que se estilaba en familias con recursos, y luego
su padre la envió a Suiza a un internado de niñas donde le enseñaron a poner
la mesa, atender invitados, a tocar el piano, lo que le permitió dedicarse a la
pintura como afición. De hecho, aún en Italia durante la guerra, un vecino
le enseñó a Lina a realizar dibujos lineales sobre telas, que solían realizarse
sobre pañuelos suizos, destreza que más de una vez le permitió obtener in-
gresos propios en liras, libras esterlinas de oro o bolívares. Por eso, aunque
residieron en la mejor casa en la plaza de Ocumare del Tuy durante tres años,
para su madre, integrante de una familia adinerada de la cosmopolita Milán,
el cambio al contexto de la provincia latinoamericana fue un tránsito dramá-
tico. En una casa de bahareque con tres patios, culebras, cucarachas y arañas
estaban entre sus menores pesadillas. Su tío materno, quien también era mé-
dico, vino también a Venezuela en la misma época a residir en Barquisimeto.
Zucchi rememora:

Por supuesto, niña de la guerra, donde prácticamente tenía que estar


dentro del departamento o dentro de la casa por el miedo al bombardeo,
XIV Rodrigo Navarrete Sánchez

a las sirenas y a las cosas. Me sueltan en el asoleado trópico y mi mamá


estaba ocupada en la casa y yo no iba al colegio. Por supuesto, andaba
con la bandada de los muchachos del pueblo correteando con todos, la
mayoría descalzos. Yo no, porque me obligaban a ponérmelos aunque
yo me los hubiera quitado con mucho gusto. Y todo iba muy bien hasta
que descubrí el deporte nacional, el cual era que los chamos de 6 a 11
años, en la época de lluvias, se quitaban los pantalones, iban a los pa-
tios de ciertas casas, se enjabonaban y entonces se empujaban sentados
por el patio de una pared a otra. Y yo, por supuesto, me incorporé a la
tradición local. Estaba cayendo ese palo de agua. Mi mamá me estuvo
llamando y yo nada que ver. Y entonces, por supuesto, salió con su
paraguas a ver en las varias casas de los padres de los chamos y me
encontró en esa facha (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014).

Acto seguido, debido a la preocupación de sus padres por su disciplina, la


inquieta Alberta fue enviada a un internado en Los Teques. En el ínterin, a
su padre lo trasladaron a Carrizal para cubrir San Antonio, San Diego, San
José y gran parte de los altos mirandinos. Debido a una carta abierta que
remitió al ministro luego de una declaración en la que afirmaba que los médi-
cos extranjeros le usurpaban el puesto a los venezolanos, su padre había sido
despedido después por el Ministerio de Sanidad. Por lo tanto, pasó a trabajar
en los laboratorios Pulmobronc y, cuando revalidó, comenzó a ejercer en la
clínica privada. Por su parte, Zucchi, luego de haber aprobado el primer año
de bachillerato, se trasladó a Caracas donde estudió un año en el Colegio
La Guadalupe y después fue enviada a Barbados. Durante este período, sus
padres se divorciaron y ella, al volver con su madre, aún sin profesión y sin
desarrollar las destrezas del dibujo, intentó estabilizar su situación econó-
mica. Sus primeros trabajos, aparte de hacer todos los oficios de la casa, por-
que su madre solo cocinaba, fueron muy variados. Durante unas vacaciones,
con 18 años, fue locutora de televisión en el noticiero de sociales en el canal
Estudio preliminar XV

que ahora es Venevisión. Fue también pasante en el estudio del “pintor que
pinta a los indios”, Centeno Vallenilla, así como dibujante técnica en una
empresa y bocetando vallas publicitarias. Todas estas experiencias la mo-
tivaron a acercarse a la arqueología. Zucchi, con la espontaneidad que la
caracteriza, afirma:

Primero, las lecturas de la infancia; después esas imágenes y experien-


cias en África [...] y luego, por supuesto, llegar a Venezuela; la de hoy que
no es la misma de hace 65 años. Sí, yo llegué de diez. Y, claro, trópico,
sol, lluvias espantosas en Ocumare en aquella época. Yo creo que fue
todo eso. A mí siempre me llamaron la atención las cosas que fuesen
distintas (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014).

Y así aterricé en Barinas

Su intención era entrar a estudiar arqueología en la Universidad Central de Ve-


nezuela (UCV) y, luego de un paso efímero por la Facultad de Humanidades, lo
logró en 1956, gracias al apoyo de su padre, quien contactó a José María Cruxent,
entonces director en el Museo de Ciencias. Zucchi describe aquel encuentro:

En la sala, entrando a la izquierda, esa era la oficina de él, estaba el escritorio


al final y todos los estantes de tiestos. Entonces, yo llegué al final con la vista
perdida y me preguntó qué quiere usted. Y entonces yo le dije: “Bueno, pro-
fesor, yo quisiera estudiar arqueología”. Y luego levantó la cabeza y me dijo:
“¡Si quiere ganar dinero no estudie arqueología porque la arqueología no es
para ganar dinero!”. Y yo le digo: “Bueno, yo no quiero hacerme rica con una
profesión”. Entonces dijo: “Si es así sí”. Me mando a sentar y me informó de
la escuela (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014).
XVI Rodrigo Navarrete Sánchez

Solo tres meses después de ingresar tuvo que retirarse porque se iba a
casar, evento posteriormente cancelado. Un día, Zucchi abrió el periódico y
encontró un anuncio de Aeropostal en el que solicitaba aeromozas, trabajo
para el cual fue aceptada, apoyada por su padre, que era un amante de los
aviones y la aeronáutica pues había sido médico de la aviación italiana. Cuan-
do ya tenía unos ocho meses en la empresa, su madre decidió volver a Italia y
vendieron todos los bienes que tenían en el país. La vuelta a vivir a Italia con
el abuelo materno no resultó. Regresó a Venezuela en 1958 y se trajo a su
madre para trabajar nuevamente en Aeropostal en la sección Internacional.
Aunque ya sabía que el oficio de aeromoza no era lo suyo, por ser muy tímida,
esta experiencia le sirvió para aprender a comunicarse y a ser más segura, lue-
go de varios escabrosos incidentes con la compañía —entre ellos uno en que
hizo despedir a un capitán—. Ya con la equivalencia del título de bachiller
obtenido en Barbados, Zucchi vuelve a entrar en la Escuela de Antropolo-
gía y Sociología (UCV) en 1959. Entonces, Zucchi aún necesitaba trabajar y
le informaron que en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas
(IVIC) necesitaban una secretaria, cargo al que se postuló ya que dominaba
tres idiomas. Según sus propias palabras,

Me empujé al IVIC, donde el jefe de personal; y se me queda viendo


y me dice: ¿Usted sabe taquigrafía? No. ¿Sabe mecanografía? Bueno,
sí, en una maquina normal aprendí en el colegio. ¿Sabe archivo? No.
Entonces me dice que espere un momento, llama a alguien y luego
me dice que vaya a entrevistarme con el doctor Hercoli. Primero me
dio una maquina eléctrica para que yo hiciera una carta. Aquel carro
corría de un lado a otro y yo nunca había visto una máquina eléctri-
ca. Te imaginas el desastre. Entonces me dice: bueno, definitivamen-
te no es muy buena mecanógrafa. Y yo le dije: Perdóneme, pero yo
nunca había visto una máquina eléctrica y eso empezó a correr para
todos lados y yo no sabía cómo pararla. Y él se rio y me mandó a ver
Estudio preliminar XVII

al doctor Hercoli, que trabajaba en medicina (Zucchi, comunicación


personal, 5/2/2014).

El doctor Hercoli, convencido de que las secretarias deben ser formadas a


su manera, la contrató justo a los quince días de hacer su equivalencia al título
de bachiller. En el IVIC se encuentra con José María Cruxent, a quien había
conocido previamente en la UCV.
En 1961, se casa con el antropólogo Eddy Romero Ocando, graduado de
la misma promoción de Mario Sanoja en la Universidad Central de Vene-
zuela. Con Romero, quien se desempeñó durante muchos años como asesor
técnico de la Oficina Nacional de Asuntos Indígenas, tuvo tres hijos.
Cruxent inmediatamente la trasladó a trabajar con él en el museo, aunque
ganaría mucho menos que en el IVIC, para luego pasar a este último en 1962
como Estudiante Asistente mientras terminaba la carrera, ya que la antropóloga
Haydee Seijas dejó el cargo. En 1963, ya graduada como antropóloga, pasó a ser
Estudiante Graduada hasta 1967 cuando termina su tesis doctoral y se convierte
en Investigadora. De estos años, Zucchi recuerda que el viejo departamento era
un galpón que incluía, en su primera mitad, la oficina de Cruxent, la secretaría,
la sala de estudiantes, la oficina de dibujo, un pequeño baño y una entrada cua-
drangular donde Cruxent había instalado un museo. Toda la otra mitad era para
los estantes de depósito de materiales. En el piso de arriba, donde inicialmente no
había nada cuando se graduó, había un piso de madera sobre el cual construyeron
ellos mismos los cubículos de investigadores con cartón piedra.

Esos eran los primeros años. Había una pala y un pico y un jeep des-
tartalado, uno. Un dibujante y un fotógrafo. Y cada vez uno tenía que
combinar las cosas porque un pico y una pala no eran suficientes. Al
lado de los estantes, donde estaba el material, había una puertica y
luego un jardincito pequeño y luego un barranco donde terminaba el
cerro (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014).
XVIII Rodrigo Navarrete Sánchez

Su relación con Cruxent como mentor fue siempre muy estrecha aunque
no exenta de tensiones. Siempre la ponía en situaciones difíciles, como cuan-
do le dijo “agarra el jeep, aquí tienes 200 bolos, 15 días, y vete a excavar una
cueva de los indígenas cocina en La Guajira”. Como ella misma lo define,
Cruxent era de la tesis del “defiéndanse como puedan”. En una oportunidad
que Zucchi estaba muy molesta con Cruxent porque no la ayudaba a resolver
un problema de análisis cerámico mientras evidentemente resolvía los obs-
táculos de otros, él le dijo: “Yo ayudo a los que no pueden. Los que pueden,
deben conseguir la respuesta solos”. De hecho, una vez que su tesis estuvo
terminada, Cruxent envío a Zucchi a New Haven a entrevistarse con Irving
Rouse, de quien en algún momento comenzó a necesitar asesoría. Rouse, per-
sonaje muy estricto, dijo que el trabajo era bueno, pero el problema eran los
términos. Después, pasados los años, notó lo que pasaba: que Cruxent ya
había llegado a un momento en que hasta ahí podía evaluar y el resto lo debía
hacer Rouse, quien la criticó profundamente en ese tiempo por usar términos
como complejo o fase, los que, años después, comenzó a usar él mismo.

En La Betania comenzó todo

Ya como miembro oficial del Departamento de Antropología del Instituto


Venezolano de Investigaciones Científicas, Cruxent la envío primero en una
vieja camioneta del IVIC a visitar los sitos donde haría su tesis de pregrado, al
igual que a sus compañeras Érika Wagner y Nelly Arvelo-Jiménez. Primero
fueron a los Andes para definir la tesis de Wagner, y luego enviaron a Alberta
a Falcón y Barinas. Cuando se graduó de pregrado en 1963, Cruxent deseaba
que saliera a estudiar postgrado en el exterior, lo que no pudo realizar porque
su esposo, Eddy Romero, era el asesor técnico de la Comisión Indigenista de
Venezuela, y ya había tenido su primer hijo.
Cruxent, luego de un dramático accidente por el que tomó sabático de un
año en Francia, le dejó dos “pequeños encarguitos”: el primero, ir por toda
Estudio preliminar XIX

Venezuela para obtener nuevas muestras de carbón para ampliar su Cronolo-


gía absoluta de Venezuela (1958-9; 1961) y el segundo, encontrar el yacimien-
to de la punta de Bejuma, una punta joboide descrita por Walter Dupouy
(1945). Esta misión requería de prolongados viajes a lo largo de todo el país,
la localización de nuevos sitios, la excavación de pozos de prueba y el análisis
de las muestras, durante la cual Zucchi excavó en varios sitios de los estados
Falcón y Barinas, prospectó el área montañosa de Carabobo, y en Falcón ex-
cavó en el sitio La Luz, trabajado previamente por Gladys Nomland (1935),
en donde obtuvo un listado importante de fechas radiocarbónicas. Esta ex-
periencia influyó en su preferencia futura por reconocimientos regionales,
interpretaciones macrorregionales y modelos de dispersión social (Navarrete
1994). No obstante, tras fatigosos intentos por cumplir las titánicas y casi im-
posibles tareas que le dejó Cruxent, Zucchi decidió adelantar otro proyecto
para poder terminar su tesis.
Pero el destino siempre le jugó curiosas tretas a Zucchi. Terminó traba-
jando en un lugar que le era indeseado: Barinas. Cuando volaba con Aeropos-
tal, una sola vez hizo un vuelo de Caracas a Barinas, que recuerda así:

De repente el avión está aterrizando, estamos bajando y no veo nada, y


entonces miro por la ventanilla y me preguntó: “¿Dónde estamos ate-
rrizando?”. Voy a la cabina y le preguntó al capitán, “Mire, ¿estamos
aterrizando?”. Y me dice que sí. “¿Cómo y en dónde?”. Y me dijo: “Ve
ese pelado allá; bueno, allá”. Bueno, los DC3 aterrizan donde quieran.
Y bu bum bu bum. Yo abro la puerta y qué voy a hacer allí, sin pasaje-
ros y sin nada (...). De repente veo que viene un tipo desde debajo de
una mata con una mesita en la cabeza corriendo y la pone bajo el ala,
y viene y busca la bolsa del correo, me da unos papeles y se devuelve
corriendo. Agarro los papeles, cierro la puerta y arrancamos (...). Y
esa idea a mí me quedó y yo me dije: “esto no es nada más que monte y
culebras” (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014).
XX Rodrigo Navarrete Sánchez

Para entender la difícil decisión que suponía realizar arqueología en Ba-


rinas debemos, en primer lugar, conocer la importancia de los llanos occi-
dentales en la geografía e historia nacional. Comprenden una vasta área re-
lativamente plana, con altitudes de 0 a 500 metros sobre el nivel del mar (m
s.n.m.), que se extienden a todo lo largo de la región central entre el Orinoco
y las cordilleras andina o costera. Presentan, en su diversidad ecológica, una
predominante vegetación herbácea de sabana con ciertas selvas de galería o
morichales. Su sección occidental comprende los llanos altos (desde el piede-
monte hasta 100 m s.n.m. en general en los estados Portuguesa y Barinas) y
los bajos (menos de 100 m s.n.m. en Apure). Sus complejos de montículos y
característica alfarería llamaron la atención de misioneros y viajeros hasta el
siglo XIX (Gassón 2002, Zucchi 1999). En consecuencia, a inicios del siglo
XX, se desarrollaron diversas descripciones, recolecciones y excavaciones en
estos sitios (Alvarado 1984, Jahn 1973, Lewis 1949, Osgood y Howard 1943,
Oramas 1942, Petrullo 1939).
José María Cruxent e Irving Rouse (1982) crearon un marco cronológico
regional que distingue dos áreas en la región: la de San Fernando, al este, y
la de Barinas, al oeste. La primera comprende tres estilos cerámicos —Los
Caros, Arauquín y Matraquero— mientras que la de Barinas otros dos —
Agua Blanca y Caño del Oso—. Los Caros representa un estilo temprano
independiente ubicado en el período III (350-1150 años d. C.) (Cruxent y
Rouse, 1982), justo antes de la ocupación local arauquinoide. Su cerámica se
caracteriza por desengrasante de arena fina, boles y ollas abiertas y decora-
ción incisa en líneas anchas superficiales paralelas sobre bordes. Enseguida se
presenta la tradición arauquinoide local desde fines del período III (350-1150
años d. C.) con el temprano Arauquín siguiendo en el IV (1150-1500 años d.
C.) junto a Matraquero. Sus rasgos diagnósticos, en su estilo cabecero, Arau-
quín, son el desengrasante de espículas de esponja de agua dulce (cauxí), de-
corados con aplicado-inciso-punteado en rasgos antropomorfos o zoomorfos,
tiras, mamelones, ojos grano-de-café, bandas de líneas incisas paralelas finas
Estudio preliminar XXI

inclinadas. Hay budares, pintaderas cilíndricas, volantes de uso, figurinas y


soportes de arcilla. Matraquero es similar a Arauquín, pero carece de apéndi-
ces antropomorfos modelados y excisión, mientras aumentan el aplicado-in-
ciso-punteados por su relación con desarrollos costeros valencioides. Cruxent
y Rouse, en principio, supusieron un desarrollo arauquinoide local en el área
de San Fernando a partir de un sustrato cultural de influencias barrancoides,
tierroides y memoides (dicotomía). Luego, según Donald Lathrap (1970), fue
considerada como una expresión tardía de la expansión desde las tierras bajas
amazónicas de grupos caribes hacia el norte, su posterior difusión al este por
el Orinoco y al sur hacia los llanos nororientales colombianos. Luego marcó
el desarrollo valencioide costero central y quizás afectó la migración de pe-
queños grupos minoritarios tardíos caribes como valloides y memoides. Para
el área de Barinas, Cruxent y Rouse (1982) definieron dos estilos cerámicos,
Agua Blanca y Caño del Oso, vistos como expresión local de secuencias pin-
tadas polícromas típicas occidentales de Venezuela, siendo la primera de la
serie tocuyanoide —patrones pintados modelado-incisos curvilineales— y la
posterior tierroide —patrones rectilineales.
Según Zucchi, luego de la determinante influencia de Cruxent y Rouse
en los inicios de sus estudios para establecer cronologías regionales a partir
de identificaciones y comparaciones cerámicas estilísticas y dataciones relati-
vas y absolutas, su interés por el paisaje y su relación con el medio ambiente
comenzó en los llanos. Fue allí donde centró su atención en la formación y el
funcionamiento de la sabana —y de los campos drenados—, influida también
por el grupo de investigación de Mérida, dirigido por Guillermo Sarmiento
y, en consecuencia, en la diversa interacción cultural, como lo postuló para
Caño Caroní (1976). En definitiva, acogió un enfoque cronológico cultural
más integral.
El objetivo inicial de Zucchi en Barinas fue reubicar el sitio de Caño del
Oso reportado en un informe temprano de Cruxent (1955). No lo ubicó, pero
encontró otro paradigmático: La Betania. Excavó primero solo un pozo y
XXII Rodrigo Navarrete Sánchez

las muestras radiocarbónicas, enviadas a Tamers (1965-1967, 1969-1971,


1973), arrojaron fechas de entre 2000 y 3000 años de antigüedad, junto a
una elaborada cerámica polícroma con pedestales de platos. Así, convenció
a Cruxent de desistir en la búsqueda del sitio de la punta en Bejuma, in-
fructuoso proyecto que agotaba su tiempo como investigadora y tesista del
IVIC, y permitirle excavar en este nuevo sitio que había descubierto y donde
ya había establecido excelentes contactos con dueños de fundos y obreros.
Zucchi iniciaba lo que llamamos su incansable torrente de interrogantes, una
singular forma de responder sus propias preguntas a lo largo del territorio
nacional y la atadura de los cabos sueltos de sus investigaciones previas con
evidencias obtenidas de otros sitios cercanos espacialmente y relacionados
culturalmente (Navarrete 1994). Es a partir de este momento cuando, como
caracterizamos hidrográficamente como un torrente, se empieza a configurar
la imagen gráfica de una larga y coherente trayectoria espacial e interpretativa
que puede seguirse paso a paso y pregunta a pregunta.
Así mismo, esa experiencia fue construyendo una forma de hacer arqueo-
logía en las investigaciones de Zucchi, que pueden ser concebidas al menos
en tres niveles: a) cronológico-espacial, el cuándo y dónde se movió la inves-
tigación a lo largo del país de acuerdo con las necesidades interpretativas; b)
teórico-metodológico, en cuanto a los paradigmas y líneas interpretativas que
fueron utilizadas para la comprensión; y c) interpretativo, o los mecanismos
que fueron usados con el fin de responder preguntas específicas surgidas du-
rante la investigación (Navarrete 1994).
El trabajo de campo desarrollado en 1963 en el sitio La Betania (estado
Barinas) (Zucchi 1965-66, 1966, 1967a, 1967b, 1968, 1969, 1971) fue una
respuesta directa a las interrogantes que surgieron del trabajo previo de Cru-
xent y Rouse en 1961. Estos autores habían establecido dos estilos cerámicos
para el área de Barinas: Agua Blanca, relacionado con la cerámica tocuyanoi-
de temprana del noroccidente venezolano, y Caño del Oso, el cual fue relacio-
nado con las construcciones artificiales de tierra y otras ocupaciones tardías
Estudio preliminar XXIII

de Venezuela occidental y que fue ubicado dentro de la serie tierroide en el


período IV (1000-1500 años d. C.). La información suministrada por Cru-
xent y Rouse atrajo la atención de Zucchi. Con métodos de la escuela nor-
mativa pudo en su investigación preliminar: 1) demostrar la complejidad for-
mal y decorativa de la cerámica de Caño del Oso y la ausencia de similitudes
formales y estilísticas con otros estilos cerámicos venezolanos, 2) establecer
su posición cronológica temprana, y 3) enfatizar la importancia de los llanos
para explicar los movimientos de grupos e ideas ocurridos en Venezuela du-
rante el período prehispánico. Además, estas excavaciones permitieron esta-
blecer la nueva serie cerámica osoide integrada por dos estilos relacionados y
cronológicamente consecutivos: Caño del Oso y La Betania. El primer estilo
se dividió en dos fases, según su posición estratigráfica, patrones de subsis-
tencia y asentamiento, cambio estilístico y filiación cultural (Zucchi 1967).
Sin embargo, como era de esperarse en la lógica investigativa de Zuc-
chi, hacia el final del proyecto arqueológico surgieron algunas nuevas y
cruciales interrogantes en relación con a) el lugar de origen de la serie, b)
su filiación cultural, c) la tecnología y la posición cronológica de las cons-
trucciones artificiales de tierra, d) la antigüedad de la pintura polícroma,
y e) la procedencia de rasgos claramente amazónicos como el cultivo de la
yuca —evidenciado por fragmentos de budares— y la utilización de ca-
raipé como antiplástico. Así, se desplazó a excavar en el Hato La Calza-
da en 1968 para dilucidar nuevas preguntas. Era claro que las preguntas
formuladas por el pensamiento normativo clásico usadas a los inicios de
la investigación se fueron transformando, mediante la incorporación de
un enfoque ecológico-cultural y el estudio de la tecnología aborigen como
un mecanismo adaptativo, en una búsqueda cada vez más profunda y sus-
tancial. Las explicaciones requerían excavaciones más extensas y refinadas
que se concentraran en los procesos constructivos de las estructuras arti-
ficiales de tierra (Navarrete 1994). Al revisar las referencias que para ese
momento existían sobre cerámica polícroma en el occidente de Venezuela,
XXIV Rodrigo Navarrete Sánchez

Mesoamérica, Centroamérica y los Andes, Zucchi plantea que podría estar


en presencia del polícromo más antiguo del continente.
Los datos obtenidos permitieron establecer que: a) la construcción de
montículos y calzadas en los llanos estaba probablemente relacionada con la
penetración de grupos de selva tropical durante la Fase C de Caño del Oso
(500-550 años d. C.) y b) que la pintura polícroma era muy temprana en la
zona (aproximadamente de unos 920 años a. C.) y que esta técnica pudo ha-
ber sido desarrollada incluso más temprano, ya sea en los llanos venezolanos
o en los colombianos. Posteriormente, se difundió desde su centro al resto del
occidente de Venezuela, Colombia y Centroamérica (Zucchi 1972a).
Mediante el estudio de las construcciones artificiales en las tierras bajas tro-
picales de Suramérica (Zucchi 1972a, 1972, 1973), la investigación de Zucchi
se concentró en la penetración y adaptación de los grupos de selva tropical a
las sabanas de Venezuela occidental. En 1968, nuevas excavaciones en el sitio
Caño Caroní (1976) ofrecieron una primera aproximación a la relación entre
las sociedades migrantes y el medioambiente, sus adaptaciones y sus interac-
ciones sociopolíticas. El ambiente de sabana no solo proporcionaba una base
causal y física para la explicación arqueológica, sino que fue el contexto propicio
para el desarrollo de un cierto tipo de organización y subsistencia.
La ocupación de la gente de Caño Caroní fue interpretada como la
consecuencia de una expansión tardía (1200-1400 años d. C.) de la pobla-
ción arauquinoide a lo largo del Orinoco Medio. Esta última determinan-
te ocupación de los terrenos aluvionales estacionalmente inundables del
Orinoco, causaba la migración de otros pequeños grupos de selva tropical
hacia los llanos occidentales, que ocuparon aquellos microambientes si-
milares a sus hábitats originales como, por ejemplo, las selvas de gale-
ría —como los de Caño Caroní—. En este punto, el modelo migratorio
de Lathrap comenzó a marcar sus líneas de investigación posteriores: los
macromodelos migratorios, la tecnología como recurso para estudiar las
relaciones entre cultura y ambiente y el uso de la etnografía comparativa
Estudio preliminar XXV

y de la lingüística como complementos importantes de la información ar-


queológica (Navarrete 1994).
Con el fin de estudiar la relación entre la cultura y el ambiente, era nece-
sario entender el papel jugado por estas construcciones en los patrones de-
mográficos, de asentamiento y de subsistencia. Como resultado, el manejo
de las aguas y la intensificación de la agricultura se convirtieron en puntos
focales de la investigación con Denevan en el sistema de campos drenados de
Caño Ventosidad entre 1971 y 1973 (Denevan y Zucchi 1978; Zucchi 1975;
Zucchi y Denevan 1974, 1980). Esta investigación fue diseñada para propor-
cionar datos sobre sus estructuras, técnicas constructivas, funcionamiento
hidráulico, su relevancia para la historia demográfica y para la subsistencia, su
potencial para el uso moderno de las tierras y su lugar dentro de un contexto
histórico-cultural más amplio. Mediante el establecimiento de una secuen-
cia cultural formada por tres complejos: El Choque (1200-1400 años d. C.),
Punto Fijo (885 años d. C.) y Copa de Oro (1000-1400 años d. C.), proponen
que los campos drenados de Caño Ventosidad fueron construidos por la gen-
te de El Choque, un probable grupo de selva tropical (Navarrete 1994).
William Denevan, geógrafo de la Universidad de Wisconsin, Madison,
se encontraba trabajando en los campos drenados de San Jorge y ya había
publicado su tesis de Mojós, Bolivia, cuando descubrió una foto aérea de los
llanos occidentales venezolanos (Denevan 1966, 2001). Así, acordaron traba-
jar juntos, financiados por él, en los campos drenados de Caño Ventosidad,
en los fundos de Mata de Bárbara (Barinas) y El Frío (Apure). Bajo pésimas
condiciones de trabajo, según Zucchi, Denevan no previno la contaminación
de las aguas ni se alimentó adecuadamente y enfermó. Un día, como Zucchi
recuerda, “Denevan saca un frasco con unas pepas, que se llamaban Quick
Energy porque, como no le gustaba la comida, se metía las pepas. Yo le dije:
come porque te vas a enfermar”. Y así fue. El suelo era extremadamente duro
y era solo arcilla sin presencia de piedras. Allí detectaron dos componentes
diferenciados, lo que Zucchi interpreta como una etapa temprana meramente
XXVI Rodrigo Navarrete Sánchez

arauquinoide llanera y luego una de mezcla con pueblos orinoquenses con ce-
rámica desengrasada con cauxí y posible cultivo de la yuca. De hecho, Zucchi,
junto a Denevan, sienta la base empírica para el posterior desarrollo de la teo-
ría de sociedades complejas en los llanos occidentales venezolanos por parte
de otros autores (Zucchi 1978, 1985, 1991). Sus excavaciones en La Betania,
La Calzada y Caño Ventosidad incluyeron el estudio de la transformación del
medioambiente local por las sociedades prehispánicas, en las que enfatiza la
existencia de construcciones artificiales de tierra en la zona, conjuntamente
con estudios cerámicos.
La considerable cantidad de información proporcionada por el trabajo de
Zucchi en los llanos occidentales venezolanos, su importante base de datos
y los lineamientos interpretativos, fueron sustrato para futuras aproximacio-
nes que desarrollaron nuevas interpretaciones ecológico-culturales y sociopo-
líticas, y constituyeron el fundamento de una tradición investigativa madura
y coherente para entender esta área. Abrió de hecho un amplio abanico de
posibilidades, perspectivas y enfoques que fueron explorados posteriormente
con más profundidad por otros arqueólogos nacionales y extranjeros respecto
a los cacicazgos locales. Por ejemplo, Gasson formula un patrón de asenta-
miento regional diferencial en el sitio La Calzada, entre sitios que varían en
cantidad, tamaño y forma en sus construcciones artificiales de tierra. Tam-
bién abordó la producción de alimentos entre aldeas interconectadas mien-
tras que las variaciones en la cantidad, especies y tamaño de los recursos zoo-
lógicos dependían de su jerarquía y las variaciones estacionales del ambiente
llanero (Gasson 1980). Por su parte, Spencer y Redmond desarrollan una
tesis sobre la jerarquía regional (Redmond 1992, Redmond y Spencer 1990,
1994; Spencer 1986, 1990a, 1990b, 1993). Entre los altos llanos (cuenca del
río Gaván) y el piedemonte andino (cuenca del río Curbatí) en Barinas, se
basan en datos etnohistóricos sobre el dominio de los caquetíos sobre los ji-
rajaras para postular dos tradiciones interactuantes, Gaván y Curbatí, una
jerarquía de asentamientos intra- e intertribal en que resalta el sitio principal
Estudio preliminar XXVII

de Gaván con complejas estructuras, una calzada circundante y calzadas ha-


cia otros sitios monticulares de secundarios y áreas productivas. Plantean
que entre 500 y 600 años d. C. surgió un cacicazgo con asentamientos jerár-
quicos, concentración demográfica, diferenciación residencial y funerarias,
redes comerciales a larga distancia y actividades bélicas constantes. Gassón,
luego, incorpora la economía política en el contexto llanero. Al no determinar
presión demográfica ni medioambiental en el sitio El Cedral, supone que la
competencia cacical regional respondió a estrategias más complejas, uso del
lugar central para ceremonias y facilitadas por calzadas, competencia socio-
política entre líderes y comunidades, intercambio a larga distancia y guerras,
reportados en los documentos coloniales (Gassón 1998, 2006).
En consecuencia, los llanos occidentales constituyen una de las pocas re-
giones con una secuencia coherente de investigaciones con significativa infor-
mación cultural y sociopolítica local. La uniformidad teórico-metodológica
de los diversos autores, todos dentro de la escuela norteamericana —entre
normativa ecológica, cultural y procesual— a pesar de sus diferencias, la ri-
queza y confiabilidad de su cuerpo de datos, definitivamente definen el ca-
rácter creciente del conocimiento arqueológico regional (Navarrete 1994).
Como mencionamos, durante las previas etapas de trabajo, los intereses de
Zucchi se centraron en la dispersión poblacional en las tierras bajas de Sura-
mérica debido a que los estudios de Caño Ventosidad abrieron nuevas líneas
y directrices de investigación. La definición de nuevos complejos y ocupacio-
nes, como por ejemplo El Choque, que no podían ser fácilmente ajustadas
dentro de los marcos estilísticos y cronológicos preexistentes, condujo el tra-
bajo en otras direcciones. Las nuevas respuestas parecían encontrarse en la
cuenca orinoquense, el más importante sistema hidrológico venezolano que
se conecta con la cuenca amazónica a través del canal del Casiquiare. Sobre
esta etapa de experiencia de campo e investigación y su continuidad, Zucchi
asevera que:
XXVIII Rodrigo Navarrete Sánchez

Por supuesto, a mí me gusta el trabajo de campo. Ahí vamos a entrar


en otro campo. No el de Indiana Jones ni Lara Croft. Pero sí hay una
parte de eso. Es la emoción de la respuesta, de la pregunta con la que
vamos al campo y aunque no tengas una pregunta teórica, suponiendo
que en las primeras etapas tú no tienes unas preguntas sino después,
en la primera etapa mía por lo menos, cuando iba al campo era la cues-
tión de qué voy a encontrar. Y cada excavación a mí me emociona es
por eso. Y, además, sí: el trabajo de campo es duro, y es duro sobre
todo en las zonas que yo escogí. Y conmigo es trabajar duro. Y no es-
cogí los sitios porque fueron distantes sino que eran los llanos porque
no se conocían casi y estuve en los llanos porque quería contestar unas
preguntas y después me trasladé al Orinoco porque quería contestar
otras preguntas que solo podía contestar en el Orinoco. Y me fui al
Alto Orinoco simplemente por lo mismo (Zucchi, comunicación per-
sonal, 5/2/2014).

Navegando de los Llanos orientales al Orinoco Medio

El Orinoco Medio comprende el segmento del Orinoco que transcurre


desde Puerto Ayacucho hasta Ciudad Bolívar (Cruxent y Rouse 1958), y
coincide en su límite sureño con el estado Bolívar, mientras que colinda al
norte con los estados Apure, Guárico y Anzoátegui. Las sabanas y llanos
circundantes, el gran caudal de sus aguas, la ausencia de rápidos o bancos,
diferencian el Orinoco Medio de sus secciones alta y baja. Su paisaje, por ser
de llanos bajos, posee una topografía muy plana, menor a 100 m s.n.m. en que
numerosos ríos tributarios se arremansan en grandes esteros y lagunetas, con
una vegetación de chaparrales y sabanas de gramíneas y en ciertas confluen-
cias se focalizan sabanas arboladas, selvas de galería o morichales. Con suelos
ácidos y arcillosos y con una marcada estacionalidad, son poco aptos para
actividades agrícolas intensivas, con una marcada variación entre las riberas
Estudio preliminar XXIX

norte y sur. Sin embargo, las vegas y riberas inundables (varzeas) permiten la
obtención estacional de ricos suelos aluvionales que forman nichos bióticos
para aplicar más fructíferas estrategias agrícolas. La obtención de recursos
animales y vegetales mediante la caza, la pesca y la recolección también está
determinada, al igual que las actividades agrícolas, por esta dualidad estacio-
nal y biótica.
Esta región ha sido un foco arqueológico venezolano tanto en el aspec-
to cronológico como en el teórico. Desde la colonia, los grupos misioneros
y exploradores recopilaron los primeros datos arqueológicos locales (Bueno
1965). En el siglo XIX, a partir de la visita de Humboldt, la región se hace
referencia obligada de viajeros y exploradores ilustrados, sobre todo en si-
tios como los petroglifos de La Encaramada, los de Caicara y los de la Cueva
de Amalivaca (Chaffanjon 1986, Codazzi 1940, Crevaux 1988, Ernst 1987,
Humboldt 1956, Marcano 1971, Rojas 1942, Schomburgk 1841, Vraz 1992).
La variedad y abundancia de las evidencias recolectadas en diversas investiga-
ciones regionales la ha centrado en controversias nacionales y americanas por
su conexión con otras regiones (llanos occidentales, centrales y orientales; las
sabanas de Bolívar y Alto y Medio Orinoco) y su estratégica posición entre
patrones geoculturales de tierras bajas, altas y caribeñas.
En 1941, Howard realizó el primer trabajo arqueológico sistemático re-
gional, prospectó los sitios de Ronquín, Parmana, Camoruco y Corozal; ex-
cavó en Ronquín y definió tres grupos cerámicos (X, Y y Z) en una secuen-
cia ocupacional de dos períodos: Ronquín Temprano, asociado con el grupo
Y y, en menor medida con Z, y Ronquín Tardío, definido por X. En 1958,
Cruxent y Rouse proponen una secuencia regional, basados en el trabajo de
Howard, formada por los estilos Ronquín, de la serie saladoide, que corres-
ponde al grupo X de Ronquín Temprano, y Camoruco, de la serie arauqui-
noide, que se asocia con el Y del Ronquín Tardío. Ronquín, estilo cabecero de
la serie saladoide y nombrado tras el sitio Saladero del Bajo Orinoco por ser
considerado el más antiguo y puro. De origen amazónico, posee una cerámica
XXX Rodrigo Navarrete Sánchez

rojiza muy fina con antiplástico de arena fina, bordes en pestaña, asas verti-
cales acintadas, incisiones curvas superficiales, apéndices biomorfos cefálicos,
pintura blanca sobre rojo en áreas geométricas, motivos rayado cruzado, aso-
ciado con fragmentos de budare y piedras de moler. Lo ubican en los períodos
II y III de su cronología (1050 a. C.-1150 años d. C.). Mientras, el estilo arau-
quinoide Camoruco, que proviene de nuestros llanos occidentales venezola-
nos y toma su nombre del sitio Arauquín. Posee cauxí y decoración plástica
inciso-punteado-aplicada en muchas variantes (apéndices antropomorfos o
zoomorfos con tocados rayados; ojos grano-de-café, y dibujos rectilíneos in-
cisos profundos y finos en bandas, puntos, incisiones de canutillo o excisión.
Presenta fragmentos de budares, piedras de moler y majaderos líticos. Se ubi-
ca en el período IV (1150 a 1500 años d. C., posterior a Ronquín y coetáneo
con otros estilos de su serie (Arauquín, Matraquero y Guarguapo) así como
con la relacionada serie valencioide.
Iraida Vargas (1981) excavó en La Gruta y Ronquín, centrada en las re-
laciones sociales y técnicas de producción y en rasgos culturales del modo
de vida local. Infiere que la ocupación se inició 650 años a. C., período I de
la fase Ronquín —equivale a Ronquín de Cruxent y Rouse—, por pequeños
grupos de familias extendidas semisedentarias que vivían en casas comuna-
les en riberas estacionales, que basaban su subsistencia en la vegecultura, la
caza y la pesca. En el período II, entre 0 a 300 años d. C., se desplazan al
oeste, mantienen el patrón de asentamiento y subsistencia y modifican cier-
tos patrones estilísticos alfareros —abandono de antiplásticos orgánicos, la
acanaladura y la pintura polícroma e incorporación de otros como el rayado
cruzado y la pintura sobre base cruda—. En la Fase Corozal —estilo Camo-
ruco de Cruxent y Rouse—, desde 600 años d. C. y hasta 1400 años d. C.,
nuevos grupos crean aldeas, se hacen más numerosas concentradas en mon-
tículos naturales o en áreas alejadas del río e incorporan el cultivo del maíz
y el algodón a su subsistencia. Para Vargas, la tradición Ronquín expresa un
proceso que forma parte de los horizontes Blanco sobre Rojo y Hachureado
Estudio preliminar XXXI

en zonas extendidas por el occidente suramericano entre 800 y 600 años a.


C., durante el Formativo Andino, y difundido luego hacia las tierras bajas.
El trabajo de Anna Roosevelt (1980) en Parmana plantea que la obtención
de nuevas tecnologías, como el cultivo intensivo del maíz, potenció la produc-
ción en ambientes regionales y jerarquizar la organización social gracias al
crecimiento y concentración demográfica. Su secuencia se inicia con la tradi-
ción La Gruta —serie saladoide—, formada por las fases La Gruta, Ronquín
y Ronquín Sombra; presenta continuidad por los cambios propios de la serie
saladoide, mientras la siguiente tradición, Corozal, fases I, II y III, sería un
aporte intrusivo de tradiciones occidentales venezolanas, que gradualmente
van pasando del patrón decorativo de La Gruta y la presencia de antiplástico
de arena con fibras y tiestos molidos, hacia el cauxí y de nuevos rasgos decora-
tivos. La penetración arauquinoide de la tradición Camoruco en la zona, con
sus tres fases, muestra que durante La Gruta, con una subsistencia vegecul-
tora, la población era reducida; al contrario, la innovación semicultora con la
tradición Corozal (evidenciada por granos de maíz carbonizados), generó un
rápido crecimiento en Camoruco, que se estabilizó en los sitios permanentes.
Lathrap, uno de los arqueólogos más influyentes para la comprensión de
las culturas pretéritas suramericanas desde una compleja visión posibilista
ambiental, marcó una fuerte impronta en el trabajo de Zucchi. Luego de
mantener una profusa comunicación epistolar, se conocieron en un congreso
en San Diego. Lathrap, al contrario de algunos arqueólogos norteamerica-
nos, consideró desde un principio que el trabajo de Zucchi rebasaba el interés
local, y lo defendió como un trabajo fundamental para conocer a fondo las es-
tructuras de las tierras bajas suramericanas. De hecho, coincidían, sin cono-
cerse, en un enfoque o modelo que integra evidencia cerámico-arqueológica,
lingüística y etnográfica, enfrentada al reduccionista determinismo cultural
de Betty Megger, desde dos contextos ecológicos lejanos pero complementa-
rios, el Ucayali peruano y los llanos occidentales venezolanos.
XXXII Rodrigo Navarrete Sánchez

Por su parte, los trabajos de Zucchi, junto a Tarble, en la región ofrecen


aportes para interpretar la historia local: 1) refinan y amplían la cronología
de Rouse y Cruxent al definir dos nuevas series, cedeñoide y valloide; 2) cote-
jan los datos cronológicos y secuencias culturales locales y aplican un nuevo
modelo de dispersión y poblamiento regional, influido por el posibilismo am-
biental cultural de Donald Lathrap, y 3) en el que datos objetuales, lingüís-
ticos y etnográficos explican con más detalle el marco sociohistórico regional
(Tarble y Zucchi 1984, Zucchi y Tarble 1984).
Volviendo al Orinoco, Zucchi y Tarble, en primer lugar, definen la nueva
serie cedeñoide, considerada la más temprana ocupación regional con fechas
incluso anteriores a los 1000 años a. C., nombrada según el sitio Cedeño —a
pesar de que los análisis son de Agüerito—. Se caracteriza por una cerámica
con antiplástico de arcilla endurecida, combinado con arena, ceniza, carbón
o fibra vegetal, superficies amarillento-anaranjadas o grisáceas, formas sen-
cillas de boles redondeados o carenados y jarras pequeñas o vasijas globula-
res, decoración incisa de líneas horizontales continuas en bordes, incisiones
cortas o muescas sobre labios, motivos en panzas de líneas curvas o rectas
paralelas en una o más direcciones, y escasa pintura polícroma temprana y
roja sobre crudo con motivos burdos y líneas gruesas. Se asocia con el amplio
horizonte cerámico temprano —definido por Lathrap y Brochado (1980)—,
extendido por las tierras bajas suramericanas desde el cuarto milenio a. C. —
formas sencillas redondeadas, desengrasantes orgánicos y engobe rojo, raspa-
do, cepillado, muesqueado e incisión corta—. Esta alfarería se asocia a gru-
pos reducidos de ocupación esporádica y de gran movilidad, asociados con la
caza, pesca y recolección y tal vez con una agricultura incipiente, quienes, al
coexistir con los saladoides alrededor de 400 años a. C., inician su estabili-
zación productiva vegecultora y ocupacional mediante el uso simultáneo y/o
alternado del sitio. Entre 500 y 1000 años d. C., aparece en la coexistencia re-
gional un tercer grupo con cerámica con espículas de esponja, el cual se asocia
con la incorporación del maíz. Entre 1000 y 1200 años d. C. el predominio
Estudio preliminar XXXIII

arauquinoide se acentúa, con un aumento demográfico y probablemente una


fuerte presión política, mientras el material saladoide y cedeñoide disminuye
debido a su desplazamiento expansivo a otras áreas como los llanos occiden-
tales y la costa oriental.
Al otro extremo de la secuencia, la serie valloide, nombrada por el sitio
El Valle, surge tardía en el Orinoco, asociada a la arauquinoide entre 1000
y 1500 años d. C., lo que supone una posible coexistencia bajo dominación
política. Posee antiplástico de roca molida, forma y escasa decoración en tiras
o mamelones aplicadas, punteadas o muesqueadas triangulares o rombos y
apéndices zoomorfos macizos. La abundancia y persistencia estratigráfica del
material valloide en sitios interiores del Orinoco Medio que puede proceder
de río arriba o tierra adentro, permite suponer que implica penetraciones de
grupos sureños desde el estado Amazonas —fase Corobal, sitio Caño Asita y
cuevas funerarias de raudales orinoquenses—, posiblemente pertenecientes
al subgrupo caribe de la Guayana Occidental según el análisis de los datos
etnohistóricos y lingüísticos, pero esta vez relacionado con grupos minorita-
rios, posiblemente de filiación lingüística caribe de la Guayana Occidental,
con un patrón de asentamiento de tierra adentro y con una movilidad asocia-
da con ríos tributarios y secundarios (Tarble y Zucchi 1984).
Así, surgen tres cronologías con diferentes épocas de inicio que agrupan
o disgregan los componentes culturales: una corta (Sanoja), una larga (Rouse
y Lathrap) y otra alternativa corta (Zucchi-Tarble) (Navarrete 2000) En este
debate cronológico sobre el origen, antigüedad y desarrollo de las culturas
de tierras bajas suramericanas, Rouse y Roosevelt reconsideran la tesis de
Cruxent y Rouse del origen común de las series saladoide y barrancoide en
el estilo Saladero del Bajo Orinoco y plantean que la saladoide arrancó en el
Orinoco Medio de la fase La Gruta, circa 2000 años a. C., y luego derivó a
la barrancoide del Bajo Orinoco. Al contrario, Sanoja y Vargas afirman que
las tradiciones saladoide y barrancoide son independientes, pero comparten
una génesis amazónica en horizontes formativos andinos, y fijan el inicio
XXXIV Rodrigo Navarrete Sánchez

saladoide en el Orinoco Medio alrededor de 655 años a. C. En los primeros,


la idea de Lathrap sobre el origen temprano, circa 4000 a 5000 años a. C., y
local de las culturas de selva tropical da sentido a procesos regionales y a las
tierras bajas como foco de desarrollo cultural; al contrario, los otros, plegados
al determinismo ambiental de Meggers y a su supuesto de que las tierras ba-
jas no son sino receptoras de los procesos culturales de tierras altas, aceptan
fechas más tardías que expresan su difusión desde los Andes. Con el fin de
dilucidar este debate cronológico a lo largo del Orinoco y las migraciones de
ciertos grupos hacia áreas aledañas, entre 1976 y 1978 se excavó intensiva-
mente el sitio Agüerito.
El sitio multicomponencial de Agüerito (Zucchi y Tarble 1982; Zucchi
y Tarble 1984; Tarble y Zucchi 1984; Zucchi, Tarble y Vaz 1984) permitió
identificar una secuencia de seis alfarerías, asociadas con ocupaciones cul-
turales específicas (A-saladoide, B-cedeñoide, B-C-cedeñoide-arauquinoide,
C-arauquinoide, D-luego llamada valloide). Mediante los datos cerámicos y
la interpretación estratigráfico-estilística de las fechas radiocarbónicas, es-
tablecieron una secuencia ocupacional de cuatro períodos entre 1000 años
a. C. y 1400 d. C. El período I (1000 años a. C. - 499 d. C.) se caracterizó
por la cerámica cedeñoide y saladoide. El material cedeñoide se relacionó con
grupos con una subsistencia basada en la cacería, pesca, recolección y po-
siblemente una agricultura incipiente. Al fin del período (alrededor de 400
años d. C.) Agüerito fue ocupado simultánea o alternadamente por los dos
grupos. Durante el período II (500-1000 años d. C.), un pueblo que portaba
una cerámica desengrasada con cauxí, del horizonte arauquinoide, se asentó
en el área y quizás también introdujo el complejo maíz-frijol-calabaza. Este
período también se caracterizó por la aparición barrancoide en la cerámica
local, la que indica contactos entre el Orinoco Medio y Bajo. En el período
III (1000-1200 años d. C.), el incremento de la cerámica arauquinoide supo-
ne un incremento poblacional. Por otro lado, el descenso de las cedeñoide y
saladoide representó una posible migración de estos grupos a otras áreas o su
Estudio preliminar XXXV

asimilación por otras sociedades. Hacia el fin del período III y durante el IV
(1200-1400 años d. C.), mientras la popularidad de la cerámica arauquinoide
decrece debido a su movimiento expansivo, otra tradición plástica tardía, va-
lloide, se popularizó en el área (Navarrete 1994, 2000).
Zucchi y Tarble plantean que la ocupación cedeñoide pudo ser la primera
del Orinoco Medio. Asocian su cerámica con el Horizonte Temprano defi-
nido por Lathrap y Brochado (1980 Ms.), el que desde el cuarto milenio a.C.
se extendió a lo largo de las tierras bajas de Suramérica. La sexta alfarería
(D) en Agüerito permitió establecer la tardía serie valloide en la zona (1000-
1500 años d. C.) (Tarble y Zucchi 1984). La distribución geográfica y las
similitudes estilísticas con otras cerámicas del Alto Orinoco (p. e. Fase Coro-
bal, Caño Asita) indican que estos grupos provinieron de esa área. Cruzando
datos lingüísticos e históricos, relacionadas por grupos caribes de Guayana
occidental (Durbin 1974). También utilizaron la evidencia arqueológica para
reconstruir los mecanismos e interacción que pudieron usar los diferentes
grupos: a) comercio intertribal, b) coexistencia, c) alianzas matrimoniales y
d) uso alternado de los sitios por una o más sociedades. Al establecer estas
dos nuevas series, la construcción afinada de la nueva secuencia ocupacional y
tipos de interrelaciones implementadas por los diferentes grupos, el proyecto
fijó los límites inferior y superior de la historia ocupacional local y propuso
un nuevo modelo de poblamiento (Navarrete 1994).

La definición del cedeñoide sale con Agüerito. Todos los autores, inclu-
so Howard, Roosevelt y Vargas, la habían descrito y la incluían dentro
de otra. Pero para nosotros era una entidad cultural distintiva por su
pasta, decoración y otros rasgos. Nuestro aporte crucial fue aislarla y
diferenciarla de lo saladoide, barrancoide y arauquinoide regional. De
hecho, está representada por una variante más simple, pero también
se diferencia del arauquinoide y sus motivos lineales. Este trabajo per-
mitió demostrar una profundidad histórica mucho mayor de la que se
XXXVI Rodrigo Navarrete Sánchez

suponía y que Lathrap lo dice en El Alto Amazonas y, segundo, tanto


el cedeñoide como el valloide te permiten hablar no de grandes oleadas
homogéneas sino de muchos grupos diferentes que van estableciendo
alianzas y relaciones (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014).

El estudio del contexto ocupacional prehispánico regional mediante una


perspectiva que promovió modelos de dispersión poblacional basados en da-
tos arqueológicos y lingüísticos dirigió el interés de Zucchi también hacia
las migraciones prehispánicas desde Venezuela al Caribe. Como resultado,
fue capaz de proponer: a) relaciones formales estilísticas tempranas entre
la ocupación cedeñoide en el Orinoco Medio y complejos cerámicos en las
Antillas Mayores (p. e. El Caimito o Musiepedro, República Dominicana),
b) una relación tardía entre los cedeñoides y los mellacoides en las Antillas
Mayores y c) el uso prehispánico de otras rutas de comunicación y migración
entre la tierra continental de Suramérica y el Caribe además de las otras vías
orientales aceptadas tradicionalmente hacia las Antillas Menores. A pesar
del rechazo del uso terminológico por Rouse, Zucchi continuó utilizando en
el Orinoco Medio términos como complejo híbrido ya que le pareció una ima-
gen más adecuada e integral, aun viniendo de la biología. Para la autora un
complejo híbrido combina rasgos diagnósticos de diversas series arqueológicas
más allá de los cerámicos, junto a elementos líticos y de otras materias primas
y patrones como los de asentamiento y funerarios (Navarrete 1994, Zucchi
1984, 1988, 1990). Así,

En el Alto Orinoco quería conocer el origen de los cedeñoides y si


la migración barrancoide fue por el Negro-Casiquiare-Orinoco. Me
interesaban los montículos, pero sobre todo los arauquinoides, por lo
que publiqué mucho sobre eso. Se suponía que venían de los llanos
occidentales al Orinoco, por su presencia en Camoruco y otros estilos,
pero nadie explicaba cómo. Por esto, siguiendo mi estrategia, realicé
Estudio preliminar XXXVII

un reconocimiento regional en el Orinoco Medio para obtener una


panorámica y, posteriormente, en el Alto Orinoco. Las construcciones
de tierra son tardías porque las nuestras comienzan en 500 d. C.

La mayor contribución de la investigación junto a Tarble fue la introduc-


ción dentro del discurso arqueológico venezolano de tres elementos meto-
dológicos que reforzaron las interpretaciones: a) el concepto de modelo, es
decir, la definición de patrones regulares o mecanismos de ocupación y de
interacción social y medioambiental entre grupos que habitaban el territorio
mediante una larga secuencia de movimientos poblacionales, b) el concepto
de patrón que define los modos regulares culturalmente determinados de de-
sarrollo para la subsistencia, el asentamiento y las prácticas de interacción y
movimiento, y c) el uso de evidencia lingüística y etnográfica como fuente para
reconstruir procesos de ocupación regional (Navarrete 1994). Su tendencia
teórico-metodológica siempre asoma la influencia de tres autores: el modelo
de Lathrap (1970) sobre el desarrollo cultural y la expansión poblacional en
tierras bajas tropicales suramericanas, el histórico-genético de Durbin sobre
la familia lingüística caribe (1974) y el etnohistórico de Morey en los llanos,
que enfatizó los complejos patrones de interacción que se presentaron en la
cuenca del Orinoco durante el período de contacto (Navarrete 1994).
Posteriormente, el reconocimiento que realizó en el Caura (Blanco 2004)
intentó aclarar la presencia valloide y, en las excavaciones, determinó que
mientras se desplazaban río abajo, los arauquinoides subían y en el medio se
mezclaban. Como lo interpreta Zucchi,

Mientras te acercas a las cabeceras, hasta el salto Pará, escasos tiestos


arauquinoides atestiguan que eran dos grupos caribes diferentes que
ocuparon el Caura y confluyeron en su zona media. El valloide local
era muy simple en comparación con el descrito por Evans y Meggers
en la sección alta, mucho más elaborado, con complejos apéndices
XXXVIII Rodrigo Navarrete Sánchez

antropomorfos o zoomorfos, más parecido al arauquinoide tardío.


Aparentemente, según las fechas de 1500 a 2000 máximo a. C., los
cedeñoides son la penetración más temprana en toda la zona. Luego,
en el Alto Orinoco, las fechas más antiguas de Nericagua, 300 o 400
d. C., la hacen más reciente, pero es muy cedeñoide (Zucchi, comuni-
cación personal, 5/2/2014).

Zarpamos ahora río arriba, al Alto Orinoco

La región del Alto Orinoco cubre todo su recorrido dentro del estado
Amazonas desde sus fuentes hasta Puerto Ayacucho, y colinda en parte de
su trayecto con Colombia mientras recibe una gran cantidad de afluentes
desde esta nación, como el Casiquiare, el Ventuari, el Atabapo, el Inírida, el
Guaviare y el Vichada. Su variada vegetación comprende selvas, sabanas y
campos herbáceos, alta montaña, niveles de cormofitas y especies acuáticas
fluviales lacustres, distribuidos entre ríos de aguas blancas o de aguas negras.
Las primeras exploraciones europeas orinoquenses a fines del siglo XVIII y
durante el XIX, tuvieron un punto de interés ineludible para los viajeros en
las cuevas funerarias y los petroglifos del área de Puerto Ayacucho y los rau-
dales de Atures (Chaffanjon 1986, Crevaux 1988, Humboldt 1956, Marcano
1971). Sin embargo, la información arqueológica disponible de la región del
Alto Orinoco y el Alto Río Negro era mínima antes del proyecto regional
de Zucchi (Cruxent, Evans y Meggers 1959; Wagner y Arvelo 1986). Cru-
xent y Rouse (1982) definieron el único estilo cerámico regional, Cotúa, una
variante saladoide con pintura simplificada con ciertos rasgos barrancoides
como apéndices cefálicos prismáticos, provisionalmente ubicado a inicios del
período III de la cronología (350-1150 años d. C.). En 1957, Evans, Meggers
y Cruxent (Evans et al. 1959) definieron dos fases cerámicas mediante una
prospección regional: Nericagua, en el área de San Fernando de Atabapo,
definido por antiplástico de caraipé (ceniza de corteza vegetal), decorados con
Estudio preliminar XXXIX

incisión, modelado y pintura negativa y fechas entre 800 y 1414 años d. C.


—en el sitio Martínez se detectaron montículos alrededor de una plaza cen-
tral—, y Corobal, entre los rios Manapiare y Alto Ventuari, con antiplástico
de roca molida, motivos aplicados antropomorfos o zoomorfos. Wagner y
Arvelo definieron el complejo Monou Teri, a partir de una recolección en la
conexión del río Mavaca con el Orinoco, consistente en cerámica con carai-
pé o roca molida, decoración inciso-aplicada escasa, fragmentos de budares,
hachas y azuelas líticas pulidas y fechas entre 940 y 1450 años d. C. (Gassón
2002, Wagner y Arvelo 1986).
Zucchi empieza a explorar su vasto, casi desconocido e inhóspito territo-
rio en 1985 buscando pistas sobre los modelos de dispersión propuestos por
Lathrap en el Alto Orinoco como ruta conectiva. Diversificándolo, Zucchi
se desplazó a la región como consecuencia lógica de la etapa de sus trabajos
previos, el que proporcionó nuevas evidencias que profundizaron y reforza-
ron las hipótesis interpretativas para el Orinoco Medio. Al definir la serie
cedeñoide y los cambios temporales y espaciales, la búsqueda de sus orígenes
tenía que enfocarse en la cuenca amazónica y, así, profundizar en la explica-
ción de los desarrollos e interrelaciones culturales de las cuencas amazónica y
orinoquense (Navarrete 1994). En consecuencia, en 1985, inició un proyecto
de asentamientos humanos en ríos de aguas blancas y negras en la región del
Alto Orinoco y el Alto Río Negro con el fin de: a) proporcionar información
arqueológica sobre una de las regiones menos conocidas de Venezuela, b) ob-
tener información sobre la relación entre el hombre y el medioambiente en los
ríos de aguas blancas y negras, c) poner a prueba la tesis de Lathrap sobre la
relevancia de la ruta Negro-Casiquiare-Orinoco para la expansión de grupos
arawakos y maipures del Amazonas central al norte de Suramérica y el Ca-
ribe y la asociación de estos procesos con las tradiciones cerámicas saladoide
y barrancoide, y d) construir un modelo regional integrativo del desarrollo
cultural y la expansión mediante el uso de datos arqueológicos, ambientales,
lingüísticos, etnohistóricos y de tradición oral (Navarrete 1994).
XL Rodrigo Navarrete Sánchez

Gracias a la colaboración de su tutoreada Silvia Vidal (2000), Zucchi se


informó sobre el ambiente y las culturas indígenas actuales del Alto Ori-
noco. Otra de sus alumnas, María de la Guía González (1986), trabajó con
comunidades arawakas y guahibas y desmintió la idea de que los guahibos
asaltaban los conucos arawakos y demostró que su relación era mucho más
simbiótica que bélica, ya que los nómadas proveían de productos e informa-
ción a los arawakos y estos les permitían asaltar los conucos a cambio. “Les
ponían unas campanitas de semillas y, entonces, cuando las oían los dejaban
hacerlo” (A. Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014). Así, se movió del
Medio al Alto Orinoco, y desarrolló una productiva línea de investigación
que generó valiosos trabajos y tesis, como las de González (Tabares 2000,
Ruette 1998, Vall 1998).
Durante este proyecto, se localizaron sitios arqueológicos a lo largo de las
riberas aluvionales del Alto Orinoco, Atabapo, Casiquiare, Alto Río Negro
y Guainía y se establecieron cinco nuevos complejos cerámicos y siete sub-
áreas arqueológicas: a) Alto Ventuari-Manapiare, b) Bajo Ventuari-Orinoco,
c) Atabapo, d) Caño San Miguel, e) Guainía, 6) Negro y Casiquiare y 7)
Mavaca, cada una caracterizada por un complejo cerámico específico (Zucchi
1991a, 1992a, 1992b). La combinación de la información arqueológica con
los datos proveídos por otras disciplinas permitió construir un modelo más
integrativo sobre el origen de los grupos arawakos y maipures del norte: a)
su migración y sus causas internas y externas, b) los mecanismos de diferen-
ciación lingüística y étnica internas de los grupos maipures del norte y su ex-
presión en el contexto arqueológico, y c) el establecimiento de una secuencia
cronológica para estos procesos.
Zucchi y sus colegas y discípulas (1993) priorizaron la información etnoló-
gica y la tradición oral e incorporaron un elemento que frecuentemente es ig-
norado por los arqueólogos: la cosmovisión de los grupos como una expresión
simbólica del conocimiento del pasado. Esta información fue luego relaciona-
da con los complejos arqueológicos y sus áreas, así como con la distribución
Estudio preliminar XLI

lingüística. La nueva tradición cerámica de líneas paralelas (Zucchi 1991) fue


finalmente asociada a la expansión Maipure del norte desde sus territorios
ancestrales hacia la cuenca del Río Negro, norte de Suramérica y el Caribe
(Navarrete 1994). En consecuencia, en las últimas versiones de su modelo se
centra en las migraciones de los arawakos. Al entender el patrón de migra-
ción en un sentido micro en vez de en grandes oleadas, Zucchi lo relaciona
con su mitología, como lo ejemplifica el siguiente fragmento en donde intenta
demostrar que la evidencia material —petroglifos que espacial e iconográfi-
camente representan el relato— y la cosmovisión pueden provenir de un base
histórica concreta que justifica la jerarquía intertribal:

Su Dios Creador extrajo de los huecos en una roca —petroglifos— su-


cesivamente las diferentes unidades sociales que se desplazaron y asen-
taron en relación con el orden jerárquico de creación mitológica. En el
territorio, la fratria de mayor jerarquía ocupa los sectores más favorables
de un curso de un río y así sucesivamente y quizás un sib o fratría se ubi-
ca en una zona que no les gusta. Cuando migra un sib se reconstruyen
fratrías; entonces, el patrilinaje jerárquico más alto se convierte en la fra-
tría más alta y así sucesivamente. [...] Al negociar con un grupo local, se
establecían relaciones (matrimonios, especialistas) de interés tanto para
los migrantes como los residentes. No son solo bandadas, por lo que me
interesó tanto la etnología [...] Son demasiadas coincidencias para no
decir nada (Zucchi, comunicación personal, 5/2/2014).

Más que mera mezcla de elementos culturales, el modelo de Zucchi inte-


gra arqueología, lingüística, etnografía y tradición oral para acercarse de forma
más completa a la visión indígena pasada y presente, como en el caso del modelo
de origen, migración, recreación y etnogénesis piapoco —que se reproduce—
en su propia cosmogonía.
XLII Rodrigo Navarrete Sánchez

Por ejemplo, en La Punta, que es un sitio enorme con montículos


alrededor pequeños de viviendas que tiene petroglifos y parte de esos
petroglifos ellos dicen que [...] son los nombres de las fratrías [...] Y
da la casualidad que allí están unos sitios arqueológicos gigantescos.
Y ese es un sitio clave donde la sociedad se reorganiza para dar ori-
gen a las fratrías actuales [...] Donde se produjo una de las principa-
les reorganizaciones sociales de los piapoco que dio origen a la orga-
nización frátrica que existe en la actualidad (Zucchi, comunicación
personal, 5/2/2014).

Sin embargo, Zucchi reconoce que es necesario desarrollar reconocimien-


tos y excavaciones más intensivas en la cuenca orinoquense y en los llanos
orientales y en la Amazonia colombiana y llenar el vacío regional. Hasta aquí
el recorrido por los cauces orinoquenses y sus afluentes para Zucchi, aunque
sus interpretaciones sobre la Orinoquia aún continúan en construcción.

¿Y esto de la muerte y los cementerios coloniales?

En 1991, un inesperado cambio de cauce ocurrió en este continuo flujo in-


vestigativo, contribución que no incluimos en esta compilación al versar sobre
otro contexto temporo-espacial y sociocultural muy distinto al prehispánico
y que ha sido abordado ya en una serie de artículos y un par de libros que
aportan importante información sobre un tema poco explorado en la arqueo-
logía venezolana (Zucchi 2003, 2006, 2010a, 2009a, 2009b, 2010b, 2014).
Zucchi inició un proyecto de arqueología colonial imprevisiblemente en la
barra del lago de Maracaibo. Este último cambio, expresión de un proceso
general en nuestra arqueología, puede ser explicado a partir de eventos nacio-
nales e individuales acaecidos desde las décadas de los ochenta y noventa del
Estudio preliminar XLIII

siglo XX, cuando se produjo un desplazamiento epistemológico y temático,


de los arqueólogos como actores del cambio. La crisis teórica de los noventa,
con la disolución de la demarcación científica entre disciplinas, incrementó,
invadió y enriqueció otros campos y que estuvo marcada por un reencuentro
necesario entre historia, etnohistoria y arqueología, mientras la conmemora-
ción de los 500 años de la invasión europea de América, despertó el interés
sociopolítico e histórico-cultural local y global sobre este período —y otras
fuentes de financiamiento de la investigación— (Navarrete 1994).
El salto a la muerte y lo colonial fue accidental. En 1992, por solicitud del
alcalde del municipio Padilla, estado Zulia, Zucchi se desplaza a la isla de
Toas, según relata:

En la isla de Toas hay minas de cal y hay varias compañías que las
estaban explotando. Resulta que este alcalde tumba la vieja iglesia de
San Carlos que se estaba cayendo y mientras las máquinas estaban
limpiando salen unos ladrillos y unos huesos. Parece un cementerio
colonial. Mira, fue tal el interés que mostró y es tan raro ver a un polí-
tico que se interese por esas cosas, que me tocó la fibra. De esa excava-
ción, yo no tenía idea de meterme con los muertos, pero cuando vi los
diferentes tipos de tumbas y después fui a ver el cementerio de la isla
de Pájaros, me dije: “estas variaciones deben tener una cuestión tem-
poral, deben ser marcadores temporales”. Y allí me dediqué a recorrer
los cementerios viejos de toda Venezuela. Y pude hacer la evolución
arquitectónica funeraria desde 1700 más o menos hasta ahora (Zuc-
chi, comunicación personal, 5/2/2014).

En consecuencia, Zucchi, con el tesón y la curiosidad histórica y antro-


pológica que la caracteriza, se arrojó con pasión en esta línea de investigación
y se dedicó a realizar una recopilación detallada de información documental
sobre técnicas, procedimientos y estilos de enterramientos y un igualmente
XLIV Rodrigo Navarrete Sánchez

exhaustivo levantamiento de tipologías de cementerios y tumbas en cemen-


terios desde el siglo XVIII hasta principios del XX. En consecuencia, lo-
gró desarrollar un estudio comparativo tanto temporal como espacial de las
tipologías de cultura material funeraria colonial y republicana venezolana.
Posteriormente, desarrolló excavaciones intensivas en la iglesia de San Fran-
cisco (Coro, estado Falcón) y en las ruinas de la iglesia de San Bernardino, las
que le permitieron la recuperación histórica, patrimonial y arquitectónica de
estas edificaciones coloniales.

_______________________________

Hay procesos que una vez iniciados no pueden detenerse fácilmente. Aun
cuando te arrastran en su fluir, comienzas a controlarlos y dirigirlos con un
compromiso siempre mayor y un placer en aumento. Siempre involucrada
hasta las últimas consecuencias, Zucchi construyó su vida profesional con
una recrecida pasión y perseverancia, mientras que en cada meandro de su
cauce se encontraba con nuevas preguntas que responder.
Y ahora, ¿para dónde vamos, Alberta Zucchi?

Rodrigo Navarrete Sánchez


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Excavaciones en los Llanos occidentales

Las investigaciones sistemáticas iniciadas a comienzos de 1964 en el ya-


cimiento La Betania (sector centro-sur del estado Barinas), nos permitieron:
1) Conocer con más detalle algunas de las características culturales de dos de
los grupos humanos que durante la época prehispánica ocuparon los Llanos
occidentales de Venezuela; y 2) Formular algunas hipótesis sobre su desarro-
llo y relaciones con las áreas vecinas.
A través de esta investigación, fijamos la existencia de dos complejos bien
diferenciados y a la vez relacionados, los cuales se suceden estratigráficamen-
te y cronológicamente.
* Publicado originalmente en: Acta científica venezolana,N°19, 1968
62 Alberta Zucchi

Complejo Caño del Oso

Recibe su nombre del estilo que con la misma denominación establecie-


ron Cruxent y Rouse (1961: 214), y con el cual está íntimamente relacionado
(Zucchi: 1967 a).
El material de este complejo ocupa los niveles más profundos del yaci-
miento La Betania (desde los 0,50 metros de profundidad hasta la capa estéril
del fondo).
El estilo cerámico del mismo está integrado por una gran variedad de for-
mas de vasijas que abarca desde las formas muy simples hasta los complicados
platos de pedestal (Lám. 1, E), vasijas biconvexas de dos cuerpos (Lám. 1, C,
D, F), tapaderas campaniformes, coladores (Lám. 1, B, G), vasijas mortero
(Lám. 1, A). Los otros objetos del estilo cerámico son: figurillas de arcilla,
discos, cuentas de collar y bolas, probablemente pertenecientes a boleadoras
(Ibíd, 1967 b: 18-22). La técnica decorativa predominante en esta alfarería es
la pintura marrón y/o roja, aplicada sobre engobe blanco o rojo, y formando
motivos básicamente lineales.
Los estilos lítico y óseo del complejo incluyen: manos y piedras de moler,
pulidores, moletas, buriles, hachas pulidas, piedras trabajadas, cuentas de co-
llar y agujas.
En resumen, inferimos que las principales características del grupo Caño
del Oso son: alfarería elaborada, decorada con pintura monocroma y/o polí-
croma, subsistencia basada en el cultivo de maíz, en la caza y la pesca, y con
sitios de habitación probablemente palafíticos (Ibíd: 1967 a).

Complejo La Betania

El material de este complejo ocupa los niveles superiores del yacimiento


(desde la superficie hasta los 0,50 metros de profundidad). Básicamente,
su estilo cerámico está formado por la mayoría de las formas de vasijas del
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 63

complejo anterior, pero presenta a su vez nuevos elementos que incluyen:


vasijas globulares y vasijas multípodas con patas periformes huecas (Lám.
2, E, H).
En este caso, las características de la decoración pintada son difíciles de
precisar, ya que, por su ubicación en los niveles superiores, el material se en-
cuentra bastante deteriorado y no permite determinar las combinaciones y
los motivos. Sin embargo, podemos observar algunos elementos incisos y
aplicados sobre los bordes (Lám. 2, A-D) o en la parte superior de las patas
(Lám. 2, F, G, I). El estilo cerámico del complejo La Betania incluye, además
de las vasijas, dos tipos de budare: uno, con desengrasante de arena; y el otro,
con desengrasante vegetal de tipo amazónico (Linné, 1925: 38-47).
Podemos resumir que las principales características del grupo La Betania
son: alfarería similar a la de Caño del Oso, acompañada por vasijas globulares
y multípodas, decoradas con motivos incisos y modelados, subsistencia basa-
da en el cultivo de la yuca y probablemente del maíz, y en la caza y la pesca; y,
con sitios de habitación sobre construcciones artificiales de tierra.

Cronología

A través de una serie de fechas, proporcionadas mediante análisis de C14,


determinamos que la ocupación del sitio oscila entre 2180 +/- 110 y 750 +/-
150 años a. p. (Tammers, 1965: 59-61).
De este lapso de tiempo, el período comprendido entre 2180 y 1300 a.p.,
corresponde tentativamente al complejo Caño del Oso; mientras que el com-
plejo La Betania abarca, aproximadamente, desde 1300 hasta 750 a. p.
Las fechas de radiocarbono, antes indicadas, nos han permitido modificar
la tabla cronológica de Venezuela occidental, establecida por Cruxent y Rou-
se (1961; Rouse y Cruxent: 1963). Así, el estilo Caño del Oso, íntimamente
relacionado con nuestro complejo del mismo nombre, ha sido reubicado en el
período II, en lugar del período IV, en donde estos autores lo habían colocado
64 Alberta Zucchi

tentativamente (Ibíd, 1961: 217). Y por otra parte, ha añadido el complejo La


Betania, en la tabla cronológica del área de Barinas.

Hipótesis

A pesar de que las investigaciones sobre los Llanos occidentales de Vene-


zuela, se encuentran todavía en su etapa inicial, los resultados obtenidos en
estas excavaciones nos permiten ampliar el conocimiento sobre los grupos
que habitaron el área, y además, formular algunas hipótesis que servirían
como punto de partida en las próximas investigaciones:
Hipótesis 1. Actualmente es posible identificar dos de los grupos que ha-
bitaron los Llanos occidentales: uno más antiguo, con habitaciones palafíti-
cas, y otro posiblemente más reciente, con habitaciones sobre construcciones
artificiales de tierra.
Hipótesis 2. El complejo La Betania podría estar relacionado con Mesoa-
mérica a través de Tumaco (sector sur-occidental de Colombia).
Hipótesis 3. Es probable que ambos grupos (Caño del Oso y La Betania)
mantuvieran contacto durante un largo período de tiempo, y que este contac-
to en las etapas finales, se convirtiera en fusión.
Hipótesis 4. Es posible que, tanto la cerámica polícroma como algunas
formas cerámicas se difundieran a partir de Suramérica hacia Mesoamérica.

Discusión de las hipótesis


Hipótesis 1
Esta hipótesis se basa en el análisis de la estratigrafía y su relación con el
material arqueológico.
Los restos más antiguos, correspondientes al primer complejo (Caño del
Oso), se encuentran directamente sobre la capa de arena que marca el fondo
del depósito. Ello nos permitió inferir que dicho grupo ocupaba preferente-
mente las orillas de los ríos o caños, o sus inmediaciones. Tanto el yacimiento
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 65

de Caño del Oso (Cruxent: 1955), como el de La Betania (Zucchi: 1967 a), se
encuentran cerca de corrientes de agua.
Por otra parte, si tenemos en cuenta que los asentamientos no son tem-
porales, y que, a pesar de las inundaciones periódicas características de la
zona, no se encuentra evidencia de movimiento artificial de tierra, podemos
suponer que este grupo construía viviendas palafíticas en sus sitios de habita-
ción. Sin embargo, hasta ahora los únicos datos que se poseen en tal sentido
son los suministrados por algunos investigadores que han trabajado en zonas
que confrontan problemas similares. Bennett, al excavar un montículo en La
Mata (área de Valencia) encuentra en un nivel inferior, correspondiente a ha-
bitantes lacustres, evidencias de pilotes de viviendas palafíticas (1937). Cru-
xent en el mismo sitio, encuentra huellas de horcones en los niveles inferiores
a los de los constructores de montículos (Cruxent, comunicación personal).
Del mismo modo, Osgood sugiere que este tipo de vivienda fue utilizado por
los grupos que habitaron el lago de Valencia (1943: 49).
Por otra parte, la suposición de la existencia de un segundo grupo, ca-
racterizado por construcciones artificiales de tierra, se basa en dos hechos
observados durante las excavaciones:
1. Los niveles estratigráficos que forman los montículos contienen mate-
rial correspondiente al complejo Caño del Oso, en escasa cantidad y suma-
mente desgastado.
2. El material del complejo La Betania está ubicado en el resto del yaci-
miento y en los niveles superiores a los que corresponden al complejo anterior.
Sobre esta base, es posible inferir que el grupo del complejo La Betania
ocupó un sitio ya habitado por el grupo Caño del Oso; y además, es probable
que en la construcción de los montículos empleara la tierra de los antiguos
pisos de habitación.
Esta segunda parte de la hipótesis solo se podrá corroborar cuando
se encuentren los sitios ocupados exclusivamente por los constructores
de montículos. A través de ellos, estaremos en condiciones de conocer más
66 Alberta Zucchi

claramente las características de estos grupos, excluyendo todos aquellos ele-


mentos producto del contacto, que indudablemente están presentes en el ac-
tual complejo La Betania.

Hipótesis 2
La relación entre el complejo La Betania y Mesoamérica se basa en ciertas
patas huecas (Lám. 2, H). Estas patas, sin embargo, no tienen nexo directo
con las de los otros estilos de Venezuela occidental, los cuales están relacio-
nados con Mesoamérica a través del sector norte de Colombia; en cambio, su
forma es casi idéntica a las de algunas patas huecas procedentes de Tumaco
(Colombia) (Cubillos: 1955).
Reichel-Dolmatoff postula que alrededor de los 500 años a. C. una nueva
oleada de influencia, probablemente proveniente de Mesoamérica, alcanza
todo sector comprendido al sur del río San Juan; sus efectos se hacen más
intensos hacia el área de Tumaco, y de allí, se extienden hacia Ecuador (1965:
110).
Analizando las semejanzas entre las patas de La Betania y las de Tumaco,
pensamos que si ambos complejos están relacionados, las influencias deben
haber tenido una dirección suroeste-noreste; es decir, a través de los Llanos
Orientales de Colombia, a partir del sector costero suroccidental de las mis-
mas, y no a través de la parte norte, como aparentemente sucedió con la ma-
yoría de los otros estilos del occidente venezolano.
Sin embargo, debido a la escasez y fragmentación de la información que
poseemos por el momento, es difícil determinar el significado de tales seme-
janzas; por ello es de vital importancia conocer arqueológicamente la extensa
región de los Llanos Orientales de Colombia —prolongación de los Llanos
occidentales de Venezuela— los cuales representan un sector clave en la com-
probación o rechazo de esta hipótesis.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 67

Hipótesis 3
El análisis del material y sus frecuencias parecen indicar que el grupo del
complejo Caño del Oso mantuvo relaciones con otros grupos de la zona, es-
pecialmente con el de La Betania, siendo estas últimas particularmente pro-
longadas.
Durante las primeras etapas del contacto, la cultura receptora (Caño del
Oso) predomina, pero adopta nuevos rasgos, los cuales se integran sin llegar
a popularizarse (Willey et ál., 1955: 19-20). En cambio, en las etapas finales
ambas culturas parecen fundirse, predominando, en esta fusión, los rasgos
de la cultura intrusiva (La Betania) (Ibíd: 15-18). En estas etapas finales se
popularizan aquellas formas introducidas en el complejo anterior, se modifi-
ca el patrón de asentamiento mediante la introducción de las construcciones
artificiales de tierra y se adopta el cultivo de la yuca, probablemente sin aban-
donar el del maíz.

Hipótesis 4
En 1963, cuando Rouse y Cruxent obtuvieron la primera fecha absoluta
(2180 +/- 300 a. p.) para el yacimiento de Tocuyano (1963: 68), se confirmó
la antigüedad de la alfarería polícroma en Venezuela.
Esta fecha (la más antigua para cerámica, hasta ahora publicada, para
Centro- y Suramérica) sirvió de base a la hipótesis de Coe, sobre el probable
origen suramericano de la alfarería polícroma (1962: 177).
Tomando en cuenta que en el yacimiento La Betania obtuvimos una fecha
similar a la de Tocuyano (2180 +/- 150 a. p.), y puesto que el complejo Caño
del Oso no se puede relacionar directamente, ni en sus orígenes ni en su de-
sarrollo, con este estilo, es factible suponer que Caño del Oso representa otro
centro de alfarería polícroma, independiente del anterior, cuyos orígenes son
todavía bastante problemáticos.
Tomando en cuenta, por una parte, la antigüedad de Caño del Oso y por
la otra, las semejanzas que existen entre algunas formas cerámicas de este
68 Alberta Zucchi

complejo (platos de pedestal) y las de algunos complejos panameños (El Ha-


tillo, Coclé, Veraguas, Chiriquí) (Willey: 1954; Ladd: 1964), con fechas más
recientes para este tipo de forma, es posible pensar que la misma se originara
en Suramérica y que de allí se difundiera hacia Mesoamérica.
Es indudable que estas investigaciones han abierto un sinnúmero de inte-
rrogantes, algunas de las cuales ya se han contestado parcialmente, mientras
que las otras solo recibirán respuesta cuando se amplíen las investigaciones a
otros yacimientos de la zona.

Resumen

A través de las recientes excavaciones en el yacimiento La Betania (esta-


do Barinas), pudimos establecer dos complejos diferentes pero relacionados,
comprendidos cronológicamente entre los 2180 +/- 110 y los 750 +/- 150
años a. p.
A la vez, estas investigaciones permitieron:
1. Diferenciar tentativamente dos de los grupos que, durante la época pre-
hispánica, ocuparon el área de Barinas.
2. Postular una posible relación entre el complejo La Betania y Mesoamé-
rica, a través del sector suroccidental de Colombia.
3. Postular la existencia de contactos prolongados y posiblemente una fu-
sión entre ambos grupos.
4. Ampliar la hipótesis de Coe (1962) sobre la posible difusión de rasgos
desde Suramérica hacia Mesoamérica.
Lámina 1. Material cerámico correspondiente al Complejo Caño del Oso
Lámina 2. Material cerámico perteneciente al Complejo La Betania.
Nuevos datos sobre la antigüedad
de la pintura polícroma de Venezuela (1972)*
Alberta Zucchi

Resumen

Las excavaciones arqueológicas recientes en los llanos occidentales vene-


zolanos han revelado la existencia de una nueva tradición temprana de pin-
tura polícroma (Caño del Oso). Esta tradición parece ser mucho más antigua
que la Tocuyano, la cual hasta el momento proporciona la datación absoluta
más antigua no solo para Venezuela sino para el Caribe, Centroamérica y
Mesoamérica. La posición cronológica de la pintura polícroma de Caño del
Oso, sus características y la ausencia de relaciones estilísticas con Tocuyano,
permite la formulación de dos hipótesis en relación con el lugar de origen de
esta técnica: Venezuela y Colombia. Así mismo, permite asumir que dentro
de Venezuela, la pintura polícroma se expandió, se difundió de un grupo lo-
cal a otro independientemente de otros rasgos cerámicos.
* Publicado originalmente en inglés como: New data on the antiquity of polychrome painting from Venezuela. En: American
Antiquity, Journal of the society for American archaeology. Vol. 37, N° 3, july. 1972
72 Alberta Zucchi

Sobre la base de hallazgos arqueológicos en las áreas intermedia y cari-


beña, Coe ha sugerido la existencia de un “horizonte sloping” del rasgo de la
pintura polícroma que se expandió desde Venezuela occidental hacia Cen-
troamérica y Mesoamérica (1962: 177). Nuestros datos de las investigaciones
arqueológicas en el área de Barinas de Venezuela (fig. 1) apoyan la afirmación
de Coe y, además, muestran que la pintura polícroma aparece incluso en una
fecha más temprana en los llanos occidentales venezolanos.

Arqueología de Barinas

Las estructuras artificiales de tierra construidas por los pueblos prehis-


pánicos en el área de Barinas (montículos, calzadas, campos drenados) han
captado la atención desde tiempos coloniales. Sin embargo, la investigación
arqueológica en el área ha sido escasa. Cruxent desarrolló la primera excava-
ción sistemática en el sitio de Caño del Oso (1955); el material que obtuvo le
permitió establecer el complejo Caño del Oso (1958: 214-217).
Nuestras excavaciones nos permitieron dividir en dos este complejo:
Caño del Oso y La Betania (Zucchi 1967). En este artículo, concentra-
remos nuestra atención en la cerámica del complejo Caño del Oso, la cual
hasta el momento ha proporcionado las fechas más antiguas para pintura
polícroma no solo para Venezuela sino también para el Caribe, Centroamé-
rica y Mesomérica.
La cerámica de este complejo está bien elaborada, con superficies cuidado-
samente alisadas o pulidas. Presenta una amplia gama de formas cerámicas
que incluyen tanto tipos relativamente simples así como otros sumamente
elaborados tales como los platos altos de pedestal, botellas con dos secciones
biconvexas y tapas campaniformes (fig. 2). Las vasijas cerámicas tienen fre-
cuentemente siluetas compuestas con ángulos basales agudos. Las formas de
bases más populares son las convexas, las anulares o las planas, pero también
se encontraron patas y bases de anillo y pata.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 73

La decoración cerámica consiste en pintura, la cual se aplica sobre un en-


gobe rojo o blanco o sobre la superficie cruda. Las combinaciones de colores
son marrón sobre blanco, marrón sobre crudo, rojo sobre blanco y marrón y
rojo sobre blanco. Los elementos decorativos, principalmente de líneas senci-
llas a agrupadas, son bastante simples.
La decoración de las ollas y de las vasijas de bocas abiertas consiste en
líneas rectas y sinuosas asociadas con puntos, drop y triángulos rellenos (fig.
3). Usualmente, cubre el labio (rim), la sección superior del cuerpo y el borde
(ridge). Las botellas y los platos con pedestal son las formas cerámicas con la
decoración pintada más elaborada. En estos, los motivos lineales se combinan
con espirales, áreas rellanas, círculos y pequeñas figuras estilizadas que pere-
cen ser zoomorfas (fig. 4). En las botellas, los motivos pintados se encuentran
alrededor de la boca y del cuello o sobre los ridges del cuerpo o ridges. Los pla-
tos de pedestal son pintados en su superficie interna mientras que las bases
son decoradas en la externa.

Cronología

El análisis de la distribución estratigráfica de los tipos cerámicos y las fechas


radiocarbónicas obtenidas en el sitio de La Betania permiten dividir al com-
plejo Caño del Oso en tres fases de desarrollo. Estas tres fases pertenecen a los
períodos II y III de la cronología regional venezolana (Rouse y Cruxent 1958:
9), a las que se les asignaron los límites cronológicos mostrados en el cuadro 1.
Las recientes excavaciones arqueológicas en el Montículo I de Hato de la
Calzada, otro sitio en el área de Barinas, han proporcionado muestras de car-
bón adicionales asociadas con la pintura polícroma de Caño del Oso (cuadro
2). La construcción de esta estructura ha sido ubicada entre los 500 y 550
años d. C. y ha sido atribuida al grupo de la Fase C (Zucchi 1971).
La irregularidad que puede observarse en la secuencia de fechas radio-
carbónicas (Tamers 1969, 1970) puede explicarse por el hecho de que los
74 Alberta Zucchi

constructores aparentemente utilizaron la tierra de los alrededores, que con-


tenía los restos de las ocupaciones tempranas del sitio (fases A y B). Aunque
los análisis no se han concluido y que la información final en relación con
estas fases tempranas será provista por las excavaciones en los terrenos planos
adyacentes al montículo, la secuencia obtenida parece indicar que la cerámica
polícroma de Caño del Oso puede ser tan temprana como 920 años a. C.
Los datos de ambos sitios nos permiten establecer que:

1. El rasgo de la pintura polícroma estaba presente en los llanos


occidentales venezolanos durante el inicio del período II (1000-900
años a. C.).

2. La pintura polícroma de Caño del Oso con la fecha radio-


carbónica probablemente más temprana en 2970 +/- 150 años ra-
diocarbónicos: 920 años a. C. (IVIC-549), podría ser 700 años más
temprana que Tocuyano, datado en 2180 +/- 300 años radiocarbóni-
cos: 230 años a. C. (M-257) (Rouse y Cruxent 1963: 68), la cual hasta
recientemente fue el complejo polícromo más antiguo de Venezuela, el
Caribe y Centroamérica (Coe 1962: 177).

Debido a que Tocuyano y Caño del Oso son ambos muy antiguos y no
están relacionados estilísticamente, se puede asumir que durante el final del
período II se presentaban al menos dos tradiciones de pintura polícroma en
el territorio que comprende la moderna Venezuela. La primera de estas tra-
diciones está representada por la cerámica de la serie Tocuyanoide (Rouse y
Cruxent 1963: 67-71).
Durante la primera mitad del período II, desde Tocuyano, el complejo
tipo, localizado en el área de Barquisimeto, la pintura polícroma tocuyanoide
parece haberse expandido hacia las montañas (complejo Aeródromo), los lla-
nos occidentales (complejo Agua Blanca) y la costa central (complejo Cerro
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 75

Machado) (Rouse y Cruxent 1963: 67-71). Al mismo tiempo, también parece


haberse extendido al área de Ranchería de Colombia, Vía La Pitía (Gallagher
1964: 333) así como a Panamá (Coe 1962: 177).
La segunda tradición de pintura polícroma está representada por la ce-
rámica de la serie Osoide, a la que pertenecen los complejos de Caño del
Oso y La Betania. Hasta el momento, las elaboradas formas de vasijas y la
decoración pintada que caracterizan las fases tempranas del complejo Caño
del Oso parecen limitarse solo a los llanos occidentales. Fuera del territorio
venezolano se han encontrado similitudes con el Área Intermedia y el Ama-
zonas a partir de rasgos aislados de forma y decoración. Por esta razón, nos
inclinamos a creer que en la formación del complejo estuvieron involucradas
influencias de las dos áreas. Sin embargo, el estado presente del conocimiento
no nos permite establecer dónde y cómo se desarrolló.
Comparando la información de estas dos tradiciones polícromas de Ve-
nezuela dos hechos resaltan: (1) que no están relacionadas estilísticamente a
pesar de su cercana ubicación geográfica, y (2) que la dispersión de todos los
rasgos establecida hasta el momento, parece haber ocurrido después de 200
años a. C. Por ahora, no conocemos nada en relación con el período anterior
a esta fecha ni en relación con su posible lugar de origen. A partir de esta
conexión y exclusivamente en relación con la técnica de la pintura polícroma,
quisiéramos formular dos hipótesis alternativas:

1. La técnica probablemente se desarrolló en el complejo Caño del


Oso, en algún sector de los llanos occidentales (estados Apure, Bari-
nas y Portuguesa) durante el final del período I (2000-1000 años a.
C.). Alrededor de 300 años a. C., se empezó a expandir al norte hacia
el área de Barquisimeto y, desde allí, pasó a otras áreas dentro del te-
rritorio venezolano y también a Colombia y Centroamérica (Fig. 5a).
76 Alberta Zucchi

2. Entre 2000 y 1000 años a. C., la técnica se desarrolló en alguna


parte de los llanos colombianos, penetró a Venezuela desde el sur a
través del estado Apure o por el río Orinoco, fue adoptada por la gente
de Caño del Oso y luego se movió hacia el norte (Fig. 5b).

La evidencia desde Venezuela parece indicar que la adopción de la técnica


por los grupos locales fue independiente de los motivos decorativos y otros
rasgos cerámicos que caracterizaron a la cerámica de la gente que inicialmen-
te la desarrolló. Cada grupo que la adoptó desarrolló la técnica en su propia
forma particular.

Tabla 1.
Tabla 2.
Figura 1.
Figura 2.
Figura 3.
Figura 4.
Figura 5.
Ocupaciones humanas prehistóricas de
los Llanos occidentales de Venezuela (1973)*
Alberta Zucchi
Departamento de Antropología - IVIC, Caracas

Resumen

Investigaciones arqueológicas recientes en los Llanos occidentales ve-


nezolanos han proveído fechas muy antiguas relacionadas con el cultivo
de maíz. La evidencia obtenida en el Montículo 1, en el sitio Hato de La
Calzada, indica que estas sabanas inundables en temporada de lluvias fue-
ron ocupadas desde el 920 a. C. al 500 d. C. por la gente de Caño del Oso,
quienes practicaban la caza, la pesca y el cultivo de maíz. Alrededor del 500
d. C. el cultivo de mandioca y las construcciones artificiales de tierra fueron
introducidos en esta área. Ambos elementos fueron obtenidos probable-
mente por contactos con gente Arauquinoide, quienes habitaron los bancos
del Orinoco. Los datos disponibles a pesar de la antigüedad de la mandioca,
basados en la siembra sistemática en campos inundables en otras partes de
Suramérica, sugieren que el desarrollo de este sistema tuvo su origen en la
cuenca amazónica.
* Publicado originalmente en: American Antiquity, vol. 38, 1973
84 Alberta Zucchi

Las sabanas inundadizas, con suelos impermeables y vegetación abundan-


te, cubren una amplia extensión de las tierras bajas tropicales de Suramé-
rica (Denevan, 1964). Las poblaciones humanas que habitaron estas áreas
hicieron frente a las condiciones ambientales mediante la construcción de sus
asentamientos en tierras elevadas naturalmente o mediante el uso de la cons-
trucción de palafitos. En ocasiones, también llegaron a edificar una variedad
de construcciones artificiales de tierra, que representan uno de los más elabo-
rados tipos de modificaciones humanas sobre el medio ambiente.
Aunque algunas de estas ancestrales construcciones de tierra han sido
conocidas desde la época de la conquista española, en general han recibido
poca atención de parte de antropólogos, geógrafos y ecologistas. Sin em-
bargo, en los últimos años, y después de un detallado estudio geográfico de
las construcciones artificiales de los Llanos de Mojos en Bolivia (Denevan,
1966), especialistas en diferentes campos han comenzado a interesarse cada
vez más. Grandes construcciones de tierra han sido recientemente descritas
en las planicies inundables del río San Jorge de Colombia (Parson y Bowen,
1966), en la costa de Surinam (Laeyendecker-Roosenburg, 1966), en las sa-
banas de Bogotá (Broadbent, 1968) en el lago Titicaca (Smith, Denevan y
Hamilton, 1968), en el valle de Río Guayas en Ecuador (Parsons 1969) y
en los Llanos occidentales de Venezuela (Denevan, 1970). Estos hallazgos
recientes indican que la técnica para las construcciones artificiales de tierra
era ampliamente conocida a través de Suramérica.
De acuerdo a su probable uso, estas estructuras artificiales pueden
ser agrupadas en tres grandes tipos: 1) de agricultura, que incluye a to-
dos los tipos de campos drenados ideados para la mejor explotación del
potencial agrícola de las tierras bajas tropicales; 2) de asentamiento, que
incluye casas, templos, montículos funerarios, islas artificiales y fosos; 3)
de comunicación, que incluye aquellas construcciones ideadas para faci-
litar el transporte y el desplazamiento interno, como calzadas y canales
(Denevan 1966: 58-90).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 85

Debido a que se sabe muy poco acerca de cualquiera de estas construc-


ciones de tierra, así como del grupo humano directamente responsable de
su elaboración y el momento en el que fueron edificadas, un gran número de
investigaciones arqueológicas se ha dedicado a ese propósito en los Llanos
occidentales venezolanos. Este artículo describe y analiza las estructuras y
provee fechas radiocarbónicas de un montículo artificial localizado en el sitio
Hato de La Calzada (8° 4’ 2’’ Lat. N; 70° 11’ 3’’ Long. O), en el estado Barinas
(Fig. 1). Los resultados obtenidos serán comparados con los datos obtenidos
de otras sabanas inundables de Suramérica.

El sitio y el montículo

El sitio Hato de La Calzada cubre un área de aproximadamente 8 km2 e


incluye un número de montículos artificiales conectados entre sí a través de
calzadas, conocidas localmente como Calzada Páez (Cruxent 1952, 1966).
El grupo, localizado en el límite norte de la calzada, incluye el Montículo I y
otros dos montículos más pequeños adyacentes. Estas tres estructuras yacen
entre la corriente del río Caño del Oso al norte, y los grandes esteros al sur.
El Montículo I posee una forma cónica, de 11,8 metros de altura, y en-
tre 60 y 80 metros de diámetro. Está formado por capas de tierra que se
diferencian por su grosor, así como por su composición y por el nivel de
humedad, lo que indica que fueron obtenidas de distintos lugares y a dife-
rentes profundidades en el área circundante. Los análisis de la estructura
del Montículo I se basan en las características principales del corte vertical
del montículo (Fig. 4).

Como puede observarse, el terreno sobre el cual fue construido el montí-


culo era ligeramente desnivelado, más elevado en sus alrededores, y con una
concavidad en el medio. Debido a la inclinación inicial en el pozo 9, imagina-
mos que el piso original era naturalmente elevado. Las capas IX y X indican
86 Alberta Zucchi

que esta pendiente era más pronunciada hacia la periferia del montículo. Es
probable que la elevación natural de la tierra fuese un factor decisivo en la
elección para la construcción de la estructura.
Las capas I y II constituyen la base de la estructura. La primera de estas
capas presenta una gran acumulación de tiestos y conchas de caracol que lle-
nan la zona cóncava del piso original. La capa II, compuesta de arcilla que-
mada, parece haber sido dispuesta para asegurar el material de relleno que
había sido colocado previamente. Sin embargo, también es posible que esta
capa, así como las otras capas de arcilla fina quemada que se encuentran en
otras partes de la estructura, sean el resultado de prácticas ceremoniales, o
producidas por accidente.
Las tres capas siguientes, que forman parte del cuerpo del montículo, son
diferentes entre sí pero homogéneas en su composición. Esto sugiere que el
material del cual están constituidas fue obtenido de diferentes lugares y pro-
fundidades del área vecina. También es probable que la selección de estos ma-
teriales y su disposición fuesen hechas de acuerdo a técnicas de construcción
bien establecidas. Las tres capas son trapezoidales en su forma, con una pla-
taforma en la parte superior, dándole al montículo una forma cónica o similar
a la de una pirámide truncada. Las capas desde la VI en adelante muestran
contornos irregulares en el borde superior, pero es difícil establecer si dichas
irregularidades son accidentales o intencionales. Con la excepción de las ca-
pas I y VII, donde encontramos hogares, ninguna de las otras muestran evi-
dencias de ocupación. Por esta razón, nos inclinamos por creer que el proceso
de construcción fue continuo y que cada capa solo tenía un propósito técnico.
Hay poca evidencia relacionada con el posible uso de estos montículos.
Sin embargo, la ausencia de esqueletos o restos humanos y el hecho de que en
esta área los enterramientos son usualmente encontrados en tierras planas, es
una prueba de que estas estructuras no fueron dispuestas para enterramien-
tos. Por otro lado, el hecho de que en los sitios de Hato de La Calzada y La
Betania los montículos más elevados se encuentran al norte podría indicar
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 87

que estas construcciones más grandes tenían propósitos ceremoniales o eran


las bases de templos elaborados con materiales más perecederos. Finalmente,
también es posible que debido a su altura fueran utilizados como torres de
observación para la comunicación a través de las planicies, o con propósitos
defensivos (desde la cima del Montículo I puede observarse una gran porción
de las sabanas entre los ríos Ticoporo y Canaguá).

Los constructores de montículos

El material arqueológico encontrado en el Montículo I pertenece a los


complejos Caño del Oso y La Betania que representan una reciente subdivi-
sión (Zucchi 1967, 1968) del Estilo Caño del Oso de Cruxent y Rouse (1958:
185-187). El primero de estos complejos está caracterizado por alfarería
elaborada, con formas de vasijas muy elaboradas, y en donde prevalecen las
inflexiones angulares en las siluetas de las vasijas. Las bases son convexas o
anulares con grados variables de elevación, pero los soportes de patas y las
bases anulares se encuentran con cierta frecuencia. La decoración consiste
en pintura monocroma y polícroma. Los motivos son lineales, pero ocasio-
nalmente combinados con elementos como espirales, círculos, triángulos,
punteado y goteado. Otros artefactos de este complejo son: cuentas, agujas,
manos y metates, bolas, figurinas, discos y malacates (Zucchi 1968: 135).
Los complejos La Betania y Caño del Oso comparten numerosos rasgos,
pero a estos se les deben añadir una variedad de grandes vasijas globulares
y multípodas. Debido a la erosión en la superficie, no ha sido posible de-
terminar si se poseía una decoración pintada en la alfarería del complejo La
Betania, y solo la presencia de pequeñas aplicaciones o incisiones en la parte
superior de las patas o cuellos puede ser observada. Los artefactos asociados
a este complejo son los mismos que aquellos descritos para Caño del Oso, con
la excepción de dos tipos de budares, uno de los cuales posee desengrasante
de caraipé (Zucchi 1968: 135).
88 Alberta Zucchi

Las características del material cerámico, la carencia de relación directa


con la alfarería de otros complejos en Venezuela, y las fechas radiocarbóni-
cas obtenidas del sitio La Betania, nos permiten establecer una nueva serie
Osoide (Zucchi 1967: 179-180). Esta serie cubre los períodos II, III y IV de
la cronología regional de Cruxent y Rouse.
La alfarería que corresponde al complejo Caño del Oso se encuentra dis-
persa a lo largo de toda la estructura del Montículo I, desde la capa I hasta la
VIII. Por otra parte, el material de La Betania fue encontrado únicamente
en las capas IX y X. El material relacionado al complejo Caño del Oso puede
dividirse en dos grupos: a) el material abundante encontrado en la base del
montículo (capa I) que consiste en grandes fragmentos con poca decoración;
y b) el material escaso y erosionado que está disperso entre las capas II y VIII.
Algunas de las piezas muestran concreciones, que son el resultado aparente
de haber estado sumergidas bajo el agua por largos períodos de tiempo.

Cronología

Antes de discutir la cronología del Montículo I, es necesario describir las fases


de desarrollo en las que se dividen los complejos Caño del Oso y La Betania, así
como su posición cronológica y su asociación con los patrones de asentamiento.
En un trabajo anterior, se propuso que las estructuras artificiales están
asociadas al complejo La Betania y que por esto habían sido construidas por
su gente (Zucchi 1967: 193). Sin embargo, de acuerdo a los datos obteni-
dos del Montículo I, ahora nos inclinamos por concluir que estas estructuras
fueron construidas también por la gente de la Fase C del complejo Caño del
Oso. Esta nueva posición está basada en la presencia de material de La Be-
tania encontrado solamente en los dos niveles superiores (capas IX y X) del
Montículo I; la ausencia de material de La Betania en los niveles inferiores de
la estructura del montículo y la asociación directa entre los hogares encontra-
dos en la parte superior (capa VII) y la base (capa I) con material de Caño del
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 89

Oso. En adición, las dos fechas obtenidas de estos hogares, 454 d. C. (IVIC-
540) y 550 d. C. (IVIC-582), encajan perfectamente con los límites crono-
lógicos propuestos para la Fase C. Finalmente, dado que ambas fechas son
bastante similares y fueron obtenidas de los dos únicos niveles que muestran
señales de ocupación, nos inclinamos por considerar que están relacionadas
con el proceso de construcción del montículo.
Por otra parte, puede observarse que el resto de las fechas asociadas al
montículo son un poco irregulares (Tabla I). Esta irregularidad puede ex-
plicarse por el hecho de que la composición de la tierra de la estructura fue
obtenida de los sectores planos adyacentes que habitaron las personas de las
Fases A y B en fechas anteriores. Los materiales arqueológicos y el carbón
dejado por las personas de estas fases (quienes no elaboraron construccio-
nes artificiales de tierra) fueron traídos a la estructura durante el proceso de
construcción llevado a cabo por la gente de la Fase C. Por esta razón, consi-
deramos que esas fechas relacionadas con los períodos II y III (920 a. C. y
150 d. C.) están relacionadas con las ocupaciones tempranas mencionadas
anteriormente y no con las fechas de construcción del montículo. Finalmen-
te, las dos fechas obtenidas de las capas I y VII (IVIC-470 e IVIC-469) son
también muy recientes para pertenecer al resto de la secuencia.

Conclusiones

Existen dos posiciones diametralmente opuestas que reconstruyen la


prehistoria del Bosque Tropical de Suramérica. La primera fue propuesta
por Steward, quien consideró a la cultura del Bosque Tropical como un
derivado de la cultura Formativa de los Andes. Evans y Meggers han se-
guido el modelo de Steward (1961) ya que consideran que muchos aspectos
de la cultura amazónica derivan del oeste andino. El segundo modelo fue
postulado por Lathrap (1970), quien sugiere que el sistema agrícola tem-
prano e intensivo de las tierras bajas tropicales de Suramérica se centró en
90 Alberta Zucchi

las llanuras inundables de los grandes ríos y cuencas del Amazonas. Dicho
sistema agrícola maximizó el potencial del limitado pero excelente suelo
aluvial tropical del ambiente de planicies inundables, y también tuvo un
significado importante para la obtención de recursos ricos en proteínas de
los ríos y sus sistemas asociados de lagos. En Colombia (Reichel-Dolma-
toff 1965), Venezuela (Cruxent y Rouse 1958), Brasil (Evans y Meggers
1957), y Perú (Lathrap 1962) la extensión y profundidad de los basure-
ros dejados atrás por las personas que implementaron estos sistemas son
impresionantes al indicar la existencia de comunidades de considerable
dimensión y asentamiento.
La confiabilidad y productividad del sistema agrícola del Bosque Tropi-
cal, cuando es practicado en llanuras inundables adyacentes a los grandes
ríos, apoya la idea de una rápida expansión poblacional. Como han enfati-
zado Sternberg (1964) y Lathrap (1970), la cantidad de llanuras inundables
activas en las tierras bajas tropicales de Suramérica es severamente limita-
da, por lo que este crecimiento poblacional pudo haber llevado a adaptar
el sistema agrícola del Bosque Tropical a otros nichos ecológicos más reta-
dores e inicialmente menos prometedores. Los campos inundables anual-
mente por estaciones de las tierras tropicales suramericanas ofrecen dichas
condiciones pero apoyan sistemas agrícolas productivos.
Imponer una agricultura efectiva en tierras inundables estacionales se-
guramente implicó la solución de ciertos problemas específicos. En primer
lugar, estaba el problema de elevar las áreas de viviendas sobre el nivel del
agua durante las inundaciones. Esto pudo resolverse ya fuese mediante la
construcción de viviendas palafíticas o por la construcción de montícu-
los de tierra. Evidencias del Tutishcainyo temprano en el Alto Amazonas
(Lathrap 1970: 88) y de Ananatuba, en la desembocadura del Amazonas
(Meggers y Evans 1957: 591), indican que las viviendas palafíticas eran par-
te de la adaptación ribereña desde tiempos remotos.
Segundo, los implementos agrícolas capaces de romper la tierra pesada
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 91

debieron estar disponibles. Y, finalmente, la fluctuación anual entre las inunda-


ciones y la temporada árida debió ser controlada. Esto pudo haberse logrado ya
fuese mediante el cultivo de un rango de plantas con períodos cortos de cultivo
—como el maíz, que podía ser sembrado y recolectado entre los periodos de
inundaciones anuales—, o por la construcción de campos elevados para el culti-
vo durante la temporada de inundaciones. La evidencia de agricultura intensiva
en las sabanas inundables durante la temporada de lluvias en Suramérica indica
que los pobladores nativos utilizaron ambas estrategias.
Hasta ahora, la evidencia obtenida en Hato de La Calzada podría indicar
la explotación agrícola temprana de las sabanas inundables por temporada, lo
que favorece a la primera alternativa. De acuerdo a la evidencia arqueológica,
la subsistencia de las personas de las Fases A y B del complejo Caño del Oso
se basaba en la caza, la pesca y el cultivo de maíz. La práctica de la caza y de la
pesca se establece sobre la base de los abundantes fragmentos de caparazones
de tortuga y restos de peces, aves y mamíferos terrestres. Adicionalmente,
numerosas bolas cerámicas fueron recuperadas en el sitio La Betania (Zuc-
chi 1967b). Igualmente, el cultivo de maíz se evidencia por la presencia de
manos, metates, y mazorcas carbonizadas. Una de las mazorcas obtenidas
en La Betania fue clasificada como pollo (Paul Mangelsdrof, comunicación
personal). Hasta los momentos, la fecha directamente asociada a esta ma-
zorca indica el cultivo de maíz más temprano de la Venezuela prehispá-
nica (Wagner y Zucchi 1966). La única mazorca carbonizada obtenida
del Montículo I aún no ha sido analizada. Las evidencias del Montículo
I indican que el sistema agrícola basado en el cultivo de maíz comenzó
cerca del 920 a. C. (IVIC-549) y continuó hasta el 500 d. C., cuando
fue modificado por la introducción de la mandioca y la aparición de las
técnicas de construcciones de tierra. Ambas técnicas fueron obtenidas
probablemente por gente Arauquinoide que habitó los llanos centrales
del Orinoco desde la segunda mitad del período III hasta la primera mi-
tad del período IV. Esta gente practicó el cultivo de mandioca y también
92 Alberta Zucchi

elaboró construcciones artificiales de tierra como una forma de elevar las


áreas de habitación sobre el nivel del agua durante la temporada de inun-
daciones (Rouse y Cruxent 1963: 90-95).
Las evidencias del área de Barinas indican que la gente de Caño del Oso
(Fase C) construyó montículos y calzadas. Sin embargo, nos inclinamos a
pensar que también debieron construir campos agrícolas, debido a que la in-
troducción del cultivo de mandioca en las sabanas implicó el uso de algún
mecanismo para hacer frente a las inundaciones. Recientemente, Denevan
ha reportado campos drenados más al sur del estado Barinas (1970: 649-
650), pero hasta ahora no hay información sobre el grupo responsable de su
construcción. También existe la posibilidad de que algunos de los campos
agrícolas construidos por la gente de Caño del Oso hayan desaparecido de la
superficie debido a su baja altura y a rápida acumulación aluvial.
Las evidencias recientes sugieren que la utilización intensiva temprana de
las tierras inundables anuales que involucraron el cultivo de mandioca y las
construcciones artificiales de tierra también puede encontrarse en la desem-
bocadura del Amazonas. Hasta ahora, las fechas absolutas más tempranas
relacionadas con este sistema se encuentran en un rango entre el 70 a. C. (SI-
201) y el 690 d. C. (SI-199) y pertenecen a la cultura Marajoara. Sin embar-
go, Evans y Meggers consideran estas fechas demasiado tempranas para su
secuencia de Marajoara (Mielke y Long 1969: 173-174). Las construcciones
de tierra encontradas en otras áreas inundables de Suramérica parecen ser
más tardías.
La concentración principal de campos elevados en las sabanas costeras
de Surinam está asociada a la construcción de los montículos Hertenrits,
que datan de alrededor del 700 d. C. (Laeyendecker-Roosenburg 1966: 35).
En las planicies inundables del río Guayas, los campos agrícolas, los enterra-
mientos y los montículos de habitación están asociados a la cultura Milagro.
La gente de Milagro ocupó el área desde el 500 d. C. hasta la llegada de los
españoles (Meggers 1966: 132). En las planicies inundables del río San Jorge,
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 93

las construcciones de tierra están asociadas al complejo Betanci-Viloria, que


es bastante tardío, y estaba aún floreciendo cuando los españoles penetraron
en el área alrededor del año 1530 (Reichel-Dolmatoff 1965: 125-128). En los
Llanos de Mojos, en el Alto Velarde y Hernmark, dos de los tres comple-
jos asociados a la construcción artificial de tierra tienen fechas tentativas del
1000 d. C. (Willey 1958: 371). El tercer complejo, Masicito, es considerado
como precontacto tardío (Denevan 1966: 24). Estos datos indican que el cul-
tivo en las sabanas que involucró a la mandioca y a las construcciones artifi-
ciales de tierra parece haberse desarrollado en la cuenca amazónica.

Tabla 1.
94 Alberta Zucchi

Figura 1. Mapa de localización

Figura 2. Vista del montículo I y la excavación


Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 95

Figura 3. Vista aérea de la excavación

Figura 4. Sección transversal vertical del montículo


Tabla 1. el radiocarbono data del Montículo I
Datos recientes sobre la prehistoria de
los Llanos occidentales de Venezuela (1976)*
Alberta Zucchi

Las sabanas inundadizas de Suramérica constituyen el ecosistema menos


conocido desde el punto de vista arqueológico. Hasta el presente, los traba-
jos pioneros de Nordenskiöld (1913; 1924; 1930), Bennett (1930) y Ryden
(1941), llevados a cabo en la época de los treinta y cuarenta, aún proporcionan
la mejor información arqueológica sobre los llanos de Mojos. La situación
de los llanos colombianos es más grave, ya que hasta hace poco no se habían
realizado excavaciones sistemáticas, con la excepción del survey de Morey y
Marwitt, así como la inspección y excavación de probables montículos agrí-
colas por parte de los Reichel-Dolmatoff (1974, 189-194). Hasta 1964, la
situación relacionada con los llanos venezolanos era similar, aunque mayor
que aquella descrita para otros países. Cruxent y Rouse en su síntesis de ar-
queología venezolana habían establecido siete estilos cerámicos para esta área
que abarca unos 300.000 km2 (1961; 1963). En este trabajo, trataremos de
resumir la información referente a los llanos occidentales obtenida durante la
última década, haciendo énfasis en los resultados más recientes.
* Publicado originalmente en: Antropológica, N° 45, 1976: 3 - 17.
98 Alberta Zucchi

Los llanos venezolanos ocupan una tercera parte de la superficie del país
y están situados en su parte central, entre los tres principales sistemas mon-
tañosos: La cordillera de la Costa al norte, los Andes al oeste y el escudo de
Guayana al sur (Fig. 1). A pesar de las características que los llanos compar-
ten con otras sabanas de América, como: a) una pluviosidad de más de 800
mm; b) una altitud que oscila entre los 10 y los 1200 metros sobre el nivel del
mar, y c) una topografía plana (llanuras aluviales cuaternarias en los llanos de
Colombia, Venezuela y Bolivia, o antiguas planicies suavemente onduladas,
como los cerrados brasileños) (Sarmiento y Monasterio, 1975: 231), los llanos
no constituyen un ecosistema homogéneo. En ellos se pueden establecer va-
rias subdivisiones, siendo la más general aquella basada en su ubicación geo-
gráfica dentro del territorio, y que refleja variaciones topográficas definidas.
En consecuencia encontramos: 1) los llanos orientales, donde predominan las
mesas; 2) los llanos centrales, caracterizados por colinas bajas; 3) los llanos
occidentales, que tienen un micro-relieve definido y en donde los ríos están
bien encauzados; y 4) los llanos meridionales, que tienen una hidrografía di-
vagante y en donde ocurren extensas inundaciones fluviales. En este trabajo
nos concentraremos en los llanos occidentales, en donde se ha llevado a cabo
el mayor número de investigaciones arqueológicas y ecológicas recientes.
Los llanos occidentales constituyen una cuenca sedimentaria de baja al-
titud, con una topografía plana cubierta de depósitos aluviales y eólicos del
Pleistoceno y de edad reciente. De los procesos geomorfogenéticos cuaterna-
rios resultaron varias formas de relieve, como: terrazas, abanicos aluviales,
llanuras inundables y eólicas (Sarmiento, Monasterio y Silva, 1971). El clima
de la región es uniforme, con períodos alternados de humedad y sequía, y su
vegetación puede agruparse en cuatro grupos principales: selvas, sabanas hú-
medas, sabanas secas y esteros (Fig. 2). Sarmiento y sus asociados (Sarmien-
to, Monasterio y Silva, 1971: 52-59) han descrito siete paisajes y treinta y un
sistemas de relieve para esta área. Como puede verse en la Fig. 2, existe un
contraste considerable entre el sector noroccidental y suroriental de los llanos
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 99

occidentales. En el primero predominan las selvas y las sabanas secas, mien-


tras que las sabanas húmedas que existen en él sufren con menos intensidad
las severas inundaciones estacionales. Esto contrasta marcadamente con el
sector meridional, en donde predominan las sabanas húmedas y los esteros, y
las inundaciones son de larga duración y afectan grandes extensiones.
Aunque durante la última década, la intensificación de la investigación ar-
queológica en los llanos occidentales haya revelado algunos de los principales
fenómenos ocurridos durante la época prehispánica, el panorama total dista
aún mucho de ser completo. La información disponible parece indicar que la
historia cultural de los llanos occidentales puede ser dividida en dos etapas,
cada una de las cuales se caracteriza por fenómenos distintivos propios. La
primera de éstas, que se podría llamar Temprana, comenzó alrededor del año
1000 a. C., finalizando aproximadamente entre los 400 a 500 d. C. La se-
gunda, o Tardía, comenzó al terminar la anterior y probablemente culminó
alrededor de los 1500 d. C., con la llegada de los españoles.

La Etapa Temprana

Los datos disponibles hasta el momento indican que el primer grupo que
habitó los llanos occidentales fue Caño del Oso (Zucchi, 1967; 1968; 1972;
1973), y que sus asentamientos más antiguos datan del comienzo del primer
milenio a. C. (Zucchi, 1973: 186-187). El lugar de origen de esta gente es
todavía poco claro, pero nos inclinamos a creer que hayan penetrado a los
llanos desde la parte suroccidental del país. Estas comunidades formativas
tempranas de los llanos occidentales tienen una antigüedad similar a las de
las comunidades Saladoides y Barrancoides (Rouse y Cruxent, 1963: 114-
115; 83-84) del Orinoco Medio y Bajo.
Tanto los grupos del Orinoco como los Osoides de los llanos eran seden-
tarios y tenían eficientes sistemas agrícolas. La yuca amarga fue el cultivo
temprano básico a lo largo del Orinoco, mientras que el maíz lo fue en los
100 Alberta Zucchi

llanos occidentales. En este trabajo no nos referiremos a los detalles relacio-


nados con los grupos Caño del Oso, ya que estos han sido tratados en forma
extensiva en diferentes publicaciones. El único punto que nos gustaría enfati-
zar es la aparente relación entre la ubicación de estas comunidades agrícolas
tempranas y la división ecológica general de los llanos occidentales que men-
cionamos al comienzo del trabajo. El área seleccionada por los grupos Caño
del Oso (sector noroccidental del estado Barinas) es la más favorable desde
el punto de vista agrícola, y como ya habíamos dicho, constituye un sector en
donde las inundaciones estacionales son menos severas. A este respecto es in-
teresante señalar que es precisamente aquí donde se desarrolla, actualmente,
la principal actividad agrícola de los llanos.
Otro punto que deberíamos subrayar es que, durante este largo período
temprano, los contactos entre los grupos Caño del Oso y las comunidades
formativas del Orinoco y, posteriormente, con aquellos del estado Lara, como
Tocuyano (Cruxent y Rouse, 1961: 176-180), aparentemente no produjeron
cambios de importancia. Por otra parte, parece evidente que durante este lar-
go período la población de Caño del Oso creció gradual y sostenidamente,
como lo demuestra el número de asentamientos prehispánicos que se encuen-
tran en la zona. A consecuencia de este crecimiento, la población Osoide se
extendió hacia el norte, pero, aparentemente, siempre manteniéndose dentro
del sector llanero que presentaba las mismas condiciones ecológicas que su
área de ocupación más antigua en el territorio venezolano.

La Etapa Tardía

Durante la primera mitad de esta etapa ocurren en los llanos occidentales


las primeras influencias de los grupos Arauquinoides, mientras que durante
la segunda mitad estos grupos penetran y se asientan en ellos. Sin embargo,
antes de discutir el papel de estos grupos en la prehistoria llanera, nos referi-
remos brevemente a la naturaleza de la serie Arauquinoide, a sus relaciones
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 101

con otras tradiciones similares de Suramérica y a las hipótesis que han surgi-
do en relación a su lugar de origen.
La serie Arauquinoide, denominada así por Cruxent y Rouse (1963: 90-
95), estuvo integrada inicialmente por cuatro complejos cerámicos. Tres
de ellos localizados en las riberas inundadizas del Orinoco, mientras que
Arauquín, el yacimiento tipo, se encuentra en el estado Apure. En Ve-
nezuela existen otros dos complejos que parecen estar relacionados o in-
fluenciados por esta serie: Valencia, en la parte central del país (Rouse y
Cruxent, 1963: 91-100), y Nericagua, a lo largo del río Ventuari (Evans,
Meggers y Cruxent, 1959: 359-369).
La alfarería de la serie Arauquinoide se caracteriza por el uso de cauxí
como desengrasante, por una decoración hecha a base de líneas incisas fi-
nas y profundas en la cual el motivo central es el triángulo, así como por un
elaborado trabajo de aplicación que incluye representaciones antropomorfas,
zoomorfas y abstractas.
Tal como lo han señalado varios autores, los rasgos que caracterizan a la
serie Arauquinoide se relacionan con los de una tradición cerámica que alcan-
zó gran difusión en Suramérica (Meggers, Evans, 1961: 381; Lathrap, 1971:
164-170). En la actualidad existen dos puntos de vista opuestos en cuanto a
su probable lugar de origen. Meggers y Evans atribuyen la aparición de algu-
nos elementos que la caracterizan a las influencias provenientes de las tierras
altas de Colombia, y sugieren que la misma se haya difundido en dos direccio-
nes: a lo largo del Orinoco hacia su desembocadura, y río arriba adentrándose
en la cuenca amazónica (1961: 381). Lathrap, en cambio, considera que esta
tradición se originó en algún lugar de la ribera norte del Amazonas Medio o
Bajo, y desde allí se difundió hacia otros sectores de Suramérica (1971: 168).
Una tercera posición, que solamente se refiere al segmento venezolano de esta
tradición cerámica, fue sugerida por Cruxent y Rouse, quienes consideran el
sector de San Fernando de Apure o la gran curvatura del Orinoco como posi-
ble lugar de origen, y como su ancestro a algún complejo Barrancoide aún no
102 Alberta Zucchi

identificado (Rouse y Cruxent, 1963: 94). Habiendo resumido las caracterís-


ticas de esta tradición cerámica y las posiciones referentes a su posible lugar
de origen, pasaremos a considerar el papel que los grupos responsables de su
manufactura jugaron en la prehistoria de los llanos venezolanos.
Alrededor del año 500 d. C., comienzan a ocurrir en el complejo Caño
del Oso cambios que dan lugar al surgimiento del complejo de La Betania
(Zucchi, 1967; 1968). Estos cambios están representados por la adopción el
cultivo de la yuca amarga, tal como se evidencia por la aparición de budares, y
la construcción de estructuras de tierra. La aparición simultánea de elemen-
tos decorativos plásticos en la alfarería Osoide podría estar relacionada con
este mismo proceso; sin embargo, ya que por el momento este hecho no ha
sido analizado en detalle, nos referiremos exclusivamente al cultivo de la yuca
y a la construcción de estructuras de tierra.
Como ya mencionamos, si bien la yuca amarga fue el alimento principal
de los grupos Barrancoides y Saladoides, por el momento no existen eviden-
cias arqueológicas que apoyen el supuesto de que su cultivo haya penetrado
a los llanos altos occidentales antes del año 500 d. C. Por el contrario, la
aparición de budares al final de la secuencia de Caño del Oso (Fase C., 650-
1400 d. C.) confirma nuestra posición de que la yuca amarga fue introducida
tardíamente en los llanos occidentales de Venezuela (Zucchi, 1967; 1968).
Por otra parte, la evidencia venezolana sobre las construcciones artificiales
también indica que esta técnica no se conocía, o por lo menos no se aplicaba,
antes de los 500 d. C. Nosotros consideramos que, en los llanos occidentales,
la adopción del cultivo de la yuca y la técnica para construir estructuras arti-
ficiales de tierra, ocurrió. alrededor de los 400 a 500 d. C., como resultado de
contactos con los grupos Arauquinoides, quienes las conocían y además ha-
bitaban sectores cercanos. Para apoyar esta proposición es necesario que exa-
minemos brevemente tanto la naturaleza de los sitios Arauquinoides, como
el sistema de subsistencia de estos grupos. Al hacerlo, se hace evidente que la
técnica para construir montículos era conocida y aplicada por algunos de los
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 103

grupos Arauquinoides. En efecto, los sitios de Camoruco y Matraquero son


montículos artificiales de arena (Rouse y Cruxent, 1963: 93; Howard, 1943:
77-81) construídos, probablemente, con la finalidad de proteger las viviendas
durante las inundaciones. Los demás sitios Arauquinoides que se encuen-
tran a lo largo del Orinoco ocupan sectores elevados de las riberas, los cuales
se convierten en islas durante la crecida del río. Desafortunadamente, sin
embargo, por el momento desconocemos la naturaleza del sitio Arauquín, el
complejo supuestamente más antiguo de la serie, así como la de otros sitios
Arauquinoides de esta zona. Si bien las fechas de C14, obtenidas reciente-
mente en el montículo de Camoruco, son tardías (1280-1495 d. C.), cree-
mos que la construcción de montículos fue una técnica desarrollada por los
Arauquinoides para hacer frente a las inundaciones del Orinoco. La misma
parece haber pasado a los llanos, en donde fue perfeccionada por los Osoides,
quienes la emplearon para otros fines, además de la elevación de las viviendas
(Zucchi, 1972b; 1973).
Hasta hace poco, los datos arqueológicos relacionados con la subsistencia
Arauquinoide indicaban que la yuca amarga probablemente había sido el ali-
mento principal de estos grupos (Rouse y Cruxent, 1963: 93). Sin embargo,
excavaciones recientes en yacimientos Arauquinoides tardíos, de los llanos y
del Orinoco, indican que el cultivo de maíz también se practicaba. No obs-
tante, por ahora no tenemos información relacionada con el momento y el
lugar en donde este cultivo fue adoptado por estos grupos.
Alrededor del año 1000 d. C., una gran parte del territorio venezolano fue
afectada por lo que podría llamarse la gran “Expansión Arauquinoide”. A este
respecto hemos elaborado un esquema tentativo para explicar las diferentes
etapas de la ocupación Arauquinoide en el territorio venezolano, y su impre-
sionante movimiento expansivo. Algunas partes de este esquema se basan en
datos arqueológicos disponibles, mientras que otras han sido sugeridas por
ellos, pero tendrán que ser corroboradas o modificadas a través de las futuras
investigaciones. Para iniciar el esquema debemos partir de dos supuestos: 1)
104 Alberta Zucchi

que los grupos portadores de esta tradición cerámica eran grupos de selva
tropical con un sistema agrícola originalmente basado en el cultivo de la yuca
amarga; 2) que en Venezuela, las evidencias más antiguas de la ocupación
Arauquinoide deben encontrarse, como lo sugieren Rouse y Cruxent, a lo
largo de la gran curvatura del Orinoco.
Desafortunadamente, existe muy poca información arqueológica sobre la
supuesta área de ocupación Arauquinoide temprana dentro del territorio vene-
zolano. Sin embargo, nos inclinamos a pensar que deberán encontrarse sitios
con fechas del orden de los 4-500 d. C. y/o anteriores, a lo largo de este segmen-
to del Orinoco y en las sabanas adyacentes de los estados Apure y Bolivar (Fig.
3). Durante el lapso comprendido entre los 400-500 a 1000 d. C. la población
Arauquinoide parece haberse expandido hasta ocupar gran parte de los sitios
favorables ubicados en las riberas inundables del Orinoco Medio y del Apure
así como aquellos de las sabanas adyacentes. Punto Fijo, un sitio Arauquinoide
ubicado en la margen norte de este último río, proporcionó una fecha de C14 de
855 d. C. Esta expansión podría ser indicativa de presiones demográficas que
precedieron y en último término, ocasionaron el impresionante movimiento
expansivo que ocurrió entre los años 1000-1400 d. C. La presencia de un sis-
tema de campos elevados en el sector suroriental del estado Barinas, al norte
del río Apure y cerca de su confluencia con el Orinoco, puede ser indicativa de
estas presiones y de la necesidad de adecuar para la agricultura sectores llaneros
que hasta entonces habían sido considerados marginales, debido a las extensas
inundaciones periódicas. Inicialmente ya habíamos sugerido que este sistema
agrícola pudiera haber sido proyectado para proveer superficies elevadas y bien
drenadas, indispensable para el cultivo de tubérculos (Zucchi y Denevan, 1975:
214), aunque también se los utilizara para otros cultivos como el del maíz. Al-
rededor de los 1000 d. C. (Fig. 4) la población Arauquinoide inició su gran
expansión en dos direcciones: a) hacia el este, a lo largo del Orinoco hasta su
desembocadura, y posiblemente a lo largo de sus principales afluentes. La evi-
dencia arqueológica indica que este movimiento a lo largo del Orinoco desplazó
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 105

o reemplazó a sus ocupantes previos (Rouse y Cruxent, 1963: 90-95); b) hacia


el norte, penetrando en los llanos occidentales. Es probable que durante este
movimiento algunos grupos se dirigieran hacia la parte central del país, ya que
en la zona del lago de Valencia el complejo con el mismo nombre tiene estrecha
semejanza con el material del sitio de Tucuragua, recientemente excavado en el
Orinoco Medio.
Finalmente, los resultados de las investigaciones más recientes señalan
varios hechos relacionados con esta expansión:
1. Los grupos Arauquinoides que ocuparon los llanos seleccionaron
para sus asentamientos en esta área aquellos microambientes que te-
nían características similares a las de su lugar de origen: las selvas de
galería y las matas (Zucchi, 1972c; Zucchi y Denevan, 1975: 214;
Zucchi, 1976).
2. Es probable que la penetración y el asentamiento de los grupos Arau-
quinoides en los llanos occidentales, frecuentemente se haya logrado
a través de acciones bélicas asociadas con canibalismo y obtención de
cabezas-trofeo (Zucchi, 1976).
3. La expansión de la población Arauquinoide dio lugar al desplazamien-
to y penetración a los llanos de otros grupos de selva tropical con los
cuales los Arauquinoides mantenían estrechas relaciones. Este hecho
podría explicar la variedad de complejos cerámicos que se encuentran
en la zona, así como sus interrelaciones.
4. El área donde la alfarería Arauquinoide alcanzó su más alto grado de
elaboración está localizada a lo largo de la gran curvatura del Orinoco
(Lám. 1). Al alejarse de este núcleo central, la decoración de la alfarería
se hace considerablemente más sencilla y muestra una gran variabili-
dad local (Lám. 2).
5. Parece evidente que entre los diversos grupos Arauquinoides que ha-
bitaron los llanos y el Orinoco existió una vasta red de intercambio.
Los análisis de termoluminiscencia, actualmente en curso, sugieren la
106 Alberta Zucchi

posible existencia de varios centros de manufactura de alfarería, ubica-


dos tanto en los llanos como a lo largo del Orinoco, y cuyos productos
eran intercambiados entre los diversos grupos. Otro hecho, sugerido
por estos análisis, es que las esponjas de cauxí pudieran haber consti-
tuido otro de los renglones de intercambio entre el Orinoco y los gru-
pos Arauquinoides que ocuparon el estado Portuguesa, el más septen-
trional de los llanos occidentales.

Resumen

A través de las investigaciones recientes se ha establecido que la pre-


historia de los llanos occidentales de Venezuela puede ser dividida por lo
menos en dos etapas: una etapa temprana comprendida entre los 500 a. C. y
los 500 d. C., y una tardía cuya posición cronológica abarca el período com-
prendido entre los 500 y 1500 d. C. El trabajo discute las características de
cada una de ellas enfatizando sus relaciones con el desarrollo cultural de la
región del Orinoco.
Figura. 1
Figura. 2
Figura. 3

Figura. 4
Lamina. 1
Lamina. 2
Evolución y antigüedad
de la alfarería con esponjilla en Agüerito,
un yacimiento del Orinoco Medio (1982)*
Alberta Zucchi
Kay Tarble

Los resultados del análisis del material obtenido en el yacimiento Agüe-


rito, en el Orinoco Medio, han permitido determinar que durante la ocupa-
ción del sitio la alfarería con desengrasante de esponjilla experimentó una
serie de cambios. El trabajo analiza los cambios ocurridos en las formas
cerámicas y en cada una de las técnicas decorativas. Analiza, además, las
fechas de C-14 que se han obtenido hasta el momento, las cuales sugieren
la posibilidad de que esta alfarería sea mucho más antigua de lo que hasta
ahora se había pensado.
Tradicionalmente se ha considerado que la alfarería con desengrasante de
espícula de esponjilla (cauxí) era característica del período tardío (500 d. C.)
de la cuenca Orinoco-Amazónica. Sin embargo, evidencias recientes parecen
contradecir dicha posición y sugieren que en el Orinoco Medio esta alfarería
podría datar de los comienzos del primer milenio a. C. A este respecto, son
* Publicado originalmente en: Indiana, N° 7 : 1982
114 Alberta Zucchi

de particular interés los datos obtenidos en Agüerito, un yacimiento ubicado


sobre la margen derecha del Orinoco, justo frente a la desembocadura del río
Apure (7° 36´ Lat. Norte; 66° 23´ Long. Oeste). El análisis del material del
yacimiento permite además establecer algunos de los cambios ocurridos en
esta alfarería a través del tiempo, así como sus relaciones con otras de la zona.
En el yacimiento Agüerito se excavaron cuatro secciones contiguas de 2 ×
2 m, y un sondeo de 1 × 1 alejado de ellas, llegándose en todos a una profun-
didad de 1,25 m. Los datos que se presentan a continuación se basan exclusi-
vamente en el material obtenido en las cuatro secciones.

La alfarería de Agüerito

Tal como se observa en la Fig. 1, en el yacimiento se pudieron identificar


tentativamente seis alfarerías1, además de un pequeño porcentaje de tiestos
misceláneos. La primera de ellas (A) se caracteriza por una pasta rojiza-ana-
ranjada, desengrasante de arena fina y por una decoración pintada en combi-
naciones de rojo, blanco y natural (Lám. 1: A, B), así como por una incisión
ancha y llana (Lám. 1: D-F), la cual se relaciona claramente con la serie Sala-
doide (Cruxent y Rouse 1961, 1963; Vargas 1976; Rouse 1978). Esta alfarería
comienza a aparecer desde el nivel más profundo del yacimiento donde repre-
senta el 40 % del total de tiestos de ese nivel; a partir de allí, su popularidad
decrece progresivamente hacia los niveles superiores.
La segunda alfarería (B) tiene una pasta jabonosa al tacto, es de color
anaranjado o grisáceo y presenta desengrasante de tiestos molidos ocasional-
mente mezclados con posibles fragmentos vegetales. Está decorada en base
de incisión ancha dispuesta en líneas múltiples y paralelas (Lám. I: H-I, K),
y en menor grado, por pintura modelado (Lám. I: J, N). Su distribución es-
tratigráfica se asemeja a la de la anterior aunque, en los niveles inferiores, su
frecuencia relativa es mayor. Representa un 8,83 % del total de tiestos del
yacimiento y hasta ahora no ha podido ser ubicada en ninguna de las series
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 115

establecidas, aunque parece tener relaciones con el material encontrado por


Roosevelt en La Gruta (Roosevelt 1978; Rouse 1978: Rouse, Cruxent y O. en
MS) y por Vargas (1976) en Ronquín.
La tercera alfarería (C) tiene desengrasante de esponjilla y constituye el
73,34 % de la colección. Sus características serán discutidas en detalle en el
resto del trabajo. Esta alfarería está presente en todos los niveles y sus fre-
cuencias relativa y absoluta aumentan hacia la superficie, observándose dos
incrementos bruscos a lo largo de la secuencia. El primero de ellos ocurre en
el nivel 4, en donde esta alfarería ya constituye un 35 % del total de tiestos del
nivel, mientras que el segundo se presenta en el nivel 3, en donde ya alcanza
el 78 % del total.
Por otra parte es necesario aclarar que algunos de los escasos tiestos con es-
ponjilla encontrados en el nivel 5, o sea el más profundo, aparentemente corres-
ponden a una vasija-urna encontrada en el nivel superior (4). Los restantes, sin
embargo, no parecen corresponder a dicha pieza y, además, también en el son-
deo se encontró material con espícula en el nivel más profundo de la excavación.
La cuarta alfarería (D) es sencilla, a veces presenta superficies muy pu-
lidas, y tiene desengrasante burdo de cuarzo. Su decoración es en base a
trabajo de aplicación en forma de tiras con muescas o caras (Lám. 1: O-R).
Representa un 6,77 % del total de la colección, comienza a aparecer a partir
del nivel 4 y su popularidad relativa aumenta progresivamente en los niveles
siguientes. Esta alfarería tampoco se ha podido relacionar con ningún mate-
rial previamente descrito.
Es importante observar que el material descrito constituye el 96,77 % del
total de tiestos. Del pequeño porcentaje restante, el 2,85 % está representado
por una alfarería (B-C) que tiene un desengrasante mixto (espícula y tiesto
molido) aunque sus formas y elementos decorativos son básicamente los mis-
mos descritos para la alfarería B. Aparece por primera vez en el nivel 4 y, a
partir de allí, disminuye progresivamente en los niveles 3 y 2 hasta desapare-
cer en el nivel 1(Lám. IV: K).
116 Alberta Zucchi

Finalmente, un 0,73 % de los tiestos corresponden a un material muy


duro con desengrasante de arena fina, cuya frecuencia es mayor en los niveles
inferiores. El restante porcentaje (0,14 %) está integrado por tiestos miscelá-
neos que no han podido ser incluidos en ninguno de los grupos previamente
descritos y el cual se concentra en los niveles 4 y 5.

La alfarería con espículas

Una vez presentada en forma sintética la distribución del material ce-


rámico de Agüerito, nos concentraremos en la alfarería desengrasada con
espícula y sus cambios a través de la secuencia estratigráfica.
En esta alfarería, el porcentaje de tiestos decorados es bastante bajo (5
%) si se le compara con el de las alfarerías A y B, en donde el material con
decoración representa el 13 y el 12 % respectivamente. Aunque en el ma-
terial con esponjilla están presentes la pintura, el modelado, la impresión
de tejidos y cestería, la incisión y la aplicación, las dos últimas son las téc-
nicas decorativas predominantes. Por otra parte, a lo largo de la secuencia
ocupacional del yacimiento se evidencian cambios notables tanto en los
motivos decorativos como en la forma de ejecutarlos. Pensamos que este
desarrollo estilístico puede dividirse en tres etapas bien definidas: 1) una
etapa “temprana” caracterizada por material muy simple, tanto en forma
como en decoración; 2) un período intermedio o de “intercambio”, durante
el cual se evidencia la adopción de algunos motivos característicos de las
otras alfarerías presentes en el yacimiento (este intercambio parece haber
sido bilateral ya que en las demás también se observa la incorporación de
elementos característicos de la alfarería con esponjilla); y, finalmente, 3)
una etapa tardía o de “predominio o dominación” en la cual aparecen y
predominan las formas y motivos que tipifican a la serie Arauquinoide, tal
como la definen Cruxent y Rouse (1963: 90-95).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 117

Con el fin de ilustrar este desarrollo, resumiremos brevemente los


cambios observados en cada una de las técnicas decorativas y en las for-
mas para cada nivel de excavación.

Técnicas decorativas
Aplicación
La aplicación (Fig. 2) predomina en la decoración del material correspon-
diente a los niveles 4 y 5, ya que la mayoría de los tiestos decorados con esta
técnica provienen de una vasija-urna que presenta un motivo en espiral hecho
a base de gruesas tiras aplicadas-incisas (Lám. II: A); además, se ha encon-
trado un ojo grano de café. En el tercer nivel este último elemento aumenta
en popularidad, a la vez que también aparecen: el labio festoneado inciso, los
adornos hemisféricos incisos incorporados al labio y las tiras simples (Lám.
II: B, E, F). La popularidad de estos motivos disminuye en el nivel 2, siendo
poco característicos de la decoración Arauquinoide que ya predomina. En
cambio, la tira aplicada con muescas y con punteado (Lám. II: G), un elemen-
to que caracteriza a la alfarería de otros sitios Arauquinoides, comienza a
aparecer en el nivel 3 y aumenta en popularidad en el nivel 2, precisamente en
donde la técnica del aplicado inciso alcanza su máxima expresión (Lám. II: J,
K). Se observa aquí una preferencia por el uso de adornos aplicados-ovalados,
hemisféricos y mamelonares punteados sobre las panzas (Lám. II: L), mien-
tras que en el nivel anterior la mayor parte del trabajo de aplicación estaba sobre el
borde de la vasija. En el nivel 2 aparecen por primera vez los elementos de la cara
con ojos de grano de café que es tan típica en el material de la serie Arauquinoide
(Lám. II: I, M, N).
En los cuatro tiestos con aplicación correspondientes al nivel 1, continúan los
rasgos de caras y la tira punteada, aunque uno de los tiestos de panza presenta un
adorno antropomorfo que es una réplica de un motivo que caracteriza a la alfare-
ría D con desengrasante de cuarzo burdo (Lám. II: O).
118 Alberta Zucchi

Incisión
En la incisión (Fig. 3) también se observan cambios a lo largo de la secuencia.
En el nivel más profundo (5), ésta no se presenta aislada sino acompañada por
una tira gruesa aplicada. En el nivel 4 se encontraron dos tiestos incisos, uno de
los cuales presenta líneas anchas y llanas terminadas en puntos (Lám. III: A), un
motivo característico de la incisión Barrancoide; el otro, un borde, tiene un moti-
vo inciso profundo sobre el labio formado por líneas oblicuas alternas, el cual es
común en la alfarería B, previamente descrita.
En el nivel 3, la incisión del material de esponjilla todavía no muestra un estilo
definido y combina distintos elementos, algunos de los cuales podrían ser imi-
taciones de otros estilos cerámicos. Es decir, la incisión puede ser ancha y llana,
ancha y profunda, fina y llana o fina y profunda y los dibujos, tanto rectilíneos
como curvilíneos (Lám. III: B-G). En este nivel son comunes la incisión ancha y
profunda en los bordes de pestaña y la incisión ancha y llana formando motivos
curvilíneos. Sin embargo, ya comienzan a aparecer algunos elementos netamente
Arauquinoides como la incisión fina y profunda combinada con el punteado o la
impresión de canutillo, los cuales llegan a predominar en el nivel 2 (Lám. III: H).
Aquí, la mayor parte de la decoración incisa es rectilínea, generalmente formando
triángulos o líneas paralelas oblicuas colocadas en direcciones alternas y combi-
nadas con el punteado, la incisión de canutillo y/o la excisión en zonas (Lám. III:
I-M). Este patrón persiste en el nivel 1, aunque se observa una menor variedad
que probablemente se debe a lo reducido de la muestra.
Pintura
Aunque la pintura aparezca relativamente tarde en la secuencia (Fig. 4),
también en ella se observan cambios interesantes. Al momento de su aparición
en el nivel 3, se encuentra pintura roja sobre natural (20 tiestos), negra sobre na-
tural (3 tiestos), y rosada sobre fondo negro pulido, posiblemente postcocción
(1 tiesto). En el nivel 2 se observa una marcada disminución en la popularidad
de las dos primeras combinaciones y un aumento considerable en la tercera, que
es la única que persiste en el nivel 1. La presencia de este tipo de pintura ha sido
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 119

observada también en Tucuragua (Arvelo CP) un yacimiento Arauquinoide


tardío que tiene una fecha de C-14 de 1385 años d. C. (Zucchi 1978: 363).
Impresión
Si bien la impresión no es muy común, está presente en toda la secuencia.
Debido a que esta técnica solo se presenta en el material con espícula, pensa-
mos que haya sido propia de esta alfarería desde sus comienzos. Se han podido
diferenciar dos modalidades: a) la impresión con cestería, y b) la impresión con
algún tipo de red abierta (Lám. IV: F-J).
Modelado
El estado fragmentario de los tiestos que tienen decoración modelada im-
pide una reconstrucción precisa de su desarrollo, aunque se pueden señalar
algunos cambios. Las asas constituyen un buen porcentaje del modelado en
todos los niveles aunque se presentan variaciones en sus formas. En el nivel 4 se
encuentran asas acintadas anchas y tabulares, mientras que en el nivel 3, si bien
el asa acintada sigue siendo popular (Lám. IV: D), la frecuencia de la tabular
disminuye a la vez que aparecen cuatro nuevas modalidades: acintada delgada,
tubular, en forma de brazo con incisiones que indican dedos (Lám. IV: E) y el
asa terminada en adorno. De estas, la tubular y la acintada delgada aumentan
en popularidad en el nivel 2, mientras que el asa tubular y el asa con adorno
desaparecen (Fig. 5).
Para los demás elementos modelados, en cambio, se observa una brecha en-
tre los niveles 2 y 3. En el primero se encuentran dos labios engrosados, una pes-
taña irregular y un fragmento de figurina hueca, mientras que en el nivel 2 no
se presenta ninguno de estos motivos aunque se observaron dos adornos sobre
panzas, dos sobre el labio (Lám. IV: B) y dos sueltos (Lám. IV: C). Igualmente,
en este nivel se encontró el único fragmento de figurina maciza del yacimiento
(Lám. IV: A). En base a lo expuesto, se puede concluir que en la alfarería con es-
ponjilla del yacimiento de Agüerito el modelado nunca alcanzó la complejidad
que se observa en otros yacimientos Arauquinoides como Arauquín, Tucura-
gua o Camoruco, en los cuales los adornos sobre el borde son característicos.
120 Alberta Zucchi

Formas
El análisis preliminar de los bordes también proporciona evidencia sobre la
evolución del material con espícula en el yacimiento (Fig. 6). Es de interés ob-
servar que las formas de los bordes simples sufren pocos cambios a lo largo de la
secuencia, si bien a través del tiempo ocurre un aumento sustancial en el reper-
torio de formas. Es decir, las formas que se encuentran en los niveles inferiores
continúan en los superiores, aunque en éstos aparezcan nuevas formas. En el nivel
4 predominan los boles hemisféricos, habiéndose encontrado un solo fragmento
que podría pertenecer a una jarra de pequeñas dimensiones. En el siguiente nivel
(3), se introducen: el bol cerrado, el plato llano, las ollas globulares y de pared
semi-vertical, la olla con cuello y la vasija de doble vertedero. Estas formas conti-
núan en el nivel 2, añadiéndose solamente el bol de pared saliente y labio evertido,
así como una pequeña jarra de pared recta entrante. Es curioso que exista tal
semejanza en las formas de estos dos niveles (2 y 3) puesto que durante esa misma
transición se observan cambios marcados en la decoración.
Se ha delineado el desarrollo estilístico y formal para el material con esponji-
lla, señalándose además sus relaciones con las otras alfarerías presentes en el yaci-
miento Agüerito. Durante la etapa temprana, el material se caracteriza por el uso
de desengrasante de esponjilla, la impresión de tejido y cestería, tiene decoración
basada en algunos elementos aplicados incisos y las vasijas son hemisféricas y con-
sisten fundamentalmente de boles. Posteriormente, en la etapa de “intercambio”,
se observa en el yacimiento un aumento relativo considerable del material con es-
ponjilla y, aunque este ya presenta la gama completa de formas, todavía no tiene la
decoración característica de la serie Arauquinoide. Ya mencionamos que durante
ésta etapa ocurre la aparente imitación de motivos y técnicas características de
las otras alfarerías del yacimiento tales como: la incisión ancha, llana y profunda,
la pintura roja sobre natural, así como ciertas formas decoradas (Ej.: vasijas con
pestaña incisa). Igualmente se observa la presencia de elementos de la cerámica
con cauxí en las otras alfarerías del yacimiento (Ej.: la utilización de esponjilla en
la alfarería B). Los niveles estratigráficos 1 y 2 son representativos del período de
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 121

“dominación”, durante el cual los elementos netamente Arauquinoides como las


tiras punteadas, la cara con ojos grano de café y la incisión en forma de triángulos
o en grupo de líneas paralelas y combinada con el punteado, son predominantes.

Cronología

Actualmente aún no es posible establecer una cronología sólida para el ya-


cimiento Agüerito, debido a que la serie de fechas obtenidas (Fig. 7) presenta
problemas similares a los que señala Rouse para el área de Parmana (Rouse
1978). De las nueve fechas disponibles, tres son anteriores al segundo mile-
nio a. C., una corresponde al primer milenio a. C., mientras que las restantes
oscilan entre la última parte de la primera mitad del primer milenio d. C. y los
comienzos del segundo milenio d. C.
En base a la evidencia disponible en la actualidad, consideramos prudente
destacar por los momentos las tres fechas más antiguas (3730, 3475 y 2030
a. C.), aceptando tentativamente para el nivel más profundo del yacimiento ex-
clusivamente la de 810 a. C. Si bien todavía no se han podido realizar compara-
ciones detalladas entre nuestro material y el que proviene del área de Parmana,
los datos publicados parecen indicar que nuestra alfarería A se relaciona con la
alfarería desengrasada con arena de Ronquín Sombra, para la cual existe una
fecha de 1020 años a. C. (Rouse 1978).
Por otra parte, no parecen existir dificultades en la interpretación de las
determinaciones correspondientes a los niveles superiores del yacimiento (1 y
2), dado que el material cerámico asociado aparentemente se relaciona con el
de las fases 2 y/o 3 de Camoruco, que tienen una secuencia de fechas que oscila
entre 750 y 1495 d. C. (Roosevelt 1978; Rouse 1978). En cambio, son los nive-
les 3 y 4 de Agüerito los que presentan mayores problemas. Por una parte, se
observa una gran variabilidad entre las fechas obtenidas, mientras que por otra
existe una considerable brecha cronológica entre cualquiera de ellas y la que
aceptamos para el nivel precedente. Por ello, para poder presentar una visión
122 Alberta Zucchi

definitiva sobre la secuencia cronológica de Agüerito consideramos indispen-


sable no solo efectuar determinaciones adicionales, sino llevar a cabo compara-
ciones estilísticas más detalladas.
No obstante existan problemas cronológicos en el yacimiento, los datos pa-
recen sugerir que la alfarería con cauxí podría tener en Venezuela una antigüe-
dad mucho mayor de la que se le había asignado. Finalmente, la evidencia de
Agüerito parece apoyar otras fechas antiguas obtenidas para el material con es-
pícula en los yacimientos Punto Fijo y Cedeño (Zucchi 1978). En el futuro que-
dará por determinar con precisión el límite exacto de esta supuesta antigüedad.

Notas
1. El empleo del término “alfarería” para los diferentes conjuntos cerámicos del yacimiento Agüerito se debe a
la naturaleza preliminar de esta investigación, y a que algunos de los conjuntos cerámicos estaban integrados por un
número muy reducido de tiestos, por lo que el establecimiento de “tipos” no era aconsejable.
Por otra parte, tampoco se utilizó el término “estilo”, tal como lo definen Cruxent y Rouse (1961) debido a que no se
cuenta con elementos que permitan determinar si estos conjuntos cerámicos fuero hechos por “gentes” diferentes.
Finalmente, tampoco se pudo utilizar la terminología empleada por Rouse (1978) y Roosevelt (1978) en su des-
cripción de La Gruta, un yacimiento aparentemente similar, debido a que no se disponía de una colección tipo ni de
una descripción detallada de dicha excavación en las cuales se basan las comparaciones. En el futuro, cuando estos
elementos estén a nuestro alcance, se podrá revisar la nomenclatura y adoptar aquella que sea más adecuada.
Figura. 1 Figura. 2
Figura. 3 Figura. 4
Figura. 5 Figura. 6
Figura. 7
Lámina. 1
Lámina. 2
Lámina. 3
Lámina. 4
Interpretaciones alternativas del manejo
del agua durante el período precolombino en
los Llanos occidentales de Venezuela (1984)*
Alberta Zucchi

Con base en investigaciones recientes se presentan en este trabajo dos


alternativas para explicar: a) la no popularización del sistema de campos
elevados en los Llanos occidentales, y b) la funcionalidad de las “calzadas”.
En el primer caso, se sugiere que la población prehispánica haya hecho un
mayor uso de las múltiples estructuras naturales (bancos, viejos cauces, et-
cétera) que existen en la zona, y que son el resultado de la intensa actividad
fluvial. En segundo término, se sugiere que las “calzadas” hayan servido
como diques de retención de agua, destinados a una intensa explotación de
los recursos acuáticos.
Hasta hace poco las sabanas de Suramérica eran consideradas como zo-
nas de periferia, ocupadas principalmente por grupos de cazadores y pes-
cadores o, en el mejor de los casos, por agricultores del Bosque Tropical
(Cooper 1942, 1942a; Steward 1946, 1949; Meggers 1954). Se creía que su
* Publicado originalmente en inglés como: Alternative Interpretations of Pre-Columbian water management in the Western Llanos of
Venezuela. En: Indiana, N° 9 1984
132 Alberta Zucchi

pobre potencial agrícola, la disponibilidad por temporadas de los recursos


alimenticios y el poco desarrollo tecnológico de los grupos prehispánicos ha-
bían limitado la existencia de culturas más complejas. Sin embargo, durante
los últimos 20 años ha ocurrido un cambio drástico de esta visión tradicional,
debido al avance en las investigaciones que se han concentrado en las caracte-
rísticas físicas de estos ambientes, en el registro arqueológico y etnohistórico,
y en los reportes frecuentes sobre la existencia de campos drenados. Ciertas
áreas de estas sabanas son vistas ahora como lugares de ocupación histórica
de múltiples grupos, incluyendo culturas socialmente complejas, algunas de
ellas con niveles poblacionales considerables (Denevan 1966; Morey 1975).
En Venezuela, las estrategias de subsistencia de las comunidades prehis-
pánicas que habitaron las sabanas bajas (localmente conocidas como Llanos)
parecen haber sido variadas, incluyendo múltiples alternativas, estrechamen-
te interconectadas y relacionadas con las microvariaciones del medio am-
biente. Debido a la fluctuación por temporada de exceso y falta de agua, la
explotación activa de los pastos en las sabanas requirió con frecuencia del
desarrollo de técnicas para el uso y el manejo del agua. En este trabajo anali-
zaremos dos alternativas que pudieron ser usadas por los grupos prehispáni-
cos que habitaron los Llanos occidentales de Venezuela en su necesidad por
intensificar el manejo y control de este medio ambiente.

El ambiente físico de los Llanos occidentales

Los Llanos venezolanos consisten en una extensión de tierras bajas, que


abarcan un área aproximada de 300.000 km2 (Fig. 1), adyacente a las prin-
cipales montañas del país: la costa central en el norte, los Andes al oeste y el
escudo de Guayana al sur. Al oeste los Llanos viran hacia el sur para encon-
trarse con los Llanos del este de Colombia, mientras que al este gradualmente
se funden con el delta del Orinoco y las planicies costeras del Atlántico. Las
diferencias morfológicas de esta depresión tienen su origen en la evolución
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 133

tectónica de dos cuencas del Terciario (Vila 1960: 106). De este modo, tres
áreas pueden ser diferenciadas en los Llanos: los Llanos orientales con mesas
de topografía tabular; los Llanos centrales, caracterizados por las colinas ba-
jas, y los Llanos occidentales con una topografía plana. Es al último de estos
al que nos referiremos con mayor detalle.
Los Llanos occidentales pertenecen a la cuenca sedimentaria Barinas-Apu-
re (Feo Codecido 1969) formados en un momento cercado a la Era Paleozoica.
En alguna parte de la cuenca, los sedimentos cretácicos y cenozoicos alcanzan
un grosor de aproximadamente 5000 m. (Feo Codecido 1969). Desde el Ter-
ciario Tardío, los procesos de erosión han lavado los sedimentos provenien-
tes de los Andes y los han llevado hacia la cuenca. La actividad tectónica del
Pleistoceno (principalmente la temprana) es otro factor geológico que, junto
a variaciones en los materiales, es responsable de la diferenciación morfológi-
ca regional en el área. Después de la elevación final de los Andes, los Llanos
occidentales fueron afectados por una sucesión de ciclos morfogenéticos, con
fases de erosión, fluvial, fluvial-lacustre y deposición deltaica y erosión eólica.
Estas fases geomorfológicas y climáticas también influenciaron a muchos de los
suelos de los Llanos occidentales, los cuales han sufrido un complejo proceso de
diferenciación policíclica (Sarmiento et ál. 1971: 54f).
La topografía de los Llanos es el resultado de una extensa evolución geológi-
ca y geomorfológica, principalmente cuaternaria, después del repliegue del mar
al este, hacia el océano Atlántico. Esta topografía consiste en extensas planicies
aluviales que cubren la mayoría de los Llanos occidentales. En esta región, el
hundimiento de la cuenca Barinas-Apure fue lo suficientemente rápida como
para evitar una completa deposición aluvial. Mientras los Llanos occidentales
eran llenados con planicies aluviales, y el piedemonte andino era afectado por
su elevación, el drenado fue promovido en el norte y hacia el este; la parte sur
mantuvo una depresión, lo que no permitió el drenado apropiado.
Estos procesos geomorfológicos produjeron tres niveles altitudinales (Fig.
2): el más alto tiene una elevación por encima de los 200 m y comprende el
134 Alberta Zucchi

piedemonte; el nivel medio tiene un rango de elevación entre los 100 y 200
m y cubre un área irregular cercana al piedemonte; y el tercer nivel posee
elevaciones inferiores a los 100 m. Este nivel es de un interés particular para
este trabajo y contiene al estado Apure y la parte sur de los estados Barinas
y Portuguesa. Debido a su insignificante inclinación (menos de 0,25 m por
cada 1000 m), cuando el nivel de los principales ríos del área, como el Ori-
noco, el Apure, el Portuguesa, el Arauca y el Meta se eleva, inundan a los
afluentes menores, cambiando sus cursos y provocando inundaciones exten-
sas. Además, debido a la poca velocidad de curso de los ríos de los Llanos,
grandes cantidades de sedimentos son depositados en sus lechos, mientras
los bancos se elevan gradualmente por encima del nivel de la sabana. Durante
la temporada de lluvias, con las fuertes precipitaciones y el sobreflujo de los
cauces secundarios, estos diques naturales son frecuentemente destruidos,
y las aberturas o aberturas de madre tienen lugar. Esto provoca una nueva
deposición de sedimentos. Los numerosos canales de flujo, los viejos diques y
muchas otras modificaciones hidrológicas de superficie han creado una pla-
nicie de una microtopografía irregular.
En esta planicie, las áreas más elevadas, conocidas localmente como
bancos (con alturas que van entre 1 y 2 m) son usualmente seleccionadas
como lugares de asentamiento o con propósitos agrícolas. Por el contra-
rio, las cuencas de sobref lujo, que son inundadas con la temporada de
lluvias y donde el agua es retenida durante la mayor parte del año, son
localmente conocidas como esteros. La tierra intermedia que se encuentra
entre los bancos y los esteros es conocida como bajío, y también se inunda
con la temporada de lluvias; sin embargo, el agua se pierde con rapidez
luego que finaliza la temporada lluviosa (Roa 1981: 33 f). Las proporcio-
nes de bancos, bajíos y esteros parecen ser diferentes para cada área de los
Llanos occidentales.
El clima regional es uniforme con una alteración muy definida entre
humedad y sequía, extendiéndose este último período entre 4 o 5 meses.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 135

La vegetación del área ha sido agrupada en 4 grupos principales: bosques,


pastizales húmedos, pastizales secos y pantanos. Sin embargo, en pequeñas
áreas pueden encontrarse pantanos estacionales, arboledas de palmas y ar-
bustos. Aunque en el pasado los suelos pobres fueron considerados como
un factor importante en el génesis de las tierras de pastizales, no existe
una correlación directa entre estos y su vegetación. Distintos factores, tales
como la antigüedad de los depósitos, la influencia de la vegetación natural y
las condiciones topográficas, geomorfológicas, litológicas y climáticas, dan
cuenta de los distintos tipos de suelo que pueden ser encontrados en el
área. Los suelos aluviales o regosoles con un perfil AC descansan sobre los
suelos más recientes. Sobre los depósitos más antiguos o en las áreas con
mejor drenado, debido a la naturaleza del proceso de lixiviación, se han de-
sarrollado perfiles ABC con un horizonte de textura B. En áreas donde el
proceso de laterización ha tenido lugar, puede encontrarse un horizonte de
óxidos de hierro, formando grandes concentraciones. Los suelos hidromór-
ficos están ampliamente distribuidos y los suelos laterítico-hidromórficos
son frecuentes (Sarmiento et ál. 1971: 55).
Como veremos en el resto del trabajo, las variadas combinaciones de las
condiciones morfológicas, topográficas y de drenado de los Llanos occidenta-
les de Venezuela, área de interés particular, ofrecen distintas oportunidades
y retos para la explotación aborigen.

Subsistencia indígena en los Llanos occidentales

Los reportes etnohistóricos indican la existencia de poblaciones conside-


rablemente densas en los Llanos occidentales para el momento del contacto
(Morey 1975). Esta población estaba constituida por una variedad de grupos
que incluían recolectores nómadas, pescadores especializados y agricultores
sedentarios, todos unidos por una red de intercambio compleja y de gran ex-
tensión, a través de la cual los distintos grupos proveían a los demás de sus
136 Alberta Zucchi

productos especiales (Morey 1975: 197). Desde el tiempo histórico tempra-


no, numerosos grupos agricultores controlaron las mayores zonas ribereñas,
mientras que otros cultivaban sobre campos elevados construidos en los pas-
tizales. Las comunidades pesqueras ocupaban áreas estratégicas reconocidas
por su explotación regular anual de recursos, mientras que los recolectores
recorrían las regiones interfluviales.
Un amplio número de plantas fue utilizado por la gente de los Llanos.
El maíz y la mandioca parecen haber sido los cultivos principales, y crecían
en todas las áreas de los Llanos. El cultivo de estas plantas, de las cuales se
conocían distintas variedades (incluyendo una que maduraba en dos meses)
fue enfatizado en los Llanos del norte y el oeste (Gumilla 1963: 431; Gilij
1965, I: 185). Sin embargo, en algunas áreas (entre el Alto y Medio Orinoco
y el Guaviare) el maíz fue aparentemente menos importante, y se le dio mayor
importancia a la explotación de palmas y frutos (Rivero 1956: 335; Cassani
1967: 240; Gumilla 1963: 440-442; Morey 1975: 46).
Distintas variedades de mandioca fueron consumidas, aunque los tipos
más amargos eran los preferidos por su sabor y su adaptabilidad a las dife-
rentes técnicas de procesamiento (Morey 1975: 46). Otros cultivos incluían
batata dulce, papas, calabazas, melones, frijoles y pimientos (Morey 1975:
46 f). El tabaco, el algodón, y una variedad de otros frutos y plantas también
eran utilizados.
Las fuentes escritas también atestiguan la existencia de tres tipos de
campos de cultivo. El primer tipo eran las típicas parcelas de tala y quema,
generalmente cortadas de las áreas forestales; en algunas ocasiones, en es-
tos campos eran levantados pequeños montículos para mejorar el drenado,
lo que favorecía el cultivo de la mandioca (Morey 1975: 48). El segundo
tipo era el jardín mojado encontrado principalmente en llanuras inundables
y al borde de lagunas; estos jardines, fertilizados con una combinación de
cenizas y limo (Gilij 1965, II: 276; Morey 1975: 50), eran plantados esta-
cionalmente tras el retroceso de las aguas. El tercer tipo era el jardín limpio,
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 137

utilizado en los pastizales; estos consistían en campos elevados localizados


en sitios húmedos (Gumilla 1963: 429 f).
Todos los grupos de los Llanos invirtieron una gran cantidad de tiempo y
energía en actividades de caza, pesca y recolección. Incluso los agricultores se sos-
tenían gracias a la caza y la pesca como fuente de proteínas (Morey 1975: 56).

Sistemas de manejo del agua asociados a la subsistencia

Los primeros habitantes conocidos de los Llanos occidentales, los Osoides


(Zucchi 1967, 1972, 1973), penetraron en el área en algún momento cerca del
comienzo del primer milenio a. C. Inicialmente, estos grupos ocuparon aque-
llas áreas que ofrecían los mejores suelos y condiciones de drenaje óptimas, y
probablemente limitaron sus primeras actividades agrícolas a las áreas fores-
tales a lo largo de los ríos y cauces, usando los pastizales como zonas de asen-
tamiento. Además de la agricultura, sus actividades de subsistencia también
incluían la recolección, la pesca y la caza (Zucchi 1967: Garson 1980: 286).
Durante el primer milenio d. C., otros grupos penetraron en el área y se
asentaron en los Llanos occidentales, y entre el 500 y 1400 d. C. los Osoides,
así como otros grupos, comenzaron a construir estructuras artificiales de tie-
rra como montículos, calzadas y campos elevados (Zucchi 1972, 1973). La
construcción de estas estructuras parece indicar presiones demográficas, no
solo en los Llanos, sino también en áreas adyacentes como las planicies inun-
dables del Orinoco Medio (Zucchi 1978). La competencia creciente entre las
comunidades aparentemente forzó a algunos grupos de los Llanos a ampliar
sus actividades de subsistencia a los pastizales, un ambiente que antes había
sido exclusivamente utilizado para el asentamiento, la caza y la recolección.
En ocasiones, la explotación de estos pastizales implicó el uso de estructuras
de tierra.
138 Alberta Zucchi

Campos elevados

Para el presente, solo dos sistemas de campos elevados han sido repor-
tados para los Llanos occidentales. Uno en Caño Ventosidad (Denevan y
Zucchi 1978; Zucchi y Denevan 1980), y el otro en el Hato de La Calzada
(Garson 1982), ambos en el estado Barinas. Los resultados de las investiga-
ciones realizadas en Caño Ventosidad y las comparaciones establecidas entre
este sistema y un reciente modelo de desarrollo llamado Módulos de Apure
(CODEIMA 1976), que recientemente es llevado a cabo en los Llanos bajos,
permitió la formulación de numerosas sugerencias basadas en las caracterís-
ticas del sistema y su probable modo de operación.
1) Los campos elevados de Caño Ventosidad corren perpendicularmente
al río Ventosidad y hacia otros cursos adyacentes de aguas, y están dispuestos
en pares con un canal intermedio y una sección de sabana abierta entre pares
(Fig. 3). Sin embargo, los camellones y canales no son las únicas partes consti-
tuyentes del sistema debido a que los bancos, los esteros y los espacios de sabana
entre los pares también son unidades funcionales (Zucchi y Denevan 1980:
74-81). En síntesis, podemos decir que el sistema de Caño Ventosidad combina
de manera funcional las características naturales y artificiales de la estructura.
2) Algunos de los campos elevados de Caño Ventosidad son completamente
artificiales mientras que otros lo son solo parcialmente, o totalmente naturales
en otros casos. Esto indica que incluso en áreas elevadas los grupos (como la
gente de El Choque) tomaron ventaja de la topografía existente (viejos diques,
áreas elevadas naturales) y las adaptaron a sus propios propósitos particulares.
3) El sistema de Ventosidad tenía una doble función: a) drenaje, ya que
proveía de superficies secas que podían ser cultivadas durante la estación de
lluvias, y b) para retención de agua y almacenamiento, para su uso durante el
período de sequía (Zucchi y Denevan 1980: 74-81).
4) La retención y almacenamiento de agua probablemente sirvió para
proveer beneficios adicionales para sus usuarios, como para la producción
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 139

de materia orgánica que pudiera ser incorporada para la fertilización en los


campos agrícolas, y como una fuente de proteínas representada por la fauna
acuática que pudo haber vivido en estos cuerpos de agua artificiales.
El limitado alcance del proyecto de investigación en Caño Ventosidad no
permitió formular explicaciones satisfactorias acerca de por qué este sistema
no tuvo una distribución más amplia en los Llanos occidentales, consideran-
do su aparente productividad. Hasta el momento, dos posibles explicaciones
han sido sugeridas:
1) Que algún sistema similar existió alguna vez pero al ser enterrado por
capas de sedimentos se ha hecho imposible su posterior descubrimiento; y 2)
que la población responsable por su construcción migró del área poco tiempo
después de la introducción de esta tecnología, reduciendo de esta forma la
presión poblacional que pudo haber motivado su desarrollo original, y con-
duciendo eventualmente a su abandono (Zucchi y Denevan 1980).
Descubrimientos recientes en el estado Portuguesa han permitido pro-
poner una explicación alternativa, abriendo una nueva perspectiva acerca de
las estrategias desarrolladas por los grupos prehispánicos en su esfuerzo por
ampliar sus prácticas agrícolas hacia las sabanas inundables estacionales. Es-
tos hallazgos nos permiten comprender la importancia de las características
naturales de la topografía irregular de la sabana para las estrategias de sub-
sistencias implementadas por estos grupos.
El sitio al que hacemos referencia, Ramón Lepage (P-59), consiste en un
gran óvalo irregular de sabana rodeado por una cresta de entre 0,50 y 0,80
m de altura y de 20 a 30 m de ancho, con dos aberturas hacia el sureste y su-
roeste. En algunas partes, la cresta es doble, con un canal de por medio (Fig.
4). La sabana que rodea la estructura es ligeramente más elevada que el área
interna. Las dos aberturas probablemente permitían la entrada del exceso
de agua de lluvia de la sabana circundante hacia el espacio interior. Ningún
material arqueológico fue encontrado sobre la superficie de la estructura; sin
embargo, no ha sido realizada ninguna excavación. El sitio arqueológico más
140 Alberta Zucchi

cercano descubierto en el área hasta ahora se encuentra a unos 2 km de la


cresta de la estructura.
En el corte de sección transversal se observa que la cresta tiene un perfil
trapezoidal, similar al descrito para otros camellones y campos elevados (Fig.
5). La superficie morfológica de la cresta y sus capas nos dan la impresión de
que representa una estructura agrícola artificial, con prácticas de cultivo en el
área superior, mientras que el área central pudo haber servido para el alma-
cenamiento de agua. El humus y las plantas acuáticas obtenidas de la parte
central de la estructura, así como de los esteros y estanques adyacentes pudie-
ron haber servido para usarse sobre la superficie de las áreas de cultivo para
enriquecer los suelos. Sin embargo, los análisis de aerofotografía y los estu-
dios preliminares de muestras de suelo obtenidos de la estructura indican
que la cresta descrita era natural —no hecha por el hombre— y un resultado
directo de la actividad fluvial de la zona (Schargel, comunicación personal).
Las estructuras naturales similares a la que hemos descrito, que proveen
superficies elevadas y al mismo tiempo irrigadas para el cultivo, son proba-
blemente frecuentes en el área debido a la actividad fluvial. La utilización de
las características naturales como estas pudo ser el inicio que inspiró la cons-
trucción de estructuras artificiales y la posterior escasez de campos elevados
más elaborados, como el encontrado en Caño Ventosidad. Esto llama nuestra
atención hacia una alternativa viable para la explotación de las tierras de pas-
tizales pobremente drenadas que no implicaban un esfuerzo e inversión de
tiempo para la construcción de estructuras de tierra artificiales. Como hemos
visto, el sistema de campos elevados de Caño Ventosidad constituye una es-
trategia para el manejo del agua que toma ventajas tanto de las características
naturales como de los elementos artificiales. Es altamente probable que los
grupos de los Llanos utilizaran los rasgos naturales existentes en el área con
o sin modificaciones posteriores.
Con esto no queremos decir que todas las áreas elevadas naturales presen-
tes fueren utilizadas para este propósito. En lo que queremos hacer énfasis es
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 141

en el hecho de que deben ser consideradas como potenciales tierras de cultivo


prehispánicas, y que por esto deberían ser estudiadas cuidadosamente. Si, en
efecto, la población aborigen tomó ventaja de estos rasgos naturales (como
sugiere Caño Ventosidad), la superficie de las sabanas inundables estacio-
nales que podían ser transformadas fácilmente en tierras agrícolas podría
considerarse mucho más amplia, con poca inversión de tiempo y energía.
Como punto final queremos recordar una nota de advertencia acerca de la
clasificación de las crestas como elementos artificiales. Como es evidente en
las crestas en el sitio Ramón Lepage, es imposible establecer la artificialidad
de las estructuras de tierra en los Llanos occidentales basándose solamente
en la morfología de la superficie.

Calzadas

El segundo punto que nos gustaría explorar es la posibilidad de que las cal-
zadas fuesen construidas para funcionar como diques para el almacenamiento
y manejo del agua, con la pretensión de intensificar la explotación de los recur-
sos acuáticos. Las calzadas son elevaciones de tierra artificiales con extensiones
variables, que corren de forma paralela o perpendicular a los cursos de agua
cercanos. Sus alturas oscilan frecuentemente entre 1 y 2 m, y su anchura varía
de 3 o 4 m hasta a más de 10 m Están usualmente asociadas a sitios de asenta-
miento. Investigaciones recientes sobre los patrones de asentamiento Osoides
en el sitio Hato de La Calzada, en el estado Barinas, ha permitido establecer
una tipología preliminar de estos elementos artificiales que incluyen: 1) calza-
das que conectan un asentamiento con otro, 2) calzadas que conectan asenta-
mientos con áreas de actividad y producción cerca de ríos y cursos de agua, y 3)
calzadas internas en los asentamientos (Garson 1980: 291-329).
En 1966 Cruxent propuso que las calzadas pudieron haber servido como
caminos, pisos de casas ocasionales, áreas de cultivo y tierras de caza. En
un trabajo reciente, Garson (1980) mantiene que la función principal de las
142 Alberta Zucchi

calzadas era servir como caminerías, sin descartar funciones secundarias ta-
les como las propuestas por Cruxent. Su interpretación se basa en dos argu-
mentos: a) el uso atribuido a las calzadas en otras áreas (Denevan 1966), y b)
las dificultades para el tránsito a pie en las áreas donde estas estructuras son
encontradas. Para apoyar estos argumentos, el autor comenta:

… El área de Calzada Páez es una sabana húmeda con una superficie


marcada por depresiones, pantanos, estanques, quebradas y otros ras-
gos que hacen que el viajar a pie sea muy lento, indirecto y traicionero
tanto en la temporada de lluvias como en la seca. Un camino elevado es
una manera de mitigar estas dificultades (Garson 1980: 32).

Considerando las peculiares características de los Llanos occidentales,


nos inclinamos por pensar en otra importante función de ra no mencio-
nada, y que estaría asociada al manejo del agua. Esto sin negar que, dadas
sus cualidades para la interconexión, pudieron haber servido como caminos
y, ocasionalmente, para otros usos. Algunas calzadas pudieron haber sido
construidas para el almacenamiento del agua de lluvia, con el propósito de
ampliar el número, la profundidad y la extensión de los ambientes acuáticos
durante la temporada seca, como una estrategia para intensificar la explota-
ción de los recursos que estos ofrecen.
Ya hemos dicho que los Llanos occidentales consisten en un mo-
saico de unidades topográficas que son afectadas estacionalmente por
diferentes niveles de inundaciones. En las áreas más bajas, el agua se
mantiene a lo largo del año, mientras que los sectores más elevados se
secan rápidamente luego del final de las lluvias. La investigación actual
en los Módulos de Apure (Fig. 6), donde el agua de lluvia es artificial-
mente almacenada y controlada, ha aportado datos interesantes sobre
la fauna acuática de estos ambientes modificados. Esto nos da algunas
ideas de los posibles beneficios que las poblaciones aborígenes pudieron
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 143

haber aprovechado de los sistemas de retención de agua, formados por


una red de calzadas.
El incremento de la superficie acuática conseguido con la construcción
de diques en las sabanas produce un mosaico de nuevos ambientes acuáti-
cos, cada uno de los cuales presenta condiciones diferentes de profundidad,
estabilidad y propiedades físico-químicas, condiciones todas que afectan di-
rectamente las dinámicas de las comunidades cercanas. En los Módulos, la
construcción de diques ha extendido de manera efectiva los ambientes acuá-
ticos originales de las sabanas y pastizales, mientras se añaden nuevos nichos.
Algunos de estos retienen agua durante todo el año.
Adicionalmente, la construcción de los diques ha producido un aisla-
miento parcial de las áreas de almacenamiento, cuyos nutrientes son proveí-
dos principalmente por las lluvias, y cuyo exceso solo puede salir a través de
las compuertas. Esto implica que la ictio-fauna encontrada en cada Módulo
es aquella que se encontraba en cada área para el momento de la construcción
de los diques (Pinowski y Morales 1981: 81). Algunos vertebrados adapta-
dos al ambiente terrestre y acuático (Cayman crocodilus y Podocnemis vogli)
han permanecido en las áreas de almacenamiento de agua o en sus alrededo-
res, ya que los cambios producidos por la introducción de estos sistemas han
favorecido a dichas especies. La coexistencia en los Módulos de cuerpos de
agua permanentes, áreas con niveles bajos de agua, y zonas secas, provee los
ambientes necesarios para el crecimiento de las crías de caimán. Además, los
largos períodos de retención del agua, que proveen un mayor suministro de
alimentos, han eliminado la necesidad de migrar largas distancias durante la
temporada seca (Ramos et ál. 1981).
Por otra parte, los datos asociados a la población de peces indican di-
ferencias cualitativas en cada ambiente acuático de los Módulos. Las áreas
inundadas que cubren la vegetación original (grandes cantidades de estolo-
nes sumergidos y materia orgánica en distintos estados de descomposición)
son solo habitadas por pequeñas especies, o especímenes jóvenes de algunas
144 Alberta Zucchi

especies grandes que prefieren cuerpos de agua más profundos (Pinowski y


Morales 1981: 91). Por el contrario, en áreas donde el agua es más profunda,
como en los pozos artificiales, se encuentran especímenes más grandes. En
general, se ha establecido que en los Módulos los peces más grandes pueden
encontrarse en las áreas más profundas que están libres de vegetación, y tie-
nen mejores condiciones de oxígeno en el agua.
Finalmente, más de 100 especies de aves han sido identificadas en el área.
Veinte de esas especies pertenecen al ambiente del Bosque de Sabana, veinte son
depredadores, mientras que otras sesenta y cinco centran sus actividades en el
ambiente acuático. Aun así, se espera que la extensión de estos ambientes con-
duzca a un incremento en la población de especies de aves de ambiente acuático.
La fauna mamífera también es afectada por la retención artificial de agua,
favoreciendo a los anfibios u otras especies acuáticas, así como aquellas que
pueden reaccionar rápidamente a la transición entre tierra y agua. Sin embar-
go, la investigación en esta área aún se encuentra incompleta (Ojasti 1981).
A pesar de que no podemos extrapolar directamente los resultados de la
investigación en los Módulos a un probable sistema de retención de agua pre-
hispánico formado por calzadas, los datos arrojados por este proyecto tienen
suficientes implicaciones económicas como para ser considerados al tratar de
reconstruir las estrategias de subsistencia aborígenes en los Llanos occiden-
tales. Sin embargo, consideramos que la demostración de los beneficios que
provee dicho sistema, como se ha observado en los estudios de los Módulos,
arroja luces sobre la posible función de las calzadas prehispánicas en los Lla-
nos, y sirven como base para futuros estudios.
Como último punto, nos gustaría mencionar que el probable uso de las
calzadas como elementos para la retención de agua, que crean ambientes fa-
vorables para las especies acuáticas, parece verse apoyado por los datos re-
cientes proveídos por el estudio de los patrones de subsistencia de los grupos
Osoides, quienes construyeron la mayoría de estas estructuras. Además de
la agricultura y la recolección de frutos silvestres, la pesca y la caza eran los
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 145

otros medios para la provisión de alimentos de los Osoides. Además de los


peces, los anfibios y los reptiles eran los animales preferidos para el consumo,
seguidos por los mamíferos, aves y moluscos (Garson 1980: 271).
Estas dos alternativas para la agricultura prehispánica y la explotación
de los recursos animales de las sabanas húmedas, llaman la atención hacia
las diversas oportunidades ofrecidas por estos ambientes, un hecho que sin
lugar a dudas fue notado por las poblaciones prehispánicas y que favoreció el
desarrollo de diversas alternativas de explotación y producción. El completo
conocimiento de las técnicas empleadas por los grupos de los Llanos y sus
interrelaciones requerirá años de investigación activa. Las posibilidades pre-
sentadas aquí son solo ideas que deben ser exploradas cuidadosamente en las
futuras investigaciones arqueológicas.
146 Alberta Zucchi

Figura. 1 Mapa de ubicación del Apure y Barinas, cuencas orientales de Venezuela


Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 147

Figura. 2 Los niveles de altitud


148 Alberta Zucchi

Figura. 3 Camellones en Caño ventosidad


Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 149

Figura. 2 Mapa topográfico del sitio Ramón Lepage


150
Alberta Zucchi

Figura. 5 Perfiles de la estructura de la tierra, Ramón Lepage


Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 151

Figura. 6 Red de diques (Fuente: MOP 1972).


Los Cedeñoides: Un nuevo grupo
prehispánico del Orinoco Medio (1984)*
A. Zucchi
K. Tarble

Resumen

Investigaciones arqueológicas recientes en la zona del Orinoco Medio han


permitido la definición de la nueva Serie Cedeñoide, caracterizada por una
cerámica desgrasada con arcilla endurecida, el predominio de la decoración
incisa en los labios y bordes, la pintura poli- y bicroma y varias formas diag-
nósticas de vasija. En este artículo se describe la cerámica Cedeñoide y su
evolución estilística en el sitio de Agüerito, estado Bolívar, cuya secuencia
fundamenta la comparación con el material de los otros sitios que conforman
esta nueva serie: La Gruta y Cedeño en el Orinoco Medio, y Los Caros, Cres-
cencio, El Choque, Guayabal y Médano Grande en Los Llanos occidentales. La
cronología relativa basada en las diferencias estilísticas encontradas entre estas
colecciones está apoyada por las fechas radiocarbónicas y de termoluminiscencia
que abarcan un período comprendido entre 1000 a. C. y 1400 d. C.
* Publicado originalmente en: Acta Científica venezolana, N° 35: 293-309, 1984
154 Alberta Zucchi

La gente Cedeñoide fue contemporánea o quizás anterior a las poblacio-


nes Saladoides más tempranas del Orinoco Medio, compartiendo ambas di-
cha zona. La intrusión de la gente Arauquinoide y su eventual dominación
del área, ca. 600 d. C., afectó significativamente a la gente Cedeñoide. Se ha
demostrado cómo, por una parte, comenzaron a expandirse hacia los Llanos
adyacentes, abandonando hacia 1000 d. C. casi por completo el Orinoco. Por
otra parte, nuestros datos indican un crecimiento demográfico considerable,
posiblemente relacionado con innovaciones en las estrategias de subsistencia
tomadas de los Arauquinoides.
Durante la época prehispánica el Orinoco y sus regiones aledañas se con-
virtieron en el foco de atracción para diversos grupos autóctonos debido a la
riqueza y variedad de la fauna, a la facilidad para el transporte y la comuni-
cación, a la existencia de extensos terrenos aptos para cultivos de ciclo corto,
los cuales se renuevan periódicamente mediante el aporte sedimentario del
río. A través de los cronistas sabemos que para el momento de la conquista
europea, la zona del Orinoco Medio era escenario de una compleja realidad
social que se entrelazaba funcionalmente con otras del país (Ej. los Llanos y
Guayana). De hecho, las fuentes históricas tempranas mencionan para este
sector una multiplicidad de naciones indígenas con diferentes estrategias de
subsistencia, involucradas en una relación de interdependencia, la cual se
mantenía y reforzaba a través de alianzas, intercambios, guerras e incursio-
nes de diversa índole.
A pesar de esta evidencia etnohistórica, las reconstrucciones basadas en
datos arqueológicos han proporcionado, hasta ahora, un cuadro extremada-
mente simplificado, el cual ofrece para el sector medio del río solo una tradi-
ción cultural Saladoide temprana, otra Arauquinoide tardía y, recientemen-
te, Rouse y Roosevelt han definido la tradición Corozal, un desarrollo local
intermedio a los dos. Este panorama simplificado sobre la zona se debe en
parte al número limitado de excavaciones arqueológicas y también al hecho
de que los restos de algunos de los grupos nómadas o seminómadas de la
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 155

época prehispánica hayan sido de difícil ubicación debido a la escasa concen-


tración de restos por la brevedad de estas ocupaciones. Otro de los factores
que han podido contribuir a esta excesiva simplificación del panorama pre-
hispánico, es la posibilidad de error en la correlación de estilos cerámicos con
etnias o grupos lingüísticos. Algunos trabajos etnográficos recientes entre
los indígenas Joti, Panare y Yecuana han demostrado que grupos étnicos con
idiomas diferentes pueden compartir un mismo estilo en la manufactura de
sus artefactos (cestería, madera, etcétera) a tal grado, que sería imposible dis-
tinguirlos como entidades diferentes solo en base a sus restos materiales.
El tercer factor que debe ser tomado en consideración es el tipo de análisis
que se ha empleado hasta ahora para el estudio de las colecciones cerámi-
cas de la zona. Si bien en estas últimas generalmente predomina el material
de un estilo determinado, frecuentemente también se encuentran pequeñas
cantidades de tiestos, los cuales se han clasificado como «misceláneos», «anó-
malos» o «de comercio», puesto que no podían ser relacionados con ningún
estilo o fase establecida con anterioridad. Aunque estos materiales eviden-
temente indican la existencia de otros grupos en el sector, usualmente han
recibido escasa atención o se les ha considerado como parte de alguno de los
estilos más conocidos.
No obstante, las investigaciones recientes en el Orinoco Medio han pro-
porcionado datos que permiten definir nuevos estilos en el área. En este tra-
bajo nos referiremos a uno de ellos, cuya alfarería ha sido descrita con ante-
rioridad, pero no fue considerada como un estilo independiente, sino como
parte de la Tradición Saladoide. Analizaremos aquí las características y evo-
lución estilística de este material en el sitio de Agüerito, su ubicación cro-
nológica y su dispersión espacial en el Orinoco Medio, para luego postular
que representa un grupo independiente de los Saladoides y Arauquinoides.
Finalmente, trataremos de señalar las relaciones del grupo con áreas vecinas,
a fin de reconstruir sus movimientos migratorios en el ámbito del actual te-
rritorio venezolano.
156 Alberta Zucchi

La nueva alfarería y sus antecedentes

La alfarería objeto de este informe fue elaborada con diversos antiplás-


ticos, pero la arcilla endurecida es diagnóstica; sin embargo, también se en-
cuentran arena, ceniza, carbón o fragmentos de materia vegetal, Esta última,
al quemarse durante el proceso de cocción, le confirió a la pasta una textura
más porosa. Los tiestos son jabonosos al tacto, tienen superficies de color
anaranjado-amarillento o grisáceo y frecuentemente presentan núcleos de
color gris, debido a una oxidación incompleta. La decoración está hecha a
base de incisiones, ejecutadas con un instrumento romo. Consiste de líneas
múltiples y paralelas simples, o formando complejos diseños geométricos, co-
locados externamente sobre la parte superior de las panzas y cuellos y/o de
incisiones cortas en los labios engrosados y aplanados. El uso de las técnicas
de modelado, aplicación y pintura (monocroma o policroma) es menos fre-
cuente. Las formas predominantes son los boles redondeados y carenados, así
como las jarras pequeñas y las vasijas globulares.
Este tipo de alfarería fue descrito por primera vez para el sitio Ronquín
por Howard, quien lo denominó «Grupo Z», encontrándolo asociado con
material Saladoide «Grupo Y». Si bien en este sitio dicha alfarería alcanza
su mayor popularidad a comienzos de la secuencia, y luego, justamente an-
tes de la aparición del material con antiplástico de espículas (Grupo X), en
ningún momento de la secuencia ocupacional sobrepasa una frecuencia del
10 %. Rouse y Roosevelt mencionan una situación similar dado que también
describen material con tiestos molidos (arcilla endurecida) y fibra, asociado
con alfarería de la tradición Saladoide en la zona de Parmana. En este caso el
material representa el 5 % de la colección y, según Roosevelt su popularidad
también aumenta durante Ronquín Sombra, la fase que antecede a la intro-
ducción de la alfarería con espículas (Corozal). Tanto Howard como Rouse
y Roosevelt observaron pequeñas inclusiones de espículas en algunos tiestos
de esta alfarería. Vargas también describe material cerámico aparentemente
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 157

similar. De hecho, cinco de sus tipos del sitio La Gruta (Gruta Arcilla Fina,
Gruta Carbón, Gruta Ceniza, Gruta Estampado y Gruta Incisión Corta) pa-
recen corresponder a este material, especialmente el más poroso de ellos, el
cual podría haber contenido partículas de materia vegetal, Los tipos Ronquín
Arcilla Burda y Ronquín Arcilla Fina, de la Fase Ronquin, también parecen
estar relacionados. En algunos de los tiestos del tipo Ronquín Arcilla Burda
se observaron inclusiones de espícula. En las excavaciones de Vargas, esta
alfarería alcanza su máxima popularidad en el estrato inferior del pozo 5 del
yacimiento Ronquín, en donde constituye un 30,54 % del total de tiestos y se
asocia con material de espícula y arena (Arauquinoide y Saladoide), en simi-
lares proporciones (ver Vargas, 5, cuadros N.os 80 y 81).
Por los momentos, sin embargo, Cedeño (estado Bolívar) es el único sitio
del Orinoco Medio en donde se ha encontrado un componente relativamente
puro de alfarería Cedeñoide. En este yacimiento, el 80 % de los tiestos del
nivel inferior pertenecen a ella y están asociados con pequeñas cantidades
de material con desgrasante de arena y/o espícula. En cambio, en los niveles
superiores del sitio, la misma prácticamente desaparece, siendo reemplazada
por alfarería con espículas. El hecho de encontrar un componente tempra-
no casi puro de material desgrasado con arcilla en Cedeño, nos apoya en la
distinción de este como una tradición cerámica independiente. Por eso de-
cidimos adoptar el nombre de Cedeñoide, para identificar a todos los estilos
y/o componentes cerámicos de sitios que estén relacionados. En este sentido
queremos aclarar que esta denominación servirá para agrupar alfarerías simi-
lares, pero sin asumir que el yacimiento de Cedeño sea el más temprano ni el
más representativo de todos.
Queremos mencionar, así mismo, que debido a lo fragmentario de la in-
formación disponible, en los actuales momentos es prematuro definir cate-
gorías que incluyan aspectos tales como: subsistencia, patrones de asenta-
miento, tecnología, etcétera. Por ahora nuestro interés está dirigido hacia
la reconstrucción de la historia ocupacional del Orinoco Medio y sus zonas
158 Alberta Zucchi

aledañas, con base en evidencias dispersas sobre un grupo que no había sido
previamente identificado como tal. Esto servirá de punto de partida para las
futuras investigaciones sobre los aspectos sociales y tecno-económicos de esta
gente. Los otros sitios del Orinoco Medio en los cuales también se encontró
una pequeña cantidad de material Cedeñoide, son yacimientos predominan-
temente Arauquinoídes tales como: Tucuragua, Laja de Manapire y Matajev,
localizados por Zucchi durante una inspección detallada del área, entre 1976
y 1977 (Figura 1). Sin embargo, el sitio de Agüerito es el único yacimiento del
Orinoco Medio que ha proporcionado una secuencia ocupacional prolongada
y con una cantidad suficiente de material Cedeñoide como para permitirnos
analizar su evolución estilística, la cual se describe a continuación.

La secuencia del yacimiento Agüerito

El yacimiento Agüerito se encuentra en la margen derecha del Orinoco,


frente a la desembocadura del río Apure (7° 36’ Lat. Norte, 66° 23’ Long.
Oeste; Figura 1). En este yacimiento se escavaron dos pozos de prueba de 1 x
1 m (1 y 6) y una trinchera cuadrada formada por cuatro pozos de 2 x 2 m (2,
3, 4 y 5). En los pozos 1 al 5 se emplearon niveles artificiales de 0,25 m, alcan-
zándose una profundidad de 1,25 m, mientras que en el pozo 6 se utilizaron
niveles de 0,10 m, encontrándose material hasta una profundidad de 1,20 m.
Agüerito es un sitio multicomponente en el cual se han discriminado seis
alfarerías diferentes denominadas: A, B, B-C, C, D y E (Tabla I). De ellas,
cuatro parecen identificar a grupos distintos (A, B, C y D). La primera de es-
tas, la alfarería «A››, tiene desgrasante de arena y está relacionada con la serie
Saladoide, particularmente con aquellos estilos que reflejan más fuertemente
la influencia Barrancoide, tales como: Cotua y Ronquín Sombra (Cruxent
y Rouse 1982, 359-362; Roosevelt 1978, 176-177; Rouse 1978, 204-205).
El material Cedeñoide, previamente denominado por nosotros como «B››
se describirá detalladamente más adelante. La alfarería «C››, en cambio, se
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 159

caracteriza por un antiplástico de espículas de esponja de agua dulce (cauxí),


mientras que la alfarería «B-C», presenta una combinación de espículas con
arcilla y, aparentemente, constituye el resultado del intercambio de técnicas
entre los alfareros Cedeñoides y los de la alfarería «C» (Arauquinoides). Es-
tas dos últimas alfarerías (C y B-C), se relacionan con las fases Corozal y
Camoruco, establecidas por Roosevelt para el área de Parmana. Por su parte,
la alfarería «D» se distingue por la inclusión de un desgrasante tosco de cuar-
zo molido y no se relaciona con ninguno de los estilos hasta ahora descritos.
Finalmente, la última alfarería, la «E», está compuesta por un pequeño grupo
de tiestos desgrasados con arena fina, los cuales tienen una pasta muy dura.
Esta alfarería aparece esporádicamente en la secuencia de Agüerito y tampo-
co se le ha podido relacionar con ningún estilo conocido.
Las fechas obtenidas mediante C14 y TL (Tablas II y III), nos han per-
mitido establecer una secuencia cronológica para este sitio que se inicia a co-
mienzos del primer milenio a. C. y culmina alrededor de los 1400 años d. C.
Con base en los cambios observados en la densidad, frecuencia relativa, así
como en el estilo de las diferentes alfarerías, esta secuencia se ha dividido en
cuatro períodos para los cuales, en lo posible, se ha tratado de incorporar la
información disponible sobre la subsistencia.
La característica distintiva del período I es el predominio de las alfarerías
Saladoide y Cedeñoide ya que se considera que el escaso material Arauqui-
noide encontrado en los niveles de este período es intrusivo. El material Sa-
ladoide parece relacionarse con la fase Ronquín y Ronquín Sombra del área
de Parmana. En cambio, el material Cedeñoide tiene mayor similitud con el
material desgrasado con arcilla, carbón y ceniza, descrito por Vargas, para la
fase La Gruta (Vargas 1981, 87-88), el cual es anterior a las fases Ronquín
y Ronquin Sombra. Este hecho nos hace pensar que una parte del material
Cedeñoide de Agüerito, perteneciente al período I, pueda corresponder a
una ocupación más antigua (cerca de 1000 años a. C. o más) y anterior a la
del asentamiento Saladoide. Aun aceptando esta posibilidad, la escasez de
160 Alberta Zucchi

material Cedeñoide en los niveles tempranos no nos ha permitido, hasta aho-


ra, aislar este supuesto componente antiguo.
Durante el Período I de Agüerito (1000 a. C.-499 d. C.), la baja densidad
del material sugiere una ocupación esporádica por parte de un grupo relati-
vamente pequeño, con una subsistencia basada fundamentalmente en la caza,
la pesca, la recolección y quizás en una agricultura incipiente. Con la llegada
de los Saladoides, alrededor de los 400 años d. C., el sitio probablemente
comenzó a ser utilizado simultánea o alternativamente por ambos grupos.
El Período II, se inicia alrededor de los 500 años d. C., con la intrusión en
el sitio de un tercer grupo portador de una alfarería muy simple, desgrasada
con espículas de esponja de agua dulce. El intercambio de elementos que se
observa en las tres alfarerías, así como la aparición de una nueva alfarería
(B-C) que combina elementos de dos de ellas, parecen indicar que los tres
grupos coexistieron durante este lapso sin mucho conflicto. Este período
de Agüerito se relaciona con la fase Corozal y tal como ocurre en el área
de Parmana, se asocia con la introducción del complejo maíz-frijol-calabaza.
Igualmente, las influencias Barrancoides que ya se habían hecho evidentes
en la alfarería Saladoide del período anterior, aparecen ahora en la cerámica
con cauxí, indicando contactos permanentes entre el Medio y Bajo Orinoco.
Durante el Periodo III (1000-1200 años d. C.) se observa un claro predo-
minio de los portadores de la alfarera con cauxí, la cual ya exhibe todas las
características que han sido descritas por Cruxent y Rouse para el material de
la Serie Arauquinoide. Igualmente, la densidad de los tiestos por nivel indica
que la población había aumentado considerablemente. Por otra parte, la fuerte
disminución del material Salaloide y Cedeñoide en el sitio de Agüerito durante
este tercer período, parece sugerir un movimiento expansivo fuera de la zona
por parte de estos grupos, los cuales, sin embargo, continuaron manteniendo
asentamientos y contactos con el Orinoco (Ej. Cotua, Los Caros, Tucuragua).
Finalmente, este tercer período se caracteriza también por la aparición de una
nueva alfarería (D), la cual en la etapa siguiente tiende a aumentar mientras que
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 161

el material con espículas disminuye, probablemente debido a que por esta épo-
ca (1200-1400 años d. C.), el último gran movimiento expansivo Arauquinoide,
a partir del Orinoco Medio, ya había comenzado.

Variación temporal de la alfarería Cedeñoide

A través del análisis del material no solo hemos podido observar que la al-
farería Cedeñoide disminuye progresivamente a lo largo de la secuencia ocu-
pacional de Agüerito, sino que a través de ella se producen ciertos cambios en
lo que respecta a la composición de la pasta, las formas y la popularidad de las
distintas técnicas decorativas. Por otra parte, hemos podido determinar que su
mayor complejidad decorativa ocurre en los dos primeros períodos, mientras
que durante el tercero desaparece la mayoría de los motivos y la ejecución se
hace menos cuidadosa. A continuación describiremos en detalle los cambios
observados a lo largo de la secuencia ocupacional, en lo que respecta a pasta,
formas, modos y técnicas decorativas, así como en las zonas de decoración.
Pasta
En la alfarería Cedeñoide correspondiente al Período I se encuentra
un porcentaje relativamente elevado de tiestos con apariencia más po-
rosa, posiblemente ocasionada por el empleo de materia orgánica como
desgrasante (fibras, carbón, ceniza, etcétera) (Tablas IV y V). General-
mente, este material es más friable que el resto. No hemos observado
formas ni motivos decorativos exclusivos de esta cerámica, si bien en su
decoración solo parece haberse empleado la incisión y el engobe rojo.
Por otra parte, también hay que mencionar que durante este período
el material de poco espesor es más abundante. La proporción del mate-
rial poroso continúa siendo relativamente alta hasta la segunda parte del
Período II, cuando su frecuencia decrece marcadamente y los tiestos se
hacen más compactos y menos friables. Esta tendencia se mantiene en
los dos últimos periodos.
162 Alberta Zucchi

Al inicio del Período II en Agüerito aparece una nueva alfarería (B-C)


que tiene pasta Cedeñoide pero con inclusiones de espículas de esponja.
Esta última alcanza su mayor popularidad en los comienzos (aproximada-
mente 10 % del total de tiestos del período), pero desaparece progresiva-
mente en las etapas posteriores. La presencia de esta alfarería híbrida, su
relativa popularidad, así como la aparición simultánea en el sitio de un com-
ponente importante de alfarería con esponjilla, nos inducen a pensar que
durante la primera parte del Período II coexistieron en el sitio de Agüerito
tres grupos diferentes: los Cedeñoides, los Saladoides y los Arauquinoides.
Formas
El material Cedeñoide de Agüerito se caracteriza por una relativa varie-
dad de bordes, los cuales corresponden a 18 formas cerámicas (Figura 2),
De ellas las más populares son los boles abiertos, mientras que las de boca
cerrada son considerablemente menos frecuentes (Figura 3). Por otra par-
te, también es importante destacar la ausencia de budares en esta alfarería,
hecho que nos induce a pensar que en las etapas iniciales de su ocupación de
la zona, si los Cedeñoides eran agricultores, todavía no habían adoptado las
técnicas para la elaboración del casabe, o posiblemente utilizaban budares
fabricados por otros grupos (Ej. los Saladoides, ya que este artefacto aparece
en su cerámica desde el comienzo de la secuencia). Estas dos características
del material Cedeñoide de Agüerito contrastan con lo que sucede en los sitios
llaneros más tardíos, en los cuales aparecen tanto las formas cerradas como
el budare.
De las 18 formas identificadas en esta alfarería durante toda la secuencia
ocupacional (Figura 3), solo 7 caracterizan al Periodo I (N.os 1, 2, 3, 4, 5, 6 y
9). De estas, las vasijas 3, 4 y 5 son las formas más populares a lo largo de toda
la ocupación del sitio. A excepción de los bordes correspondientes a la forma
1, todos los restantes pertenecen a boles abiertos, redondeados o carenados.
Es a partir del Período II cuando se observa un florecimiento en el reper-
torio de formas, el cual va apareado, como veremos más adelante, con una
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 163

diversificación en la decoración. Durante la primera parte del Período II se


introducen 6 nuevas formas (N.os 7, 8, 9, 10, 15 y 16) y, para finales del mismo
se han añadido cuatro más (N.os 11, 12, 13 y 18). De estas últimas, las 11, 12 y
13, se asemejan a formas típicas de la cerámica Arauquinoide, por lo que pen-
samos que su reproducción en la alfarería Cedeñoide se debió al intercambio
entre ambos grupos. Las formas más populares a comienzos del período son
las números 2, 4, 5, 9 y 10, de las cuales un alto porcentaje está decorado.
Para finales del mismo, desaparece la forma 2, pero surge la forma 8 que
muestra una fuerte influencia Barrancoide. Si bien durante este período aún
predominan los boles, aparecen las dos únicas vasijas globulares cerradas (18
y 13), de las cuales, la última se asemeja a una de las formas que caracterizan
a la alfarería con cauxí. Es probable que la adopción de estas vasijas grandes,
para almacenamiento, estuviese acompañada de cambios en el procesamiento
de alimentos.
Durante el Período III aparece la forma 17, pero ya no se presentan las va-
sijas 1, 2, 6, 7, 11, 14, 15, 16 y 18, algunas de las cuales ya habían desaparecido
a finales del período anterior. El material Cedeñoide prácticamente desapare-
ce en el Período IV y los escasos tiestos de borde encontrados corresponden
a las formas 5, 9 y 10.
Decoración
Aproximadamente un 12 % de la alfarería Cedeñoide de Agüerito presen-
ta decoración y de las cuatro técnicas empleadas (modelado, appliqué, pintura
e incisión), la incisión es la más popular a lo largo de toda la secuencia.
Incisión
Durante el Periodo I y en la primera parte del II, la incisión es fundamen-
talmente ancha y llana y forma motivos rectilíneos. También aparecen en
menor proporción la incisión fina, llana y rectilínea, así como la ancha, llana
y curvilínea. La decoración incisa siempre está situada sobre el labio (Figura
5), sobre la parte externa superior de los boles (Figura 4 a-i, Figura 5 d) o en
los cuellos de las vasijas (Figura 5 g). Para finales del período, en cambio, se
164 Alberta Zucchi

introduce la incisión ancha, profunda y rectilínea, (Figura 5 j) a la vez que


aumenta la frecuencia de la incisión fina llana y rectilínea (Figura 5 e, f). Esto
parece reflejar influencias del componente Arauquinoide, el cual ya domina
en el sitio, y cuya decoración incisa se basa, precisamente, en la incisión fina y
rectilínea. En cambio, los pocos motivos incisos identificados en los Períodos
III y IV son rectilíneos y están ejecutados, básicamente, mediante líneas an-
chas y llanas. El único tiesto en donde se observa el uso de cepillado paralelo
aparece en el Período IV (Figura 5 k).
En la incisión Cedeñoide se han aislado 18 motivos, los cuales se han sub-
dividido en cuatro categorías: 1) líneas horizontales continuas sobre bordes,
2) incisiones cortas sobre los labios, 3) motivos de relleno, y 4) motivos sobre
panzas, compuestos por líneas paralelas dispuestas en una o más direcciones
(Figura 6). De estos 18 motivos, 10 aparecen el Período I (N.os 1, 3, 5, 6, 8, 9,
10, 11,12 y 15). Es interesante anotar que las incisiones sobre el terminal del
labio, ya sean muescas, incisiones cortas o líneas horizontales (especialmente
en las formas 2, 4 y 9), alcanzan su mayor popularidad durante la primera
parte del Período II y luego prácticamente desaparecen (Figura 5 a, c). En
cambio, las incisiones sobre las panzas de las vasijas (especialmente en las
formas 3, 4, 5, 9 y 18), las cuales hacen su aparición durante el Período I, se
mantienen a través de toda la secuencia. Si bien a comienzos del Período II
se incorporan nuevos motivos (13, 14 y 15), a finales de este se observa una
pérdida de elementos, un menor uso de la incisión, así como un aumento
en el uso de pintura. Para finales del Período III y durante el IV, solo se en-
cuentran tres de los motivos anteriores (11, 12 y 15). Igualmente, durante la
primera parte del Periodo II, con el uso del punteado grueso (18) aparecen
los motivos de relleno, mientras que en el Periodo III se emplean las muescas
(17) para este fin.
Durante el Período I y en la primera parte del II, la incisión lineal sobre los
bordes generalmente va acompañada de motivos incisos, colocados sobre la
parte superior externa de las panzas. En cambio, a partir de la segunda parte
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 165

del Período II, la incisión lineal aparece sola y se encuentra sobre las pestañas.
Esta modalidad continúa durante el Período III y se observa también en los
estilos Cedeñoides de los Llanos occidentales. Como se puede apreciar en la
Figura 6, el auge de los elementos incisos ocurre durante el Período II.
Pintura
Observamos que la pintura policroma fue más popular durante las pri-
meras etapas de ocupación (Períodos I y II temprano, Figura 7 a, c), mientras
que en las más tardías (finales del II y I), fue prácticamente sustituida por la
pintura roja sobre natural en forma de bandas colocadas, preferentemente,
sobre labios protuberantes (Figura 7 g-j). Esto parece indicar influencias de la
gente Arauquinoide, en cuya alfarería esta técnica alcanzó gran popularidad.
Igualmente aparecen motivos geométricos hechos mediante trazos burdos de
pintura marrón sobre blanco (Figura 7 k). Es evidente que esta pintura tardía
es diferente al policromo temprano en lo que respecta a la concepción, eje-
cución y zona de aplicación; por ello pensamos que haya sido el resultado de
influencias externas.

La alfarería Cedeñoide en el Orinoco Medio

Una vez descritas las características de la alfarería Cedeñoide en el ya-


cimiento de Agüerito, y analizados sus cambios temporales, intentaremos
compararla con material similar encontrado en otras zonas de Venezuela,
con el fin de reconstruir, en lo posible, su dispersión espacio-temporal. Las
similitudes más estrechas ocurren con material cerámico encontrado en los
sitios La Gruta, Ronquín, Corozal y Cedeño, todos ellos situados en el Ori-
noco Medio (Figura 1).
166 Alberta Zucchi

Área de Parmana

A pesar de que la colección de material Cedeñoide obtenida por Vargas en


Parmana es bastante pequeña, se puede apreciar en ella una secuencia similar
a la descrita para Agüerito. En efecto, aquí, en los niveles inferiores también
se observa a) una mayor frecuencia del material poroso (tipos Gruta Carbón
y Gruta Ceniza), b) un aumento progresivo a partir de los niveles inferiores
del material más compacto (tipos Gruta Arcilla Fina y Ronquín Arcilla Fina),
y c) la inclusión de espículas en la alfarería Cedeñoide de las etapas más tar-
días (Ronquín Arcilla Burda) (Tabla VI).
Igualmente, se puede decir que en Parmana también predominan los bo-
les redondeados y carenados y la decoración incisa formando motivos de lí-
neas paralelas. Además el material Cedeñoide de La Gruta comparte con el
de Agüerito la incisión corta sobre los labios y el uso de engobe rojo espeso.
Si bien Vargas no encuentra pintura en su material, Roosevelt y Rouse,
informan sobre la presencia de pintura monocroma y policroma en los co-
mienzos de la fase Corozal. Es importante destacar de nuevo que tanto en las
excavaciones de Howard, como en las de Vargas y Roosevelt, el material Ce-
deñoide se presenta desde los comienzos de las secuencias y su popularidad
aumenta justamente antes de la intrusión Arauquinoide. Este incremento de
popularidad corresponde al Período II temprano de Agüerito, en el cual la
alfarería Cedeñoide constituye un 30 % de la colección.

Cedeño

El material Cedeñoide de este yacimiento proviene casi exclusivamente


del nivel más profundo, en donde es predominante (+ 80 %). Al compararlo
con el de Agüerito y el de la zona de Parmana, se puede apreciar gran simi-
litud en cuanto a textura, desgrasante y color, aunque el material de Cedeño
tiende a ser más delgado. En este sentido se parece más al del tipo Gruta
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 167

Ceniza, establecido por Vargas. Por otra parte, aunque no estemos en con-
diciones de presentar cifras, puesto que aún no se ha concluido el procesa-
miento de la colección de Cedeño, es evidente que también se encuentra una
cantidad considerable de material poroso, el cual, aparentemente, pudo haber
contenido materia orgánica como desgrasante. En los niveles superiores, en
donde predomina el material con cauxí, algunos de los pocos tiestos Cedeñoi-
des presentes tienen inclusiones de espículas. Esto lo relaciona con el material
de la fase Corozal de Roosevelt, con el tipo Ronquín Arcilla Burda de la fase
Corozal de Vargas y con los Periodos II y III de Agüerito.
Desde el punto de vista decorativo, la alfarería de este yacimiento presen-
ta engobe rojo, incisión curvilínea y superficial, colocada sobre las panzas;
incisión fina y llana, formando motivos de líneas paralelas onduladas, ocasio-
nalmente combinadas con puntos incisos situados sobre la parte superior de
los bordes (Figura 8 d, f; m); incisión corta o punteada sobre labios aplanados
(Figura 8 b, c, d,), así como apéndices mamelonares apenas insinuados (Fi-
gura 8, g). Hay que destacar que todos los bordes del nivel más profundo de
Cedeño presentan algún tipo de decoración.
Las formas de vasijas de este yacimiento difieren de las de Parmana y
Agüerito en su popularidad relativa. Es decir, si bien en Cedeño se encuentra
el bol de paredes gruesas y boca abierta (forma 9, de Agüerito), una vasija
carenada semejante a nuestra forma 2 (Figura 8 b, d y f), y otra parecida a la
16, la forma más popular en Cedeño es una vasija globular pequeña con boca
ligeramente restringida, que no se ha encontrado en los demás yacimientos.

Cronología del material Cedeñoide en el Orinoco Medio

Por los momentos, Cedeño, Agüerito y La Gruta son los yacimientos que
han proporcionado las fechas más tempranas para el material Cedeñoide de
Venezuela. Desde el punto de vista cronológico, las fechas obtenidas para
nuestro Periodo I en Agüerito (las cuales oscilan entre 940 años a. C. y 460
168 Alberta Zucchi

años d. C.) se relacionan tanto con una de las fechas obtenidas por Vargas
para los niveles más profundos de la Gruta (655 años a. C.) como la que se
obtuvo para el nivel más profundo de Cedeño (245 años d. C.).
Por otra parte, la porosidad del material, el énfasis en la decoración incisa
lineal sobre las panzas y en los labios, la ausencia de pintura y la presencia de
engobe rojo, son elementos que permiten establecer una relación estilística
entre los niveles más tempranos de La Gruta, los que corresponden al Perío-
do I de Agüerito y el más profundo de Cedeño. Por ello pensamos que los
tres representan ocupaciones de una misma gente, ocurridas entre el primer
milenio a. C., y el comienzo de nuestra era. Es de esperarse que en un futuro
se pueda subdividir este primer período, que por los momentos abarca un
lapso de casi 1500 años.
Señalamos la posibilidad de que los Cedeñoides pudieron haber penetra-
do al Orinoco Medio mucho antes que los grupos Saladoides. El hecho de
haber encontrado en Agüerito alfarería Cedeñoide idéntica a la descrita por
Vargas y Roosevelt para los niveles más profundos de La Gruta, y no asociada
a material Saladoide de este período, constituye una evidencia adicional en
apoyo de esta hipótesis sobre la presencia de componentes Cedeñoides tem-
pranos en diversos sitios del Orinoco Medio. Esto nos lleva a pensar que estas
fueron ocupaciones discretas e independientes y que las fechas anteriores al
primer milenio a. C. que se han obtenido en la zona (Vargas 1981, 1370 a.
C.; Rouse 1978, 1585, 1760, 2115 y 2150 a. C.; y Zucchi, Tarble y Vaz 1984,
2130, 3700 y 3475 a. C.) puedan haber correspondido exclusivamente al ma-
terial Cedeñoide y no al Saladoide, como se ha interpretado hasta ahora.
Por otra parte, en las etapas más tardías de los tres yacimientos ocurren
tres hechos importantes: 1) la intrusión de grupos portadores de alfarería
con desgrasante de espículas de esponja. 2) la aparición de una alfarería hí-
brida que combina elementos Cedeñoides y Arauquinoides, y 3) la desapari-
ción del material Cedeñoide en los niveles superiores, lo cual sugiere que este
grupo abandonó la zona y penetró a otros sectores. Esta penetración queda
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 169

evidenciada por la aparición de material relacionado en los Llanos occidenta-


les, el cual es posterior a los desarrollos del Orinoco.
El material con cauxí correspondiente a estas etapas es bastante simple
(fase Corozal de Rouse y Roosevelt) y todavía no presenta ni las formas ni los
motivos decorativos que tipifican al material Arauquinoide tardío.

Relaciones con los Llanos occidentales

Hasta ahora hemos visto cómo a partir del primer milenio a. C. y por
un lapso de casi 1500 años, la gente Cedeñoide ocupó y compartió con los
Saladoides el Orinoco Medio. También hemos hecho referencia al impacto
que la llegada de los portadores de la cerámica con cauxí tuvo en ambos
grupos. Es decir, hemos visto como en las primeras etapas de penetración
a la zona, los Arauquinoides compartieron con los Cedeñoides y Saladoi-
des los sitios favorables del sector, un hecho que queda demostrado por el
intercambio de elementos cerámicos como formas, motivos decorativos y
desgrasante, entre las tres alfarerías. Luego de estas etapas, sin embargo, y
aparentemente a causa de un considerable aumento en la población Arau-
quinoide (evidenciado por una mayor densidad y extensión espacial de los
tiestos con cauxí en los niveles superiores de los distintos yacimientos), este
último grupo se hizo claramente dominante. Este hecho, a su vez, proba-
blemente dio origen a la emigración casi total de los Cedeñoides y Saladoi-
des a partir del sector.
Dado que el movimiento Saladoide ha sido descrito por otros autores,
en este trabajo nos limitaremos a presentar en forma esquemática el movi-
miento Cedeñoide hacia los Llanos, en donde esta gente ocupó parte de los
estados Apure, Barinas, Guárico, y posiblemente el norte de Portuguesa.
Si bien algunas de estas colecciones son pequeñas y aún se carece de fe-
chas absolutas para ellas, las relaciones estilísticas entre sus materiales y
los del Orinoco, nos permiten establecer una cronología tentativa para este
170 Alberta Zucchi

movimiento expansivo. A continuación presentaremos una breve descrip-


ción de los yacimientos y su material, comparándolos con los del Orinoco.
Los Caros (estado Guárico)
Los Caros es el sitio Cedeñoide llanero geográficamente más cercano y
estilísticamente más similar a los del Orinoco. Cruxent y Rouse (pp. 335-
337) describen al yacimiento como un montículo en cuya superficie se re-
colectó material cerámico «blando y jabonoso al tacto››. Además de la arena
fina mencionada por estos autores como desgrasante, un análisis posterior
reveló también la presencia de partículas de arcilla, así como la porosidad de
algunos de los tiestos de la colección.
Las formas de Los Caros se relacionan tanto con las de Agüerito como
con las de Cedeño, siendo muy frecuentes los boles con labio romo o apla-
nado. También llama la atención la presencia de ollas con bordes de perfil
triangular, las cuales son muy frecuentes en otros sitios Cedeñoides llaneros,
situados más al oeste (El Choque, La Majada, Guayabal y Médano Grande)
y, posiblemente, más tardíos.
En la decoración del material de Los Caros se mantiene el patrón Cede-
ñoide en cuanto al predominio de la incisión, tanto por el uso de motivos de
líneas paralelas colocadas sobre inflexiones, como las incisiones cortas sobre
los labios (Cruxent y Rouse 1982, pl. 73, N.os 1, 2, 9 y 16). En la colección de
Los Caros no existen evidencias de pintura, pero esto puede ser el resultado
de la erosión, dado que la colección fue de superficie. Además, es importante
recordar que la misma provino de un yacimiento que podría haber sido más
profundo y, cuyo material temprano se desconoce.
En este sitio los artefactos asociados incluyen un fragmento de pipa y va-
rios tiestos de topias.
Crescencio (estado Barinas)
Además del material ya descrito por Zucchi y Denevan e incluido en el
complejo El Choque, en una prospección posterior se recolectó material de la
barranca del río el cual había sido expuesto por la crecida de ese año.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 171

Los tiestos obtenidos en esta ocasión podrían corresponder a una ocu-


pación anterior a la que describe Zucchi, dado que presentan elementos Ce-
deñoides tempranos distintivos como: la pintura policroma (rojo y marrón
sobre blanco), (Figura 9 L, M y N), y una mayor variedad de motivos incisos,
los cuales están colocados sobre las inflexiones de vasijas carenadas, semejan-
tes a la forma 5 de Agüerito (Figura 9 D-K). Por otra parte, los bordes con
muescas sobre el labio (Figura 9 A, B y C) se asemejan a los del tipo Choque
Burdo (ver siguiente sección). Al igual que en la colección original, la pasta de
este material aflorado es jabonosa al tacto.
Complejo El Choque
(Sitios: El Choque-La Majada, El Mamón, estado Barinas)
El material de este complejo ya ha sido descrito en detalle por Zucchi,
y por tal motivo, solo haremos referencia a aquellas características que nos
permiten incluirlo en el material Cedeñoide. La pasta de los diferentes tipos
(Choque Burdo, Mamón Fino y Mamón con Engobe) es jabonosa al tacto y
contiene arena, fragmentos de arcilla y, en algunos casos, espículas de cauxí.
Si bien los boles están presentes (similares a los de las formas N.os 2, 3, 4,
8, 11 y 12 de Agüerito) en el material de este complejo predominan las ollas
globulares con el labio evertido y perfil aplanado o triangular (Choque Bur-
do, formas A y B), algunas de las cuales tienen un pequeño reborde debajo
del labio (ver Zucchi y Denevan 1979, Figura 17 y 61). Solo en el yacimiento
El Mamón se encontraron tiestos de budares.
Como el resto del material Cedeñoide, en la alfarería del complejo El Cho-
que la incisión constituye la técnica decorativa más popular, encontrándose
las incisiones paralelas sobre las inflexiones (ver Zucchi y Denevan, Lám. 8,
L-R; Lám. 10, A-P) y los trazos cortos sobre los labios evertidos de las ollas
(ver Zucchi y Denevan, Lám. 8, I-K; Lám. 9, B-D). Igualmente, es muy fre-
cuente el uso de diversas muescas o impresiones digitales en la superficie ex-
terna de los labios de estas últimas.
172 Alberta Zucchi

Guayabal (estado Guárico)


El sitio Guayabal ocupa un montículo situado cerca del río Portuguesa.
La colección es de superficie.
La muestra contiene material estilísticamente similar al de El Choque,
previamente descrito, especialmente en lo que atañe a las ollas con labio ever-
tido y decorado con incisiones cortas o muescas (Figura 10, D, E, G). Si bien
el material de esta colección contiene desgrasante mixto compuesto de arci-
lla, arena y una cantidad considerable de cauxí, aún conserva el aspecto y la
textura de la pasta Cedeñoide.
Además de los boles y las vasijas, se encontraron fragmentos de doble ver-
tedero y uno de budare con impresión de cestería (Figura 10, F), así como
adornos zoomorfos modelados-incisos, cuya pasta no contiene cauxí (Figu-
ra 10, A-C). Estos últimos podrían ser indicadores de nexos con los grupos
Arauquinoides cercanos, puesto que no son elementos comunes en el mate-
rial Cedeñoide. Varios tiestos de la colección presentan pintura roja y marrón
sobre natural, formando motivos que recuerdan al policromo de Crescencio
y de Agüerito (Figura 10, H).
Médano Grande (estado Apure)
La colección de superficie proveniente de este sitio está integrada por
alfarería, lítica (fragmentos de manos, metates y hachas) así como por res-
tos de bahareque. Este yacimiento se encuentra en una zona de médanos,
los cuales están sometidos a un intenso proceso erosivo. La cerámica está
bastante desgastada, pero en ella se puede observar el uso de tres tipos
de desgrasante: arcilla, arcilla/cauxí y cauxí. Es posible que cada una de
estas alfarerías tuviera una gama propia de formas y motivos decorativos;
sin embargo, dado lo reducido de la muestra no es posible determinarlo
por ahora.
Los bordes correspondientes al material desgrasado con arcilla y cauxí
tienen una gran similitud con el material de Guayabal, Crescencio y El
Choque, en lo que respecta al predominio de ollas de labio evertido, cuya
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 173

parte superior está decorada con incisiones (Figura 11, D, F, H). Además,
algunos de estos bordes presentan muescas sobre el terminal del labio.
El material de Médano Grande comparte con Crescencio la forma con
reborde (Figura 11, E, G. I) y el bol redondeada con incisión externa ancha,
llana y paralela (Figura 11, B). Es interesante anotar, que tanto la técnica de
incisión, como los motivos y el grosor de los tiestos de la alfarería de este ya-
cimiento son similares a los del material de Cedeño. En la cerámica de ambos
sitios se aprecia una preferencia por los tiestos de poco espesor y por el uso de
incisión fina formando motivos casi curvilíneos, un hecho que contrasta con
lo que ocurre en los otros yacimientos descritos (Figura 8, D, F, H y Figura
11, D, E). Aun tomando en cuenta que la muestra de bordes correspondiente
al material con antiplástico de arcilla procedente de Médano Grande es muy
reducida, se puede decir que la forma más común es el bol. Si bien ninguno de
estos bordes presenta decoración, en un fragmento de topia se puede apreciar
la incisión lineal paralela, ancha y llana, que es característica del material
Cedeñoide (Figura 11, J).
Por otra parte, la pintura solo aparece en el material con desgrasante de
arcilla. Una vasija fragmentada tiene el cuello cubierto de pintura marrón,
mientras que la panza presenta un dibujo hecho en base a trazos finos, pa-
ralelos y rectilíneos en marrón sobre blanco. Esta forma es casi idéntica a la
de una vasija con decoración incisa (Figura 12, D) encontrada en Crescencio,
y posiblemente, también a las de Agüerito, en donde solo se obtuvieron las
inflexiones (Figura 12, A, B, C). Finalmente, los bordes con cauxí proceden-
tes de Médano Grande, pertenecen a boles abiertos y presentan decoración
incisa-punteada que es muy característica de los estilos tardíos de la Serie
Arauquinoide.
Al igual que en Cedeño (Figura 8, A), en este yacimiento también se en-
contró un fragmento de pipa (Figura 11, K).
174 Alberta Zucchi

Comparación entre el Orinoco Medio y los Llanos

Hasta ahora hemos descrito diversas colecciones de alfarería provenien-


tes de los Llanos occidentales, las cuales si bien no son idénticas a las del
Orinoco, comparten con estas suficientes elementos como para suponer que
se derivaron de ellas (Fig. 13 y 14). Igualmente consideramos que son indi-
cadoras del movimiento migratorio que a partir de los 700 a 800 años d. C.,
los Cedeñoides emprendieron desde el Orinoco, probablemente a causa de la
dominación de la zona por parte de los Arauquinoides.
Entre los elementos que comparten los materiales cerámicos de ambas zo-
nas, podemos señalar: una pasta porosa, jabonosa, desgrasante con arcilla y/o
arcilla y cauxí. En todos los yacimientos descritos predomina la decoración
incisa, la cual toma dos modalidades principales: a) incisión corta sobre los
labios, y b) líneas paralelas colocadas sobre la panza. Al alejarse de la región
del Orinoco, la ubicación de la incisión corta sufre modificaciones las cuales,
posiblemente, están ligadas con cambios en el repertorio de formas. Mientras
que en el Orinoco Medio la incisión corta se presenta, fundamentalmente,
sobre los labios de los boles (los cuales constituyen la forma predominante)
o en la parte externa inferior del labio de ollas de cuello alto, en los Llanos la
incisión corta aparece en la parte superior externa de los bordes de las ollas,
las cuales constituyen aquí la forma más popular.
La alfarería de Los Caros parece constituir un estado intermedio en esta
tendencia, ya que presenta tanto los boles con incisión corta sobre los labios,
como algunas ollas con bordes de perfil triangular, que son típicamente llane-
ras. Por otra parte, el empleo de muescas en el terminal del labio de las ollas
es un elemento exclusivo de los sitios llaneros. La decoración incisa formando
motivos paralelos colocados externamente sobre las panzas de los boles re-
dondeados y carenados, es otro rasgo que ocurre en todos los yacimientos Ce-
deñoides (a excepción de Guayabal). En los Llanos, sin embargo, se observa
una tendencia hacia el empleo de diseños rectilíneos más sencillos. Debemos
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 175

recordar que después del florecimiento de los complejos motivos curvilíneos


y rectilíneos que ocurre en la primera parte del Período II de Agüerito, se
observa un mayor énfasis en el uso de motivos incisos rectilíneos más sen-
cillos, tal vez como resultado de la influencia Arauquinoide. Si la migración
Cedeñoide hacia los Llanos ocurrió durante esta etapa, se podría explicar por
qué los motivos incisos llaneros son mucho más simples.
Por lo que respecta a la pintura, es interesante anotar que la modalidad
que caracteriza al material Cedeñoide del Periodo II de Agüerito (policroma
formando motivos que contrastan líneas finas y zonas de color), se encuentra
en los sitios llaneros de Crescencio, Médano Grande y Guayabal. En cam-
bio, la pintura bicroma zonificada y la combinación de negro sobre blanco, se
limita exclusivamente al material de los niveles más tardíos de la región del
Orinoco Medio.
Entre los artefactos asociados que caracterizan a los sitios Cedeñoides se pue-
den mencionar las pipas, las cuales se encontraron tanto en el Orinoco (Cedeño),
como en los Llanos (Los Caros y Médano Grande). En cambio, los budares y las
topias, hasta ahora solo han sido hallados en los yacimientos Cedeñoides llaneros.

Cronología del material Cedeñoide Llanero

En base a en la evidencia presentada, podemos establecer una cronolo-


gía tentativa para los yacimientos Cedeñoides de los Llanos. La secuencia
de Agüerito sugiere que los Cedeñoides comenzaron su emigración hacia el
sector llanero durante la segunda parte del Período II (aprox. 700-1000 años
d. C.), cuando en el sitio se observa una marcada disminución en la frecuencia
de este material, la cual va acompañada por un aumento considerable de al-
farería Arauquinoide. Esta ubicación concuerda con la que Cruxent y Rouse
sugieren para Los Caros (300-1000 años d. C.) con base en evidencia indi-
recta (ausencia de material histórico y de alfarería con cauxí, a pesar de su
proximidad a sitios Arauquinoides).
176 Alberta Zucchi

Este sitio, por otra parte, parece estar más estrechamente relacionado con
el Orinoco que los otros yacimientos, puesto que en su alfarería los boles
todavía son más populares que las vasijas globulares y, la incisión corta en los
labios es frecuente. Además, la virtual ausencia de budares es otro indicador
de su mayor antigüedad, puesto que este elemento tampoco está presente en
el Orinoco.
Debido a la presencia de la pintura policroma, el material aflorado de
Crescencio también parece ser relativamente temprano. Por otra parte, la in-
cisión sobre las panzas del material de este sitio, al igual que la de Los Caros,
es muy semejante a la que caracteriza la cerámica Cedeñoide del Período II
tardío y III de Agüerito.
En cambio, la alfarería del complejo El Choque así como la de los yaci-
mientos de Guayabal y Médano Grande, parece ser más tardía (aprox. 1100-
1400 años d. C.), no solo con base en la fecha obtenida por Zucchi y Denevan
para el complejo El Choque (l445 d. C.), sino debido a que en los tres se
encuentran tiestos desgrasados con arcilla-cauxí, algunos de los cuales pre-
sentan decoración netamente Arauquinoide. En estos tres sitios predominan
las ollas con bordes de perfil triangular, incisos o con muescas, los cuales se
convierten en marcadores del material Cedeñoide tardío. Otra característica
de esta etapa final es la virtual ausencia de boles carenados, los cuales, como
hemos visto, tipifican la etapa temprana en el Orinoco. Por lo anterior pode-
mos resumir los elementos diagnósticos de cada una de las etapas del mate-
rial Cedeñoide, desde su aparición en el Orinoco Medio hasta su instalación
en los Llanos occidentales, de la siguiente manera: (Tabla VII).

Conclusiones

A lo largo de este trabajo hemos definido las características de la alfa-


rería Cedeñoide, demostrando que representa a un grupo prehispánico que
no había sido previamente identificado, el cual tuvo en nuestro territorio un
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 177

desarrollo y una distribución espacial bien definida. Así mismo, hemos men-
cionado que las manifestaciones más tempranas de esta gente se circunscri-
bieron a las riberas inundables del Orinoco Medio, entre las desembocaduras
de los ríos Apure y Zuata (Figura 1).
Si bien por ahora hemos aceptado las fechas correspondientes al primer
milenio a. C. (La Gruta y Agüerito) como representativas de la etapa tem-
prana de ocupación Cedeñoide, también hemos indicado la posibilidad de
que los fechamientos anteriores (correspondientes al segundo milenio a. C.
o más), que se han obtenido en la zona, puedan fechar los primeros asenta-
mientos esporádicos y muy breves de este grupo, y no a los Saladoides, como
se había pensado hasta ahora.
En este sentido, queremos referirnos a la existencia de un amplio horizon-
te cerámico, el cual aparentemente se extendió por las regiones bajas tropica-
les de Suramérica a partir del cuarto milenio a. C. El mismo estaría caracteri-
zado por una alfarería relativamente sencilla, de formas redondeadas, bordes
directos entrantes o evertidos, uso de desgrasante orgánico (fibras vegetales,
conchas, carbón o ceniza), de engobe rojo espeso y de técnicas muy sencillas
(cepillado, raspado, rodetes no alisados y patrones incisos muy simples). Es
interesante anotar que los portadores de esta alfarería parecen haber prefe-
rido para sus asentamientos las zonas de manglares y lagunas, el interior de
bahías, así como las riberas de los ríos y sus islas. Aparentemente, a este hori-
zonte parecen pertenecer diversas fases y tradiciones como: Puerto Hormiga
y Monsú en la costa atlántica colombiana; Mina, Maranhao, Uruhá, Tacuma
y Areão, en Brasil, así como la fase Alaka de Guyana, cuyas fechas oscilan
entre los 3300 o 3700 y los 1400 a. C.
En la alfarería Cedeñoide temprana no solo están presentes los elementos
diagnósticos de este horizonte (desgrasante orgánico, engobe rojo grueso, for-
mas sencillas y motivos incisos simples) sino que las fechas más antiguas que se
han obtenido en la zona encajarían perfectamente dentro de los límites crono-
lógicos estimados para el mismo. Por otra parte, es interesante mencionar que
178 Alberta Zucchi

si bien en algunas de estas fases existen indicios que permiten pensar en una
agricultura incipiente (Ej. Monsú, Areão, Alaka), en otras, estas evidencias no
están presentes. Como vimos, en el material Cedeñoide temprano tampoco se
han encontrado evidencias claras sobre agricultura, además de que la baja den-
sidad del material de esta etapa sugiere ocupaciones esporádicas y muy breves,
las cuales no son características de un grupo netamente agrícola.
Por todo lo expuesto pensamos que si efectivamente la alfarería Cede-
ñoide formó parte de este amplio horizonte, su gente pudo haber penetrado
al Orinoco Medio mucho antes del primer milenio a. C., y que estos asenta-
mientos probablemente se caracterizaron por una gran movilidad y por per-
manencias relativamente cortas en cada uno de los sitios.
Por otra parte, se podría pensar que fue solamente hacia finales del primer
milenio a. C., cuando los asentamientos Cedeñoides del Orinoco Medio se
estabilizaron. Es posible que esto se relacione a) con una intensificación de las
relaciones con los grupos Saladoides, y b) con un incremento en la dependen-
cia de este grupo por productos agrícolas (los cuales podrían haber sido obte-
nidos, ya sea a través de una agricultura propia o por medio de intercambio).
Esta mayor sedentarización de los Cedeñoides a partir de los últimos siglos a.
C. parece estar sugerida no solo por el aumento cuantitativo de esta alfarería
en los diferentes yacimientos, sino por el progresivo florecimiento y diver-
sificación estilística que se observa en ella, las cuales alcanzan su máxima
expresión alrededor de los 500 d. C. A su vez, el material Saladoide contem-
poráneo comienza a mostrar influencias de la alfarería Barrancoide del Bajo
Orinoco, un hecho que confirma las relaciones que los grupos que habitaron
ambos sectores del río mantuvieron a través de los siglos.
A partir de los 700 años d. C., cuando los portadores de la alfarería con
cauxí comienzan a dominar el Orinoco Medio, tanto la gente Cedeñoide
como una parte de la población Arauquinoide inician movimientos migrato-
rios, los cuales continúan durante los siglos siguientes. Mientras los Cedeñoi-
des, aparentemente, solo toman una dirección, la de los Llanos occidentales,
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 179

los Arauquinoides se extienden no solo a este sector, sino que se dirigen al


Alto Orinoco (Nericagua), al sector bajo de este río (Guarguapo y Macapai-
ma) así como probablemente también a la región central de la cuenca del lago
de Valencia en el sector norte del país.
Como último punto es importante destacar que las relaciones que se esta-
blecieron entre los Cedeñoides y los Arauquinoides durante su permanencia
en el Orinoco Medio, parecen haber continuado en los llanos hasta aproxi-
madamente los 1400 d. C. En efecto, hemos visto cómo en la alfarería de los
sitios Cedeñoides llaneros más tardíos, no solo se aprecian influencias esti-
lísticas de la alfarería Arauquinoide, sino que también se encuentran tiestos
netamente Arauquinoides. Lo mismo ocurre en yacimientos Arauquinoides
tardías del Orinoco (Ej. Tucuragua, Cedeño, Matajey, Agüerito) en donde
se han conseguido pequeñas cantidades de tiestos Cedeñoides, los cuales
posiblemente indican nexos comerciales. Otro fenómeno notable en algunos
sitios tardíos Arauquinoides del Orinoco Medio, es la inclusión de arcilla
además de espícula de esponjas como desgrasante en algunas vasijas, espe-
cialmente las de mayor espesor. Esto puede deberse también al intercambio
de conocimientos técnicos para la manufactura de la cerámica, Por ello no es
aventurado pensar que en el Orinoco se hubiera establecido entre ellos algún
tipo de relación (Ej. matrimonial, simbiosis económica, etcétera), la cual se
mantuvo en los siglos posteriores a pesar del movimiento que emprendieron
ambas poblaciones.
Por otra parte, el contacto entre los Arauquinoides y Cedeñoides debió
implicar efectos que trascendieron el mero intercambio estilístico. Aparen-
temente, la aparición del material con espícula en el Orinoco Medio estuvo
ligada, como lo sugiere Roosevelt, con la introducción del cultivo del comple-
jo maíz/ frijol/ calabaza. Esto, a su vez, implicó: 1) la posibilidad de utilizar
para el cultivo las riberas inundables en donde la yuca, por su largo perío-
do de maduración, no podía ser cultivada, 2) un complejo proteínico vegetal
completo para la dieta, y 3) una cosecha fácilmente almacenable. Roosevelt
180 Alberta Zucchi

sugiere que a partir de la introducción de este cultivo se produjo un fuerte


crecimiento demográfico, el cual, probablemente, tuvo relación con el mo-
vimiento expansivo de esta gente. Pensamos que los Cedeñoides debieron
participar en este proceso ya que se han detectado numerosos sitios corres-
pondientes al período tardío, los cuales indican un movimiento masivo de
estos grupos hacia los Llanos occidentales. Por otra parte, también se observa
un cambio importante entre el repertorio de vasijas de los sitios Cedeñoides
tempranos en donde predominan los boles pequeños, y el de los sitios tardíos
en los cuales son frecuentes las ollas de grandes dimensiones. Este cambio
puede reflejar nuevas modalidades en el procesamiento y almacenamiento de
alimentos, posiblemente ligados con el cultivo de maíz. Finalmente, la apari-
ción de campos drenados en la zona habitada por los Cedeñoides sugiere la
implantación de tecnologías agrícolas más intensivas, probablemente como
respuesta a una sentida presión demográfica en el Orinoco Medio. Consi-
deramos que el haber podido relacionar a la gente del complejo El Choque
con el desarrollo Cedeñoide del Orinoco apoya la proposición de Zucchi y
Denevan en este sentido.
Estamos conscientes de que el esquema que hemos presentado es aún ten-
tativo; sin embargo, esperamos que las ideas esbozadas sirvan de estímulo a
nuevas investigaciones sobre este tópico.

Agradecimientos
Se agradece la colaboración de Lilliam Arvelo y Rafael Gasson en la clasificación preliminar del material cerámico.
José Oliver, Érika Wagner y Nelly Arvelo-Jiménez -proporcionaron valiosos comentarios. Las fechas TL fueron gen-
tilmente procesadas por Jesús Vaz y las fechas C-14 se financiaron mediante una asignación del Conocit (Proyecto
SI-0884). Las señoras Lourdes de Marino, Morelba Navas y Odalys Oliveros realizaron la labor mecanográfica. Los
dibujos fueron elaborados por Carlos Quintero y las fotografías por el Departamento de Fotografía del IVIC. Lilliam
Arvelo, Alejandro Barazarte y Bartolomé Rodríguez fueron excelentes colaboradores en el trabajo de campo.
Figura. 1 Ubicación de los sitios arqueológicos en la zona del Orinoco Medio y los Llanos adyacentes
Figura. 2 Reconstrucción de las formas de vasijas Cedeñoides de Agüerito, Estado Bolivar
Figura. 3 Distribución por nivel de las formas de vasija del material Cedeñoide de Agüerito (pozos 2-5)
Figura. 4 Bordes y panzas decoradas del material Cedeñoide de Agüerito Figura. 5 Bordes y panzas decoradas del material Cedeñoide de Agüerito
Figura. 6 Distribución por nivel de los modos incisos (borde, labio y panza) del material Cedeñoide de Agüerito (pozos 2-5)
Figura. 7 Bordes y panzas con decoración pintada del material Cedeñoide de Agüerito Figura. 8 Bordes decorados y pipa cerámica del material Cedeñoide de Cedeño, Edo. Bolívar
Figura. 9 Bordes y panzas con decoración incisa (A-K) y pintada (L-N) Figura. 10 Material Cedeñoide de guayabal, Edo. Guárico. Adornos modelados (A-C),
del material Cedeñoide aflorado de Crescencio, Estado Barinas bordes incisos (D, E, G), budare impreso (F), base y panza pintada (H,I)
Figura. 12 Vasija con decoraciones appliqué(incisa (D) proveniente de
Crescencio, Estado Barinas y tres fragmentos de inflexiones incisas (A,B,C,),
de Agüerito perteneciente a una forma similar.

Figura. 11 Material Cedeñoide de Médano Grande, Edo. Apure. Bordes


incisos (A-G), fragmentos de topia (J), fragmento de pipa (K)
Figura. 13 Cuadro comparativo del material Cedeñoide de los yacimientos del Orinoco Medio y de los Llanos Occidentales
Figura. 14 Cuadro comparativo del material Cedeñoide de los yacimientos del Orinoco Medio y de los Llanos Occidentales
Nuevos datos sobre la arqueología tardía
del Orinoco: La serie Valloide (1984)*
Tarble, K.
Zucchi, A.
Departamento de Antropología - IVIC

Resumen

En este trabajo se presenta la evidencia arqueológica obtenida en diversos


sitios del Orinoco Medio sobre una nueva alfarería tardía (1000-1500 d. C.)
que permitió el establecimiento de una nueva serie cerámica denominada Va-
lloide. Igualmente se analiza la distribución espacial y la variación estilística de
esta alfarería en relación a otros sitios del área. A través de la comparación de
los datos arqueológicos, etnohistóricos y lingüísticos se sugiere la posibilidad de
que los portadores de esta nueva tradición cerámica puedan relacionarse con el
subgrupo lingüístico Caribe de la Guayana Occidental (Durbin, 1978).
Las descripciones de los primeros cronistas sobre el Orinoco Medio ha-
cen resaltar la existencia de una multiplicidad de lenguas y grupos étnicos.
Destacan, igualmente, los datos sobre la presencia de una extensa red de
* Publicado originalmente en: Acta científica venezolana N°35: 434 - 445, 1984
198 Alberta Zucchi

intercambio y de toda una gama de alianzas y relaciones simbióticas entre las


diferentes naciones, las cuales, debido a su heterogeneidad, llegaban a hacer
uso de “lenguas francas” en sus transacciones comerciales.
Aparentemente son diversos los factores que influyeron para que este sec-
tor fuera considerado atractivo por las naciones precolombinas. Entre ellos
podemos mencionar los abundantes recursos de fauna acuática y terrestre,
los cuales representaron una importante fuente de proteína; las ricas tierras
aluviales de las riberas, islas y bancos, ideales para el cultivo del maíz y de
otras plantas de ciclo corto. Finalmente y, no menos importante, fue el pro-
pio río con sus afluentes, los cuales integran la extensa red que sirvió de base
tanto para el sistema de intercambio como para la interacción social, pacífica
o bélica, entre las diferentes naciones.
Hasta ahora la época que precedió al contacto había sido poco estudiada
desde el punto de vista arqueológico, a pesar del enorme potencial que ofre-
cen para la interpretación de los restos materiales y la reconstrucción de las
complejas interacciones sociales, los datos lingüísticos, etnohistóricos y etno-
gráficos. Es innegable que la evidencia arqueológica sobre este período tardío
puede aportar información valiosa en cuanto a los procesos de poblamiento
y adaptación, sobre el potencial demográfico de los diversos microambientes
sometidos a distintos sistemas de subsistencia y asentamiento y por último,
en lo que atañe al papel que el comercio y las relaciones simbióticas jugaron
en el aprovechamiento y re-distribución de los recursos.
Es evidente que hasta ahora no se ha investigado adecuadamente el poten-
cial que tiene esta zona para los estudios históricos directos sobre la pobla-
ción actual. Esto es lamentable si se considera que dicho conocimiento podría
aportar la visión diacrónica que es tan necesaria, tanto para las investigacio-
nes etnológicas, como para la implementación de programas de desarrollo.
No obstante, algunos trabajos arqueológicos recientes en el sector han co-
menzado a proporcionar información sobre este período tardío, la cual apoya,
sin lugar a dudas, la complejidad poblacional que describieron los cronistas.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 199

En las prospecciones llevadas a cabo por Zucchi durante 1976 y 1977,


en el Orinoco Medio se sondearon 19 sitios (Figura 1, Tabla I). El análisis
del material cerámico obtenido a través de ello ha permitido establecer la
existencia de por lo menos 5 alfarerías, las cuales no solo difieren entre sí
en lo que respecta a pasta, formas y estilo decorativo, sino porque tuvieron
una evolución histórica independiente. Todo esto nos hace pensar que cada
una representa a un grupo étnico distinto. Dos de ellas están relacionadas
con series previamente definidas. La alfarería con desengrasante de arena se
relaciona con las fases La Gruta, Ronquín y Ronquín Sombra (Howard1943,
Roosevelt 1980, Rouse 1978, Vargas 1981) pertenecientes a la serie Saladoi-
de. En cambio, la alfarería con antiplástico de espícula de esponja (cauxí) se
asemeja al material de las fases Camoruco, Ronquín Tardío, Corozal y Neri-
cagua de la serie Arauquinoide.
La tercera alfarería pertenece a una nueva serie denominada Cedeñoide,
la cual fue definida recientemente. Sobre la cuarta, caracterizada por mate-
rial desgrasado con caraipé, existe por el momento poca información. En este
trabajo nos referiremos a la quinta y última, dado que su material tampoco
había sido reportado con anterioridad.
Esta alfarería aparece tardíamente (ca. 900 d. C.) en el Orinoco (Tabla 2).
Se la encuentra en los niveles superiores de casi todos los yacimientos descu-
biertos en el survey de Zucchi y, generalmente, en asociación con material des-
grasado con cauxí (Arauquinoide) (Tabla 1). Sin embargo, su mayor concentra-
ción se presenta tanto en los sitios ribereños del Dtto. Cedeño (Buena Vista,
La Urbana, Agüerito) como en los de tierra adentro (Cerro Aislado, Matajey,
Rincón de los Indios y El Valle) (Fig. 1). Dado que El Valle fue el yacimiento
que proporcionó la muestra más abundante y homogénea de esta alfarería, de-
cidimos utilizar el nombre Valloide para denominar a la nueva serie.
En el presente trabajo describiremos las características de este nuevo ma-
terial y luego lo compararemos con el de otros sitios de la zona con el fin
de determinar, en lo posible, su extensión espacial y sus relaciones. Luego
200 Alberta Zucchi

analizaremos brevemente los datos etnohistóricos con el objeto de conocer la


distribución de la población indígena al momento del contacto. Finalmente,
intentaremos relacionar esta información con la evidencia lingüística a fin de
comprender el origen de los grupos y llegar, en lo posible, a una identificación
étnica de la gente que lo elaboró.

Descripción de la alfarería Valloide

A continuación describiremos el material Valloide encontrado durante


las prospecciones de Zucchi. Dado que este es un trabajo de carácter gene-
ral, solo presentaremos una descripción global de la nueva alfarería haciendo
mención, cuando ello sea pertinente, a las variaciones observadas entre los
distintos yacimientos.
Pasta
El material Valloide se caracteriza por una pasta de color rojizo (10 R
4/6 y YR 5/6), amarillento (10 YR 7/4) o marrón (5 YR 4/4). El antiplástico
consiste de partículas de roca molida de tamaño variable en las cuales predo-
mina el cuarzo (algunas alcanzan los 3 mm y sobresalen en la superficie de
los tiestos).
Por lo general la cocción ha sido buena y los tiestos están completamente
oxidados, aunque son frecuentes las manchas producidas por los golpes de
fuego. Las superficies están bien alisadas y se observan restos de pulitura,
aunque también se encuentran muchos tiestos que están desgastados y son
granulosos al tacto. Es importante mencionar que la pasta del material Valloi-
de encontrada en los dos yacimientos del estado Apure (Paragüito del Meta y
Orupe) es más dura, tiene un color rojo más intenso y contiene partículas de
desgrasante de mayor tamaño. Sin embargo, una pequeña cantidad de tiestos
encontrados en estos dos yacimientos es friable y muy similar al material Va-
lloide de los sitios Cerro Aislado, La Urbana y Buena Vista. Como veremos
más adelante, una parte de este material friable también comparte elementos
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 201

decorativos de esta zona, lo cual parece indicar la existencia de relaciones de


intercambio entre ambas.
Formas
Debido a la ausencia de vasijas enteras o poco fragmentadas, las for-
mas de esta alfarería se reconstruyeron con base en los bordes, las bases
y las inf lexiones. La gama es bastante limitada, ya que solo se pudieron
definir 9 clases para toda la colección (Fig. 2). Los bordes abiertos (for-
mas: 1a, 1b, 2 y 3) así como las vasijas de boca cerrada de tamaño media-
no (formas: 4, 5, 6 y 7) son predominantes. Una forma muy distintiva de
la alfarería Valloide es una vasija (forma 8) de cuerpo globular y cuello
tubular alto, decorado en base a tiras aplicadas colocadas en formas di-
ferentes (ver sección sobre aplicado). Es importante destacar que la co-
lección carece de budares.
Hemos observado que existe variación en la distribución de las for-
mas entre los distintos sitios (Tabla 3). La vasija 1b solo se encuentra
en Cerro Aislado y El Valle, la 3 es más popular en El Valle y Buena
Vista, mientras que la 4 es más común en Cerro Aislado. Las formas 5 y
6, muy populares en los sitios norteños de la serie, están prácticamente
ausentes en el sector suroccidental (Orupe, Paragüito del Meta y Boca
de Parguaza). En Agüerito, en cambio no aparecen bordes de la forma
8, aunque se encontró un tiesto decorado con tiras aplicadas que pudo
haber pertenecido al cuello de una de ellas (Fig. 3, L). Por otra parte,
Agüerito constituye prácticamente el único sitio en donde se encontró la
forma 7, la cual alcanza allí una gran popularidad. Es posible que la mis-
ma sea una imitación de las vasijas Arauquinoides de esta misma clase
que se encuentran en el yacimiento, dado que, además, en la decoración
del material Valloide de Agüerito también se evidencia claramente la
inf luencia de la alfarería con cauxí. En ambas esta forma se utiliza para
vasijas efigies, que tienen caras elaboradas a base de elementos aplicados
(Fig. 3 M). Finalmente, la forma 9 solo fue encontrada en el sitio Caño
202 Alberta Zucchi

Asita (Territorio Federal Amazonas) del cual solo poseemos una peque-
ña colección superficial. El significado de estas variaciones formales solo
podrá ser evaluado cuando se refine la cronología de la zona y se conclu-
ya el estudio de las demás alfarerías.
Decoración
Solo un porcentaje de tiestos inferior al 5 % de todas las colecciones
Valloides está decorado. Las técnicas predominantes son el aplicado-inciso
y el modelado. La incisión, en cambio, tiene una frecuencia considerable-
mente menor.
Aplicado-inciso
En casi todas las colecciones, el aplicado-inciso constituye la técnica de-
corativa más popular y se utiliza fundamentalmente para decorar el cuello
tubular de la forma 8. En estos cuellos, que pueden alcanzar una altura de
10 a 15 cm, y un diámetro que oscila entre los 6 y los 20 cm, se emplean
tiras aplicadas (2 a 7 mm de espesor) que forman diseños geométricos rec-
tilíneos. Generalmente las tiras dividen el campo decorativo en dos o más
sectores rectangulares en cuyo interior se encuentran diseños formados por
figuras triangulares o romboidales concéntricas (Figura 3-A, D, E, F; Figura
4 A-I). En cambio, en la alfarería de otros sitios (Ej.: Cerro Aislado, Orupe
y Paragüito del Meta) algunos sectores del diseño se rellenan con pequeños
mamelones con punteado central (Figura 3, A, D, E). En Orupe, Paragüito
del Meta, La Urbana, Cerro Aislado y Medano La Rompía, los mamelones
constituyen el único elemento decorativo de algunos tiestos (Figura 3, B).
Este modo decorativo parece ser diagnóstico del sector suroccidental y se aso-
cia con la pasta compacta, rojiza, previamente descrita. Los diseños comple-
jos, compuestos por tiras concéntricas, en cambio, son más frecuentes en los
yacimientos del distrito Cedeño (estado Bolívar) cuya alfarería es más friable.
Tal como los señalamos anteriormente, se han encontrado pequeñas cantida-
des de este último material en los yacimientos del suroeste y viceversa, lo cual
sugiere que ambas zonas estuvieron en contacto.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 203

Modelado
Debido al estado fragmentario de los tiestos es difícil hacer una clasi-
ficación de los elementos modelados. Sin embargo, se observaron asas he-
misféricas, acintadas y tubulares. En algunos casos las primeras presen-
tan dos pequeñas protuberancias colocadas en la parte superior, las cuales
podrían representar orejas. Estas asas están perforadas horizontalmente,
posiblemente para suspender la vasija. Las asas acintadas y tubulares es-
tán colocadas verticalmente sobre la panza de los boles. El terminal de
uno de los ejemplares remata en una protuberancia decorada mediante
impresión digital.
En Paragüito del Meta se encontró un adorno zoomorfo con patas tu-
bulares (Figura 5-A) que pudo haber sido el asa de una tapa similar a las
que ilustra Perera en el material procedente de los abrigos rocosos de la
región de Los Raudales del Territorio Federal Amazonas. Otros elemen-
tos modelados frecuentes en el material de los yacimientos Cerro Aislado
y Buena Vista son los apéndices zoomorfos macizos, más o menos estili-
zados. En los ejemplares más realistas se utilizan incisiones para decorar
los ojos, la boca y, ocasionalmente, para representar las pintas dorsales de
posibles felinos (Figura 5, B-C). Las cuatro patas se insinúan mediante
depresiones en el cuerpo. Los adornos más estilizados tienen la misma
forma general, pero carecen de incisiones o solo presentan cuatro de ellas,
dos en la parte delantera y dos en la posterior (Figura 5, D-E). Por el mo-
mento desconocemos la posición que estos adornos tenían en las vasijas.
Además de los ejemplares descritos, se encontraron fragmentos de
otros materiales zoomorfos (Figura 5, F). En el material Valloide de los
yacimientos Agüerito y Capuchinos (estado Bolívar) algunos apéndices
modelados adheridos a los bordes de los boles son copias de los que ca-
racterizan el material Arauquinoide de estos sitios (Figura 3, J y K). Esto
podría indicar nexos sociales entre ambos grupos.
204 Alberta Zucchi

Incisión
En el material Valloide de la mayoría de los sitios sondeados, la incisión no
se utiliza como elemento aislado sino en combinación con las tiras aplicadas, sea
en forma de muescas o punteado, o para representar los rasgos de los adornos
modelados. Solo en 5 de los yacimientos se encontró una pequeña proporción
de tiestos incisos y esta constituye prácticamente la única técnica decorativa que
aparece en la alfarería de El Valle. Los motivos son rectilíneos y están logrados
mediante incisión fina, profunda o superficial. En dos de los tiestos la incisión
reproduce el diseño descrito para la decoración aplicada. Es decir, el de figuras
rectangulares situadas en los cuellos altos, que encierran líneas diagonales que
forman motivos triangulares o en cruz (Figura 3. H e I).
Como ya hemos dicho, este tipo de incisión se limita al material obtenido
en El Valle y posiblemente en Rincón de los Indios. Este es un hecho parti-
cularmente notable si se toma en cuenta que esta alfarería tiene muy poca
decoración aplicada en estos sitios. Aparentemente, esto no representa una
simple variación geográfica, dado que en todos los demás yacimientos vecinos
de decoración aplicada es el modo decorativo predominante. Consideramos
que pueda constituir, más bien, una variante temporal dentro de la serie,
puesto que las fechas de El Valle son algo más tardías que las de los demás
sitios (entre 1415 y 1570 d. C.). Inclusive podría haber sido el resultado del
contacto europeo, el cual frecuentemente ocasionó la simplificación de esti-
los cerámicos en el área del Caribe. Los escasos tiestos incisos que se encon-
traron en los sitios Matajey, Cerro Aislado y Agüerito comparten el uso de
diseños geométricos rectilíneos, con un predominio de aquellos compuestos
por líneas diagonales dispuestas en forma alterna, y que recuerdan la incisión
Arauquinoide (Figura 3, G).
Resumido lo anterior, y con base en ciertos modos decorativos predomi-
nantes, es posible establecer cuatro variantes estilísticas en las colecciones
Valloides: 1) diseños complejos hechos a base de tiras aplicadas y uso de
adornos modelados (Buena Vista, Cerro Aislado y La Urbana); 2) decoración
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 205

(considerablemente menos frecuente) lograda principalmente mediante la inci-


sión (El Valle, Rincón de los Indios y Matajey); 3) decoración con base a ma-
melones punteados (Orupe y Paragüito del Meta), y 4) decoración plástica y
con fuertes influencias de la alfarería Arauquinoide (Agüerito y Capuchinos).

Distribución del material Valloide


en los yacimientos del Orinoco Medio

Cuando se analiza la distribución del material Valloide en el Orinoco Me-


dio es posible observar un patrón que puede aportar información valiosa sobre
el origen de estos grupos, así como en cuanto a las relaciones que sus portadores
mantuvieron con otros de la zona (Figura 1). En primer término es necesario
indicar que, en todos los yacimientos, la alfarería Valloide siempre se encuen-
tra asociada, en mayor o menor grado, con material Arauquinoide. Los sitios
en donde el material Valloide es cuantitativamente predominante (72 a 90 %)
están situados tierra adentro, en la parte septentrional del distrito Cedeño (El
Valle, Cerro Aislado y Rincón de los Indios). Es interesante indicar, además,
que en estos sitios la frecuencia del material Arauquinoide aumenta ligeramen-
te en el nivel superior (ver Tabla 1). En los demás yacimientos de esta zona
se observa más heterogeneidad en la composición. Dos de ellos están situados
en la margen derecha del Orinoco (La Urbana, Buena Vista), mientras que
el tercero (Matajey) se encuentra tierra adentro. En ellos, el componente de
alfarería Valloide constituye un 30 o 40 % de las colecciones y su frecuencia se
mantiene a través de las secuencias estratigráficas, algunas de las cuales alcan-
zan una profundidad de 0,75 m. En Agüerito, situado más al noreste, en cam-
bio, el material Valloide aumenta considerablemente en los niveles superiores
de los diferentes pozos, llegando a alcanzar una popularidad máxima de un
26 %. El componente Valloide representa una intrusión tardía, probablemente
procedente de río arriba o de tierra adentro. Por otra parte, el hecho de que
el material temprano que se encuentra en los estratos inferiores de Agüerito
206 Alberta Zucchi

(Cedeñoide y Saladoide) esté prácticamente ausente en los demás sitios donde


se obtuvo material Valloide, apoya nuestra proposición de que tanto la serie
Arauquinoide como la Valloide fueron más tardías en la región y, que sus po-
blaciones eran más numerosas y alcanzaron una extensión territorial local más
amplia que la de los grupos tempranos (Ej.: Cedeñoides y Saladoides).
Por otra parte, es posible observar una marcada disminución en la fre-
cuencia del material Valloide en los sitios situados río abajo (Capuchinos: 5
%, Cedeño: 2 % y Tucuragua: 0,01 %). Esto parece sugerir que el sector del
Orinoco comprendido entre La Urbana y Tucuragua haya constituido una
especie de límite norteño para los asentamientos Valloides, ya que además
ninguno de los sitios descubiertos sobre la margen izquierda de este trecho
del río (Cabruta, Medano La Rompía y Laja de Manapire) o sobre el Apure
(Crescencio) tiene un componente superior al 5 %. Tampoco se ha menciona-
do la existencia de este tipo de material en las colecciones obtenidas por otros
investigadores en la zona de Parmana o en el Bajo Orinoco.
En cambio, en los sitios Valloides del estado Apure (Paragüito del Meta y
Orupe), el componente Valloide es del orden del 30 a 40 %. Aquí, al igual que
en los yacimientos de tierra adentro del distrito Cedeño, en el nivel superior
también se aprecia un notable aumento de la cerámica Arauquinoide y un
descenso (14-17 %) en la frecuencia del material Valloide (Tabla 1).
Si bien aún no ha concluido el análisis de los sitios sondeados en las dos
prospecciones, consideramos que los resultados obtenidos hasta ahora per-
miten formular algunas hipótesis sobre el significado de las relaciones que
hemos señalado. Parece evidente que los contactos entre la gente Arauqui-
noide y Valloide tuvieron diferentes modalidades. Por una parte existen los
yacimientos en donde una de estas dos alfarerías es claramente predominante
(Valloide en El Valle y Rincón de los Indios, y Arauquinoide en Tucuragua,
Capuchinos, Medano La Rompía y Laja de Manapire). Consideramos que en
estos casos el pequeño porcentaje de alfarería foránea probablemente consti-
tuye una evidencia de comercio intergrupal. Aparentemente, como ya hemos
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 207

indicado, este comercio de cerámica no solo se mantenía entre naciones dis-


tintas sino entre los mismos grupos Valloides que ocupaban los diferentes
sectores del Orinoco Medio.
Los sitios en donde la frecuencia de tiestos Valloides oscila entre el 30
y 40 % parecen sugerir dos modalidades de contacto. En la primera, que es
la que se encuentra en Agüerito, en la alfarería Valloide se han incorporado
algunos elementos decorativos y formales típicos del material Arauquinoi-
de, cuya gente domina el sitio. Esto parece sugerir la coexistencia de ambos
grupos, durante el inicio de la cual, si bien la gente Valloide adoptó modos
decorativos Arauquinoides, mantuvo para la fabricación de la alfarería sus
propias normas formales y técnicas.
En la segunda modalidad, en cambio, los dos estilos (Arauquinoide y Va-
lloide) están bien diferenciados en cuanto a decoración y muestran poca evi-
dencia de intercambio de ideas referentes a la manufactura de cerámica (Ej.
Buena Vista, Orupe, La Urbana, Paragüito del Meta). La interpretación de las
relaciones que pueden explicar esta última es más problemática. Una posible
explicación sería la existencia de relaciones estables (Ej.: alianzas matrimonia-
les) entre ambos grupos, cada uno de los cuales mantenía su propio estilo cerá-
mico. Una segunda alternativa sería que estos sitios hubieran sido habitados en
forma alterna por los dos grupos y que sus alfarerías se hubieran mezclado con
el tiempo. Finalmente, la última posibilidad sería la de pensar que la cerámica
Valloide haya constituido un artículo de comercio de muy amplia difusión, pu-
diendo alcanzar porcentajes de hasta un 30 o 40 % en los ajuares cerámicos de
algunos grupos Arauquinoides. Por el momento, estas alternativas constituyen
hipótesis que deberán contestarse en las futuras investigaciones, dado que la
información disponible no permite hacerlo por ahora.
208 Alberta Zucchi

Origen de la serie Valloide

Antes de intentar reconstruir los posibles orígenes de la serie Valloide,


es importante discutir las semejanzas que existen entre ella y la alfarería de
la fase Corobal, establecida por Evans, Meggers y Cruxent. Esta fase fue de-
finida con base en el material obtenido en diversos sitios del río Ventuari
(Territorio Federal Amazonas). Su cerámica más tardía se caracteriza por un
desgrasante compuesto de partículas de arena gruesa (hasta 3 mm de diáme-
tro), formas simples (boles y jarras de borde directo), y una decoración (5,7
% del total) en la que predominan las técnicas de aplicado y modelado. En la
decoración aplicada se presentan mamelones, tiras decoradas con punteado,
muescas e impresiones digitales. El trabajo de modelado es bastante elabo-
rado e incluye adornos antropomorfos los cuales tienen tocados complejos.
Una colección de superficie obtenida en Caño Asita, cercano al río Ven-
tuari, posee las mismas características descritas para el material de la fase
Corobal y es prácticamente idéntica al material Valloide en lo que respecta
a la pasta, desgrasante, color, formas y técnicas decorativas, aunque presenta
algunos modos que la distinguen de él. Por una parte, debemos mencionar
la presencia de una vasija globular de cuello evertido decorada con una tira
aplicada con muescas colocada en el punto de unión entre el cuello y el cuer-
po; y por otra parte, los adornos zoo-antropomorfos que sobresalen del labio
de los boles abiertos. Sin embargo, estos últimos están presentes en el mate-
rial Valloide de los yacimientos Agüerito y Capuchinos, y son similares a los
apéndices de la alfarería Arauquinoide, que es dominante en estos sitios.
Otro material que podría tener relación con nuestra serie Valloide es el que
proviene de las colecciones funerarias obtenidas en los abrigos rocosos del área
de Los Raudales, en el Territorio Federal Amazonas. Una muestra que posee la
Universidad Central de Venezuela tiene pasta, desgrasante y color algo similar.
Por otra parte, ya hemos señalado la semejanza que existe entre un apéndice
modelado obtenido en Paragüito del Meta y los que aparecen en las tapas de las
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 209

urnas funerarias de esta zona. Lamentablemente, por el momento no se poseen


fechas ni para la fase Corobal ni para la zona de Los Raudales.
Las semejanzas entre el material de Corobal, Los Raudales y la serie Va-
lloide parecen sugerir un origen sureño para la serie. Una evidencia adicional
que apoya la proposición sobre esta probable área de procedencia es la dismi-
nución del número de componentes Valloides que se observa hacia el norte
y noreste. Por otra parte, el hecho de que los sitios más homogéneos estén
precisamente ubicados tierra adentro (Fase Corobal, El Valle, Rincón de los
Indios) sugiere que este sector haya constituido el centro a partir del cual la
gente Valloide se extendió hacia las márgenes del Orinoco, que era una zona
dominada por la gente Arauquinoide. Otro hecho que apoya una expansión
hacia tierra adentro, por otra parte, es la ausencia de material de Corobal en
la Fase Nericagua. Los sitios de esta fase están situados en un sector com-
prendido entre el Bajo Ventuari, el Orinoco y la desembocadura del Vichada
y tienen fechas que oscilan entre los 500 y 1450 d. C. Consideramos posible
que la gente de la Fase Nericagua haya impedido o dificultado de alguna for-
ma la salida de los Valloides hacia el Orinoco a través del Bajo Ventuari, por
lo cual el grupo se vio forzado a buscar rutas alternas hacia el norte, ya fueran
terrestres o a través de la red fluvial secundaria.

Distribución de las naciones indígenas


al momento del contacto

Al momento del contacto, los principales habitantes del área situada entre
los ríos Parguaza y Cuchivero fueron los Tamanaco, Pareca, Arevarianos,
Wanai y Guaiquerí, todos pertenecientes a la familia lingüística Caribe (Fi-
gura 6). Mientras los Tamanaco y Guaiquerí corresponden a la subdivisión
Caribes Costeros, los Pareca, Wanai (Mapoyo) han sido clasificados como Ca-
ribes de la Guayana Occidental. Alrededor de estos grupos se encontraban
otros que hablaban la lengua sáliva. Los Adoles o Atures ocupaban las islas
210 Alberta Zucchi

del Orinoco cercanas a los Raudales. Los Piaroa ocupaban el territorio selvá-
tico situado al sur de los Pareca y Wanai, mientras que los Sáliva se ubicaban
en el sector llanero adyacente a la margen izquierda del Orinoco, compren-
dida entre los Rápidos de Atures y la desembocadura del Arauca, así como a
lo largo del curso del río Cinaruco. Los Mako, otro grupo de posible filiación
sáliva ha sido situado en el río Ventuari, mientras que en el Bajo Cuchivero,
al lado de los Tamanaco, se encontraban los Quaqua (Cuacua) (Figura 6).
Alrededor del núcleo anterior había otros grupos clasificados lingüís-
ticamente como “independientes” (Figura 6). A lo largo de los ríos Meta,
Cinaruco y Cinaparo estaban los Yaruros, quienes eran especialistas en la
pesca. Los Otomacos (agricultores y pescadores) quienes ocupaban la des-
embocadura del Apure y los márgenes del Arauca, aparentemente compar-
tían su territorio con pescadores especializados tales como los Yaruros y
los Guamo.
Estos últimos se extendían también a lo largo del río Apure. Para el sec-
tor oriental y meridional del estado Guárico se mencionan los Guamonte-
yes, (lingüísticamente relacionados con los Guamos quienes eran también
especialistas en pesca). Otro grupo independiente con una distribución
espacial muy extendida que abarca los llanos meridionales de Venezuela y
nororientales de Colombia fue el Guahibo, cuya gente llevaba a cabo una
vida nomádica basada en la recolección, la caza y la pesca. Las zonas con
mejor potencial agrícola de este sector llanero y del Orinoco (situadas al
suroeste del territorio Sáliva y Piaroa), fueron ocupadas por numerosos
grupos como: Achama, Piapoco, Avanes y Baniva.
Por último queremos mencionar que el sector en donde se ha encon-
trado el mayor número de sitios con material Valloide está ocupado en la
actualidad por los Panare, un grupo que pertenece lingüísticamente a los
Caribes de la Guayana Occidental. Aparentemente el territorio original de
esta gente estaba en las cabeceras del río Cuchivero, y su migración a la
zona ocurrió una vez que habían desaparecido los ocupantes previos.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 211

Antes de continuar es necesario advertir al lector que, si bien en los mapas


que ubican a los diferentes grupos en el territorio las fronteras están bien de-
finidas, debemos recordar que la realidad etnológica fue y sigue siendo consi-
derablemente más compleja. Por una parte, como lo han señalado los Morey,
muchos grupos mantuvieron relaciones económicas de carácter simbiótico.
Haciendo uso de diferentes estrategias de subsistencia, estas relaciones no
solo les permitieron compartir, sino explotar diferenciadamente, un mismo
territorio. Este tipo de relación podía ser relativamente pacífica, como la que
existía entre los Otomacos (agricultores), los Yaruros y los Guamos (pesca-
dores especializados). Estos grupos no solo intercambiaban productos de su
especialidad explotativa, sino que mantenían alianzas matrimoniales (Mo-
rey, 1975: 119). Entre los Achagua y Guahibo, en cambio, la relación era más
de “tolerancia”, ya que no solo los primeros obtenían a través del comercio
los productos de la sabana, sino que les permitían a los Guahibo el eventual
saqueo de sus conucos. Los Morey y Garson han sugerido la existencia de un
posible trasfondo ecológico en estas relaciones, dado que todos los grupos
llaneros estaban compitiendo por las mejores zonas tanto en el aspecto de
tierras cultivables como en el de recursos de caza y pesca.
Por otra parte, entre los grupos indígenas que se asentaron en los terri-
torios colindantes con la margen derecha del Orinoco (Figura 7), existieron
otros tipos de relaciones que tienden a complicar más aún el mapa territorial.
Henley, por ejemplo, señala que los Wanai permanecían con los Pareca en la
zona selvática de las cabeceras del Suapure durante una temporada de fiesta
(1 a 2 meses). Este último grupo, a su vez, pasaba lapsos de tiempo en la
sabana con los Wanai. A través de estos contactos eventualmente se concre-
taban alianzas matrimoniales. Igualmente se habla de pequeños asentamien-
tos achagua y yaruro en el territorio wanai. Por su parte, Arvelo Jiménez ha
descrito la relación de co-territorialidad que existe entre los Sanema y los
Yecuana, la cual, si bien es reciente, representa otra modalidad que podría
haber existido en el pasado entre grupos agrícolas y cazadores recolectores.
212 Alberta Zucchi

Los ejemplos presentados no solo demuestran claramente el error que se


puede cometer si se visualizan los territorios indígenas de esta zona de Ve-
nezuela con linderos rígidos, sino que nos concientiza sobre las implicaciones
que esta complejidad subyacente tiene para la interpretación arqueológica.

La evidencia arqueológica y lingüística

La conjunción analítica y lingüística aporta datos muy valiosos para


la reconstrucción del proceso de poblamiento del Orinoco Medio y de
sus zonas aledañas. Cuando se analiza la distribución de los grupos lin-
güísticos en el territorio venezolano (Figura 7), es posible establecer dos
grandes bloques, uno oriental en el que predominan las lenguas caribes,
y uno occidental, fundamentalmente de lenguas arawakas. Grosso modo,
la línea divisoria entre ambos sería el trecho del Orinoco comprendido
entre el río Cuao y la desembocadura del Apure. Esta división se extiende
hacia el norte llegando a abarcar tanto el sector central como el costero.
Estos bloques sugieren la existencia de dos grandes esferas de interacción
bastante bien definidas, las cuales coinciden con la dicotomía arqueológi-
ca que establecen Cruxent y Rouse para los estilo tardíos.
Parece evidente que el Orinoco Medio constituyó una especie de ba-
rrera, de naturaleza más cultural que física, entre ambas esferas. En este
aspecto son ilustrativos los datos etnohistóricos sobre la lucha perma-
nente que grupos Arawakos e independientes (Caberres, Guaypuinaves,
Otomacos y Achaguas) sostenían con algunos Caribes (especialmente
Galibis) debido a sus continuas incursiones. Estas últimas estaban dirigi-
das a obtener el control del Orinoco y por ende del comercio de esclavos
y productos especializados. Es probable que en esa lucha el control del
comercio haya sido un factor tan importante como el acceso a las tierras
aluviales y a los recursos acuáticos.
Cuando se analiza el mapa de la distribución lingüística del Orinoco
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 213

Medio salta a la vista un segundo aspecto importante (Figura 7), el cual se


refiere a la presencia de un gran número de lenguas independientes (Sáli-
va, Yaruro, Otomaco, Guahibo, Guamo y Maibe). Según algunos autores,
estos grupos podrían representar los vestigios de poblaciones originarias
del sector, los cuales fueron gradualmente desplazadas de sus posiciones
ancestrales a causa de migraciones posteriores (arawaka, caribe). En este
sentido, llama la atención la interrelación espacial que existe entre las len-
guas sálivas y las que pertenecen al grupo Caribe de la Guayana Occidental
(Wanai, Pareca, Panare y Yabarana) (Figura 6). Estos últimos parecen ha-
ber penetrado al territorio desde el este, desplazando a los Sáliva hacia la
periferia del mismo. De igual manera, los grupos pertenecientes al Caribe
Costero que se encuentran en el Orinoco Medio (Tamanaco, Guaiquerí)
aparentemente dividieron y empujaron hacia los llanos adyacentes a los
Guamo y Guamonteyes (Figura 7). Es posible que este último movimien-
to tenga relación con la migración de la gente Cedeñoide hacia los Llanos,
la cual, aparentemente, estuvo íntimamente ligada con la expansión de
los grupos portadores de alfarería con espícula (Arauquinoide). Arqueo-
lógicamente, la misma está ubicada en los sitios: Agüerito, Cedeño, Par-
mana, El Choque, La Majada, etcétera). Los Otomacos, conocidos por
su belicosidad, en cambio, parecen representar el único grupo que logró
mantener el control de su territorio a pesar de las continuas incursiones
caribes. Esta gente era temida por los Caribes del Bajo Orinoco, puesto
que frecuentemente les vencían en batalla. Por otra parte, en relación con
la hipótesis de que los grupos “independientes” fueron originarios de esta
zona, es interesante informar que tanto en la mitología de los Sáliva como
en la de los Otomacos, se considera el Orinoco como el lugar de origen,
por lo cual algunos puntos del sector (af loramientos rocosos, petroglifos,
etcétera) son sagrados (Morey, 1975: 155).
Por otra parte, cuando cotejamos el mapa de distribución lingüística
con el de distribución de sitios arqueológicos en el Orinoco y sus zonas
214 Alberta Zucchi

adyacentes (Figuras 1 y 6) se puede apreciar un patrón interesante. Los


sitios que presentan una mayor concentración de material Valloide (El
Valle, Buena Vista, Cerro Aislado), coincide con el antiguo territorio de
los Pareca y Wanai. En cambio, la alfarería de Caño Asita (estilo Coro-
bal) en el Ventuari, corresponde con el de los Yabarana, lingüísticamente
emparentados con los primeros.
Ya hemos indicado, por otra parte, que en los yacimientos tardíos del
sector, situados al norte del territorio pareca, predomina la cerámica con
espícula. Esta zona, comprendida entre los ríos Maniapure y Cuchivero
por la margen derecha, y el río Apure y el Zuata por la izquierda, era un
territorio habitado por los grupos lingüísticos que pertenecían al Caribe
Costero, tales como los Tamanaco y Guaiqueríes (Figura 6). La pequeña
cantidad de material Valloide que se encuentra en estos sitios puede ha-
ber sido obtenida a través de contactos sociales y/o comerciales.
Por último, también es interesante mencionar que todo un conjunto
de estilos cerámicos de la zona de Valencia (estilo Valencia), de la costa
central (estilos: Las Minas, El Topo, Río Chico, El Pinar), e incluso de las
islas (estilo Krasky) se asemeja fuertemente a la cerámica Arauquinoide
del Orinoco Medio y tiene relación con la distribución espacial de los
grupos pertenecientes al Caribe Costero definido por Durbin.
Sin embargo, discrepamos con la ruta migratoria (Costa-Orinoco) que
Durbin ha sugerido para estos grupos. Al igual que otros autores, consi-
deramos que un origen sureño es más plausible (Orinoquense) para los
grupos Caribes Costeros, más si se toma en cuenta que los estilos cerámi-
cos del Orinoco tienen una mayor antigüedad. Para finalizar, queremos
mencionar que también algunos estilos cerámicos tardíos del Bajo Ori-
noco (Macapaima y Guarguapo) han sido asociados con grupos Caribes.
Sin embargo, si se toma en cuenta su distanciamiento estilístico tanto
del material costero como del Orinoco Medio, es posible pensar que los
mismos se relacionen con la familia lingüística Galibi.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 215

Antes de concluir es necesario que nos preguntemos cuáles son las


implicaciones del hallazgo del material Valloide en la zona del Orinoco
Medio y cuáles interrogantes deberán ser investigadas en el futuro.
La primera pregunta que es necesario formular se relaciona con el
lugar de procedencia de los Valloides y las razones que los indujeron a
emprender un movimiento migratorio. ¿Era la gente Valloide un grupo
orientado hacia tierra adentro pero que se estaba movilizando en busca
de zonas con mejores recursos, o procedían de un sector ribereño, aún no
detectado, y estaban buscando una zona similar a la de su lugar de origen?
El segundo aspecto a investigar tiene que ver con la gama de relacio-
nes que los diferentes subgrupos Valloides mantuvieron con la población
Arauquinoide. ¿Fueron estas relaciones de carácter pacífico, tal vez fun-
damentadas en una simbiosis económica y/o alianzas matrimoniales, o
eran contactos de naturaleza más conf lictiva, similar a los que existían
entre los Achaguas y Guahibo, los cuales podían incluir tanto el inter-
cambio como las incursiones bélicas? Igualmente habría que establecer si
estas relaciones interétnicas sufrieron cambios a lo largo del tiempo.
Finalmente, y como último punto, sería interesante determinar si la
presencia de esta alfarería, relativamente sencilla, constituye un ejemplo
más del proceso de simplificación que se observa en un número de estilos
cerámicos tardíos de tierras bajas. Del mismo modo habría que indagar
si este proceso constituye un fenómeno aislado o estuvo ligado con otros
cambios de la cultura (Ej.: la organización político-social). Igualmente
deberemos determinar si fue provocado por una intensificación de los
conf lictos intergrupales ocasionada por poblaciones cada vez más nume-
rosas y por una creciente competencia por los recursos, o si la simplifica-
ción cerámica solo fue el resultado de una mayor comercialización, un he-
cho que podría haber dado origen a un gradual deterioro y simplificación
en el aspecto estético en aras de una mayor producción.
216 Alberta Zucchi

Agradecimientos
Se les agradece la colaboración de Rafael Gasson y Tamara Panigada en la clasificación preliminar del material cerá-
mico. Las conversaciones sostenidas con Nelly Arvelo-Jiménez y Lilliam Arvelo fueron sumamente valiosas para la
elaboración de este trabajo. Las fechas de TL fueron procesadas por Jesús Vaz (IVIC) y el financiamiento de C-14
fue posible gracias a una asignación del Conicit (Proyecto SI 0884). Se le agradece a la señora Morelba Navas la labor
mecanográfica. Los mapas y dibujos fueron elaborados por Carlos Quintero y las fotografías por el Departamento
de Fotografía del IVIC.

Figura. 1 Ubicación de los sitios arqueológicos en el Orinoco Medio:


En cada sitio se indica la proporción más alta de material Valloide encontrado en las respectiva secuencia estratigráfica
Figura. 2 Perfiles de bordes y reconstrucciones de las formas para el material Valloide
En la Figura se indica la gama de los diametros y la medida para cada forma
Figura. 3 Decoración aplicada/incisa y modelada del material Valloide
Sitios Orupe (A,D,E,F), Paraguito del Meta (B,C), El Valle (G,H,I)Agüerito (J,K,L,M)
Figura. 4 Decoración aplicada/incisa del material Valloide
Sitios Cerro Aislado (A,D,E,H,I), Buena Vista (B,C,G), La Urbana (F)
Figura. 5 Apendices modelados del material Valloide Sitios: Paraguito del Meta (A) Orupe (B), Cerro Aislado (C,D, E), Rincon de los Indios (F)
Figura. 6 Mapa de distribución de las lenguas indígenas en el Orinoco Medio para el momento de contacto
Figura. 7 Mapa de distribución de las leguas indígenas en el Noreste de Suramerica para el momento de contacto [según Loukotka(1968)]
con modificaciones en base al trabajo de M Durbin (1977)
El Orinoco Medio:
Su importancia para explicar la relación
entre el juego de pelota de los Otomaco,
de las Antillas y de Mesoamérica (1988)*
Alberta Zucchi

Introducción

El excelente trabajo de Ricardo Alegría (1983) sobre las canchas de pelota


y plazas ceremoniales de las Antillas, señala que el juego de pelota estaba
ampliamente difundido en el Nuevo Mundo, ya que no solo se describe para
Mesoamérica y estas islas, sino también entre diversos grupos del suroeste
norteamericano y de Suramérica. Entre estos últimos se encuentran precisa-
mente los Otomacos de los Llanos occidentales de Venezuela.
Si bien en el juego de pelota de todas estas zonas participaban dos equi-
pos, estos, aparentemente, podían estar integrados por un número variable de
jugadores que oscilaba entre 1 y 30. La pelota empleada era de caucho, gene-
ralmente sólida, y no podía ser golpeada con las manos, sino con otras partes
del cuerpo, especialmente con los hombros y las caderas. Por el momento solo
* Publicado originalmente en: Boletín de la Academia Nacional de Historia, N° 282, Tomo LXXI, abril - junio, 1988
228 Alberta Zucchi

se han encontrado evidencias arqueológicas sobre canchas en Mesoamérica,


Cuba, las Bahamas, La Española, Puerto Rico y las Islas Vírgenes. Es decir,
fundamentalmente en el sector occidental del área Circuncaribe. Igualmente,
por ahora, la mejor evidencia en cuanto a la asociación de las canchas con
los enigmáticos “stone collars” y “elbow stones” proviene de Puerto Rico. No
obstante, estos artefactos también han sido encontrados en las Islas Vírgenes
y en la parte oriental de la República Dominicana y se asocian con la cerámica
de los estilos Capá, Esperanza y Boca Chica, todos pertenecientes a la serie
Chìcoìdea del período IV antillano (Alegría 1983: 150).
Debido a las similitudes que existen entre las canchas de Mesoamérica,
de las Antillas y del suroeste norteamericano, Alegría ha indicado que el jue-
go debió surgir en alguna de estas tres zonas. No obstante, dado que por el
momento en Suramérica no se han encontrado evidencias arqueológicas ni
etnohistóricas que indiquen la presencia de canchas estructurales, ni del ela-
borado trabajo en piedra asociado, este autor sugiere que las primeras puedan
haberse desarrollado alrededor de los 700 en las Antillas, como consecuencia
de influencias mesoamericanas.
Este autor señala que si bien es difícil determinar en qué forma, y a través de
cuáles rutas, estas influencias llegaron al área Caribe, es posible proponer tres
alternativas. La vía más corta sería a través de Cuba y la península de Yucatán,
pero la evidencia demuestra que la parte occidental de la isla (precisamente
la más cercana a Mesoamérica) en tiempos históricos aún estaba ocupada por
grupos arcaicos, mientras que el resto de ella solo fue marginal al desarrollo
Taino (1983: 154). Por esta razón dice que es más probable que los Taíno de
Puerto Rico, quienes eran mejores navegantes que los Mayas, viajaran a tierra
firme y regresaran con las influencias. Si bien considera que esta es la mejor hi-
pótesis, señala que es difícil de probar, pero añade que un contacto directo en-
tre los Taíno y Mesoamérica podría explicar tanto el desarrollo de las canchas
estructurales, como el elaborado trabajo en piedra y la utilización de los “stone
belts” y “elbow stones” en el juego de pelota de Puerto Rico.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 229

La tercera alternativa para explicar estas influencias mesoamericanas so-


bre los Taíno del área de Vieques Sound (Rouse 1983: 45-52) (Fig. 1), sería
a través de nuevas migraciones, ocurridas durante el Período III (600-1200
d. C.) desde el norte de Suramérica (1983: 154) y por parte de grupos que ya
las habrían recibido de Mesoamérica. No obstante, debido a la ausencia de
evidencias de influencias mesoamericanas generalizadas en el norte de Me-
soamérica, este autor indica que pueden haber sido grupos suramericanos
aislados, como los Otomaco (quienes no solo poseían el juego de pelota sino
también otros rasgos de aparente influencia mesoamericana), los que viajaran
a las Antillas Mayores, sin dejar un claro rastro de su paso a través de las
Antillas Menores (1983: 155).
En este trabajo nos proponemos combinar la evidencia etnohistórica so-
bre los Otomacos, con los datos arqueológicos recientes sobre el Orinoco Me-
dio, los cuales, en nuestra opinión, precisamente permiten formular un nuevo
esquema interpretativo que integra, con algunas modificaciones, las dos últi-
mas alternativas propuestas por Alegría. En este nuevo esquema el desarrollo
de los grupos ceramistas antillanos se percibe en una forma más dinámica,
que enfatiza la existencia de relaciones tempranas (400 a.C-400 d.C.), entre
el Orinoco Medio y las Antillas Mayores, especialmente con Santo Domingo
y Puerto Rico, las cuales, por lo menos en dos oportunidades, podrían haber
implicado la migración y asentamiento de grupos del Orinoco Medio en estas
dos islas. Tanto estos contactos como las migraciones propuestas (Zucchi,
1984; Ms.), aparentemente se llevaron a cabo a través de una ruta diferente
a la que habían seguido los Saladoides para su colonización de las Antillas
Menores. Consideramos que fueron precisamente estas relaciones tempranas
entre los dos sectores, las que permitieron que entre los 600-700 d. C., se lle-
vara a cabo un nuevo movimiento migratorio desde el Orinoco Medio hacia
la República Dominicana. Aparentemente las mismas también estimularon
el surgimiento de una verdadera esfera de interacción, que con el tiempo no
solo incluyó el Orinoco Medio y las Antillas Mayores, sino posiblemente
230 Alberta Zucchi

también algunos sectores de Mesoamérica. Es probable que durante los siglos


siguientes (800-1300 d. C.) gradualmente se incorporaran a la misma otras
regiones, como la costa norte de Colombia y noroccidental de Venezuela. En
el período de pre-contacto (1300-1500 d. C.), esta esfera seguramente se arti-
culó con otras, como la que debió existir entre el Bajo Orinoco, las Guayanas
y Antillas Menores. Creemos que fue solo a partir del auge del tráfico escla-
vista (siglos XVI-XVII) cuando los objetivos tradicionales de este amplio
circuito de relaciones, que habían permitido el acercamiento pacífico entre
grupos con tradiciones culturales diferentes, sufrieron un cambio drástico
de orientación, al insertarse en el sistema mercantilista de las potencias euro-
peas (Zucchi y Gasson Ms.).

Evidencia etnohistórica sobre los Otomaco

Según las fuentes históricas de los siglos XVII y XVIII el territorio


otomaco estaba situado en los Llanos Bajos occidentales de Venezuela, pre-
cisamente en el sector que se encuentra entre el Apure y el Orinoco. Al
parecer, este grupo también tenía aldeas establecidas irregularmente sobre
el Arauca y el Sinaruco, así como en algunos puntos de la margen derecha
del Orinoco, enfrente a la desembocadura del Arauca y cercanos al cerro
Parauani (Barraguan) (Rosenblat 1964: 227-8). Los Taparitas, otra parcia-
lidad que frecuentemente se menciona en asociación con los Otomacos y los
Yaruros, compartían con estos los ríos Capanaparo, Sinaruco y Arauca, y
también ocupaban el río Portuguesa. En siglos posteriores se les menciona
en las misiones capuchinas de los Llanos occidentales (Lodares 1929 (I):
210; 1931 (III): 381; Rionegro 1918: 290). También se ha indicado la pre-
sencia de unos Taparitos en el sector oriental del Caura Medio, en su con-
fluencia con el Nicare y el Icutú, a quienes algunos autores modernos han
relacionado con los Taparitas de los Llanos. Koch-Grünberg (1913: 468) y
Codazzi (1840: 1841: 252, 274) ubican a estos últimos, en la confluencia
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 231

del Caura-Nicare-Pautí, mientras que Tavera Acosta los sitúa entre el Cau-
ra y el Cuchivero (1907: 249: 313) (Fig. 2).
Desde la primera mitad del siglo XVII las expediciones conquistadoras
que penetraron a los Llanos occidentales mencionaron a diversos grupos
indígenas que habían ofrecido una tenaz resistencia a los españoles. Un do-
cumento de 1659 dice que entre las naciones de los Llanos que no habían
sido reducidas estaban algunas de Caribes comedores de carne humana,
en que se incluyen los Otomacos, Atapaymas, Guarnonteyes, Cherreche-
nes, Aurebires, Chacaracas, Dazaros, Japones, Ajaguas, Bateas, Boraures y
otros (Dávila 1930 (II): 363). Sin embargo, la primera referencia concreta
sobre este grupo se debe a Carvajal, quien en 1644 hizo una entrada a los
Llanos y en 1647 acompañó a Miguel de Ochogavia en la expedición por el
río Apure (1647: 203). Toda la información posterior corresponde a los mi-
sioneros Franciscanos-Capuchinos, quienes solo los contactaron en 1720
(Lodares 1929 (I): 226), y a los jesuitas que iniciaron su labor tardíamente
(Rosenblat 1964: 231-232). Por esto, las mejores referencias corresponden
al siglo XVIII, cuando la situación indígena de todo el Orinoco ya había
sido fuertemente modificada por el proceso colonizador, y con toda segu-
ridad nos están describiendo a un grupo que ya había sido profundamente
afectado (Zucchi y Gasson Ms).
Según se desprende de las fuentes, los Otomaco eran valientes y belico-
sos, y lucharon tenazmente en contra de los españoles desde los contactos
iniciales; posteriormente también en contra de los Caribe del Bajo Orinoco,
cuando estos se aliaron con los holandeses y se involucraron activamente en
el tráfico de esclavos. No obstante, es importante recordar que, a pesar de
que se enfatice su oposición a los Caribe del Bajo Orinoco, en las fuentes
tardías se indica que estos últimos nunca ejercieron sobre los Otomaco “la
carnicería que durante treinta años han hecho sobre otras naciones”. (Gilij
1767 (II): 57). Como se verá más adelante, esta observación es de particular
interés para el presente trabajo.
232 Alberta Zucchi

Si bien por sus características la nación de los Otomaco resalta entre las
demás del Orinoco, nos referiremos solo a algunos de sus aspectos que son
particularmente relevantes para el presente trabajo: 1) el sistema agrícola, 2)
la geofagia, 3) el juego de pelota, 4) la práctica de ritos sangrientos, 5) el papel
del tigre en el sistema mágico religioso, 6) la pintura corporal, y 7) la lengua.
1. El sistema agrícola
Según las descripciones, los Otomaco vivían a base de la pesca (en la cual
eran particularmente diestros), la recolección de numerosos tubérculos y la
agricultura. Además, es importante indicar que aparentemente fueron los
únicos del sector que practicaron la agricultura de vega: “van ganando terre-
no a las lagunas, obteniendo abundantes cosechas de estas tierras” (Gumilla
1745 (I): 199). También se dice que poseían un tipo de maíz de dos meses
(onona), del cual, en los lugares favorables, obtenían hasta seis cosechas anua-
les (Gumilla 1745 (I): 268).
Si bien al parecer este grupo hacía poco uso de la yuca, recolectaba todo
tipo de tubérculo y granos entre los cuales se menciona una especie de arroz
silvestre (Gilij 1780 (I): 188), el guapo (Maranta arundinácea L.), la chiga
(Campsiandra camosa Benth), el tabaco (Nicotiana tabacum L.) las vainas de la
Piptadenia Peregrina con las cuales elaboraban la curuba.
2. La geofagia
Según las fuentes, los Otomaco practicaban la geofagia y consumían un
tipo particular de arcilla fina y untuosa, de color gris amarillento, que era
obtenida en los bancos fluviales. Con la misma se elaboraban pequeñas bolas
(poyas) que eran asadas ligeramente al fuego. Para ser consumidas, las poyas
se humedecían en agua o se raspaban, y con el polvo se espolvoreaban los ali-
mentos. Gumilla describe un pan de arcilla, y dice que las mujeres Otomaco
tenían huecos llenos de barro escogido, bien curado y podrido en la orilla de
los ríos, al cual se le añadía maíz, frutas y otros granos.
Al cabo de varios días esta mezcla de arcilla y productos vegetales se colo-
caba en cazuelas, se les añadía agua y se colaba para eliminar el líquido. A la
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 233

masa escurrida se le agregaba una buena cantidad de manteca de tortuga o de


caimán, y con ella se hacían unos panes en forma de bola, que eran cocinados.
A este respecto el mismo autor indica que los Guamos, hermanos totémicos
de los Otomaco, habían adquirido la práctica de la geofagia a través de las
relaciones exogámicas que mantenían con estos (1745 (I): 187).
3. El juego de pelota
Gumilla (1745 (I): 189-194) es el cronista que presenta la mejor des-
cripción del juego de pelota de los Otomaco. Indica que se practicaba to-
dos los días y comenzaba en la mañana, después que los capitanes habían
distribuido a la gente para las diversas actividades de subsistencia. La can-
cha de juego era “un hermoso y muy limpio trinquete de pelota” situado
en la cercanía de su pueblo, pero apartado de las casas (1745 (I): 190). La
pelota era de caucho y para el saque y rechazo solo se utilizaba el hombro
derecho y, cuando era tocada por otra parte del cuerpo, el equipo perdía
una raya. Participaban 24 jugadores, es decir 12 en cada equipo, y sobre
cada juego se hacían apuestas que consistían en canasticos de maíz, sartas
de cuentas de vidrio y “todo cuanto hay en sus casas” (Gumilla 1745: 190).
Alrededor del mediodía, una vez que las mujeres habían concluido sus
labores, se incorporaban al juego y, para ello, utilizaban palas “redondas
en su extremidad, de una tercia de ancho de bordo a bordo, con su garrote
recio, de tres palmos de largo, con el cual, con ambas manos juntas, recha-
zan la pelota” (Gumilla 1745: 192). Al llegar, las mujeres se integraban al
equipo en el cual estaba jugando el marido, con lo cual cada uno de estos,
podía llegar a tener hasta 24 jugadores. Se indica que a medida que el sol
iba calentando, los Otomaco se desangraban intencionalmente y consu-
mían arcilla. El juego de pelota se prolongaba hasta bien entrada la tarde,
interrumpiéndose con la llegada de los pescadores. La competencia era ar-
bitrada por un anciano, quien se identificaba por llevar un pedazo de piel
de tigre en la mano derecha y además se encargaba de recibir las apuestas.
234 Alberta Zucchi

4. Los ritos sangrientos


Además del sangramiento mencionado en relación al juego de pelota, los
Otomaco practicaban otros ritos sangrientos entre los cuales estaba: la es-
carificación, el traspaso de la lengua y la circuncisión (Bueno 1933: 118:119;
Gilij 1780-84 (II): 96-97; Gumilla 1745 (I): 133-134). A este respecto, y con
miras a una mejor comprensión de la evidencia arqueológica que presentare-
mos posteriormente, es necesario mencionar que estos ritos sangrientos de
los Otomaco, podrían estar relacionados con el “Complejo del Sacrificio de
Sangre” (Loeb 1923). Dado que todos los rasgos de este complejo se encuen-
tran en Mesoamérica en las ceremonias dedicadas a Xipe Totec (Nuestro
Señor El Desollado), a quien se honraba especialmente en las fiestas del se-
gundo mes llamado Tlacaxipeualitzli, Acosta Saignes le asigna este nombre.
Indica este autor que al viajar desde Mesoamérica hacia Suramérica el mismo
sufrió modificaciones regionales (1950: 14-15) y añade que todos sus rasgos
son comunes tanto en la zona andina como entre los Caribe de la costa vene-
zolana y del occidente de Colombia. Por otra parte, dado que Rivet (1943: 58)
indicó que los contactos entre los Caribes y el Área Andina se produjeron por
la penetración de los primeros en esta última y no a la inversa, Acosta Saignes
concluye que:

... como pueblo migrante, viajero en diversas direcciones, los Caribes


vendrían a ser representativos del proceso de transculturación conti-
nua, que en escala más lenta y en tiempo más prolongado, se efectuaba
permanentemente entre los pueblos americanos (1950: 46).

5. El papel del tigre


De las fuentes se desprende claramente la estrecha relación que existía
en la cultura otomaca entre el tigre y la luna. Ambos aparentemente jugaban
un papel importante en el sistema mágico religioso de este grupo. El tigre no
solo se asociaba directamente con las prácticas shamánicas, sino con el juego
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 235

de pelota y con un baile denominado maema (Tigre), ambos con evidentes y


profundas implicaciones rituales.
Es bien sabido que el uso de sustancias alucinógenas (Ej.: la curuba, yopo
o ñopo) juega un papel fundamental en las creencias religiosas y en las prác-
ticas shamánicas de los indígenas suramericanos. La disociación mental que
producen estas drogas proporciona el vehículo para establecer un contacto
directo con la esfera sobrenatural, la cual se revela a través de imágenes y
sonidos. Por otra parte, desde hace tiempo se conoce que entre los grupos de
la América tropical, el shamanismo tiene una estrecha relación con los jagua-
res o espíritus de jaguares. Reichel Dolmatoff (1975: 43) ha indicado que las
ideas básicas que subyacen en este conjunto de creencias pueden resumirse en
la forma siguiente:
1. El shamán puede transformarse en tigre y bajo esta forma puede pro-
teger, ayudar o agredir. Igualmente, después de su muerte, el shamán puede
convertirse permanentemente en este animal y manifestarse a los vivos con
fines benéficos o maléficos, según sea el caso. A este respecto es oportuno
recordar que Gilij 1780-84 (II): 95) indicó que los shamanes otomacos:

... prosiguiendo con sus bribonadas, se vanaglorian de transformarse


en tigres y otros animales feroces y, cuando los indios ven grandes can-
tidades de tigres en la época de las lluvias, creen que se trata de piaches
de los Guamos o de los Otomacos (Gilij II: 95).

2. El jaguar también se asocia con diversos fenómenos naturales (Ej. trueno,


sol, cuevas, montañas, fuego) así como con diversos animales. A este respecto
hay que recordar el papel de la luna en la cultura otomaca, y la relación entre
esta y el baile denominado maema (tigre) (Gilij 1780-4 (II): 282). Entre algunos
grupos el tigre se considera como el Amo de los Animales y por lo tanto está rela-
cionado con los rituales de cacería (Reichel Dolmatoff 1975: 43-44).
236 Alberta Zucchi

3. El jaguar no solo constituye un símbolo masculino con fuertes conno-


taciones de fertilidad, sino que se le considera también como un símbolo de
exogamia. A este respecto vale la pena recordar que Gumilla indicó que los
Caribe de la cuenca del Orinoco trazaban su descendencia del tigre (1745:
126). Reichel Dolmatoff ha señalado que el punto importante relacionado
con este hecho es que, en muchas áreas, los indígenas que descienden del Ti-
gre, vivieron y aún viven en proximidad con grupos que no descienden de él.
Los primeros han sido temidos precisamente porque raptaban a las mujeres
de los otros (1972: 56).
6. La pintura corporal
Se ha indicado que el mayor adorno de los indígenas del Orinoco era la
pintura corporal, especialmente en ocasión de fiestas o peleas. Humboldt
(1956 (III): 286-292) indicó que los Otomacos, Guamos y Caribes y los otros
grupos que se reunían anualmente para explotar las playas de tortugas cer-
canas a La Urbina, podían ser identificados por su pintura corporal. Añade
que los Otomacos utilizaban para esto dos tipos de colorante: el onoto (Bixa
orellana) y la chica (Arrabidea Chica Verlot) y menciona que tanto este grupo
como los Caribe, acostumbraban pintarse de rojo la cabeza. No obstante,
también ofrece detalles sobre la pintura corporal de una mujer otomaca.
7. La lengua
Rosenblat (1964: 362), quien llevó a cabo un estudio comparativo de los
limitados vocabularios que existen sobre Otomaco y Taparita, demostró que
ambos son dialectos de una misma familia lingüística. El mismo autor tam-
bién elaboró un cuadro comparativo del Otomaco y otras lenguas surameri-
canas, el cual si bien como se señala solo tiene un valor muy relativo debido a
la deficiente base de datos, reviste particular interés para el presente trabajo,
por lo que lo reproducimos a continuación:
A pesar de la advertencia que el autor hace en cuanto al valor de estas
cifras, indica que es poco probable que este islote Otomaco-Taparìta, ubicado
en un sector de los Llanos, que está cruzado por una compleja red fluvial, la
Arawako
Caribe
Yaruro
Guamo
Sáliva
Guahivo
Guaraúno
Puinave
A. Partes del cuerpo 13 11 4 1 2 1 1 4
B. Naturaleza inorgánica 9 9 2 5 3 - 1 1
C. Hombre, familia, sociedad 4 2 3 3 1 2 - -
D. Animales 9 8 6 2 3 1 3 -
E. Plantas 4 5 2 - 1 - - 1
F. Religión - 2 1 - - 1 - -
G. Casa, ciudad, etc. 1 2 2 - - - - -
H. Vestidos y alimentos 2 2 - - - 1 - -
I. Verbos 4 3 1 - - - - -
J. Adjetivos 4 3 1 - - - - -
K. Colores 1 1 - - - - - -
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco

L. Numerales - - - - - - - -
M. Pronombres personales 3 2 1 1 1 1 2 -
N. Adverbios 3 1 1 1 1 - 1 1
Total 56 48 26 13 13 8 9 8
237
238 Alberta Zucchi

cual debió facilitar la interacción intertribal, no tenga relación con las de-
más lenguas americanas. Añade que si bien el problema de esta filiación solo
podrá ser resuelto cuando se conozca más profundamente la estructura gra-
matical, concluye insinuando un posible parentesco entre el Otomaco-Tapa-
rita y la familia Arawaco. Para ello se basa en la afinidad que existe entre los
pronombres personales de primera, segunda y tercera persona, y el término
“luna”, la cual, como ya indicamos, tuvo gran importancia en el sistema mági-
co religioso de este grupo (Rosenblat 1964: 363).
No obstante, y aun considerando las advertencias de este autor, en el cua-
dro comparativo se observa que después de las similitudes con el Arawaco, las
cifras más altas corresponden al Caribe, seguidas por las del Yaruro, Guamo
y Sáliva, con quienes los Otomaco compartían el Orinoco Medio y los Llanos
adyacentes. Este hecho indica que todos estos grupos debieron mantener un
largo período de contactos, que pudo ocasionar el mestizaje lingüístico y el
surgimiento tanto de variantes dialectales como de nuevas familias, como es
el caso del Otomaco.

La arqueología del Orinoco Medio

A partir de los años 70 y como consecuencia de la intensificación de las


investigaciones arqueológicas, lingüísticas y etnohistóricas, se ha podido ob-
tener una visión cada vez más amplia y detallada sobre la compleja historia
ocupacional del Orinoco Medio. Esta nueva visión enfatiza la importancia
que la comprensión de los complejos procesos de interacción interétnica tiene
para la interpretación arqueológica.
Hasta hace poco se aceptaba que el Orinoco había sido ocupado por los
grupos Saladoides, Barrancoides y Arauquinoides y se le asignaba a los dos
primeros una antigüedad de 1000 a. C. (Cruxent y Rouse 1961; Rouse y Cru-
xent 1963). No obstante, dado que recientemente en el Orinoco Medio se ha
obtenido una serie de fechamientos anteriores al primer milenio a. C., en la
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 239

actualidad existen tres posiciones interpretativas en cuanto al comienzo de


esta secuencia ocupacional, y por consiguiente, en cuanto a su periodización.
Según algunos autores, los Saladoides fueron el primer grupo que ocupó el
Orinoco. La Fase La Gruta constituye la evidencia más temprana de esta ocu-
pación, y a la misma se le ha asignado una antigüedad superior a los 2000
años a. C. (Rouse 1978: 203-209; Roosevelt 1980: 1978, 177-182; Rouse
Allaire and Boomert Ms). Otro de los autores si bien acepta a La Gruta como
el ancestro del desarrollo Saladoide, solo le asigna una antigüedad de 1000
años a. C. (Vargas 1981: 409-411).
Por otra parte, nuestras investigaciones en el Orinoco Medio permitieron
establecer la existencia de dos nuevas series cerámicas para la zona: la Cede-
ñoide y la Valloide (Zucchi y Tarble 1984a: 293: 309; Zucchi, Tarble y Vaz
1984: 155-180; Tarble y Zucchi 1984: 434: 445). Con base en esto se pudo
elaborar una secuencia de cuatro períodos, que en términos temporales se
extiende entre los 1000 a. C. y los 1400 d. C. Es necesario aclarar que si bien
por el momento se ha fijado el comienzo del primero de ellos en los 1000 a. C.,
aún no se han descartado los fechamientos más antiguos, y se ha sugerido la
posibilidad de que estos se relacionen con la ocupación Cedeñoide y no con
la Saladoide, como se había propuesto hasta ahora. Además se indicó que
material Cedeñoide temprano podría formar parte de un amplio horizonte
cerámico, generalmente no agrícola, el cual aparentemente se extendió por las
tierras bajas tropicales del norte de Suramérica entre los 4000 y 1400 a. C.
(Brochado y Lathrap Ms., Zucchi y Tarble 1984a: 36; Zucchi, Tarble y Vaz
1984: 179). Con base en esto, los Cedeñoides tempranos podrían constituir
el grupo alfarero más antiguo del Orinoco.
Alrededor de los 1000 a. C., con la penetración de los Saladoides y
Barrancoides en la zona, es probable que se iniciaran los primeros con-
tactos intergrupales.
También hemos sugerido la posibilidad de que durante la segunda mitad
del primer milenio a. C. (ca. 400), algunos Cedeñoides viajaran a las Antillas,
240 Alberta Zucchi

dando origen en la República Dominicana a los complejos El Caimìto, Mu-


siepedro y Honduras del Oeste (Zucchi 1984c: Zucchi Ms).
Alrededor de los 400 d. C. se produjo el asentamiento en el Orinoco de
los portadores de la alfarería con cauxí, conocida localmente como Arau-
quinoide (Zucchi, Tarble y Vaz 1984). Es importante mencionar que esta
tradición cerámica ha sido relacionada con la expansión de los grupos de
lengua caribe (Lathrap 1970), y más recientemente en Venezuela, con gru-
pos posiblemente pertenecientes al Caribe costero (Zucchi 1985), según
la clasificación de Durbin (1977: 23-38). En el Orinoco Medio, el período
comprendido entre los 500 y 1000 d. C. y especialmente entre 500-600
d. C. se caracterizó por una intensa interacción, no solo entre los diversos
grupos que habitaban los distintos sectores del gran río, sino entre estos y
los que ocupaban áreas vecinas como los Llanos occidentales. Esta interac-
ción se evidencia ampliamente en el récord arqueológico y en algunos casos
(Ej.: Arauquinoides-Cedeñoides) parece haber implicado relaciones más
profundas que el simple intercambio cerámico. Estas relaciones se mantu-
vieron a lo largo del tiempo, aun cuando ambos grupos migraron fuera del
Orinoco (Zucchi Ms; Zucchi y Tarble 1984; Zucchi, Tarble y Vaz 1984).
Por último, es importante mencionar que desde el comienzo del primer
milenio a. C., en el Orinoco coexistieron diversas estrategias de subsisten-
cia. Mientras los Cedeñoides tempranos aparentemente representaban un
grupo pescador-cazador- recolector especializado, los Saladoides, Barran-
coides y Arauquinoides tempranos poseían agricultura de tubérculos, com-
plementada por la caza terrestre, la pesca y la recolección de gasterópodos
y moluscos de agua dulce (Cruxent y Rouse 1961: Roosevelt 1980: 235;
Rouse Cruxent 1963: Sanoja 1979: 262-264; Vargas 1981). En cambio,
los Osoides de los Llanos adyacentes tenían una subsistencia basada en el
cultivo de granos (maíz) (Wagner y Zucchi 1966: 36-308; Zucchi 1967,
1973: 182-190) y en la explotación de diversos recursos acuáticos y terres-
tres (Garson 1980).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 241

Por otra parte, entre los 400 y 600 d. C., los Arauquinoides introdujeron
el cultivo del maíz en el Orinoco Medio, entre los 600 y 800 d. C., con la
adopción de la agricultura de riberas inundables, ambos se impusieron de-
finitivamente en el sistema de subsistencia de este grupo, Finalmente, entre
los 1000 y 1200 d. C. los Cedeñoides y Arauquinoides aparentemente cons-
truyeron el sistema de campos drenados que ha sido descrito para los Llanos
occidentales (Zucchi, 1978: 349-365; Zucchi y Denevan 1979).

Articulación de las evidencias arqueológicas y etnohistóricas

Cuando se comparan los datos etnohistóricos referentes a los Otomaco


con las nuevas evidencias arqueológicas sobre el Orinoco Medio, se pueden
encontrar ciertas correspondencias que parecen trascender la mera coinci-
dencia. No obstante, antes de entrar en este análisis, y dado que en nuestro
esquema tanto la interacción tribal como los procesos migratorios juegan un
papel fundamental, queremos indicar que visualizamos la migración volunta-
ria (Du Toit 1975: 1), como un episodio que se enmarca dentro del proceso de
interacción entre grupos que habitan áreas diferentes. Consideramos que este
proceso consta de dos fases: 1) Exploratoria y 2) Interacción. Cuando la fase
de interacción implica una migración, en el lugar de destino de los migrantes
se inicia una tercera fase que hemos denominado de articulación.
Fase exploratoria: en esta primera fase, pequeños segmentos de una
determinada población (partidas de exploradores), generalmente integra-
dos por individuos de sexo masculino (aunque no se descarta la eventual
participación de algunas mujeres), comienzan a efectuar viajes explorato-
rios fuera de su territorio tribal. Estos viajes de duración variable hacia
otras zonas (cercanas o distantes) pueden implicar permanencias más o
menos prolongadas entre otros grupos, luego de las cuales, los explora-
dores regresan a su lugar de origen. No obstante, existe la posibilidad de
que ocasionalmente una parte de estos exploradores decida permanecer
242 Alberta Zucchi

durante un largo período o definitivamente en la nueva zona, en cuyo


caso el viaje exploratorio se convertiría en una migración voluntaria no
planificada de antemano.
Es de esperarse que a través de estos viajes, una parte de la población a la
que pertenecen los exploradores, y en algunos casos toda ella, progresivamen-
te vaya adquiriendo conocimiento sobre los nuevos territorios, las rutas de
acceso y los grupos que los habitan. Si bien como ya dijimos, ocasionalmente
estos viajes exploratorios pueden convertirse en migración, en la mayoría de
los casos se produce el regreso al lugar de origen, sin que ello implique nece-
sariamente una migración posterior. Si bien se puede pensar que el objeti-
vo fundamental de estas exploraciones es la obtención de información sobre
nuevos ambientes naturales, sociales y culturales, no hay que descartar que
en algunos de estos viajes ocurran intercambios comerciales eventuales.
Fase de interacción: el conocimiento adquirido durante la etapa de explo-
ración puede conducir al establecimiento de relaciones más regulares y con
objetivos más precisos (económicos, sociales o culturales) entre los explora-
dores y algunas áreas específicas, así como con algunos segmentos de deter-
minadas poblaciones. Estas relaciones pueden conducir a la negociación de
una eventual migración de un contingente de la población a la que pertenecen
los exploradores a la nueva zona.
Cuando esta migración ocurre, en la zona receptora se inicia un proceso
de articulación entre los migrantes y la población residente. Generalmente
este proceso de articulación entre el grupo migrante y los diversos segmentos
de la población local no es homogéneo, sino que puede implicar una conside-
rable variabilidad en términos de modalidad, intensidad, duración y distribu-
ción espacial. Es posible que en algunos sectores, especialmente aquellos más
cercanos a la zona en la cual se asienta el nuevo grupo, al hacerse más conti-
nua la interacción, tienda a profundizarse, por ejemplo a través de alianzas
matrimoniales. Con el paso del tiempo, esto podría dar origen a situaciones
de índole diversa entre las cuales se encuentra el mestizaje, no solo biológico
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 243

sino también cultural. Como resultado de la variabilidad que puede produ-


cirse en el proceso de articulación entre migrantes y la población local, es
posible predecir que los desarrollos posteriores tampoco sean homogéneos.
Consideramos que estos fenómenos pueden ser reconocidos en el contex-
to arqueológico. La llegada de un nuevo contingente poblacional a una zona,
indudablemente con el tiempo, debe producir un incremento, tanto en el área
de ocupación como en el número de asentamientos. Esto, por supuesto, siem-
pre y cuando en el área no hayan ocurrido cambios (Ej. tecno-económicos)
que pudieran explicar en otra forma el crecimiento demográfico. Además
del incremento poblacional que una migración involucra, el récord arqueo-
lógico también puede reflejar la variabilidad del proceso de articulación. En
situaciones de este tipo será posible encontrar en el área receptora toda una
gama de situaciones arqueológicas que pueden implicar desde la aparición de
estilos híbridos, caracterizados por la combinación de elementos de las dos
alfarerías involucradas, pero sin el predominio de ninguna, hasta la simple
presencia de rasgos aislados (que pueden ser relacionados con los migrantes)
en las alfarerías locales.
Una vez señalada nuestra opinión de que la migración voluntaria es un
fenómeno que se articula dentro de un proceso más amplio de interacción
intertribal, volveremos a la articulación de las evidencias etnohistóricas
y arqueológicas.
Cuando se compara el territorio que ocupaban los Otomacos, Taparitas y
Taparitos de las fuentes, con la distribución de los yacimientos Arauquinoi-
des del Orinoco Medio, se puede observar que por lo menos con una parte de
ellos existe correspondencia geográfica. Igualmente, es importante recordar
que las fuentes indican que la vida de los Otomacos se desarrollaba en la
orilla de ríos y lagunas, es decir, que este grupo tenía la misma orientación
ribereña que ha sido atribuida a los portadores de esta alfarería.
244 Alberta Zucchi

Aspecto lingüístico

Una vez señalada esta correspondencia entre el territorio ocupado por


los Otomaco históricos y una parte de los Arauquinoides arqueológicos, es
necesario que nos refiramos en más detalle a esta última ocupación, dado que
la misma también permite explicar similitudes en otros aspectos.
Cuando se analiza el material de la serie Arauquinoide, se observa que a
lo largo de los 1200 años (400-1600 d. C.) durante los cuales sus portadores
ocuparon el Orinoco, sufrió una serie de cambios importantes, cuyo valor
cualitativo y cuantitativo solo estamos comenzando a conocer y comprender.
No obstante, esta ocupación ya se ha podido subdividir en tres etapas, cada
una de las cuales no solo tiene características distintivas propias, sino que
presenta variaciones espaciales y microtemporales importantes.
Etapa I (400-500 d. C.)
Tanto en el Orinoco Medio como en el Bajo, esta etapa está representa-
da por la alfarería con cauxí que por los momentos presenta las fechas más
tempranas (Zucchi, Tarble y Vaz 1984; Zucchi 1985). En la cronología del
Orinoco Medio la misma corresponde a la Fase Corozal I (Roosevelt 1980;
Rouse 1978: 20-207). Los datos arqueológicos parecen indicar que durante
esta fase los Arauquinoides estaban comenzando el proceso de articulación
con la población del Orinoco Medio (Cedeñoides y Saladoides) y Bajo (Ba-
rrancoides), ya que generalmente este material constituye un componente
minoritario en los asentamientos Cedeñoides, Saladoides y Barrancoides
(Zucchi Ms). Por lo anterior, consideramos que la etapa exploratoria y de
interacción con la población local, que seguramente debió preceder la emi-
gración Arauquinoide hacia el Orinoco, pueda haber comenzado antes, es
decir, en algún momento del período comprendido entre 0 y 400 d. C. Esta
alfarería temprana es bastante sencilla y está decorada con tiras aplicadas
anchas con incisiones lineales y apéndices en forma de grano de café (Zucchi
y Tarble 1982: 186).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 245

Etapa II (500-1000 d. C.)


Es indudable que la migración y asentamiento pacífico de grupos Arau-
quinoides en el Orinoco condujo a la profundización de los nexos interétni-
cos, a través de los cuales sus portadores afianzaron su presencia en la zona
y garantizaron su acceso a los recursos, a la vez que, progresivamente, se in-
sertaban en el sistema regional de relaciones interétnicas (Zucchi 1985). Con
anterioridad sugerimos (Zucchi 1985) que este proceso debía ser similar a
lo que ocurre en el aspecto lingüístico, cuando un grupo de lengua diferente
entra a una nueva área. Cuando esto ocurre, la zona se hace bilingüe por un
número variable de generaciones y esta situación puede hacerse permanente,
cuando las diferencias culturales entre los grupos involucrados son muy mar-
cadas, aunque en la mayoría de los casos, con el tiempo, una de las lenguas
va englobando a la otra, que se le incorpora como sustrato. En cada caso, el
predominio de una lengua sobre otra depende de factores de índole diversa
(Ej. relación numérica, estado cultural, vitalidad grupal y supremacía políti-
ca, social y militar (Zucchi 1985).
Desde el punto de vista arqueológico el lapso comprendido entre los 500
y 700 d. C., constituyó un período de intensa interacción entre los Arau-
quinoides (Caribe) y demás grupos del Orinoco (Cedeñoides, Saladoides y
Barrancoides) y de los Llanos (Osoides) (Zucchi Ms). Como consecuencia
del mismo, en las diversas alfarerías se observa la incorporación de elementos
de otras; surgen alfarerías híbridas (Ej. fase Corozal), a la vez que el material
Arauquinoide comienza a diversificarse espacialmente. Luego de este proce-
so, en el desarrollo de las alfarerías Arauquinoides del Orinoco Medio y Bajo
se evidencian las relaciones específicas, que los grupos de cada sector man-
tuvieron con el resto de la población local, las cuales aparentemente también
incidieron en la dirección de sus respectivos procesos migratorios (Fig. 3).
En el Orinoco Medio esta etapa corresponde a las Fases Corozal II y III
de Roosevelt (1980: 196; Rouse 1978: 206-207), mientras que en el Bajo Ori-
noco se relaciona con la subserie Macapaiman (Zucchi 1985). En el material
246 Alberta Zucchi

Arauquinoide del Orinoco Medio se observa un aumento considerable en


el número de formas de vasijas, así como la aparición de nuevos elementos
decorativos. No obstante, hacia finales de la etapa, la popularidad de estos
rasgos disminuye y se hacen poco importantes en la alfarería de las subseries
Arauquinoides tardías del sector (Zucchi 1985).
El material Arauquinoide de esta etapa aún no muestra un estilo definido,
y más bien refleja una combinación de elementos diversos, los cuales aparen-
temente constituyen préstamos o influencias foráneas (Zucchi y Tarble 1982:
187), que se aprecian también en otros aspectos. En efecto, ya hemos seña-
lado que durante este período, y como consecuencia de la interacción entre
Arauquinoides y Osoides, los primeros se familiarizaron con el cultivo del
maíz introduciéndolo en el Orinoco. Roosevelt (1980: 235) ha señalado que
el maíz aparece por primera vez precisamente en la fase Corozal, aunque es
muy escaso en las etapas I y II pero se populariza en la III. El maíz asociado
a las dos primeras se relaciona con la variedad Pollo, que es precisamente la
que venían cultivando en los Llanos occidentales los grupos Osoides, por lo
menos desde la segunda mitad del primer milenio a. C. (Wagner y Zucchi
1966: 36-38; Zucchi 1967: 116; 1973: 188).
El mismo autor también ha indicado que durante las fases Corozal se
produjo un considerable incremento en el área de ocupación del sector de
Parmana, el cual sin embargo, se hace más marcado durante las Fases II
y III. Se ha indicado que de una densidad de 0,2, estimada para Ronquin
Sombra, la última de las fases Saladoides precedentes, se pasó a una de 1,5
y 3,5 habitantes por kilómetro cuadrado. Es importante mencionar que este
crecimiento demográfico no representa un fenómeno aislado, sino que pre-
cede la aparición de todo un bloque de nuevos rasgos cerámicos, que son los
que le imprimen las características distintivas al material Arauquinoide de
las subseries tardías: Camorucan, Arauquinan, Guarguapan y Matraqueran
(Zucchi 1985). Conjuntamente con estos nuevos elementos cerámicos tam-
bién se introduce y se populariza el cultivo de un tipo de maíz relacionado
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 247

con el Chandelle (Roosevelt 1980: 208). Hemos sugerido que la aparición


de todo este conjunto de nuevos rasgos cerámicos, así como la introducción
de una nueva variedad de maíz, por sí solos, no explican satisfactoriamente
el importante crecimiento demográfico que se ha indicado. Pensamos que la
aparición de estos nuevos elementos se relacione con la llegada de un nuevo
contingente poblacional, probablemente procedente del sector noroccidental
de Suramérica (Colombia), cuya gente también habría introducido la explo-
tación intensiva de las riberas inundables.
Consideramos que fue tanto la llegada de un nuevo contingente poblacio-
nal como la implantación de esta nueva modalidad agrícola para el complejo
maíz/ frijol/ calabaza, lo que ocasionó el importante crecimiento demográ-
fico que se ha indicado para las Fases Corozal II y III. Aparentemente, fue
este mismo crecimiento de la población del Orinoco Medio el que dio origen
al movimiento migratorio, que grupos Arauquinoides y Cedeñoides empren-
dieron a partir de los 600-700 d. C., hacia los Llanos occidentales (Zucchi
1974: Ms; 1985; Zucchi y Tarble 1984) y posiblemente hacia las Antillas
Mayores (Zucchi Ms).
A este respecto, y como último punto, queremos mencionar que todos los
estilos Arauquinoides llaneros conocidos mantienen el budare, tal como ocu-
rre en el Orinoco durante las Fases Corozal II y III. También es importante
señalar, que al igual que en el Orinoco, el material Arauquinoide llanero de
esta etapa también presenta escaso trabajo de aplicación, aunque ya muestra
algunos de los elementos incisos que tipifican a la alfarería Arauquinoide tar-
día (Zucchi 1985).
Etapa III (1000-1600 d. C.)
En el Orinoco Medio, la tercera etapa se caracteriza por un aumento en el
número y en la extensión de los asentamientos Arauquinoides, cuya alfarería
pertenece a subseries surgidas durante la etapa precedente, o integra subse-
ries nuevas como la Arauquinan, Matraqueran y Camorucan del Orinoco
Medio, y la Guarguapan del Bajo Orinoco (Zucchi 1985). Tanto el aumento
248 Alberta Zucchi

en el número de yacimientos, como el incremento que se observa en su exten-


sión espacial, indican que durante este período la población Arauquinoide
era numerosa y controlaba la mayor parte del Orinoco Medio y Bajo.
Habiendo presentado el panorama detallado de la evolución y caracterís-
ticas de la serie Arauquinoide del Orinoco, volveremos al aspecto lingüístico.
Como ya indicamos, en trabajos anteriores se relacionó la serie Arauquinoide
con grupos probablemente habitantes del Caribe costero (Zucchi 1985). No
obstante, consideramos que los complejos procesos de interacción intertribal
que ocurrieron en el Orinoco Medio entre los 500 y 1000 d. C., no solo oca-
sionaron los profundos cambios del aspecto cerámico, demográfico y de sub-
sistencia que hemos descrito, sino que con toda seguridad también afectaron
significativamente el probable panorama bilingüe de la etapa anterior. Debido
a esto, no es demasiado aventurado pensar que los portadores de alguna de las
tres subseries Arauquinoides tardías del Orinoco Medio (Arauquinan, Matra-
queran y Camorucan), cuyos ancestros habían mantenido relaciones profun-
das y variadas con los otros grupos locales, y además aparentemente habían
incorporado a un nuevo contingente de migrantes, se diferenciaran de las otras
dos, no solamente en el aspecto cerámico, sino en el lingüístico. En siglos pos-
teriores, esta diferencia lingüística se podría haber acentuado aún más, como
consecuencia del proceso de interacción intertribal específico del grupo.
Por lo tanto, consideramos que no sería demasiado aventurado pensar que
a través de estos procesos, la lengua Caribe supuestamente hablada por los
portadores de la alfarería Arauquinoide temprana sufriera sucesivas modifi-
caciones que habrían podido dar origen a nuevas lenguas. Algunas de estas
últimas, precisamente, podrían tener características similares a las que se han
descrito para la familia Otomaca. Es decir, lenguas que presentan una pecu-
liar combinación de elementos Arawaco, Caribe, Yaruro, Guamo, etcétera, y
en la cual los dos primeros son dominantes.
Una vez aceptada la posibilidad de que los Otomacos que los cronistas
de los siglos XVII y XVIII describen para los Llanos occidentales podrían
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 249

haber sido los descendientes de los portadores de alguna de las tres subseries
Arauquinoides tardías del Orinoco Medio, podemos examinar el resto de la
evidencia que parece apoyar esta relación.

Sistema de subsistencia

Cuando describimos el sistema de subsistencia de los Otomaco, enfatiza-


mos que este grupo era el único del Orinoco para el cual se indicaba la prác-
tica de agricultura en las riberas inundables (vegas), mencionándose además
que poseía un maíz de dos meses, del cual podían obtener hasta seis cosechas
anuales.
Desde el punto de vista arqueológico, ya indicamos que fueron precisamen-
te los Arauquinoides del Orinoco Medio quienes a través de sus contactos con
los grupos llaneros, introdujeron inicialmente el cultivo del maíz al sector y
posteriormente también adoptaron la agricultura de riberas inundables.

El papel del tigre

Al comienzo de este trabajo nos referimos al papel que el tigre juega en el


contexto mágico-religioso de muchos grupos suramericanos. Si bien las fuentes
sobre los Otomacos son específicas en cuanto a la relación de este animal con
las prácticas shamánicas, también se encuentran otras evidencias que señalan
su importancia en el sistema mágico-religioso de este grupo. A este respecto,
es importante mencionar que tanto en las alfarerías de las subseries Arauqui-
noides tardías, así como en el material llanero contemporáneo, se encuentra la
representación del tigre, ya sea en forma realista o estilizada (Lám. 1 y 2). El
tigre también se encuentra en la alfarería de la Serie Valloide, la cual, como ya
indicamos, ha sido asociada con grupos pertenecientes al Caribe de la Guayana
occidental (Tarble y Zucchi, 1984), así como en el material Valencioide, el cual
parece derivarse de la serie Arauquinoide y Valloide (Zucchi, 1985). Por otra
250 Alberta Zucchi

parte, es necesario mencionar que la representación de este felino es práctica-


mente inexistente en los demás desarrollos cerámicos venezolanos.

Relaciones entre el Orinoco Medio y las Antillas Mayores

Una vez presentado nuestro esquema sobre la secuencia ocupacional del


Orinoco Medio, y formulada la hipótesis de que los Otomacos históricos po-
drían ser los descendientes de los portadores de alguna de las tres subseries
Arauquinoides del Orinoco Medio (Arauquinan, Camorucan y Matraque-
ran), podemos intentar su articulación con el desarrollo de las Antillas Ma-
yores a fin de proponer una alternativa para explicar las influencias meso-
americanas en las Antillas Mayores y también el paso de algunos rasgos al
territorio venezolano.
En la versión más reciente, aún no publicada, de la Cronología de Venezue-
la oriental, las Guayanas y las Antillas, Rouse, Allaire y Boomert (Ms) seña-
lan que la “penetración” Saladoide se interrumpió en Puerto Rico en donde
estos “se detuvieron por cuatrocientos años, antes de continuar al resto de
las Antillas Mayores”. También señalan que esta interrupción en el proceso
expansivo se debió que los Saladoides “were unacoostumed to such large land
mass (Puerto Rico). They were not prepared to communicate by land as we do
today, and needed time to develop this skill” (Rouse 1982; Rouse, Allaire and
Boomert Ms). Es obvio que lo anterior no puede explicar satisfactoriamente
la interrupción del proceso, más aún si se considera que solamente habían
transcurrido 200 años desde que estos grupos habían salido de tierra firme,
y que además, como consecuencia de su extenso desplazamiento por esta úl-
tima, no solo debieron adquirir un amplio conocimiento sobre movilización
terrestre, sino sobre masas insulares de gran tamaño (Ej. Trinidad). Por ello
consideramos que la hipótesis del Alegría de que la migración Saladoide se
interrumpió debido a la llegada de un nuevo grupo humano (1965: 24.8) es
más acertada y recibe apoyo en el esquema que vamos a presentar.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 251

En general, y salvo pocas excepciones, hasta ahora se ha visualizado la histo-


ria ocupacional de las Antillas Mayores en forma unilateral, ya que cada nueva
serie cerámica se deriva de la anterior, con poca o ninguna influencia externa,
hasta llegar a los estilos Saladoides de Puerto Rico, los cuales en esta forma
se convierten en los primeros y únicos ancestros. En este modelo, la aparición
de nuevos elementos en las distintas series antillanas se explica fundamental-
mente en términos de desarrollo local (Rouse 1982: 51; Rouse, Allaire y Boo-
mert Ms). Consideramos que esta manera de percibir la historia ocupacional
de las Antillas es estática, ya que al no contemplar la posibilidad de que otros
grupos, aparte de los Saladoides, pudieran en diferentes momentos haber te-
nido contactos con, o emigrado hacia las Antillas, implícitamente condena a
la población prehispánica de las Antillas Mayores, del Orinoco Medio y del
norte de Suramérica a un estatismo, que evidentemente no se compagina con
la evidencia arqueológica más reciente sobre el Orinoco y mucho menos con la
movilidad que aún caracteriza a muchos de los grupos indígenas actuales.
Si bien aceptamos que un grupo que está migrando (y por ende su cerámi-
ca) pueda cambiar como consecuencia de su enfrentamiento a nuevos ambien-
tes sociales y naturales, pensamos que esta dinámica grupal interna y el factor
tiempo, por sí solos, no logran explicar satisfactoriamente ni las profundas di-
ferencias que existen entre las diversas series cerámicas de las Antillas Mayores,
ni otros hechos importantes asociados con ellas (Ej. crecimiento demográfico
implícito, introducción de nuevas técnicas agrícolas, etcétera). Consideramos
que si se articulan los datos más recientes sobre la historia ocupacional del
Orinoco Medio con los de las Antillas Mayores, es posible proponer un nuevo
esquema interpretativo, que es más dinámico, y además permite plantear una
nueva hipótesis en relación con la introducción de rasgos mesoamericanos tan-
to en las Antillas Mayores como en el territorio venezolano.
Se ha indicado que para probar la ocurrencia de contactos entre dos
zonas separadas por mar, el primer aspecto que se debe tomar en conside-
ración es el del contexto, al fin de evitar la comparación estéril de elementos
252 Alberta Zucchi

aislados. Por otra parte, dado que los contactos entre dos grupos se producen
en un momento determinado e involucran zonas específicas, para demostrar
su ocurrencia es indispensable que se presenten las siguientes características:
1) que en ambos sectores (dador y receptor) se encuentre una superposición
espacial o una concentración de los rasgos, 2) que el fenómeno ocurra en las
dos áreas en un mismo lapso de tiempo, y 3) que la primera aparición de los
rasgos en el área receptora sea por lo menos un poco más tardía que la pri-
mera aparición en el área donante (Jett 1921: 40). En nuestra opinión, estas
condiciones se cumplen en todos los casos del presente esquema.

Los primeros ceramistas


de las Antillas Mayores (400 a. C. al 200 d. C.)

En un anterior trabajo (Zucchi 1984: 34-50) sugerimos la posibilidad de


que grupos Cedeñoides de la segunda mitad del primer milenio a. C. hubie-
ran viajado a las Antillas Mayores, haciendo uso de una ruta diferente a la
empleada por los Saladoides. La interacción entre estos Cedeñoides y la po-
blación arcaica local probablemente fue la que dio origen al surgimiento en la
isla de Santo Domingo de los complejos El Caimito, Musiepedro y Honduras
del Oeste. Es posible que estos viajes tempranos entre el Orinoco Medio y las
Antillas Mayores hayan ocurrido en diversas oportunidades, por lo cual no
sería aventurado pensar que el conocimiento sobre la ruta empleada por estos
exploradores permaneciera en el Orinoco Medio durante la primera mitad
del primer milenio d. C.

El surgimiento de la Serie Ostionoide

Anteriormente indicarnos que si bien el asentamiento de los Arauquinoi-


des en el Orinoco ocurrió alrededor de los 400 d. C., se puede pensar que la
fase exploratoria de este sector desde su lugar de origen (probablemente las
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 253

Guayanas), haya comenzado antes de este período. Durante estos viajes, los
Arauquinoides no solo pudieron familiarizarse con los diversos grupos sino
también con su lengua.
Luego de su asentamiento en el Orinoco, esta gente pudo haber ini-
ciado sus propios viajes exploratorios a las Antillas Mayores ocupadas, a
excepción de los Saladoides de Puerto Rico, por grupos arcaicos. Es poco
probable que los primeros contactos entre los Arauquinoides y los Saladoi-
des de Puerto Rico produjeran cambios significativos en ninguno de los
dos grupos, ambos con una cultura de Selva Tropical. Esta interpretación
coincide con lo que se observa en el récord arqueológico, ya que Rouse ha
indicado que los materiales Ostionoides y Elenoides tempranos casi no se
diferencian del Saladoide anterior (1982: 50).
Pensamos que en una segunda etapa de viajes (400-600 d. C.), proba-
blemente con incentivos más concretos, esta gente inició una etapa de in-
teracción más profunda con los Saladoides de la isla de Puerto Rico. Esta
interacción puede haber culminado en una migración Arauquinoide hacia
el área de Mona Passage (Fig. 1). Como consecuencia de este asentamiento
y del consiguiente proceso de articulación entre los migrantes y la población
Saladoide del sector (probablemente a través de alianzas matrimoniales), se
habría podido producir un mestizaje biológico y cultural, que podría explicar
el surgimiento de dos series diferentes pero relacionadas, cada una de ellas
con una distribución espacial específica: la Ostionoide en el área de Mona
Passage, y la Elenoide en la de Vieques Sound. Es importante mencionar
que Buecheler (1975: 285-286) ha señalado que los migrantes no se adaptan
exclusivamente a una entidad social específica, sino también a circunstancias
que son impuestas por la propia migración (Ej. tipo de migración, tamaño
de la unidad doméstica, sexo de los migrantes). Por otra parte, Schildkrout
(1985: 245-263) enfatiza la importancia del parentesco (real o ficticio) como
mecanismo de articulación, ya que a través de él, tanto los migrantes como el
grupo receptor asumen sus deberes y derechos.
254 Alberta Zucchi

Los nuevos rasgos cerámicos que durante los períodos IIIa y IIIb aparecen
en el material de las series Ostionoide y Elenoide (Ej. popularización del uso
del engobe rojo, de los diseños modelados-incisos e incisos y del trabajo de
aplicación, así como el cambio gradual hacia la forma de “cazuela”) pueden
ser trazados tanto a la alfarería Arauquinoide como a las otras de la Etapa de
interacción del Orinoco (500-1000 d. C.) En nuestra opinión, estos cambios
precisamente podrían estar reflejando dos tipos de articulación con la pobla-
ción Saladoide local. Los Elenoide sí parecen haberse mantenido en el área
de Vieques Sound durante los períodos IIIa y IIIb (600-1200 d. C.) (Rouse
1982: 50). En cambio, entre los 600 y 900 d. C., los Ostionoides se expandie-
ron desde el área de Mona Passage hacia el resto de la República Dominicana,
Jamaica y el este de Cuba (Fig. 3).
No obstante, cuando se analiza el surgimiento de ambas series, la ex-
pansión Ostionoide posterior, así como el lapso de tiempo en el cual ocu-
rrieron todos estos fenómenos, es inevitable pensar en los aspectos demo-
gráficos que están implícitos en todo este proceso. A este respecto, vale la
pena hacer referencia a las estimaciones que se han hecho sobre el incre-
mento demográfico del Orinoco Medio, ya que las mismas parecen apoyar
la idea de que en el surgimiento de las series Ostionoide y Elenoide estuvo
involucrada una migración.
Roosevelt ha indicado que durante la ocupación Saladoide del Orinoco
Medio (Fases La Gruta, Ronquín y Ronquín Sombra), que en nuestra cro-
nología abarca un período de unos 1400 años, no se produjeron cambios
tecno-económicos y la densidad poblacional del área de Parmana se mantuvo
alrededor de los 0,2 habitantes por kilómetro cuadrado. Fue solo a partir de
la llegada de los Arauquinoides al sector, cuando la misma se incrementó a
1,1 y 1,5 (Fases Corozal I y II) (Roosevelt 1980: 221-228). Por ello, consi-
deramos que no es aventurado pensar que el crecimiento demográfico que
está implícito tanto en la transición Saladoide-Ostionoide-Elenoide, como
en la expansión Ostionoide hacia Haití, Jamaica y Cuba oriental, hechos que
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 255

aparentemente ocurrieron en un lapso inferior a los 500 años, debió necesa-


riamente implicar la llegada de un nuevo contingente poblacional. De esta
forma, habrían sido los Ostionoides, gente que descendía de Saladoides y
Arauquinoides, y además conjugaba tanto el conocimiento cerámico como la
experiencia de navegación de ambos ancestros, los que continuaron el proce-
so colonizador de las Antillas Mayores.
Por último, queremos indicar que es poco probable que los Ostionoides
comenzaran a asentarse en las nuevas islas, sin que hubiera mediado una ex-
ploración previa de ellas. Por ello pensamos que durante el período IIIa ya
se hubieran llevado a cabo viajes de reconocimiento del resto de las Antillas
Mayores, alguno(s) de los cuales habría(n) podido llegar a las costas meso-
americanas, trayendo de regreso tanto el juego de pelota como las canchas
estructurales. Este contacto directo entre los Ostionoides y Mesoamérica
explicaría por qué es precisamente en el área de Mona Passage, o sea en el
territorio Ostionoide inicial, en donde se han encontrado las evidencias más
tempranas de estas últimas.

El surgimiento de la Serie Meillacoide

En la sección anterior indicamos que entre los 700 y 800 d. C. los Cede-
ñoides y Arauquinoides del Orinoco Medio iniciaron movimientos expansi-
vos hacia los Llanos occidentales. También sugerimos la posibilidad de que,
como parte de este proceso, un grupo multiétnico aparentemente integrado
por Arauquinoides, Cedeñoides y Valloides hubiera emigrado a la isla de
Santo Domingo (Zucchi Ms).
En este caso también pensamos que pudo haber sido precisamente a tra-
vés de un proceso de articulación entre los nuevos migrantes y determina-
dos segmentos de la población Ostionoide del sector noroccidental de Santo
Domingo, como surgió la serie Meillacoide (Fig. 4). En este caso, sin em-
bargo, la nueva migración no solo culminó en el surgimiento de una nueva
256 Alberta Zucchi

serie cerámica, sino que introdujo la agricultura de riberas inundadas, cuya


implantación dio origen a un profundo cambio en el sistema de subsistencia
tradicional, el cual, a su vez, pudo permitir un crecimiento demográfico con
características similares al que se produjo en el Orinoco Medio durante la
Fase Corozal III.
Lo anterior explicaría en parte, por qué la transición entre el Ostionoide
y el Meillacoide ha sido calificada como la más brusca que se haya observado
en las Antillas (Rouse 1982: 50). Durante el período IIIa y desde el sector
noroccidental de la República Dominicana, los Meillacoides penetraron por
el valle del Cibao y la cuenca del río Yaque del Norte, al interior de la isla,
quizás buscando el curso medio de estos ríos, o sea un ambiente similar al
que los Arauquinoides-Meillacoides-Valloides ocupaban en el Orinoco Me-
dio y zonas adyacentes (Zucchi Ms) (Fig. 5). Desde este sector, gradualmen-
te esta gente se extendió hacia Haití, Jamaica y Cuba, precisamente hacia
aquellas islas previamente colonizadas por la población Ostionoide. Durante
este mismo período comenzaron a explotar la sal de las islas Turks y Caicos
(Sullivan 1980) y en el período IV (1200-1400 d. C.) se extendieron hacia
las Bahamas, completando en esta forma la colonización de los Ostionoides.
Consideramos que a partir de las primeras exploraciones Arauquinoi-
des de las Antillas Mayores, los contactos entre estas y el Orinoco Medio
se pudieron hacer más frecuentes y regulares, con lo cual, tanto los grupos
Antillanos como los del Orinoco Medio, progresivamente fueron adquirien-
do información sobre nuevas zonas y grupos, entre las cuales aparentemente
estaba la costa norte de Colombia y noroccidental de Venezuela. Pensamos
que a partir de los 900 d. C., todo el sector integraba una verdadera esfera de
interacción, que hizo posible la adopción y circulación de nuevos elementos,
y posiblemente estimuló nuevas migraciones. Esto no solo podría explicar
las similitudes cerámicas que se han señalado entre la alfarería A de las Tor-
tolitas, la de Malambo y el material Chicoide de la República Dominicana
(Arvelo y Wagner, 1984), sino que tendría profundas implicaciones para la
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 257

comprensión de la cultura Taina. Por esto, y aunque la serie Chicoide no sea


de directo interés para el presente trabajo, queremos presentar un esquema
tentativo sobre su surgimiento y su relación con los desarrollos Ostionoide y
Meillacoide (Fig. 6).
Durante el período IV (1200-1400 d. C.) esta esfera de interacción apa-
rentemente ya se había unido con la que seguramente existía ente el Bajo Ori-
noco, las Guayanas y las Antillas Menores. No obstante, durante los siglos
que siguieron el contacto, los objetivos tradicionales de todos estos circuitos
y de sus múltiples rutas se alteraron drásticamente al ser incorporados en la
política mercantilista de las naciones europeas. No obstante, aun en esta cir-
cunstancia se encuentran evidencias de cooperación entre grupos de ambas
esferas, incluso entre aquellos que tradicionalmente habían sido antagónicos:

... went down with the Caribs rather than submit to the Spaniards... Not only
did Caribs come to Puerto Rico to aid the Taino in their wars against the spa-
niards then, but also received them as refugees and sheltered them from their
enemies (Figueredo 1973: 395-396).

Conclusiones

Tal como propusimos a lo largo de nuestro esquema, pensamos que el de-


sarrollo ocupacional de las Antillas Mayores estuvo íntimamente relacionado
con el del Orinoco Medio y que en este proceso los grupos Arauquinoides
jugaron un papel decisivo. El largo y complejo período de interacción diná-
mica entre grupos con diferentes patrones de valores, tanto a nivel local como
regional e interregional, fomentó el intercambio regular, pero cambiante, de
información, bienes y personas, el cual, a través del tiempo, le fue imprimien-
do características únicas a cada uno de los desarrollos involucrados.
Pensamos que fue precisamente a través de los contactos cómo se estable-
cieron durante el primer milenio d. C. entre el Orinoco Medio, las Antillas
258 Alberta Zucchi

Mayores y Mesoamérica, cuando rasgos de esta íntima zona (Ej. el juego de


pelota y el complejo del sacrificio de sangre), fueron adoptados por los Arau-
quinoides del Orinoco Medio. No obstante, a este punto cabría preguntar:
¿Por qué su distribución no se generalizó ni fue uniforme entre los diversos
grupos hablantes de la lengua Caribe?
En un reciente simposio durante el cual se resumió la discusión sobre la
relación entre identidad étnica, filiación lingüística y organización política
Caribe, Dreyfus sugirió que los grupos de las Tierras Bajas suramericanas
debían ser analizados más bien como unidades, sociales y culturales que eng-
loban una serie de grupos locales con origen histórico y filiación lingüística
diferente. El surgimiento de estas unidades se debió a circunstancias geográ-
ficas y ecológicas específicas, las cuales a su vez dieron origen a procesos de
interacción que transformaron las unidades lingüísticas previas y produjeron
sociedades multiétnicas. Indica este autor que el estudio de los extensos sis-
temas políticos que al momento de la conquista conectaban las Antillas y
Tierra Firme, demuestra que los límites lingüísticos hablantes del Caribe y
Arawaco de ambas zonas consistían en redes de grupos locales, interconecta-
dos a través del intercambio, las alianzas y la guerra (1984: 39-55). Estas or-
ganizaciones se caracterizaron por un gran dinamismo espacial y temporal,
y también variaron en términos de naturaleza, intensidad y duración, tanto
a nivel intratribal como intertribal. Consideramos que puede haber sido pre-
cisamente este dinamismo de las organizaciones sociales y políticas —que
enfatizan los autores modernos, y que nosotros hemos inferido de los datos
arqueológicos del Orinoco Medio—, el responsable de la selección particular
que cada uno de los grupos hizo de ciertos rasgos o complejos, de su modifi-
cación, persistencia y/o abandono.
Cuando publicamos los primeros trabajos sobre las posibles relaciones
entre el Orinoco Medio y las Antillas Mayores (Zucchi, 1984: 35-5; Ms), un
colega los consideró descabellados. No obstante, después de una búsqueda
más profunda, aunque ciertamente no exhaustiva, hemos podido encontrar
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 259

evidencias adicionales, que no solo parecen apoyar los planteamientos inicia-


les, sino que han permitido elaborar un nuevo esquema interpretativo, tanto
para el Orinoco Medio como para las Antillas Mayores.
Antes de finalizar considero importante mencionar que este nuevo esque-
ma no se habría podido construir si no hubiéramos contado con el trabajo
de los pioneros de la arqueología venezolana y antillana, quienes sentaron
las bases para todas las investigaciones posteriores. Fueron precisamente
arqueólogos como Raney, Rouse, Cruxent y Alegría, quienes establecieron
las secuencias cronológicas básicas y formularon los esquemas interpretati-
vos que hemos estado utilizando. Frecuentemente fueron ellos también los
maestros de las nuevas generaciones de arqueólogos.
Como integrante de estas últimas, considero que la responsabilidad que
cada uno de nosotros ha asumido al continuar la investigación arqueológica
de nuestros respectivos países, no solo debe aspirar a la obtención de nue-
vas y mejores evidencias y su acomodo pasivo en esquemas tradicionales. Es
indispensable que también contemple un proceso continuo de revaluación,
que no solo permita la articulación de los datos recientes, sino el plantea-
miento de nuevas ideas y enfoques. Por ello, independientemente de la forma
en que las evidencias que se obtengan en el futuro, modifiquen, confirmen o
rechacen las ideas que hemos propuesto, sería aún muy afortunada si estos
planteamientos solo logran motivar nuevas investigaciones y discusiones, las
cuales, en última instancia, solo nos permitirán acercarnos a esa realidad que
estamos tratando de aprender.
260 Alberta Zucchi

Agradecimientos
Deseo expresar mi agradecimiento a los estudiantes de mi Laboratorio, quienes tuvieron la paciencia de escuchar los
planteamientos iniciales de este trabajo. A Carlos Quintero por la labor de dibujo, y a Morelba Navas por su paciencia
durante las interminables correcciones en la procesadora. A Aad Boomert, quien, sin saberlo, estimuló este trabajo.

Figura. 1
Figura. 2
Figura. 3
Figura. 4
Figura. 5 Figura. 6
Lámina. 1
Lámina. 2
El Negro - Casiquiare - Alto Orinoco
como ruta conectiva entre el Amazonas
y el norte de Suramérica (1991)*
Alberta Zucchi

En la actualidad existen tres posiciones para explicar el origen de los de-


sarrollos culturales de las Tierras Bajas suramericanas. La primera de ellas
parte de los planteamientos de Steward (1948a: 508-510; 1948b: 885-892;
1949: 728-771), quien consideró que dado que la Selva Tropical no podría
mantener desarrollos complejos, cualquier cultura avanzada que se encontra-
ra en el sector debía haberse originado en los Andes, en donde existía el po-
tencial ambiental adecuado para mantenerla. Con algunas modificaciones y
elaboraciones, esta posición ha sido mantenida por Meggers (Meggers, 1951:
110-114; 1954: 801-824; 1957: 71-89; Meggers y Evans, 1957: 415, 593-608;
1973: 51-69). La segunda posición, en cambio, propone que la cultura de Sel-
va Tropical evolucionó a partir de pequeñas comunidades recolectoras coste-
ras arcaicas o mesoindias. A este respecto se ha indicado que las evidencias
obtenidas en la costa norte de Colombia y en la de Ecuador sugieren que el
sector noroccidental de Suramérica haya podido ser “el lugar de origen o de
* Publicado originalmente en: Actas del duodécimo Congreso de la Asociación Internacional de Arqueología del Caribe, Martinica
1991
268 Alberta Zucchi

dispersión masiva del arte alfarero, en todo el continente americano” (Reichel


Dolmatoff, 1968: 63).
El tercer punto de vista es el de Lathrap (1970: 63), quien piensa que la evi-
dencia arqueológica disponible no apoya la posición anterior y propone una
colonización de los demás sectores de Suramérica a partir de la Amazonía.
Su modelo se basa en la combinación de evidencias arqueológicas y lingüísti-
cas y estructura los supuestos desplazamientos de grupos de lengua Arawaco,
Maipure, Pano, Tupi y Caribe. El mismo se basa en las siguientes premisas:
1) que alrededor de los 3000 a. C. los proto-Arawaco estaban concentrados
en las riberas inundables del Amazonas central, en las inmediaciones de la
actual ciudad de Manaos; 2) que para ese momento, tanto los Arawaco como
los demás grupos del sector ya poseían una eficiente agricultura de Selva Tro-
pical, la cual estaba generando crecientes presiones demográficas sobre los
limitados sectores ribereños; y 3) que para aliviar dichas presiones, grupos
colonizadores comenzaron a emigrar fuera de esta zona buscando ambientes
ribereños favorables.
Según este modelo, una parte de estos colonizadores remontó el río Negro, y
debido a la escasez de terrenos aluviales, tomó la ruta Casiquiare-Alto Orinoco,
para asentarse en el curso medio y bajo de este río. Estos ceramistas tempranos
(Saladoides) o proto-Arawakos, permanecieron en el Orinoco hasta que otros
grupos precedentes del Amazonas (Barrancoides) o proto-Maipure, los forzaron
a emigrar hasta la costa venezolana y posteriormente hacia las Antillas, en donde
se convirtieron en los Taino que encontró Colón (Lathrap, 1970: 75).
Desde su aparición, este esquema ha gozado de gran popularidad entre
los arqueólogos que trabajan en el norte de Suramérica. No obstante, a pesar
de que ya han transcurrido diecisiete años desde su aparición, los trabajos
destinados a comprobar sus premisas básicas (Ej.: crecimiento demográfico
temprano en el Amazonas central, antigüedad de algunos complejos en el
sector, rutas, etcétera) han sido prácticamente inexistentes. Recientemente
Rouse ha reelaborado una parte, al plantear que a partir del río Negro los
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 269

proto-Maipure iniciaron un movimiento en forma de pinzas alrededor del


escudo de Guayana (1985). Los proto-Eastern descendieron por el Negro
y llegaron a la costa atlántica, en donde se convirtieron en los ancestros de
los Palikur de la Guayana brasileña, mientras que el segundo grupo (proto-
Nortern) avanzó por el canal del Casiquiare hasta el Orinoco Medio y Bajo.
Algunos continuaron hacia el delta y siguieron hacia el sur por la costa de las
Guayanas, convirtiéndose en los ancestros de los Lokono. En algún punto de
su movimiento hacia este sector, un grupo se separó y colonizó las Antillas en
donde desarrolló tanto el Island Carib o Igneri, como el Taino de las Antillas
Mayores. El mismo autor indica que este movimiento se inició alrededor de
los 2000 años a. C. y finalizó alrededor de la época de Cristo. Este nuevo es-
quema se inspira en el que Brochado (1984) propuso para los Tupi. Tomando
en cuenta estos planteamientos, el sector de los ríos Negro-Casiquiare-Alto
Orinoco reviste una particular importancia, ya que debería permitir com-
probar el paso de los portadores de las dos series cerámicas tempranas (Sala-
doide y Barrancoide) en sus supuestos desplazamientos desde el Amazonas
central hacia la cuenca del Orinoco.
En este trabajo examinaremos los datos arqueológicos que se han obte-
nido recientemente en el sector Alto Orinoco-Atabapo, así como sus rela-
ciones con los del Vauspé-Caquetá y los de la subárea del Amazonas central.
Luego analizaremos brevemente las nuevas evidencias lingüísticas sobre la
organización interna de las lenguas que integran el grupo Maipure del norte
y también, datos extraídos de la tradición oral, sobre el lugar de origen y los
movimientos migratorios de algunos grupos Arawaco. Por último, intentare-
mos integrar esta información en un nuevo esquema interpretativo.

La arqueología del Orinoco-Atabapo y Vaupés-Caquetá

Para fines de manejo de la información arqueológica sobre la Amazonía,


Brochado y Lathrap (Ms) establecieron diversas subdivisiones. La subárea
270 Alberta Zucchi

del Amazonas central abarca un extenso sector que comprende el curso alto
(Solimoes) y medio del Amazonas, comprendidos entre las desembocaduras
del Javarí y del Tapajoz, incluyendo el tramo medio y bajo de este último.
Estos autores indican que el curso alto del Madeira y sus afluentes (Guaporé,
Beni y Mamoré) constituyen una extensión sureña de la misma, mientras que
el Alto Orinoco representa una prolongación norteña, precisamente debido a
que a través del Negro-Casiquiare se puede navegar directamente desde una
cuenca a la otra. Basándonos en los datos que presentaremos a lo largo de
este trabajo, consideramos que en esta extensión septentrional se debe incluir
también el sector Vaupés-Caquetá-Putumayo.

El Alto Orinoco

Hasta hace poco las únicas excavaciones arqueológicas sistemáticas que se


habían llevado a cabo en el Alto Orinoco continuaban siendo las de Evans,
Meggers y Cruxent (1959: 359-369), quienes exploraron el Alto Ventuari-Ma-
napiare y el Bajo Ventuari-Orinoco. Para el primero de estos sectores estable-
cieron la fase Corobal, mientras que en el segundo definieron la fase Nericagua.
En 1986 iniciamos un proyecto de investigación sobre asentamientos hu-
manos autóctonos en ríos de aguas blancas y negras, cuya área de estudio
comprende un extenso sector de los ríos Orinoco y Atabapo e incluye los
caños Yagua y Caname, sus principales afluentes en el sector. Durante las
sucesivas temporadas de campo se localizaron y sondearon 20 yacimientos
(Fig. 1), algunos de los cuales, por sus nombres (Siquita, Nericagua), parecen
ser los que visitaron los autores previos.
Debido a que el proceso de clasificación de nuestro material está actual-
mente en curso, aún no es posible presentar información detallada sobre
sus características, ni en cuanto a sus variaciones espaciales y temporales.
No obstante, el examen preliminar parece indicar que esta colección puede
ser dividida tentativamente en dos grupos. El primero está integrado por la
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 271

alfarería obtenida en la mayoría de los sitios del Orinoco, y que se relaciona


con la fase Nericagua. Al segundo grupo, en cambio, pertenece la mayor par-
te del material del Atabapo, cuyos sitios son poco profundos y menos exten-
sos, y aparentemente corresponden a asentamientos relativamente recientes.
La alfarería de la fase Nericagua tiene desgrasante de caraipé, mientras
que los demás tipos (cauxí, arena, etcétera) descritos por los autores previos,
son poco frecuentes. El repertorio de formas reconstruidas tentativamente
(Fig. 2) es bastante limitado, e incluye boles carenados y hemisféricos de boca
más o menos abierta, con bordes directos, planos o ligeramente salientes;
ollas de cuello restringido y budares. En algunos yacimientos se encuentran
topias, las cuales constituyen rasgos tardíos.
Tal como indicaron Evans, Meggers y Cruxent, las técnicas decorativas
de esta alfarería son la incisión, el modelado y la pintura. Generalmente la
decoración incisa es rectilínea (Fig. 3) aunque ocasionalmente también se ob-
servan elementos curvilíneos (Fig. 3: Z; Fig. 4: H, I). Los motivos consisten
de grupos de líneas horizontales, perpendiculares, diagonales o colocadas en
direcciones alternas o en zig-zag, así como espirales cuadrados o triangulares
(Fig. 3). Ocasionalmente, algunos motivos lineales incisos se combinan con
punteado (Fig. 4: A-C) o con modelado (Fig. 3: B2; Fig. 4: H, J, K). General-
mente los motivos incisos están colocados sobre los bordes de las formas 1 y
2, o en la parte superior de la 5. El modelado está representado por apéndices
de borde (Fig. 4: H-J) y adornos zoomorfos y antropomorfos (Fig. 4: L-Z) y
asas tubulares verticales con impresiones digitales, o pequeñas protuberan-
cias (Fig. 5: C-H). En algunos yacimientos cercanos a la confluencia Orinoco-
Atabapo se encontraron algunos fragmentos de vasijas de cuello alto vertical
con una cara hecha mediante elementos aplicados (Fig. 5: A-B), que parece
ser atípica. En general, los elementos modelados son relativamente tardíos
y más frecuentes en los yacimientos ubicados cerca de la desembocadura del
Ventuari. Por ello pensamos que se haya debido a las influencias del Orinoco
Medio, a través de este sector.
272 Alberta Zucchi

Evans, Meggers y Cruxent mencionaron la presencia de engobe rojo y de


pintura negativa (líneas onduladas finas, con o sin recubrimiento de la su-
perficie), la cual aparentemente solo aparecía a partir de la parte media de la
secuencia (1959: 365-366). Por el momento, en nuestra colección solo hemos
observado la presencia del primero.
Por otra parte, si bien se indicó que la fase Nericagua se extendíó entre los
1159 +/- 122 y los 544 +/- 113, se señaló que tanto el uso del caraipé como de
la decoración incisa característica del material más temprano, podían ser an-
teriores a los 500 A. D. Nuestra serie de fechas se extiende entre los 2010 +/-
80 B. P. (Beta 18452) en el sitio Cáscara Dura y los 692 +/- 190 B. P. (Beta
18456) en San José de Minicia o Minicia Vieja. En otros dos yacimientos
(Panaven y Laguna Iboa) se obtuvieron fechas de 2060 +/- 130 (Beta 18458)
y 1730 +/- 80 (Beta 18454), lo cual señala que la ocupación del Alto Orinoco
por parte de la gente de la fase Nericagua ya estaba bien establecida durante
los primeros siglos de nuestra era.

El Vaupés-Caquetá

Las excavaciones arqueológicas sistemáticas en la Amazonía colombiana


son relativamente recientes y se han concentrado en tres sectores: el Trapecio
Amazónico, a lo largo del río Caquetá y en Alto Vichada. Cuando se analizan
en forma global los datos obtenidos, es posible establecer la secuencia de tres
ocupaciones bien diferenciadas. La primera de ellas, y la más antigua, está
representada por alfarerías de formas sencillas, en las cuales se emplearon
diversos tipos de desgrasante. Generalmente esta cerámica carece de decora-
ción, o presenta motivos relativamente simples como impresiones digitales,
incisiones o engobe rojo.
La segunda ocupación corresponde a los portadores de alfarería relacionada
con la Tradición Barrancoide Amazónica (Lathrap, 1970; Bolian, 1972). En la
misma se incluyen los materiales de la Pedrera, en el Caquetá (Von Hildebrand,
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 273

1976: 145-176) y los del sitio 15 del Trapecio Amazónico (Bolian, 1972). Para
este último se obtuvo una fecha de 1040 +/- 90 a. p. (I-5775) (Bolian, 1972).
La tercera ocupación corresponde a grupos portadores de alfarería per-
teneciente a la Tradición Polícroma Amazónica. En la misma se incluyen las
alfarerías de los sitios 14 del Trapecio Amazónico (Bolian, 1972) y 5 y 15 del
sector de Araracuara (Herrera, 1981: 225-242; Herrera, et ál. 1981: 225-241;
Andrade, 1986). Las seis fechas relacionadas con estos materiales oscilan en-
tre los 1145 +/- 80 y 340 +/- 50 a. p. (I-5576, 5577, 5573; Beta 1056, 1507
y 1510) (Herrera et ál. 1981: 246). En este trabajo nos concentraremos en la
primera de estas ocupaciones.
En el Trapecio Amazónico la misma está representada por una secuencia
de tres complejos cerámicos (Bolian, 1972), los cuales fueron establecidos con
base en el material de los sitos 9, 10, 11 y 12 y complementados con la eviden-
cia de los sitios 5, 6, 2. 8 y 13. Según Bolian, estos yacimientos representan a
grupos que ocuparon sectores alejados de los grandes ríos como el Amazonas.
Para el más antiguo de ellos se obtuvo una fecha de 160 +/- 105 (I-6008).
Su alfarería tiene un desgrasante vegetal, y formas simples (boles de paredes
verticales salientes o entrantes y ollas de gran tamaño). La única decoración
consiste de rodetes no alisados, impresiones digitales diagonales y engobe rojo.
En el segundo complejo se añaden nuevos tipos de desgrasante (carbón, tiestos
molidos y caraipé), elementos decorativos (engobe marrón, ahumado negro y
pintura negra o roja) y formales (boles con bordes salientes engrosados interna-
mente y una vasija globular con borde recto o levantado). Las fechas asociadas
son: 615 +/- 125 (I-6072) y 700 +/- 130 (I-6083) B. P. (Boilan, 1972).
Para el tercer complejo se obtuvieron dos fechas: 925 +/- 90 (I-5778) y
1190 +/- 90 (I-5574). Su alfarería tiene desgrasante de caraipé y si bien las
formas siguen siendo sencillas, la gama es más variada; los boles tienen pa-
redes verticales con bordes directos redondeados o planos, y ocasionalmente
pueden ser de paredes salientes con bordes engrosados internamente. Los bo-
les de boca restringida continúan, y a veces tienen rodetes no alisados como
274 Alberta Zucchi

decoración. El engobe rojo se aplica a los boles y a la parte superior de las


vasijas. En el sitio 9 se identificaron budares con bordes levantados y boles de
tamaño grande.
Tanto por la ubicación de los sitios como por la descripción de la cerá-
mica, los yacimientos del Alto Caquetá (ORT- 1 y 2) parecen corresponder
a esta ocupación temprana. La alfarería se este sector se caracteriza por el
empleo de diversos tipos de desgrasante (pizarra, arena, tiestos molidos y ca-
raipé), los cuales se utilizan solos o en combinación. Las formas son sencillas
y en el aspecto decorativo se mencionan las incisiones rectilíneas verticales y
diagonales colocadas en las inmediaciones del borde, así como el uso de engo-
be rojo (Myers et ál. 1973: 141-142).
Consideramos que en estas ocupaciones tempranas también se debe in-
cluir a la fase Camani de la zona de Araracuara. La alfarería de la misma tiene
desgrasante de carbón, tiestos molidos y caraipé, y las únicas formas presen-
tes son los boles de boca abierta y las vasijas de borde ligeramente evertido,
cuya única decoración es el engobe rojo. En términos cronológicos esta fase
se extiende entre los 1145 +/- 105 (Beta 1503) y los 1120 +/- 65 (Beta 1508)
(Herrera, 1981: 225.242; Herrera et ál. 1981: 246; Andrade, 1986: 56-57).
En este sector, la fase Camani es seguida por la Nofurei, que ha sido relacio-
nada con la Tradición Polícroma, y que en términos cronológicos se extiende
entre los 1145 +/- 80 (Beta 1507) y 340 +/- 50 (Beta 1510). Según Herrera
et ál., la primera de estas fechas corresponde a la transición Camani-Nofurei.
Estos autores indican que entre los siglos IX y XVI, cuando los grupos porta-
dores de la alfarería polícroma penetraron al sector, desplazaron o asimilaron
a la gente de la Camani (Herrera et ál. 1981: 193).
En nuestra opinión, las características de la fase Nofurei parecen seña-
lar precisamente la interacción entre dos grupos con tradiciones cerámicas
diferentes, y es posible que estos sitios sean multicomponentes. En efec-
to, solo cuatro de los siete tipos cerámicos que caracterizan esta fase (Ae-
ropuerto Alisado, Angostura Bañada, Restrepo Roja en Zonas e Idrobo
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 275

Punteada en Zonas) pertenecen en términos formales y decorativos a la


tradición polícroma.
Los cinco tipos restantes (Sebag Ordinaria, Raudal Gruesa, Gamitana
Incisa, Nacimiento Hachureada y Salto Impresa), en cambio, parecen com-
partir elementos técnicos, formales y decorativos tanto con el material de la
fase Camani, como con los del Trapecio Amazónico y el de la fase Nericagua.
Este material se caracteriza por el uso del caraipé, y en términos formales
comparte la preferencia por las vasijas globulares de tamaño mediano y gran-
de de boca ancha y sin cuello, los budares y las topias. En cambio, los motivos
incisos rectilíneos (espirales triangulares, grupos de líneas rectas paralelas y
las impresiones puntiformes), parecen sugerir relaciones con la fase Nerica-
gua del Alto Orinoco. Por ello pensamos que estos tipos cerámicos de la fase
Nofurei puedan representar las etapas evolutivas de la fase Camani, durante
las cuales en la cerámica temprana se incorporaron gradualmente nuevos ele-
mentos, como resultado de los contactos con otros grupos del sector Vaupés-
Caquetá-Alto Orinoco. Es decir, estarían revelando un proceso de cambio
similar al que Bolian (1972) menciona para los tres complejos cerámicos tem-
pranos del Trapecio Amazónico, y que también parece haber ocurrido a lo
largo de la ocupación Nericagua.
Los contactos entre los diversos grupos que habitaban este amplio sector
también quedan demostrados por las similitudes que existen entre los mate-
riales del Alto Vichada y Alto Orinoco. Los dos tipos cerámicos establecidos
por Baquero (1983) (Ocuné Fino y Ocuné Ordinario) muestran estrechas
similitudes tanto en el aspecto formal como decorativo con el material de la
fase Nericagua. Ambos tienen desgrasante de caraipé, ollas de boca abierta,
boles y budares. La decoración de la alfarería del Vichada, por otra parte,
también consiste de líneas incisas rectas y paralelas formando triángulos, lí-
neas onduladas, diseños incisos punteados, pintura lineal fina combinada con
punteado y aplicaciones, y asas tubulares verticales (Baquero, 1983).
276 Alberta Zucchi

Relaciones con el Amazonas central

De los datos anteriores se desprenden diversos puntos importantes:


1. Durante los primeros siglos de nuestra era (0-200 d. C.) el sector noroc-
cidental de la cuenca amazónica comprendido entre los ríos Caquetá-Japurá y
Guaviare-Alto Orinoco, fue ocupado por grupos ceramistas.
2. Con base en la ubicación de estos asentamientos, a las características
de sus alfarerías y a la presencia o ausencia de evidencias sobre agricultura,
estas ocupaciones pueden ser divididas en dos grupos. En el primero de ellos
se podría incluir el material del complejo más temprano del Trapecio Ama-
zónico (Boilan 1972), el de la fase Camani del Bajo Caquetá (Andrade 1986;
Herrera 1981; Herrera et ál. 1981) y el del Alto Caquetá (Myers et ál. 1973:
141-142). En términos formales y decorativos estas alfarerías presentan simi-
litudes con el material de la Tradición Mina, y más específicamente, con el de
la fase Areao, debido al empleo de tiestos molidos como desgrasante (Correa
y Simoes 1971; Simoes 1971, 1972) y a la presencia de elementos decorativos
como los rodetes no alisados, impresiones digitales, engobe rojo e incisiones
y punteado.
En cambio, por el momento, en el segundo grupo solo podemos incluir
la fase Nericagua, cuya gente ya estaba asentada en el Alto Orinoco durante
el primer siglo de nuestra era (60 d. C.). Si bien esta alfarería se caracteriza
por el uso de desgrasante de caraipé, ocasionalmente también se emplearon
otros tipos y/o combinaciones. En este caso, las vasijas también son sencillas,
pero se evidencia una mayor variedad de formas que incluye: boles cerrados
carenados o redondeados con bordes directos o evertidos, ollas de boca más
o menos restringida, las cuales ocasionalmente presentan asas tubulares ver-
ticales, budares y más tardíamente, topias. Exceptuando los budares y las
topias, este material presenta estrechas similitudes formales (Fig. 2) y deco-
rativas (Fig. 3-5) con el material con incisión ancha de la fase Jauarí (aprox.
1000 B. C.), y con el de la Caiambé (Hilbert, 1968), que es más tardía. No
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 277

obstante, la alfarería de la fase Nericagua carece de la decoración hachureada


en zonas que presenta el material de la fase Jauarí.
3. En cada uno de los diferentes sectores del noroeste amazónico, el desa-
rrollo posterior de estos dos tipos de grupos ceramistas presenta característi-
cas propias, que aparentemente fueron el resultado de los procesos históricos
y de interacción intra- e intersocietales específicos de cada grupo y/o comuni-
dad, los cuales, además, variaron a través del tiempo.

Aspectos lingüísticos

En la actualidad el sector Vaupés-Caquetá-Alto Orinoco-Atabapo está


ocupado por grupos pertenecientes a las familias lingüísticas: Arawaco, Ca-
ribe, Tukano y Witoto, así como por otros lingüísticamente independientes.
Los Arawaco ocupan el río Negro y sus tributarios (Isana, Ayarí, Xié), así
como el Guainía e Inírida, y su territorio constituye el límite norte-noreste
del de los Tukano (Goldman 1963: 766-767).
La familia lingüística Arawaco está integrada por numerosas lenguas,
para las cuales a través del tiempo se han propuesto diferentes clasificaciones.
Si bien la de Noble (1965) sigue siendo la más completa, es posible intentar
su actualización si se incorporan los datos lingüísticos de Taylor (1954, 1957,
1958, 1977; Taylor y Rouse 1955), Matheson (1972), Key (1979), Gonzá-
lez Ñáñez (1984, 1985, 1986), Mosonyi (en Vidal 1987), Derbyshire (1986),
Wise (1986). Con base en los aportes de todos estos autores, recientemente
Vidal actualizó la clasificación interna de esta familia (Fig. 6) y elaboró un
esquema que refleja las relaciones genéticas de algunas de las lenguas que in-
tegran el grupo Maipure del norte o Newiki (Fig. 7). En el mismo se observa
que aparentemente en este grupo se produjeron cuatro separaciones tempra-
nas representadas por: el Baré, el Curripaco, el Palikur y el Manao. De la
primera de estas proto-lenguas se derivó el Igneri, mientras que el Lokono,
Taino, Guajiro y Paraujano parecen haberse desprendido del Curripaco. Esto
278 Alberta Zucchi

apoya los planteamientos hechos por Taylor, quien indicó que el Taino no
descendía directamente del Igneri, y que los ancestros de ambos eran diferen-
tes (Taylor y Rouse, 1955: 108); además, tiene profundas implicaciones para
la arqueología de las Antillas, específicamente en lo que se refiere al origen de
la cerámica Chicoide, que ha sido asociada con la primera de estas lenguas.
Por otra parte, diversos autores han señalado que el Maipure del norte o
Newiki puede constituir la rama más antigua o arcaica del Arawaco (Gonzá-
lez Ñáñez, 1984: 74, 1985: 8, 1986; Ortiz 1965: 169-171; Rivet y Loukotka,
1952: 1108; Stark en Migliazza 1982: 508, 515) y han sugerido a la región del
río Negro-Alto Orinoco como posible centro de dispersión.

La tradición oral: ocupación de la zona y lugares del origen

Nimuendajú (1950: 125-182) fue el primero que propuso una secuencia


ocupacional de tres etapas para la zona del Vaupés-Isana. La primera es muy
antigua y correspondería a la ocupación de diversos grupos de cazadores y
recolectores seminómadas, genéricamente denominados Maku. La segunda
etapa, que comenzó alrededor de la época de Cristo, se relacionaría con la lle-
gada de diversos grupos Arawaco y Tucano, quienes habrían migrado hacia
el sector desde centros regionales. También indicó que la ocupación arawaca
se produjo en oleadas sucesivas, a través de las cuales los diferentes grupos se
asentaron en la forma siguiente:
Baré – curso medio y alto del río Negro y el Casiquiare.
Manao – curso medio del río Negro y sus afluentes, especialmente el Urubaxi.
Warekena – río Xié y curso bajo del Isana.
Curripaco (Baniwa del Isana) – río Isana y Vaupés.
Tariana – llegaron al Isana después de los Curripaco y posteriormente emi-
graron hacia el Vaupés.
Nimuendajú también señaló que los primeros grupos Maku se acultu-
raron y fueron asimilados por los demás, y sugirió que los Hohodene y los
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 279

Kadapolitana (subgrupos Curripaco) hacían parte de ellos (1955: 164-165).


No obstante, Wright ha demostrado que los Hohodene constituyen uno de
los segmentos más antiguos de los Arawako del Isana (1981: 11). Esto parece
confirmarse también por la evidencia lingüística, ya que se ha sugerido que la
variante dialectal (ojo-karro) pueda ser la segunda en antigüedad (González
Ñáñez en Vidal 1987).
Basándonos en la ausencia de datos arqueológicos para el sector, Wright
también criticó la antigüedad que Nimuendajú le había atribuido a los gru-
pos Arawaco del Negro (1981: 10), señalando que los petroglifos del Isana
podrían ser muy antiguos. A este respecto Vidal señaló que los Arawako con-
sideran que los mismos fueron hechos por sus antepasados y se relacionan
tanto con el culto del Kuwai y la emergencia u origen de los sibs y fratrias,
como con sus migraciones (Vidal 1987).
Diversos autores (Wright 1981; Hill 1983; Wright y Hill 1986; Vidal
1987) han indicado que los ciclos de mitos y creencias de los Arawako revis-
ten una gran importancia, no solo porque sintetizan una parte de la historia
oral sobre viajes, migraciones ancestrales, fusión y fisión de grupos, ubica-
ción de sitios importantes o sagrados, sino porque contienen los principios
básicos a través de los cuales se posibilita la re-creación y la continuidad de
los grupos.
Las tradiciones orales de los Curripaco, Warekena, Baniva, Piapoco,
Kabiyarí, Yukuna y Tariana coinciden en señalar que el mundo se originó
en diversos raudales del Alto Isana y del Caquetá (González Ñáñez 1968,
1980; Wright 1981; Llanos y Pineda 1982; Vidal 1987), denominados:
Hipana, Kowai o Yurupari, Enu-koa, Cuyari, Araracuara y Cupati o La
Pedrera. La historia de cada grupo se relaciona específicamente con uno
de ellos. Pensamos que esto puede tener relación con la ubicación espacial
inicial de cada una de las entidades sociales del grupo ancestral a partir de
las cuales, posteriormente, se separaron las unidades (sibs o fratrias) que
dieron origen a nuevos grupos.
280 Alberta Zucchi

Aparentemente, en cada una de estas historias también se menciona un


número variable de nuevos procesos de re-creación, los cuales ocurrieron en
otros lugares del territorio. Para los Warekena el segundo proceso ocurrió
en el caño Lemi, afluente del Itiniwini o San Miguel, mientras que para los
Piapoco se produjo en el sitio que ocupa actualmente el barrio La Punta de
San Fernando de Atabapo. El de los Baniva tuvo lugar en el caño Aki, mien-
tras que para los Kabiyari y Yukuna ocurrió en los raudales de Araracuara y
Cupati (Vidal 1987). Aparentemente, en la tradición oral también se señala
el orden de emergencia de las unidades de descendencia y las relaciones con
otras etnias Arawaco (Vidal 1987).
Según Wright (1981: 557-560) para los Hohodene, el orden es el siguien-
te: 1) Uainuma o Wainuma, 2) Mauliene (originalmente Maku asimilados a
la sociedad Curripaco, 3) Mole-Dakénai (extintos), h) Hohodene, 5) Adza-
nene (fratria Curripaco), 6) el hermano menor de los Adzanene, y 7) otros
hermanos menores. Vidal (1987) ha sugerido la posibilidad de que estos
hermanos menores estén relacionados tanto con otras fratrias Curripaco (Ej.
Dzawi-nai), como con otros grupos como los Warekena y los Piapoco.
En cambio, la gente de la fratria Curripaco Hariperi-dakenai emergió del
raudal de Enu-Koa, en el siguiente orden: 1) Kuterreni (Naku asimilados a
la sociedad Curripaco), 2) Wariperi-dakenai, 3) los hermanos menores de los
anteriores, y 4) los Tariana (Wright 1981: 560-562). Según Vidal (1987), en
tiempos remotos los Piapoco estuvieron emparentados con los Arawaco del
Isana, especialmente con los Curripaco y sus subgrupos como los Hohodene,
a quienes consideran sus “hermanos”, y los Wariperi-dakenai “sus cuñados“.
A este respecto Wright señala que en épocas muy remotas, un grupo ances-
tral de Hohodene denominado Dayzo-dakénais, el cual habitaba la zona del
Ayari, emigró hacia el Guaviare (Wright 1981: 11-12); Vidal piensa que este
nombre pueda estar relacionado con la autodenominación de los Piapoco:
Dzàase, Tsàase o Chàase, asi como con la denominación de su fratria de ma-
yor jerarquía: Tsáse-itakênai (Vidal 1937). Añade, además, que según este
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 281

grupo, el Kali-Duapendi pertenecía a la fratria Káviriali-itáakênai, mientras


que el Kuwai-seri era de la Tsase-itàakênai, y la esposa de este, Poméniru,
pertenecía a la Malái-itáakênai. Dado que estas tres fratrias son las que tie-
nen la más alta posición jerárquica dentro de la sociedad Piapoco, su aso-
ciación con personajes míticos podría indicar las escisiones más tempranas
ocurridas dentro de ella (Vidal 1987).
A continuación presentaremos la información que la tradición oral de
diversos grupos Arawacos del noroeste del Amazonas proporciona sobre su
lugar de origen y posteriores desplazamientos. Enfatizaremos la de los Pia-
poco, dado que, como se verá más adelante, el mismo parece estar relacionado
con el material de la fase Nericagua del Alto Orinoco.
Según Vidal, la separación del sib primigenio de los Piapoco parece haber
ocurrido en el río Ayarí (lugar de emergencia), no obstante, por el momento,
aún no se sabe exactamente a partir de cuál parcialidad, ni las causas que mo-
tivaran este hecho. Como ya indicamos solo se sugiere un parentesco consan-
guíneo con algunos de los subgrupos Curripaco o Wakuenai que ocupaban
ese sector. El mismo autor ha sugerido la posibilidad de que se tratara de los
Hohodene, a quienes los Piapoco consideran sus “hermanos”, y cuyo territo-
rio frátrico se encuentra precisamente en esta zona. Desde el Ayarí (Fig. 8),
la gente de este sib primigenio pasó al Cuyari o Vaupés y lo remontó hasta las
cabeceras. Desde allí, y siguiendo un camino del Kuwai-seri, llegaron al Alto
Guaviare cerca de su confluencia con el Ariari, en donde permanecieron por
un largo tiempo. Durante este período, en la casa del Kuwai-seri en el raudal
del Zamuro, se produjo la primera escisión, y se creó una fratria integrada
por los siguientes sibs: 1) Tsase-itáakênai, 2) Kawiriali- itáakênai, 3) Malai-
itáakênai, y 4) Neri- itáakênai (Vidal 1937).
Una vez ocurrido esto, el grupo continuó su viaje, y al llegar a la desem-
bocadura del Uva se dividió; una parte (los Neri) remontó este río, mien-
tras que la otra siguió por el Guaviare en donde permaneció un largo pe-
ríodo. Con el paso del tiempo, la población Neri del Uva, que había crecido
282 Alberta Zucchi

numéricamente, logró constituirse en una fratria integrada por tres sibs con
el siguiente orden jerarquico: 1) Nari-itáakênai, 2) Aiku-itáakênai, y 3) los
ancestros de los Atsawa-nai o Achagua. Estos últimos se separaron de ella,
y siguiendo un camino de sabana llegaron al Manacacias y luego al Meta. Se
indica que esta gente solo regresó al Uva para visitar a sus abuelos Neri, y que
ya “eran otra clase de gente... y no escuchaban (hablaban) más el Piapoco”
(Vidal 1987).
Mientras tanto, el resto de la población Piapoco llegó a la confluencia
Guaviare-Atabapo-Orinoco. Para ese momento ya constituían un grupo
numeroso, por lo cual se produjo una segunda reorganización que dio ori-
gen a cada uno de los sibs que integran las fratrias Tsàse (Kalikué, Kierrì,
Kiewa), Kawìri (Kitsei, Aaasì) y Malai (Malai, Manú). Como ya indicamos,
este proceso de re-creación ocurrió en la casa del Kali-duapeni, situada en el
lugar que ocupa actualmente el barrio La Punta de San Fernando de Ataba-
po. Es importante mencionar que precisamente en este lugar se encuentra el
yacimiento AH-4 (Sitio Martínez) de la fase Nericagua, descrito por Evans,
Meggers y Cruxent (l959: 363). Estos autores señalaron la presencia de una
serie de montículos dispuestos alrededor de una plaza central (110 x 125 m) y
de dos pilares líticos los cuales aparentemente flanqueaban un camino (55 m
de largo por 2-4 m de ancho) que conectaba esta última con la orilla del río.
Las características de este yacimiento, su extensión y espesor estratigráfico,
la abundancia y elaboración del material cerámico, adquieren significado no
solo debido a su ubicación estratégica en la confluencia de tres ríos importan-
tes (Guaviare, Atabapo y Alto Orinoco), sino debido a su posible conexión
con un proceso de re-creación societaria. Por otra parte, los informantes Pia-
poco también indican que los “Kuwai-seri itanéremi” (dibujos del Kuwai-seri
o petroglifos) que se encuentran en las inmediaciones constituyen la prueba
de estos acontecimientos dejada por los antepasados (Vidal 1987: 136-137).
Aparentemente, los mismos no solo narran los hechos, sino que señalan los
símbolos de las fratrias y los sibs.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 283

Los Piapoco refieren que estos ancestros siguieron manteniendo contac-


tos con sus hermanos de Uva y del Ayari, y que los visitaban con frecuencia.
Esto indica que los grupos o parcialidades que migran hacia zonas distantes
no se desvinculan del resto de su gente. Estos nexos permanentes entre par-
cialidades de un mismo grupo que habitan zonas distantes, pueden explicar,
en un momento dado, la aparición de nuevas técnicas, elementos, objetos, et-
cétera, en un sector, sin que exista la evidencia intermedia que permita probar
su procedencia de otra que los posee.
Luego de haber permanecido durante un largo tiempo en el Bajo Gua-
viare-Orinoco, los miembros de los sibs Kierru, Aasi y Malai decidieron ex-
tenderse a lo largo del Orinoco hasta el Vichada. En cambio, la gente de los
sibs de mayor jerarquía de las fratrias Tsàse y Kawìri, permanecieron en el
sector Bajo Guaviare-Orinoco-Atabapo (Vidal 1987). El grupo que emigró
hacia el Vichada se encontró con otras poblaciones y luego de gestionar el
permiso correspondiente, estableció un primer asentamiento en el sitio de
Benakú (Santa Rita). Todos los grupos fueron convocados en este lugar, en
donde se produjo un nuevo proceso de re-creación societaria, que dio origen
a la siguiente organización:
Fratrias Sibs
Tsáse Kalikué
Kierru
Kiewa
Otros (2)
Kawíri Kitsei
Aasi
Pumenieli
Otros (2)
Malai Malai
Manú
Otros (3)
284 Alberta Zucchi

Neri Neri
Aiku
Kawanalu
Otros (2)
Después de este proceso la gente regresó a sus respectivos asentamientos.
No obstante, debido a que uno de los grupos que habitaban el Vichada inició
una guerra en contra de los Piapoco, la mayoría de la gente se dispersó y emigró
fuera del área. Solo se quedaron los miembros de los sibs de mayor jerarquía de
las fratrias Kawiri y Neri, así como los del sib Manu, quienes hicieron frente
a los agresores y lograron expulsarlos del Vichada. Después de la victoria, los
Neri y los Manu regresaron al Uva, mientras que los Kawiri volvieron al Ata-
bapo y al Bajo Guaviare. El resto de la población se dirigió hacia el Meta, que
estaba ocupado por los Sáliva. Con la autorización de este grupo, se instalaron
en la margen derecha de este río (entre los caños Pauto y Duya) y posterior-
mente se extendieron hacia su margen izquierda. Luego, remontaron el Pauto
y llegaron a una sabana denominada Bocota, que estaba desocupada. Indican
los informantes que después llegaron numerosos guerreros Chicha-nai, quienes
diezmaron a la población Piapoco. Los pocos sobrevivientes, pertenecientes a
las fratrias Tsàse y Malai regresaron al pueblo de Kaliji en donde permanecie-
ron bajo la protección Sáliva. Con el tiempo, y a través de matrimonios o de la
asimilación de parcialidades de los Sáliva a la fratria Malai, lograron recons-
truirse socialmente, y en el antiguo sitio de Benakú ocurrió un nuevo proceso
de re-creación que dio origen a la organización que está vigente en la actualidad.
Después de este último proceso, la gente se distribuyó y no volvió a emigrar
fuera del territorio (Vidal l987).
En cambio, según la tradición oral de los Tariana, en épocas muy an-
tiguas, estos emigraron desde algún lugar del río Negro hacia el Isana, en
donde vivieron por un largo período entre la gente de la fratria Curripaco
Wariperi-dakenai. En el siglo XVIII, debido a conflictos con estos últimos se
movieron hacia el Vaupés (Wright 1981: 108).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 285

Por otra parte, los Kabiyari mencionan su emigración desde el “Origen del
Mundo” (?) hacia el “Centro del Mundo” ubicado en el Pira-Piraná (Bourgue
1976: 117-143). Al llegar a este sector se extendieron hacia el Canari y Apaporis,
que estaban ocupados por la Gente-Tigre o Hehechu. Se ha sugerido la posibi-
lidad de que estos últimos fueran el grupo de mayor jerarquía de los Tanimuka
(Tukano), a quienes se les conoce con este nombre. Si esto es así, implica que los
Tukano ya estaban ocupando la zona a la llegada de los Kabiyari (Vidal 1987).
En cambio, los Warekena señalan que sus primeros antepasados descen-
dían de los Dzawi-nai (fratria Curripaco), y representaban los hermanos de
la tercera posición jerárquica. Por razones aún desconocidas, los Warekena
se separaron y emigraron hacia el Amazonas. Luego remontaron el río Negro
subiendo hasta las cabeceras del Cababuri; por un camino del Kuwai llegaron
al Yatura y, siguiéndolo, alcanzaron el Pasimoni y el Casiquiare. A través del
caño Me (Mee o Desecho), pasaron al Tapu (afluente del San Miguel o Iti-
Wini), que en la actualidad constituye el corazón del territorio de este grupo.
No obstante, algunos ancianos señalan que desde el caño San Miguel los
Warekena se extendieron hacia el Tuamini y Atacavi, o sea, hacia las cabece-
ras del Atabapo (Vidal 1987).
En la tradición Baniva se indica que los antepasados vivían en Amana-
ri (Tonina), un sitio del Alto Isana cercano al raudal del Kuwai. Según un
informante Baniva, desde este sitio y siguiendo la ruta: Isana-Cuyari-Pegua
camino interfluvial-Aki, emigraron hacia el territorio que ocupan actualmen-
te en el Alto Guainía. Después de asentarse y distribuirse en este sector, una
parte de la población se extendió al Pimichin y a través del camino que lo
comunica con el Temi, llegó al Atabapo. En este último río se asociaron con
los Yavitero y ambos emigraron hacia el Alto Orinoco (Vidal 1987). Por otra
parte, González Ñáñez (1980: 172-186) señala que la tradición oral de los
Warekena indica que la penetración de los Baniva al Guainía ocurrió cuando
ya este grupo ocupaba el sector.
286 Alberta Zucchi

Es interesante destacar que, según estos datos, se desprende que en


sus movimientos migratorios estos grupos utilizaron tanto rutas f luviales
como terrestres.

Conclusiones

Según los lingüistas, el proto-Arawaco se diferenció de una lengua ances-


tral o proto-Ecuatorial entre los 5000 y 3500 a. p., y aparentemente, entre los
3000 y 2500 a. p. se produjeron sus primeras separaciones internas. Algunos
especialistas consideran, así mismo, que el grupo Maipure del norte constitu-
ye su rama más antigua, e indican que en ella ocurrieron cuatro separaciones
tempranas representadas por el Henao, Palikur, Baré y Curripaco, y que to-
das las lenguas Arawaco del norte de Suramérica aparentemente se derivaron
de las dos últimas.
También mencionamos que las historias orales de cinco de los grupos,
cuyas lenguas están genéticamente relacionadas con el Curripaco (Piapoco,
Tatiana, Baniba, Warekena y Kabiyari), señalan al Isana como lugar de emer-
gencia e indican que cada uno de ellos emprendió movimientos migratorios
en direcciones y a través de rutas diferentes. En determinados lugares a lo
largo de estos recorridos, se produjeron importantes procesos de re-creación
societaria, los cuales aparentemente están registrados en los petroglifos que
se encuentran en las inmediaciones. Consideramos que una investigación de-
tallada sobre este aspecto podría contribuir significativamente a la compren-
sión del significado de estas manifestaciones.
Por otra parte, la excelente investigación sobre el proceso migratorio de los
Piapoco (Vidal 1987) ha permitido conocer los detalles sobre el movimiento de
este grupo desde el Isana hacia el Guaviare y los Llanos. A través de estos datos
se sabe que el territorio de esta gente ha estado tradicionalmente situado al sur
del Meta, y que determinados lugares o sitios del mismo (tanto en Venezuela
como en Colombia) se relacionan con eventos o personajes importantes de la
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 287

historia de este grupo. Dado que la parte venezolana del mismo (Alto Orinoco-
Atabapo) corresponde con al área de distribución de la fase Nericagua, hemos
sugerido que esta última pueda estar relacionada con los ancestros de este gru-
po. En el futuro, los resultados del análisis detallado de esta alfarería y las da-
taciones de los niveles más recientes de estas ocupaciones permitirán confirmar
o rechazar esta hipótesis. Si partimos de todo lo anterior y nos basamos en las
similitudes formales y decorativas que existen entre las distintas alfarerías, es
posible estructurar un nuevo esquema que integre los datos arqueológicos y
lingüísticos del Amazonas Medio con los del Alto Orinoco-Vaupés-Caquetá.
El mismo (Fig. 9) comienza en el sector costero brasileño denominado Sal-
gado, una zona de bahías, ciénagas y manglares, que fue ocupada entre los 4000
y 1400 años a. C. por grupos arcaicos con cerámica, la cual ha sido incluida en
la Tradición Mina (Simoes 1971, 1972, 1978; Correa y Simoes 1971; Brochado
y Lathrap Ms.).
Progresivamente, desde el sector costero, algunos de estos grupos se mo-
vieron hacia la desembocadura del Amazonas y su tramo bajo. Con este mo-
vimiento, y probablemente como consecuencia de su adaptación a nuevos mi-
croambientes, se deben haber producido cambios importantes en el aspecto
económico, social y lingüístico de algunos de ellos. Es posible que tanto la sepa-
ración del proto-Arawaco como de otras proto-lenguas, haya ocurrido precisa-
mente en este sector y durante este período.
Entre los 3000 y 1000 a. C., los proto-Maipure ya debían estar en el Ama-
zonas Medio, en donde ocurrieron sus primeras divisiones internas. La eviden-
cia arqueológica correspondiente a esta etapa parece indicar que para los 1400
a. C. algunas de las comunidades del sector (fases Areao y Tucuma) ya tenían
agricultura incipiente (Correa y Simoes 1971; Simoes Ms, 1972). Para finales
del período, el material cerámico muestra una mayor variedad de tipos de des-
grasante (Ej. tiestos molidos, cauxí), nuevos elementos formales (Ej. vasijas de
tamaño más grande, carenación, asas) y decorativos (Ej. hachureado en zonas,
incisiones curvilíneas), los cuales pueden ser tanto desarrollos locales, como el
288 Alberta Zucchi

resultado de influencias de otros grupos de la Amazonía (Ej. Tutischainyo).


Desde el Amazonas Medio (Fig. 10), el grupo Maipure del norte se dirigió
hacia el sector bajo-medio del río Negro, en donde podrían haber ocurrido las
cuatro separaciones tempranas:
1. Un grupo remontó el Negro y al llegar a la desembocadura del Isana y
Vaupés penetró por estos ríos, y asentándose en el sector, convirtiéndose en
el proto-Curripaco. Al producirse la separación del Baniba de esta lengua, un
grupo pasó al Alto Guainía, mientras que otro se dirigió hacia el Atabapo y
Alto Orinoco. Es posible que una parte de los que se fueron al Alto Orinoco
continuara hacia las Guayanas, posiblemente haciendo uso de alguna ruta
interna, en donde se convirtieron en los ancestros del Lokono.
2. Un segundo grupo (proto-Baré) también remontó el Negro y, mientras
una parte se asentó en el tramo alto de este río y en el Casiquiare, la otra, apa-
rentemente, se dirigió por alguna ruta interna (Ej. Ventuari-Erebato-Caura)
hacia el Orinoco Medio, en donde se convirtieron en los ancestros del Igneri
de las Antillas y posiblemente también del Caquetío de los Llanos occiden-
tales. Del grupo que permaneció en el Casiquiare seguramente se separaron
otras lenguas Arawaco del Alto Orinoco y sus afluentes (Ej. el Guinao).
3. Un tercer grupo (proto-Palikur), en cambio, parece haber bajado por
el Amazonas y penetrado a la Guayana brasileña a través de alguno de los
afluentes de su margen izquierda, o de algún río de los que desembocan en la
costa atlántica al norte del Amazonas.
4. El cuarto grupo (proto-Manao) aparentemente permaneció en el tramo
medio del Negro y sus afluentes.
Si bien todavía incompletos, algunos datos arqueológicos parecen ajustar-
se a este esquema y permiten sugerir conexiones tempranas entre la cuenca
amazónica y el norte de Suramérica, diferentes a las que se han planteado
hasta el momento. Como ya indicamos, nuestro modelo parte de la idea de
que la cerámica de los grupos hablantes del proto-Arawaco debió ser similar
a la de la Tradición Mina, mientras que las de los proto-Maipure pudieron
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 289

ser parecidas a la de las fases Jauari (Hilbert 1968), Ananatuba y Mangueiras


(Meggers y Evans 1957: 174-222), del Amazonas Medio y Bajo.
Cuando se examina el material cerámico temprano de las Guayanas, del
sur de Venezuela y de la Amazonía colombiana, se pueden observar algunos
hechos interesantes. Los datos arqueológicos correspondientes al sector Alto
Orinoco-Vaupés-Caquetá sugieren que durante los primeros siglos de nues-
tra era (100-200 d. C.) el noroeste amazónico ya estaba habitado por grupos
ceramistas. La alfarería del Triángulo Amazónico y del Vaupés- Caquetá se
caracterizó por formas sencillas y redondeadas y por el empleo de diversos
tipos de desgrasante (Ej. pizarra, arena, tiestos molidos, peloticas de arcilla
y cariapé), los cuales se usaban solos o en combinación. En el ámbito deco-
rativo este material presenta engobe rojo, incisiones rectilíneas verticales y
diagonales, impresiones digitales y el punteado. Por el momento, la evidencia
disponible parece indicar que los grupos del Triángulo Amazónico no te-
nían agricultura. Este material tiene semejanzas tanto con el de la Tradición
Mina, como con el de otras fases relacionadas (Brochado y Lathrap Ms). En
los actuales momentos no es posible establecer si estos sitios corresponden a
grupos Tucano o Arawako.
En cambio, la alfarería del Alto Orinoco es ligeramente más elaborada,
dado que presenta una gama más extensa de vasijas, en la que está incluida una
forma carenada. En el aspecto decorativo están presentes tanto el engobe rojo
como motivos incisos más elaborados. Este material presenta estrechas simili-
tudes con el del Alto Vichada y también con el de la fase Caiambé del río Japurá
(Hilbert l968), que es más tardío. Pensamos que la existencia de estas simili-
tudes puede indicar movimientos de grupos relacionados con la sociedad y la
lengua Curripaco. A su vez, estas tres alfarerías se asemejan al material con in-
cisión ancha de la fase Jauari (Hilbert 1968), cuya antigüedad es de unos 1000
años a. C. (Brochado y Lathrap Ms). Si bien por el momento aún se desconocen
las características de la alfarería que tenían tanto los proto-Curripaco como los
proto-Baré que ocuparon el Isana-Vaupés-Alto Negro-Casiquiare y que no se
290 Alberta Zucchi

sabe con precisión cuándo ocurrieron sus primeros asentamientos, los datos
anteriores permiten sugerir fechas correspondientes al primer milenio a. C., y
similitudes con la cerámica con incisión ancha de la fase Jauarí del Amazonas
Medio. Por otra parte, pensamos que cuando en el río Negro se produjeron las
primeras separaciones dentro del grupo Maipure del norte (2000-1000 a. C.),
algunos grupos aún no tenían agricultura.
En relación con esto último, vale la pena mencionar que según las historias
sagradas de los Hohodene y Kadapolitana (subgrupos Curripaco), los ances-
tros míticos subsistían fundamentalmente a base de pescado. Si bien esto
ha sido interpretado como evidencia de una orientación ribereña (Wright
1981:112), también podría señalar que se trataba de grupos de pescadores y
recolectores con una agricultura incipiente, o sin ella. La historia de los Pia-
poco coincide en este aspecto, dado que indica que los primeros antepasados
no tenían agricultura, y además, refieren que el ser creador (Kali-Duapeni)
provenía del este (Vidal 1987).
Por otra parte, Evans y Meggers (l960: 25-63) han señalado que en la
parte media de la secuencia de la fase Alaka de Guyana, se evidencian los
primeros contactos entre comunidades arcaicas costeras y grupos alfareros
con agricultura. Debido a su baja frecuencia y a su eficiente manufactura,
sugieren que la cerámica temprana de esta fase haya sido obtenida a través
del comercio. A partir de su aparición en la secuencia, también se produce un
cambio progresivo en el ajuar lítico, el cual ha sido interpretado como un pro-
ceso gradual de aculturación, que implicó tanto el reemplazo de la recolección
marina por la agricultura, como la elaboración de alfarería local (Hanaina
Plain) por parte de estas comunidades arcaicas.
En cambio, en la última etapa ocupacional se observan los contactos de
estos grupos con la gente de la fase Mabaruma. Evans y Meggers señalan que
la presencia de tiestos de esta última en la parte tardía de la fase Alaka indica
que la llegada de los Barrancoides a la zona (aproximadamente 500 d. C.)
ocurrió cuando la gente de la fase Alaka ya había completado la transición de
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 291

la recolección a la agricultura. También se menciona que si bien el material


temprano de la fase Mabaruma es típicamente Barrancoide, en su parte me-
dia (500-850 d. C.) se introducen nuevos elementos formales (boles y vasijas
pequeñas redondeadas) y decorativos (adornos, motivos incisos e incisos y
punteados), los cuales, según estos autores, representan influencias externas.
Señalan las similitudes de esos adornos y los de la fase Corobal del Alto Ven-
tuari. A esto, nosotros añadiríamos las semejanzas entre los nuevos motivos
incisos y los del material de la fase Nericagua. Como ya indicaron Evans y
Meggers (1960: 117-148), la comunicación entre ambos zonas es relativamen-
te fácil, si se utilizan las numerosas rutas internas (terrestres-fluviales) del
sureste del territorio venezolano.
Es necesario recordar que durante la época colonial, en la región del Alto
Orinoco habitaban grupos Arawaco, sobre los cuales se posee escasa infor-
mación. Los Guinao ocupaban los rios Herevari, Canaracuni, Alto Caura
y Padamo, así como los afluentes de la margen izquierda del Ventuari y del
Uraricoera (un afluente del Branco); los Anauyá estaban en el río Castaño, un
afluente del Alto Siapa, mientras que los Mawakwa habitaban el río Mavaca
y sectores adyacentes al Alto Orinoco (Vidal 1987).
Por otra parte, el material Cedeñoide temprano del Orinoco Medio ha
sido relacionado con el horizonte cerámico temprano que se extendió por
las tierras bajas tropicales del norte de Suramérica, en el cual han sido in-
cluidos complejos como Honsú, Puerto Hormiga y la fase Mina (Brochado
y Lathrap Ms; Zucchi, Tarble y Vaz 1984: 178; Zucchi y Tarble 1984: 306).
No obstante, también presenta estrechas similitudes formales y decorativas
con la alfarería decorada con incisión ancha de la fase Jauarí (Hilbert 1968).
Ambos aparentemente carecen de agricultura y tienen pipas.
En base a lo anterior sería posible sugerir que grupos hablantes de una
lengua relacionada con el proto-Baré hayan llegado al Orinoco Medio entre el
primer y segundo milenio a. C., llevando la alfarería Cedeñoide. Con el tiem-
po, de esta lengua se desprendió tanto el Igneri de las Antillas Menores como
292 Alberta Zucchi

el Caquetío de los Llanos occidentales. A este respecto es interesante recor-


dar que algunos lingüistas (Vidal 1987) consideran que la lengua Caquetío
de los Llanos occidentales se relaciona tanto con el Baré como con el Guìnao.
Por otra parte, los datos arqueológicos indican que los Cedeñoides emigraron
precisamente hacia este sector alrededor de los 700-800 d. C., permanecien-
do en la zona hasta la época pre-contacto (Zucchi y Tarble 1984: 307).
Si nuestra hipótesis es correcta, y fueron los portadores de la alfarería
Cedeñoide quienes introdujeron al Orinoco Medio la lengua de la cual,
posteriormente, se desprendió el lgneri de la Antillas Menores, habría que
preguntarse: ¿Cómo se produjo la asociación de esta última con la alfarería
Saladoide de las Antillas? Y en consecuencia: ¿De dónde provino esta gente
y/o cómo surgió el desarrollo Saladoide del Orinoco Medio? Las respuestas a
estas preguntas, sin embargo, escapan al objetivo de este trabajo.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 293

Figura. 1
294 Alberta Zucchi

Figura. 2
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 295

Figura. 3
296 Alberta Zucchi

Figura. 4
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 297

Figura. 5
298 Alberta Zucchi

Figura. 6
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 299

Figura. 7
300 Alberta Zucchi

Figura. 8
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 301

Figura. 9
302 Alberta Zucchi

Figura. 10
Las migraciones maipures:
Diversas líneas de evidencias
para la interpretación arqueológica (1991)*
Alberta Zucchi

Introducción

Hasta ahora son escasas las investigaciones arqueológicas que se han lle-
vado a cabo en la Amazonía que han intentado ir más allá de la simple des-
cripción de formas culturales y/o de su arreglo en marcos de referencia de ca-
rácter estilístico, geográfico o cronológico. Si bien esto se ha debido en parte
a lo fragmentario e incompleto de la información, que ha dificultado tanto la
formulación de hipótesis de carácter amplio, como la construcción de mode-
los integrativos a macro escala, también ha tenido que ver con el desinterés
y/o rechazo hacia la utilización de otras líneas de evidencias indirectas (Ej.:
lingüística, tradición oral, etcétera).
Haciendo uso de datos provenientes del Territorio Federal Amazonas de
Venezuela, en este trabajo intentaremos demostrar la importancia que ha teni-
do un enfoque integrativo para: a) la estructuración de un nuevo modelo sobre
* Publicado originalmente en: América Negra, Colombia, 1991
304 Alberta Zucchi

la expansión de los Maipures en el norte de Suramérica, y b) la verificación de


los procesos migratorios de diversos grupos, en especial el de los Piapocos.
Con ello no pretendemos asumir que este tipo de enfoque sea necesaria-
mente válido o aplicable en todas las zonas y/o situaciones. Solo deseamos
demostrar que las evidencias indirectas (lingüísticas, etnográficas y de tradi-
ción oral) si bien requieren de un tratamiento especial, pueden hacer un apor-
te valioso que no debe ser menospreciado y/o rechazado por el arqueólogo
simplemente con base en el ya conocido principio de que “no necesariamente
existe relación entre raza, lengua y cultura”.

La lingüística histórica como base de modelos arqueológicos

Es indudable que la lingüística histórica puede proporcionar una valio-


sa base de datos para la reconstrucción de los procesos demográficos del
pasado, ya que en sociedades sin Estado, para que una lengua se extienda
geográficamente es necesario que ocurra un concomitante movimiento
poblacional (Lathrap et ál. 1985: 43). Por otra parte, una población no
amplía su territorio a menos que exista un crecimiento demográfico esta-
ble, o que una considerable extensión de su territorio haya sido devastada
por fenómenos naturales (Ej. sequías, erupciones volcánicas, etcétera), o
por mal manejo.
La reconstrucción de pasadas migraciones dentro del marco temporal
que posibilita la lingüística puede ser relacionada y/o verificada mediante
otros tipos de evidencias, lo cual a su vez permite retroalimentar la propia
investigación lingüística.
Las lenguas que integran la familia lingüística Maipure son numerosas
y tienen una amplia distribución en Suramérica (Fig. l); no obstante, la
aplicación de la metodología de la lingüística histórica a las lenguas que la
integran es de fecha bastante reciente. En 1970, a través de la combinación
de los datos lingüísticos de Noble (1965) con la evidencia arqueológica,
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 305

Lathrap presentó un modelo sobre la expansión poblacional en la Ama-


zonía, el cual incluye la de los Maipures (Fig. 2). El mismo parte de la
hipótesis de que alrededor de los 3000 a. C., los proto-Arawacos estaban
concentrados en el Amazonas central. La posesión de una agricultura efi-
ciente por parte de estos grupos favoreció el crecimiento demográfico, y
esto comenzó a generar crecientes presiones sobre las limitadas tierras
aluviales de la várzea. Fue precisamente para aliviar estas presiones, que
grupos de colonizadores iniciaron movimientos expansivos destinados a
la búsqueda de otras zonas con condiciones similares.
Uno de los grupos de esta primera oleada de colonizadores (proto-
Arawacos), y portador de la alfarería Saladoide, penetró y remontó el Ne-
gro, siguió por el Casiquiare y llegó al Orinoco Medio y Bajo en donde
permaneció hasta que otro grupo de migrantes los hizo desplazarse hacia
la costa oriental de Venezuela y las Antillas, en donde se convirtieron en
los Tainos que encontró Colón (Lathrap 1970: 75). Entre los 1000 y 500
a. C. una segunda oleada de colonizadores, hablantes del proto-Maipure y
portadores de la alfarería Barrancoide, comenzó a moverse desde el Ama-
zonas central siguiendo las mismas rutas de sus predecesores. De ellos, el
grupo que se dirigió hacia el norte desplazó a los ancestros de los Taíno
de la zona del Orinoco, y se extendió hacia las Guayanas.
A partir de la aparición de este modelo, se ha producido un notable
incremento en la literatura antropológica sobre grupos Maipures. En el
aspecto lingüístico las investigaciones de diversos autores (Taylor 1954,
1957, 1958, 1972; Taylor y Rouse 1955; Matheson 1972; Key 1979; Mi-
gliazza 1982; Stark en Migliazza 1982; González Ñáñez 1984, 1985,
1986; Derbyshire 1986; Wise 1986; Payne 1989) han profundizado y re-
finado la clasificación interna de esta familia. Esto a su vez estimuló que
otros arqueólogos propusieran nuevos modelos sobre la expansión de esta
gente; la mayoría de los cuales, no obstante, siguen estando fuertemente
inf luenciados por las ideas de Lathrap.
306 Alberta Zucchi

El primero de ellos es el de Rouse (1985: 9-21), el cual también se inspiró


en las ideas de Brochado (1984) sobre la expansión Tupi. Señala este autor
que a partir del Amazonas central, los proto-Arawacos se expandieron en di-
rección norte (Negro) y oeste (Alto Amazonas). En la cuenca del Negro (Fig.
3) se desarrolló el proto-Maipure, y desde este sector sus hablantes iniciaron
un movimiento en forma de pinzas alrededor del escudo de Guayana. Uno
de los grupos (proto-Maipure oriental) bajó por el Amazonas hacia la costa
atlántica, y a través de este proceso se originó una lengua (Palikur) que fue
llevada a lo largo de la costa de las Guayanas. Otro grupo (proto-Maipure del
norte) se movió desde el Negro por el canal del Casiquiare, hacia el Orinoco
y su delta, y de allí hasta Guayanas (Lokono). De esta forma, esta gente llegó
a un sector cercano al que ocupaba el grupo proveniente del sur. En algún
punto de la ruta de los Maipure del norte hacia las Guayanas, uno de los gru-
pos se desprendió y llevó a cabo la colonización de las Antillas. Según Rouse
este movimiento en forma de pinzas comenzó alrededor de los 2000 a. C. y
se completó aproximadamente en la época de Cristo (Rouse 1985: 11-12).
Basándose tanto en los datos lingüísticos como en otros tipos de eviden-
cias recientes, a partir de 1987 la autora de este trabajo (Zucchi 1987, 1988)
ha presentado sucesivas versiones de un tercer modelo sobre la expansión
Maipure en el noroeste amazónico, al cual nos referimos más adelante.
Más recientemente, y utilizando básicamente el trabajo de Matheson
(1972), Oliver (1989) propuso un cuarto modelo sobre la expansión Maipu-
re. Siguiendo a Lathrap, el autor sostiene que la revolución ocasionada por la
agricultura estuarina y de várzea, suministró las condiciones mínimas para la
colonización de nichos similares, y que los ríos fueron sus rutas. Menciona una
expansión temprana (Maipure-Arawaca) que desde el Amazonas central llegó
a la confluencia Orinoco-Apure para los 3600 a. C., introduciendo alfarería
correspondiente a una supuesta “Antigua Tradición Polícroma Amazónica”.
El mismo autor también señala que entre los 2000 y 500 a. C., gente ha-
blante del proto-Guajiro y llevando alfarería perteneciente a una Tradición
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 307

Macro-Tocuyanoide Ancestral (pintura polícroma curvilínea o incisión de


línea ancha) estaba migrando desde el Apure, en donde, tomando un rumbo
oeste, se subdividió, tal como, según el autor, se puede inferir de las diversas
tradiciones y subtradiciones macro-Tocuyanoides. Por otra parte, ligeramen-
te después del inicio de la expansión anterior o proto-Guajiro / macro-To-
cuyanoide (2000-1500 a. C.) otro grupo proto-Maipure habría penetrado al
Orinoco Medio llevando la tradición macro-Ronquinoide (Oliver 1989: 489).

La tradición oral como complemento


de la lingüística y de la arqueología

Cuando en 1986 iniciamos la investigación en la región Alto Orinoco-


Alto Negro, además de los objetivos específicos en cuanto a las característi-
cas, evolución e interrelación de los asentamientos humanos autóctonos en
los ríos de aguas blancas y negras del sector (Zucchi Ms), también nos pro-
pusimos verificar dos de las propuestas del modelo de Lathrap. Es decir: a)
la utilización del Negro-Casiquiare-Alto Orinoco como vía principal en las
migraciones maipures desde el Amazonas hacia el norte de Suramérica y las
Antillas, y b) la supuesta asociación entre dos tradiciones cerámicas (Saladoi-
de y Barrancoide) y los grupos Maipures.
No obstante, la prospección arqueológica del sector venezolano de estos
ríos, así como la del Guainía, caño San Miguel y Atabapo, no reveló la existen-
cia de material que pudiera relacionarse con las dos tradiciones mencionadas.
La alfarería de los yacimientos localizados, todos los cuales fueron sondeados y
tres de ellos excavados extensamente, pertenece o está íntimamente relacionada
con el material de la fase Nericagua, descrita hace ya treinta años por Evans,
Meggers y Cruxent (1959: 359- 369) para la región Alto Orinoco-Ventuari.
Por otra parte, la revisión de la literatura etnográfica y lingüística reciente
sobre los grupos Maipures del noroeste amazónico permitió observar que, a lo
largo del tiempo, diversos especialistas habían formulado hipótesis y señalado
308 Alberta Zucchi

hechos que no solo permitían visualizar la expansión maipure con una perspec-
tiva diferente, sino sugerir una posible asociación entre la alfarería del sector
con estos grupos. Estas hipótesis pueden ser sintetizadas como sigue:
a) Los Maipures y los Tukanos integraron el segundo estrato poblacio-
nal de la región lsana-Vaupés. Los primeros llegaron en oleadas sucesivas,
a través de las cuales se produjo la ocupación de determinados sectores del
noroeste amazónico, en la forma siguiente: Manaos (curso medio del río Ne-
gro y sus afluentes), Curripacos o Baniwas (ríos Isana y Vaupés), Warekenas
(Bajo río Isana y Xié), Baré (Medio y Alto Río Negro y Canal del Casiquiare)
(Nimuendajú 1950: 125-182).
b) Entre los 3000 y 2500 a. p., en la zona Amazonas central-Rio Negro, se
produjeron diversos procesos de separación dentro del grupo Maipure (Rivet
y Loukotka 1952; Ortiz 1968; Noble 1965; Key 1979; Migliazza 1982; Gon-
zález Ñáñez 1984, 1985, 1986).
c) Durante este mismo período, en la cuenca del río Negro se produjeron
por lo menos cuatro separaciones en el grupo Maipure del norte (proto-Cu-
rripaco, proto-Baré, proto-Manao y proto-Palikur) (Vidal 1987: 71).
d) Entre los Maipures parece existir una estrecha relación entre los cultos
ancestrales, la organización social y el origen de las diversas unidades de des-
cendencia. En la historia oral, esta relación se expresa a través de relatos sobre
lugares sagrados en donde ocurrieron, en forma ritual y secular, procesos de
recreación del mundo y de la gente (Vidal 1987: 136).
Si bien las tres primeras proposiciones coincidían en señalar la impor-
tancia de la cuenca del río Negro en el proceso expansivo y de diferenciación
lingüística y étnica de la gente hablante de lenguas pertenecientes al grupo
Maipure del norte, por sí solas no permitían integrar coherentemente los da-
tos de las distintas disciplinas, y mucho menos explicar los mecanismos del
proceso de diferenciación, ni los detalles de la dispersión geográfica, especial-
mente para aquellos grupos cuyo territorio tradicional se encuentra fuera de
la cuenca del Negro.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 309

La posibilidad de articular toda la información disponible en un modelo


coherente se produjo mediante la última proposición, y a través de la revisión
de los datos que proporcionan por las tradiciones orales en cuanto al lugar de
origen (González Ñáñez 1968, 1980; Wright 1981; Llanos y Pineda 1982), y
las migraciones ancestrales (González Ñáñez 1980: 172-186; Wright 1981:
ll-12; Vidal 1987: 133-157).
Según diversos especialistas (Wright 1981; Wright y Hill 1986; Vidal
1987: 136-137), los ciclos de mitos y creencias de los Maipures revisten una
enorme importancia, no solamente porque son códigos que contienen los
principios y la información que posibilita tanto la re-creación o reorganiza-
ción del orden social en distintos contextos espacio-temporales, y con ello, la
continuidad del grupo, sino porque además sintetizan una parte de la historia
sobre movimientos poblacionales del pasado. Según Wright (1981: 14), estos
ciclos también permiten la existencia de un sentimiento de identidad étnica
y cultural entre los diferentes grupos Maipures, el cual se basa en la emer-
gencia de los antepasados míticos de los sibs y de las fratrias en un territorio
ancestral común. Estos territorios se siguen visualizando como el centro del
mundo, independientemente de su posición geopolítica actual.
Por otra parte, en base a su experiencia entre los Piapoco, Vidal (1987:
119) ha señalado que es indispensable diferenciar, tal como lo hace este grupo,
la parte mítica de la verdadera historia oral. Para este y otros grupos Maipu-
res, la parte mítica se refiere a las hazañas, transformaciones y viajes llevados
a cabo por los diferentes personajes mitológicos. En cambio, la historia oral,
aun narrando eventos remotos, tiene como protagonistas a los antepasados
reales del grupo (Vidal 1987: 119).
En los mitos de diversos grupos Maipures se diferencian dos ciclos bien
definidos. El primero de ellos gira alrededor de tres personajes míticos:
Iñapirri-kuli o Napiruli (Dios creador), Amaru (su esposa) y Kãali-duapeni
(hermano del creador y dueño de la tierra y de todas sus especies). Este ciclo
comienza en un mundo cerrado, imperfecto y pequeño (sus dimensiones son
310 Alberta Zucchi

las de una comunidad). Iñapirri-kuli instaura el orden y crea a la gente sacán-


dola de unos huecos que tienen una localización geográfica específica, y que
corresponde a diversos raudales del río Isana y de sus afluentes. De estos, los
más importantes son Hípana y Enú-koa (Wright 1983: 33; Hill 1983: 35-36;
91-93; Vidal 1987: 121).
El Creador hizo emerger a cada uno de los ancestros totémicos (humanos-ani-
males) en grupos de cinco hermanos, les otorgó el naik (fratria y sib), la jerarquía,
los espíritus masculinos y femeninos del tabaco, los oficios y otras parafernalias
rituales. También distribuyó a los antepasados en el territorio adyacente a su lu-
gar de origen y les asignó los lugares en donde residirían sus descendientes vivos y
muertos (Wright 1981: 354-377; Hill 1983: 91-1 19; Vidal 1987: 121).
El segundo ciclo gira alrededor del Kuwai (héroe cultural con poderes sobre-
naturales, cuyo cuerpo está compuesto por todas las especies y elementos anima-
les, vegetales y minerales, con excepción del fuego), y de su madre Amaru (Wright
1981: 354-377; Hill 1983: 91-119; Vidal 1987: 122). Se caracteriza por la expan-
sión del mundo a su tamaño actual, la separación entre hombres y animales, así
como por la transformación de los primeros en seres culturales. Durante este ciclo
también se produjo el desarrollo agrícola, se instauraron los cultos secretos mascu-
linos y las ceremonias de iniciación de los jóvenes, y el Kuwai también llevó a cabo
expediciones hacia diversos sectores de Suramérica.
Al momento de producirse una migración permanente hacia un lugar situa-
do fuera de un territorio ancestral, el jefe y el resto de los migrantes retornan
simbólicamente a “los comienzos del mundo”, transformándose en el Kuwai
(con todos sus poderes) y su tropa. En cambio, una vez llegados al lugar de
destino, entra en vigencia el ciclo del Káali-duapeni, ya que el capitán procede a
recrear simbólicamente a la gente y a sus unidades de descendencia y les asigna
la correspondiente posición jerárquica. De esto se desprende que, sin perder el
sentido de pertenencia ancestral, la población migrante deja de ser lo que era,
para constituirse en una nueva entidad social, diferente a la sociedad matriz de
la cual se separó (Vidal 1987: 137).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 311

Mediante este proceso ritual, un patrilinaje asciende a sib y el conjunto


de ellos, dependiendo del tamaño del grupo migrante inicial, puede llegar
a constituir una o más fratrias. Dado que este proceso se relaciona íntima-
mente tanto con el origen del hombre, como con un lugar sagrado específi-
co en donde ocurrió, se ha indicado que es posible que los lugares sagrados
ancestrales, a los cuales hacen referencia los diversos grupos Maipures, re-
presenten los sitios en donde un capitán-shamán llevó a cabo un proceso de
recreación societaria (Vidal 1987: 138). Todos estos lugares revisten una par-
ticular importancia para la reconstrucción histórica, ya que son indicadores
de estrechos vínculos de parentesco entre aquellas sociedades que comparten
un mismo lugar de origen para el hombre y el grupo, incluyendo aquellas que
habitan territorios diferentes y/o distantes.
Diversos grupos Maipures (Curripaco o Baniwa, Warekena, Piapoco, Ka-
biyari, Yukuna y Tariana) coinciden en señalar que el origen del mundo y de
la gente se encuentra en diversos raudales del río Isana o de sus afluentes. Sin
embargo, la historia de cada uno de ellos indica que después del nacimiento
de los ancestros míticos se produjeron sucesivos procesos de recreación, los
cuales ocurrieron en diferentes lugares geográficos.
La combinación de la información proporcionada por la tradición oral con
los datos suministrados por las demás disciplinas, nos permitió proponer un
nuevo modelo sobre la expansión maipure, el cual se estructura a partir de
una serie de hipótesis (Zucchi 1987; 1988). En este trabajo, sin embargo, solo
nos referiremos a cuatro de ellas:
1. Entre los 4200 y 3800 a. p., gente hablante proto-Maipure penetró a la
cuenca del río Negro, dando origen al Maipure del norte. Una vez en
esta zona, esta población se subdividió en diversos grupos ancestrales,
cada uno de los cuales ocupó un sector específico de la cuenca, en la
forma siguiente:
• Proto-Baré: Alto Negro y sus afluentes de la margen izquierda.
• Proto-Manao y proto-Palikur: Medio y Bajo río Negro.
312 Alberta Zucchi

• Proto-Curripaco: río Isana y sus afluentes.


• Proto-Baniba: Alto Guainía.
2. Entre los 2800 y 2000 a. p. algunas unidades sociales (fratrias y/o sibs),
pertenecientes a estos cuatro grupos emigraron desde los distintos terri-
torios ancestrales hacia otros sectores situados dentro y fuera de la cuenca
del río Negro.
3. Las migraciones ocurridas durante este período parecen estar relacionadas
con las que se narran en las historias orales de sus descendientes.
4. El material arqueológico que se encuentra en cada una de las seis subáreas
arqueológicas del Territorio Federal Amazonas de Venezuela (Fig. 3) pue-
de estar relacionado con estas migraciones en la forma siguiente:
• Piapoco-Maipure: Subárea 2
• Guipuinave: Subárea 3
• Warekena: Subáreas 4 y 5
• Yavitero: Subárea 5
• Baré, Mandahuaca y Mawacwa: Subáreas 6 y 7

La migración de los Piapoco según la historia oral

Considerando el objetivo de esta sección, decidimos utilizar como ejem-


plo el caso de los Piapoco, un grupo Maipure sobre el cual se poseen datos
más abundantes y detallados. No obstante, vale la pena mencionar que la
información disponible sobre otros grupos (Ej: Warekena, Baniba) no solo
parece apoyar y ampliar nuestras hipótesis iniciales, sino demostrar la vera-
cidad de la información suministrada por las historias orales particulares.
Volviendo al caso de los Piapoco, comenzaremos diciendo que los Hoho-
dene (una de las fratrias Curripaco o Baniwa del Isana) señalan que su lugar
origen se encuentra en el raudal de Hípana y que el orden de emergencia del
grupo de hermanos míticos fue el siguiente:
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 313

1. Uainuma, 2. Mauiliene (originalmente gente Macu), 3. Mole-dakénai


(actualmente extintos), 4. Hohodene, 5. Adzanene, 6. El hermano menor de
los Adzanene, y 7. Otros hermanos menores (Wright 1981: 557-560). La his-
toria oral de este subgrupo también relata que en tiempos remotos, uno de
sus sibs denominado Dayzo-dakénai, cuya gente habitaba el Ayarí, emigró
hacia el Guaviare (Wright 1981: ll-12). Según Vidal (1987: 141), esta deno-
minación podría estar relacionada tanto con la autodenominación de los Pia-
poco (Dzáze, Tsáse o Chase), como con la de su fratria de mayor jerarquía
Tsáse-ítaakéenáis.
Según el mismo autor, sin embargo, los Piapoco no recuerdan el nom-
bre de la parcialidad Arawaca de la cual se desprendió el sib ancestral Tsáse-
ínanai, y también el motivo de la separación parece ser confuso. No obstante,
los informantes señalan que estos ancestros estaban vinculados a través de
parentesco consanguíneo o formaban parte de alguno de los subgrupos Cu-
rripacos que eran dueños del Ayarí. A este respecto es importante mencio-
nar que los Piapoco consideran a los Hohodene como “hermanos”, mientras
que los individuos pertenecientes a otra de las fratrias Curripaco (Waríperi-
dakénai), son categorizados como “cuñados” (Vidal 1987: 141). Por último,
también vale la pena recordar que Taylor (l958: 155) señaló que el idioma
Piapoco compartía más del 60% de cognados con el Catapolitani (ójo-karro),
una de las variantes dialectales del Curripaco, cuyos hablantes precisamente
pertenecen a la fratria Hohodene (Vidal 1987: 69).
La historia oral de los Piapoco también refiere que una vez ocurrido el
desprendimiento del sib primigenio en el Ayarí (Fig. 4), sus integrantes em-
prendieron un largo movimiento migratorio. Desde este río pasaron al Vau-
pés y lo remontaron hasta las cabeceras, y luego, siguiendo un camino del
Kuwai, pasaron al Alto Guaviare (Waáwi-eeri) en donde permanecieron un
tiempo. Durante este período en “la casa del Kuwai-seri” en el raudal del Za-
muro, se produjo el primer proceso de recreación societaria, a través del cual
el sib primigenio, se convirtió en una nueva fratria compuesta por cuatro sibs:
314 Alberta Zucchi

a) Tsáse-itàakêenái, b. Káwiriali-itàakêenái, c. Malái-itàakêenái y d. Nêri-


itàakéenái (Vidal 1987: 142-143).
Una vez ocurrido lo anterior, la gente continuó el viaje por el Guaviare,
y al llegar a la desembocadura del Uva se dividió. Los Néri-itàakëenái pene-
traron por este afluente, mientras que los demás permanecieron por mucho
tiempo a lo largo de este río. Con el tiempo, la población del Uva aumentó y
llegó a formar una nueva fratria integrada por tres sibs: a) Neri-itàakéenái, b)
Aiku-itaakêenái y c) Atsáwa-nai, es decir, los ancestros o “antigüeros” de los
Achagua. El último de estos sibs, pronto se separó de la fratria, y siguiendo
un camino de sabana, emigró desde las cabeceras del Uva hasta el Manaca-
cías, y posteriormente hacia el Meta. Según los Piapoco, esta gente no volvió
a vivir en el Uva, aunque continuó visitando a “sus abuelos Neri”, a pesar de
que estos ya no eran sus capitanes, y ellos eran “otra gente que ya no escucha-
ba (hablaba) el Piapoco” (Vidal 1987: 143).
Con el tiempo, el resto de la población Piapoco se extendió hasta la con-
fluencia del Guaviare-Atabapo-Orinoco, y dado que ya era numerosa, se pro-
dujo un nuevo proceso de recreación societaria que dio origen a cada uno de
los sibs que integran las fratrias Tsáse, Káwiri y Malái. Según los informantes
este proceso ocurrió en el actual barrio La Punta de San Fernando de Atabapo.
Vidal señala que el mismo reviste una particular importancia porque marca el
comienzo de la diferenciación étnica de los Piapoco (1987: 143-144).
Luego de permanecer un tiempo en la zona, gente perteneciente a los sibs
Kierru y Aási y a la fratria Malái decidieron expandirse. Desde la confluencia
Guaviare-Atabapo-Alto Orinoco, bajaron por este último río hasta la desem-
bocadura del Vichada. No obstante, dado que este río estaba ocupado por
gente que hablaba otra lengua (señalan que no eran ni Sáliva ni Guahibo),
tramitaron el permiso correspondiente y luego establecieron un primer asen-
tamiento en Benakú (actual Santa Rita); a partir de donde se extendieron
progresivamente a lo largo del Vichada. Transcurrido un tiempo, invitaron a
los Néri, Kalikúé, Kiéwa y Kitései a una gran ceremonia, en la cual tuvo lugar
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 315

un nuevo proceso de recreación. Este último fue complementado por una di-
visión del territorio y por la asignación formal de sus partes, a las distintas
unidades de descendencia, la cual aún está vigente (Vidal 1987: 145).

La verificación arqueológica
y etnohistórica de la migración Piapoco

En el resto del trabajo presentaremos los datos etnohistóricos, arqueo-


lógicos, así como otras informaciones proporcionadas por la historia oral,
los cuales no solamente parecen corroborar parcialmente la veracidad de los
hechos narrados, sino que permiten asignarles una posición cronológica ten-
tativa. Antes de hacer esto, sin embargo, queremos aclarar que la verificación
arqueológica de este proceso migratorio, actualmente se basa exclusivamente
en los datos obtenidos hasta el momento en la parte venezolana del territorio
al cual este grupo hace referencia.
A través de las fuentes históricas, Vidal (1987: 97-98) pudo reconstruir
el territorio Piapoco, el que correspondía a cada una de sus fratrias (Fig. 5),
así como el de los Maipures y de los Guipuinavis, otros dos grupos Maipu-
res, una parte de cuyas historias parece haber estado relacionada con la del
primer grupo.
Las mismas fuentes también indican que para comienzos del siglo XVIII
(1715), los Caberre (Káwiri) constituían el grupo más numeroso de la zona
Alto Orinoco-Atabapo-Guaviare (Gilij 1965 (I): 134; Ramos Pérez 1974:
94-95; Tapia 1966: 206-207). A partir de 1730, sin embargo, su supremacía
en el sector comenzó a declinar debido a la penetración europea, a las enfer-
medades y a la llegada de los Guipuinavis (Vega 1974: 94-95).
Finalmente, para el período 1744-1756 (Tabla I), también se mencionan
diversos capitanes y pueblos (con la composición étnica) en la parte venezo-
lana de los territorios Maipure, Caberre y Guipuinavi (Ramos Pérez 1946:
450; Vega 1974: 117-119, 125-126; Del Rey Fajardo 1974 (II): 335-336).
316 Alberta Zucchi

También se sabe que en 1746, Guayabari y Macapu con su gente se trasla-


daron al Orinoco Medio (Ramos Pérez 1956: 295, 297). Nericagua, en cam-
bio, permaneció en su pueblo aproximadamente hasta 1764, ya que al año
siguiente este sitio había sido abandonado, y para 1766, este capitán figura
como jefe de los indígenas de Cabruta (Arellano Moreno 1964: 388; Gilij
1965 (III): 86-87; Del Rey Fajardo 1974 (II): 335-336).
Por otra parte, en términos arqueológicos, la parte venezolana ribereña
de los territorios Maipure, Caberre (Piapoco) y Guipuinave coincide con las
subáreas arqueológicas 2 y 3 (Zucchi 1988). Como ya indicamos, hasta hace
poco para la subárea 2 solo se conocía la Fase Nericagua, descrita somera-
mente por Evans, Meggers y Cruxent (1959: 363-366). El examen preliminar
del material obtenido en los 21 sitios localizados a lo largo del Alto Orinoco,
del Atabapo, y en el caño Caname parece indicar que el material de la fase
Nericagua no solo tiene una amplia distribución geográfica, sino que puede
ser dividido tentativamente en dos complejos relacionados (Iboa y Nerica-
gua), pero con importantes elementos diferenciadores, cuyos límites cronoló-
gicos tentativos serían: a. C. 100-d. C. 600 y 600-1700 d. C.
Dado que el análisis de estos materiales aún está en curso, nuestras ob-
servaciones tienen un carácter preliminar. Los asentamientos del complejo
más temprano son pequeños, ribereños y se caracterizan por una alfarería
desgrasada con caraipé y arena. Las formas de las vasijas son sencillas e
incluyen boles (redondeados y carenados) y ollas. La decoración se basa en
la incisión rectilínea, aunque ocasionalmente también se encuentra engobe
rojo. Los asentamientos tardíos, en cambio, tienen una mayor extensión y
en algunas oportunidades presentan montículos los cuales aparentemente
sirvieron como base a las viviendas, y están dispuestos alrededor de una
plaza central. En esta alfarería se ha observado la presencia de budares con
bordes elevados, boles con asas tubulares, vasijas naviformes, botellas con
cuellos altos tubulares y pintaderas cilíndricas. En la decoración se presen-
tan apéndices (geométricos, antropomorfos y zoomorfos), caras aplicadas
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 317

sobre los cuellos altos de las botellas, incisión rectilínea paralela, engobe
rojo y pintura negativa (Zucchi 1987; 1988).
Por lo que respecta a la subárea 3, en cambio, solo uno de los yacimientos
(Buena Vista), proporcionó material perteneciente a la Fase Nericagua. Los
restantes también son ribereños, pero tienen una superficie reducida y poca
profundidad. Su alfarería está desgrasada con caraipé y las formas incluyen
boles, ollas, topias y budares de borde elevado. También se ha observado la
presencia de asas tubulares verticales y pintura. Si bien aún no se poseen fe-
chas absolutas, la presencia de fragmentos de vidrio y objetos de metal sitúan
estos yacimientos en el período histórico (siglos XVIII-XIX) (Zucchi 1988).
Si se traslada y sobrepone en un mapa esta información (Fig. 6), es posible
llegar a nuevas conclusiones tentativas:
1. Dado que las subáreas arqueológicas 2 y 3 coinciden con la totalidad o
con una parte de los territorios tradicionales de tres grupos Maipures (Mai-
pures, Piapocos y Guipuinavis) que señalan las fuentes históricas, una parte
o la totalidad del material arqueológico que se encuentra en ellas debe corres-
ponder a estas ocupaciones.
2. Dado que la distribución espacial de los sitios cuyo material pertenece
a los complejos Iboa y Nericagua coincide con el territorio de los Maipure y
con el de la gente de la fratria Kavirri (Piapoco), dicha alfarería puede señalar
la ocupación de estos dos grupos, mientras que las fechas de C-14 asociadas,
señalarían su posición cronológica.
Por otra parte, cuando nos referimos a la migración piapoco a partir
del Ayarí, mencionamos que el sitio La Punta revestía una particular im-
portancia por haber sido el lugar en donde, según la historia oral, se llevó
a cabo el segundo proceso de recreación societaria. Los informantes se-
ñalan que como prueba de estos acontecimientos, los antepasados dejaron
“dibujos del Kuwai-seri”, los cuales no solo narran los eventos, sino que
señalan los símbolos que identifican a las diferentes fratrias y sibs (Vidal
1987: 143-144). Es precisamente en este sitio en donde se encuentra uno de
318 Alberta Zucchi

los yacimientos más importantes y extensos de la Fase Nericagua, el cual,


además, está asociado a petroglifos.
Por último, también vale la pena mencionar que las alfareras piapoco se-
ñalan que la manufactura de cerámica es muy antigua en este grupo, pero que
su estilo decorativo sufrió una serie de cambios a lo largo del tiempo. Mencio-
nan que al comienzo de la misma estaba decorada a base de incisión; luego, en
una segunda etapa, se añadió la aplicación, y por último se pasó a la pintura
(Vidal 1990). Esta misma secuencia de cambio en las técnicas decorativas
se observa entre el material de los dos complejos arqueológicos y la alfarería
actual de los Piapoco.
3. El material reciente de la subárea 3 puede corresponder a la ocupación
de los Guipuinavis, quienes se asentaron a lo largo del Atabapo a partir de las
primeras décadas .del siglo XVIII.
4. Dado que la mayoría de las fechas de C-14 obtenidas hasta el momento
(Zucchi 1988) provienen de los niveles más profundos de los distintos yaci-
mientos (Tabla II), es posible establecer que las primeras ocupaciones de esta
gente en el sector ocurrieron entre los 100 a. C. y los 300 d. C.
5. Tal como sugieren las fechas de C-14, así como el número, extensión
y localización de los yacimientos, la ocupación del Alto Orinoco parece ha-
berse intensificado y extendido especialmente entre los 800 y 1300 d. C., lo
cual parecería indicar que al comienzo de este período, ambas poblaciones
Maipure y Kavirri (Piapoco) ya eran considerables.
Lo anterior parece coincidir con la información suministrada por la historia
oral de los Piapoco en cuanto al crecimiento demográfico, y podría también
explicar, en parte, la ocurrencia de tres de los hechos narrados: 1) el proceso de
reorganización societaria que tuvo lugar en el sitio La punta; 2) la expansión y
asentamiento de la gente perteneciente a la fratria Malái y a los sibs Kiérru y
Aási en la zona del Vichada; y 3) el tercer proceso de re-creación societaria (Si-
tio Benakú), durante el cual todo el territorio ocupado por este grupo fue sub-
dividido y sus partes fueron asignadas a las distintas unidades de descendencia.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 319

Finalmente, si se combinan las fechas de C-14 con las que han suminis-
trado los cálculos glotocronológicos, es posible establecer una cronología ten-
tativa del proceso migratorio de los Piapoco. Los cálculos glotocronológicos
indican que la separación Curripaco-Piapoco parece haber ocurrido entre los
250 y 50 a. C., mientras que la separación entre este último y el Achagua se si-
túa entre los 1100 y 1350 d. C. (Oliver 1989: Vidal, comunicación personal).
Por otra parte, las fechas de C-14 señalan que los primeros asentamientos
correspondientes a la gente portadora de la cerámica del complejo Iboa, ocu-
rrieron entre los 100 a. C. y los 300 d. C. Esto parecería sugerir que unos 100
a 150 años después de la salida del sib primigenio Dayzo-dakéenái del Ayarí,
sus descendientes no solo habían ocupado el Guaviare, sino que ya habían
establecido algunos asentamientos en el Orinoco.
Por otra parte, tal como parecen señalar los datos arqueológicos, la ocu-
pación en este último sector parece haberse intensificado durante el perío-
do comprendido entre los 800 y 1700 d. C., probablemente debido a un in-
cremento poblacional, el cual también podría explicar la migración de los
Atsáwa-nai (ancestros de los Achagua) hacia el Manacacías y el Meta. En
relación con esto último es interesante mencionar que la fecha de separación
entre ambas lenguas corresponde precisamente a este período.
Con base en lo anterior, pensamos que es posible establecer la siguiente
cronología tentativa para los principales hechos narrados en la historia oral
de los Piapoco, la cual podrá ser verificada en futuras investigaciones.

Conclusiones

Los datos que hemos presentado a lo largo del trabajo evidencian la com-
plejidad del movimiento expansivo de las etnias indígenas cuyas lenguas per-
tenecen al grupo Maipure del norte. Si bien está claro que la reconstrucción
de este proceso solo está en sus comienzos y es mucho lo que aún falta por ha-
cer, es evidente que el enfoque multidisciplinario no solo produce excelentes
320 Alberta Zucchi

resultados, sino que también facilita la formulación de hipótesis más signifi-


cativas, no solo en términos arqueológicos, sino en los de las otras disciplinas.
De esta manera, además, lograremos hacer que la historia cultural de las
tierras bajas tropicales, correspondiente al período precontacto, comience a
presentar un panorama más integrado y significativo, en el que se intente es-
tablecer, en forma realista, una relación entre las diversas tradiciones y/o esti-
los cerámicos y los grupos que las elaboran. Para ello, sin embargo, es necesa-
rio que comencemos a visualizar los restos arqueológicos como evidencias de
la prehistoria de las poblaciones indígenas que señalan tanto los documentos
coloniales como las historias orales de los grupos autóctonos que aún habitan
los sectores en donde estos se encuentran.

Agradecimientos
Nuestro proyecto de investigación en el Territorio Federal Amazonas ha sido financiado por el Instituto Venezolano
de Investigaciones Científicas (IVIC), y mediante subvenciones de Conicit (SI 1726), y del Proyecto MAB II de la
Unesco. El señor Carlos Quintero elaboró los dibujos; la señorita Teresa González se encargó de la labor mecano-
gráfica y el Departamento de Fotografía del IVIC llevó a cabo las reproducciones. A todos ellos mi agradecimiento.

Figura. 1
Figura. 2
Figura. 3
Figura. 4
Figura. 5

Figura. 6
Tabla III

Tabla IV
Conexiones prehispánicas
entre el Orinoco, el Amazonas
y el área del Caribe (1991)*
Zucchi, A.
Introducción

En 1947, Howard llevó a cabo el primer intento importante por rela-


cionar diferentes estilos, rasgos y complejos cerámicos de las tierras bajas
tropicales de Suramérica, y en la década de 1960, Evans y Meggers (1961:
372-388) establecieron cuatro horizontes-estilos (Rejilla en zonas, Borde
inciso, Polícromo e Inciso-punteado), cuyos elementos diagnósticos son
fundamentalmente decorativos. Cada uno de ellos está integrado por com-
plejos cerámicos diferentes, dado que además de poseer los elementos iden-
tificadores de un determinado horizonte, poseen otros.
Posteriormente se utilizó el término tradición para identificar a estas
macrounidades, se incluyeron otros materiales, y se ampliaron los elemen-
tos definitorios (Lathrap, 1970). Al mismo tiempo, esta información fue
combinada con otros tipos de evidencias (Ej.: lingüísticas, etnográficas,
* Publicado originalmente en inglés como: Prehispanic connection bewteen the Orinoco, The Amazon, and the Caribbean Area. En:
Actas del decimotercer Congreso Internacional de Arqueología del Caribe, Reports of the Archaeological - anthropological
institute of the netherlands Antilles, N°9, 1991
328 Alberta Zucchi

ambientales), y ello permitió la estructuración de modelos que intentan re-


construir las áreas ancestrales, la dirección y causalidad de los movimientos
migratorios de uno o varios grupos supuestamente portadores de estas alfa-
rerías (Meggers 1975, 1977, 1979, 1987; Lathrap 1970; Lathrap et ál. 1987;
Brochado 1985; Tarble 1985; Zucchi 1985, 1987, 1988).
Este trabajo tendrá tres objetivos principales: 1) presentar una breve
descripción del material Cedeñoide venezolano, enfatizando sus cambios
espaciales y temporales; 2) señalar las similitudes que existen entre el
material Cedeñoide y las alfarerías de diferentes sitios, fases y/o tipos
cerámicos que han sido descritos para las tierras bajas tropicales situadas
al norte del río Amazonas, y 3) proponer el establecimiento de una nueva
tradición integrada por todos estos materiales, algunos de los cuales han
sido incluidos en uno o varios de los horizontes, estilos o tradiciones men-
cionadas con anterioridad.

La serie Cedeñoide del Orinoco Medio

En 1984 se estableció en Venezuela la existencia de una nueva serie cerá-


mica denominada Cedeñoide, cuyos portadores ocuparon el Orinoco Medio
y Bajo y los Llanos occidentales entre los 1000 a. C. y los 1500 d. C. Tam-
bién se señaló que los Cedeñoides tempranos probablemente eran pequeños
grupos de pescadores, recolectores y cazadores sin agricultura, o con una
incipiente, y que su ocupación de la zona había sido contemporánea a la de
los Saladoides tempranos (Zucchi y Tarble 1984: 293-309; Zucchi, Tarble
y Vaz 1984: 155-180).
A lo largo de su desarrollo en el territorio venezolano, la cerámica Ce-
deñoide sufrió diversos cambios tecnológicos, formales y decorativos, mu-
chos de los cuales parecen haber resultado de la interacción de sus porta-
dores con otros grupos. Dado que los detalles sobre sus características y
evolución ya han sido publicados, solo presentaremos un breve resumen de
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 329

algunos aspectos, el cual facilitará la comprensión y comparación con los


datos de otras áreas.
La alfarería Cedeñoide se caracteriza por la utilización de antiplásticos
orgánicos (Ej.: fibras vegetales, carbón, ceniza) e inorgánicos (Ej.: arena, pe-
loticas de arcilla, roca molida), cuyas combinaciones muestran variaciones
temporales y espaciales significativas (Zucchi y Tarble, 1984: Tabla VII).
En el material Cedeñoide de Agüerito (Orinoco Medio) se establecie-
ron dieciocho formas de vasijas (Fig. 1) de las cuales diez son boles. Solo
siete caracterizan al Período I (1000 a. C.-500 d. C.), y tres de ellas (3, 4
y 5) son las que tienen mayor popularidad a lo largo de toda la secuencia
ocupacional. A comienzos del Período II (500-1000 d. C.) aparecen seis
formas nuevas (7, 9, 10, 11, 15 y 16), algunas de las cuales se asemejan a
vasijas Arauquinoides (Zucchi y Tarble, 1984: 298). Para finales del mismo
desaparece la forma 2, pero se encuentran las formas 8 (con influencia Ba-
rrancoide), 18 y 13; la última de estas también es muy similar a una de las
formas Arauquinoides. Durante el Período III (1000-1200 d. C.) desapa-
recen otras pero se encuentra la vasija 17. En cambio, en el escaso material
Cedeñoide del Período IV (1200-1400 d. C.) solo están presentes las vasijas
5, 9 y 10.
En los estilos Cedeñoides llaneros (El Choque, La Majada, Guayabal
y Médano Grande) los boles con labio romo aplanado y las ollas de bola
restringida con borde triangular plano o saliente, se convierten en las for-
mas más populares (Zucchi y Denevan, 1979; Zucchi y Tarble 1984: 303).
El material del estilo Los Caros parece ser transicional entre el Orinoco
y los Llanos occidentales. En cambio, en el del estilo Apostadero del Bajo
Orinoco, correspondiente al Período V (Cruxent y Rouse, 1961: 270-275),
se mantiene el mismo patrón del Orinoco Medio en cuanto al predominio
de los boles sobre las vasijas, aunque algunas de las formas muestran claras
influencias Barrancoides (Ej.: presencia de pestañas).
330 Alberta Zucchi

Por otra parte, se señaló que un 12 % de la alfarería Cedeñoide de


Agüerito tiene decoración, y que las técnicas presentes son la incisión, la
pintura, el modelado y la aplicación. De ellas, la incisión es la que alcanza
mayor popularidad a lo largo de toda la secuencia ocupacional, y los mo-
tivos lineales son los que realmente tipifican al material de esta serie en
términos decorativos.
Si bien la incisión de la alfarería Cedeñoide del Período I y de la pri-
mera parte del II es fundamentalmente ancha y llana y forma motivos
rectilíneos, ocasionalmente también se observan incisiones finas recti-
líneas anchas y curvilíneas (Zucchi y Tarble, 1984: 299). Los motivos
están colocados sobre el labio, en la parte superior externa de los boles
o en los cuellos de las vasijas. En cambio, para finales del Período II se
introduce la incisión rectilínea ancha y profunda, y aumenta la frecuencia
de la incisión rectilínea ancha y llana. Esta última es la que predomina
en los Períodos III y IV, y también ocurre en el material del estilo Apos-
tadero del Período V. En este último, sin embargo, los motivos incisos
frecuentemente cubren el interior de los boles. En cambio, en el material
de los sitios llaneros los motivos incisos se hacen más sencillos y están lo-
calizados en la parte externa de los bordes de perfil triangular o cuadrado
de las ollas (Zucchi y Tarble, 1984: 305).
En la incisión Cedeñoide del sitio Agüerito se identificaron dieciocho
motivos (Fig. 2), que fueron agrupados en cuatro categorías: a) líneas ho-
rizontales continuas sobre bordes, b) incisiones cortas sobre labios, c) mo-
tivos de líneas paralelas sobre panzas, y d) motivos de relleno (Zucchi y
Tarble, 1984: 299). Durante el Período I, la incisión lineal sobre los bor-
des generalmente va acompañada por motivos colocados sobre las panzas,
y durante la primera parte del Período II aparece el punteado grueso como
motivo de relleno. Durante el Período III, este último es reemplazado por
las muescas (Zucchi y Tarble, 1984: 299-300). En la segunda parte del Pe-
ríodo II, en cambio, la incisión lineal aparece sola y se encuentra sobre las
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 331

pestañas. Esta modalidad se mantiene durante la etapa siguiente y también


se observa en el material llanero. Hacia finales del Período desaparecen
algunos elementos, disminuye el uso de la incisión mientras que la pintura
adquiere mayor popularidad. Durante la segunda parte del Período III y en
el IV solo se encuentran tres de los motivos anteriores (11, 12 y 15) (Zucchi
y Tarble, 1984: 299-300).

Comparación con otras áreas

La revisión detallada de los datos arqueológicos correspondientes a


otros sectores de las tierras bajas tropicales situadas al norte del río Ama-
zonas, ha permitido observar que el material cerámico de diversos sitios,
fases y/o tipos, presenta características muy similares a las de la alfarería
Cedeñoide (Tabla I). Con el objeto de facilitar su comparación en términos
de pasta, forma y decoración, y analizar el significado de las similitudes,
estos materiales han sido agrupados en cinco subáreas geográficas:
En la Tabla II se presentan los datos sobre los antiplásticos que carac-
terizan estas alfarerías. Se puede observar que a excepción de las fases del
Amazonas Central, para las cuales solo se ha mencionado el cauxí, las de
las otras subáreas generalmente se caracterizan por la presencia de más de
un tipo de antiplástico (orgánico y/o inorgánico). La presencia o ausencia
de alguno de ellos (Ej.: cauxí, caraipé y concha) en determinadas zonas,
parece estar directamente vinculada con su disponibilidad local. También
se observa que a pesar de las distancias cronológicas y/o espaciales que pue-
den existir entre las distintas fases o complejos de cada subárea, cada una
de ellas presenta un patrón característico que puede ser relacionado más
estrechamente con una o dos de las otras.
Del mismo modo, el análisis del aspecto forma de estos materiales
(Fig. 3), permitió establecer que la gama básica de formas incluye ocho
tipos de vasija:
332 Alberta Zucchi

1. Bol más o menos profundo, con base plana o redondeada, paredes salien-
tes rectas o curvas, boca abierta y borde directo.
2. Bol más o menos profundo, con base plana redondeada, paredes salientes
y boca abierta con borde ligeramente saliente, el cual puede estar engro-
sado internamente.
3. Bol de silueta compuesta con base redondeada, paredes rectas verticales,
entrantes o salientes, borde directo o engrosado ligeramente saliente.
4. Bol o vasija más o menos profunda con base plana o redondeada, cuerpo
globular y boca restringida con borde directo ligeramente entrante.
5. Vasija más o menos profunda con base plana o redondeada, cuerpo re-
dondeado con paredes ligeramente entrantes, boca restringida y borde
directo vertical.
6. Vasija de base plana o redondeada, cuerpo globular con cuello ligeramen-
te restringido con borde recto o curvo saliente.
7. Bol poco profundo tipo plato, base plana con paredes salientes rectas o
ligeramente curvas, y borde directo.
8. Budares circulares planos, con borde más o menos elevado y saliente.
Si bien esta parece ser la gama básica de formas, no todas las vasijas que
la integran están presentes en todos los materiales de cada subárea. No obs-
tante, las vasijas 1, 2, 3, 4, 5 y 6 indudablemente parecen constituir las for-
mas más populares en la mayoría. Las demás (7 y 8) tienen distribuciones
espaciales y/o temporales más restringidas. Por otra parte, al igual que en
el material Cedeñoide venezolano, a lo largo de la secuencia de cada fase y/o
entre las distintas fases de cada subárea se observan cambios cualitativos y
cuantitativos, que parecen ser el resultado tanto de una dinámica de cambio
propia, como de procesos específicos de interacción con otras poblaciones
locales. Con el tiempo, estos factores fueron imprimiendo al material de las
distintas secuencias y/o fases de cada subárea, especialmente a los más tar-
díos, características distintivas, que si bien permiten diferenciarlos interna
y externamente a nivel de detalle (Ej.: aparición de nuevas modalidades
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 333

de borde y bases, asas y/o apéndices, o aparición de variantes de las ocho


formas básicas), aún conservan los elementos diagnósticos básicos. Final-
mente, pensamos que es importante mencionar que, por el momento, los
budares más antiguos han sido encontrados en el Alto Negro y Alto Orino-
co, mientras que en las demás áreas de aparición es posterior a los 500 d. C.
En el ámbito decorativo todas estas alfarerías también presentan inte-
resantes similitudes con el material Cedeñoide venezolano. Con el objeto
de facilitar el análisis de los aspectos formales (Ej.: estructura, elementos
y motivos, simetría, adaptación a la forma, etcétera) y su comparación, la
decoración incisa ha sido descompuesta en elementos, y se han tratado de
determinar los procesos que dan origen a los motivos. Debido a la frag-
mentación del material ha sido imposible llegar a una reconstrucción de
los diseños.
Con base en lo anterior, se ha podido establecer la existencia de dos
tipos de elementos: simples y compuestos (Fig. 4). Los primeros incluyen:
la línea recta en tres posiciones (vertical, horizontal y diagonal), y la línea
curva en dos posiciones (vertical y horizontal). Los elementos compues-
tos, en cambio, pueden ser de tres tipos, de los cuales los dos primeros se
originan a través de procesos sucesivos de ref lexión de un elemento simple
o compuesto:
Tipo 1: incluye el ángulo recto (en diversas posiciones), agudo y obtuso,
así como el círculo. Todos ellos se originan por la reflexión horizontal, ver-
tical o diagonal de un elemento simple en una posición.
Tipo 2: incluye el cuadrado (dos posiciones), la U (dos posiciones), el
triángulo y el rombo. Este tipo de elemento surge de la reflexión horizontal,
vertical o diagonal de los elementos Tipo 1.
Tipo 3: incluye la espiral redonda, cuadrada o triangular.
Dado que la mayor parte de los elementos de la decoración incisa de
estos materiales se deriva de la línea recta, los motivos son básicamente
rectilíneos y están organizados en bandas, las cuales generalmente van
334 Alberta Zucchi

colocadas sobre los bordes, los labios o en la parte superior externa de las
panzas. No obstante, en algunos casos la decoración incisa también se en-
cuentra en la parte interna de los boles, platos o budares (Ej.: estilo Apos-
tadero y fases Calambé y Nofurei).
Los motivos decorativos (Fig. 5) también se producen mediante movi-
mientos de traslación, reflejo y/o rotación de elementos simples o compues-
tos, y por su combinación con la línea recta, generalmente horizontal. En
los motivos más complejos en los que se utilizan elementos del Tipo 3, las
áreas que rodean estos últimos generalmente se rellenan con una serie de lí-
neas paralelas cuya morfología (recta o curva) y posición (vertical, horizon-
tal o diagonal) se relaciona con la forma y posición del elemento compuesto
central, lo cual enfatiza un paralelismo de líneas en áreas extensas (Fig.
6). Por último, es importante señalar que en esta decoración raramente se
observa la combinación de líneas rectas y curvas en un mismo motivo y/o
diseño. Igualmente, la utilización del punto y de la impresión de canutillo
es poco frecuente, y generalmente parece relacionarse con la presencia de
cerámica Arauquinoide o de estilos relacionados.

Conclusiones

Con base en la información anterior, es posible establecer que la denota-


ta de todos estos materiales cerámicos es la siguiente:

1. Uso frecuente de más de un tipo de desgrasante orgánico (Ej.: cauxí,


caraipé, fibras vegetales, carbón, ceniza, concha, etcétera) y/o inorgánico
(Ej.: peloticas de arcilla, arena, roca molida, etcétera).
2. Una gama de formas integrada por los ocho tipos descritos. No obstante,
cada subárea se caracteriza por una gama particular, que puede incluirlas
a todas o solo a algunas.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 335

3. El patrón formal del material más antiguo de cada subárea sufre con el
tiempo una serie de modificaciones cualitativas y cuantitativas que pare-
cen ser el resultado tanto de procesos específicos de desarrollo como de
contactos, y que le confiere especialidades locales, subregionales y tem-
porales. Esto también se observa entre las distintas fases de cada subárea.
4. La incisión lineal es la técnica decorativa predominante.
5. La decoración incisa se basa en el uso de los elementos simples y com-
puestos descritos.
6. Los motivos incisos surgen a través de procesos de traslación, re-
f lexión y rotación de los elementos simples y compuestos indicados
con anterioridad.
7. Presencia ocasional y con una frecuencia menor de otras técnicas plásti-
cas (Ej.: punteado, muescas, aplicación, etcétera) y no plásticas (Ej.: uso
de engobe y pintura).
8. Decoración incisa generalmente localizada sobre el labio y/o sobre la par-
te externa de los bordes, labios y panzas. Su presencia en otras zonas de
las vasijas es poco frecuente.
Con base en lo anterior, y tomando además en consideración que estas
alfarerías se encuentran en seis subáreas geográficas (Fig. 7) de las tierras
bajas tropicales situadas al norte del río Amazonas, y que su posición cro-
nológica (Fig. 8) está comprendida en un lapso que se extiende entre los
1000 a. C. y los 1800 d. C., consideramos que se justifica plenamente el
establecimiento de una nueva tradición cerámica que será denominada “de
Líneas Paralelas”.
Debido a las limitaciones de tiempo es imposible discutir en este trabajo
los procesos que subyacen la larga persistencia temporal y amplia distribu-
ción espacial de esta nueva tradición cerámica. No obstante, vale la pena
mencionar que ya han sido sugeridas algunas hipótesis que señalan a la mi-
gración como el proceso responsable de la dispersión geográfica de diversos
segmentos de la misma (Zucchi, 1984a; 1985a; 1988b; Evans y Meggers,
336 Alberta Zucchi

1960: 212-246). Por otra parte, algunos autores también han presentado
hipótesis y/o modelos sobre la posible vinculación de algunos de estos ma-
teriales con grupos étnicos o familias lingüísticas específicas (Grenard y
Grenard, 1987: 1-7; Zucchi 1987; 1988: 443-477; 1988b). No obstante, es
evidente que todo lo anterior solo representa una primera aproximación a
un problema que, si bien es complejo, puede proporcionar importantes res-
puestas sobre el complejo panorama de las poblaciones prehispánicas y sus
movimientos en las tierras bajas de Suramérica y las Antillas.

Agradecimientos
Las investigaciones arqueológicas venezolanas en las cuales se basa el presente artículo han sido financiadas por el Instituto
Venezolano de Investigaciones Científicas, y más recientemente por el Conicit (Proyecto SI 1729) y por la Unesco (Pro-
yecto MAB II). En los primeros trabajos en el Alto Orinoco y Alto Negro se contó con la ayuda de Rafael Gasson, Javier
Fernández y Paola Cano. En todos los viajes al T. F. Amazonas, el señor Raúl Figueredo fue un excelente colaborador. El
procesamiento del material de estas dos zonas está a cargo de Patricia Morales y Migsabel Hernández. Los dibujos han sido
ejecutados por Carlos Quintero y Raymar Montes, mientras que la labor mecanográfica ha estado a cargo de Morelba Navas
y Teresa González. A todos ellos mi agradecimiento.
Figura 1.
Figura 1.
Figura 2.
Figura 4.
Figura 5.
Figura 6.
Figura 7.
Figura 8. *Fechas de C14 no calibradas
Tabla 1.
Tabla 2.
Lingüística, etnografía,
arqueología y cambios climáticos:
La dispersión de los Arawaco
en el noroeste amazónico (1992)*
Alberta Zucchi

Durante las últimas dos décadas se ha acumulado una considerable can-


tidad de nueva información sobre los grupos que habitan el sector norocci-
dental de la cuenca amazónica. Recientemente, esto nos permitió proponer
un nuevo esquema interpretativo sobre la dispersión de los Arawaco en esta
zona (Zucchi Ms). En este trabajo se intentará: a) refinar el esquema pro-
puesto haciendo uso de evidencias lingüísticas, etnográficas, arqueológicas y
etnohistóricas, y b) relacionarlo con datos sobre cambios en las condiciones
hidrológicas ocurridos en la Amazonia durante el Holoceno.

Las evidencias lingüísticas

La familia lingüística Arawaca cuenta con un gran número de lenguas,


cuyos hablantes presentan una amplia distribución geográfica. La mayoría de
* Publicado originalmente en: Archaeology and enviroment in Latin America, editado por Omar, R. Ortiz-Troncoso y Thomas Van
Der Hammen, Instituut Voor Pre-En Protohistorische Archeologie Albert Egges Van Giffen (IPP), Universiteit Van Amsterdam,1992
348 Alberta Zucchi

los lingüistas coincide en señalar que su antigüedad no puede ser inferior a


los 5000 a. p., e indica que el grupo Maipure del Norte o Newiki representa
su división más temprana. También se piensa que fue en el Amazonas central
y en la cuenca del río Negro en donde se produjeron los más importantes pro-
cesos internos de separación y cambio lingüístico (Rivet y Loukotka 1952;
Ortiz 1965; Noble 1965; Key 1979; Migliazza 1982.; González Ñáñez 1984,
1985, 1986). En relación con el lugar de origen de esta familia, en la actuali-
dad se manejan dos posiciones, la primera propone al sector suroccidental de
la Amazonía (Noble 1965; Migliazza 1982), mientras que la segunda señala
a la cuenca del río Negro (Rivet y Loukotka 1952; Ortiz 1965; Stark en Mi-
gliazza 1982; González Ñáñez 1984).
A través del tiempo se han hecho diversas clasificaciones de esta fami-
lia lingüística; no obstante, la de Noble (1965) aún sigue siendo la más
completa. Basándose en los trabajos de Taylor (1954, 1957, 1958, 1977;
Taylor y House 1955), López San; (1972), Matheson (1972), Key (1979),
Stark (en Migliazza, 1982), González Ñáñez (1984, 1985, 1986), Derbys-
hire (1986) y Wise (1988), recientemente Vidal (1987: 58) llevó a cabo su
actualización, y también presentó un esquema tentativo de las relaciones
genéticas entre algunas de las lenguas que integran el grupo Maipure del
Norte. A este esquema (Lám. 1) le hemos incorporado las fechas glotocro-
nológicas obtenidas por Vidal y González Ñáñez (comunicación personal).
Para hacer estos cálculos, se estandarizaron los distintos vocabularios y se
usaron listas de 200 palabras y un 81 % de retención. Según este autor,
en el grupo Maipure del Norte parecen haberse producido cuatro separa-
ciones tempranas representadas por las protolenguas que dieron origen al
Curripaco, Baré, Manaor y Palikur (Lám. 1). Las fechas de separación que
señalan estos cálculos son las siguientes: Baré-Curripaco 3813 a. p.; Baré-
Palikur 3699 a. p.; Palikur-Curripaco 3588 a. p.; Palikur-Manao 2844 a.
p.; Manco-Baré 2607 a. p.; y Curripaco-Manao 2299 a. p.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 349

La evidencia etnográfica

En la actualidad el noroeste amazónico está ocupado por gente perteneciente


a las familias Arawaco, Caribe, Tukano y Witoto, así como por grupos de filia-
ción lingüística independiente. Los Arawaco ocupan el río Negro y sus afluentes
(Isana, Ayarí y Xié), así como el Guainía y el Inírida. Su territorio constituye el
límite norte-noroeste del de los Tukano (Goldman 1963: 766-767).
Cuando Nimuendajú (1950) propuso una secuencia ocupacional para el
sector Vaupés-Isana, señaló que la segunda oleada migratoria había estado
integrada por grupos Arawaco y Tukano, quienes habían llegado al sector
procedentes de centros regionales. También indicó que la ocupación de los
Arawaco se había producido en oleadas sucesivas, a través de las cuales los
Manao habían ocupado el curso medio del río Negro y sus afluentes especial-
mente el Urubaxi, los Warekana se habían asentado en el Bajo Isana y Xié,
los Curripaco (Baniwa del Isana) en el Isana-Vaupés. Los Baré, en cambio,
ocuparon el tramo medio y alto del Negro, así como el canal del Casiquiare,
mientras que los Tatiana llegaron al Isana después de los Curripaco, y poste-
riormente emigraron al Vaupés.
Es importante recordar que algunos especialistas han señalado que los
ciclos de mitos y creencias de los Arawaco revisten una particular impor-
tancia, no solo porque sintetizan una parte de su historia oral en cuanto a
migraciones ancestrales, viajes, fisión y fusión de grupos y ubicación de sitios
importantes o sagrados (Wright 1981; Hill 1983; Wright y Hill 1986; Vidal
1987), sino también porque contienen los principios que hacen posible su
continuidad sociocultural. Si bien este tipo de información es aún incomple-
ta, los datos disponibles señalan algunos hechos que son de particular interés
para este trabajo.
En primer lugar vale la pena mencionar que los Warekena, Baniba, Piapo-
co, Kabiyari, Yukuna y Tariana, cuyas lenguas se relacionan genéticamente
con el Curripaco, así como estos últimos, coinciden en señalar que el mundo
350 Alberta Zucchi

se originó en diversos raudales del Alto Isana y del Caquetá (González Ña-
ñez 1968, 1980; Wright 1981; Llanos y Pineda 1982; Vidal 1987). Cada gru-
po se refiere a un raudal específico y señala que a partir de este emprendió
movimientos migratorios siguiendo una ruta determinada, a lo largo de la
cual se produjeron importantes procesos de re-estructuración o re-creación
societaria. En algunas oportunidades estos procesos implicaron la incorpora-
ción de grupos o parcialidades no Arawacas a estas sociedades.
A este respecto, la historia oral de los Kabiyari (Lám. 2) menciona una
migración desde los raudales de Hipana (río Ayarí) hasta el Pira-Piraná, el
Canaris y el Apaporis1 (Bourgue 1976: 117-143). La de los Tariana, en cam-
bio, indica que en el Isana esta gente se separó de una de las fratrias Curri-
paco (Wariperi-dakênai), debido a conflictos con estos últimos, y se desplazó
hacia el Vaupés (Wright 1981: 108). Los Warekena señalan un movimiento
desde el Isana hacia el río Amazonas, después del cual remontaron el Negro
hasta llegar a las cabeceras del Cababuri en donde tomaron un camino del
Kuwai que los llevó al Yatura, al Pasimoni y al Casiquiare. Una vez llegados a
este último, siguieron el caño Mee o Desecho y pasaron el Tapu (un afluente
del caño San Miguel o lti-wini)2. También mencionan que a partir del Tapu,
una parte de la gente se extendió hacia el Tuamini y el Atacavi; o sea, hacia
las cabeceras del Atabapo (Vidal 1987).
Por su parte, desde el Alto Isana, los Baniba siguieron la ruta Cuyari -
Pegua - camino interfluvial - Aki, desde donde pasaron al Guainía. Según
los informantes la penetración de este grupo al Guainía fue posterior a la de
los Warekena (González Ñáñez 1980: 172-186). Los Piapoco, en cambio,
pasaron desde el Ayarí al Vaupés y lo remontaron hasta sus cabeceras; luego
tomaron un camino del Kuwai-seri que los llevó al Alto Guaviare, cerca de
su confluencia con el Ayarí, en donde permanecieron un largo período. Pos-
teriormente se dirigieron hasta la desembocadura del Uva. Allí, una parte
del grupo remontó este rio3, mientras que la otra permaneció en el Guavia-
re extendiéndose posteriormente hasta su confluencia con el Atabapo y el
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 351

Orinoco. Esta gente ocupó este río hasta su confluencia con el Vichada, en
donde, debido a la guerra con uno de los grupos locales, la mayoría de la po-
blación Piapoco se dispersó hasta que se pudo expulsar a los agresores. Una
vez ocurrido esto, la gente regresó al Uva y al Atabapo-Guaviare, mientras
que el resto volvió al Meta, instalándose entre el Pauto y el Duya (Vidal 1987:
135). Estos últimos remontaron el Pauto y llegaron a una sabana llamada
Bocotá, en donde casi fueron diezmados por la gente Chicha-nai. Los sobre-
vivientes regresaron al Meta en donde pudieron reconstruirse socialmente
gracias tanto a los matrimonios con gente Sáliva, como a la incorporación de
parcialidades de este grupo a su propia sociedad (Vidal 1987: 140).
Si bien Vidal señala que para los Baré el origen del mundo se encuentra
en los raudales de Hipana, aún se sabe muy poco acerca de los movimientos
migratorios de este grupo. No obstante, si se toma en cuenta la ubicación de
la gente de este grupo y de sus parcialidades (Ej.: Manadahuaca), así como
los grupos lingüísticamente relacionados (Ej.: Guinao), se puede pensar que
a partir del Medio-Alto Negro tomaran una dirección noreste, siguiendo
los afluentes de su margen izquierda como el Branco (y su afluente el Urari-
coera), Padauiri, Marari, Cababuri, etcétera, los cuales les habrían permitido
llegar al Casiquiare, al Alto Orinoco, y Alto Caura, y a través de este último
al Orinoco Medio.

La evidencia arqueológica

Hasta ahora, las investigaciones arqueológicas en el cuadrante norocci-


dental de la Amazonia, el cual según Brochado y Lathrap (1983) constituye
una extensión de la subárea arqueológica del Amazonas central, han sido es-
casas y son de fecha relativamente reciente. En el territorio venezolano (Te-
rritorio Federal Amazonas), se habían limitado a los sectores Alto Ventuari-
Manapiare-Bajo Ventuari-Orinoco (Evans et ál. 1959: 359-369) así como al
Mavaca (Wagner y Arvelo 1985: 689-696). En Colombia se han centrado
352 Alberta Zucchi

en el Trapecio Amazónico (Bolian 1972), a lo largo del Caquetá (Myers et


ál. 1974: 141-142; Von Hildebrand 1976: 147-176; Andrade 1986; Herrera
1981: 225-242; Herrera et ál. 1981: 183-251), y en el Alto Vichada (Baquero
1983). Por el momento no conocemos excavaciones que se hayan llevado a
cabo en el sector medio del río Negro, en el territorio brasileño.
En 1985 se inició en Venezuela un proyecto de investigación (Zucchi Ms)
sobre asentamientos humanos autóctonos en ríos de aguas blancas (Orinoco)
y negras (Atabapo). Durante la primera fase de trabajo de campo (Lám. 3),
se localizaron 21 sitios arqueológicos (5 en el Atabapo y 16 en el Orinoco).
Si bien el examen preliminar del material obtenido y su comparación con el
de la Amazonía colombiana y del Amazonas central permitió estructurar
la primera versión de nuestro esquema, también hizo evidente que era in-
dispensable obtener información sobre el sector Negro - Casiquiare - Caño
San Miguel - Guainía. Debido a esto, durante los primeros meses de 1988 se
llevó a cabo un survey de esta zona, localizándose 16 sitios de habitación (4
en el Guainía, 4 en el Negro, 2 en el Casiquiare y 6 en el caño San Miguel),
la mayoría de los cuales fueron sondeados. En los restantes solo se efectua-
ron recolecciones superficiales. Durante esta temporada de campo también se
excavó extensamente uno de los sitios del sector del Orinoco (Laguna Iboa).
Dado que el procesamiento del material obtenido durante ambas pros-
pecciones está actualmente en curso, nuestras conclusiones todavía tienen
un carácter preliminar. No obstante, si se examina la evidencia disponible
a macroescala, en los actuales momentos se pueden establecer siete subáreas
arqueológicas en el Territorio Federal Amazonas (Lám. 4).
Subárea 1: Alto Ventuari-Manapiare
Esta subárea abarca el curso alto del Ventuari y sus afluentes. Por el mo-
mento, para la misma se ha definido la fase Corobal (Evans et ál. 1959: 366-
369), cuyo material ha sido relacionado con la serie Valloide del Orinoco Me-
dio y con posibles grupos de habla caribe (Tarble y Zucchi 1984: 434-445).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 353

Subárea 2: Bajo Ventuari-Orinoco


Esta subárea abarca el curso bajo del Ventuari así como el trecho del Alto
Orinoco comprendido entre los raudales de Atures y Maipures hasta la boca
del Casiquiare, e incluye también sus afluentes de ambas márgenes. Inicial-
mente, para la misma solo se había definido la fase Nericagua (Evans et ál.
1959: 363-366). No obstante, y contrariamente a lo que habíamos pensado
inicialmente (Zucchi Ms), en este sector aparentemente se pueden identificar
por lo menos dos ocupaciones las cuales ocasionalmente se solapan parcial-
mente en la estratigrafía. En la Tabla 1 se observa la serie de fechas de C-14
obtenidas hasta ahora por nosotros. La posición cronológica de la más tem-
prana de estas fases (Iboa) estaría entre los 400 a. C.-200 d. C. y los 600-800
d. C., mientras que la segunda (Nericagua), se extendería entre los 600-800
y los 1500 d. C. Las fechas obtenidas por los investigadores anteriores (Evans
et ál. 1959: 367-369) se relacionan con nuestra fase más tardía, a la cual le
hemos dejado el mismo nombre utilizado por estos autores.
Los asentamientos correspondientes a la primera ocupación son ribereños,
pequeños y se caracterizan por una cerámica desgrasada con caraipé y arena,
formas sencillas que incluyen boles (redondeados y carenados) y ollas (Zucchi
Ms). Dado que la clasificación de este material está solo en su fase inicial, aún
no sabemos si este incluye budares. La decoración consiste fundamentalmente
de incisión rectilínea y engobe rojo. En un trabajo anterior (Zucchi Ms) indica-
mos que esta alfarería compartía rasgos formales y decorativos con el material
de línea incisa ancha de la fase Jauarí, y con el de la fase Caiambé (Hilbert
1968), ambas del Amazonas central. Por otra parte, también tiene semejanzas
con la cerámica temprana de la serie Cedeñoide (Zucchi y Tarble 1984: 293-
309; Zucchi et ál. 1984: 155-180) del Orinoco Medio.
En cambio, los asentamientos correspondientes a la segunda ocupación
tienen una mayor extensión (100-150 m o más de diámetro) y, en algunas
oportunidades (Ej.: Nericagua, Laguna Iboa), presentan montículos dispues-
tos alrededor de una plaza. Si bien el caraipé y la arena siguen utilizándose,
354 Alberta Zucchi

aparece el cauxí y también se encuentran combinaciones de los distintos ti-


pos. Aún sabemos poco sobre las formas características de esta alfarería, pero
se han observado budares de bordes pronunciados, topias, bolas con asas tu-
bulares que se elevan sobre el borde de la vasija, vasijas naviformes y botellas
de cuello tubular alto (Zucchi Ms). En el aspecto decorativo se presentan asas
tubulares verticales, apéndices (geométricos, antropomorfos y zoomorfos),
caras aplicadas sobre los cuellos altos de botellas, incisiones geométricas, en-
gobe rojo y pintura negativa. Las pintaderas cilíndricas también están presen-
tes. Algunos de estos elementos parecen ser el resultado de los contactos en-
tre esta gente y los grupos de otros sectores, especialmente los de la subárea 1.
Subárea 3: Atabapo
Esta subárea abarca el curso de este río así como sus afluentes entre los
cuales se encuentra el caño Caname. A excepción de un sitio de esta subárea
(Buena Vista), el cual se relaciona estilística, formal y cronológicamente con
el complejo Nericagua, los demás son ribereños, pequeños y muy superfi-
ciales (30-40 m de diámetro). La alfarería está desgrasada con caraipé y las
formas incluyen bolas, ollas, topias y budares con borde alto. También se han
observado asas tubulares verticales y restos de pintura. Si bien no se poseen
fechas de C-14, la presencia de fragmentos de vidrio y metal permiten pensar
que corresponden a los siglos XVIII-XIX. Por el momento aún se descono-
cen las relaciones entre este material y el de otras subáreas.
Subárea 4: caño San Miguel-cabeceras del Atabapo
La subárea 4 abarca todo el caño San Miguel y sus afluentes, así como el
caño Mee o Desecho. Si bien nuestra prospección solo cubrió el curso bajo
del primero, se han podido identificar tentativamente tres ocupaciones. Para
la primera de ellas (complejo Pueblo Viejo) poseemos dos fechas de C-14 (Ta-
bla 2), que corresponden a los niveles más profundos de los dos yacimientos
(Pueblo Viejo y Caname) pertenecientes a este complejo. Por el momento se
desconoce su límite cronológico superior. La alfarería de este complejo tiene
desgrasante de arena y caraipé; no obstante, ocasionalmente también aparece
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 355

el carbón y/o la roca molida. Las formas son sencillas e incluyen boles redon-
deados, con menos frecuencia angulares, vasijas con borde evertido y platos.
La decoración es escasa e incluye incisión rectilínea (Lám. 5 a-d), rodetes no
alisados y pintura roja sobre blanco. También se han observado asas acinta-
das verticales.
En cambio, la segunda ocupación está representada por un solo yacimien-
to (Garza), para el cual se posee una fecha de 1450-1600 d. C. (Tabla 2). El
sitio Santa Lucia (subárea 6), proporcionó material que está muy relacionado
con el de este complejo y además podría tener una posición cronológica simi-
lar. Esta ocupación se caracteriza por una cerámica muy fina que está desgra-
sada fundamentalmente con arena. No obstante, ocasionalmente también se
observa la presencia de otros materiales, como caraipé. Las formas son senci-
llas e incluyen boles redondeados, vasijas campaniformes y posibles botellas.
En el aspecto decorativo los rodetes no alisados constituyen el elemento deco-
rativo más popular (Lám. 6), mientras que las incisiones rectilíneas (grupos
de líneas verticales, en direcciones alternas o en zígzag) y las bandas aplicadas
incisas son menos frecuentes. También se observó engobe marrón y pintura
negra ahumada. La presencia de algunos elementos del complejo Garza en
el material de Pueblo Viejo parece indicar que ambos fueron parcialmente
coexistentes en el tiempo.
La cerámica de Pueblo Viejo presenta algunas semejanzas con el material
de los complejos Iboa (subárea 2) y Carutico (subárea 6). En cambio, la alfa-
rería del complejo Garza parece compartir diversos elementos con el segundo
complejo del Trapecio Amazónico (Bolian 1972), para el cual se poseen dos
fechas de 615 ± 125 (l-6072) y 700 ± 130 (l-6083) a. p. La tercera ocupación,
en cambio, está representada por el material de los sitios 5, 6 y 7. Estos son
pequeños, superficiales y relativamente recientes (siglos XVIII-XIX), ya que
la alfarería se encuentra mezclada con fragmentos de vidrio, loza y metal.
356 Alberta Zucchi

Subárea 5: río Guainía


Esta subárea abarca el curso del Guainía y todos los sitios encontrados
hasta ahora tienen una profundidad que no excede los 30 cm. La cerámica
tiene desgrasante de caraipé, roca molida, arena, peloticas de arcilla, o com-
binaciones de ellos. Las formas incluyen vasijas grandes de cuerpo piriforme
con cuello alto, vertical, expandido o ligeramente restringido con borde sa-
liente, así como bolas carenadas o redondeadas con borde saliente ligeramen-
te engrosado. La única decoración que se ha observado es un tiesto con pintu-
ra roja sobre blanco. Si bien no se poseen fechas absolutas, estos yacimientos
parecen corresponder a los siglos XVIII y XIX.
Subárea 6: río Negro-Casiquiare
Esta área abarca el curso alto del Negro y sus afluentes de la margen iz-
quierda, así como el Casiquiare y sus afluentes de la margen derecha (Ej.: Sia-
pa, Pasimoni, etcétera). A excepción del yacimiento Santa Lucía, al que hici-
mos referencia con anterioridad, los demás parecen representar una misma
ocupación. Los yacimientos tienen espesores estratigráficos de hasta 1 m, y
extensiones de 60 a 80 m. La alfarería está desgrasada con arena y caraipé; no
obstante también se ha observado la presencia de carbón y de posible material
vegetal. Las formas incluyen boles de paredes rectas verticales o salientes,
con labio simple o ligeramente engrosado, o redondeadas, así como vasijas de
bordes ligeramente evertidos. Los tiestos gruesos que podrían corresponder
a budares son muy escasos. La decoración es fundamentalmente incisa y los
motivos consisten en grupos de líneas paralelas o en direcciones alternas co-
locadas sobre la parte superior de las panzas y, menos frecuentemente, sobre
el borde. Sin embargo, también se ha observado la incisión rellena con pintu-
ra marrón, pintura negra ahumada, engobe rojo, así como un motivo inciso
curvilíneo relleno con hachureado (Lám. 5e-s; 7).
Los sitios del Casiquiare no fueron excavados y solo se recolectó material
de superficie que aún no ha sido procesado. La alfarería del Negro, en cambio,
comparte algunos elementos de pasta y decoración con las de los complejos:
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 357

Iboa (subárea 2), Monou-teri (Wagner y Arvelo 1986) de la subárea 7, y Ca-


mani del Caquetá (Andrade 1981; Herrera 1981; Herrera et ál. 1980-81).
Subárea 7: río Mavaca
Si bien en los actuales momentos para esta subárea solo se poseen algu-
nos datos para el río Mavaca, es probable que abarque también una parte
del trecho del Alto Orinoco comprendido entre la boca del Casiquiare, así
como algunos de sus afluentes. El único yacimiento cerámico conocido es
Monou-teri, en el cual solo se excavó parcialmente un pozo. Para el mismo se
describen dos alfarerías, una desgrasada con caraipé y la otra con arena. La
primera tiene decoración incisa rectilínea que incluye grupos de líneas colo-
cadas horizontalmente o en direcciones alternas, muescas, líneas cortas, et-
cétera. También se ha señalado la presencia de engobe naranja, rojo y blanco.
Las formas incluyen bolas redondeadas y carenadas, vasijas globulares y an-
gulares de cuello restringido y budares (Wagner y Arvelo 1986: 690-691). En
la segunda alfarería las formas incluyen boles redondeados de boca abierta o
cerrada, así como vasijas de cuello ligeramente restringido y labio expandido.
Si bien la decoración es fundamentalmente incisa, también se observa el uso
de aplicación y la combinación de ambas técnicas. Al igual que en el caso
anterior, la incisión es rectilínea y consiste en grupos de líneas horizontales,
diagonales o alternas (Wagner y Arvelo 1986: 691-695). Las fechas de C-14
obtenidas oscilan entre 940-1450 d. C. Los autores han indicado similitu-
des entre este material y el de la serie Valloide del Orinoco Medio (Tarble y
Zucchi 1984) y el de la fase Nofurei del Caquetá (Herrera et ál. 1980-81).
En nuestra opinión también presenta semejanzas con la alfarería de los dos
complejos de la subárea 2 (Iboa y Nericagua), y probablemente también con
la de Carutico (subárea 6).
358 Alberta Zucchi

Los cambios climáticos durante el Holoceno

Por mucho tiempo se pensó que durante las fluctuaciones climáticas que
afectaron otras latitudes, los trópicos habían gozado de un clima relativa-
mente estable, lo cual habría permitido que en estas zonas se originara una
enorme variedad de plantas y animales. No obstante, evidencias cada día más
abundantes que provienen de campos diversos, indican que en estos sectores
ocurrieron importantes fluctuaciones en pluviosidad y por consiguiente en
las condiciones hidrológicas generales (Fairbridge 1970; Garner 1975). Esto
sin duda debió ocasionar una serie de cambios en la vegetación y en la fauna,
cuya naturaleza, extensión, intensidad y variación espacial aún no se cono-
cen con exactitud. Esta nueva concepción paleoclimática permitió formular
la hipótesis de los refugios biológicos (Haffer 1969; Vanzolini 1973; Prance
1982; Whitmore and Prance 1987), que aún sigue siendo objeto de conside-
rable debate.
Particularmente importantes para este trabajo son los datos palino-
lógicos que se han obtenido en diversos sectores de Suramérica, como la
evidencia geológica correspondiente al sector suroccidental de la cuenca
amazónica. Al sintetizar los datos palinológicos (Lám. 8) se observa que
durante el Holoceno se produjeron diversos episodios caracterizados por
una disminución de la precipitación efectiva. Si bien la evidencia de cada
una de las áreas estudiadas es puntual, las coincidencias observadas permi-
tieron establecer la siguiente periodización para las fases secas del Holoce-
no en Suramérica (Van der Hammen 1972, 1974, 1982; Wijmstra y Van
der Hammen 1966: 88; Markgraf and Platt 1982): 4000 - 3500 a. p.; 2700
o 2400 - 2000 a. p.; 1250 a. p.; 750 - 500 a. p.
Por otra parte, los datos palinológicos correspondientes al Amazonas
central (Absy 1985) provienen de sedimentos obtenidos en lagunas y secto-
res ribereños, cuya vegetación está determinada por las fluctuaciones en el
nivel del agua, la duración de las inundaciones y la calidad de la misma (aguas
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 359

negras o blancas). Los diagramas obtenidos señalan que durante el Holoce-


no se produjeron cambios vegetacionales relacionados con fluctuaciones en el
nivel del agua. Se han detectado tres períodos durante los cuales se evidencia
una disminución de la precipitación efectiva; estas fases secas ocurrieron al-
rededor de los 4000 a. p., de los 2100 a. p. y de los 700 a. p., lo cual coincide,
por lo menos parcialmente, con lo que ocurrió en otros sectores.
A este respecto, vale la pena mencionar que investigaciones llevadas a
cabo en el Alto Negro (zona de San Carlos) han señalado la presencia de
carbón en suelos de tierra firme, caatinga e igapó (Sanford et ál. 1985; Al-
darriaga et ál. 1986). Esto no solo indica que durante el Holoceno el fuego
constituyó un factor de perturbación en las selvas húmedas tropicales de
Suramérica, sino que señala que su ocurrencia en estas tierras bajas tropi-
cales pudo tener relación con cambios en las condiciones climáticas (fases
secas), con la actividad humana, o con una combinación de ambos factores.
Por último, queremos mencionar que investigaciones geológicas llevadas a
cabo en la parte suroccidental de la cuenca amazónica han permitido identifi-
car depósitos aluvionales del Holoceno que descansan sobre estratos terciarios,
los cuales, según los especialistas, también podrían existir en otros sectores de
la misma (Campbell y Fraley 1984). Según se indica, estos estratos parecen ser
el resultado de repetidas y extensas inundaciones ocurridas durante la primera
mitad del Holoceno (11.000-5000 a. p.) debido al deshielo de los glaciares y a
un aumento de la pluviosidad en los Andes. Estas inundaciones parecen haber
dado origen a una serie de ríos anastomósicos que al cruzar la superficie plana
de la cuenca produjeron extensas áreas pantanosas (Campbell y Fraley 1984:
372). En cambio, la misma evidencia señala que durante la segunda parte del
Holoceno se produjeron dos ciclos de erosión y deposición para los cuales, por
correlación, se han estimado fechas de 2800 y 2000 a. p.
360 Alberta Zucchi

Conclusiones

Si se integran los datos de las tres líneas de evidencia directa (arqueológi-


ca, documental y etnológica), con los datos lingüísticos (evidencia indirecta)
(Sapir 1916: 394) y ambientales que hemos presentado, es posible formular
una serie de hipótesis que integran el nuevo esquema interpretativo sobre la
dispersión de los grupos Arawaco en el sector noroccidental de la Amazonía,
que estamos proponiendo. Las mismas se presentan a continuación:
1. Entre los 8000 y 5000 años a. p. los hablantes del proto-Arawako esta-
ban concentrados a lo largo de las riberas inundables del Amazonas central.
2. Entre los 5000 y 4200 años a. p.: a) el comienzo de una fase relativa-
mente seca, b) la probable disminución de los recursos acuáticos del sector,
y c) la llegada de nuevos grupos, fueron factores que probablemente dieron
origen a una redistribución de las poblaciones que estaban ocupando el Ama-
zonas central, con lo cual se produjeron expansiones y/o migraciones hacia
zonas contiguas o alejadas.
3. Como consecuencia de estas últimas, entre los 4200 y 3800 años a. p.
una parte de la población Arawaka penetró al Bajo Negro, convirtiéndose en
los proto-Maipure del Norte (Lám. 9).
4. La penetración y asentamiento de los hablantes del proto-Maipure del
Norte en el ambiente oligotrópíco del río Negro, aún más empobrecido debi-
do a la fase seca, probablemente hizo necesario: a) la ocupación de territorios
más extensos, b) una mayor espaciación entre los distintos asentamientos, c) el
establecimiento de un mayor control sobre los territorios ocupados, d) el surgi-
miento y/o refuerzo de las reglas de territorialidad, y e) una mayor eficiencia en
la producción (Ej.: agricultura) y/o un mayor control de la natalidad.
5. Como consecuencia de lo anterior, los hablantes del proto-Maipure del
Norte se subdividieron en cinco grupos, cada uno de los cuales se dirigió
y ocupó un sector determinado del noroeste amazónico. El primero de es-
tos grupos (proto-Curripaco) se dirigió al norte y se asentó a lo largo del
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 361

río Isana, el segundo (proto-Baré) se movió hacia el Alto Negro, el tercero


(proto-Manao) ocupó el Medio Negro, mientras que el cuarto grupo (proto-
Palikur) probablemente permaneció en el Bajo Negro. Simultáneamente,
el último grupo representado por los proto-Baniba-Lokono se dirigió hacia
el norte, desde donde los proto-Baniba se movieron hacia el Alto Guainía,
mientras que los proto-Lokono comenzaron su migración hacia el este, que
los condujo eventualmente a las Guayanas. Con este proceso de distribución
espacial se produjeron las primeras separaciones lingüísticas dentro del Mai-
pure del Norte.
En los actuales momentos, las hipótesis anteriores se basan en: 1) las
fechas de separación entre las lenguas más antiguas de este grupo lingüísti-
co (Baré-Curripaco 3813 a. p.; Baré-Palikur 3699 a. p.; Palikur-Curripaco
3588 a. p.; Curripaco-Baniva son 3017 a.p; Curripaco-Lokono 3813 a. p.),
2) los claros cambios en las condiciones hidrológicas de la Amazonía du-
rante el Holoceno, y 3) la ubicación de los territorios de los descendientes
de los Curripaco, Manao, Baré y Baniba, obtenida tanto de los datos etno-
gráficos como de las fuentes históricas.
6. Entre los 3800 y los 2800 años a. p.: a) el aumento progresivo de los
recursos acuáticos debido a la finalización de la fase seca, b) un mejor cono-
cimiento de los nuevos territorios, c) una mayor eficiencia en la producción,
y d) la baja densidad demográfica de la zona, fueron factores que probable-
mente estimularon el crecimiento de la población Arawaka y no Arawaka
del cuadrante noroccidental de la Amazonía.
7. Entre los 2800 y 2000 años a. p., el comienzo de una segunda fase seca,
los cambios en la cantidad y disponibilidad de los recursos en un sector de
ríos de aguas negras, y la existencia de una población más numerosa, proba-
blemente fueron factores que condujeron a una mayor competencia por los
recursos y con ello a un incremento de las tensiones intra- e intertribales.
8. Para aliviar estas tensiones, las poblaciones Arawakas y no Arawakas del
sector deben haber implementado una o varias de las siguientes alternativas:
362 Alberta Zucchi

1) establecimiento y/o refuerzo de la jerarquización de sus unidades sociales


(fratria, sib y grupo local de descendencia), 2) expansión y consolidación de
los territorios tribales y delimitación de aquellos correspondientes a cada una
de sus unidades sociales, 3) reubicación de algunos subgrupos en áreas menos
favorables de los territorios tribales (Ej.: curso alto de los ríos) y emigración
de algunas unidades sociales hacia sectores situados fuera de los territorios
ancestrales, 4) aumento de la eficiencia de producción y/o reducción de la
tasa de natalidad, y 5) establecimiento y/o reestructuración de las alianzas y
mecanismos de intercambio tanto a nivel interno como externo.
En los actuales momentos las tres últimas hipótesis se basan en dos tipos
de evidencias. La primera de ellas es la antigüedad de las separaciones entre
y a partir de las tres lenguas ancestrales (Manao-Baré 2607 a. p.; Manao-
Passé 2109 a. p.; Manao-Yumana 2180 a. p.; Curripaco-Yukuna 2678 a. p.;
Curripaco-Resigaro 2607 a. p.; Curripaco-Piapoco 2057 a. p.; Baniba-Gua-
jiro 2370 a. p.; Baniba-Taino 2232 a. p.; Lokono-Guajiro 2370 a. p.; Guajiro-
Taino 2114 a. p.; Baré-Wapishana 2370 a. p.; Baré-Guinao 2488 a. p.; Baré-
Igneri 2607 a. p.; Palikur-Manao 2844 a. p.
Aparentemente, solo tres de estas separaciones parecen haber implicado
migraciones fuera del cuadrante noroccidental de la Amazonía. La primera de
ellas fue la de los Piapoco, quienes, según su tradición oral, al separarse de los
Curripaco en el Isana, pasaron a los Llanos orientales de Colombia, sector en
donde aún se encuentra su territorio tradicional. La segunda fue la de los proto-
Igneri, quienes al separarse de los Baré se dirigieron hacia el norte de Suraméri-
ca. La tercera, en cambio, corresponde a los proto-Palikur, quienes comenzaron
su migración hacia las Guayanas en donde habitan sus descendientes.
La segunda línea de evidencia es la escasa presencia o ausencia de budares
en las etapas más tempranas de los complejos cerámicos del cuadrante no-
roccidental de la Amazonía (Triángulo Amazónico, Caquetá y Alto Negro)
y de otros relacionados (Ej.: material Cedeñoide del Orinoco Medio y la fase
Jauarí del Amazonas central; Zucchi 1989). Esto parece apoyar la idea de
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 363

que a comienzos de este período algunos grupos Arawaco de este sector aún
no poseían agricultura, o solo tenían una incipiente (Zucchi Ms). Lo anterior
coincide con lo que señalan las historias sagradas de algunos de estos grupos,
las cuales indican que los “ancestros míticos” o primeros ancestros subsistían
fundamentalmente a base de pescado (Wright 1981: 12), y no tenían agricul-
tura (Vidal 1987).
9. Las migraciones que ocurrieron durante este período desde los territo-
rios ancestrales de los proto-Curripaco (río Isana), proto-Baré (Alto Negro)
y proto-Manao (Medio Negro) hacia otros sectores del noroeste amazónico,
pueden ser relacionadas con aquellas que narran las tradiciones orales de sus
descendientes, sobre las cuales se tiene información.
10. El material arqueológico que se encuentra en cada una de las seis subá-
reas arqueológicas establecidas en el Territorio Federal Amazonas (Venezue-
la) puede ser relacionado con estas migraciones en la forma siguiente:
Piapoco-Maipure: subárea 2
Guipuinave: subárea 3
Warekena: subáreas 4 y 5
Yavitero: subárea 5
Mandahuaca (Baré): subárea 6
Mawacwa: subárea 7
La dos hipótesis anteriores se basan en: 1) la dirección y la ruta migratoria
que menciona la tradición oral de cada uno de los grupos, y que los llevó desde
su lugar de “emergencia” hacia el sector que, tanto según su propia informa-
ción como sobre la base de los datos etnográficos y etnohistóricos, constituye
su territorio tradicional.
Según los datos etnohistóricos (Lám. 10) se sabe que el territorio Maipure
comprendía la margen derecha del Orinoco, desde los raudales de Maipures
hasta el río Yao, así como algunos de sus afluentes como el Sipapo, Guayapo,
Autana, Tuapo y Ventuari (Gumilla 1963: 202; Caulin 1841: 67, 71; Cuervo
1893 (III): 96, 332; Gilij 1965 (I): 58-59). Por otra parte, Gilij (1965 (I):
364 Alberta Zucchi

132-135) señala que antes de ser llevado a las misiones del Orinoco, este gru-
po ocupaba el Bajo Ventuari desde su desembocadura hasta la del Manapia-
re. Otras fuentes, correspondientes a los siglos XVII y XVIII, mencionan la
presencia de Maipure en el Caquetá (Llanos y Pineda 1982: 59), en algunos
afluentes del Negro (Ej: Marie, Curicuriari) y en el Patavita, un afluente del
Guainía (Wright 1981: 602-606; Caulin 1841: 75).
Al momento de la llegada de los europeos, los Piapoco ocupaban una ex-
tensa zona comprendida entre la margen derecha del Meta (entre el Duya y el
Guanapalo), el Guaviare, Vichada, Inirida, Orinoco y Atabapo (Vidal 1987).
Los Guipuinave, quienes provenían del sur, en cambio, penetraron tardía-
mente al Atabapo y llegaron a ocupar todo el trecho de este río, así como
el Bajo Guaviare. Posteriormente pasaron al Alto Orinoco, lnírida, Sipapo,
Parú y Patavita (Vidal 1987).
Entre 1758 y 1760 los Warekena estaban localizados en diversas aldeas
del Guainía, Tirinquin, ltiwini (Ichani, Ikeven, Mee), Atacavi, Alto Ata-
bapo, así como en el caño Muruapo afluente del Casiquiare (Caulin 1841:
70,75; Cuervo 1893 (III): 224; 322-323; 325,327; Arellano Moreno 1964:
389). Otras fuentes señalan la presencia de Warekena en el río Marie, un
afluente del Negro, en el Bajo Isana, en el Siapa y en los raudales de Sao
Gabriel (Vidal 1987: 103).
En cambio, el territorio Baniba estaba centrado en el Alto Guainía, Pa-
tavita, Aki, Alto Xié y Tomo (Caulin 1841: 75; Cuervo 1893 (III): 322-323;
Sweet 1975), mientras que los Yavitero se concentraban en el Xié y en el
Tomo, y posteriormente se extendieron al Temi y Tuamini (Wright 1981:
602; Cuervo 1893 (III): 322-323, 325; Sweet 1975).
Por su parte, los Baré ocupaban el sector comprendido entre el Medio
Negro y sus afluentes (Ajuana, Marie, Iá y Shamani) hasta el Cababuris, a
partir de donde dominaban los Mandahuaca que eran una de sus parcialida-
des. Estos últimos se concentraban en el Siapa, Pamoni, Basiba, Pasimoni y
Baria (Caulin 1841: 773; Cuervo 1893 (III): 324; Wright 1981: 607).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 365

Finalmente, otros tres grupos Arawakos, sobre los cuales se posee poca
información, tenían la siguiente ubicación: los Mawakwa ocupaban el río
Mavaca y sectores adyacentes del Alto Orinoco, mientras que los Anauyá es-
taban en el río Castaño, que es un tributario del Alto Siapa (Loukotka 1968:
125-149). Los Guinao, por su parte, se concentraban en los ríos Merevari,
Canaraouni, Alto Caura y Padamo, así como a lo largo de los afluentes de
la margen izquierda del Ventuari y del Uraricoera, un afluente del Branco
(Koch-Grünberg 1982 (III): 268; Codazzí, 1960: 255).
11. Durante el período comprendido entre los 2000 y 1500 años a. p., del
Curripaco se separan el Mariate (Curripaco-Mariate 1896 a. p.) y el Wareke-
na (1841 a. p.), y estos últimos iniciaron el largo movimiento migratorio que
señala su tradición oral, el cual comenzó en el Isana y los condujo finalmente
a la subárea 4, sector que en la actualidad aún constituye su territorio. Igual-
mente, el Yavitero se separa del Baniba (Baniba-Yavitero 1505 a. p.) al iniciar-
se el movimiento que, desde el Xié, los condujo al Temi, Tuamini y Tomo.
12. A partir de la segunda mitad del período comprendido entre 1500
y 1000 a. p., y probablemente como consecuencia de la ocurrencia de una
tercera fase seca, se producen las últimas separaciones dentro del Curripa-
co, representadas por: el Tariana (1374 a. p.), el Wainuma (1161 a. p.) y el
Kabiyari (1095 a. p.). Los Tariana emprenden el movimiento migratorio
que señala su tradición oral y que los condujo desde el Isana hacia el río
Vaupés, mientras que los Kabiyari migran desde el Isana hacia el río Pira
Paraná. Igualmente, el Maipure se separa del Baniba (1171 a. p.) al iniciar
los primeros una migración que desde el Alto Guainía, Patavita, Aki, Alto
Xié, los condujo a la subárea 2 y al Tomo, es decir, al sector que ocupaban a
la llegada de los europeos.
13. Entre los 1000 y 800 años a. p., en los Llanos orientales de Colombia
(sector Guaviare-Uva), el Achagua se separa del Piapoco (879 a. p.), al ini-
ciar los primeros el movimiento migratorio que los condujo al Manacacias
y al Meta.
366 Alberta Zucchi

Con lo anterior concluye el modelo sobre el proceso de dispersión de los


Arawako en el sector noroccidental de la Amazonía y Orinoquia colombiana,
que permite proponer la combinación de los datos disponibles en la actualidad.

Notas
1. Los ríos Canaris y Apaporis estaban habitados por la gente Tigre o Hehechu. Dado que Herrera Ángel
(1976: 224) señala que el subgrupo con mayor jerarquía de los Tanimuka o Ufaina (Tukano) se le conoce con este
nombre, Vidal (1987) ha sugerido la posibilidad de que se tratara de la misma gente, lo cual indicaría que los Tukano
ya ocupaban el sector Canaris-Apaporis en el momento de la llegada de los Kabiyari. Lo anterior parece recibir apoyo
de los datos de Wright (1981: 113), quien señala que la tradición oral de los Hohodene (Curripaco) indica que una de
sus fratrias denominada Kawidzuli, cuya gente habitaba el Bajo Ayarí, abandonó definitivamente dicho sector.
2. En la actualidad el caño San Miguel aún constituye el corazón del territorio Warekena (Vidal 1987; Gonzá-
lez Ñáñez, comunicación personal).
3. De la población Piapoco que remontó el Uva se separó el sib Atsawa-nai o Achagua, cuya gente tomó un
camino de sabana que los condujo al Manacacias y al Meta (Vidal 1987).

Lámina 1. Relaciones genéticas entre algunas de las lenguas que integran el grupo
Maipure de Norte, incluyendo fechas grotocronológicas
Lámina 2. Movimientos migratorios según la tradición oral.
Lámina 3. Distribución de los sitios arqueológicos.
Lámina 4. Sub-áreas arqueológicas del Territorio Federal Amazonas.
Lámina 5.
Lámina 6.
Lámina 7.
Lámina 8. Fluctuaciones climáticas durante el Holoceno. Son señalados los
períodos caracterizados por una disminución de la precipitación efectiva.
Lámina 9. Esquema interpretativo.
Lámina 10. Localización de algunos grupos Arawacos.
La diáspora de los arahuacos-maipures
en el norte de Suramérica y el Caribe (2008)*
Alberta Zucchi

Introducción

La familia arahuaca es una de las familias lingüísticas americanas que


cuenta con el mayor número de lenguas y que presenta la mayor distribución
geográfica (Fig. 1). A partir de Gilij (1965, Vol. III), quien fue el primer autor
en identificarla, se han producido nuevas clasificaciones que han ido refinan-
do y ampliando los planteamientos iniciales (Greenberg, 1956; Taylor, 1977;
Noble, 1965; Key, 1979; Matteson, 1972; Migliazza, 1982; González Ñáñez,
1985, l986; Derbishire, 1986; Wise, 1986; Payne, 1991).
Sintetizando toda esta información, Vidal (1994: 4) elaboró un esque-
ma en el que se pueden apreciar las dos primeras grandes divisiones que se
produjeron al interior de dicha familia lingüística (Fig. 2). Con base en los
cálculos de Noble también se ha señalado que la primera de estas separacio-
nes pudo haberse producido entre los 4000 y 3500 años a. p., probablemente
* Publicado originalmente en: 5to Encuentro de Investigadores de Arqueología y Etnohistoria, Instituto de Cultura Puertorriqueña,
2008
378 Alberta Zucchi

al comienzo de una fase seca cuando la gradual disminución de los recursos


acuáticos pudo haber influenciado una redistribución de la población en el
Amazonas central (Zucchi, 2002: 199-222).
Uno de los grupos que salieron del Amazonas central aparentemente pe-
netró a la cuenca del río Negro y se asentó en diferentes sectores de la mis-
ma, dando origen al surgimiento del grupo de lenguas denominado “proto-
maipure del norte” o “proto-newiki” (Zucchi, 2002: 218). Por otra parte, la
tradición oral de diversos grupos maipure del norte (Ej: warekena, baniba,
piapoco, baré, wakénai (curripaco), kabiyari, yukuna y tariana) señala que
uno de estos sectores ancestrales fue la cuenca del río Isana, mientras que
los tres primeros grupos que se asentaron allí fueron los ancestros de los ho-
hódene (wakénai o curripaco), baré y waríperi-dakéenai, mientras que otros
grupos llegaron posteriormente (Vidal, 1989, 1994; Zucchi, 2002).
Entre los 3000 y 2500 años a. p., con la llegada de nuevos grupos proto-
maipures a la zona del Isana, la incorporación de otras parcialidades (Ej.:
tukano, maku) y los matrimonios interétnicos, así como unas mejoras téc-
nicas agrícolas, pueden haber sido algunos de los factores que condujeron
al aumento de la población local. Parece haber sido precisamente a partir de
este momento cuando comenzó la expansión de los maipures en el sector no-
roccidental de la Amazonía, así como las primeras migraciones a distancias,
movimientos estos que dieron origen a las primeras lenguas matrices (Ej.:
proto-curripaco, proto-baré, proto-banibamanao y proto-palkur). De estas
lenguas matrices se desprendieron todas las demás que integran el grupo
maipures del norte en diferentes momentos y lugares.
El resto de este trabajo se concentrará en tres aspectos cuya comprensión
es fundamental para la interpretación de la diáspora maipure y de los datos
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 379

arqueológicos correspondientes a estas ocupaciones: 1) el sistema de creen-


cias y su articulación con todos los aspectos de la vida, 2) el área ancestral, el
proceso migratorio y la apropiación de nuevos territorios y 3) los procesos de
fusión, fisión y re-creación societaria.

El sistema de creencias

En los grupos maipures existe una estrecha relación entre los ciclos de
creencias, la estructura social y el origen y antigüedad de las diversas uni-
dades de descendencia. En la historia oral de estos grupos, esta relación se
expresa en los relatos sobre lugares sagrados en donde ocurrieron ritual y/o
secularmente procesos de creación y re-creación del mundo y de los seres hu-
manos (VidaI, 1987: 136).
Si bien este sistema religioso conforma un continuum que se extiende desde
la creación del mundo hasta nuestros días, en el mismo se pueden diferenciar
claramente dos ciclos o períodos. El primero de ellos comienza con el mito de
origen de Napiruli (Iñapirikuli) e incluye una serie de otros mitos sobre los
parientes y sus enemigos. En el mismo Napiruli (creador) establece un espacio-
tiempo cerrado en el cual los procesos cosmogónicos de creación se desarrollan
en el marco de reglas de parentesco (patrilocalidad y descendencia patrilineal,
servicio de la novia), y axiomas culturales que dan orden a las experiencias so-
ciales cotidianas (Hill, 1983: 92). El creador instauró el orden y generó a los
primeros seres sacándolos de unos pozos localizados en determinados raudales
localizados en ciertos afluentes del río Negro (Ej.: Hípana, Enu-koa). Una vez
extraídos los primeros ancestros, el creador los distribuyó en un territorio de-
terminado adyacente a su lugar de emergencia y les asignó los lugares en donde
residirían sus descendientes vivos y muertos (Vidal, 1987: 121).
El segundo ciclo, en cambio, se centra en la madre y el hijo primordiales
Amaru y Kúwai, así como en la separación de los animales sociales en cate-
gorías de especies naturales y seres humanos (Hill, 1983: 91-119; Wright,
380 Alberta Zucchi

1981: 353-477; Vidal, 1987: 120; Wright y Hill, 1986: 31-54). El mismo
contiene un caudal de simbolismo sexual y psicológico y también se refiere
a la transición desde el espacio-tiempo mítico durante el cual los seres an-
cestrales emergieron desde la tierra hacia un segundo espacio-tiempo mítico
durante el cual los hombres y las mujeres comenzaron a procrear por medio
del contacto sexual. Los mitos de este ciclo explican cómo las condiciones,
instituciones y órdenes que se iniciaron en los tiempos míticos fueron dados a
toda la gente de hoy. También señala la expansión del mundo a sus dimensiones
actuales, la separación de los mundos espiritual y humano y la transformación
de los hombres en seres culturales, la introducción de la agricultura, el estableci-
miento de las sociedades secretas masculinas y de las ceremonias de iniciación de
jóvenes de ambos sexos, el origen de las enfermedades, así como el paso de las al-
mas al momento de la muerte (Wright, 198l: 354; Hill, 1983; Vidal, 1987, 1994).
En los códigos contenidos en estos mitos también se evidencian amplios
conocimientos geográficos, geopolíticos, ecológicos, botánicos y zoológicos
adquiridos durante una serie de exploraciones por Suramérica, las cuales se-
ñalan: a) los viajes míticos que fueron llevados a cabo por el Kúwai, b) la
ubicación de lugares sagrados relacionados con la creación o emergencia de
la gente o con la llegada de uno o más grupos a una región, c) los lugares
en donde se celebraron ceremonias shamánicas o del culto del Kúwai, d) la
ubicación de recursos estratégicos seculares o rituales, y finalmente, e) una
impresionante red de caminos fluviales y fluvio-terrestres. Es por esto que la
religión del Kúwai también se asocia con un mapa mental o imagen de sitios
y rutas sagradas que representa una infraestructura simbólica que presenta
determinados lugares físicos y espirituales de este y de otros mundos o planos
del cosmos, el cual está basado en el conocimiento y en las enseñanzas lega-
das por este personaje mítico a los antepasados y a sus descendientes (Vidal,
1994; Vidal y Zucchi 2000: 93). Ambos cultos son códigos que permiten re-
crear, transformar y adaptar a las sociedades maipures en nuevos contextos
espacio-temporales (Zucchi, 1993: 134).
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 381

El área ancestral, las migraciones


y la apropiación de nuevos territorios

Cuando se desea reconstruir el lugar de origen o área ancestral de los gru-


pos cuyas lenguas pertenecen al grupo maipure del norte es necesario recu-
rrir a diversas líneas de evidencia.
A pesar de que la información sea aún incompleta, los datos disponibles
sugieren que con el movimiento hacia la cuenca del río Negro se produjo
la separación del grupo maipure del norte, y que en este sector sucedieron
las posteriores separaciones de las diversas lenguas que lo integran (Noble,
1965; Migliazza, 1982; González Ñáñez, 1984, 1985, 1986; Payne, 1991).
Por ello no es aventurado pensar que en este sector podrían encontrarse las
áreas ancestrales de la mayoría de los grupos cuyas lenguas pertenecen a este
grupo lingüístico.
Por otra parte, los datos lingüísticos señalan que existe una estrecha vin-
culación entre las lenguas que integran el subgrupo tierra adentro-río Negro
(Payne 1991). Si bien las cifras de correlación disponibles aún no tienen la
suficiente precisión para permitir el establecimiento de una clasificación ge-
nética definitiva, algunos autores han sugerido que en épocas muy antiguas
se produjeron diversas separaciones dentro de este grupo de lenguas y que
cada uno de los grupos ocupó determinadas áreas de la cuenca del río Negro.
Esto no solamente explicaría la estrecha relación que existe entre estas
lenguas, sino que también confirmaría que el Isana fue una de estas áreas
ancestrales de la cuenca del río Negro. Esta información permite pensar que
cada uno de los sectores del Negro en donde se asentó un grupo o sociedad
matriz maipure, fue transformado simbólicamente en “el mítico lugar del ori-
gen del mundo y de emergencia de los primeros ancestros” no solo para estos
primeros pobladores y sus descendientes locales, sino para aquellos quienes,
desde estos lugares y en diferentes momentos, emigraron definitivamente ha-
cia otras zonas de Suramérica. Fue precisamente en estas zonas en donde
382 Alberta Zucchi

cada sociedad matriz inició su proceso de inscripción en la tierra, es decir,


en un espacio geográfico determinado “el cual esta codificado, organizado y
orientado de acuerdo a características específicas que dependen de la filia-
ción, del origen de la organización social, así como de las relaciones de alian-
zas y pensamiento” (Bourgue, 1976: 13).
Entre los maipures también existe una estrecha relación entre los ci-
clos de creencias, la estructura social y el origen y antigüedad de las di-
versas unidades de descendencia. En la historia oral esta relación se ex-
presa en los relatos sobre lugares sagrados en donde ocurrieron ritual y/o
secularmente procesos de creación y re-creación del mundo y de la gente
(Vidal, 1987: 136). Diversos grupos cuyas lenguas pertenecen al grupo
maipure del norte (Ej. curripaco, warekena, baniba, piapoco, kabiyari,
yucuna y tariana), algunos de los cuales habitan actualmente en zonas
alejadas, coinciden en señalar que su lugar de origen se encuentra en un
raudal ubicado en el Alto Isana y sus af luentes (González Ñáñez, 1968;
Wright, 198l: 10; Llanos y Pineda, 1982; Vidal, 1987: 138). Esto no solo
podría explicar la estrecha relación que existe entre este grupo de lenguas,
sino que también parece confirmar que la cuenca del Isana fue una de las
áreas ancestrales de la cuenca del río Negro (Zucchi, 1993: 134-135).
Por otra parte, tanto los datos etnográficos como las tradiciones orales
de diversos grupos señalan que desde estas zonas ancestrales y sociedades
matrices se desprendieron gradualmente subgrupos (sibs y fratrias) cuya
gente emprendió migraciones permanentes hacia otros sectores de la pro-
pia cuenca o del norte de Suramérica y del Caribe (Bourgue, 1976: 117-
143; Wright, 1981: 11- 12; Vidal, 1987: 144). Para estos desplazamientos
cada uno de los grupos siguió una ruta particular que incluyó vías f lu-
viales y terrestres, generalmente conocidas como “Caminos del Kúwai”
(Vidal y Zucchi, 2000) (Fig. 3).
Desde el punto de vista ritual-simbólico, estos caminos no solamente
incluyen los viajes míticos de este personaje, sino los procesos rituales
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 383

para dar nombre a los lugares geográficos, así como las conexiones entre
los diferentes planos cósmicos. En cambio, en el aspecto secular articulan
una compleja red de rutas que conectan diferentes regiones de Suramé-
rica, que incluyen los caminos abiertos por los Kúwai de cada grupo, y
además ref leja la extensión de las áreas exploradas lo largo del tiempo, la
ubicación y límites de los distintos territorios tribales, así como distintos
sitios y los hitos que han sido explorados y/o utilizados para fines rituales
y seculares por cada uno de los grupos maipures y sus aliados (Vidal y
Zucchi, 2000: 87-109).
Si se acepta la hipótesis de que los emigrantes tempranos se despren-
dieron de alguna de las sociedades matrices, la siguiente pregunta que
debemos hacernos tiene que ver con: a) las características de la migración
permanente de los maipures y b) la transformación de un nuevo territorio
en el territorio tradicional. Cuando observamos la amplia distribución
de las lenguas que integran el grupo maipure del norte es evidente que
en esta diáspora las emigraciones jugaron un rol fundamental. Si bien
las investigaciones sobre las migraciones maipures han sido escasas, los
datos disponibles indican que estos son procesos históricos, variables en
tiempo y en el espacio y cuya causalidad fue múltiple. Un estudio reciente
(Vidal, 1987) señala que existen cuatro tipos: estacional, temporal, per-
manente y de retorno, y que en cada uno de ellos la causalidad, duración
y composición del grupo emigrante es distinta (Vidal, 1987:22-23). Aquí
nos ocuparemos solamente de la emigración permanente, que representa
el traslado definitivo de un grupo hacia una zona que esta fuera de su
territorio ancestral.
Entre los maipures la emigración permanente es un proceso que in-
volucra tres fases: a) la exploración preliminar, b) el traslado propiamen-
te dicho, y c) la progresiva ocupación y adaptación al área receptora. La
exploración preliminar generalmente es llevada a cabo por grupos de
hombres, y está destinada a explorar nuevas áreas potenciales, establecer
384 Alberta Zucchi

contactos con sus pobladores, seleccionar una de ellas y tramitar con sus
ocupantes el permiso correspondiente de asentamiento. Una vez obtenido
este permiso, los exploradores proceden a preparar los primeros cultivos y
luego regresan a su lugar de procedencia. Después del regreso, comienzan
los preparativos para la emigración de todo el grupo.
Una vez en el lugar de destino, se producen otros procesos rituales y se-
culares. El primero de ellos es la re-creación o reorganización del grupo y la
distribución de las unidades sociales en la nueva tierra, mientras que el segundo
es la transformación de la nueva tierra en el lugar de los emigrantes. Durante
el primero de estos procesos entra en vigencia el culto del Napituli y el jefe del
grupo asume ritualmente los poderes de este personaje mítico para “re-crear” a
la gente y a las unidades de descendencia con su respectiva posición jerárquica,
y finalmente, procede a distribuirlos en la nueva tierra. A través de este proceso,
determinados sitios de las zonas receptoras adquieren un carácter sagrado, por
haber sido los lugares en donde líderes shamanes llevaron a cabo la transfor-
mación ritual de los jefes de los patrilinajes emigrantes en los hermanos ances-
trales, es decir, en los fundadores de los sibs que integran una nueva fratria. En
este contexto, a estos últimos se les asigna: a) un oficio o especialidad, b) una
posición jerárquica dentro de la fratria, c) un símbolo totémico y otras parafer-
nalias rituales, así como d) un área específica dentro del nuevo territorio. Es a
través de este proceso ritual-secular que un grupo de emigrantes deja de ser lo
que era, para convertirse en una sociedad nueva y distinta de aquella de la cual
se desprendió (Hill, 1983: 40-42; Vidal, 1987: 137).
Una vez que el primer asentamiento ha sido establecido, se llevan a cabo
otros ajustes sociales, económicos y políticos, mientras que también se estable-
cen procesos formales con los vecinos, los cuales darán forma a su inserción e
interacción con el nuevo ambiente natural y social (Zucchi, 2002: 208-209).
Cuando una unidad social maipure toma la decisión de emigrar per-
manentemente hacia algún lugar ubicado fuera de su territorio ancestral
o tradicional, se produce un regreso simbólico al comienzo del mundo, ya
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 385

que tanto el jefe como el resto de los emigrantes se transforman en el Kúwai


y su tropa. En cambio, una vez en el lugar de destino entra en vigencia el
culto del creador, mediante el cual las cualidades y poderes shamánicos de
este personaje son transferidos al jefe del grupo, quien procede a “re-crear”
simbólicamente a la gente y sus unidades de descendencia.
Una vez ocurrido lo anterior, mediante la construcción ritual de un nuevo
modelo cosmológico se produce la transformación de la nueva tierra en el terri-
torio del grupo. Diversos especialistas han señalado que los paisajes son el re-
sultado de la acción humana sobre ambientes naturales específicos a lo largo del
tiempo (Schama, 1995: 10), mientras que otros han enfatizado la importancia
de los paisajes como una de las formas que existen para encapsular y transmitir
la memoria histórica entre sociedades ágrafas (Feld y Basso, 1997; Friedland y
Boden, 1994; Santos Granero, 1998: Renard-Casevitz y Dolfus, 1988).
Estudios recientes (Ruette, 1998; Vall, 1998) de tres grupos arahuacos
que actualmente ocupan dos afluentes del río Guainía en el estado Amazonas
de Venezuela (warekena, baniba y curripaco) señalan que sus modelos cosmo-
lógicos son el resultado de eventos míticos e históricos que fueron moldeados
en el paisaje, en la memoria de la gente, en las narrativas y en los cantos sagra-
dos. Dado que no existe una relación de dependencia entre las características
físicas de los lugares y las narrativas asociadas con ellos, esto indica que los
modelos cosmológicos operan dentro de límites culturales establecidos y que
un rasgo topográfico especifico o significado puede ser seleccionado de toda
una gama de posibilidades.
El lugar es la unidad espacial básica a través de la cual se expresan los
significados simbólicos y, dado que las narraciones míticas e históricas se ex-
tienden en el paisaje, permiten la coexistencia de diferentes tiempos y eventos
simbólicos en el espacio. Debido a esto, un lugar puede expresar disconti-
nuidades que encapsulan diferentes procesos míticos e históricos y también
diferentes tipos de conducta social (Zucchi, 2002: 206) (Fig. 4). Ya que la
experiencia de los lugares evoca distintos pasados, el tiempo y el espacio se
386 Alberta Zucchi

convierten en dimensiones inseparables. La semántica del espacio y la cons-


trucción de los lugares conllevan un proceso de interpretación del pasado me-
diante el cual se nombran nuevos lugares y se les asignan nuevos significados
a lugares previamente construidos.
La distribución espacial de las narrativas confirma estas ideas e indica
que estos grupos han utilizado tanto la narración como los cantos rituales
para inscribir eventos míticos e históricos en el paisaje. La distribución
espacial de las narrativas sobre el comienzo del mundo y sus fronteras
temporales y simbólicas se relacionan con el ejercicio del poder por par-
te de los segmentos dominantes de la sociedad. Las fronteras espaciales
se construyen con narraciones que legitiman la existencia de sociedades
secretas que son controladas por los hombres. Es por ello que algunos
de los límites espaciales de las áreas estudiadas están estructurados en
categorías de edad y género e imponen prescripciones y restricciones de
comportamiento. De esta forma, la representación espacial se convier-
te en un medio perfecto para transmitir e imponer en la vida cotidiana
de estos grupos los contenidos de las narrativas míticas e históricas que
Iegitiman el orden social (Ruette, 1998; Vall, 1998; Zucchi, et ál. 2001;
Zucchi, 2002).
El proceso de escritura basado en hitos geográficos que resulta de la
acción humana o de seres míticos ha sido denominado por Santos Gra-
nero (1998: 40-41) como “escritura topográfica”. El mismo autor deno-
mina aquellos elementos del paisaje que han adquirido su configuración
por las acciones humanas o míticas pasadas como “topogramas”. Los to-
pogramas no solamente incluyen aquellos elementos del paisaje que han
sido modificados por la acción del hombre (viejos conucos, sitios de ha-
bitación, minas), sino también los petroglifos, las pinturas rupestres, así
como otras señales hechas intencionalmente por el hombre. Cuando estos
topogramas se combinan secuencialmente para formar largas narrativas
se convierten en lo que se ha denominado como “tipógrafos”.
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 387

Mediante este proceso de inscribir eventos específicos de una historia mí-


tica común en nuevos paisajes, los diferentes grupos maipures que emigraron
en distintos momentos desde el Isana han extendido el reducido mapa del
mundo mítico centrado en esta región, hasta otros territorios adyacentes o
distantes. Los sucesivos episodios de escritura topográfica que se produjeron
en diferentes momentos y lugares han contribuido a mantener un sentido de
identidad étnica y cultural entre los diferentes grupos maipures, aun entre
aquellos que actualmente ocupan zonas distantes (Zucchi, 2002: 199-222).
Con base en esta información es posible sugerir que el primer proceso de
escritura topográfica ocurrió en el río Isana, después de la llegada de los pri-
meros grupos. A través de este proceso, determinados elementos del paisaje
del Isana (Ej.: los raudales de Isana y Enúkoa) fueron transformados en el
ombligo del mundo, el lugar en donde se produjeron los principales eventos
de creación y transformación mítica y desde donde los ancestros míticos y
sus descendientes humanos emergieron. Los informantes señalan que fueron
precisamente los ancestros los que hicieron los petroglifos que se encuentran
en las rocas de estos raudales para que sirvieran como recordatorios perma-
nentes de los eventos míticos que allí tuvieron lugar. Es por ello que los espe-
cialistas religiosos los visitan regularmente.
Es a través de este proceso ritual de escritura topográfica que elementos
específicos del paisaje (rocas, cuevas, raudales, sabanas, montañas, etcétera) se
convierten en topogramas y tipógrafos, lo que permitió que una nueva área
se transformara en el territorio tradicional de cada uno de estos grupos. Esta
apropiación inicial de nuevos territorios fue gradualmente reforzada y enri-
quecida por continuos procesos de escritura topográfica, a través de los cua-
les nuevos eventos de la historia de cada grupo fueron encapsulados en nuevos
lugares o elementos del paisaje, o en lugares o elementos ya nombrados. Esta
información permite sugerir que el poder ritual debió ser un componente fun-
damental del proceso expansivo maipure, tal como lo indica la adopción ritual
de los poderes mágicos de Iñapirrikuli y Kúwai para planificar y organizar las
388 Alberta Zucchi

migraciones, recrear la sociedad en diferentes contextos espaciales y tempora-


les, construir nuevos territorios y distribuir la población en ellos.

Los procesos de fisión, fusión y re-creación societaria

Tanto los datos etnográficos como las tradiciones orales de diversos gru-
pos maipures señalan que a partir de las áreas ancestrales (ubicadas en la
cuenca del río Negro) y de las sociedades matrices, gradualmente se despren-
dieron subgrupos (sibs y fratrias) cuya gente emprendió migraciones per-
manentes hacia otros sectores de la cuenca o hacia zonas aún más alejadas
(Bourgue, 1976: 117-143; González Ñáñez, l981: 172-186; Wright, 1981:
11-12; Vidal, 1987: 144), utilizando para ello los Caminos del Kúwai. Ahora
bien, la pregunta que en este punto debemos hacernos se relaciona con los
mecanismos que posibilitaron que estas subunidades sociales migrantes lle-
garan a transformarse en unidades sociales mayores y/o en nuevas sociedades
diferenciadas de aquellas que les dieron origen.
Las sociedades maipures están organizadas en fratrias patrilineales, exo-
gámicas y localizadas que están integradas por sibs patrilineales, exogámi-
cos, localizados y jerarquizados de acuerdo con el orden de emergencia o
nacimiento de cada uno de los hermanos agnáticos ancestrales. Los sibs se
asocian con roles u oficios específicos cuyo rango es el siguiente: capitanes,
shamanes, guerreros, dueños de cantos y bailes y servidores. Entre estos gru-
pos los procesos de fisión, fusión y surgimiento de nuevas sociedades están
estrechamente vinculados con determinadas características de la estructura
social, como la jerarquización, la exogamia y la localización de las unidades
de descendencia (Vidal, 1987: 216).
La jerarquización está determinada por diversos factores corno: a) el or-
den de emergencia o nacimiento de los ancestros míticos o el orden de llega-
da de los antepasados reales de un grupo al territorio tribal, b) el origen no
maipure de los antepasados de ciertas unidades sociales, y c) la pérdida total
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 389

o parcial de territorio (Vidal, 1987: 186). Las unidades sociales de mayor


jerarquía ocupan los sectores más favorables del territorio, mientras que las
que poseen un rango menor no solo se ubican en los sectores menos favo-
rables sino que tienen la obligación de proteger y defender a las primeras.
Es probable que estas sean dos de las razones que hacen que las unidades
sociales de menor jerarquía muestren una mayor propensión a la escisión y a
la migración (Vidal, 1987: 217-218; Zucchi, 1991: 370).
Entre los maipures las fisiones pueden ser temporales o permanentes. El
primer caso se refiere a la separación temporal de una o más unidades sociales
(comunidades, sibs o fratrias) de una parcialidad o grupo tribal, a la que suce-
de el regreso una vez desparecidas las causas que la generaron. En cambio, la
fisión permanente tiene un carácter definitivo y además incluye la progresiva
reorganización o reestructuración de la unidad social, lo cual le permite cons-
tituirse en una unidad mayor de descendencia, ya sea en forma autóctona, o a
través de la fusión con otra unidad social maipure o de otra etnia.
A su vez, las reglas de exogamia no solo determinan que los sibs y las fra-
trias requieran de otras unidades homónimas o de otros grupos para repro-
ducirse biológica y culturalmente, sino que hacen posible que ello ocurra. La
única excepción a esto es mediante el proceso ritual de “re-creación” de la gen-
te, a través del cual los líderes shamanes pueden transformar a los subgrupos
y parcialidades en nuevas entidades sociales. Mediante este proceso, cuando
un sib se separa de su fratria, cada patrilinaje puede transformarse en sib,
creándose de esta forma una nueva fratria, la cual, con el tiempo, puede dar
origen a su vez a nuevos sibs y fratrias y/o convertirse en un grupo diferencia-
do (Fig. 5).También existe la posibilidad de que dos sibs de una o dos fratrias
diferentes se separen y luego se unan para constituir una nueva fratria u otra
unidad mayor de descendencia.
Las fratrias maipures pueden ser recreadas en diferentes contextos es-
pacio-temporales de acuerdo con el modelo ideal de una fratria compuesta
por cinco sibs jerarquizados. Esto significa que si una fratria se separa de un
390 Alberta Zucchi

grupo, cada uno de sus sibs al escindirse tendrá el potencial para constituirse
en un nuevo grupo. En cambio, cuando son los miembros de un linaje o de
un pueblo los que se separan de un determinado grupo y emigran hacia otro
territorio, su continuidad física, socioeconómica y política solo puede ser ga-
rantizada a través de la fusión con otras unidades de descendencia maipures
o no-maipures. Por carecer de la capacidad ritual y secular para re-crear un
nuevo orden social, con la fusión, estos segmentos perderán tanto su condi-
ción diferenciada, como la posición jerárquica que tenían al interior de su
propio grupo, ya que con la asimilación a otra u otras parcialidades general-
mente tendrán un rango menor.

Conclusiones

Para concluir, trataremos de examinar brevemente las implicaciones que


la información presentada tiene para los arqueólogos que trabajan en áreas
antiguamente habitadas por grupos maipures.
1. La combinación de información procedente de distintas disciplinas
nos ha permitido establecer que los distintos territorios maipures incluyen
una multiplicidad de lugares seculares y rituales (Ej.: asentamientos, sitios
de emergencia de los ancestros, de re-creación societaria, ceremoniales, et-
cétera) (Fig. 6) que representan la inscripción que sus ocupantes han hecho
de los eventos de su historia mítica y secular, presente y pasada en el paisaje.
Este proceso de darle un espacio a la historia no solamente permitió a cada
grupo transformar una nueva tierra en su territorio tradicional, sino también
mantener el vínculo con los primeros ancestros y con el territorio ancestral.
La utilización de todas estas evidencias no solo ha sido fundamental para la
localización de sitios arqueológicos en áreas cubiertas por una espesa selva
tropical, en donde la mayoría de los métodos tradicionales de prospección
son inoperantes, sino para la interpretación de su significado. Ejemplos de
esto último son los petroglifos que se encuentran en los raudales de Hípana
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 391

y Enúkoa (cuenca del Isana), y el yacimiento de La Punta que se encuentra


en la confluencia del Atabapo, Guaviare y Orinoco, el cual tiene montículos,
petroglifos y un puerto originalmente flanqueado por dos monolitos. En el
primero de estos casos, si el arqueólogo prescindiera de la historia mítica y
de la participación de los especialistas religiosos, seguramente no podría ir
más allá de una descripción de la orientación y características de los motivos,
que luego compararía con otros petroglifos locales o regionales, aventurando
interpretaciones cuya validez, en el mejor de los casos, seria dudosa. En cam-
bio, la utilización de la historia mítica, de la tradición oral y del conocimiento
de los líderes religiosos tradicionales permitió conocer la forma de lectura
del conjunto, la identificación de cada símbolo o conjunto de símbolos, así
como su articulación con los principales eventos de los dos ciclos míticos (Ej.:
la madre primordial y los demás personajes míticos, las trompetas sagradas
del Kúwai, etcétera). Según los informantes, estos petroglifos fueron hechos
por los primeros ancestros como recordatorio permanente de los eventos mí-
ticos que allí ocurrieron. Es por ello que este sector ha adquirido un pro-
fundo carácter sagrado, el cual explica por qué los especialistas religiosos de
diversos grupos maipures lo visitan regularmente para fortalecer y refrescar
el conocimiento y las enseñanzas de los personajes míticos (González Ñáñez,
comunicación personal).
A su vez, el yacimiento La Punta también tiene una importancia y un sig-
nificado ritual oculto que trasciende la información meramente arqueológica.
En efecto, según la tradición oral de los piapocos, a lo largo de su migración
ancestral desde el Isana hasta su territorio tradicional, que abarcaba un am-
plio sector del Orinoco colombiano y del Alto Orinoco (Fig. 7), se produjeron
diversos procesos de “re-creación” societaria. Los informantes señalan que el
último de estos procesos, el cual dio origen a las fratrias y sibs que existen
actualmente en este grupo, ocurrió precisamente en La Punta. También aña-
den que los petroglifos que allí se encuentran son los símbolos frátricos que
fueron asignados a cada una de las unidades sociales.
392 Alberta Zucchi

2. Todos los esquemas anteriores sobre la expansión maipure (Lathrap,


1970; Rouse, 1985; Oliver, 1989), basados en una información mucho más
limitada, propusieron al Negro-Casiquiare-Orinoco como la principal ruta
migratoria que desde el Amazonas central llevó a estos grupos hasta el Ori-
noco, las Guayanas y, finalmente, hacia las islas del Caribe. No obstante,
y como ya indicamos, tanto los relatos asociados con los viajes del Kúwai
como el estudio de las migraciones ancestrales de dos de los grupos maipures
que actualmente ocupan sectores del Alto Negro-Alto Orinoco y el sur del
Orinoco colombiano evidencian que para sus movimientos exploratorios y
expansivos utilizaron una multiplicidad de rutas fluviales, terrestres y fluvio-
terrestres, muchas de las cuales aún se utilizan.
3. Tradicionalmente la expansión maipure ha sido asociada por los diver-
sos autores con las alfarerías saladoide y barrancoide (Lathrap, 1970; Rouse,
1985: 9-21), aunque en la década de los 80 otro autor también les atribuyó
algunos estilos polícromos del occidente de Venezuela y del oriente de Co-
lombia (Oliver, 1989). Todos estos esquemas se construyeron extrapolando
evidencias del Amazonas y relacionándolas con las del norte de Suramérica
y del Caribe, sin contar con información arqueológica del extenso sector in-
termedio; es decir, la cuenca del Negro, un área que tanto la lingüística como
la tradición oral y la mitología señalan como zona ancestral del grupo de
lenguas que integra el maipure del norte. Durante nuestras investigaciones a
lo largo del Alto Orinoco, Casiquiare, Alto Negro y Guainía, no se encontró
ningún material saladoide o barrancoide; en cambio, se pudieron establecer
diversos complejos cerámicos que comparten rasgos formales, estilísticos y
decorativos con ciertas fases, estilos y complejos del norte del Amazonas, con
la cerámica cedeñoide del Orinoco Medio, así como con algunos materia-
les de las Antillas Mayores. Estas similitudes permitieron el establecimiento
de una nueva tradición cerámica denominada de “líneas paralelas” (Fig. 8 y
9) (Zucchi, 1991). Todos los yacimientos que hemos ubicado en Venezuela
se encuentran en territorios tradicionales maipures, y algunos de ellos aún
Arqueología de los Llanos Occidentales y el Orinoco 393

estaban ocupados por estos grupos al momento de la penetración europea,


mientras que otros se transformaron en pueblos de misión o civiles. Por todo
ello, esta nueva tradición ha sido asociada con la expansión maipure y con
grupos estrechamente relacionados con ellos. No obstante, esto plantea una
enorme interrogante: si la cerámica de la tradición de líneas paralelas fue la
cerámica de los grupos arahuacos-maipures, ¿por qué los maipures que po-
blaron las Antillas eran portadores de cerámica saladoide?
A pesar de que la evidencia disponible es aún incompleta, pensamos que si
se conjugan datos lingüísticos y la arqueología cedeñoide del Orinoco Medio
y se articulan con la información sobre las migraciones maipures, la compo-
sición de los grupos de migrantes, las diversas formas de interacción con las
poblaciones locales y los procesos de fisión y fusión, es posible presentar una
explicación hipotética, que por supuesto solo podrá verificarse o rechazarse
mediante futuras investigaciones.
Según los datos lingüísticos, el baré se separó del curripaco, otra de las
lenguas matrices hace aproximadamente unos 3800 años (1800 a. p.), mien-
tras que el igneri se separó del baré hace unos 2500 (650 a. p.) (Vidal, co-
municación personal). Por su parte, las investigaciones arqueológicas en el
Orinoco Medio han señalado que los portadores de la alfarería cedeñoide pu-
dieron haber penetrado a la zona antes del primer milenio a. p. Con base en
estas evidencias arqueológicas y lingüísticas, podemos asumir tentativamente
que en algún momento del segundo milenio a. p. pequeños subgrupos baré
se desprendieron de su sociedad matriz y se dirigieron al Orinoco Medio.
Dado que entre los arahuacos la mujer es la que elabora la cerámica, podemos
asumir que estos primeros grupos incluían algunas mujeres.
Los datos arqueológicos señalan que fue solamente hacia la segunda mitad
cuando se estabilizaron los asentamientos cedeñoides del Orinoco Medio,
probablemente debido a la intensificación de sus relaciones con los grupos
saladoides y la llegada de nuevos grupos, así como a una mayor dependencia
de productos agrícolas, los cuales pudieron haber sido obtenidos mediante
394 Alberta Zucchi

una agricultura propia o por intercambio (Zucchi y Tarble, 1984: 155- 180,
a-b; 1934: 293-309). La intensificación de las relaciones con los saladoides
durante el primer milenio a. p. seguramente produjo matrimonios interétni-
cos, bilingüismo y también cambios en la lengua baré, que dieron origen al
proto-igneri.
Si entre los 500 y 600 a. p. un segmento de esta población del Orinoco
Medio, integrada por hombres cedeñoides y sus esposas saladoides, hubiera
decidido emigrar hacia nuevos territorios (Ej.: las Guayanas y las Antillas),
su gente sería portadora de la cerámica saladoide, elaborada por las mujeres,
y la lengua ingeri, hablada por los hombres. Si bien esta reconstrucción es
hipotética, ofrece una explicación plausible a la pregunta planteada.
En su momento, cada uno de los modelos que han tratado de explicar la
impresionante expansión de los arahuacos-maipures a través de Suramérica
y el Caribe utilizó la evidencia disponible. No obstante, desde su aparición se
ha acumulado una enorme cantidad de nueva información que no solamente
hace necesaria la permanente revisión de las antiguas interpretaciones sino la
formulación de nuevas hipótesis interpretativas.

Figura 1. Distribución de los grupos Arawacos.


Figura 2.
Figura 3. Rutas o caminos del Kúwai.
Figura 4. Proceso de Construcción del paisaje
Figura 5.
Figura 6. Lugares sagrados y seculares relacionados con los caminos del Kúwai
Figura 7.
Figura 8. Figura 9.
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