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El Preámbulo

Constitucional
Dialogado
Primera edición: septiembre del 2018
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca
Nacional del Perú N.º 2018-14192
ISBN: 978-9972-04-602-5

© 2018 El preámbulo constitucional dialogado


© 2018 José F. Palomino Manchego (Coordinador)
© 2018, Universidad Inca Garcilaso de la Vega
Av. Arequipa 1841 -Lince
Teléf.: 471-1919
Página Web: www.uigv.edu.pe

Composición e impresión:
Editora y Librería Jurídica Grijley E.I.R.L.
Av. Tingo María 1330 - Lima
Tlf.: 337-5252
ediciongrijley@gmail.com

Tiraje: 1,500 ejemplares

Auspiciador:
Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional
(Sección Peruana)

DERECHOS RESERVADOS: DECRETO LEGISLATIVO N.º 822

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier me-


dio, total o parcialmente sin permiso expreso del Director.
A DOMINGO GARCÍA BELAUNDE, digno
representante de la Escuela Peruana de Derecho
Constitucional, con ocasión de la celebración de
su cumpleaños número 74. Y como una muestra de
gratitud y admiración invalorable a su elevada
calidad intelectual, a su fina sensibilidad y sentido
del humor, y a su insobornable seriedad científica.

7
ÍNDICE

— Dedicatoria … … … … … … … … … … … … … … … … … … 7
— Presentación de Luis Cervantes Liñán … … … … … … …… 11
— Estudio preliminar de José F. Palomino Manchego … … …… 13

Entrevistas
• Walter F. Carnota (Argentina)… … ……… … … … … … … 19
• Sergio Díaz Ricci (Argentina) … … … …… … …… … …… 25
• Afonso D’Oliveira Martins (Portugal)… … … …… … …… 33
• Gerardo Eto Cruz (Perú) …… … … …… … …… … …… 47
• José Julio Fernández Rodríguez (España) …… … … …… 53
• Jorge Mario García Laguardia (Guatemala) … …… … … 61
• José Francisco Gálvez Montero (Perú) … … …… … …… 67
• María Elizabeth Guimarães Teixeira Rocha (Brasil) …… 73
• Ricardo Haro (Argentina) … … … … … … … … … … … … 81
• Pablo Luis Manili (Argentina) … … … …… … …… … …… 87
• Jorge Miranda (Portugal) …… … … …… … …… … …… 93
• Pablo Lucas Murillo de la Cueva (España)… … … … …… 97
• Hernán Alejandro Olano García (Colombia) …… … …… 105
• Dante Martín Paiva Goyburu (Perú) …… … …… … …… 113
• Lucio Pegoraro (Italia) … … … … … …… … …… … …… 121
• Antonio-Enrique Pérez Luño (España)… … … … …… … … 129
• Javier Ruipérez Alamillo (España) … … … … …… … …… 135
• Luis R. Sáenz Dávalos (Perú) … … … …… … …… … …… 209

9
Índice

• Néstor Pedro Sagüés (Argentina)… … … … … … … … … … 215


• Javier Tajadura Tejada (España)… … … … … … … … …… 219
• Antonio Torres del Moral (España) …… … … … … … … 241

Apéndices
§I

— Óscar Alzaga Villaamil (España) … … … … … … … … … 249


La nación en los preámbulos de las Leges Superiores, el Estatuto
de 2006 y la STC 31/2010

§II
— Javier Tajadura Tejada (España)… … … … … … … … … … 319
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

§III
— Carlos Fernández Sessarego (Perú) … … … … … … … … 345
El preámbulo de la Constitución: su significado y alcances

§IV
— José F. Palomino Manchego (Perú) … … … … … … … … … 367
El preámbulo constitucional: Significado y contenido (A propósito
del 25 aniversario de la Constitución Política de 1993)

§V
— Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas … … … … 399

§VI
— Cuadro comparativo en las constituciones iberoamericanas … … … 411

10
PRESENTACIÓN

( )
Luis Cervantes Liñán *

La Universidad Inca Garcilaso de la Vega, en el marco de las activi-


dades por su quincuagésimo cuarto aniversario, tiene a bien, mediante la
serie “Cuadernos del Rectorado”, patrocinar e impulsar la publicación del
presente libro colectivo, para beneficio de toda la comunidad
universitaria y profesional, nacional e internacional, con el siguiente
título sugestivo: El preámbulo constitucional dialogado.
En líneas generales, este volumen, bajo la coordinación y cuidado
del Dr. José F. Palomino Manchego, destacado maestro universitario e
incansable difusor de la Ciencia Jurídica del Perú, contiene una serie de
reflexiones y aportes originales de viva actualidad, redactado por notables
filósofos del Derecho y constitucionalistas de Iberoamérica, en torno al
preámbulo constitucional.
Es importante destacar que la obra que presentamos llega en un
contexto propicio, toda vez que en el Perú se viene discutiendo, en los
últimos años, realizar reformas constitucionales en el ámbito de los
derechos fundamen-tales y de las instituciones políticas. Y el preámbulo
constitucional, tema poco trajinado por los cultores del Derecho
Constitucional, constituye un eje temático de obligatoria consulta para el
debate constituyente alturado, aportando formulaciones bien pensadas.
En este tipo de procesos constituyentes, el papel de la Universidad como
actor social es indispensable; si bien pueden presentarse distintas posturas
políticas, así como alternativas y fórmulas para la reforma de las institu-

( )
* Rector de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega (Lima-Perú).
Condecora-ción «José León Barandiarán», otorgada por el Ilustre Colegio de
Abogados de Lima, gremio institucional que fue fundado en 1804.

11
Luis Cervantes Liñán

ciones, es indispensable que las mismas sean adecuadamente analizadas,


contando con sustentos académicos válidos que aseguren que la decisión
que se adopte se traduzca en una medida favorable para el país, a partir
de lo que se conoce con el nombre de consenso constitucional.
De igual forma, sobre esta base no puede dejar de alentarse y
respaldarse toda investigación jurídica. La misión delicada de la Universidad
conlleva a la solución de los problemas nacionales, y, como tal, la labor
bibliográfica permite la difusión de las ideas de los constitucionalistas, tal
como se pone de relieve en la presente obra colectiva.
Como podrá advertirse en su contenido, el preámbulo constitucional
es materia de una valoración especial, por cuanto tiene un valor jurídico y
una función política, lo cual debe ser tomado en cuenta para todo cambio
a la norma fundamental. Asimismo, su significado debe ser asumido inte-
gralmente para una labor responsable y en beneficio de la democracia de
los pueblos civilizados, y que trasunta en un Estado social y democrático
de Derecho.
Que la presente publicación sirva como un aporte y un testimonio del
compromiso que asume nuestra Universidad para resolver los problemas
nacionales, inspirando y motivando a toda la comunidad académica a cumplir
con sus funciones, como estudiantes, docentes y graduados, considerando las
necesidades que exige todo Estado constitucional, y la oportunidad propicia,
como se colige de las líneas que a continuación siguen, gracias a la entera
responsabilidad académica de los hombres de Derecho. Sirva la presente edición
como un botón de muestra de todo lo expuesto.

Lima, 13 de julio de 2018.

12
Estudio Preliminar

ESTUDIO PRELIMINAR

José F. Palomino Manchego

I
La buena predisposición y colaboración inestimable de mis colegas
peruanos y extranjeros, permite que salga a la luz el presente libro colec-tivo
que lleva por título El preámbulo constitucional dialogado, proyecto s

editorial que teníamos en mente desde hace un buen tiempo atrás. La me-
todología de trabajo empleada gira en función de una batería de preguntas y
sus respectivas respuestas acerca del preámbulo constitucional, que los
colegas entrevistados han respondido en punto de perfección sobre la base de
diversos ángulos visuales, y teniendo como norte la Constitución Política.
(1)
De ahí el porqué del título de la obra . i
Honestamente, es una de las tareas académicas que a lo largo de 35 r

años en la docencia e investigación universitaria hemos puesto más empe-ño, f

buena voluntad e ilusión, y que ahora, por ventura, vemos cristalizado. Y


más aún, como producto del dinamismo y del sentido de la actualidad propia,
en términos coyunturales. Al hacer todo esto, en armonía y coordi-nación
con los colaboradores, nuestro pensamiento ha estado puesto —¡no podía ser
r
de otro modo!— al servicio, por íntima e irrevocable vocación, del Derecho
t
Constitucional. Para ello, hemos contado con el apoyo, en la medida de lo
posible, de varios colegas con quienes nos unen lazos entraña-bles e

sólidamente establecidos. Importa poner de relieve que la justificación a

a
Esta metodología de trabajo también la aplicaron en su oportunidad Domingo
García Belaunde y Eloy Espinosa-Saldaña Barrera (Coordinadores): Encuesta sobre
Derecho Procesal Constitucional, Editorial Porrúa-Instituto Mexicano del Derecho
Procesal Constitucional, México, D. F., 2006. Antecede Prólogo de Eduardo Ferrer
Mac-Gregor.

13
José F. Palomino Manchego

de este estudio in globo es problematizar a través del diálogo, cuestionan-


do determinados aspectos y dando luces y soluciones interpretativas al
preámbulo constitucional, y que sirva de soporte metodológico y
doctrinal para futuras investigaciones, y complemento necesario a las
aportaciones realizadas hasta la fecha.

II
De otro lado, el sistema jurídico del civil law que irradia su tradición en
el bloque europeo continental, a partir de la Revolución francesa de 1789,
también aporta lo suyo con la experiencia que al fluir de los años iba
adquiriendo, comenzando en su campo de acción en el siglo XVIII con el
fenómeno denominado constitucionalismo liberal. Mención aparte ocupa el
Derecho Constitucional peruano, en donde los colegas constitucionalistas
han tenido como temas favoritos para su cultivo la parte dogmática y la parte
orgánica de la Constitución, antes que el preámbulo constitucional. Ese fue
uno de los motivos por los cuales queríamos dejar una contribución acadé-
mica que sirva como motivación para futuras investigaciones, al elegir como
eje central el preámbulo constitucional. Excepcionalmente, autores como
Ernesto Blume Fortini y Víctor García Toma le han dedicado un espacio
académico al preámbulo constitucional. Para este último, el preámbulo es la
parte introductoria de la Constitución en donde se enuncia solemnemente al
órgano autor de la Constitución, las razones de su dación y los fines que se
persigue alcanzar. Lo cual, permite conocer los fundamentos históricos e
(2)
ideológicos que la enmarcan .

III
Al acometer este trabajo, recordemos que el preámbulo constitucional,
en tanto que tal y nada más que como tal, es la quintaesencia de la Consti-
tución. Por lo tanto, merece un estudio serio y analítico siguiendo todo lo
que expresa el tramado normativo constitucional, y a partir del sistema de
fuentes complementado, obviamente, por la línea jurisprudencial que dimana

Cfr. García Toma, Víctor: Voz: “Preámbulo”, en Diccionario de Derecho


Constitucional, Lima, s/e, 2013, pág. 66.

14
Estudio Preliminar

de los órganos jurisdiccionales. El ejemplo paradigmático norteamericano


es una buena prueba de ello.
En sus líneas más generales, el influjo de los gigantes de Weimar: Hans
Kelsen (1881-1973), Carl Schmitt (1888-1985), Rudolf Smend (1882-1975)
y Hermann Heller (1891-1933), a la temática preambular, ha sido también
decisivo para poder encuadrar esta temática en sus meridianos y en sus pa-
ralelos. Renglón preferencial ocupa el phatos y el ethos de Peter Häberle, en
las múltiples y varias manifestaciones, empezando su fundamentación por la
sociedad de los intérpretes de la Constitución.
A su turno, Oscar Alzaga, profundo conocedor de la Constitución es-
pañola de 1778, que está cumpliendo su 40 aniversario, también aporta lo
suyo en el presente libro colectivo. Su experiencia en el magisterio y en la
política reafirma su recia personalidad académica. ¿Y qué decir del maestro
sanmarquino Carlos Fernández Sessarego? Sus aportes vitales a la Teoría
Tridimensional del Derecho constituyen el núcleo duro de su pensamiento
para poder apostillar en diferentes aristas al preámbulo constitucional.

IV
El presente libro colectivo está dedicado a Domingo García Belaunde,
persona de tantos méritos y actitudes científico-jurídicas, a propósito de su
74 cumpleaños. Su fecunda e ininterrumpida labor académica a la fecha que
se cierra esta obra, es digna de todo encomio, en especial para quienes nos
hemos beneficiado de su magisterio y secundado su actividad investigadora
en el campo del Derecho Constitucional y Derecho Procesal Constitucional,
por citar tan solo dos disciplinas de su preferencia, reafirmando así su voca-
ción y cualidades académicas, y, lo más importante, su sentimiento de lealtad
hacia sus discípulos y colegas en el ejercicio de la profesión de la abogacía.
Estos renglones han de terminar, como es de rigor, con los respectivos
agradecimientos. En tal sentido, dejamos constancia del apoyo importante
que hemos tenido por parte de Javier Tajadura Tejada, autoridad en la mate-
ria, tal y conforme lo han reconocido los constitucionalistas en Iberoamérica.
Nuestros diálogos provechosos desde hace cinco lustros, aproximadamente,
siempre han centrado su campo de acción en el preámbulo constitucional, a
la par de otros ejes temáticos del Derecho Constitucional. Igualmente, testi-
moniamos nuestra gratitud, como en otras ocasiones, a nuestro colaborador

15
José F. Palomino Manchego

Jaime A. Ñique Morazzani, quien ha tenido la paciencia de revisar una y


otra vez los manuscritos que ahora ven la luz pública. A Mario Chávez
Rabanal le expresamos también nuestro vivo agradecimiento por haber
soportado la ardua tarea de transcribir las entrevistas a los colaboradores
del presente libro. Y, finalmente, a Dante Paiva Goyburu le extendemos
una afectuosa gratitud. Su dedicación y desvelo en la confección de la
presente obra co-lectiva ha sido, sin duda, fundamental.

Ouro Preto (Minas Gerais), 27 de octubre de 2017.


Lima, 13 de julio de 2018.

16
Entrevistas
Walter F. Carnota

Abogado por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos


Aires (Argentina) y doctor en Derecho por la misma Universidad.
Profesor titular regular de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires. Profesor titular regular de la
Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos
Aires. Consejero directivo por el claustro profesoral de la
Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos
Aires. Profesor titular de la Escuela del Cuerpo de Abogados del
Estado. Profesor distinguido por la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. Miembro del Instituto Iberoamericano de
Derecho Constitucional. Miembro de la Mesa Ejecutiva del
Comité de Estudios Judiciales Comparativos de la Asociación
Mundial de Ciencia Política. Publicista y conferencista.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
El preámbulo es el pórtico introductorio al texto constitucional. En
algunos sistemas tiene una función normativa. Centralmente, el preámbulo
muestra una función expresiva del ideario constitucional, por lo que ayuda al
intérprete constitucional, sobre todo al judicial. El preámbulo expre-sa, así,
una determinada identidad político-constitucional. Se trata de la
“Constitución dentro de la Constitución” o de una “Constitución interna”.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


La mayoría de los textos constitucionales vigentes en el Derecho
Com-parado incluyen una introducción que suele rotularse como
“preámbulo”, aunque hay constituciones que no tienen preámbulo (Chile,
Uruguay, Aus-tria, Holanda), o incluyen un lacónico introito sin vocación
preambular (la Constitución peruana de 1993). En el preámbulo, se suele
consignar al autor de la norma constitucional (personería: el pueblo, sus
representantes, el Rey, etc.), la invocación de una autoridad trascendente
(cfr. Carnota, Walter F., Normas Constitucionales. Su elaboración,
Buenos Aires, 2009), además de volcar las aspiraciones de ese pueblo
(“constitucionalismo aspiracional”) y las motivaciones que inspiraron al
dictado de esa Constitución (incluso una ojeada al decurso histórico), los
valores que anidan en esa comunidad política y las metas o fines del
Estado que allí se organiza, que es lo que suele sobresalir en todo
preámbulo. En suma, se vuelca la “promesa ínsita” de la Constitución.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Bien podría señalarse que el preámbulo condensa o sintetiza los valores,
la “idea de Derecho” (Georges Burdeau) y las metas que el constituyente
persigue al sancionar esa Constitución. Ello, empero, no es patrimonio
exclusivo del preámbulo, dado que los primeros artículos constitucionales
también suelen contener declaraciones relevantes acerca de la forma de
Estado, de la de gobierno y acerca de la identidad constitucional.

21
Walter F. Carnota

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Obviamente, dependerá de la cuestión litigiosa de que se trate. No
caben dudas de que en muchas ocasiones, el preámbulo puede hacer
incli-nar al intérprete por una u otra solución, sirviéndole así de brújula
eficaz, así como también para impedir o cancelar otras soluciones que
podrían ser válidas en otros contextos, pero no en uno que resulte
contradictorio con el preámbulo. La vaguedad del preámbulo contribuye,
no obstante, a que el intérprete recurra o acuda a él en búsqueda de
soluciones preconfiguradas o preconcebidas.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
La jurisprudencia de las Altas Cortes (sean Tribunales Constitucionales o
Cortes Supremas, según el sistema de control constitucional de que se trate)
vivifica a todo el clausulado de una Constitución. El texto del preámbulo es más
genérico e inespecífico y, por tanto, más perdurable al no aferrarse a una
solución puntual y concreta. Pero queda claro que la labor hermenéutica del
Tribunal Constitucional incide capitalmente en el modo en que se “lee” el
preámbulo en determinado momento histórico, así como —en mucha menor
medida— podrían influir otros formantes (Roberto Sacco, Lucio Pegoraro)
como ser la doctrina de los autores. Los preámbulos son especialmente ap-tos
para enlazar la historia constitucional (el sustrato que dio origen a esa
Constitución), el presente que se quiere regular y el futuro que se avizora.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
El preámbulo es un texto cargado de pedagogía constitucional. Al
sintetizar el ideario que se quiere lograr, tiene u ostenta una alta función
expresiva que ayuda a la vigencia y continuidad de la consciencia consti-
tucional. No es menor, en este sentido, la tarea de difusión comunicacional
del preámbulo, para que este sea conocido por la población y respetado

22
Entrevistas

por los detentadores del poder. Así ocurrió en la Argentina a comienzos


de la restauración democrática, cuando el entonces candidato a presidente
(y luego jefe de Estado) Raúl Alfonsín permanentemente lo recitaba en
actos políticos.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
El preámbulo es integrativo de la Constitución. En el Derecho
Compara-do, se han esbozado dos líneas demarcatorias: la que niega el valor
normativo al preámbulo y la que lo reafirma. En la primera corriente,
encontramos en los Estados Unidos al voto del juez Harlan en la causa
“Jacobson v. Massa-chussets” (197 U.S. 11, año 1905). Allí ese magistrado
afirmó: “Pese a que el preámbulo indica los objetivos generales por los
cuales el pueblo ordenó y estableció la Constitución, nunca ha sido visto
como fuente de ningún poder sustantivo conferido al gobierno de los Estados
Unidos, o a cualquie-ra de sus Departamentos. Esos poderes comprenden
solo aquellos que se encuentran expresamente otorgados en el cuerpo de la
Constitución”. Más cercana en el tiempo, la sentencia 36/81 del Tribunal
Constitucional español ha sostenido que el preámbulo no contiene “norma
dispositiva alguna”. Al contrario, existen textos constitucionales que asignan
valor normativo ex-plícito al preámbulo, como el artículo 176 de la
Constitución turca, o que lo han “blindado” o petrificado para la eternidad,
como el artículo 116, inciso primero, de la Constitución nepalesa. La
respuesta concreta —afirmativa o negativa—dependerá mucho del
ordenamiento jurídico de que se trate y no puede darse en abstracto.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


La Constitución es la organización jurídica del fenómeno político.
Toda Constitución es política y es jurídica a la vez. Y el preámbulo, en
ese sentido, es un texto cargado de simbolismo político. Las palabras que
allí escoge el constituyente son el ingreso a todo el clausulado, y no debe
pensarse que son redundantes o irrelevantes. Si ello acontece en el campo
de la interpretación constitucional (ver respuesta a la pregunta número 4),
también sucede en el de la praxis política, al contener directrices para los
poderes constituidos de cómo ejercer el mando, y para los destinatarios
del poder, de qué esperar y exigir del mismo.

23
Walter F. Carnota

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Los llamados “nuevos constitucionalismos” han postulado que los jue-
ces puedan derivar derechos o facultades directamente de la Constitución,
sin necesidad de la interpositio legislatoris. De allí que el texto constitu-
cional—incluido el preámbulo—se revele en este tiempo como una cantera
inagotable de directivas a ser activadas por la justicia constitucional, máxime
con el contorno del Estado social y democrático de Derecho.

24
Sergio Díaz Ricci

Abogado por la Facultad de Derecho de la Universidad


Nacionalde Tucumán (Argentina). Doctor en Derecho por la
Universidad Complutense de Madrid. Director del Instituto de
Derecho Parlamentario de la Universidad Nacional de
Tucumán-Legislatura de Tucumán. Ex Becario del Instituto de
Cooperación Iberoamericana, del Centro de Estudios
Constitucionales, de The Rotary Foundation, del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de
Argentina. Exlegislador provincial (1991-1995). Primer
defensor del Pueblo de Tucumán (1996-1999). Miembro del
Tribunal de Cuentas de Tucumán (desde 2000). Autor de
diversos libros como Teoría de la Reforma Constitucional,
Digesto ambiental de Tucumán, el NOA y la nación y de más de
un centenar de artículos publicados en obras colectivas y
revistas especializadas de Argentina, España, Portugal, Perú y
México. Autor del Código Procesal Constitucional de Tucumán
(Ley 6.944/99). Profesor titular de Derecho Constitucional en
la Universidad Nacional de Tucumán y en la Universidad San
Pablo, de Tucumán.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
El preámbulo de una Constitución expresa el telos de esa Constitución.
Tiene, por una parte, un alcance histórico-concreto inmediato cuando alude a
los objetivos próximos a alcanzar (pacificar, lograr la unidad, establecer la
República) y, por otra parte, señala finalidades permanentes y generales que
perdurarán durante toda la ejecución de la normativa constitucional.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


El preámbulo de una Constitución, en lo formal, suele contener una
frase inicial que sirve para presentar e identificar a sus autores y, eventual-
mente, da a conocer cómo y por qué se llegó a la producción de esa Cons-
titución suministrando una justificación histórica de su origen. Y, además,
una parte final que expresa una fórmula promulgatoria para sancionar y
ordenar el cumplimiento de las disposiciones constitucionales, porque esta
no puede ser objeto de sanción como si fuese una ley ordinaria. En suma,
tiene un significado histórico primario cuando expresa la legitimidad de
origen del texto constitucional y un significado proyectivo cuando ordena su
cumplimiento y hace una exhortación hacia el mañana.
Pero lo más transcendente y valioso es la manifestación de las finalidades y
objetivos constitucionales. En los preámbulos se suelen expresar los dere-chos y
libertades fundamentales (v.gr. preámbulo francés, 1949), los valores superiores
(“asegurar los beneficios de la libertad”, preámbulo norteamericano, 1789;
“deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad”, preámbulo español,
1978) y principios rectores del orden político como fundamento de la
convivencia democrática, y los ideales, propósitos y cometidos políticos a
alcanzar como comunidad (“promover el bien de cuantos la integran”; preám-
bulo español, 1978; “consolidar la paz interior”, preámbulo argentino, 1853).

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Es lo habitual, aunque difícilmente un preámbulo pueda ser absoluta-
mente completo, expresar totalmente la esencia y síntesis de la Constitución,

27
Sergio Díaz Ricci

porque también el texto normativo puede contener elementos que aporten a


la esencia de esa Constitución (v.gr. el artículo 10, C. española). Por cierto,
por un lado, el redactor histórico expresará objetivos con valor histórico y
temporal que —en ese momento— consideró esenciales o emblemáticos
(v.gr. “constituir la unión nacional”) pero que con el devenir del tiempo o
por haberse conseguido tal finalidad han perdido aquel sentido épico inicial.
Pero, por otro lado, lo cierto es que en caso de contradicción entre el preám-
bulo y una norma constitucional particular, el conflicto debe resolverse en el
sentido del principio pro homine más favorable.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Primero, por regla no debería haber incongruencia entre lo que se
afirma en el preámbulo y lo que contiene en el articulado constitucional.
Pero la interpretación de las disposiciones constitucionales dogmáticas u
orgánicas puede encontrar apoyo y esclarecimiento en las premisas
preambulares por tener estas, carácter general y abierto.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Un tribunal constitucional puede hallarse en el caso de realizar una
interpretación dinámica de mandatos preambulares. Las finalidades
pream-bulares son normas abiertas que pueden admitir una interpretación
dinámica para acomodarse a nuevos requerimientos en el tiempo.
A veces hasta pueden llegar a aparecer como contrapuestas algunas de
las finalidades; por ejemplo, cuando el principio de la libertad se confronta
con el de seguridad, o el de propiedad con el de bienestar general. En estos
casos la interpretación puede definirse a favor de uno de ellos. V.gr. en la
jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia argentina encontramos fallos
que emplearon el mismo principio del preámbulo en un caso para invalidar
un acto contrario (Fallos 137:47; Fallos 307:326) y en otros para convali-
darlo (Fallos 172:21; Fallos 313:1513).
No ignoramos que hay casos donde el Tribunal intérprete desconoció la
fuerza normativa vinculante a las pautas preambulares, reduciendo su

28
Entrevistas

valor a mera pauta orientativa o “positivo factor de interpretación” (Fallos


164:344). Pero lo cierto es que el preámbulo se alza como un límite para la
interpretación jurisdiccional en el sentido que no puede tomarse una decisión
que lo contradiga o se oponga claramente a su mandato.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas
entre gobernantes y gobernados en un Estado Social y
Democrático de Derecho?
Cuando un preámbulo tiene una carga histórica y prospectiva impor-
tante, es una valiosa herramienta educativa. En Argentina se enseña a los
alumnos del secundario a aprender de memoria el preámbulo de la Cons-
titución como un instrumento pedagógico que permite el conocimiento de
los fundamentos de la convivencia política en el marco de una
Constitución. Cuando un preámbulo tiene estos contenidos es un
instrumento de mucho valor formativo.
Ahora bien, cuando un preámbulo fija objetivos a ser alcanzados,
tales como la idea operativa de “Estado democrático de Derecho”
(preámbulo portugués, provincia de Córdoba) o “Establecer una sociedad
democrática avanzada” (preámbulo español), estas adquieren una notable
funcionalidad de naturaleza expansiva que impregna todo el quehacer
público que queda compelido a llevar adelante un proceso de
transformación. (Vid. Lucas Verdú, Pablo: Curso, IV, pp. 441-477).

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Sí forma parte de la Constitución como un todo, pero con una
naturaleza normativa diferente. El preámbulo, por expresar el telos de la
Constitución, se compone de “normas finalísticas” (norme di scopo,
Lavagna, 1977:51), es decir, verdaderas normas preceptivas y obligatorias
que tienen un valor impeditivo e impositivo porque establece un deber de
congruencia a la gestión política y a la actividad del legislador, del
administrador y de los tribunales. Por un lado, deslegitiman las normas que
contradigan u obsta-culicen la consecución de los fines señalados. Por el
otro, imponen a los poderes públicos adoptar las normas y medidas
necesarias en el sentido indicado para alcanzar los fines dispuestos.

29
Sergio Díaz Ricci

A este efecto son sugerentes algunas constituciones de provincias ar-


gentinas que explícitamente dedican una disposición para señalar el valor
del preámbulo, v.gr.:
Chubut: PREÁMBULO-ALCANCES Y EFECTOS. Artículo 4.- El
preámbulo, es a la vez enunciación de principios y fuente inter-
pretativa y de orientación para establecer el alcance, significado
y finalidad de las cláusulas de la presente Constitución.
Jujuy: Artículo 14.º.- SIGNIFICACIÓN DEL PREÁMBULO.
El preámbulo de esta Constitución podrá ser invocado como
fuente interpretativa para establecer el alcance, significado y
finalidad de sus cláusulas.
La Rioja: Artículo 5.°.- El preámbulo no es una mera
enunciación de principios, sino fuente interpretativa y de
orientación para establecer el alcance, significado y finalidad
de las cláusulas de la presente Constitución.
Salta: Artículo 9: FINES DEL ESTADO Y VALOR DEL
PREÁM-BULO.
El preámbulo resume los fines del Estado Provincial y las aspi-
raciones comunes de sus habitantes. Su texto es fuente de inter-
pretación y orientación para establecer el alcance, significado y
finalidad de todas las cláusulas de esta Constitución. No puede ser
invocado para ampliar las competencias de los poderes públicos.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


El preámbulo, cuando tiene un contenido histórico-prospectivo valioso,
tiene una carga simbólica de gran valor político. El discurso de Alfonsín de
fin de campaña en 1983, ante una multitud reunida en el Obelisco de Buenos
Aires, terminó recitando el preámbulo, al que definió como “un rezo laico,
una oración patriótica”. La carga afectiva del mensaje del preámbulo argen-
tino provoca un sentimiento constitucional muy importante para la sociedad.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Los preámbulos constitucionales del siglo XXI deben expresar,
junto a los sentimientos de unidad de un pueblo, los valores de libertad

30
Entrevistas

y democracia que nos lleven a vincularnos a los demás pueblos cons-


truyendo la paz y la fraternidad universal; en suma, sobre la base del
respeto irrestricto de la dignidad de la persona humana y sus derecho
inalienables.

31
Afonso D’oliveira Martins

Doctor en Derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad


Complutense de Madrid (España) y por la Facultad de Direito de
la Universidad de Lisboa. Magnífico rector, vicecanciller y
profesor catedrático de la Universidad de Lusíada (Portugal).
Vicepresidente del Consejo de Administración de la Fundação
Minerva Cultura-Ensino e Investigação Científica. Investigador
integrado y coordinador del Grupo de Investigación en Derecho
Público y Teoría Política del CEJEA-Centro de Estudos Jurídicos,
Económicos e Ambientais. Académico correspondiente de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, de España. Autor de 7
libros, 85 artículos y otros textos científicos publicados en obras
colectivas y en revistas jurídicas. Director de Estado & Direito.
Revista Semestral Luso-Espanhola de Direito Público, así como
miembro del Consejo Científico de POLIS-Revista de Estudios
Jurídico-Políticos y del Consejo Asesor del Anuario
Iberoamericano de Justicia Constitucional, del Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales de Madrid.
Participando en un diálogo doctrinario plurinacional sobre la figura
de los preámbulos constitucionales, consideraremos en particular el caso
portugués, con referencia destacada a la Constitución de 1976 y con
atención a la evolución a que fue sometida por vía de sucesivas reformas,
que han dejado inalterado el respectivo preámbulo.
Esta perspectiva de consideración del tema se justifica no solamente
por el interés que una aportación sobre un caso particular puede tener
para un debate doctrinario general de base juscomparatista; pero además,
porque creemos que los esfuerzos de teorización general sobre la figura
de los preámbulos constitucionales difícilmente conducirán a resultados
muy expresivos. En este último aspecto, será de subrayar que el alcance y
el significado de los preámbulos constitucionales es variable de caso en
caso, siendo que pueden o no constituir la esencia y verdadera síntesis de
la Constitución; pueden o no formar parte de la Constitución, y pueden
cumplir funciones distintas. Además, delante de tal variabilidad, no cabe
dar respuestas unívocas, de ámbito teórico general, sobre lo que deben
contener los preámbulos constitucionales.
Con esta advertencia seguiremos el itinerario de tratamiento del
tema que resulta del cuestionario propuesto.

¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?


A propósito del preámbulo de la Constitución portuguesa de 1976,
conviene esclarecer introductoriamente, por un lado, que su texto ha sido
votado en el ámbito de la Asamblea Constituyente (en momento próximo
del cierre de sus trabajos, el 31 de marzo de 1976) como “preámbulo del
decreto que va a aprobar la Constitución”. (Cfr .: Diário da Assembleia
Constituinte, n.º 130, de 1 de abril de 1976, págs. 4343 e 4356 y ss.; sobre
las implicaciones jurídicas de este aspecto vid. infra).
Por otro lado, cabe referir que, precedentemente, en 4 de julio de
1975 había sido sometida a la apreciación del plenario de la Asamblea
Constituyente, por la Comisión de Sistematización de la Constitución, un

35
Afonso D’oliveira Martins

dictamen en el cual se preveía que el articulado de la Constitución sería


precedido de un preámbulo y que este debería “versar [en] materia
relativa a los antecedentes y encuadramiento histórico de la Constitución,
así como a su justificación y a sus grandes objetivos”. (Cfr.: Diário da
Assembleia Constituinte, n.º 13, pág. 271).
Analizando el preámbulo aprobado en la parte en que, de acuerdo con
lo previsto, versa sobre los antecedentes y encuadramiento histórico de la
Constitución, tenemos desde luego que en él se ha subrayado la vincula-ción
de la Constitución a la Revolución de 25 de abril de 1974, que ha sido
concretada por iniciativa del Movimiento de las Fuerzas Armadas.
Con esto se ha intentado dejar claro que se trataba de una
Constitución de filiación revolucionaria, patentizándose, para memoria
futura, que su existencia, en último término, ha sido viabilizada por un
poder originario (Guy Heraud) revolucionario —o sea, por el
Movimiento de las Fuerzas Armadas— que ha asumido la incumbencia
prioritaria de garantizar la realización de elecciones libres para la
Asamblea Constituyente. En este sentido se ha declarado en el preámbulo
que “la Revolución ha restituido a los Portugueses los derechos y
libertades fundamentales” y que “en el ejercicio de tales derechos y
libertades, los legítimos representantes del pueblo se han reunido para
elaborar una Constitución que corresponda a las aspiraciones del país”.
Mediante esta declaración, todavía, se ha querido declarar en el
preám-bulo, al mismo tiempo, que se trataba de una Constitución
democrática en cuanto a su origen, que ha resultado del ejercicio del
poder constituyente por “legítimos representantes del pueblo” elegidos
democráticamente. Y se ha querido dejar claro que la Constitución, sin
embargo, de su filiación revolucionaria y de todos los condicionamientos
revolucionarios verifica-dos durante el proceso constituyente, ha sido
expresión de una voluntad verdaderamente imputable a la Asamblea
Constituyente, traduciendo una genuina “decisión del pueblo portugués”.
En otro aspecto, atento a la justificación y a los grandes objetivos de la
nueva Constitución, el preámbulo ha afirmado la fidelidad del poder
constituyente a los designios de la Revolución, vinculándose al ideario
revolucionario (luego establecido por el Programa del Movimiento de las
Fuerzas Armadas) de ruptura con el statu quo ante, mediante la superación y
el rechazo absoluto del régimen anterior (el Estado Novo), que fue califi-

36
Entrevistas

cado como un régimen fascista, con la consecuente liberación de Portugal


de la dictadura, de la opresión y del colonialismo.
El preámbulo deja así claro que la nueva Constitución se presentaba
—no solamente por su contexto histórico-político, sino también por su
contenido o materialmente— como Constitución de la Revolución.
Por último, busca el preámbulo establecer un enunciado del sentido
de la decisión fundamental constituyente, haciéndolo con valorización de
los siguientes aspectos:
Defensa de la independencia nacional.
II. Garantía de los derechos fundamentales de los ciudadanos.
III. Establecimiento de los principios básicos de la democracia.
IV. Aseguramiento del primado del Estado de Derecho democrático.
V. Apertura del camino hacia una sociedad socialista, en el respeto
de la voluntad del pueblo portugués.
VI. Construcción de un país más libre, más justo y más fraterno.
Con la valorización de estos distintos aspectos se ha intentado dar ex-
presión, en el preámbulo, al sentido último del compromiso que fue posible
alcanzar en la Asamblea Constituyente al final de sus trabajos constituyentes,
en víspera de su última sesión que se realizó en 2 de abril de 1976.
Aquellos aspectos no tradujeron todavía un consensus omnium alcanza-
do en la Asamblea Constituyente, siendo que, en este aspecto, es de recordar
que el texto del preámbulo fue aprobado con seis votos en contra (de los
diputados de CDS), pero con los votos favorables de los demás diputados.
Como última nota sobre el alcance y significado del preámbulo cons-
titucional, hay que referir que los mencionados aspectos fundamentales de la
decisión constituyente tenían expresión inequívoca en el articulado de la
Constitución, salvo en un importante aspecto: la referencia explícita hecha en
el preámbulo al aseguramiento del Estado de Derecho democrático no tenía
equivalente explícito en el articulado originario de la Constitución. El
preámbulo constitucional ha así dejado claro que el compromiso consti-
tucional alcanzado apuntaba a la consagración inequívoca de un Estado de
Derecho democrático, sin embargo, en ningún artículo de la Constitución se
hacía referencia explícita a eso.

37
Afonso D’oliveira Martins

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Sobre la cuestión de saber cuál debe ser el contenido de un
preámbulo constitucional, entendemos que a propósito ninguna solución
se impone en general. Además, ni siquiera la existencia de preámbulo en
las constituciones puede ser considerada como algo obligatorio.
Conocemos constituciones con preámbulo y sin preámbulo y, de entre las
que tienen preámbulo, sus respectivos contenidos son muy variables.
En el caso del constitucionalismo portugués, todo esto se verifica,
siendo que solamente las constituciones de 1822, de 1911 y la actual han
sido precedidas de preámbulos. Y se da la coincidencia de que solamente
estas constituciones se presentaron con una vinculación más
inmediatamente revolucionaria: la Constitución de 1822 fue resultado de
la Revolución de 1820; la Constitución de 1911 producida en secuencia
de la Revolución del 5 de octubre de 1910, y la Constitución de 1976
surgió relacionada con la Revolución de 25 de abril de 1974.
Lo único que se nos presenta como imperativo es que en las constitu-
ciones que dispongan de preámbulo esto sea substantivamente coherente con
lo que resulta desarrollado en el articulado constitucional respectivo.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
El preámbulo relativo a la Constitución portuguesa de 1976, de
acuerdo con lo que antes hemos expuesto, tiene un alcance significado
que lo vincula a la presentación del contexto histórico-político en el cual,
inicialmente, se ha formado la Constitución y del sentido fundamental de
la decisión constituyente originaria.
En este último aspecto, podrá decirse que en él se contiene la indica-
ción de lo que se presentaba como la esencia da la Constitución originaria,
consagrándose los aspectos determinantes de las ideas de derecho, de poder
político y de sociedad que han tenido expresión constitucional.
Debe todavía aclararse que este preámbulo remite simplemente a la
esencia de la Constitución originaria y no, en todos sus aspectos, a la
esencia de la Constitución actual, tal como hoy se nos presenta después
de todas las modificaciones que, al largo de su vigencia, han sido
introducidas por vía de sucesivas revisiones constitucionales.

38
Entrevistas

Por tanto, hay que considerar que, en sentido técnico riguroso, está
en causa el preámbulo del decreto que ha aprobado la Constitución
originaria, siendo que, a su tiempo, su texto fue sometido a votación por
el presidente de la Asamblea Constituyente.
Podrá decirse que el preámbulo de un decreto que aprueba una Consti-
tución es, al final, el preámbulo de la Constitución aprobada. Y eso porque
decretar la aprobación de una Constitución significa aceptarla globalmente
en un texto determinado para tener aplicación o vigencia futura.
Lo que no se podrá decir, todavía, es que está en causa,
verdaderamente, un preámbulo de la Constitución que la acompaña, sin
más, en todas sus evoluciones o modificaciones que pueda sufrir.
En este sentido, téngase presente que el preámbulo constitucional en
análisis termina con la siguiente fórmula aprobatoria: “La Asamblea Cons-
tituyente, reunida en la sesión plenaria del 2 de abril de 1976, aprueba y
decreta la siguiente Constitución de la República Portuguesa……”.
O sea, se da cuenta de que la Asamblea Constituyente ha aprobado y
decretado aquella Constitución cuyo texto era precisamente lo que luego
seguía y no —evidentemente— la Constitución en el texto que fuera a
aprobarse en el futuro.
Tenemos entonces que las consideraciones constantes del preámbulo
constitucional remiten seguramente a lo fundamental de la primitiva deci-
sión constituyente y así, a la esencia de la Constitución originaria, pero
no remiten necesariamente (en todos sus aspectos) a la esencia de la
Consti-tución derivada que ha resultado de todas las revisiones
constitucionales mientras tanto operadas.
En confirmación de esto, será de referir, por un lado, que el preámbulo
da cuenta de que la Asamblea Constituyente afirma la decisión del pueblo
portugués de “[…] abrir camino para una sociedad socialista”. Y esta afirma-
ción tenía correspondencia en distintos artículos de la Constitución origina-
ria que apuntaban a la creación de una “sociedad sin clases”, a la “transición
para el socialismo” mediante la creación de condiciones para el “ejercicio
democrático del poder por las clases trabajadoras”, a la concretización de la
apropiación colectiva o socialización de los medios de producción y aun,
nombradamente, al desarrollo de las “relaciones de producción socialista”.
(Cfr. por ejemplo, los artículos 1, 2, 9, 10/2, 80, 81/n, 82, 89, 91, 96, de la

39
Afonso D’oliveira Martins

versión originaria de la Constitución). Teníamos así una Constitución


que, de acuerdo con el preámbulo, presentaba una clara inspiración
ideológica socialista que, de algún modo, contribuía, a la par de otros
aspectos, a dar identidad material a la Constitución.
Acontece todavía que este cuadro normativo constitucional de sen-
tido socialista o de inspiración ideológica socialista, se fue perdiendo en
el camino a secuencia de distintas revisiones constitucionales mientras
tanto operadas, particularmente, por fuerza de la revisión constitucional
de 1989. Y esto a punto de que, hoy, solamente encontramos una
referencia constitucional al socialismo en el mencionado preámbulo
constitucional. (Cfr. nuestro: “A Lembrança Constitucional de um
Socialismo Esqueci-do”, in Polis-Revista de Estudos Juridicos-Politicos,
año VI, n.º 7/8, 1999, págs. 49-52).
Concluyendo, tenemos que ese preámbulo constitucional, particular-
mente, en la referencia que hace a la apertura de camino a una sociedad
socialista no expresa más la esencia de la Constitución actual. Sigue
todavía expresando la esencia de la Constitución actual en lo que en él se
consigna, porque en lo demás la decisión constituyente inicial no fue, en
lo fundamen-tal, puesta en causa, antes fue reafirmada y profundizada.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Los preámbulos constitucionales pueden representar un elemento con
importancia para la interpretación de las normas de las respectivas consti-
tuciones, dependiendo su relevancia interpretativa del respectivo alcance,
significado y, sobre todo, de la actualidad de lo que en él se contiene.
Concretando este aspecto, podrá considerarse que la relevancia in-
terpretativa de un preámbulo constitucional será tanto mayor cuanto más
expresivas fueren las indicaciones que en él se contengan (máxime, sobre
la decisión constitucional fundamental en que se sustenta la
Constitución), valorizándose especialmente al efecto interpretativo tales
indicaciones cuan-do, formal o sustantivamente, implicaren la referencia
a algo más de lo que resulta del proprio articulado constitucional y desde
que sean compatibles con las evoluciones constitucionales mientras tanto
operadas, nombrada-mente por vía de reformas constitucionales.

40
Entrevistas

En lo que respeta particularmente a la Constitución portuguesa de


1976, importa en primer lugar tomar posición sobre la relevancia
interpretativa del preámbulo constitucional —o sea, del preámbulo del
decreto de apro-bación de la Constitución por la Asamblea
Constituyente— mientras que se mantuvo vigente la versión inicial de la
Constitución, hasta las revisiones constitucionales de 1982 y de 1989.
En este primer momento la relevancia interpretativa de ese preámbulo
puede ser considerada particularmente significativa desde luego, porque es-
taba en consonancia con todo el articulado constitucional y porque contenía
indicaciones complementarias relevantes sobre el sentido fundamental de la
decisión constituyente, aclarando aspectos relativos a la Idea de Derecho
vigente que no habían sido formal o expresamente asumidos en el articulado
constitucional. En este punto, cabe referir que el preámbulo afirmaba “la
decisión del pueblo portugués [……] de asegurar el primado del Estado de
Derecho Democrático”, siendo que en el articulado constitucional
originario no se encontraba ninguna norma que declaradamente y de
modo expreso hiciese referencia al Estado de Derecho democrático. El
preámbulo servía así para que se interpretase la Constitución y sus
normas en consonancia con las exigencias propias (y universalmente
aceptadas o al menos aceptadas en el ámbito del constitucionalismo de
matriz euro-atlántico) de un Estado de Derecho democrático.
Todavía, después de las revisiones constitucionales de 1982 y de
1989, la relevancia interpretativa del mencionado preámbulo se ha
perdido significativamente.
En este sentido hay que tener presente, por un lado, que con la revisión
constitucional de 1982 se ha introducido expresamente en la Constitución —
luego, en su artículo 2— la referencia al Estado de Derecho democrático, no
siendo necesario recurrir al preámbulo para tornar claro que esa referencia es
fundamental para la comprensión de toda la Constitución.
Por otro lado, en el mismo sentido, hay que relevar que, sobre todo, con
la revisión constitucional de 1989 (y después de esta) el preámbulo ha
perdido actualidad al referirse “a la decisión del pueblo portugués [……] de
abrir camino a una sociedad socialista”. Por vía de tal revisión constitu-
cional se ha expurgado el articulado constitucional de su originaria carga
ideológica socialista, dejando incluso de constituir límite material a las
reformas constitucionales principios como los de la apropiación colectiva

41
Afonso D’oliveira Martins

de los principales medios de producción y suelos, así como de los recursos


naturales, y de la eliminación de los monopolios y de los latifundios.
Como resultado de esto se produjo una incongruencia constitucional
entre el preámbulo y el articulado de la Constitución. Tal incongruencia
se resuelve en desfavor del preámbulo porque la voluntad constituyente
más actual, asociada a revisiones constitucionales, prevalece sobre la
voluntad constituyente antes expresada.
En esta perspectiva, diremos que no será ajustado hoy recurrir al
preám-bulo constitucional para interpretar la Constitución y sus normas en
un sentido favorecedor de la idea de apertura de camino a una sociedad
socialista. En otro aspecto, será de plantear la cuestión de saber si el
preámbulo constitu-cional en referencia puede aún, descartados los aspectos
antes mencionados, tener alguna relevancia interpretativa de la Constitución.
Respondiendo afirmativamente a esta cuestión, consideramos que el
preámbulo puede seguir relevando como elemento histórico-
interpretativo de la Constitución, a punto de que antes como hoy no será
posible disociar la Constitución de la revolución que la ha determinado y
de su ideario democrático. Además, el preámbulo puede ser utilizado
como argumento meramente confirmativo del primado de ciertos valores
y principios —los que en él se refieren y mantienen actualidad—.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Los tribunales constitucionales, en el ejercicio de una función de
control de constitucionalidad de los actos (normativos) del poder público,
deben interpretar evolutiva o actualísticamente las normas
constitucionales que constituyen referencia para los juicios de
constitucionalidad que formulan, actualizando su sentido en vista de las
circunstancias o exigencias del mo-mento presente.
Esta interpretación constitucional evolutiva o actualista tiene todavía
límites, debiendo realizarse con respeto por la expresión formal de las
nor-mas interpretadas, por las ideas de derecho, de poder público y de
sociedad que dan cuerpo a la esencia de la Constitución respectiva, así
como por las condicionantes materiales a que se somete, en el
ordenamiento en causa, el poder de revisión constitucional.
42
Entrevistas

Desde este punto de vista y en concordancia con estos límites, las


sentencias de los tribunales constitucionales se presentan como un factor
de dinamismo constitucional, siendo una válvula de escape contra
situaciones de obsolescencia constitucional, hasta que intervenga a
propósito el órgano de revisión constitucional competente.
La labor interpretativa y/o hermenéutica inherente a esas sentencias
puede o no tener incidencia dinámica, de sentido evolutivo o actualista,
sobre los preámbulos de las constituciones respectivas, dependiendo de
cómo estos se configuren.
En el caso portugués, actualmente esa incidencia no debe verificarse.
Es que el preámbulo constitucional —tal como antes ya tuvimos
oportuni-dad de subrayar— representa, verdaderamente, el “preámbulo
del decreto de aprobación” de la Constitución originaria, sirviendo
simplemente para indicar los antecedentes y encuadramiento histórico, así
como a la justifi-cación y los grandes objetivos de la Constitución en la
versión textual que fue aprobada inicialmente. (Vid. Diario da Assembeia
Constituinte, n.º 13, pág. 271).
Así, el texto de ese preámbulo debe ser leído con referencia a la
fecha y a las circunstancias en que fue elaborado.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
Los preámbulos constitucionales no cumplen todos —sea cual sea la
Constitución a que se refieran— una función educativa o pedagógica de
ámbito cívico-constitucional, pudiendo vincularse al cumplimento de
otros objetivos diferenciados.
En todo caso, siempre se podrá observar que será positivo el cometi-
miento de esa función al preámbulo constitucional, nombradamente, para
que se conozcan los orígenes de la Constitución o, sobre todo, en vista de
facilitarse el conocimiento de lo que, esencialmente o en síntesis, significan
las ideas de derecho, de poder y de sociedad que se consagran en una Cons-
titución. Y esto es válido de un modo especial para las constituciones que
consagran un Estado de Derecho democrático, ya que ahí se valoriza una

43
Afonso D’oliveira Martins

ciudadanía activa que pide participación constitucionalmente esclarecida


de los ciudadanos.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Los preámbulos constitucionales pueden formar parte o no de las
constituciones respectivas, así como pueden tener o no tener (que es lo
que más frecuentemente se verifica) fuerza normativa.
En el caso portugués, el preámbulo constitucional, decisivamente, no
hace parte de la Constitución, no disponiendo de fuerza normativa propia.
En este sentido, téngase luego en cuenta que —tal como antes
hemos referido— el referido preámbulo se presenta como “preámbulo del
decreto de aprobación” de la Constitución originaria, vinculándose
simplemente a ésta y no también a la Constitución derivada (o a la que ha
resultado de sucesivas revisiones constitucionales).
Acrece que, como resulta de los términos de ese preámbulo, este se
asume inequívocamente como algo que formalmente antecede al texto de
la Constitución, no confundido con él.
Por tanto, cabe recordar la fórmula final que en él es utilizada: “La
Asamblea Constituyente, reunida en sesión plenaria de 2 de abril de
1976, aprueba y decreta la siguiente Constitución”. Y con esto se quiere
decir que la Constitución objeto de aprobación, en sentido verdadero y
proprio, solamente la encontramos, formalmente, después del preámbulo.
Tal fórmula final aprobatoria de la Constitución obliga, además, a
concluir que fuerza normativa-constitucional solo tiene, simplemente y de
modo directo, el articulado contenido en la Constitución propiamente dicha.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


Los preámbulos constitucionales, independientemente de su relevan-cia
jurídica, pueden presentar una relevancia política, que será variable de caso
en caso. En el caso portugués y en este aspecto, hay que señalar par-
ticularmente que el preámbulo constitucional, al encuadrar históricamente la
Constitución con referencia a la Revolución de 25 de abril de 1976, ha
buscado, al mismo tiempo, definir el título de legitimidad política en que ha

44
Entrevistas

asentado el “poder originario” asumido por el Movimiento de las Fuerzas


Armadas y que ha viabilizado la atribución del poder constituyente a la
Asamblea Constituyente. Con eso, implícitamente, se ha querido legitimar
alguna interferencia que el mencionado Movimiento de las Fuerzas Ar-
madas, por fuerza de su autoridad política revolucionaria, tuvo durante el
proceso constituyente. Del mismo modo, se ha querido establecer una base
de justificación, políticamente legitimadora, de la posición que la Constitu-
ción originaria ha atribuido al Movimiento de las Fuerzas Armadas “como
garantizador de las conquistas democráticas y del proceso revolucionario”,
participando “en alianza con el pueblo, en el ejercicio de la soberanía, en los
términos de la Constitución” (artículo 3, 2). Más: se ha intentado legi-timar
políticamente la previsión de existencia, como órgano de soberanía, de un
Consejo de la Revolución que, de acuerdo con el artículo 142 de la
Constitución originaria, tenía “funciones de Consejo del presidente de la
República y de garantizador del regular funcionamiento de las instituciones
democráticas, de garantizador del cumplimiento de la Constitución y de la
fidelidad al espíritu de la Revolución portuguesa de 25 de abril de 1974 y de
órgano político y legislativo en materia militar”. (Vid. también, artículo 147
de la Constitución originaria).
Esta función de legitimación política ha perdido significado después
de la revisión constitucional de 1982, que ha expurgado el texto
constitucional de las referencias al Movimiento de las Fuerzas Armadas y
ha modificado el sistema de gobierno, desde luego, mediante la extinción
del Consejo de la Revolución.
Todavía, siempre se podrá decir que la referencia a la Revolución de 25
de abril de 1974 tiene un sentido de encuadramiento políticamente legitima-
dor de la III República desde su origen y en todas sus evoluciones futuras.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
En el umbral del siglo XXI y en el contexto del constitucionalismo
contemporáneo que se presenta abierto a fenómenos de globalización y
de regionalización, las constituciones estaduales tienden a convivir con
otras normas constitucionales que son de fuente externa y que, sin
embargo, se aplican o tienen vigencia en el ámbito interno de los
ordenamientos estaduales.

45
Afonso D’oliveira Martins

En este último aspecto hay que llamar la atención de que hoy no existen
simplemente espacios constitucionales privativos de cada Estado, existien-do
aún espacios constitucionales comunes (osea: espacios que respectan
simultáneamente a distintos Estados y ordenamientos jurídicos estaduales, los
cuales se encuentran, entre sí, en una relación de proximidad sustantiva y que,
sin embargo de disponer, cada uno de ellos, de un derecho constitucional propio
o privativo, asumen una posición de apertura constitucional al exte-rior,
concurriendo todos a la realización de un fenómeno de aproximación
constitucional, por fuerza del cual convergen para la adopción de un mismo
cuerpo, mínimamente significativo, de soluciones jurídico-constitucionales, a las
cuales debe ser reconocido, en lo esencial, un mismo sentido).
Tenemos entonces que, en el ámbito del constitucionalismo contem-
poráneo, hay aún que contar con Derechos Constitucionales Comunes o
Transnacionales. Las constituciones estaduales, así, de modo cada vez más
expresivo, deben conciliar su realidad con la de esos Derechos Constitucio-
nales Comunes o Transnacionales, coordinándose con lo que es determinado
por las respectivas normas constitucionales de fuente externa.
Considerando todo esto, será de admitir la conveniencia de que en el
futuro las constituciones estaduales, en sus respectivos preámbulos, de-
ban dejar clara su relación con los Derechos Constitucionales Comunes o
Transnacionales que releven en cada caso. Con eso los preámbulos
consti-tucionales pueden ofrecer un código de lectura de las respectivas
constitu-ciones que sea atento a la complexidad actual del Derecho
Constitucional, evitándose lecturas constitucionales estrechas o cerradas
a la comprensión de los fenómenos descritos.

46
Gerardo Eto Cruz

Abogado por la Universidad Nacional de Trujillo (Perú).


Doctor en Derecho Público por la Universidad de Santiago de
Compostela (España) en 1999. Magistrado del Tribunal
Constitucional de Perú. Decano de la Facultad de Derecho de
la Universidad Privada Antonio Guillermo Urrelo, de
Cajamarca. Doctor Honoris Causa por la Universidad Peruana
los Andes y la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. Entre
sus obras destacan: Introducción al Derecho Civil
Constitucional (2002); Estudios de Derecho Constitucional
(2002); Syllabus de Derecho Procesal Constitucional, en
coautoría con José F. Palomino Manchego, Luis Sáenz Dávalos
y Edgar Carpio Marcos (2003); El control constitucional de las
omisiones inconstitucionales e ilegales. Reflexiones en torno al
caso peruano, en coautoría con Edgar Carpio Marcos (2004);
El pensamiento vivo de Héctor Fix-Zamudio (con especial
referencia al Derecho Procesal Constitucional) en coautoría con
José F. Palomino Manchego (2005).
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Desde una perspectiva semántica y gramatical, el “preámbulo” es una
introducción que equivale a sinonimias como “prefacio”, “prólogo”, “proe-
mio”, “prolegómeno”, “exordio”, “preliminar” o “liminar”, entre otros. Se
trata, en consecuencia, de una entrada o de un encabezamiento, un pórtico
lleno de determinados contenidos que inmediatamente pasaremos a verificar.
En efecto, más estrictamente, el preámbulo de una Constitución
cons-tituye una declaración formal y solemne de un conjunto de
contenidos de naturaleza: axiológica, histórica, principista, religiosa, y —
una discusión actual— un valor normativo hermenéutico previo al texto
in globo de una Constitución.
Diríase que es de contenido axiológico en tanto recoge, el constituyente,
un conjunto de valores fundantes de esa sociedad civil a la que se pretende
regular. Histórico, en tanto muchas veces es un conjunto de referencias a los
héroes y próceres de cada nación; principista, en tanto delinea determinadas
partes que deberán tenerse en cuenta al momento de la interpretación cons-
titucional; religiosa, pues muchos de los preámbulos tienen una concepción
teocéntrica del mundo; otros omiten la invocación a Dios y afirman una
postura antropocéntrica, como las que se pueden apreciar en los primigenios
preámbulos de Estados Unidos de 1787 y los franceses de 1791. Si se lee con
cuidado, allí no se hace deificación alguna a una corriente religiosa, pura
expresión laica o antropocéntrica de las cosas. Finalmente, puede ser una
parte hermenéutica como pórtico que puede cubrir una suerte de eventual
integración de una interpretación desde la Constitución.
Ahora bien, el alcance de un preámbulo puede ser casi nulo. Me explico:
una Constitución no requiere necesariamente de un preámbulo. Histórica-mente
se inició con esa praxis, pero es prescindible. En un texto constitu-cional, lo que
inexorablemente debe contener es la parte dogmática referida a la regulación
básica de los derechos fundamentales de las personas, y la parte orgánica
vinculada a la estructura del Estado. Peter Häberle incorpora un elemento
adicional que primigeniamente ya lo delineaba Herman Heller: la cultura, es
decir, el elemento cultural; pero inclusive esto último está ya

49
Gerardo Eto Cruz

subyacente entre ambas partes —dogmática y orgánica—. Avancemos un


poco más: una Constitución puede tener o no un preámbulo, como puede
o no tener un conjunto de disposiciones generales de carácter transitorio
que normalmente se manifiestan en las transiciones políticas.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Depende del techo ideológico del poder constituyente que está ela-
borando el texto. De ordinario, cuando después de largos debates en una
constituyente se pone fin y se culmina con el texto definitivo; allí, curiosa-
mente, esto es, a posteriori, se elabora recién el “preámbulo” que precede un
desideratum de aspectos, por lo general de los que ya se absolvió en la
primera pregunta. Aparte de contener un conjunto de heterodoxas materias
históricas, axiológicas, principistas, hermenéuticas, ha de suponerse que, en
lo fundamental, se trata de una suerte de proclama, con un especial énfasis
solemne y formal; un desideratum de cuidadas palabras que deben, cual
diadema de un rosario o collar de normas, ser el corolario de un rito que
formaliza la culminación total de una Constitución.
El preámbulo puede tener, como ya se ha insinuado, diversos te-mas
concisos, lacónicos y puntuales. Pero lo que no debe contener el
preámbulo es una pretensión de materias que son ya parte del territorio
absoluto del propio texto, ni temas que corresponden al poder constitui-
do. De allí que se puede concluir en prescindible esta mirífica y acaso
sublime declaratoria.
Ahora bien, si se me preguntaran si conviene que un texto esté carta-
bonado por un preámbulo, mi respuesta es positiva. Pero no como lo que
actualmente tenemos en el Perú con la Constitución de 1993, que es una
declaratoria absurda, lacónica y hasta ridícula; mejor es no haber allí con-
signado un preámbulo de dicha especie.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Es muy difícil que un tribunal, sala o corte constitucional encuentre en
un breviario lacónico de palabras una quintaesencia del texto. En lo personal,
no lo concibo; sí, más bien, el preámbulo puede servir de puente con el texto
intrasistemático de la Constitución. Es decir, puede permitir que

50
Entrevistas

una interpretación desde la Constitución encuentre eventualmente alguna


norma constitucional inconstitucional; allí podría el intérprete tomar una
parte hermenéutica que le podría suministrar el preámbulo.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Aunque sigue abierto el debate si el preámbulo constituye una norma
que vincule al resto de la Constitución, dependerá de la magnitud y genero-
sidad del fraseo, de la redacción y extensión de temas y materias que rodean
a dicho preámbulo para que refleje un espíritu de interpretación, bien sea a la
parte dogmática u orgánica de la Constitución. Si hemos caído en la cuenta
(ver primera respuesta) que un preámbulo puede prescindirse, ergo, su no
existencia no es vital para interpretar los contenidos esenciales de los
derechos fundamentales que, desde hace muchísimos lustros, los tribunales
constitucionales vienen desarrollando en términos autónomos, sin invocar un
preámbulo, su concreción normativa.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Estimo que no, pues la interpretación constitucional gira en torno a
la concretización de algún derecho fundamental que está en juego vía un
determinado proceso constitucional, o en torno a algún contenido
sustantivo que no vamos a encontrar en una proclama de naturaleza
preambular. Lo que puede ocurrir es al revés: que el preámbulo influya
como pauta hermenéutica en algún contenido constitucional.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
En la estructura de toda sentencia constitucional hay una parte que son
los “argumentos de paso” u obiter dicta, que constituyen una catequesis de
educación cívica que, a la postre, genera un sentimiento y una cultura
constitucional en los detentadores y destinatarios del poder político.

51
Gerardo Eto Cruz

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Estimo que sí forma parte, pero no tiene una naturaleza estrictamente
normativa porque no se expresa en un operador deóntico que suponga un
deber ser; ello no impide, reiteramos, que tenga un alcance hermenéutico y
que pueda complementar a la parte sustantiva in globo de la Constitución.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preám-


bulo?
Los preámbulos sí son de manufactura estrictamente política, pues
significan una proclama de esa especie frente a un gran proyecto político
de una nación que se refunda a través de una nueva Constitución.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el


umbral del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
El de siempre: afirmar una apuesta al sí por la esperanza de ese país que
se refunda a través de una nueva Constitución que seguirá siempre limitando
al poder y garantizando los derechos básicos de las personas. Y es que, en
los intrincados laberintos del poder, la Constitución constituye siempre un
mapeo cartográfico que garantizará la existencia de una democracia, pues su
signo es racionalizar el ejercicio del poder y que en un régimen político la
ciudadanía cuente con los instrumentos del poder jurisdiccional que en-
frente los abusos del detentador del poder de turno. De allí que la promesa de
un preámbulo constituye una esperanza para los más débiles y resume el
testamento histórico del poder constituyente en cada país.

52
José Julio Fernández Rodríguez

Doctor en Derecho, licenciado en Derecho con premio extraor-


dinario, licenciado en Ciencias Políticas y Sociales, licenciado en
Periodismo, licenciado en Comunicación Audiovisual, y diploma-do
en Estudios de Seguridad y Defensa. Profesor Titular de Dere-cho
Constitucional en la Universidad de Santiago de Composte-la
(USC). Fue valedor do pobo de la Comunidad Autónoma de Galicia
(ombudsman de Galicia, España). Asimismo, Director del Centro
de Estudios de Seguridad (CESEG) de la USC y Delegado de
Protección de Datos de la misma. Antiguo miembro de la Junta
Electoral de Santiago de Compostela. Estancias de investigación y
ampliación de estudios en universidades y centros de Alemania,
Brasil, España, Francia, Italia, México y Portugal, incluyendo tres
tribunales constitucionales. Autor de numerosas publicaciones
científicas con elevado impacto (más de 160 entre monografías,
capítulos de libro y artículos de investigación), que vieron la luz en
quince países, sobre teoría de la constitución, derechos funda-
mentales, justicia constitucional, el principio de transparencia, de-
fensorías del pueblo, internet, seguridad y defensa. Integrante e in-
vestigador principal en diversos proyectos de investigación. Cruz
del Mérito Naval con distintivo blanco (Reino de España). Doctor
Honoris Causa por la Universidad Antonio Guillermo Urrelu.
ᜀ Ā ᜀ Ā ᜀ Ā ᜀ
Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Para una respuesta adecuada, es necesario distinguir entre una pers-
pectiva abstracta, propia de Teoría de la Constitución, y un punto de vista
relativo a un ordenamiento concreto.
Así, en el plano abstracto, de lege ferenda, un preámbulo constitucional
posee el alcance y el significado del texto introductorio a la carta magna, lo
que le hace ostentar una dimensión de explicación jurídica de los carac-teres
de la misma, de reflexión política sobre su pertinencia e, incluso, de texto
sociológico que encuadra el contexto y sociedad en la que nace la
constitución. Estos atributos jurídicos, políticos y sociológicos conforman
también un elemento ideológico y una dimensión cultural, que servirán para
ubicar el texto fundamental, además de ostentar una vocación prospectiva, o
sea, de deseos futuros o fines a conseguir. Téngase en cuenta, de todos
modos, que esta perspectiva teórica se nutre de opiniones doctrinales, con la
relatividad que ello supone.
En cambio, desde un punto de vista de un ordenamiento concreto, y
de una constitución determinada, de lege data, el alcance y significado
será el que cada poder constituyente le haya querido otorgar. Aquí el
Derecho Comparado ofrece múltiples opciones, que van desde un
carácter mínimo que hace recordar la fórmula promulgatoria hasta casos
más cercanos al sentido que le hemos atribuido desde la perspectiva
teórica y abstracta anterior. También hay supuestos en los que no existe
preámbulo, sobre todo por circunstancias históricas (Austria, Bélgica,
Dinamarca, Noruega o Suecia, por ejemplo).
El preámbulo de la vigente Constitución española, de 1978, responde
con bastante corrección al modelo teórico que hemos propuesto, con un
alcance jurídico, político y sociológico, y elementos ideológicos y axioló-
gicos, dotados también con vocación de futuro. Así, entre otras cosas, se
alude a la justicia, la libertad y la seguridad, a promover el bien, a garan-tizar
la convivencia democrática, a un orden económico y social justo, al estado
de derecho, al ejercicio de los derechos humanos, al progreso de la

55
José Julio Fernández Rodríguez

cultura, a una digna calidad de vida, a una sociedad democrática


avanzada y al fortalecimiento de relaciones pacíficas entre los pueblos.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


La formulación de la pregunta nos remite necesariamente al plano
abstracto, en tanto en cuanto emplea el verbo “deber”. En coherencia con lo
explicitado en nuestra respuesta anterior, el contenido del preámbulo tiene
que versar sobre las motivaciones del poder constituyente, que sirvan para
explicar las decisiones fundamentales de la constitución que aprueban y los
consensos básicos, tanto de tipo jurídico como político. Además, aludirá al
contexto en el que se produce y el fin o fines a perseguir, con clara vocación
prospectiva. También podría contener elementos axiológicos que sirvan de
fundamento al sistema que se instaura. Ello concretará la base ideológica de
la que parte la carta magna que introduce, o el techo ideológico al que se
aspira, que es la otra vertiente de la misma idea.
No es necesario, ni aconsejable, que el preámbulo descienda en
exce-so en sus precisiones, pues tales concreciones le pertenecen al
articulado constitucional, aunque puede citar alguna institución en
específico, como la forma de estado o la forma de gobierno que se
establece. Se le debe exigir brevedad y esfuerzo de síntesis, calidad en la
redacción, estructura razona-ble y coherencia con el texto constitucional.
El destinatario primordial es la ciudadanía, por lo que tienen que resultar
comprensibles para la misma. Además, es aconsejable solemnidad en la
redacción pues es la apertura de la carta magna.
En todo caso, el preámbulo constitucional no es una exposición de
motivos legal, en la que se recogen los motivos que mueven al legislador a
adoptar cierta regulación y que se destina a los parlamentarios que van a
votar la reforma. Un preámbulo es otra cosa al destinarse a todas las perso-
nas de su ámbito de aplicación. Y el preámbulo constitucional va más allá
del predio legal dotándose de un alcance y significado, ya indicado en la
pregunta 1, coherente con la índole de lex superior que introduce.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera sín-


tesis de la Constitución?
Desde el plano teórico no parece necesario que así sea, pues a un texto
introductorio no se le debe exigir esa trascendencia, que sí deben tener los

56
Entrevistas

artículos iniciales de la carta magna. El alcance y significado que defen-


dimos en la pregunta 1 del preámbulo no se traduce necesariamente en la
exigencia de captar la esencia y verdadera síntesis de la constitución. A
un texto introductorio situacional, sin carácter estrictamente normativo,
no se le puede reclamar semejante transcendencia.
Frente a ello, desde el punto de vista de un ordenamiento concreto,
habrá que analizar cada constitución para ver, en la práctica, si el preámbulo
capta o no su esencia. En el caso español, el actual preámbulo sí recoge de
manera bastante adecuada la esencia constitucional, con su proclamación del
Estado de Derecho, del ejercicio de los derechos humanos y del estable-
cimiento de una sociedad democrática avanzada, lo que podría conectarse al
orden económico y social justo que también menciona.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Una Constitución debe ser objeto de una interpretación sistemática.
Así se alcanzará un mejor resultado y se evitarán disfunciones. Como el
preámbulo forma parte del texto constitucional, es pertinente que cuando
se interprete determinado precepto constitucional se tenga en cuenta lo
que establece el preámbulo. Si este responde a los atributos teóricos que
hemos comentado será un útil apoyo al intérprete constitucional para
precisar el sentido de los artículos.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Como hemos dicho, al formar parte el preámbulo del texto de la
carta magna, también es susceptible de interpretación por parte de un
Tribunal Constitucional. De hecho, los tribunales constitucionales
interpretan real-mente los preámbulos, para desentrañar claves que les
proporcionen luz al aplicar el articulado de la lex superior.
La interpretación de estos altos órganos no solo debe ser dinámica sino
que también tiene que poseer un arsenal de técnicas y capacidades para
cumplir la elevada misión que tienen atribuida. En este marco, el preám-bulo
es tanto un parámetro relevante que ayuda en su función al Tribunal

57
José Julio Fernández Rodríguez

Constitucional, como objeto de la propia interpretación del mismo. Es


más, las expresiones más abiertas que suelen contener los preámbulos,
dan pie a la necesidad de ser interpretadas.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
No creemos que el preámbulo deba tener una función educativa sino
jurídica y política. A partir del mismo diversos agentes sí pueden
construir estrategias pedagógicas, lo que es algo diferente. Los elementos
jurídicos y políticos que explican las motivaciones del poder
constituyente, los fines que se asumen y la dimensión axiológica e
ideológica son excelentes recur-sos para conformar una estrategia de
educación que busque la integración en la comunidad política, pero el
preámbulo por sí mismo carece de esa función educativa.
En España, el preámbulo constitucional actual se refiere literalmente
al “fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación
entre todos los pueblos de la Tierra”. Esta formulación sirve con claridad
a la difusión de una cultura de la paz que puede usarse con un profundo
sentido pedagógico. Además, otros enunciados contenidos en el
preámbulo español son un adecuado pábulo para difundir el sentimiento
constitucional entre la ciudadanía (“convivencia democrática”, “digna
calidad de vida”, “sociedad democrática avanzada”).

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
En nuestra opinión, el preámbulo, cuando existe, forma parte del texto
constitucional, poseyendo naturaleza jurídica, aunque no normativa. El De-
recho es un conjunto preferentemente de normas jurídicas, lo cual significa
que también incluye elementos que no son normas pero que permanecen en
los márgenes de lo jurídico. Un ejemplo de ello sería un preámbulo consti-
tucional. Sus enunciados son descriptivos, no prescriptivos, por lo que no
conforman normas jurídicas (aunque es cierto que puede haber casos de
prescripciones que se basen en lenguaje descriptivo, del cual se interpreta la
prescripción, o sea, la norma). De los enunciados del preámbulo no se

58
Entrevistas

construyen normas, por lo que no generan derechos ni obligaciones, no


atribuyen competencias ni regulan relaciones jurídicas.
Sin embargo, como decimos, el preámbulo sí posee naturaleza jurídica
aunque no sea normativa. Al tener esa naturaleza jurídica ostenta también rasgos
propios del Derecho, como su relevante valor hermenéutico y, por ende, la
función interpretativa que desempeña. De este modo, puede ser clave para
establecer una interpretación auténtica de determinado precepto constitucional.
Una modulación en lo que sostenemos sería diferenciar entre valor
normativo directo y valor normativo indirecto. El preámbulo carecería del
primero, pero ostentaría el segundo pues puede servir, de manera
combinada con el articulado, para obtener normas.
La dimensión jurídica del preámbulo de la carta magna no justifica
su incorporación estricta al parámetro de referencia para el intérprete
constitu-cional o al bloque de constitucionalidad. De esta forma, con base
exclusiva en el preámbulo no cabe declarar inconstitucional una ley. Ni
un juez debería resolver un caso con apoyo exclusivo en el preámbulo.
De todos modos, téngase en cuenta que en este punto de la naturaleza
normativa del preámbulo hay discrepancias doctrinales y jurisprudenciales. La
posición mayoritaria parece negarle (como nosotros) naturaleza normativa, al
menos directa, pero al hacerlo se suele dar a entender que tampoco presenta
naturaleza jurídica (a diferencia de lo que mantenemos nosotros). Sin embargo,
la propia función interpretativa que sí se le reconoce, presupone esa naturaleza
jurídica. Y esa función interpretativa creemos que está fuera de toda duda,
siendo, como ya hemos dicho, un instrumento cualificado de ayuda al intérprete
constitucional para desentrañar el sentido de los preceptos de la carta magna.
Sea como fuere, hay ordenamientos determinados en los que al preám-
bulo constitucional se le reconoce valor normativo en sentido propio, lo que
lo integra en el bloque de constitucionalidad y lo que permite que se deriven
normas directas de tal preámbulo (Francia, desde 1971, o Colombia, desde
1992). Estos supuestos, que semejan excepcionales, no se corresponden,
como se ve, con la posición teórica por nosotros mantenida.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


La función política del preámbulo constitucional debe ser de primer
nivel. Si el contenido del mismo es el que señalamos en el plano teórico

59
José Julio Fernández Rodríguez

(pregunta 2 en conexión con la pregunta 1), el alcance y significado del


preámbulo presenta per se una trascendencia política, en el sentido de aludir a
las relaciones de poder y al mantenimiento de dicho poder, eso sí, desde unos
determinados postulados ideológicos y valorativos. Tal dimensión política
explica la opción del constituyente por cierta fórmula política, lo que denota la
no elección de otras posibles; y el funcionamiento como instrumento de
integración de la comunidad en la que va a regir la Constitución.
La poderosa dimensión hermenéutica del preámbulo refuerza la función
política del mismo, que tampoco es ajena a la propia Constitu-ción, pues
como es sabido, en el Derecho Público se solapan a menudo derecho y
política, máxime en la norma normarum. La decisión política fundamental
que, en sentido schmittiano, es la esencia de la Constitución se debe reflejar
en su preámbulo en tanto es su texto introductorio (y en parte justificativo al
incluir las motivaciones del poder constituyente). De todos modos, y como
dijimos en la pregunta 3, el preámbulo no debe necesariamente contener en
sus justos términos esa decisión política fundamental, por eso hablamos de
simple reflejo de la misma en el preám-bulo. La función política del
preámbulo de la carta magna sitúa a este en una dimensión claramente
diferente a la del preámbulo de una simple ley.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
De nuevo estamos en el plano de lege ferenda, al emplear el
enunciado de la pregunta el verbo “deber”. Desde tal perspectiva, el
preámbulo tiene que servir para el avance de las nuevas exigencias del
constitucionalismo. Para disciplinar correctamente los cambios sociales
del siglo XXI el Derecho Constitucional debe insistir en su renovación y
actualización, avanzando en la procesalización para permitir el
pluralismo, la transformación, la diferencia y la libertad.
Así, los preámbulos constitucionales, con su poderosa fuerza inter-
pretativa, y las dimensiones jurídica, política y sociológica que le hemos
atribuido en la pregunta 1 (incluyendo connotaciones ideológicas y cultu-
rales, axiológicas incluso), pueden jugar un rol destacado en el progreso
del constitucionalismo actual. Para ello, eso sí, hay que exigirle audacia y
altura de miras al intérprete respectivo.

60
Jorge Mario García Laguardia

Licenciado en Derecho por la Universidad de San Carlos


(Guatemala), doctor en Derecho por la Universidad Nacional
Autónoma de México y doctor Honoris Causa por la
Universidad de Extremadura, España. Investigador titular por
concurso (jubilado) de la Universidad Nacional Autónoma de
México y profesor de la División de Estudios de Postgrado de
la Universidad de San Carlos, de Guatemala y Universidad
Católica Rafael Landívar. Autor de numerosos artículos y de
varios libros. Ha sido co-redactor, por encargo de Naciones
Unidas, de la Constitución Política de Guinea Ecuatorial;
director del Centro de Asesoría y Promoción Electoral del
Instituto Interamericano de Derechos Humanos con sede en
Costa Rica; presidente del Tribunal Constitucional y
procurador de Derechos Humanos (ombudsman) de
Guatemala. Embajador de Guatemala en Costa Rica.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?/2.
¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?
El preámbulo es un texto introductorio, una especie de exposición de
motivos de la Constitución, en el cual se exponen los objetivos que
informan al poder constituyente para actuar. En la Constitución de 1985,
vigente en Guatemala, desde el punto de vista político significa el
abandono del lar-guísimo régimen autoritario por uno democrático, en el
cual se respete la dignidad humana y se ponga en lugar preferente el
respeto a sus derechos, en los derechos humanos. Y desde el punto de
vista técnico-doctrinal, el preámbulo utiliza correctamente la expresión
que indica que el pueblo o sus representantes constituidos en asamblea, es
el que proclama o aprueba la Constitución. Y en él también se expresan
los valores superiores que in-forman el ordenamiento jurídico-
constitucional: la dignidad de la persona humana, la libertad, la igualdad,
la seguridad, la justicia, el bien común y la paz. Estos valores y principios
se desarrollan en el articulado de la Cons-titución. Esto es lo que debe
contener y que la Constitución de Guatemala apunta correctamente.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
No constituye “la esencia y verdadera síntesis” de la Constitución,
pero sí es una parte esencial de la misma.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?/5.¿La labor
interpretativa y/o hermenéutica a partir de las sentencias que
pronuncia el Tribu-nal Constitucional, es una función dinámica
que incide en el texto preambular?
Todo el conjunto de valores y principios que se incorporan al conteni-
do del texto constitucional, el preámbulo y su articulado, se constituye en
mandato para el legislador, para la administración y para el juzgador, que

63
Jorge Mario García Laguardia

deben tenerlo en cuenta para desarrollar, interpretar y aplicar


correctamente la Constitución. Fundamenta el régimen político, vincula a
todos los po-deres y proporciona elementos básicos para una adecuada
interpretación y aplicación de la Constitución.
La Corte de Constitucionalidad, nuestro Tribunal Constitucional, crea-
do en la última Constitución, en una de sus primeras sentencias, durante el
periodo que integré el mismo en sus primeros diez años, fijó el sentido de las
disposiciones de esta parte del texto. La Corte apuntó que “El preám-bulo de
la Constitución política contiene una declaración de los principios por la que
se expresan los valores que los constituyentes plasmaron en el texto, siendo
además una invocación que solemniza el mandato recibido y el acto de
promulgación de la carta fundamental. Tiene gran significación en orden a
las motivaciones constituyentes, pero en sí no tiene una norma positiva ni
menos sustituye la obvia interpretación de disposiciones claras. Podría, eso
sí, tomando en cuenta su importancia, constituir fuente de inter-pretación
ante dudas serias sobre el alcance de un precepto constitucional
Si bien [……] Pone énfasis en la primacía de la persona humana, esto no significa que esté

inspirada en los principios del individualismo y que, por consiguiente, tienda a vedar la intervención

estatal, en lo que considera que protege a la comunidad social y desarrolle principios de seguridad y

justicia que se refiere al mismo preámbulo. La Constitución en su desarrollo, no se limita en cuanto a la

protección de derechos, a las anteriormente llamadas garantías individuales, sino se refiere extensamente

a los derechos sociales, siguiendo la corriente reformista iniciada en Guatemala por la Constitución de mil

novecientos cuarenta y cinco”.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
La Constitución debe enseñarse a los ciudadanos. Ya la Constitución de
Cádiz de 1812 ordenaba enseñarla en las escuelas, para colaborar en la
formación del “sentimiento constitucional” y educar a los ciudadanos a vivir
activamente un Estado social de derecho y una democracia participativa.
Obligadamente debe incorporarse en los estudios de primaria y secundaria la
enseñanza de la Constitución para todos. Para esto deben elaborarse
documentos pedagógicos como los “Catecismos constitucionales” que

64
Entrevistas

proliferaron en la época de Cádiz en España, en América Latina y en Gua-


temala, donde se redactaron varios. Estos textos educativos no deben tener la
especialidad de los tratados de Derecho Constitucional de las facultades de
Derecho, sino una explicación general y orgánica de la Constitución, en la
cual se incluya la explicación del preámbulo y de las decisiones funda-
mentales que se incorporan a la Constitución. Esta es una tarea pendiente.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Definitivamente, el preámbulo tiene una naturaleza normativa indirecta.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


En el preámbulo y en otros artículos del texto podemos encontrar lo que
primero Gaetano Mosca señaló, pero Pablo Lucas Verdú desarrolló como la
“fórmula política” de la Constitución que, según este autor, es “la expresión
ideológica jurídicamente organizada en una estructura social”. Esta “fórmula
política” constituye la filosofía del texto constitucional, la ideología que
inspira el ordenamiento político-constitucional.
En América Latina, y en Guatemala, especialmente, el proyecto de
redactar una Constitución se refiere, en alguna medida, a la clásica finalidad
del constitucionalismo de limitar los poderes del gobierno, pero mucho más
al objetivo de dotar a la organización política de un instrumento progra-
mático de gobierno para conducir a la sociedad. Por eso, las constituciones
han sido —se cumplan cabalmente o no— documentos de importancia ex-
cepcional como factores de gobernabilidad y de legitimidad. El preámbulo
tiene un significado ritual, que indica la ruptura con el antiguo régimen y la
filosofía del nuevo. Esto es, el sentido que le dieron las constituciones
históricas de Estados Unidos, Francia, Alemania, Portugal y la española de
1978. La Constitución italiana de 1947 constituye una excepción, porque en
busca de consenso, se eliminó el preámbulo para esquivar el polémico tema
de la invocación a Dios.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el


umbral del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Puede ser muy importante en el siglo XXI. El constitucionalismo de
este siglo se inicia con el peligro de reformas constitucionales propiciadas

65
Jorge Mario García Laguardia

por grupos de interés económico y partidos de derecha, que tratan de


limitar o suprimir los derechos económico-sociales y culturales, y en
general, el Estado de bienestar que el constitucionalismo social propició.
Los preám-bulos pueden ser utilizados para impedir ese negativo tipo de
reformas para retroceder y no para avanzar.

66
José Francisco Gálvez Montero

Doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid


(España). Área: Historia del Derecho (1996). Abogado por la
Pontificia Universidad Católica del Perú (1995). Profesor de
Derecho Constitucional e Historia del Derecho en las
facultades de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del
Perú, Universidad de Lima y Universidad San Martín de
Porres. Investigador del Instituto Riva-Agüero (1990) y del
Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima
(2009). Autor de Derecho parlamentario: Procesos
parlamentarios, Academia de la Magistratura, Lima (2012);
Historia del Palacio Nacional de Justicia: Dos perspectivas, en
coautoría con Carlos Ramos Núñez, Fondo Editorial del Poder
Judicial, Lima (2009). La Historia del Derecho en el Perú,
Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega,
Lima (2008). El Poder Legislativo: Arquitectura, arte e historia,
en coautoría con Juan Günther, José García Bryce, Luis
Eduardo Wuffarden, José Ragas Rojas y Fernando Ayllón,
Fondo Editorial del Congreso de la República, Lima (2008).
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Con el advenimiento del liberalismo, se hizo patente una nueva manera de
interpretar los derechos, los cuales debían previamente ser reconocidos y
declarados. Hasta entonces, quien los alegaba debía probarlos ya que se entendía
que constituían privilegios pertenecientes a cada corporación de la sociedad de
entonces. Fue ahí que se percibió un cambio en el alcance y significado del
preámbulo orientado a la defensa de los derechos y libertades del hombre sin
excepción frente a la existencia cualquier abuso o despotismo.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Tomando como referencia la Declaración de Virginia de 1776 y la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 así como El
Federalista de Alexander Hamilton o ¿Qué es el Tercer Estado?, de
Emmanuel Sieyès, podemos indicar que el preámbulo ha contenido desde
entonces enunciados de carácter teleológico dentro de los cuales concurrían
principios políticos como reglas provenientes de las instituciones.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Efectivamente, sin embargo debemos considerar el análisis del libera-lismo
bajo dos vertientes: desde el punto de vista anglosajón, casuístico con el
principio del precedente y aquel de origen francés, legalista. El primero basado
en los derechos civiles y políticos y el segundo bajo los derechos políticos y
civiles sujetos a la ideología revolucionaria gala que se traducía en el carácter
del principio de legalidad a lo largo del siglo XIX y parte del XX.
De ahí que, exista un vínculo inherente entre el preámbulo y la
síntesis de lo que se interprete como Constitución en cada generación. A
ello se agrega la fuerza de la tendencia neo constitucional que asignaba a
la Ley Fundamental el carácter jurídico supremo desde la posguerra
mundial con lo cual la interpretación con base en la Constitución ha
adquirido importancia en el sistema político.

69
José Francisco Gálvez Montero

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Al realizar una interpretación sistémica de la Constitución, desde el
preámbulo hasta las disposiciones generales y finales (en caso de que exis-
tieran), constatamos en forma armoniosa la lectura de sus artículos. Ejer-
cicio que se ve enriquecido con el aporte de Louis Favoreu, tornando más
acucioso el análisis al someter toda norma al examen de constitucionalidad
de la Carta vigente. Lo que conllevaría eventualmente a la afectación de la
parte dogmática como la orgánica del articulado, pues no solo deviene en un
cambio en su redacción sino en cómo se debe interpretar en adelante.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Desde su aparición como órgano autónomo, el Tribunal Constitucional ha
desempeñado una labor trascendental al establecer cánones de interpreta-ción en
la lectura del sistema legislativo constitucional, en aras de la sistema-tización y
armonía. Sobre todo, poniendo de manifiesto que la Constitución es un pacto
que se ve reafirmado constantemente por todas las personas, sin exclusión, al
constatar el ejercicio de sus derechos teleológicamente.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
La educación a través de una de sus facetas como la pedagogía ha
sido y es vital. La ilustración para el liberalismo permitía la defensa de
los derechos, de lo contrario el analfabeto estaba condenado a la
indefensión permanente. En tiempos actuales donde hay sociedades que
tienen más memoria visual que lectora, la tecnología puede cooperar en
el propósito de reforzar las relaciones pacíficas entre gobernantes y
gobernados, pero sobre-todo en donde se tenga una vida institucional
incipiente el mantenimiento permanente de una mentalidad colectiva
puede consolidar la vigencia del Estado social y democrático de Derecho.

70
Entrevistas

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Si contemplamos la historia constitucional peruana, no toda Carta
tuvo preámbulo; pero al tenerlo, su relación con la Constitución termina
siendo más estrecha destacando su intencionalidad, por lo cual su valor
radica en el ámbito axiológico más que en el normativo. Del cual se
pueden despren-der nuevos supuestos diferentes al originario, poniendo
énfasis en la labor jurídico-creativa del intérprete.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


Partiendo del concepto amplio de la política, el preámbulo plantea a su
intérprete el desafío de contemplar en una circunstancia mediática el arbitrio
de su valoración. A él se incorpora necesariamente la función polí-tica
polisémica la cual se ve ampliada (numerus apertus) o restringida (nu-
merusclausus) en salvaguarda de la pervivencia de la sociedad y del Estado.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Tanto el ámbito constitucional como el jurídico han alcanzado en el
mundo occidental una vigencia convencional, fortalecida por el uso de las
tecnologías de la información. Sin embargo, hemos olvidado la esencia del
zoon politikon, pues no es posible hablar del hombre del sentido universal o
cosmopolita sin referirnos a su cultura, ley y religión, como señalaba
Aristóteles. De ahí que la lectura del preámbulo constitucional de cada país
deba considerar el contexto y su valoración para su real interpretación.

71
María Elizabeth Guimarães Teixeira Rocha

Mestre em Ciências Jurídico-Políticas pela Universidade


Católica Portuguesa-Lisboa (Portugal). Doutora em Dire-ito
Constitucional pela Universidade Federal de Minas Ge-rais-
UFMG. Doutora Honoris Causa pela Universidad Inca
Garcilaso de la Vega, Lima-Perú. Professora universitária e
autora de vários livros e artigos jurídicos publicados no Brasil
e no exterior. Ministra, Presidentey Vice-Presidente do Supe-
rior Tribunal Militar do Brasil.Concluiu o mestrado pela Uni-
versidade Católica Portuguesa em 1993 orientada pelo profes-
sor Jorge Miranda. Doutorado pela Universidade Federal de
Minas Gerais em 2000, orientada pelo professor José Alfredo
de Oliveira Baracho. Cursou, ainda, pós-doutorado na Uni-
versidade Clássica de Lisboa, orientada novamente por Jorge
Miranda. Defensora fervorosa da Justiça Militar. Recebeu em
2015 o Diploma Bertha Lutz.
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Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
A Constituição Brasileira de 1988 não foi pioneira no tocante à exis-
tência do preâmbulo. A Carta de 1824, a de 1891, a de 1937 e a de 1946
já continham tal previsão. Quanto a Lei Fundamental de 1967, sob a
égide do Regime Militar de 1964, não inseriu nota preambular.
O vetor fundante do texto inaugural é, sobretudo, o de identificar os
princípios ideológicos reitores da Lex Magna. Dessa maneira, prima facie,
restam estampados os valores basilares da ordem constitucional vigente. Para
além, sua principiologia possui ânimo prospectivo e vanguardista, porquanto
norteia os caminhos futuros da matriz jurídico-política do Estado.
Nesse sentir, ele encarta função dúplice; a de solidificar as escolhas dog-
máticas, políticas e sociais no momento que foi erigido o Pacto Fundamental, e a
de orientar a estrutura programática da Norma Normarum. Padeceria, pois, de
grave mácula, interpretações que se apartassem do ideário ostentado pelo
preâmbulo ou que fulminassem as garantias nele expressamente asseguradas.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Parece-me inexistir fórmula ou delimitação prévia quanto ao
conteúdo do preâmbulo constitucional. Assim como cada Lei Maior é
permeada de particularidades e especificidades históricas, não se deve
esperar preâmbulos estandardizados.
Sob outro giro, nítida há de ser a vinculação das escolhas nele encar-
tadas à ideologia da Constituição, que ligam e condicionam a própria Lex
um processo exegético determinado. Imperioso, pois, que a
interpretação da Carta Política observe hermenêutica inarredável com os
postulados preambulares nela inscritos.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Da nota preambular emana a essência da Constituição; ambas sorvem
da mesma água. Sem embargo, o preâmbulo não detém vocação compilatória

75
María Elizabeth Guimarães Teixeira Rocha

da Lei Maior. Se assim o fosse, constituiria mera reprodução de


dispositivos normativos emblemáticos, o que não é o caso. Em verdade,
ele representa a síntese ideológica da Lei Fundamental, posto indicar
valores políticos, jurídicos e sociais albergados pela disciplina magna.
Nesse sentir, o preâm-bulo expressa, verdadeiramente, o espiritu da
Constituição, o âmago das escolhas consagradas no Diploma Maior.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Sem dúvida. Para tanto, a tarefa hermenêutica não pode se distanciar
ou olvidar os valores estruturantes da engenharia constitucional, que, à
evidência, encontram-se espelhados nos ideais preliminares das regrações
que virão a seguir. Assim, o dispositivo inaugural da Carta possui valor
normativo indireto, reforçando sua função pedagógica e norteadora da
positividade máxima.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Sim. A Carta Política não é concebida, tão somente, como um docu-
mento jurídico-positivo; deve refletir o ideário da nacionalidade. Daí, da
estrutura positivada há de despontar largueza semântica e principio lógica no
momento de sua aplicação. Há muito o julgador deixou de ser “la bouche de
la loi”, a que aludiria Montesquieu, para investir-se no papel de conciliador
da ratio com a praxis, num exercício complexo de ponderação. E isto vale
para os demais operadores do Direito que manejam a Constituição; a saber:
legisladores e detentores de mandato eletivo.
Nesse conspecto e à luz do posicionamento político-dogmático
infor-mador do introito constitucional, pontuo que se o próprio Texto
Magno não está imune às mutações perpetradas pelo interprete normativo
que levam à superação da significação literal da legis, certo é afirmar que
o preâmbulo, por via reflexa, acompanhará a exegese proferida pelo
Tribunal Constitu-cional, pelo Poder Legislativo e pela políticas públicas
implementadas sob a sua égide. Destarte, o preâmbulo submete-se a igual
percurso exegético, marcado, sobretudo, pelo dinamismo.

76
Entrevistas

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
Como salientado, o preâmbulo constitucional delineia-se como uma
demonstração de intenções do diploma vigente. Ele consiste numa
certidão de origem e legitimidade da Carta Política e numa proclamação
dos prin-cípios que a norteiam. Mais, espelha a ruptura do ordenamento
anterior e a aspiração de uma Nova Ordem.
Tradicionalmente, o Direito Constitucional brasileiro utiliza-o para
aclarar o enquadramento histórico da Constituição e nortear as
proposições que devem ser almejadas e concretizadas pelo Poder Público.
Consubstanciado em uma diretriz geral para a compreensão e
integração da Lei Maior, a refletir o espírito do constituinte originário,
bem assim o compromisso da comunidade política no que tange aos
posicionamentos valorativos e convicções acerca do Texto Máximo, o
preâmbulo estabelece vínculos de comprometimento com a coletividade,
sendo esta sua principal meta e característica.
Nele, resta cristalina a intenção normativo-constitucional, situação
que, não raro, encontra resistências nas intervenções governativas.
Daí a sua relevância; porque delimita o escopo da atuação pública e
rege as aspirações sociais dos governados frente às expectativas inerentes do
Estado Democrático e Social, de forma a equalizar interesses antagônicos.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
A nota preambular não possui normatividade intrínseca, por
consequên-cia, não ostenta valor jurídico autônomo. Segundo Gomes
Canotilho e Vital Moreira, a categoria materializa a decisão do Poder
Constituinte inicial que se obrigou a instituir matriz jurídica inédita.
Portanto, mesmo inserido na literalidade da Lex Magna, o preâmbulo
não é norma materialmente constitucional, não constituindo paradigma na
relação de parametricidade nas Ações Diretas de Inconstitucionalidade.
O Supremo Tribunal Federal Brasileiro, na ADI 2076-5, adotou orien-
tação de que ele não detém natureza normativa, a despeito de integrar a Lei
77
María Elizabeth Guimarães Teixeira Rocha

Fundamental. Chancelou, pois, jurisprudencialmente, a natureza


ideológica, simbólica e agregadora da nota preambular.
A mencionada Ação Direta de Inconstitucionalidade, proposta pelo
PSL-Partido Social Liberal em face da Assembleia Legislativa do Estado
do Acre, reivindicava a omissão da expressão “SOB A PROTEÇÃO DE
DEUS” no Preâmbulo da Constituição do Estado do Acre.
Em seu voto condutor, o Relator, após visitar precedentes, vg: as Re-
clamações Constitucionais 370 e 383 - indagou se o Preâmbulo constituiria
regra central da Carta Federal, de reprodução obrigatória nas Constituições
dos Estados-membros. Em resposta, assentou o STF que, por não ser ma-
terialmente constitucional, ele não configuraria norma de preordenação, de
repetição coercitiva, integrando só formalmente o corpo da Constituição.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


Embora não detenha natureza normativa, o preâmbulo possuiu
função integrativa e interpretativa, situando-se no domínio da política, de
modo a revelar a posição ideológica do Constituinte.
A doutrina e jurisprudência pátrias refutaram sua eficácia
normatizan-te, firmando-o como disposição programática, em um espaço
previamente definido no arcabouço do sistema jurídico nacional. Sob este
ângulo, o preâmbulo é compreendido, especialmente, como um fator de
legitimação. Suas disposições refletem as opções constituintes, bem
como revelam as decisões e reinvindicações sociais prevalentes.Trata-se
de peça que permite captar o espírito da mens legis et legislatoris,
possuindo função simbólica agregadora da integração nacional.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
A compreensão dominante acerca do preâmbulo neste início de
século reforça sua concepção principio lógica e seu propósito de refletir
as escolhas políticas, jurídicas e sociais definidas pelo Colégio Formal da
Soberania. Desse modo, a exteriorização da ideologia adotada é a
principal marca desta categoria.
O preâmbulo é a significativa e imponente expressão das intenções da
soberania popular, um espelho do pensamento que norteou a Assembleia

78
Entrevistas

Constituinte em seu trabalho de fundação do Estado. Revela a finalidade


da norma a ser promulgada.
Mais, ele externa essencialmente a dimensão da Lex Magna, não
apenas como valor fundamental do sistema jurídico, mas como princípio,
meio e fim do próprio Estado Democrático de Direito. Reveste-se, pois,
da função de guia e orientadordos princípios e direitos nela referidos.

79
Ricardo Haro

Doctor en Derecho y Ciencias Sociales y profesor emérito de la


Universidad Nacional de Córdoba y de la Universidad Blas Pascal
(Argentina). Es miembro de la Academia Nacional de Derecho y
Ciencias Sociales de Córdoba y miembro correspondiente de las
Academias Nacionales de Ciencias Morales y Políticas y de
Ciencias de Buenos Aires y de la Academia de Jurisprudencia de
Colombia. Ha sido profesor de Derecho Constitucional en la UNC
y en la UBP, en la que es director de la Carrera de Especialización
en Derecho Procesal Constitucional. Presidente honorario de la
Asociación Argentina de Derecho Constitucional. Profesor
visitante en diversas Universidades de España y Latinoamérica y
miembro de numerosas instituciones nacionales y extranjeras. Es
autor de varios libros, ha participado en 30 colectivos y publicado
un centenar de trabajos. Participó activamente en más de 150
congresos y cursos. Fue Premio Konex 2006 en Humanidades, DC.
Realizó la carrera judicial en el Poder Judicial de la Nación,
culminándola como juez de la Cámara Federal de Córdoba. Ha
sido conjuez de la CSJN.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Hacemos nuestras las palabras de Juan Bautista Alberdi cuando en
su reconocido libro Bases, cuyo título completo era Bases y puntos de
partida para la organización política de la República Argentina,
derivados de la ley que preside el desarrollo de la civilización en
América del Sud, sostie-ne que “conviene que el preámbulo de la
Constitución argentina exprese sumariamente los grandes fines de su
instituto. Abrazando la mente de la Constitución, vendrá a ser la antorcha
que disipe la oscuridad de las cues-tiones prácticas, que alumbre el
sendero de la legislación y señale el rumbo de la política del gobierno.
¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?

En el preámbulo, están “encapsulados” los principios constituciona-


les, las creencias básicas, los grandes fines y los valores apetecibles por la
sociedad, para el progresivo desarrollo de sus habitantes, y que sustentan
como meollo ideológico y médula espinal, lo que inspiró a decir tan acer-
tadamente a Bartolomé Mitre, que él expresaba “el sentido filosófico de
la Constitución”.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Por lo que acabamos de exponer precedentemente, indiscutiblemen-
te que el preámbulo constituye el “meollo” y la verdadera síntesis de la
Constitución, respecto tanto a la dignidad de la persona humana, como a
la organización del poder en departamentos limitados y controlados. En
su texto están “encapsulados” los grandes objetivos que han acompañado
el peregrinaje social e institucional del pueblo argentino en todas las
etapas históricas de su caminar. Son creencias, fines y valores
permanentes para el progresivo desarrollo de todo hombre y de todos los
hombres que habiten su suelo.

83
Ricardo Haro

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Como lo ha sostenido reiteradamente nuestra Corte Suprema de
Justi-cia, en la interpretación tanto de las normas que integran la parte
dogmática como la orgánica, debe atenderse a los fines que declara el
preámbulo, sin que ello implique la posibilidad de alterar el sentido que
surge de la claridad del propio texto constitucional.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Efectivamente, la Corte Suprema como intérprete final de la Consti-
tución y atendiendo a las circunstancias concretas de cada caso, procura
siempre realizar una interpretación dinámica tanto del preámbulo como
del texto constitucional, de modo que ambos adecuen a la realidad,
porque no debe olvidarse que la Constitución es el marco jurídico del
proyecto de vida de la comunidad.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
El preámbulo, como toda Constitución, debe conformar la
conciencia y la cultura constitucional del pueblo, tarea que debe
expresarse en todas las etapas del proceso educativo, pero además, en la
ejemplaridad que transmita un estilo de vida democrático en la sociedad
y un funcionamiento republicano de los diversos órganos del poder.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
El preámbulo es el gran pórtico que encabeza el texto constitucional
y, como tal, forma parte de la Constitución, pero carece totalmente de
fuerza normativa. Como lo hemos señalado, solo tiene una primordial
importancia en la interpretación teleológica de la Ley Suprema.

84
Entrevistas

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


Toda Constitución implica, más allá de su texto positivo un sistema
de creencias políticas, de valores y de esas ideas fuerzas que vivifican y
hacen realidad la representación jurídico-política que la sociedad
considera valiosa en el cumplimiento de sus altos objetivos, y es
precisamente el preámbulo, el que los contiene y señala las grandes líneas
de la dimensión política de todo el plexo supremo.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Aquí es preciso reiterar la respuesta dada a la pregunta 3 y, por lo tanto,
así como el texto, el preámbulo constitucional debe seguir cumpliendo en las
diversas etapas histórica de los pueblos y adecuándose a las realidades que
transitan, la función de fijar y proclamar los grandes fines, ideas y valores
que aseguren un orden de convivencia democrático y republicano, en el que
la pasión y la vigencia de la Justicia sean su fuerza demiúrgica.

85
Pablo Luis Manili

Abogado y doctor en Derecho por la Universidad de Buenos


Aires (Argentina). Ha realizado estudios de posgrado en
Estados Unidos, Francia, Italia, España y Holanda, entre otros.
Profesor de grado, posgrado y doctorado de Derecho
Constitucional en la Facultad de Derecho (UBA). Profesor
invitado de numerosas universidades argentinas y extranjeras.
Subdirector de la Carrera de Especialización en Derecho
Constitucional de la UBA. Autor y director de 20 libros
(individuales y colectivos) y de más de dos centenares de
artículos sobre temas de derecho público. Página web
personal: <www.pablomanili.com.ar>. Miembro de la
Asociación Argentina de Derecho Constitucional.
(1)
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Según James Madison, “nada es más natural ni común que utilizar
primero una frase genérica y luego explicarla a través de una lista de
(2)
particularidades” . En opinión de Juan Bautista Alberdi, es la parte de
la Constitución que contiene fines para cuya consecución su propio
(3)
articulado desarrolla los medios . A nuestro criterio, el preámbulo
contiene manifes-taciones generales que van variando de país en país,
pero que básicamente son las siguientes:
el modo en que se llegó a la sanción de la Constitución (en el
caso argentino, dice: “reunidos en congreso general
constituyente por voluntad y elección de las provincias que lo
componen y en cumplimiento de pactos preexistentes”);
la expresión de los fines perseguidos con la sanción de la
Constitución (“para constituir la unión nacional, afianzar la
justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común,
promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la
libertad”);
el acto formal de sanción de la Constitución.
Esas manifestaciones generales luego son seguidas por otras
más específicas dentro del articulado de la Constitución.

Puede verse, para mayor desarrollo de esta materia, nuestro trabajo “El
preámbulo de la Constitución Nacional en la jurisprudencia de la Corte Suprema”,
en: Manili, Pablo L. (Director), Corte Suprema de Justicia de la Nación, Máximos
Precedentes. Derecho Constitucional, 2013, tomo I, pág. 557 y ss.
Hamilton, Alexander, Madison, James y Jay, John: El Federalista, XLI,
México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pág. 169 y ss.
Alberdi, Juan B.: Estudios sobre la Constitución Argentina de 1853, Buenos
a
Aires, Jackson, Colección Grandes Escritores Argentinos n.° 13, 4. edición, 1945,
pág. 12.

89
Pablo Luis Manili

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Queda contestada con la respuesta a la pregunta 1.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
En general, sí; especialmente en las constituciones decimonónicas que
no hayan sufrido reformas integrales, dado que mantienen su textura escueta
y genérica. Pero aquellas constituciones que fueron sancionadas o sustan-
cialmente reformadas más recientemente (digamos, desde la segunda mitad
del siglo XX en adelante), tienen un articulado más frondoso, una mayor
inflación normativa y ello provoca que el contenido del preámbulo sea muy
reducido en comparación con las normas contenidas en la Constitución.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Entendemos que ese es el principal propósito del preámbulo: orientar la
interpretación y sobre todo la integración de las normas constitucionales. La
Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina, en el caso “Recurso de
Hábeas Corpus deducido a favor de los deportados en el Transporte Cha-
(4)
co” , de 1932 (en el cual se discutía la constitucionalidad de la expulsión
de ciertos extranjeros), sostuvo, con cita de Willoughby, que: “El valor del
preámbulo[……] como elemento de interpretación no debe ser exagerado.
Sería [……] ineficaz para dar al cuerpo del instrumento a que se aplica un
sentido distinto del que fluye de su claro lenguaje. Solo constituye un po-
sitivo factor de interpretación cuando el pensamiento de los redactores
no aparece en aquél nítido y definitivo”. Es decir que frente a la
oscuridad de una norma constitucional o a una laguna normativa, cabe
remitirse a él para realizar esa interpretación o integración del texto.
En cuanto a la parte dogmática, el mismo tribunal, en el caso
(5)
“Nordensthol c/ Subterráneos de Buenos Aires” de 1985, decla-

Fallos 164:344.
Fallos 307:326.

90
Entrevistas

(6)
ró la inconstitucionalidad de una ley laboral por entender que
violaba el artículo 14 bis de la Carta Magna, para lo cual sostuvo
que “Las grandes metas de la política del Estado están fijadas en
el preámbulo de la Constitución. La acción del poder político
estatal para lograr esas metas no es revisable judicialmente en
cuanto decisión política. Pero como esta necesariamente, debe
instrumentarse mediante normas jurídicas [……] esto no es otra
cosa que contrastar la validez del instrumento jurídico
empleado para la consecución de lo que se considera un bien
social en un momento dado”.
(7)
En “United States vs. Verdugo Urquidez” de 1990, la Corte
Suprema norteamericana aplicó el preámbulo para fundar su
de-cisión de que el bill of rights solo era aplicable a los
nacionales, y que la garantía del debido proceso (cuarta
enmienda) no podía ser invocada por un ciudadano mexicano
que estaba siendo buscado por agentes norteamericanos.
Con respecto a la parte orgánica, se ha sostenido comúnmente que:
“Es un principio universalmente admitido por los comentadores de la
Constitución americana que las declaraciones generales que la
misma Constitución tiene no son fuentes de poderes ni de jurisdic-
ción. “Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina”,
dice nuestra Constitución, “con el objeto de afianzar la justicia
[……] promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la
libertad” [……], etcétera. No hay medida alguna que no pudiera
invocar en su apoyo alguno de aquellos grandes objetos que son el
fin a que se dirige toda sociedad; y si declaraciones tales debieran de
originar algún poder, no hay medida ni acto alguno que no cayera
bajo los límites de todos y cada uno de los diversos ramos de los
poderes públicos. En ningún caso, dice Story (secc. 3. cap. 6. *462)
se puede ocurrir al preámbulo (las declaraciones gene-rales) para
extender los poderes conferidos al gobierno general, o a cualquiera
de sus ramas. No puede [el preámbulo] conferir ningún poder por
sí; jamás puede hacerse extensivo, por impli-

Ley n.° 21.476.


494 US 259 de 1990.

91
Pablo Luis Manili

cación, a una ampliación de un poder expresamente concedido.


Jamás puede ser el origen legítimo de un poder implícito [……]. Su
verdadero significado es explicar la naturaleza, la extensión y la
aplicación de los poderes concedidos por la Constitución y no
(8)
crearlos implícitamente” (el destacado nos pertenece).

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
El maestro Germán Bidart Campos sostenía —y compartimos su
postura— que “la Constitución escrita de un Estado democrático es un
sistema normativo que tiene fuerza obligatoria y vinculante; es decir, que
reviste naturaleza de norma jurídica y no un mero carácter declarativo u
(9)
orientativo” . Y esa fuerza normativa se extiende también al preámbulo,
con el alcance que expusimos antes, es decir, la única diferencia entre
preámbulo (obligatorio) y artículos (también obligatorios) es que, atento la
mayor generalidad de los términos de aquel es muy difícil utilizarlo como
fuente autónoma de una decisión jurisdiccional por cuanto esa generalidad
posibilitaría darle la razón simultáneamente a dos partes en conflicto. Por lo
tanto, su función es más bien la de ser una pauta interpretativa e integradora
de los artículos de la Constitución.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
Entendemos que los fines y las metas que el preámbulo expresa,
ade-más de tener un efecto jurídico, como expusimos anteriormente,
tienen un fuerte contenido político y por lo tanto deben ser utilizadas
como fuente de inspiración de las autoridades en todas sus decisiones.

Dictamen del procurador general de la Nación, Dr. Eduardo Costa, en 1880,


transcripto por Pérez, Felipe, La Constitución Nacional y la Corte Suprema, Buenos
Aires, Amauta, 1962, tomo I, pág. 65.
Bidart Campos, Germán J., El Derecho de la Constitución y su Fuerza
Nor-mativa, Buenos Aires, Ediar, 1995, pág. 11.

92
Jorge Miranda

Doutor en Direito (Ciencias Jurídico-Políticas) pela


Universidade de Lisboa (Portugal) e professor desta Faculdade
e da Universidade Católica Portuguesa (desde 1985). Doutor
honoris causa pe las Universidades de Pau, Vale do Rio dos
Sinos (Brasil), Lovaina e Porto e professor honorário da
Universidade Federal do Ceará. Foi Deputado á Assembleia
Constituinte portuguesa (1975-1976), Deputado á Assembleia
da República (1976 e 1980-1982) e membro da Comissao
Consitucional antecessora do Tribunal Constitucional (1976-
1980 e 2004-2007). Autor dos anteprojectos de Constitucion de
Sao Tomé e Príncipe e de Timor-Leste. Foi presidente do
Conselho Científico (1988-1990 e 2004-2007) e presidente do
Conselho Directivo (1991-2001) da sua Faculdade. É membro
de numerosas associacoes científicas. Na sua bibliografia
avultam um Manuel de Direito Constitucional em 7 volumes,
um Curso de Direito Internacional Público e, em colaboracao,
ima Constitucion Portuguesa Anotada, em 3 volumes.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional? O

preâmbulo, como parte da Constituição, tem naturaza jurídica.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Deve conter: a) referência à origem da Constituição; b) a definição
sintética da sua ideia de Direito.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera sín-


tesis de la Constitución?
O preâmbulo pode ser uma sintese da Constituição, mas esta é sempre
mais do que ele. Basta pensar nos grandes princípios constitucionais.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la inter-


pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte orgánica,
de cualquier articulado constitucional?
O preâmbulo conta para a interpretação do articulado da
Constituição, assim como a interpretação do articulado importa para a
interpretação do preâmbulo.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Sim, pode ser.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
O preâmbulo deve traduzir o consenso legitimidador da Constituição
e deve ser claro e literalmente bem construido.

95
Jorge Miranda

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Ver a primeira resposta.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


A função politica do preâmbulo está ligada à sua força jurídica, mas
pode variar com o tempo.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Ver a segunda e a sexta respostas.
Nota: El pensamiento del reputado constitucionalista Jorge
Miranda, en términos generales,acerca del preámbulo, tal como ha puesto
de relieve, es el siguiente:
“Um preâmbulo ou proclamaçã mais ou menos solene, mais ou menos
signigicante anteposta ao articulado não é competente necessaário de
qualquer Constitução; é tãosomente um elemento natural de Consti-
tuições feitas em momentos de ruptura histórica ou de grande trans-
formação político-social. O seu carácter depende dessas circuntancias e
dessas intenções, bem como da ideología a que apela o legislador
constituinte. E también a sua forma e a sua extensão aparecem extre-
mamente variáveis: desde as síntesis lapidares de estilo literário aos
longos arrazoados á laia de relatórios preliminares ou exposições de
motivos; desde a invocação do nome de Deus ou do título de legitimi-
dade do poder constituinte ao conspecto histórico; desde a alusão a um
núcleo de princípios filosófico-políticos á prescrição de determinados
objectivos programáticos. (Cfr. Miranda, Jorge: Manual de Direito
Constitucional, t. II, 7.ª edição revista e atualizada, Coimbra Editora,
S.A., Coimbra, 2011, págs. 289-290). (J.F.P.M.)

96
Pablo Lucas Murillo De La Cueva

Magistrado del Tribunal Supremo de España desde 2001. Fue


vocal de la Junta Electoral Central desde 2012 y entre 1991 y
1994. Es catedrático de Derecho Constitucional de la
Universidad de Córdoba (1989) y es doctor en Derecho por la
Universidad de Bolonia (1978). Dentro de sus principales
publicaciones se pueden encontrar los siguientes títulos: El
derecho a la autodeterminación informativa y las garantías para
su efectividad, en colaboración con José Luis Piñar Mañas,
Fundación Coloquio Jurídico Europeo, Madrid, 2009; El
ordenamiento constitucional de los partidos políticos en España,
en colaboración con Raúl Morodo, UNAM, México, D.F., 2001;
Informática y protección de datos personales, Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, 1993; El derecho a la
autodeterminación informativa, Editorial Tecnos, S.A., Madrid,
1990; Manual de Derecho Político, en colaboración con Pablo
Lucas Verdú, vol. I, Editorial Tecnos, S.A., Madrid, 1987 y
posteriores ediciones. Asimismo, ha publicado investigaciones
en prestigiosas revistas nacionales e internacionales.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Preámbulo, según el diccionario de la Real Academia Española, en
su primera acepción, es “exordio, prefación, aquello que se dice antes de
dar principio a lo que se quiere narrar, probar, mandar, pedir, etc.”. En
latín, de donde procede la palabra castellana y sus equivalentes en otros
idiomas, como el inglés, francés, italiano o el portugués, praeambulus es
lo que va delante. El preámbulo constitucional es el texto que precede a la
Consti-tución y su precedencia no es solamente formal también es
material en el sentido de que la anuncia solemnemente y expresa la
fuente, el sujeto que la ha hecho y aprobado y los fines que pretende
lograr con la ordenación que lleva a cabo el texto que le sigue.
Preámbulo y fórmula de promulgación son cosas distintas. Esta
última es una proclamación formal llevada a cabo, normalmente, por el
Jefe del Estado, que pone en conocimiento de los ciudadanos la
aprobación por el poder legislativo de una ley que se publica para general
conocimiento y entrada en vigor. Dependiendo de las tradiciones y usos
constitucionales o de prescripciones expresas del ordenamiento jurídico,
se plasma en expresiones procedentes del Derecho histórico o en otras de
nuevo cuño, por lo general, esencialmente técnicas. En ambos casos son
escuetas y asépticas, formales, porque nada dicen del sentido de las
disposiciones a las que hacen referencia.
Hay ejemplos en los que el mismo constituyente llama preámbulo a
lo que más bien es una fórmula de promulgación. No obstante, en
aquellos casos en los que en estos pronunciamientos liminares, cualquiera
que sea su denominación formal, nos encontremos con menciones,
aunque sean míni-mas, al origen, al fin que se propone o a algún aspecto
de la Constitución, tendremos un preámbulo

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


El examen de las constituciones nos muestra que, en general, coinciden
en identificar al titular del poder constituyente. También suelen recoger los

99
Pablo Lucas Murillo De La Cueva

fines u objetivos principales que se quieren alcanzar con el ordenamiento


que establecen. Asimismo, nos encontramos que, a veces, enuncian los
ca-racteres principales del ordenamiento constitucional. Y, en ocasiones,
hacen constar el significado histórico de la operación constituyente.
No hay, sin embargo, un contenido canónico. Las constituciones son
fruto de circunstancias decisivas en la historia de los pueblos. Siguen y dan
forma jurídica a los cambios políticos que experimentan y nacen con-
dicionadas por los equilibrios políticos, económicos y sociales que llevan a
ellos. Por eso, hay supuestos en que una determinada manifestación sobre la
fuente del poder político soberano puede ser conflictiva y se omite —es el
caso de la Constitución española de 1876— o puede resultar inconveniente
un reproche expreso al régimen político superado y se silencia, como en el
preámbulo de la Constitución española de 1978. En otras circunstancias, se
invoca a Dios todopoderoso, como las constituciones colombiana, peruana y
argentina o la española de 1812 o la alemana vigente. Hay, asimismo,
ejemplos en los que el preámbulo manifiesta la aspiración a la recuperación
de la unidad del pueblo —el de la Ley Fundamental de Bonn en 1949— o
refleja su consecución: el mismo de la Ley Fundamental de Bonn tras la
unificación de la Alemania.
En suma, la historia, los avatares de cada proceso constituyente con-
dicionan el contenido de los preámbulos.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Los preámbulos, como es natural, no son ajenos a la esencia de las
constituciones. Al contrario, la dan por supuesta, la incorporan implícita-
mente y en la medida en que reflejen los valores y principios que mueven
al constituyente a establecer la Constitución la harán más o menos explí-
cita. Es lo que sucede con el preámbulo de la Constitución de los Estados
Unidos de 1787, seguido de cerca por la de Argentina de 1853-1860. O
con el de la Constitución de Colombia y, también, con el de la
Constitución española de 1978. Este último describe el elenco de
objetivos que guían al poder constituyente, la Nación española, con la
precisión suficiente para, pese a su concisión, prefigurar los rasgos
principales del ordenamiento que conforma el texto articulado. No
obstante, esta solución no es la más frecuente.

100
Entrevistas

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
El preámbulo debe ser coherente con la Constitución a la que antecede.
En tanto obra del mismo sujeto, el constituyente, cuando enuncie o implique
fines, objetivos, aspiraciones o prefigure instituciones u organizaciones, sí
deberá ser considerado por el intérprete constitucional. Aunque la voluntad
del constituyente no se identifica con la voluntad de la Constitución, que es
la decisiva, entre los criterios aceptados por la hermenéutica jurídica para
establecer el sentido de las normas se cuenta el de atender a los propósitos de
su autor. Por tanto, cuando tales metas o anticipaciones figuren en el
preámbulo deberán ser tenidos en cuenta del mismo modo que son consi-
deradas por los jueces las exposiciones de motivos que preceden a las leyes
ordinarias para interpretar sus preceptos.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
La jurisprudencia complementa el ordenamiento jurídico mediante la
interpretación de los textos en los que se expresan las disposiciones dictadas
para regular la convivencia. La Constitución, como las leyes, adquieren un
sentido preciso cuando se aplican a las relaciones sociales y, en caso de
controversia, ese sentido lo establecen los tribunales. Los jueces, en efecto,
dicen el Derecho, expresan la respuesta que el ordenamiento prescribe para
los conflictos de intereses que se les someten. Y esto es verdad también para
la Constitución. Por tanto, se puede entender perfectamente la afirmación de
Charles Evans Hughes: “Vivimos bajo una Constitución, pero la Cons-
titución es lo que los jueces dicen que es”.
La jurisprudencia va fijando, pues, el sentido de la Constitución a lo
largo del tiempo. La va adaptando a las nuevas circunstancias. Ciertamente,
habrá ocasiones en que los cambios políticos, sociales o económicos sean de
tal naturaleza que hagan inevitable la reforma constitucional. No obstante,
fuera de tales situaciones, desde luego no habituales, será la jurispruden-cia
la que lleve a cabo la adecuación del ordenamiento fundamental a la
realidad. Los tribunales interpretarán sus preceptos de manera acorde a la
forma de concebir la convivencia en el momento histórico en que se hallan.

101
Pablo Lucas Murillo De La Cueva

Y el entendimiento que de la Constitución en su conjunto y de sus distintos


artículos así establezcan se extenderá, también, al preámbulo, ya que este no
tiene sentido al margen de un texto constitucional determinado.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
La virtualidad educativa o pedagógica del preámbulo de la
Constitución va unida a la forma y al contenido del texto que lo integra.
Por lo que hace a la forma, parece claro que una redacción que aúne
claridad y concisión junto con las dosis estéticas justas y el grado de
solemnidad imprescindible facilitará significativamente ese cometido. El
contenido así expresado deberá normalmente identificar al sujeto que
hace la Constitución y las razones o propósitos que le llevan a ello.
Ante un preámbulo ya dado, la mejor manera de extraer de él esa
fun-ción educativa o pedagógica es la de enlazar sus palabras con los
principios y valores que informan la Constitución. Ligando las
manifestaciones del preámbulo con los fundamentos materiales del
ordenamiento constitucio-nal, situando en aquél, las raíces de estos, será
posible profundizar en la dimensión a la que se refiere la pregunta.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Según lo dicho antes, el preámbulo precede a la Constitución pero,
en propiedad, no forma parte de ella.
Ahora bien, puede haber constituciones sin preámbulo, como la es-
pañola de 1931, la italiana de 1947 o la belga de 1994. E, incluso, hay el
caso en el que un constituyente, el de la V República francesa, ha querido
remitirse expresamente al preámbulo de otra Constitución: la de 1946. Lo
hizo para completar la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciuda-
dano de 1789 —que asume, al igual que ha asumido muchos años después,
los proclamados en la Carta del Medio Ambiente de 2004— con los de
carácter económico y social, identificados por el preámbulo de la Consti-
tución de la IV República. Opción que se explica desde una concepción de la
Constitución como norma esencialmente organizativa aunque no ajena

102
Entrevistas

a los derechos. Por tanto, si bien formalmente la Constitución francesa de


1958 tiene un preámbulo, en la realidad, cuenta también con la parte del
de 1946 relativa a los derechos económicos y sociales.
En otro orden de consideraciones, se debe tener presente que no tie-ne
sentido un preámbulo sin Constitución que preceda y que, cuando el
constituyente ha querido anteponerlo al texto articulado, el preámbulo es
materialmente inseparable de la Constitución por la conexión que les une,
por el vínculo político que existe entre ellos, por la común fundamenta-ción
que les anima y por lo que el preámbulo aporta a la Constitución. Me refiero
a que la explica en términos históricos e ideológicos y, también, puede
expresar los valores esenciales sobre los que descansa y los grandes
objetivos que se propone el constituyente. Aquellos para cuya consecución
ha hecho la Constitución. Por eso, el preámbulo es un instrumento capital
para la interpretación de los preceptos constitucionales.
Es verdad que el Conseil Constitutionnel ha afirmado que el
preámbulo de la Constitución francesa de 1958 es parámetro de la consti-
tucionalidad de las leyes y que ha extendido esa condición, incluso, a las
declaraciones de derechos a las que se refiere, las cuales de este modo
gozan hoy de vigencia al máximo nivel. No obstante, creo que, sin
perjuicio de excepciones tan notables como ésta, la regla es la contraria:
los preámbulos, aunque sí posean una notable virtualidad interpretativa
del texto constitu-cional, no tienen fuerza normativa.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


La principal función del preámbulo es la de contribuir a la
legitimación de orden político que construye la Constitución. El ejercicio
del poder cons-tituyente es la manifestación por excelencia de la
soberanía en la medida en que hoy puede existir ese atributo. Constituirse
en sociedad política, en Estado, es una decisión existencial del cuerpo
social que la toma. Por ella se afirma como sujeto independiente y
confiere, deposita, el ejercicio de los poderes que le son propios en los
órganos que han de constituirse conforme a sus determinaciones.
Hoy esa decisión existencial no se concibe más que en términos demo-
cráticos y en el pleno respeto de los derechos fundamentales. El preámbulo
manifiesta, pues, la legitimidad democrática de la que surge la Constitución,
la que descansa en la soberanía del pueblo ejercida libre y democráticamente.

103
Pablo Lucas Murillo De La Cueva

Y manifiesta, también, cuál es la razón de ser de la sociedad estatal que


se constituye: el respeto a la dignidad de la persona y a los derechos
inviola-bles que le son inherentes y la garantía de la convivencia
democrática en un orden económico y social justo.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
El papel principal del preámbulo constitucional en nuestros días
sigue siendo es el de hacer patente la legitimidad del poder político que la
Cons-titución limita y ordena.

104
Hernán Alejandro Olano García

Abogado, con estancia posdoctoral en Derecho Constitucional


como becario de la Fundación Carolina en la Universidad de
Navarra, España y en Historia en la Universidad del País Vasco
como becario de AUIP; abogado, magíster en Relaciones
Internacionales y magíster en Derecho Canónico; especializado en
Derecho Constitucional, Derechos Humanos, Derecho Canónico,
Bioética, Docencia Universitaria y Liderazgo Estratégico Militar.
Director del Programa de Humanidades en la Facultad de
Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de La Sabana. Es
vicecónsul honorario de la República de Chipre en Colombia.
Miembro de número de la Academia Colombiana de
Jurisprudencia; Miembro correspondiente de la Academia
Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales y miembro de
honor del Ilustre Colegio de Abogados de Lima. Dirige el Grupo
de Investigación en Derecho e Historia de las Instituciones “Diego
de Torres y Moyachoque, Cacique de Turmequé”, en la
Universidad de La Sabana de Chía, Colombia.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
El preámbulo plantea tipo de Estado, origen de la Carta, invocación
divina, fines y propósitos, forma de gobierno y compromiso de integra-
ción, como características básicas. El anterior preámbulo colombiano, fue
votado por el pueblo en el Plebiscito de 1.º de diciembre de 1957
(decretos legislativos 247 y 251 de octubre 4 y 9 de 1957), y que rigió
hasta 1991 y decía así:

“En nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad, y con


el fin de afianzar la unidad nacional, una de cuyas bases es el
reco-nocimiento hecho por los partidos políticos de que la
Religión Católica, Apostólica y Romana es la de la Nación, y
que como tal los poderes públicos la protegerán y harán que sea
respetada como esencial elemento del orden social y para
asegurar los bienes de la justicia, la libertad y la paz, el pueblo
colombiano, en plebiscito nacional, decreta...”.

Este preámbulo, antecedía el texto original de 1886, que de manera


más sencilla establecía: “En nombre de Dios, fuente suprema de toda au-
toridad, y con el fin de afianzar la unidad nacional y asegurar los bienes
de la justicia, la libertad y la paz, hemos venido en decretar como
decretamos, la siguiente Constitución Política de Colombia”.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


En primer lugar, el preámbulo plantea un Estado de Derecho, con las
palabras “dentro de un marco jurídico”. Como es bien sabido, el Estado
de Derecho es el Estado sometido al Derecho, regulado por normas
jurídicas. Una expresión sinónima es la del principio de legalidad, al cual
André Hauriou le atribuye las siguientes características:
Es un poder político (de intervenir, de arbitrar), no
patrimonial, ni derivado de dominio económico.

107
Hernán Alejandro Olano García

Es un poder civil al que le está subordinado el poder militar.


Es un poder temporal (terreno) que no tiene jurisdicción sobre
lo espiritual.
El Estado es el único titular de la coerción militar, y además
solo él puede administrar la justicia.
Es soberano internamente (no hay ningún poder sobre él) y en el
plano internacional está en pie de igualdad con otros Estados.
En el articulado constitucional, las referencias al Estado de Derecho
son múltiples:
— El artículo 1.º: Colombia es un Estado…… de Derecho.
— El artículo 4.º, que consagra la supremacía de la Constitución: La
Constitución es norma de normas.
— El artículo 95.º: Toda persona está obligada a cumplir la Consti-
tución y las leyes.
— El artículo 121: Ninguna autoridad del Estado podrá ejercer fun-
ciones distintas de las que le atribuye la Constitución y la ley.
— El artículo 123: Los servidores públicos…… ejercerán sus funciones
en la forma prevista por la Constitución, la ley y el reglamento.
— El artículo 242, acerca del control jurisdiccional.
En segundo lugar, agrega el preámbulo que el marco de la nación ha
de ser “democrático y participativo”. Más adecuado hubiera sido escribir
democrático-participativo, ya que todo régimen participativo es
necesaria-mente democrático.
Son varios los preceptos del articulado que ponen de presente que el
Constituyente quiso para Colombia una democracia participativa:
— El artículo 3.º, en cuanto hace residir la soberanía exclusivamente
en el pueblo.
— El artículo 103, desarrollado por la Ley 134 de 1994, en cuanto
enumera los mecanismos de participación ciudadana en el
ejercicio de su soberanía, entre los que incluye el referéndum,
la iniciativa legislativa y la revocatoria del mandato.

108
Entrevistas

— El artículo 133, en cuanto prevé la responsabilidad política del


elegido frente a sus electores.
— El artículo 257, en cuanto le da al voto el carácter de derecho y
deber del ciudadano, mientras que la Constitución anterior lo
caracterizó como una función constitucional.
— El artículo 259, reglamentado por la Ley 131 de 1994, en cuan-to
preceptúa el voto programático para la elección de alcaldes y
gobernadores como medio para conferir a ellos un mandato
imperativo y no el meramente representativo, como ocurría
bajo vigencia de la Carta anterior.
En tercer lugar, el preámbulo también preceptúa que la democracia
participativa ha de garantizar la vigencia en Colombia de un orden
político, económico y social justo.
Por último, el preámbulo compromete al pueblo de Colombia a im-
pulsar la integración de la comunidad latinoamericana. Este compromiso
encuentra su desarrollo en el artículo 9.º constitucional (la política exterior
de Colombia se orientará hacia la integración latinoamericana y del Caribe) y
en el artículo 227, en que el pueblo de Colombia manda (el verbo está en
modo imperativo) al Estado, pero concretamente al Gobierno, representado
por el presidente de la República, quien tiene a su cargo la dirección de las
relaciones internacionales (artículo 189, numeral 2), promover la integración
económica, social y política con los países de América Latina y del Caribe, e
inclusive conformar una comunidad latinoamericana de naciones.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera sín-


tesis de la Constitución?
La Corte Constitucional colombiana, estimó indispensable
reivindicar la concepción jurídica por medio de la cual el derecho no se
agota en las normas y, por ende, el constitucional no está circunscrito al
limitado campo de los artículos que integran una Constitución.
Es por eso que, el preámbulo, incorpora mucho más allá de un simple
mandato específico, los fines a los que orienta nuestro ordenamiento jurídico,
junto con los principios que inspiraron al constituyente para diseñar de una
determinada manera la estructura fundamental del Estado, la motivación po-

109
Hernán Alejandro Olano García

lítica de toda la normatividad, las metas de la acción del Estado, el rumbo de


las instituciones jurídicas y los valores que esa Constitución aspira a realizar.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Decir que está fuera del articulado no implica que se halle fuera de
la Constitución, pues aunque no presenta la estructura de una norma
jurídica, el preámbulo encabeza la preceptiva básica del Estado.
El profesor colombiano Jaime Angulo Bossa expresa al respecto, con
razón que, “siendo la cabeza parte fundamental de un cuerpo, la de la
Constitución —su preámbulo— no se puede, sin matarlo, separar de ella”.
Frente al preámbulo de la Constitución, surge necesariamente el
inte-rrogante de si obliga o no; de si goza de fuerza vinculante, o por el
contrario conforma únicamente una emotiva declaración del
Constituyente, sin reper-cusión jurídica alguna en el comportamiento del
Estado, de las autoridades públicas y de los particulares.
En la doctrina y en la jurisprudencia se han desarrollado dos tesis, cada
una de las cuales acoge uno de los extremos entre las posibles respuestas.
En Colombia, la Corte Suprema de Justicia, cuando ejercía la
función propia del control de constitucionalidad, se inclinó normalmente
por la postura que niega al preámbulo toda relevancia jurídica. La
concepción opuesta fue acogida desde 1992 por la Corte Constitucional.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
No inciden los fallos en el texto preambular, sino todo lo contrario.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
El preámbulo marca un derrotero y unos principios básicos a seguir
dentro del Estado, ya que si la razón primera y trascendental del control

110
Entrevistas

constitucional no es otra que la de garantizar la verdadera vigencia y


supre-macía de la Constitución, ese control deviene en utópico cuando se
limita a la tarea de comparar entre sí normas aliadas, sin hilo conductor
que las armonice y confiera sentido integral, razonable y sólido al
conjunto, como lo dice la Corte Constitucional.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
El preámbulo, lejos de ser ajeno a la Carta, es parte integrante de ella.
Las normas pertenecientes a las demás jerarquías del sistema jurídico están
sujetas a toda la Constitución y, si no pueden contravenir los mandatos con-
tenidos en su articulado, menos aún les está permitida la transgresión de las
bases sobre las cuales se soportan y a cuyas finalidades apuntan.
También ha juzgado la Corte Constitucional, que el preámbulo goza
de poder vinculante, en cuanto sustento del orden que la Constitución
establece y, por tanto, toda norma —sea de índole legislativa o de otro
nivel— que desconozca o quebrante cualquiera de los fines en él
señalados, lesiona la Constitución porque traiciona sus principios, ya que
en el preámbulo, se distingue de manera clara y concisa, una serie de
prescripciones que plan-tean el modo de organización del Estado y,
preanuncian la parte dogmática de la Carta.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


El preámbulo tiene el poder jurídico de movilizar a los órganos públicos
en el sentido de concretar, en cada momento histórico, un modo de vida
público y comunitario que ofrezca a las personas las condiciones materiales
adecuadas para gozar de una igual libertad. En este orden de ideas, tras ese
objetivo que fija el preámbulo, la Constitución consagra derechos sociales,
económicos y culturales; asigna competencias al legislador; establece como
deber del Estado asegurar la prestación eficiente de los servicios públicos a
todos los habitantes del territorio nacional; amplía el ámbito de responsabi-
lidades de la administración en punto a la gestión, inspección y vigilancia de
los servicios y prestaciones a cargo del Estado; abre un claro espacio de
participación a los usuarios y beneficiarios de los servicios y prestaciones
estatales; en fin, convierte los procesos de planificación económica, diseño y
ejecución del presupuesto y descentralización y autonomía territorial, en

111
Hernán Alejandro Olano García

oportunidades institucionales para fijar el alcance del Estado servicial y


de los medios financieros y materiales destinados a su realización.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
La actualización concreta del Estado social de Derecho.

112
Dante Martín Paiva Goyburu

Abogado, magíster en Derecho Constitucional y Derechos


Humanos y doctor en Derecho y Ciencia Política por la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Especialista
en materia electoral por el Jurado Nacional de Elecciones. Ha
publicado diversos artículos en revistas del Perú y el extranjero.
Se desempeña en la docencia e investigación jurídica en pre y
posgrado en diversas universidades de la república,
especialmente, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Participa como expositor en congresos, seminarios y otros
certámenes académicos, así como en el ejercicio de la profesión.
Secretario de Redacción de la Revista Peruana de Derecho
Público. Miembro de la Comisión Consultiva de Derecho
Constitucional y Derecho Procesal Constitucional del Ilustre
Colegio de Abogados de Lima.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
El preámbulo constitucional representa la síntesis genuina del
intenso proceso que involucra el trabajo del poder constituyente. En ese
sentido, el preámbulo plasma el acuerdo ciudadano a la hora de darse una
Constitución que rija a la sociedad, definiendo categóricamente la visión
de nación que asumen.
De esta manera, siendo parte integrante de la Constitución, su
alcance es el mismo que el de la norma fundamental, correspondiéndole
la máxima jerarquía normativa dentro del sistema jurídico. Por lo tanto, el
contenido del preámbulo debe ser considerado al momento de resolverse
los procesos constitucionales, en lo que resulte pertinente; al presentarse
una modifi-cación el texto constitucional mediante la reforma y dentro
del marco de la expedición de las leyes y demás normas, que no pueden
transgredir al preámbulo en la forma ni en el fondo.
Con relación a su significado, el preámbulo puede entenderse como
la necesaria introducción de todo texto constitucional propio de un Estado
constitucional de Derecho, en donde el constituyente expone para toda la
nación los principios y valores que orientaron su labor en la redacción de
la Constitución, siendo un testimonio perenne de la voluntad general que
logró consensuar una norma jurídica y abierta para organizar el poder po-
lítico y garantizar el respeto de los derechos fundamentales así como de
la institucionalidad democrática.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Dentro del preámbulo constitucional debemos encontrar una síntesis
de las ideas y criterios que fueron consideradas por el poder constituyente
en la elaboración de la norma fundamental.
La redacción no tiene que ser necesariamente extensa, al contrario,
su virtud está en la sencillez y contundencia del mensaje, lo que le
permite ser leído por todos los ciudadanos y comprendido de una manera
efectiva, sin mayor controversia.

115
Dante Martín Paiva Goyburu

Se prefiere que el estilo no se encuentre cargado de fórmulas


retóricas, que podrían asumirse como un injustificado idealismo, sino que
cuenten con párrafos que concentren los principales aspectos por cada
título. Por ejemplo, siendo que la actual Constitución peruana de 1993
tiene 6 títulos, pudieron ser seis párrafos como mínimo en el preámbulo.
Debe evitarse invocaciones que se orienten a un sector. Una diferencia
notable entre los preámbulos de las constituciones peruanas de 1979 y 1993
es que en esta última se invoca a Dios, lo cual, en las postrimerías del siglo
representaba un retroceso dentro del enfoque de Estado laico que se
viene asumiéndose en todo el mundo.
De igual forma, y aunque puede estar dentro de los artículos, el
preám-bulo debe recoger y poner énfasis en los objetivos que asume el
Estado dentro de la búsqueda de bienestar general de la nación,
expresando así, de manera indubitable, que su compromiso es con la
felicidad y prosperidad del pueblo, no del capital ni el sistema.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Sin lugar a duda. Siendo la Constitución la norma jurídica de eleva-
da jerarquía y que regula primigeniamente el poder político, sustentando
el régimen que se aplica para la organización del Estado, asegurando su
funcionamiento y dinámica, debe prescribir en sus artículos los aspectos
pertinentes a cada una de las materias dentro de los títulos y capítulos en
las que se desarrollan.
Sin embargo, la sustentación o exposición de motivos de la Consti-
tución debe ubicarse en el preámbulo. Si bien la fuente directa de todo el
debate constitucional lo representan los diarios de los debates, que son una
fuente de investigación y análisis inagotable, el texto no es accesible para la
mayoría de los ciudadanos. Por ello, el preámbulo representa la necesaria
oportunidad de emparentar a la nación con su norma fundamental.
De esta forma, todos los factores y sucesos que incidieron en la ini-
ciativa y posterior redacción de la Constitución deben ser reflejados en el
preámbulo. Más aún, la existencia del preámbulo sirve para demostrar que el
Poder Constituyente, por más trascendental y supremo que sea, rinde cuentas
de su labor, recogiéndose en el preámbulo el mensaje de tan magno órgano a
toda la nación, a las generaciones futuras y a la misma historia.
116
Entrevistas

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la inter-


pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte orgánica,
de cualquier articulado constitucional?
Dentro de las diversas categorías de interpretación, se ha previsto a
la interpretación auténtica, la cual corresponde a realizarse por el órga-no
que expidió la norma; para el caso de la Constitución, sería el poder
constituyente.
Sin embargo, dentro del sistema jurídico peruano, se ha previsto que
la labor de supremo intérprete de la Constitución recae en el Tribunal
Cons-titucional. En ese sentido, la tarea que desarrollan tiene un
considerable impacto dentro del tratamiento de las diversas disposiciones
contenidas en la norma suprema.
Conforme ya hemos indicado en las preguntas anteriores, el
preámbulo es un texto esencial que representa la síntesis de los valores,
opiniones y posturas asumidas por el constituyente en la redacción de la
Constitución. En tal sentido, apreciando lo expuesto en el preámbulo se
puede tener un testimonio vivo de la visión que se tuvo respecto del país
y como la Cons-titución permitiría construirlo.
De esta manera, consideramos que sí debe reflejarse el espíritu del
preámbulo al momento de interpretarse el contenido de la Constitución. Pero,
el intérprete debe ser cuidadoso, al momento de invocar al preámbulo, pues
por su virtud de síntesis, puede ser el caso que un artículo de la Constitu-ción
no pueda ser interpretado bajo el texto del preámbulo, y no resultaría
pertinente forzar la interpretación suponiendo temerariamente algún criterio
que no tenga la suficiente contundencia. Es por eso que el preámbulo debe
servir a la hora de interpretarse a la Constitución, tomarse en cuenta, en el
articulado donde sea pertinente y adecuado aplicarlo.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las sentencias


que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una función
dinámica que incide en el texto preambular?
Prefiero desdoblar esta interrogante en las siguientes: ¿La
interpretación realizada por el Tribunal Constitucional impacta en el
preámbulo? ¿Puede interpretarse el preámbulo constitucional?
En el caso de la primera interrogante, más que impactar o incidir diría
que la interpretación formulada por el magno Tribunal debe ser concordante

117
Dante Martín Paiva Goyburu

con el preámbulo constitucional, siendo que el preámbulo representa el


es-píritu del Poder Constituyente, en el cual sobre todo se recogen los
valores que orientaron su trabajo ¿De qué valores hablamos? De los
valores éticos fundamentales, principalmente, como la justicia, el orden,
la libertad, la igualdad, el respeto y la tolerancia, entre otros.
Respecto de la posibilidad de interpretarse al preámbulo, habría que
tener cierta consideración o reserva. Así como en el ámbito interpretativo
se ha señalado que existen cláusulas pétreas e inmutables que no pueden
ser modificadas, de igual manera puede considerarse al preámbulo.
Consideramos que el preámbulo es una proclamación a manera de
ex-posición de motivos, pero con carácter normativo. Un elemento sui
generis de la Constitución, y que para preservar su naturaleza y contenido
no puede admitir interpretación, al contrario, debe servir como estándar
interpretativo, pues representa la síntesis de la voluntad general que
otorgó la Constitución en un momento dado.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
La función del preámbulo es eminentemente pedagógica, y dentro del
plan educativo nacional debe ocupar un espacio preferencial que se exija a
los educadores y escuelas, públicas y privadas, una formación cívica donde
la lectura y comprensión de lo expuesto en el preámbulo constitucional se
considere a toda escala y los escolares puedan apreciar como ese texto aco-
ge y resume los objetivos de nación. Recordemos a propósito las célebres
palabras de José de San Martín en la proclama de la independencia:“Desde
este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de los
pueblos y por la justicia de su causa que dios defiende”.
Ese discurso que emociona al imaginar su exclamación, favorece al
sentimiento constitucional, y en ese sentido, el preámbulo, siendo un pro-
ducto más contemporáneo de la misma voluntad general, permite aproximar
desde la escuela a la nación, que posteriormente asumirá sus deberes políti-
cos, teniendo en mente plenamente que Estado es el que desea construirse.
Podría criticarse al respecto, que solo con discursos no se va a construir
el civismo, lo cual es una apreciación válida. Sin embargo, si no se suma

118
Entrevistas

ningún esfuerzo a favor del fomento del sentimiento constitucional desde


los primeros años de formación de los ciudadanos, la situación puede
devenir en resultados más desalentadores.
Es por ello, que los gobernantes tienen la permanente obligación de
honrar la visión de país que se establece en el preámbulo, de asegurar que
su trabajo y desempeño contribuya al desarrollo; de esta manera, se
pueden aminorar los conflictos con los gobernados. Es imposible acabar
con todos los conflictos, pues aunque se hagan bien las cosas, siempre
existirán po-siciones críticas, pero estas serán cada vez menores, y
gracias a que se ha respetado el pacto social.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Considero que forma parte indisoluble del texto, no puede disgregar-
se o separarse, y es por eso que las interpretaciones que se realicen de los
artículos de la Constitución deben estar en correspondencia con el sentido
y valores expuestos en el preámbulo.
Sobre la naturaleza normativa del preámbulo, nos suscribimos a la
posición de Javier Tajadura Tejada, quien ha sustentado brillantemente que
el preámbulo constitucional tiene naturaleza normativa, a pesar de que su
redacción no sea propiamente en el sentido prescriptivo inherente a las leyes.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


La Constitución, así como norma jurídica, no ha perdido su original
función, de servir como límite o base del funcionamiento del poder políti-
co, estableciendo un poder constituido sobre el cual se cimienta el Estado
constitucional de Derecho. De allí la denominación primigenia de la
norma fundamental como Constitución Política.
La actividad política es un permanente juego de intereses y
posiciones, en el que son varios los factores que intervienen. La
experiencia, la historia y los investigadores siempre van a tener diversas
posiciones con relación a los distintos episodios relativos a los asuntos
públicos que han acontecido a lo largo del tiempo.
Al respecto, dentro del debate, un aspecto esencial es si es posible
predecir los fenómenos políticos. Situación no definida aun, pero que en
algunos casos se ha presentado cierta anticipación a los acontecimientos.
119
Dante Martín Paiva Goyburu

En ese orden de ideas, si bien en la política pueden intervenir desde


personas preparadas académicamente para desempeñarse en esos avatares, así
como simples simpatizantes sin mayor formación, es elemental dentro de una
sociedad democrática, que los políticos ciñan su labor dentro de los objetivos
que se han trazado en el preámbulo con relación al Estado y la nación, lo cual
involucra una fidelidad a la Constitución y un permanente compromiso con la
institucionalidad que se sustenta en la norma fundamental.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Considerando que la Constitución en el siglo XXI representa un
código de valores, la norma jurídica fundamental requiere de un
preámbulo que contenga los principales lineamientos que orientaron el
trabajo del consti-tuyente, transmitiendo un mensaje fidedigno a todos a
quienes va dirigida la Constitución sobre cuáles son las prioridades que
asume el Estado cons-titucional y las cuestiones axiológicas elementales
en los que se funda la norma normarum.
Presenciando una serie de transformaciones en las relaciones inter-
nacionales, en el ámbito político, económico, social, lo cual tiene notable
impacto en el sistema jurídico, es indispensable que se examinen los
textos constitucionales y se verifiquen si los mismos se adecuan a la
dinámica social que se presenta. Más aun cuando dentro de las corrientes
del consti-tucionalismo de nuestro tiempo se asume una posición más
comprometida con los asuntos de mayor impacto social: cuestiones
laborales, ecológicas, económicas.
Teniendo presente estos aspectos, podemos señalar que el papel del
preámbulo es el de ilustrar a la nación del valor real de la Constitución y
como tal, permite asegurar la promoción del bienestar general sin distin-
ciones. Asimismo, representar un compromiso impostergable para
quienes asumen el gobierno y el poder político, quienes no pueden
defraudar la voluntad general que estableció el pacto social, asegurando
de esta manera la viabilidad del Estado y la prosperidad de la nación.

120
Lucio Pegoraro

Catedrático de Derecho Público Comparado en el Departa-mento


de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Bolonia
(Italia), profesor afiliado en la Universidad Autóno-ma de Nuevo
León y doctor Honoris Causa en tres universida-des
latinoamericanas. Director, junto a E. Álvarez Conde, de la
«Revista de Derecho Público Comparado», miembro de los co-
mités de dirección científicos de 18 revistas, especialmente la-
tinoamericanas, y dirige cinco series de Derecho Público Com-
parado. Ha publicado, entre otras, las siguientes monografías: La
forma de gobierno francés (Padua, 1983); El lenguaje y la certeza
del Derecho (Milán, 1988); Las leyes orgánicas (Padua, 1990); Los
estatutos de las entidades locales (Rimini, 1993); Las fuentes del
Derecho (Bolonia, 1993; Turín, 2000; Lima, 2003); La justicia
constitucional (Padua, 1987; Turín, 1998 y 2007; Ma-drid, 2004;
Bolonia, 2006); La Constitución brasileña (Bolonia, 2006); El
método comparado (Padua, 2002, 2007, 2013; México y Lima,
2006; Querétaro y Bogotá, 2011 y 2012; Bolonia, 2014).
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Depende de la perspectiva dogmática (interna) o teórica: desde la
perspectiva teórica (la del Derecho Comparado), el alcance y el significado
del preámbulo constitucional es una variante de cada ordenamiento. Cada
preámbulo tiene alcances y significados distintos. Hay ordenamientos en
donde el preámbulo solo es una fórmula para el “enactment” de la Cons-
titución (por ejemplo, el Estatuto Albertino italiano de 1848, o la Consti-
tución griega vigente: “En el nombre de la SS Trinidad, Consustancial e
Indivisible”), otros en donde se involucran principios, objetivos, se enuncian
valores y axiologías de valores (ej.: Ecuador, Hungría, Bolivia, Papua-Nueva
Guinea), otros quienes describen la evolución histórica (como los de las
Constituciones rusas, soviéticas y chinas, y también de la Constitución de
Irán, el más largo del mundo con más de 3,000 palabras, o el de la República
Democrática del Congo), o hacen referencias al proceso de independencia o
a los eventos históricos que han precedido la redacción de la Constitución
(Portugal, Albania, Bielorrusia, Eslovaquia, etc.).
Muchas veces los preámbulos contienen una invocación a Dios (Ir-
landa, Alemania, Grecia, Hungría, Albania, Paraguay, Guatemala, Costa
Rica, Argentina, Brasil, Honduras, Panamá, Venezuela, etc.), aunque en
la parte normativa casi siempre se encuentren reglas que proclaman la
igualdad entre las confesiones religiosas y la libertad de conciencia. Mu-
chas Constituciones de países islámicos hacen referencia a Allah
(Barhain, Quatar, etc.) o proclaman en el preámbulo la superioridad de la
Shari’a, o hacen referencias al Corán como “Ley suprema” (Mauritania,
Comoras, Afganistán...). Finalmente, en Bolivia y Ecuador los
preámbulos invocan (además de Dios, a la Pachamama o Madre Tierra), e
Indonesia recuerda a Pancasila (los principios de Filosofía del Estado).
A veces encontramos enunciado en el preámbulo el objetivo de
forta-lecer la unificación de un país precedentemente dividido y la
finalidad de crear una “more perfect union” (EE.UU.), o una “Unión
nacional” (Emiratos Árabes Unidos), o la finalidad futura de unificar un
país todavía dividido (Grundgesetz alemán en su versión original, ahora
emendado, Corea del Norte, Pakistán...).
123
Lucio Pegoraro

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


En primer lugar, hay que preguntarnos si una Constitución debería tener un
preámbulo. Muchas Constituciones enuncian en los primeros artículos lo que
otras escriben en su preámbulo (ej. la Constitución italiana no tiene preámbulo
sino “Principios fundamentales”). La elección depende preci-samente de la
percepción de la Constitución como norma, como programa político, o como
descripción sociológica de la realidad; incluso depende más de la percepción del
papel del preámbulo en la historia constitucional de cada Estado, y del estilo de
las leyes (incluso la Constitución). Por ej. las del common law son
prevalentemente casuísticas (pero no la de EE.UU.), eso se refleja incluso en la
elección de integrarlas por preámbulos. Hay que subrayar que un preámbulo
constitucional no debe tener un contenido espe-cífico. Siendo expresión del
poder constituyente, su contenido es totalmente libre, tal como el mismo poder
constituyente decide escribirlo. El preám-bulo une la política al derecho,
entonces puede (no debe) contener lo que los constituyentes piensan sea más útil
para perseguir distintas finalidades: describir los antecedentes, elegir los
objetivos, condicionar la interpretación constitucional, invocar la protección de
Dios, etc.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
Depende (vid. pregunta 1). En el caso que se indiquen objetivos y se
otorguen cánones interpretativos, puede representar el “núcleo duro” de
la Constitución. Sin embargo, los tribunales constitucionales, como rein-
terpretan los primeros artículos (u otras disposiciones constitucionales),
pueden reinterpretar las palabras de los preámbulos. Entonces, el
preámbulo constitucional solo en sentido “estático” puede ser
considerado la esencia y verdadera síntesis de la Constitución.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
Cualquiera que sea su eficacia normativa (es decir, sea que un Tribu-nal
Constitucional lo incorpore en el bloque de constitucionalidad, como
Francia, sea que no, como EE.UU.), el preámbulo constitucional puede ser
utilizado en la interpretación, aunque con distintas graduaciones. Por ej.,
todos los tribunales utilizan los trabajos preparatorios de la Constitución

124
Entrevistas

para interpretarla, porque son útiles para interpretar, especialmente en el caso


del test de ponderación o de aplicación del principio de igualdad (aunque la
doctrina siempre subraya el fenómeno de la entfremdung, es decir, la es-
cisión entre voluntad de los framers y voluntad de la ley). Así pasa con los
preámbulos. Mas, algunas Constituciones prevén expresamente el respeto del
espíritu de la Constitución (Este de Europa, ej. Lituania), y entonces el
proprio preámbulo puede representar un elemento interpretativo importan-te.
Otro perfil de interés es que muchísimos preámbulos hacen referencia a
declaraciones y cartas internacionales de Derechos (especialmente los
africanos). Así “desplazan” fuera de su ordenamiento jurídico un canon
tópico de la parte dogmática de su Constitución.
A veces las Constituciones dicen expresamente que sí hay que inter-
pretar la Constitución en base al preámbulo: ej., la Constitución de Hun-gría
2011 (en su traducción al inglés), artículo “R”: “The provisions of the
Fundamental Law shall be interpreted in accordance with their purposes, the
National Avowal and the achievements of our historical constitution”. Y
artículo 29: “In applying laws, courts shall primarily interpret the text of any
law in accordance with its goals and the Fundamental Law. The in-
terpretation of the Fundamental Law and other laws shall be based on the
assumption that they serve a moral and economical purpose corresponding to
common sense and the public benefit”. Los “goals” (finalidades) se en-
cuentran enunciados en el preámbulo.
Aunque más frecuentemente lo afirman los tribunales constitucionales,
ej: BVerfG, 2BvR 955/00, § 100, en tema de responsabilidad de la Repú-
blica Federal frente a toda Alemania (incluso la DDR), o 2BvR 1481/04 en
tema de aplicación de una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos. Irlanda Supreme Court, Buckley v. Attorney General [1950] IR 67,
80-81, en el sentido que la “construcción” de la Constitución debe dar vida y
realidad al objetivo del preámbulo (y muchos otros casos); Estonia (caso 3-4-
1, 12.5. 2005 sobre confines estatales, y otros); Polonia (varios casos sobre
“Lustracción”, Unión Europea, etc.)

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las sentencias


que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una función
dinámica que incide en el texto preambular?
Sí, el preámbulo condiciona la interpretación del texto; a su vez, la
interpretación influye en el cambio de sentido de las palabras del preámbulo.

125
Lucio Pegoraro

(Ej.: si el preámbulo usa el término “ciudadanos”, y el Tribunal Constitucio-


nal extiende la protección a “todos”, eventualmente por efecto de Tratados
Internacionales, el propio Tribunal “cambia” el alcance de las palabras del
preámbulo).“The Constitution means what the Supreme Court says it
means”, Chief Justice Charles Evans Huges, 1907; de consequence, “The
Preamble means what the Supreme Court says it means”.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del preám-


bulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas entre gober-
nantes y gobernados en un Estado social y democrático de Derecho?
Platón opinaba que la ley debería tener una función pedagógica. No
pienso sea su tarea (en la Constitución “Tanta” Justiniano ha escrito que
“Es mucho más útil omitir pocas cosas importantes que obligar a los
hombres a sucumbir bajo el peso de muchas superfluas”). Sin embargo,
el contenido del preámbulo puede enfatizar los perfiles de la
participación, de la consulta, de la paz, de la integración, etc.,
cumpliendo un papel pedagógico conforme a los valores prevalentes.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
En primer lugar, quiero subrayar que no hay concordancia en la
doctrina más destacada acerca de la naturaleza normativa de los principios
(Scarpelli por ej., escribe que no la tienen, porque no pueden influenciar de
manera suficiente la actuación de los hombres, y solo son “matrices de
normas”; Letizia Gianformaggio, otra filósofa analítica, dice que sí la
tienen). En-tonces, pienso que si lo principios están o no incorporados en el
Texto o en el preámbulo, es un problema que primero tendríamos que
solucionar. La Corte italiana, en un caso sobre los principios contenidos en
los estatutos regionales, afirmó que no tienen naturaleza normativa. Sin
embargo, a mi parecer, si están incorporados en un texto normativo
(Constitución, ley, estatuto, reglamento), tienen naturaleza normativa. El
problema entonces es si el preámbulo pertenece al Texto.
Eso depende de la elección de cada país: en Francia, sí (Conseil
Constitutionnel, Dec. 71-44 DC, 16.7.1971, Magistrat Musulmans); en
los EE.UU., no [Jacobsen v. Commonwealth of Massachussets, 197 US
11 (1905), Coleman v. Miller, 307 US 433 (1939)]. Y así en muchos
otros países: hay que analizar la jurisprudencia.
126
Entrevistas

En India por ej. sí, ver sobre todo el caso Kesavananda v. State of
Kerala, AIR (1973) SC 1461, 1503; aquí la Supreme Court afirma que el
preámbulo es “part of the Constitution”.
En Colombia, sí, el preámbulo fue incorporado en el bloque de consti-
tucionalidad (sentencia T-568-99 MP); contra la antigua Corte (19.5.1988).
En África del Sur, sí: los casos son muchos, el preámbulo esta
utilizado por los jueces muy frecuentemente.
La Supreme Court of Canada parece decir que no en varios casos
relativos al preámbulo del Constitution Act 1867, aunque reconozca su
importancia para finalidades interpretativas. Análogamente, en casos que
implicaban el preámbulo de la Charter del 1982 [ej . O’Sullivan v. The
Queen, (1991) F.C.J. N 803, en particular acerca de su referencia a Dios].
La Corte Constitucional de Bosnia y Herzegovina dijo (12-2-1998)
que el preámbulo no tiene naturaleza normativa, sin embargo “could
serve [...] as auxiliary method of interpretation of the constitution of
which it is a preface”.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


El preámbulo une la política al Derecho, entonces puede contener lo
que los Constituyentes piensan qué sea más útil para perseguir distintas fina-
lidades. En el preámbulo se encuentran precisamente la visión política y los
objetivos de los Founding Fathers, siendo la función jurídica desarrollada
por las demás disposiciones normativas (aunque la política se encuentre
incluso allí). Representa una etapa intermedia entre la voluntad política y la
voluntad normativa, una fase donde oratio (el lenguaje de la política, que
tiene la finalidad de convencer y justificar en base de criterios de utilidad) y
ratio (el lenguaje del Derecho, que tiene la finalidad de prescribir y de
justificar con base en criterios de coherencia lógica) se funden en un híbrido.
Por lo demás, me remito a la segunda pregunta.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral del


siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
El papel de los tribunales constitucionales es cada vez más estraté-
gico en el desarrollo de la Constitución. El lenguaje de la Constitución es
vago, polisémico, y la jurisprudencia se basa prevalentemente en el

127
Lucio Pegoraro

balance de valores y principios. El preámbulo constitucional puede servir


en esta obra de balance, ponderación. Sobre todo, muchos tribunales
constitucionales controlan las revisiones constitucionales, y el parámetro
del control es el llamado núcleo duro. El preámbulo constitucional, a
veces, indica las finalidades inmutables, aunque entre los límites indi-
cados en la pregunta 5.

128
Antonio-Enrique Pérez Luño

Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla


(España), de cuya Facultad de Derecho fue decano. Doctor en
Derecho por la Universidad de Bolonia, en la que fue distinguido
con el Premio Luigi Rava. Realizó también estudios en las de
Coimbra, Trieste, Friburgo de Brisgovia y Estrasburgo, en la que
obtuvo el Diploma de la Facultad Internacional de Derecho
Comparado. Becario del Max Planck Institut en Heidelberg, de la
Fundación Juan March, del Fondo para la Investigación
Económica y Social de la CECA, y Erasmus en Florencia y
Londres. Ha publicado numerosos libros y monografías sobre:
Historia del pensamiento jurídico; Proyección de las Nuevas
Tecnologías al Derecho; y La significación de los Derechos
Humanos. Entre sus obras más relevantes, pueden citarse:
Lecciones de Filosofía del Derecho, 10.ª ed., 2008; Derechos
humanos, Estado de Derecho y Constitución,10.ª ed., 2010; Los
derechos fundamentales, 11.ª ed., 2011; La seguridad jurídica, 2.ª
ed., 1994; La polémica sobre el Nuevo Mundo. Los clásicos
españoles de la Filosofía del Derecho, 2.ª ed., 1995, obra traducida
al alemán con el título: Dieklassische spanische
Naturrechtslehre(1994).

129
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
El neoconstitucionalismo del presente se caracteriza por su decidida
afirmación de la juridicidad global de cuantos textos integran una Consti-
tución. Se ha superado así, la tradicional controversia sobre el pretendido
carácter meramente programático de los textos preambulares. Por tanto,
el alcance de un preámbulo constitucional es inequívocamente jurídico y
su significado es plenamente normativo.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


El preámbulo constitucional debe ser un compendio y cifra de los
aspectos básicos integrados en el pacto social del que se hace portavoz el
poder constituyente. Deberá contener, por tanto, los factores de partida y
las metas a conseguir por el proceso constituyente, así como las grandes
pautas de orientación y finalidad del texto constitucional, al que el preám-
bulo sirve de pórtico.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera sín-


tesis de la Constitución?
Entiendo que sí. El preámbulo refleja el núcleo de cuestiones y res-
puestas normativas que se consideran básicos para establecer un marco
constitucional. Todo ello, expresado en la forma sumaria exigida por la
propia naturaleza y razón de ser de estos textos.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la inter-


pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte orgánica,
de cualquier articulado constitucional?
Derivado del principio de la seguridad jurídica, que constituye un
pilar básico de los estados de Derecho, la coherencia del sistema jurídico
exige una estricta continuidad entre el espíritu informador de la
Constitución, consagrado en su preámbulo, y la hermenéutica de todos
los artículos inte-grados en la norma constitucional.

131
Antonio-Enrique Pérez Luño

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Los tribunales constitucionales, en cuanto intérpretes supremos de la
Constitución, son competentes para el desarrollo y la exacta interpretación
de los textos constitucionales. Por ello, es plenamente admisible una inter-
pretación dinámica y abierta de los preámbulos por parte de los tribunales
constitucionales, que permita la actualización constante y dote de la máxima
operatividad a los contenidos normativos de los textos preambulares.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
En su diálogo Las Leyes (Nómoi), Platón asigna a las exposiciones de
motivos de las leyes una importante función pedagógica. La contribución a
la paideia cívica que corresponde a las exposiciones de motivos o a los
preámbulos resulta fundamental para incentivar a los destinatarios de las
normas a su cumplimiento. Se trata de textos en los que el legislador debe
convencer al destinatario de las normas constitucionales o legales de los
beneficios que se desprenden de la eficacia de las mismas. En un Estado
social y democrático de Derecho en el que el poder público debe poner
mayor énfasis en el convencimiento que en la coacción, esa función
educativa de los preámbulos reviste una trascendencia fundamental.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Contesto afirmativamente a ambas preguntas. De cuanto
anteriormente he apuntado, se infiere mi convicción de que el preámbulo
constitucional es parte de su texto y que, por tanto, posee inequívoco
carácter y significación normativos.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


El preámbulo, tal como he indicado supra, representa la expresión
de un pacto social. Por tanto, es la máxima formulación de un acuerdo
político y su función es la de estructurar, encauzar y orientar hacia el
futuro la vida política de una determinada comunidad social.
132
Entrevistas

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral del


siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
En la sociedad global de nuestro tiempo, los preámbulos constitu-
cionales deben tener, a mi juicio, una inequívoca vocación universalista y
cosmopolita. La paz interna y la paz internacional dependen de una plena
sustitución de las ideologías de cuño nacionalista, en las que siempre sub-
yace un elemento tribal y excluyente, por un espíritu solidario y
cooperativo que estimule un afán de concordia entre todos los pueblos y
naciones del orbe. El cosmopolitismo estoico, la sociedad universal de
Dante, el ius communicationis de Francisco de Vitoria, La paz perpetua,
auspiciada por Kant, la situación comunicativa ideal, que se desprende de
los planteamien-tos de Jürgen Habermas, o los principios de justicia
defendidos por John Rawls que deben informar The Law of peoples
podrían ser algunos de los ingredientes doctrinales básicos inspiradores
de los textos preambulares del tercer milenio.

133
Javier Ruipérez Alamillo

Doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca y catedrático


de Derecho Constitucional en la Universidad de La Coruña
(España). Ganador del I Premio “Pablo Lucas Verdú”, otorgado
por la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense. Ha
sido becario del Consejo de Europa para la ampliación de estudios
en el Institut du Fédéralisme en la Universidad de Friburgo
(Suiza). Profesor visitante en la Universidad Anáhuac del Sur en
2002 y 2004. Ha impartido docencia en las universidades de
Salamanca, Santiago de Compostela y La Coruña. Entre sus
últimas publicaciones destacan: División de competencias y forma
territorial del Estado (Reus, 2012) y Reforma vs. Revolución.
Consideraciones desde la Teoría del Estado y de la Constitución a
los límites materiales a la Reforma Constitucional (Editorial
Porrúa, México, 2013).
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
La única manera posible de ofrecer una cabal y ponderada respuesta a
este interrogante es, en mi opinión, la de tomar conciencia de que, dígase lo
que se diga hoy por parte de los más entusiastas partidarios del positivis-mo
jurídico jurisprudencial, el Derecho Constitucional, en cuanto materia
universitaria que, como, con total acierto y precisión, puso de manifiesto ya
Georg Jellinek, se define por ser al mismo tiempo, y por igual, una Ciencia
del Estado y una Ciencia del Derecho del Estado, se caracteriza de manera
fundamental por tener el doble carácter de ser tanto una ciencia práctica
como una ciencia conceptual. Y es que, en efecto, es solo atendiendo a los
procesos de conceptualización y fundamentación del propio Estado
Constitucional —despreciados y anatematizados hoy por esos ya aludidos
entusiastas partidarios del positivismo jurídico jurisprudencial, para quie-nes
el Derecho Constitucional, tanto práctico como teórico, se reduce al
conocimiento memorístico y acrítico de los Fundamentos Jurídicos de las
sentencias del Tribunal Constitucional, y que además consideran absurdo e
inútil, cuando no totalmente estúpido, el tratar de conocer el proceso de
formación de las instituciones constitucionales—, como podremos descubrir
cuál es en realidad el alcance y el significado del preámbulo constitucional.
Afirmación esta que, para nosotros, no ha de ser muy difícil de com-
prender. E incluso, nos atrevemos a decir, de compartir. En este sentido, nos
encontramos con que la respuesta a esta primera cuestión resulta, por lo
menos relativamente, fácil cuando se admite —y nosotros, como es obvio, lo
hacemos, entre otras cosas porque compartimos la tesis del maestro De
Vega, conforme a la cual la Historia del Derecho Constitucional no es más
que la Historia de las transformaciones jurídicas y políticas que se han ve-
rificado a lo largo de la historia de la humanidad con la finalidad de hacer
real y efectiva la libertad de los hombres frente a la posible actuación des-
pótica por parte de quien en cada momento ocupe el poder en el marco de la
comunidad política—, que el moderno Derecho Constitucional, en cuanto
que técnica jurídica y política tendente a hacer reales y efectivas las ideas de
democracia, libertad e igualdad, es el resultado de un muy largo proceso

137
Javier Ruipérez Alamillo

histórico en el que se ha ido formando un cuerpo teórico e ideológico que, en


definitiva, es el que históricamente ha permitido definir al Estado consti-tucional
como ese gran instrumento de liberación de los hombres (H. Heller) en el marco
de la “libertad total”. Proceso histórico este que, aunque en el plano de las
simples ideas, hunde sus raíces en las experiencias jurídico y políticas de la
Atenas clásica —de un modo muy fundamental, desde aquellas propuestas
políticas y jurídicas realizadas, tanto en el plano teórico como en el práctico, por
Solón y que, como nadie puede ignorar, fueron perfec-cionadas por el ingenio de
Aristóteles—, y la Roma clásica —donde, como está generalmente admitido,
jugaron un papel decisivo las construcciones de Polibio—, comienza a adquirir,
como nos enseña el maestro De Vega, auténtica entidad y realidad cuando,
superando aquellas contradicciones en las que incurría la doctrina del pactum
subjectionis —que, básicamente, se concretaban en el hecho de concebir el
poder político como producto de un pacto entre los hombres en el contexto de
una comunidad política con-cebida como un ente de origen y de creación divina,
que, por ello mismo, y como había sucedido ya en el mundo clásico, quedaba
fuera de la facultad de discusión de los hombres que la integraban—, entraron en
escena las formulaciones de la teoría del contrato social, en virtud de las cuales,
y por decirlo en palabras de Pedro De Vega, se lleva a cabo “el primer intento en
la historia de justificar racionalmente, no ya solo la actuación del poder político,
sino su propia configuración estructural. El poder del Estado, y el Estado
mismo, aparecerán entonces como una obra humana, ‘como un aparato de
relojería’ en expresión de Hobbes; pero, en definitiva, como algo creado por el
hombre y no generado por los dioses”. [P. De Vega, “En torno a la legitimidad
constitucional”, en la obra colectiva Estudios en homenaje al doctor Héctor Fix-
Zamudio en sus treinta años como investigador de las Ciencias Jurídicas.
Derecho Constitucional, México, 1988, pág. 810].

No es menester, según nuestro parecer, perder mucho tiempo en aclarar


que lo anterior se hace especialmente cierto en relación con aquellos autores
del iusnaturalismo contractualista que operaron no con la concepción de la
llamada traslatio imperii, debida a los Accursio, Baldo, Bártolo y Angelo
Aretino, sino con la de la concessio imperii formulada por los Cino, Cris-
tóforo Parco y Zarabella. Y ello, por la sencillísima razón de que, creemos,
todos los profesionales universitarios dedicados al estudio del Estado, el
Derecho y la política son plenamente conscientes de las muy diversas con-
secuencias que se derivan de una y otra concepción. Todos ellos, en efecto,

138
Entrevistas

deben, o al menos deberían, ser conscientes de que la doctrina de la traslatio


imperii, articulada sobre los viejos aforismos de “quod principe placuit legis
habet vigorem” y “princeps legibus solutus est”, suponía que el acto por el
cual, haciendo renuncia incondicionada, irrevocable y definitiva de todos sus
derechos en favor del gobernante, el pueblo entregaba el poder al príncipe,
implicaba también la cesión de la titularidad de la soberanía en favor del
príncipe. Circunstancia esta que, como a nadie puede ocultársele, sirvió de
fundamento, por ejemplo, a Hobbes, para justificar, y teorizar, de manera
fundamental en sus escritos “Leviathan o la materia, forma y poder de una
República eclesiástica y civil”, de 1651, y “Behemoth el Parlamento Largo”,
de 1668, y partiendo de su harto conocida tesis de “el hombre es un lobo para
el hombre”, el Estado absoluto, en el cual, como pone de relieve, por
ejemplo, Schmitt [El Leviathan en la Teoría del Estado de Tomas Hobbes
(1938), Granada, 2004, págs. 28-29], una vez que ha sido instituido el
gobernante como depositario legítimo de la soberanía por el propio pueblo,
la voluntad de este último deja de ser relevante, siendo, de esta suerte,
absolutamente intrascendente el que los ciudadanos presten o no su
consentimiento para el ejercicio del gobierno despótico por parte del
monarca. De la misma manera que no puede desconocerse que en la actua-
lidad la doctrina de la traslatio imperii presta, aunque sin mencionarla de
manera expresa, un impagable servicio a los gobiernos populistas que, de
manera más que lamentable, proliferan en nuestros días y que, en último
extremo, no hacen más que ejercer un gobierno autocrático amparándose,
siempre y sin excepción —lo que, por lo demás, no puede dejar de recordar a
aquellos intentos de Carl Schmitt por transformar la “dictadura comisoria”
establecida y sancionada por el artículo 48 de la venerable Constitución
alemana de 11 de agosto de 1919, en una auténtica “dictadura soberana”,
disfrazando su verdadera intención, que no era otra que la de justificar el
totalitarismo, con la apelación a la elección directa del presidente del Reich
por parte del cuerpo electoral—, en el dato de que, al haber sido elegidos por
el pueblo soberano como su representante, el gobernante se convierte en el
único depositario legítimo posible de la soberanía en el Estado.
De la misma manera, entendemos que todos ellos, incluso aquellos que,
con la pretensión de presentarse ante el mundo como “más juristas que
nadie”, pretenden —creyendo seguir las directrices del Kelsen jurista
positivista que ponía todo su ingenio al servicio de la defensa del régimen
democrático (A. La Pergola, P. De Vega, A. Baldassarre,…), pero haciendo

139
Javier Ruipérez Alamillo

reales aquellas apocalípticas previsiones de Schmitt sobre el riesgo de que el


juez constitucional, atribuyéndose la titularidad de la Kompetenz-Kom-
petenz, terminase erigiéndose en el auténtico soberano, y, de esta suerte,
contribuyendo a la conversión del Estado jurisdiccional kelseniano, conce-
bido, al menos por el propio Kelsen, como la más perfecta manifestación
estructural del régimen de “libertad total”, en el mecanismo fundamental
para la generación del caos jurídico y político, y ello en la medida en que lo
que hacen es transformar a los tribunales constitucionales, que ya desde la
propia formulación de Kelsen únicamente podían ser concebidos como los
custodios de la voluntad democrática del poder soberano y que a nivel
normativo se concreta en el propio texto de la Constitución, en los verda-
deros substitutos del Pouvoir Constituant revolucionario y soberano [P. De
Vega, “Mundialización y Derecho Constitucional: la crisis del principio
democrático en el constitucionalismo actual”, Revista de Estudios Políticos
n.º 100 (1998), pp. 37-38]—, reducir toda la rica problemática del Estado
constitucional a los pronunciamientos del Tribunal Constitucional, deben ser
conscientes de que todo lo contrario sucede cuando se actúa desde la
doctrina de la concessio imperii. Lo que, en último término, se explica por
cuanto que ésta, a diferencia de la traslatio imperii, supone que lo que el
pueblo cede al gobernante —que, como afirmó ya Stephanus Junius Brutus,
es siempre inferior al pueblo que lo designa, y, por ello mismo, política y
jurídicamente responsable ante el pueblo que le elevó a tal dignidad—, no es
la titularidad de la soberanía, que, de acuerdo con las concepciones políticas
democráticas, seguirá perteneciendo a todos y cada uno de los ciudadanos
del Estado. Ni siquiera, y desde el mismo orden de consideraciones teóri-co-
ideológicas, la titularidad legítima del ejercicio de la soberanía, que, en
último extremo, solo puede corresponder al pueblo del Estado comprendido
como un sujeto político único que es superior y englobador de todos los
ciudadanos que lo integran. Por el contrario, lo que ocurre es que lo que el
pueblo cede al gobernante son tan solo las potestades necesarias para el
gobierno de la Comunidad Política en condiciones de normalidad, es decir,
todas las facultades necesarias para llevar a cabo la administración ordinaria
de la República. Circunstancia esta que, ni que decir tiene, determina que
fuese esta teoría, y no la de los Accursio, Baldo, Bártolo y Angelo Aretino,
la que realmente permitía articular la democracia como un sistema en el que
el gobernante se encuentra limitado.
Tampoco debiera ser necesario el entretenerse, aquí y ahora, a poner de
manifiesto las colosales implicaciones políticas que se derivan del tránsito
140
Entrevistas

de la doctrina del pactum subjectionis a la del contrato social para la posi-


bilidad misma del gobierno de la República por el propio cuerpo político.
Aunque, no obstante, sí parece oportuno dejar, siquiera sea sucintamente,
constancia de las mismas. Implicaciones políticas y jurídicas que, en último
término, se concretan en el dato de que, al concebirse ahora la comunidad
política como la obra de la voluntad de unos hombres concretos, reales e
históricos, y no como una creación de los dioses con la que los hombres se
encontraban y respecto de la cual carecían de cualquier tipo de derechos, se
operó, de modo paralelo a ese proceso de desacralización de la vida pública
en el que han de destacarse los nombres de Juan de París, Marsilio de Padua,
Guillermo de Ockham y, por supuesto, Nicolás de Maquiavelo, una muy
profunda transformación en la concepción de la política y el Derecho.
Transformación esta que suponía la ruptura total con el mundo clásico y
medieval. Téngase en cuenta, en este sentido, que a lo que con-ducía aquella
comprensión de la Comunidad Política como un ente divino (J. Burckhardt)
o, al menos, divinizado [cfr. en este sentido, y por todos, F. Battaglia, “El
Estado y la moral”, en F. Battaglia, Estudios de Teoría del Estado, Madrid,
1966, pp. 17-37], que operaba tanto en la Grecia y la Roma clásicas como en
el medioevo, ni mucho menos, de la voluntad democrática de los hombres de
quien dependía el futuro y el destino de la comunidad política como ente
divino, sino que, muy al contrario, era de la misteriosa voluntad de los dioses
de la misma de la que terminaba dependiendo de la suerte futura de los
hombres [P. De Vega, “La Democracia como proceso. (Algunas reflexiones
desde el presente del republicanismo de Maquiavelo)”, en A. Guerra y J. F.
Tezanos (eds.) Y otros, Alternativas para el siglo xxi. I Encuentro
Salamanca, Madrid, 2003, pág. 467]. Frente a esto, lo que la doctrina del
iusnaturalismo contractualista, por lo menos en lo que hace a sus
formulaciones democráticas, hace es afirmar que, en la medida en que la
Comunidad Política nace como consecuencia del acuerdo de voluntades de
los hombres, es el pueblo de esta, y solo él, el único sujeto legitimado para
decidir tanto la manera en que la República va a organizarse, como los
modos y las formas en que desea ser gobernado en el futuro.
Se sentaban, así —y esto es, en definitiva, lo que es importante y trans-
cendente y lo que, por ello mismo, debe ser destacado—, los fundamentos
basilares y medulares de la propia forma política “Estado constitucional”.
Piénsese, a este respecto, que si, como nos dicen, por ejemplo, un Otto von
Gierke [Giovanni Althussius e lo sviluppo storico delle teorie politiche

141
Javier Ruipérez Alamillo

giusnaturalische, Turín, 1934, p. 22], un Hermann Heller, un Carl Joachim


Friedrich, o un Pedro De Vega, es cierto que, al menos desde la publicación,
en 1603, de La política metódicamente concebida e ilustrada con ejemplos
sagrados y profanos por parte de Johannes Althussius se ha entendido, desde
luego por el pensamiento político democrático, que el Estado nace, y solo
puede nacer, como consecuencia de un proceso histórico que se desarrolla de
abajo a arriba y que únicamente puede tener por protagonista a los hom-bres
que van a ser sus ciudadanos —es necesario advertir, este respecto, que,
aunque en sus especulaciones sobre la Reine Rechtslehre el insigne jurista
austriaco actuaba desde la concepción del Estado como abstracción, cuando
no, y como le censuró Heller, desde los esquemas de aquel Affolter que,
afirmando “Procura, al efectuar la exposición del derecho positivo de un
estado, hacer desaparecer su personalidad y aún el concepto mismo de
estado ya que así podrás observar cuán fácilmente marcha todo”, reducía la
comunidad política a una mera ficción, la anterior idea sería admitida
también por Hans Kelsen [cfr. sobre este particular, H. Kelsen, “Forma de
Estado y visión del mundo” (1933), recogido en O. Correas (comp.), El otro
Kelsen, México, 1989, pág. 262]—, los cuales prestan su consentimiento a
través de la conclusión del pacto o contrato social, es esta misma lógica a la
que responde el nacimiento histórico del moderno Estado constitucional. Es
más, podríamos muy bien afirmar que en el mundo de la práctica jurídica y
política fue tan solo en los albores de esta forma política cuando las con-
clusiones a las que conduce el iusnaturalismo contractualista democrático
comenzaron a adquirir auténtica entidad y realidad histórica.
La cuestión, en nuestra opinión, no ofrece ninguna duda cuando —y
por no referirnos a las siempre controvertidas experiencias de gobierno de
Cromwell; ampliamente criticadas, como se sabe, por Hobbes, para quien
este no tenía otra pretensión que la de, con la apelación al pueblo, hacerse
con el poder absoluto en el marco de la comunidad política (lo que, ni que
decir tiene, no es más que la atribución por el propio Hobbes a Cromwell de
la intención de actuar de conformidad con la lógica inherente aquella
doctrina de la traslatio imperii que tan cara le resultaba en otras circuns-
tancias al autor de “el Leviathan”, sobre todo cuando el beneficiario de la
cesión de la soberanía por parte del cuerpo político era el monarca absoluto
[cfr. en este sentido, y por todos, E. Tierno Galván, “Thomas Hobbes” en E.
Tierno Galván y R Morodo, Estudios de pensamiento político, Madrid, 1976,
pág. 14]), y notablemente elogiadas, por ejemplo, por Charles Borgeaud,

142
Entrevistas

pasando por aquellos otros que, como, p. ej., el “Viejo Profesor”, si bien niegan
la deriva autoritaria que a Cromwell le atribuía Hobbes, también ponen en
cuestión, y al tomar en consideración el componente mesiánico que se deriva del
calvinismo en sus formulaciones puras, ese carácter ab-solutamente democrático
del comportamiento de Cromwell predicado por Borgeaud, al entender que la
“posición de Cromwell, [……], no era la defensa
del pueblo inglés en cuanto tal, sino del pueblo elegido. Esta elección de
fundamento religioso no se vinculaba ninguna tradición eclesiástica, sino al
libre examen y el privilegio de los ‘llamados’” [E. Tierno Galván, Tradición
y modernismo, Madrid, 1962, pág. 31; vid., también, p. 30]—, se observa lo
que fue sucediendo en el marco de las colonias británicas en el continente
americano. Fue, en efecto, siguiendo la lógica enunciada por Althussius, y
con la conversión del pacto de gracia puritano, conforme al cual se entendía
que los miembros de la congregación religiosa eran absolutamente libres
para organizar el modo de su culto, en un auténtico pacto político, en virtud
del cual se entendía que de igual manera que los fieles eran libres para
organizar su propia iglesia, los hombres eran libres para decidir tanto la
organización de la comunidad política, como los modos y las formas en que
quería ser gobernados en el futuro, como, en primer lugar, los Pilgrinfathers
llevaron a cabo la conclusión del “Pacto del Mayflower”, y, siguiendo esta
misma senda, como los colonos fueron aprobando los distintos Covenants
por los que se regía la vida política de las diferentes colonias.
De cualquiera de las maneras, ningún constitucionalista puede ig-
norar que la influencia del iusnaturalismo contractualista democrático se
hace todavía más patente en el escrito político que, sin discusión alguna,
más influencia tuvo en los procesos revolucionarios liberal-burgueses
verificados a finales del siglo xviii en Estados Unidos —desde luego, y de
forma indiscutida e indiscutible, en los que se llevaron a cabo en el
ámbito de las organizaciones políticas regionales tan pronto como estas
se independizaron de la Corona británica (Ch. Borgeaud [Établissement
et révision des Constitutions en Amérique et en Europe, París, 1893, pág.
198], J. Bryce [El gobierno de los Estados en la República norteamerica-
na, Madrid, sine data, pp. 24, 32 y 33, p. ej.], E. Boutmy [Études de Droit
Constitutionnel, France-Anglaterre-États Unis, París, 1885, pág. 192 y
ss., y 198], P. De Vega [La reforma constitucional y la problemática del
Poder Constituyente, Madrid, 1985, pág. 30], etc.), pero también, y a mi
juicio [J. Ruipérez, El constitucionalismo democrático en los tiempos de

143
Javier Ruipérez Alamillo

la globalización. Reflexiones rousseaunianas en defensa del Estado cons-


titucional democrático y social, México, 2005, págs. 78- 79], en el de la
federación misma, aunque, eso sí, de una manera mucho más difusa—,y
en Francia (E. Zweig, G. Arnoult, R. Carré de Malberg). Nos referimos,
claro está, al escrito, de 1717, de John Wise intitulado A Vindication for
the Government of the new England Churches. A Drawn from Antiquity;
the light of Nature; Holy Scripture; its Noble Nature; and from the
Dignity Divine Providence has put upon it.
Trabajo este en el que, en primera instancia, su autor se encarga de
poner especialmente patente la ruptura con aquella concepción sacral de
la comunidad política y de la vida pública que había definido el Derecho
y la política en el mundo clásico y medieval. A ello se refieren, en efecto,
las palabras escritas por Wise, conforme a las cuales “Consideraré al
Hombre en su estado Natural, como un Sujeto Nacido-libre bajo el Reino
de los Cielos, y que no debe más tributo a nadie más que a Dios. Es cierto
que el Gobierno Civil en general, es el muy admirable resultado de la
Providencia, y un incomparable beneficio para la Humanidad, sin
embargo, debe ser comprendida como el Efecto de los libres pactos
humanos y no como una Institución Divina; es Producto de la Razón del
Hombre, de la Combina-ción Humana y Racional, y no de ninguna Orden
directa de la Sabiduría Infinita, en cualquier Ley positiva donde se
redacte este o aquel Esquema de Gobierno Civil”. [J. Wise, A Vindication
for the Government of the new England Churches……, cit., pág. 33].
Pero el reverendo de Ipswich, y muy importante instigador del proceso
revolucionario estadounidense desde Boston, no se limita, ni mucho menos,
a esto. Y es que, en efecto, además de poner de relieve que el Estado solo
puede ser entendido como el producto de la voluntad de los acuerdos hu-
manos, en su escrito, como indican, por ejemplo, Borgeaud y De Vega, el
reverendo Wise procede a la primera, y acaso más lúcida, exposición de la
mecánica del proceso constituyente. Desde luego, y nadie puede, ni debe,
ignorarlo, esto es así en cuanto a los procesos constituyentes habidos en el
marco temporal del Estado Constitucional liberal. Pero, y tampoco, y a pesar
de las dificultades que entraña la lectura del inglés arcaico, habría de ser
ignorado por ningún profesional universitario del estudio del Derecho, la
política y el Estado, también los procesos constituyentes del Estado
constitucional democrático y social son, no obstante el cambio, ciertamente
sustancial, en el orden de la verificación de cada uno de los momentos en

144
Entrevistas

que ese proceso constituyente se desarrolla, tributarios de las formulaciones


y especulaciones realizadas, como decimos, en 1717 por Wise.
Lo de menos, como es obvio, es pararnos a recordar que Wise articu-ló
el proceso constituyente en tres momentos distintos aunque —y como
explicitó, en la sesión de la constituyente francesa de 10 de mayo de 1793, el
liberal Isnard, cuando afirmó que “Debe reconocerse en primer lugar
cuáles son los derechos naturales de todos y proclamarlos [……] Para seguir el orden natural de la

organización social hay que proceder, antes de toda ley constitucional, a la redacción de un pacto

social. Este acto debe ser intermedio entre la declaración de derechos, que le sirve de base, y la

Constitución, a la que sirve de barrera y regulador. Si el pacto social difiere de una simple

declaración de derechos, difiere más aún de un acto constitucional. Hacer un pacto social es redactar

el instrumento por el que ciertas personas consienten formar una asociación con tales o cuales con-

diciones previas. Hacer una Constitución, por el contrario, es únicamente determinar la forma de

gobierno [……] En un caso se crea la sociedad, en el otro se organiza”—, concatenados: el

momento de la libertad —en el que los futuros ciudadanos de la naciente República se ponen de

acuerdo en cuál es la parte de la libertad natural, es decir, la que corresponde a los hombres por el

mero hecho de ser hombres, va a quedar en poder de ellos una vez que el cuerpo político se ha

creado, y que, en cuanto que “libertad civil”, es la que pueden realmente oponer al poder político—,

el momento del pacto social, y el momento constitucional —en el que se da expresión normativa a

todas y cada una de las cláusulas contenidas en el contrato social relativas a los modos y las formas

en que los hombres van a ser gobernados en el futuro, con la aprobación del texto constitucional—.

Lo que, de verdad, nos interesa, es referirnos tan solo al que el reverendo denominaba momento del

pacto social, poniendo de manifiesto su propio significado y alcance.

Tanto más cuanto que, como decíamos al comienzo de estas páginas, es


esta cuestión la que nos permitirá conocer el verdadero significado y
alcance de los preámbulos constitucionales.
Interesa, en este sentido, poner de manifiesto que el momento del pacto
social se corresponde con aquel momento en el que, por decirlo con la
terminología acuñada por Heller [cfr. H. Heller, “Democracia política y
homogeneidad social” (1928), en H. Heller, Escritos políticos, Madrid, 1985,
pág. 262], el “pueblo como pluralidad” decide, de manera absolutamente libre y
de modo plenamente consciente, constituirse a sí mismo en “pueblo

145
Javier Ruipérez Alamillo

como unidad”. Lo que, traducido en otros términos, y desde las categorías


conceptuales puestas en circulación por Althussius, significa que el mo-mento
del pacto social en el contexto del proceso constituyente se concreta en la
creación o, en su caso, la refundación —entendiendo por esta, con G. Arnoult
[De la revisión des Constitutions. Établissement et revisión des Constitutions
françaises. Systèmes de révisions des Constitutions étrangeres, París, 1895,
págs. 25, 53 y ss., y 56 y ss.], como la decisión del conjunto de los ciudadanos
del Estado de mantenerse unidos en el mismo cuerpo político aunque, en tanto
en cuanto se ordena a este de conformidad con otros principios y valores que los
que habían determinado la aprobación del anterior instrumento de gobierno,
procediendo a la ruptura total con la situación jurídica anterior [en el mismo
sentido que el expresado aquí, cfr. por todos, J.R.A. Vanossi, Teoría
Constitucional. I. Teoría constituyente. Po-der Constituyente: fundacional;
revolucionario; reformador, Buenos Aires, 1975, págs. 136-137]—, del Estado,
identificado en todo con el concepto de aquel pueblo estatal del que nos hablaba
el propio Johannes Althussius. Y ello, por la muy simple razón de que la
decisión de los ciudadanos de fundar o refundar la República equivale, de
manera indiscutible, a la decisión, libre y consciente, de los ciudadanos de
constituir sobre ellos mismos un sujeto político único en el que, y esto es lo
importante y lo que jamás debiera ser olvidado, estos se integran y, de una u otra
suerte, se disuelven. Y, ni qué decir tiene, con ello lo que se hace no es más que
identificar al sujeto político al que le corresponde la titularidad del ejercicio de
la soberanía en la comunidad política. Sujeto este que, desde las concepciones
políticas y jurídicas democráticas, puede ser tan solo el “pueblo como unidad”,
que es a quien los ciudadanos ceden, mediante el pacto social, el ejercicio de una
soberanía que sigue siendo de titularidad de todos y cada uno de ellos, y que se
contrapone, como con acierto supo comprender el abate Sieyès en sus
especulaciones sobre el Pouvoir Constituant, a la figura del gobernante que, por
haber sido designado por el pueblo para una tal función, se pre-senta como un
sujeto no soberano y, en consecuencia, siempre, y en todo momento, constreñido
a actuar en el estrecho marco de las de facultades que expresamente le asignó el
poder soberano que, justamente por ser tal, es el único sujeto legitimado para
imponer el contenido material de su voluntad —formada, asegurando, eso sí, la
posibilidad de que todos los miembros del cuerpo político puedan participar en
el proceso de formación de la misma, de acuerdo con el principio mayoritario
[cfr. a este respecto, y por todos, H. Heller, La soberanía. Contribución a la
Teoría del Derecho estatal y del

146
Entrevistas

Derecho internacional (1927) México, 1995, 2.ª ed., págs. 166-168]—, a


todos, incluso, y como señaló ya el propio John Wise, a los discrepantes,
y naturalmente, y de un modo muy especial, a los que en el momento que
sea ocupan los poderes constituidos del Estado.
Ahora bien, es necesario advertir, y de manera inmediata, que la vir-
tualidad de la verificación del pacto social no se agota, ni mucho menos, con la
doble decisión de, por un lado, optar por fundar o refundar el Estado, y, por el
otro, la de proceder a la identificación del pueblo como titular del ejercicio de la
soberanía en la comunidad política o, si se prefiere, como único depositario
legítimo de la soberanía en el Estado. Junto a ello, que es ya, y de manera
incontrovertida, esencial y fundamental para el ordenado, cabal y ponderado
funcionamiento del Estado constitucional mismo, el contrato social ha de
cumplir otra tarea que no solo no es que sea menos importante, sino que acaso
revista una mayor transcendencia. Nos referimos, innecesario debiera ser
aclararlo, a que el momento en el que libre y conscientemente los hombres
deciden crear o refundar el cuerpo político, es también el momento en el que se
ponen de acuerdo sobre cuál es el conjunto de principios y valo-res que, por
operar realmente en el marco de esa sociedad, deben informar, estructurar y
fundamentar la vida futura de la naciente República. Principios y valores estos
que si en el momento fundacional, y en tanto en cuanto hacen que los
ciudadanos se identifiquen con el propio texto constitucional, son los que
determinan el que el Código Jurídico-Político Fundamental pueda presentarse,
en cuanto que expresión normativa de la voluntad soberana del pueblo actuando
como constituyente en cuanto que poder absoluto, soberano e ilimitado en el
contenido, material y formal, de su voluntad, como una norma jurídica
obligatoria y vinculante para gobernantes y gobernados, son también los que, en
último extremo, determinarán la vigencia real de la propia Constitución, en el
sentido de que, como nos enseñan, por ejemplo, Heller y De Vega, esta podrá
tan solo desplegar todas sus potencialidades jurídicas y políticas cuando se
produzca la identidad entre el conjunto de principios y valores que posibilitaron
su aprobación con aquellos principios y valores que efectivamente siguen
operando en la sociedad de que se trate. Esto es, y por decirlo con la expresión
empleada por el último, únicamente podrá entenderse que la Ley constitucional
se encuentra vigente y que, por ello mismo, resulta obligatoria y vinculante
mientras se mantenga el mismo Pouvoir Constituant, o, si se prefiere, la misma
Constitución material, que aprobó el texto constitucional de que se trate.

147
Javier Ruipérez Alamillo

Desde esta perspectiva, el significado y alcance del preámbulo consti-


tucional resulta, al menos en nuestra opinión, meridiano. Sobre todo, si se
acepta que la función esencial de este último no es otra que la de formalizar
de manera solemne el contenido de ese contrato social por el que se funda o
se refunda la propia comunidad política. Esta es, de cualquier modo, la
interpretación que se deriva de la propia experiencia y tradición constitu-
cional estadounidense. En efecto, es ya un lugar común en la doctrina [cfr.
en este sentido, y por todos, P. De Vega, “Constitución y Democracia”, en la
obra colectiva La Constitución española de 1978 y el Estatuto de Autonomía
del País Vasco, Oñati, 1983, pág. 67] la idea de que cuando los Founding
Fathers procedieron a la redacción del preámbulo constitucional, y
sancionaron en él la fórmula “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a
fin de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, afianzar la
tranquilidad interior, promover la defensa común, promover el bienestar
general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los
beneficios de la Libertad, sancionamos y estatuimos esta Constitución para
los Estados Unidos de América”, lo que hicieron no fue otra cosa que, en la
medida en que proceden a la identificación del nuevo cuerpo político, la del
titular de la soberanía y la del titular del ejercicio de la soberanía, los
principios y valores que determinan la aprobación de ese concreto cuerpo
normativo y, por último, la finalidad última que se pretende conseguir con la
aprobación del mismo, solemnizar el contenido material de aquel con-trato
social —que, de uno u otro modo, vendría a corresponderse con aquel
concepto de “nationale Tat” (“hecho nacional”) con el que, p. ej., Philip
Zorn [Das Staatsrecht des Deutschen Reiches, Berlín-Leipzig, 1880, t. I,
pág. 30] trataba de explicar, oponiéndose empero a la doctrina del “pacto
social”, el nacimiento del Estado Federal— que se verificó el mismo día en
que se reunió la Convención de Filadelfia (25 de mayo de 1787) cuando,
como nos dice Publio [cfr. A. Hamilton, J. Madison y J. Jay, El Federalista,
México, 1982, 1.ª ed., 3.ª reimpr., n.º 1, p. 3], los integrantes de esta llegaron
al acuerdo de que no iban a desempeñar la función para la que, en febrero de
ese mismo año, habían sido convocados: la mera modificación formal de los
Articles de la confederación, sino, muy al contrario, la de crear y ordenar una
nueva comunidad política única.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Lo dicho en la respuesta anterior —que, por lo demás, no es más que
lo que se deriva de actuar con ese concepto político de Constitución del
148
Entrevistas

que, como indica, con absoluto rigor, Pedro De Vega [cfr. P. De Vega,
“En torno al concepto político de Constitución”, en M.A. García Herrera
(dir.) y otros, El constitucionalismo en la crisis del Estado social, Bilbao,
1997, pág. 719], en modo alguno puede prescindir el constitucionalista
conscien-te de su labor—, nos facilita mucho la respuesta a esta segunda
cuestión. Tanto, que en realidad lo que nos cumple hacer ahora, y para
contestar a la pregunta de cuál debe ser el contenido del preámbulo
constitucional, es tan solo concretar lo afirmado en el apartado anterior.
Dijimos antes que, para nosotros, el preámbulo constitucional ha de ser
la solemnización y formalización en un escrito del contrato social, si-quiera
sea este entendido, al modo afirmado por Borgeaud [Établissement et
révision des Constitutions……, cit., pág. 25], como una hipótesis de De-
recho puro destinada a explicar la situación recíproca de los individuos,
ciudadanos de un Estado libre. Pues bien, obvio ha de ser que, si se
admite lo anterior, el contenido del preámbulo constitucional ha de
contener todos aquellos elementos que integran el pacto social. Esto es,
todo aquello que permite definir e individualizar la Constitución del
Estado de que se trate respecto del resto de los Códigos Jurídico-Políticos
Fundamentales que se encuentren vigentes en los demás Estados.
De esta suerte, entendemos que el primer problema al que ha de atender
el legislador constituyente en el texto del preámbulo constitucional debe ser
fácil de identificar para todos aquellos profesionales universitarios que se
dediquen al estudio de la Teoría Democrática del Estado y de la Constitu-
ción. Y este, por lo menos si se parte de la idea de que el Estado se funda o
se refunda, y solo puede nacer o renacer, como consecuencia de un proceso
histórico desarrollado de abajo a arriba y que, como ya quedó indicado,
puede únicamente tener como protagonistas a quienes, como consecuencia
de su libre y consciente voluntad, van a convertirse en sus ciudadanos, no
puede ser otro que el de identificar claramente el cuerpo político, entendi-do,
naturalmente, desde los esquemas conceptuales con los que trabajaba Jean-
Jacques Rousseau, que se presenta tanto como autor legítimo del texto
constitucional, como destinatario del mismo. Esto fue, como vimos, lo que
hicieron los Founding Fathers cuando, de un modo muy distinto a lo que
mantendría posteriormente Calhoun [cfr. a este respecto, y de manera fun-
damental, J.C. Calhoun, “Disertación sobre la Constitución y el Gobierno de
los Estados Unidos”, en J.C. Calhoun, Libertad y Unión. La Teoría de la
Confederación, Madrid, 2010, págs. 87-88], pusieron de manifiesto que

149
Javier Ruipérez Alamillo

tanto la federación estadounidense como el instrumento de gobierno por


el que iba a regirse eran la obra de todos y cada uno de los ciudadanos de
los Estados Unidos de América integrados, y, de una suerte, u otra
disueltos, en ese “We, the People of United States”.
Importa, e incluso resulta harto conveniente resaltarlo, siquiera sea por
las singulares circunstancias políticas por las que atraviesa hoy la sociedad
española, advertir que esta misma idea es la que subyació también en la
actuación de los legisladores constituyentes que operaron en los momen-tos
más democráticos vividos en el Estado español desde su fundación, en 1516,
hasta nuestros días. Lo anterior, estimamos, resulta meridiano en relación
con el que, en cuanto que único episodio en el que un documento de
gobierno democrático, como lo era el texto de 1869, iba a ser substi-tuido
por otro también de naturaleza democrática y, además —y esto es lo
realmente importante—, como consecuencia de la voluntad del pueblo y no
por el peso de las armas, Jerónimo Becker [La reforma constitucional en
España. Estudio histórico-crítico acerca del origen y las vicisitudes de las
constituciones españolas, Madrid, 1923] afirmó, en el primer tercio de la
pasada centuria, como la más pura manifestación de la democracia. Nos
referimos, huelga decirlo, a la experiencia de la República Federal de 1873.
Recuérdese, en este sentido, que los autores del proyecto de Constitución
Federal de la República española, de 17 de julio de 1833, redactaron un
preámbulo en el que se decía de manera categórica y solemne que “La
Nación Española, reunida en Cortes Constituyentes, deseando asegurar la
libertad, cumplir la justicia y realizar el fin humano a que está llamada en la
civilización, decreta y sanciona el siguiente Código fundamental”. Otro tanto
podríamos decir respecto de la refundación del Estado español llevada a
cabo por la revolución del 14 de abril de 1931. Los autores de la que, sin
disputa, ha sido la Constitución más perfecta desde el punto de vista técnico
de cuantos documentos de gobierno han estado vigentes en España, fueron
también muy claros a la hora de identificar el cuerpo político cuya vida
pretendía conducir la Constitución de 9 de diciembre de 1931: “España, en
uso de su soberanía y representada por las Cortes Constituyentes, declara y
sanciona esta Constitución”.
A esta misma idea, y aunque —llevando a sus últimas consecuencias a
aquella no por generalizada [cfr. a este respecto, y por todos, E.L. Llorens,
La autonomía en la integración política. La autonomía en el Estado mo-
derno. El Estatuto de Cataluña. Textos parlamentarios y legales, Madrid,
150
Entrevistas

1932, pág. 88], y que encontraba su justificación en el hecho de que tanto los
señores feudales al reivindicar su capacidad de autogobierno en los albores
del nacimiento del Estado moderno, como los primigenios federa-listas en el
continente europeo no hacían más que oponerse a la posibilidad misma de la
monarquía absoluta, así como en el hecho de que solo el ré-gimen
democrático es capaz de organizarse de acuerdo con la técnica del
federalismo, menos errónea y arbitraria identificación de la defensa de la
autonomía con la defensa de la democracia que, como nos dice Pedro De
Vega [”Poder Constituyente y regionalismo”, en G. Trujillo (coord.) y otros,
Federalismo y regionalismo, Madrid, 1979, passim], había presidido todo el
proceso de elaboración, redacción y aprobación de la actual Constitución
española hasta, a pesar de tratarse de una creencia desmentida por la propia
historia del pensamiento político y constitucional [cfr. a este respecto, y por
todos, J. Ruipérez, Entre el federalismo y el confederantismo. Dificul-tades y
problemas para la formulación de una Teoría Constitucional del Estado de
las Autonomías, Madrid, 2010, pp. 204 y ss.], erigir el proceso de
institucionalización de la autonomía política regional en la ideología basilar
del cambio político—, esto se trate hoy de ocultar por una buena parte de los
miembros de la clase política práctica y de la clase académica, y, en buena
medida como consecuencia de dar por presupuestos los cono-cimientos y,
además, considerar absurdo el interrogarse sobre los procesos de
conceptualización y fundamentación de las instituciones constituciona-les, se
ha ignorado por otros muchos de una y otra categoría, es a la que responde
también el preámbulo constitucional del Código Jurídico-Político
Fundamental español de 27 de diciembre de 1978. En él, en efecto, sus
autores procedieron de una manera clara e inequívoca a la identificación del
Cuerpo Político que refundaba el Estado y procedía a su organización. Y
este, como seguramente no podría ser de otra manera, al menos desde la
ponderada y cabal comprensión de la forma Estado Políticamente Descen-
tralizado, y que, como nos enseña Friedrich, remite al concepto del Estado
Constitucional mismo, no es, ni tampoco podría ser, las “Nacionalidades y
Regiones”, en cuanto que, siguiendo las orientaciones de la comprensión
antidemocrática del Estado y que, en último extremo, son las que subyacen
en la explicación de aquella forma política en términos del foedus, sujetos
anteriores y superiores al propio Estado español. Por el contrario, este es la
“Nación española”, entendida como ese pueblo estatal del que, como
sabemos, hablaba ya Althussius.

151
Javier Ruipérez Alamillo

Identificado el titular del Estado, el preámbulo constitucional ha de


contener, y de manera ineludible, la identificación del conjunto de principios
y valores en los que todos, o al menos la mayoría, los futuros ciudadanos de
la comunidad política se ponen de acuerdo como criterios vertebradores,
fundamentadores y organizadores del cuerpo político tanto en el momento de
su fundación, o refundación, como en la vida futura del mismo. La importan-
cia de este contenido quedó ya dicha en la respuesta a la pregunta anterior.
Sin embargo, no importa, antes al contrario resulta conveniente el hacerlo,
reiterar los motivos por los que su identificación resulta transcendente.
Motivos estos que se hacen manifiestos cuando se toma en consideración
que, como nos dicen, por ejemplo, Heller y De Vega, solo es posible afirmar
que un determinado texto constitucional se encuentra realmente vigente, y,
en consecuencia, disfruta del carácter de norma jurídica obligatoria y
vinculante, en la medida en que se produce la absoluta identidad entre el
conjunto de principios y valores que, por existir realmente en la sociedad de
que se trate, fueron identificados y consagrados por el Pouvoir Constituant
originario y el conjunto de principios y valores por el que los ciudadanos del
Estado verdaderamente rigen sus vidas, lo que, a nuestro juicio, no ha de
resultar muy difícil de comprender. Bastará para ello, en efecto, con to-mar
en consideración que tan solo cuando se produce esta total y absoluta
identidad, es decir, mientras se mantenga la Constitución material o, si se
prefiere, mientras sea el mismo el poder constituyente, cuando los
ciudadanos entenderán la Constitución como algo suyo y, en definitiva, no
solo estarán dispuestos a cumplir ellos mismos sus mandatos sino que, como
materia-lización de lo que la doctrina alemana denomina “Wille der
Verfassung” (“voluntad constitucional”), cuando no del ejercicio de la virtud
política maquiavélica, sino también a hacer cumplir tanto al resto de la
ciudadanía como, y sobre todo, a los gobernantes, permitiendo, de esta
suerte, el que el Código Constitucional, comprendido como verdadera
Constitución y, por ello mismo, como la Lex Superior del Estado, pueda
desplegar toda la virtualidad y potencialidad de su fuerza normativa.
Existe, en nuestra opinión, un contenido ineludible más del preámbulo
constitucional. Contenido este que, en último término, se concretaría en la
identificación en un documento escrito formal y solemne de otra de los
contenidos fundamentales, medulares, basilares y centrales del que, como
sabemos, John Wise denominó el momento del pacto social. De todos de-
biera ser bien conocido que, según se desprende de la lógica inherente de

152
Entrevistas

aquel pensamiento del iusnaturalismo contractualista desde el que resulta


únicamente posible comprender el proceso de fundamentación del Estado
Constitucional mismo (P. De Vega), cuando los hombres deciden, mediante
el contrato social, crear sobre ellos la República, lo hacen persiguiendo
alcanzar unos fines concretos. Pues bien, lo que nos interesa destacar aquí es
que debe figurar, y de manera clara, meridiana y expresa, en el texto del
preámbulo constitucional de que se trate la finalidad perseguida por los
ciudadanos del Estado, al menos por la mayoría de ellos, cuando decidieron
fundar o, en su caso, refundar la comunidad política.
No hace falta, según nuestro parecer, ser muy perspicaz para compren-
der que lo anterior no hace más que poner de manifiesto el carácter utópico
que, desde siempre, ha definido la ideología del constitucionalismo. La uto-
pía, entendida en el sentido de “eu-topos”, es decir, el buen lugar concebido
como una meta realizable y por la que, en consecuencia, es necesario luchar,
y no como el “u-topos”, el “no lugar”, ha formado, en efecto, siempre parte
del Derecho Constitucional. Por lo menos, esto ha sido así en todos aquellos
momentos en los que el Derecho Constitucional ha sido comprendido como
aquella técnica jurídica y política tendente a lograr que la comunidad política
sea capaz de llevar a cabo aquella principalísima misión que desde siempre
el pensamiento político democrático —entendido aquí en su significado más
amplio, conforme al cual, y como, con meridiana claridad y total acierto,
puso de relieve Hermann Heller, las ideologías del liberalismo político, el
democratismo, el democratismo radical y el socialismo democrático quedan
englobadas en él—, le atribuyó: lograr que sus ciudadanos experimenten una
creciente elevación en las condiciones de su vida.
Sea de ello lo que sea, lo que a nosotros nos interesa destacar aquí es
que esa utopía de los creadores, o refundadores, del Estado ha de que-dar
consignada en el texto constitucional. Y si, como para nadie debiera ser
un misterio, ocurre que todos y cada uno de los preceptos de la Ley
constitucional han de ir encaminados a la satisfacción de aquella utopía,
indiscutible debiera ser que el preámbulo constitucional se presenta como
el lugar más oportuno para proclamar solemne y categóricamente cual es
la utopía perseguida.
De todas formas, a nadie puede ocultársele que esta interpretación es
plenamente coherente con lo hecho por los Founding Fathers en la Con-
vención de Filadelfia. No otra cosa puede, a nuestro juicio, entenderse del

153
Javier Ruipérez Alamillo

propio tenor literal del preámbulo del Código Jurídico-Político Fundamental


de 1787. Y es que, en efecto, cuando los Hombres de Filadelfia consagraron
la fórmula “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una
unión más perfecta, establecer la justicia, afianzar la tranquilidad interior,
promover la defensa común, promover el bienestar general y asegurar para
nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la Libertad,
sancionamos y estatuimos esta Constitución para los Estados Unidos de
América”, lo que, en último término, hicieron no fue otra cosa que expli-
citar los fines perseguidos con la fundación de Estados Unidos de América
como un auténtico Estado constitucional, y que entendían como factibles.
Esto mismo, y, siendo consciente de que no faltará quien lo entienda como
un manifiesto y patente ejercicio de sectarismo, quisiera resaltarlo, puede
predicarse del preámbulo constitucional de la actual Constitución española. Y no
solo, importa señalarlo, por el hecho de que su redacción final se debiera, en
muy buena medida, al utopismo del que fue uno de sus principales autores:
Enrique Tierno Galván —de hecho, fue prácticamente en este apartado en el
único en el que la mayoría de la Constituyente española de 1977-1978 aceptó sin
reservas las propuestas del “Viejo Profesor” [vid., en este sentido, y por todos, J.
Tajadura Tejada, “Enrique Tierno Galván y el preámbulo de la Constitución
española de 1978”, Sistema, n.º 150 (1999), págs. 51-72]—. Lo es, por el
contrario, porque el mismo, que constituye, sin disputa, uno de los contenidos
más correctos desde el punto de vista técni-co-constitucional, responde de
manera inequívoca al significado y alcance que, con carácter general, ha de tener
esta parte del Código Constitucional. La utopía constitucional, como digo,
resulta fácilmente constatable cuando se lee en él: “La Nación española,
deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de
cuantos la integran, en uso de su sobe-ranía, proclama su voluntad de: [……]
Garantizar la convivencia democrática
dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y
social justo. [……] Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio
de la ley como expresión de la voluntad popular. […] Proteger a todos los
españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus
culturas y tradiciones, lenguas e instituciones. [……] Promover el progreso de la
cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.
Establecer una sociedad democrática avanzada, y [……] Colaborar en el fortalecimiento de unas

relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra. [……] En consecuencia,

las Cortes aprueban y

154
Entrevistas

el Pueblo español ratifica la siguiente Constitución”. Texto este con el


que, nadie podría negarlo, se establece el techo ideológico del
ordenamiento constitucional español mismo.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera sín-


tesis de la Constitución?
Por lo dicho hasta aquí, no debiera existir ninguna dificultad para
com-prender el sentido de mi respuesta a esta tercera pregunta. Como
tampoco habrá de ser difícil deducir que, para mí, la solución ha de ser
necesariamente positiva. Al menos, ha de serlo de manera parcial.
Lo anterior requiere, sin duda, una explicación. Como ha de ser para
todos evidente, el preámbulo constitucional no puede ser la “verdadera
síntesis” del texto constitucional vigente en el Estado, si por este término
entendemos el resumen, más o menos exhaustivo, más o menos sucinto,
de la solución normativa concreta que el legislador constituyente ha dado
a todas y cada una de las instituciones reguladas en aquel. Tanto más
cuanto que, como comprendieron perfectamente los primeros
constituyentes, es decir, los que desarrollaron su actuación en los
procesos revolucionarios liberal-burgueses de finales del siglo xviii, el
mero transcurso del tiempo, o la constatación de que en la redacción
original pueden existir errores técni-cos que podrían incluso poner en
peligro la subsistencia del propio cuerpo político, la regulación de las
distintas instituciones puede verse obligada a conocer cambios formales.
Ahora bien, si esto es así, y evidentemente lo es, la cuestión cambia,
y, además, de manera substancial, cuando se entiende la expresión
“esencia y verdadera síntesis de la Constitución” no en el sentido de
resumen del contenido formal del Código Jurídico- Político Fundamental,
sino como identificación de su contenido material. Me explico:
El preámbulo constitucional ha de ser, y de manera insoslayable, la
esencia y verdadera síntesis del texto constitucional en la medida en que la
redacción del mismo, como ya ha quedado dicho, ha de permitir la iden-
tificación de lo que el profesor Lucas Verdú denominó “fórmula política de
la Constitución”. Esto es, y con ello me adelanto, en cierto modo, a la
problemática planteada en la cuarta pregunta del cuestionario, lo que el texto
preambular ha de hacer es poner de manifiesto todos los elementos que
afectan a la estructura misma de la comunidad política de que se trate,

155
Javier Ruipérez Alamillo

entendiendo por tal el régimen político con el que la Constitución misma se


identifica (H. Heller, C. Mortati, P. De Vega, etc.). Lo que, traducido en otros
términos, significa que de la mera lectura del preámbulo constitucional deben
deducirse, y, de acuerdo con las exigencias del racionalismo jurídico, de un
modo claro e inequívoco, los que podemos denominar “fundamentos de orden
de la Comunidad”, los cuales, como indica, por ejemplo, Hesse [cfr. K. Hesse,
“Concepto y cualidad de la Constitución”, en K. Hesse, Escritos de Derecho
Constitucional (Selección), Madrid, 1983, pág. 20; Grundzüge des
Verfassungsrecht der Bundesrepublik Deutschand, Heidelberg-Karlsru-he,
1978, 11.ª ed., pág. 274 y ss.], una vez que han sido consagrados por la voluntad
soberana del Pouvoir Constituant originario, deben quedar subs-traídos al
ulterior debate de las distintas fuerzas políticas en condiciones de normalidad
constitucional, constituyendo, de esta suerte, el núcleo estable e irreformable del
Código constitucional de que se trate, y cuya existencia, que se deriva del propio
concepto político de la Constitución, es independiente de que, como solución
normativa concreta, el legislador constituyente haya optado, o no, por establecer
límites materiales absolutos explícitos a la ac-tuación del poder de reforma, en
cuanto que, aunque extraordinario en tanto en cuanto desarrolla una actividad
constituyente, poder constituido que es.
Lo anterior, ni que decir tiene, adquiere una importancia decisiva y
transcendente en ordenamientos constitucionales en los que, como sucede en
el actual supuesto español, el poder constituyente originario no es solo que
renunciara a introducir en el texto de la Constitución cláusulas de intan-
gibilidad —que, como escribe el maestro De Vega, “Su introducción en los
textos constitucionales (aunque efectivamente pueda responder en ocasiones
a contingentes, accidentales y momentáneas razones políticas) tiene como
básica finalidad asentar claramente, en el más alto nivel normativo, los su-
puestos ideológicos y valorativos en que descansa el régimen político que
con la constitución se pretende establecer” [La reforma constitucional y la
problemática……, cit., pág. 248]—, sino que, además, optaron por constitu-
cionalizar la, ciertamente controvertida, figura de la “revisión total” —que,
para nosotros, y como hemos señalado de manera expresa en otro lugar [cfr.
J. Ruipérez, Reforma versus revolución. Consideraciones desde la Teoría
del Estado y de la Constitución sobre los límites materiales a la revisión
constitucional, México, 2013, en concreto cap. IV, B) (“La hipótesis de la
reforma total: ¿mera operación jurídica limitada o acto revolucionario?”),
págs. 186-198], solo resulta admisible, incluso en el marco de constituciones

156
Entrevistas

que si contienen cláusulas de intangibilidad (K. Hesse), cuando la misma se


concreta en una modificación formal de la literalidad toda del Código
constitucional pero, y esto es lo realmente transcendente, respetando tanto
los principios inspiradores del constitucionalismo moderno en general, como
el conjunto de principios y valores que definen, individualizan y caracteri-
zan al texto constitucional de que se trata—. Y es que, en definitiva, lo que
sucede es que en estos supuestos la claridad del preámbulo constitucional lo
que hará será facilitar la tarea del intérprete a la hora de establecer cuá-les el
contenido del núcleo estable e irreformable de la Constitución que, aunque
no identificado de manera formal y solemne, empero existe [cfr. en este
sentido, y por todos, R. Calzada Conde, La reforma constitucional y las
mutaciones en el ordenamiento constitucional (tesis doctoral, inédita),
Salamanca, 1987, vol. 2, pág. 842].

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la inter-


pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte orgánica,
de cualquier articulado constitucional?
Como cualquier constitucionalista iberoamericano ha de conocer, el
problema planteado en esta cuarta pregunta adquiere una singular impor-
tancia y trascendencia cuando el mismo se aborda desde la actual dinámi-
ca jurídica y política española. Y es que, en efecto, y, como decimos, no
puede ocultársele a ningún estudioso del Estado, la política y el Derecho
iberoamericano, que vivimos los españoles en una situación
absolutamente esquizofrénica con relación a esta problemática.
Ocurre, por un lado, y nadie puede desconocerlo, que son no pocos los
constitucionalistas españoles que, tratando —no entro aquí a juzgar si su
comportamiento obedece a un buen intencionado, aunque incorrecto (si-
quiera sea por el hecho de que se parte de un conocimiento fragmentario,
incompleto e inadecuado de las propias formulaciones del insigne jurista
austriaco), entendimiento de aquellas ya aludidas tesis kelsenianas, confor-
me a las cuales la configuración de la comunidad política como un autén-tico
“Estado jurisdiccional”, en el que el Tribunal Constitucional, en cuan-to que
“legislador negativo”, que es en realidad como lo concibió Hans Kelsen, ha
de ocupar un lugar central en la propia vida jurídica y política de aquella,
constituye el mejor mecanismo de defensa para la posibilidad misma de la
forma política “Estado Constitucional” comprendido, obvia-mente, como el
mejor y más perfecto instrumento de liberación de los

157
Javier Ruipérez Alamillo

hombres, o si, por el contrario, de lo que se trata es tan solo de asegurar la


venta de algunos volúmenes dedicados a la recopilación de extractos de
algunos Fundamentos Jurídicos de las sentencias del Tribunal Constitucio-
nal español, lo que, como ya hemos denunciado en este mismo escrito,
obliga a reducir toda la rica problemática del Derecho Constitucional al
aprendizaje, siempre acrítico y avalorativo, de dichos pronunciamientos del
custodio constitucional, anatematizando consecuentemente, y en el más puro
ejercicio del más claro y patente comportamiento antidemocrático
brillantemente denunciado ya, 1793, por Johann Gottlieb Fichte [“Reivin-
dicación de la libertad de pensamiento a los príncipes de Europa que hasta
ahora la oprimieron” (1793), en J.G. Fichte, Reivindicación de la libertad de
pensamiento y otros escritos políticos, Madrid, 1986, passim], a todos
aquellos que no se sometan a su, por utilizar la terminología de Triepel,
tiranía, muchas veces inquisitorial {vid. H. Triepel, Derecho Público y
Política [Discurso de toma de posesión del Rectorado de la Universidad
Federico Guillermo de Berlín el 15 de octubre de 1926] (1927), Madrid,
1974, pág. 39}—, de justificar la idea de que el Derecho Constitucional del
Estado español se concreta, única y exclusivamente, y de manera absoluta,
en la interpretación realizada, y con total y radical independencia de si la
misma es, o no, conforme al principio de legitimidad sobre el que descansa
todo ese ordenamiento jurídico que pretenden estudiar, por el Tribunal
Constitucional, y que, por ello mismo, el estudio teórico-práctico de las
Ciencias Constitucionales únicamente ha de tomar en consideración —por
supuesto, de modo avalorativo y acrítico—, lo que este órgano, que, en rigor,
como se deduce ya de las mismas formulaciones de Kelsen, no es más que
un poder constituido y, como tal, sometido a la voluntad soberana del
Pouvoir Constituant —concepto este al que el célebre constitucionalista
vienés en modo alguno renunciaba, sino que, por el contrario, afirmaba, y
que lo ponía claramente de manifiesto en el que, sin duda, constituye uno de
sus principales escritos sobre la Teoría Pura del Derecho, como es su muy
célebre “Das problem der Souveränität und die Theorie des Völkerre-cht.
Beitrag zu einer Reinen Rechtslehre [Tubinga, 1920]—, proceden a afirmar,
de manera harto solemne y enfática, que aquellas tradicionales diferencias
que se predicaban entre la tradición jurídico-constitucional es-tadounidense,
en donde juegan un papel decisivo las concepciones deriva-das del sistema
del Common Law, y la tradición jurídico-constitucional europeo-continental,
se han desvanecido. Lo que, traducido en otros térmi-

158
Entrevistas

nos, significa que, frente al criterio clásico del sistema del Derecho escrito,
conforme al cual lo que ha de primar, siempre y en todo momento, es la
solución normativa positivizada en un documento escrito, formal y solem-ne,
también en la España de hoy ha de hacerse prevalecer aquello que el juez
constitucional afirma que dice el texto constitucional. Con lo que, ni que
decir tiene, se produce un nada despreciable cambio en las que concep-
ciones mismas del positivismo jurídico. Téngase en cuenta, en este sentido,
que si el primer positivismo jurídico, es decir, el formalista, lo que, al si-
tuarse al margen de la realidad y de la Historia, terminaba haciendo era
proceder, de una u otra suerte, a la divinización de la literalidad de la norma
jurídica consagrada en el documento de gobierno —lo que, en todo caso, se
convirtió en una práctica harto peligrosa para la operatividad adecuada del
Estado constitucional, sobre todo cuando, como nos enseñan, p. ej., un Heller
o un De Vega, la burguesía conservadora que ocupaba el poder en el s. xix
renunció a operar con aquella identificación rousseauniana, {que es, aunque
no lo diga explícitamente, con la que actuaba Max Weber cuando, en su
Economía y sociedad [México, 1969, 2 ts.], procedió a contraponer
teóricamente la legitimidad histórico tradicional y la legitimidad democrá-
tica o racional [cfr. en este sentido, y por todos, P. De Vega, “En torno a la
crisis de las ideas de representación y de legitimidad en la democracia ac-
tual”, en J. L. Soberanes, D. Valadés y H. A. Concha Cantú y otros, La re-
forma del Estado. Estudios comparados, México, 1996, p. 16], y que, en
último extremo, se fundamenta en la afirmación rousseauniana de la ley
como expresión de la volonté générale}, entre el principio de legalidad y el
principio de legitimidad, en el sentido de que el primero quedaba subor-
dinado al segundo, para terminar subsumiendo el principio de legitimidad en
el principio de legalidad; pretensión esta en la que, como nadie debiera
desconocer, la burguesía conservadora, supuestamente desideologizada,
encontró un magnífico instrumento en las construcciones del normativismo
logicista kelseniano, conforme al cual, pretendiendo realizar un estudio de la
estructura lógica del ordenamiento jurídico estatal tal y como esta se
presentaba desde los esquemas conceptuales derivados de la merkliana
Stufenbautheorie [sobre esta, cfr. A. Merkl, “Die Lehre von der Rechtskraft.
Entwickelt aus dem Rechtsbegriff”, en Wiener Staatsewissenchaftliche, 15,
bd. 2 Helft, Leipzig, 1923, págs. 81 y ss.], y, en todo caso, completamente
ajeno a toda la problemática sobre la legitimidad constitucional, la “validez
[del Derecho Positivo] no es cuestión de su contenido. Cualquier contenido

159
Javier Ruipérez Alamillo

puede ser Derecho; [……]. Una norma vale como norma únicamente porque
nació de una cierta manera, porque fue creada según una regla determinada,
porque fue producida con arreglo a un método específico. El Derecho vale
únicamente en cuanto Derecho positivo o “estatuido”. [… …] Cuando las
normas particulares de un sistema jurídico son referidas a una norma fun-
damental, se da a entender que la creación de las mismas se ha realizado con
arreglo al método establecido en aquella norma fundamental” [H. Kelsen, El
método y los conceptos fundamentales de la Teoría pura del Derecho (1933),
Madrid, 2009, págs. 64-65]—, ahora, nos encontramos con que lo que el
positivismo jurídico jurisprudencial hace es deificar, no la norma
constitucional comprendida como la expresión normativa de la voluntad del
soberano, cualquiera que este sea (el gobernante, para todos aquellos que,
consciente o inconscientemente, acaban por aceptar las con-secuencias
jurídicas y políticas que se derivan de las construcciones teoré-ticas de
Friedrich Julius Stahl sobre la monarquía constitucional; el pueblo, para
todos aquellos que, dando por buenas las construcciones del iusnatu-ralismo
contractualista democrático, operan desde el principio y las ideas
democráticas), sino la voluntad de un Tribunal Constitucional al que, igno-
rando que este último solo resulta admisible desde el punto de vista demo-
crático cuando se presenta como el órgano que, al hacer real y efectivo el
principio de la rigidez constitucional, salvaguarda la voluntad soberana del
Pouvoir Constituant du Peuple, convierten en el, tan espúreo y apócrifo
como fácticamente real, auténtico soberano en el Estado.
Pero, si esto es así, y lamentablemente lo es, ocurre, por otro lado, y de
manera que no cabe sino considerarse paradójica, que son así mismo no
pocas las ocasiones en que estos tan insignes juristas del positivismo jurí-
dico jurisprudencial niegan la esencia misma de la actuación de los jueces
estadounidenses en cuanto que creadores reales, y no como meros legisla-
dores negativos al modo y manera ideada por Kelsen para el “Der Hütter der
Verfassung” europeo, del Derecho. No referimos, claro está, a la capital
importancia que los órganos jurisdiccionales estadounidenses otorgan al
preámbulo constitucional para llevar a cabo aquella tarea que, inspirándose
tanto en las especulaciones de Solón, como en la propia práctica jurídica y
política de la Atenas clásica [sobre esto, y por comodidad, vid. J. Ruipérez,
Reforma versus revolución……, cit., nota 32 del cap. VI, págs. 271-272],
les había atribuido, en el número LXXVIII de El federalista, Alexander
Hamilton cuando escribió que “La interpretación de las leyes es propia y

160
Entrevistas

peculiarmente de la incumbencia de los tribunales. Una Constitución es


de hecho una ley fundamental y así debe ser considerada por los jueces.
A ellos pertenece, […], determinar su significado, así como el de
cualquier otra ley que provenga del cuerpo legislativo”.
Debemos, y es de justicia el hacerlo, hacer constar que este compor-
tamiento de estos profesores universitarios adscritos, al menos hoy, al más
radical de los positivismos jurídicos jurisprudenciales se encuentra avalado, y en
consecuencia se presenta como totalmente coherente con su metodología de
estudio del Derecho Constitucional por la propia actuación del Tribunal
Constitucional español. En efecto, no debe olvidarse, a este respecto, que fue el
propio custodio constitucional el que, en su, tristemente célebre, STC 31/2010,
de 28 de junio, quien se encargó de negar toda la virtualidad posible del
preámbulo en la actividad interpretadora del ordenamiento jurídico del Estado,
en general, y del Derecho Constitucional, en particular. Y lo hizo, importa
señalarlo, cuando, tratando —en total y absoluta coherencia con la tradicional
forma de actuación del dinastismo alfonsino que, a pesar de que por actuar con
la lógica inherente a ese mismo nacionalismo romántico, espiritual, irracional,
mítico y místico que animaba las reivindicaciones del nacionalismo catalanista
bajo la vigencia de la Constitución de 1876, y que, por responder a una
concepción reduccionista, unitarista y exclusivista del mundo desde la que las
categorías de división, fraccionamiento y concu-rrencia no se comprenden [cfr. a
este respecto, y por todos, P. De Vega, “El carácter burgués de la ideología
nacionalista” (1965/1977), en P. De Vega, Estudios político constitucionales,
México, 1987, 1.ª ed., 1.ª reimpr., págs. 114 y ss.], no hacía otra cosa, en
realidad, que negar la existencia misma del catalanismo en la medida en que era
incapaz, como todos los nacionalismos de esta especie [cfr. en este mismo
sentido, E. Tierno Galván, Tradición y modernismo, cit., págs. 18-19], de admitir
que una totalidad puede estar integrada por varias totalidades inferiores, se
sentía, sin embargo, obligado, y para dar respuesta a todos aquellos horrores con
los que amenazaba a la corona la Liga Catalana [tomo esta idea de M. Azaña,
“Discurso en la clau-sura del Congreso de las Juventudes de Izquierda
Republicana. 1 de julio de 1934”, en M. Azaña, Obras Completas. 5. Noviembre
de 1933-julio de 1935, Madrid, 2007, págs. 145-146], a ceder ante las exigencias
de los partidos nacionalistas catalanes (lo que, como ningún estudioso de las
Ciencias del Estado y de las Ciencias del Derecho del Estado español debiera
ignorar, al-canzó su nivel más esperpéntico cuando Alfonso XIII hizo nombrar
ministro

161
Javier Ruipérez Alamillo

de Defensa a Cambó, quien lideraba una organización político partidista que


acababa de celebrar un congreso en el que, de acuerdo con la formulación de
Bluntschli, se proclamaba que Cataluña era una nación y que, como tal,
estaba plenamente legitimada para constituirse en un Estado independiente y
soberano, con una mayor o menor vinculación jurídico internacional con
España), creyendo que de este modo aquéllos abandonarían sus “velei-
dades” secesionistas y se integrarían definitivamente en la “Constitución
material” española; del mismo modo que tampoco nadie debiera olvidar que
fue, justamente, la frustración sufrida al no ver cumplidos sus deseos lo que,
en última instancia, condujo al españolismo a perpetrar el golpe de Estado de
1923, que protagonizado, al menos formalmente, por Primo de Rivera y
dirigido de una manera muy fundamental a hacer inviables las
reivindicaciones del catalanismo político de la época, recibió, no obstante, el
inicial apoyo de Cambó, así como el de una buena parte de la burguesía
conservadora catalana, catalanista o no— de salvar la inconstitucionalidad
material del Estatuto de Autonomía catalán de 2006, proclamó que los
preámbulos que preceden a las normas jurídicas que integran el que, con
Klaus Stern, podemos llamar “Derecho Constitucional material” carecen de
toda fuerza normativa, de suerte tal que no es solo que se presenten como
textos sin el carácter de norma jurídica obligatoria y vinculante directo, sino
que incluso carecen de esta nota como instrumento interpretativo del
ordenamiento jurídico estatal.
No hace falta, en nuestra opinión, ser en exceso sagaz para comprender que
la anterior afirmación resultaba obligada para un Tribunal Constitucional que,
como decimos, terminó asumiendo, y con la misma finalidad, las tesis del
tradicional dinastismo alfonsino. Y es que, en efecto, solo afirmando la
imposibilidad de utilizar el preámbulo como instrumento principalísimo de la
interpretación constitucional, es como podía el custodio constitucional, ajeno a
la lógica de las relaciones jurídicas de supra y subordinación pro-pias de la
forma política general “Estado Políticamente Descentralizado”, y que, en último
extremo, se concretan en que, como garantía última de la existencia y
subsistencia futura de la norma institucional básica de la colectividad-miembro
de que se trate, jamás, y como, entre otros, puso de relieve Mouskheli [cfr. M.
Mouskheli, Teoría jurídica del Estado Federal, Madrid, 1931, págs. 169 y 274-
275], puede aprobarse una Constitución regional o un Estatuto de Autonomía,
que a estos efectos quedan absoluta-mente equiparados [sobre esto, cfr. por
todos, J. Ruipérez, La Constitución

162
Entrevistas

del Estado de las Autonomías. Teoría Constitucional y práctica política en el


federalizing process español, Madrid, 2003, págs. 210-228], que con-tengan
soluciones contrarias e incompatibles con lo dispuesto por el poder
constituyente originario en el Código Jurídico-Político Fundamental, eludir
la declaración de inconstitucionalidad del preámbulo del Estatuto catalán de
2006, en el que se define a Cataluña como una nación. Y hacerlo, además, y
esto es lo realmente censurable de la STC 31/2010, al mismo tiempo que se
afirma que el texto constitucional de 27 de diciembre de 1978 sigue estando
plenamente vigente y que, por ello mismo, y porque goza de total eficacia,
puede desplegar todas sus potencialidades como norma jurídica obligatoria y
vinculante tanto para los gobernados como para los gobernantes, y que, por
un lado, identificaba en su preámbulo constitucional al pueblo español en su
conjunto, y en su condición de cuerpo político único, como titular del poder
constituyente, y que, por otro, reservaba, en su artículo 2º, el término
“Nación” para la denominación del Estado español, en cuanto que Fede-
ración, contraponiéndolo a los de “Nacionalidades” y “Regiones”, con los
que el legislador constituyente definía a las comunidades autónomas que,
amparándose en la propia Constitución, pudieran constituirse en el futuro
como consecuencia del juego del principio dispositivo.
Lo de menos, como ha de ser para todos evidente, sería el detenernos, aquí
y ahora, a dejar constancia de las, por qué no decirlo, dramáticas conse-cuencias
que ha generado una tan imprudente solución jurisprudencial, y que, para
sorpresa, y gran disgusto, de muchos de los prácticos de la política y de los
científicos del Estado, el Derecho y la política que, de modo, sin duda, bien
intencionado, habían avalado la redacción del documento de gobierno catalán y
que, de un modo no muy distinto a como, al decir de Mannheim [cfr. K.
Mannheim, Ideología y utopía. Introducción a la sociología del co-nocimiento,
México, 1993, págs. 63 y ss.], había hecho Napoleón con todo aquel que osaba
disentir de su política, procedieron a condenar, de manera irremediable —y
muchas veces dando la sensación de que se les aplicaba la antidemocrática
lógica de la dialéctica “amigo-enemigo” a la que Carl Schmitt, como sin
discusión alguna más brillante teórico y defensor de los totalitarismos fascistas,
había reducido la política—, a los miembros de la clase política y de la clase
académica que, por las razones que fueran, in-cluida la apelación al propio tenor
literal del Código Constitucional en cuyo marco debía llevarse a cabo la
aprobación de la nueva norma estatutaria catalana, discrepaban, se han hecho
especialmente evidentes desde 2011, y

163
Javier Ruipérez Alamillo

en muy buena medida como consecuencia de la incapacidad de los gober-


nantes neoliberales de atajar una harto grave crisis económica aplicando las
mismas medidas económicas que la habían generado [en relación con esto,
cfr. J. Ruipérez, “La nueva reivindicación de la secesión de Cataluña en el
contexto normativo de la Constitución española de 1978 y el Tratado de
Lisboa”, Teoría y Realidad Constitucional nº 31 (2013), pp. 89-135, en
especial pp. 100 y ss.]. Aunque no está de más, sin embargo, y siquiera sea
como mecanismo de autodefensa, el indicar que a lo largo de todo el proceso
de elaboración, discusión y aprobación del Estatuto de Autonomía catalán de
2006, hubo algunos políticos prácticos (verbi gratia, Alfonso Guerra o Juan
Carlos Rodríguez Ibarra) y profesionales del estudio de la Teoría del Estado
y de la Constitución que llamamos la atención sobre la necesidad de atender
aquellas sabías enseñanzas de filólogos como Saussure, Carnap o Chomsky
sobre la utilización del lenguaje. Nos referimos, innecesario debiera ser
aclararlo, al hecho de que lo que se produjo con la aceptación de la
definición de Cataluña como Nación en el preámbulo estatutario —e importa
señalar que no ha sido el único supuesto en el que este fenómeno se ha
verificado; y, en este sentido, debe recordarse también el término
“Veguería“, que había sido presentado por el estatuyente catalán, y aceptado
por las Cortes Generales, como la nueva denominación que iba a tener la
“Provincia” en el marco geográfico de la Comunidad Autónoma catalana, y
que, en consecuencia, quedaba sometida en todo a las previsiones que sobre
este ente público territorial había establecido el Constituyente de 1977-1978:
imposibilidad de suprimirla si no es a través de la modificación formal del
propio texto constitucional, y que la modificación de su ámbito geográfico,
sometido a la reserva de Ley Orgánica, solo podría llevarse a cabo con la
intervención de la organización política central, pero que, una vez que el
nuevo Estatuto de Autonomía entró en vigor, se interpretó como una división
territorial interna sobre la que sería la colectividad-miembro, no la
organización política central, la que tendría la competencia exclusiva para su
organización y delimitación territorial—, ha hecho más que repro-ducir la
advertencia de aquéllos, contenida en sus célebres reflexiones sobre los
términos “perro” y “gato”, sobre la posibilidad de la transformación del
significado convencional de las palabras. Piénsese que lo que, en último
extremo, ha sucedido es que mientras que algunos de los legisladores que
aprobaron el preámbulo catalán lo hicieron desde la admisión del término
“Nación catalana” en su significación puramente cultural, carente de con-

164
Entrevistas

tenido político concreto, otros de entre ellos, los nacionalistas y algunas


organizaciones político partidistas de ámbito estatal que asumían las reivin-
dicaciones de estos, interpretaban aquel término desde la comprensión que se
deriva del principio de las nacionalidades, pero no de la formulación de este
debida a Mancini —que, como ningún profesional del estudio de las Ciencias
del Estado y de las Ciencias del Derecho del Estado debiera ignorar,
afirmaba a las Naciones, en cuanto que entes naturales, como los legítimos
titulares, y dueños, del Derecho Internacional, pero que en modo alguno
planteaba la exigencia de que tales Naciones hubieran de transformarse obli-
gatoriamente en Estados [cfr. a este respecto, los escritos contenidos en P.S.
Mancini, Sobre la nacionalidad, Madrid, 1985]—, sino de la comprensión
mantenida sobre el mismo por aquel Bluntschli que, de modo categórico y
radical, afirmaba, en su “Allegemeine Staatsrecht” (Munich, 1852),que
“Toda Nación está llamada a ser un Estado y autorizada para constituirlo. Lo
mismo que la Humanidad está repartida en una serie de Naciones, así debe el
mundo estar formado por otros tantos Estados. Cada Nación es un Estado y
cada Estado un ser nacional”.
Lo que, en realidad, nos interesa ahora, es tan solo poner de manifies-to
—es decir, denunciar—, que cuando, en la STC 31/2010, y con la muy clara
pretensión de evitar la declaración de inconstitucionalidad de la nueva norma
institucional básica de la comunidad autónoma catalana, los magis-trados del
Tribunal Constitucional procedieron a negar el valor normativo, siquiera sea
como instrumento principalísimo para la interpretación del ordenamiento
jurídico, al texto del preámbulo estatutario, lo que, de modo seguramente
inconsciente, hicieron fue negar también la posibilidad misma de utilizar el,
como se dice en el enunciado de esta cuarta pregunta, espíritu del preámbulo
constitucional en la interpretación de cualquier articulado de todas las
normas que, con independencia de su manifestación formal, se refieran
materialmente a los aspectos fundamentales de la estructura y
funcionamiento de la República, y que, por ello mismo, y como sentó ya
Hermann Heller, deben considerarse como normas integrantes del Derecho
Constitucional. Decisión implícita esta que, desde la lógica del tradicional
dinastismo español con la que —prescindiendo tanto del principio de que en
el Estado democrático la justicia constitucional, en cuanto que mecanis-mo
que se define por ser ante todo y sobre todo un instrumento técnico de
control de constitucionalidad de las leyes [cfr. H. Kelsen, “Le giurisdizione
costituzionale e amministrativa al servizio dello Stato federale, secondo la

165
Javier Ruipérez Alamillo

nuova Costituzione austriaca del 1º ottobre 1920” (1923-1924), en H. Kel-


sen, La Giustizia Costituzionale, Milán, 1981, pág. 18], únicamente resulta
tolerable en la medida en que los encargados de administrarla se atengan al
judicial self-restraint, de suerte tal que ni, por un lado, den la imagen de
actuar desde un punto de vista puramente ideológico y no con criterios
jurídico-públicos, ni, por otro, creen en el imaginario colectivo la idea de que
los miembros del supremo custodio constitucional han leído en el texto
constitucional no solo lo que no está escrito en él, sino lo que el Pouvoir
Constituant no quiso decir o, incluso, rechazó de manera inequívoca, pro-
vocando, de este modo, la verificación de un patente y manifiesto supuesto
de lo que la doctrina francesa denominó “fausseament de la Constitution”
[cfr. a este respecto, y por todos, H. Fix-Zamudio, Veinticinco años de la
evolución de la justicia constitucional 1940-1965, México, 1968. P. De
Vega, “Prólogo” a C. Schmitt, La defensa de la Constitución. Estudio acerca
de las diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución
(1931), Madrid, 1983, pág. 24; “Supuestos políticos y criterios jurídicos en
la defensa de la Constitución: algunas peculiaridades del ordenamiento
constitucional español”, Revista de Política Comparada, n.º 10-11 (1984), p.
426. H.-P. Schneider, “Constitución y método. Interpretación constitucional
desde el punto de vista teórico” y “Jurisdicción constitucional y separación
de poderes”, ambos escritos en H. P. Schneider, Democracia y Constitución,
Madrid, 1991, págs. 59-60 y 195, respectivamente], como del hecho de que,
según se desprende del propio artículo 159 del actual Código Constitucional
español, al requerir su nombramiento la misma mayoría cualificada que se
exige para la reforma ordinaria de la Constitución, los magistrados consti-
tucionales gozan de una absoluta independencia que, en último extremo, se
concreta en el hecho de que no deben obediencia a ninguno de los partidos
que los propusieron para tal cargo [sobre este particular, cfr. por todos,
De Vega, “Supuestos políticos y criterios jurídicos en la defensa de la
Constitución:… …”, cit., págs. 421-422; donde el maestro, con meridiana
claridad, total contundencia y acierto pleno, pone de relieve la grave incon-
gruencia que en relación con esta materia se produce en el ordenamiento
constitucional español; incongruencia que, en último extremo, se concreta en
que si el constituyente, de modo correcto, se preocupó de garantizar y hacer
eficaz la independencia de los magistrados constitucionales indivi-dualmente
considerados, ocurre, no obstante, que no hizo lo mismo para garantizar y
hacer eficaces la independencia del Tribunal Constitucional

166
Entrevistas

como órgano constitucional del Estado, y ello, por la muy simple razón de
que el legislador constituyente de 1977-1978, que, como decimos, se encargó
de establecer que los jueces constitucionales serían elegidos por la misma
mayoría requerida para la reforma constitucional, optó, con una técnica
legislativa deplorable y digna de mejor causa, por dejar la determinación de
las competencias reales de aquel a la figura de la Ley Orgánica, para cuya
aprobación se requiere solo el voto favorable de la mayoría absoluta del
Congreso de los diputados, la cual, aunque cualificada, resulta ciertamente
exigua para atender a una tan fundamental materia]—, decidieron operar en
este nuevo episodio del llamado “problema catalán”, resulta absolutamente
lógica. Es más, bien podríamos decir que, en el fondo, y desde esta misma
lógica a la que aludimos, se trataba de una interpretación debida.
Lo anterior, creemos, no ha de ser muy difícil de comprender. Basta, en
efecto, para ello, con tomar en consideración que si los miembros del
Tribunal Constitucional español hubieran aceptado el valor jurídico obli-
gatorio y vinculante del preámbulo constitucional como instrumento fun-
damental para la interpretación constitucional, su respuesta a los distintos
recursos de inconstitucionalidad planteados contra el Estatuto de Autonomía
catalán de 2006 hubiera sido, sin duda, bien distinta a la que le dio en la STC
31/2010. Y es que, nos guste o no, seamos o no firmes admiradores y
entusiastas defensores de la vigencia formal de la Constitución española de
1978, es lo cierto que dada la redacción que dio el último constituyente
español al preámbulo constitucional, los jueces constitucionales se hubie-ran
visto abocados a llegar a unas conclusiones no muy distintas a las que, bajo
la presidencia de John Marshall, y tomando como punto de referencia
inexcusable lo afirmado por los Founding Fathers en el preámbulo del texto
constitucional de 1787, llegó el Tribunal Supremo estadounidense en la
sentencia del caso “Martin versus Hunter’s Lessee”. Nos referimos,
obviamente, a la afirmación realizada por el ponente de dicha sentencia, el
juez Story, según la cual la “Constitución de los Estados Unidos ha sido
decretada y establecida no por los Estados, en su capacidad de Estados
soberanos, sino expresa y formalmente, […], por el ‘Pueblo de los Estados
Unidos’” [“Martin versus Hunter’s Lessee”, 14 US 304 (1816), pág. 324].
Aserto este con el que, apelando, insistamos en ello, tanto al mero tenor
literal como al espíritu del preámbulo constitucional, Story puso, de una
manera clara, inequívoca e incontrovertible, la verdadera esencia de esa
forma territorial del Estado creada por los “Hombres de Filadelfia”, a la que

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Javier Ruipérez Alamillo

un siglo después de su entrada en la Historia la dogmática del Estado y del


Derecho Constitucional alemana bautizó con el nombre de “Bundesstaat”, en
cuanto que Unión de Estados de Derecho Constitucional. Verdadera esen-cia
de esta forma de organización del Estado constitucional que, en último
término, se concreta en que a diferencia de lo que sucede con las Uniones de
Estados de Derecho Internacional, en cualquiera de sus dos manifesta-ciones
estructurales posibles (organización internacional, Confederación de
Estados), y en la medida en que se trata de una unión de Estados soberanos e
independientes, todos ellos sujetos del Derecho Internacional, se presentan
como una comunidad jurídica y política regida por una norma de carácter
convencional o, si se prefiere, internacional cuyos autores pueden ser tan
solo las colectividades particulares confederadas (L. Le Fur, Ch. Durand,
etc.), la Unión de Estados de Derecho Constitucional, nacida como
consecuencia de la verificación de lo que, como sabemos, Wise llamaba el
momento del pacto social, se configura como una auténtica manifestación
estructural concreta de la forma política general “Estado Constitucional”, en
la que el ejercicio de la actividad constituyente, como con gran acierto
afirmó Carl Friedrich, corresponderá, y solo puede corresponder, al pueblo
federal en su conjunto actuando investido del Pouvoir Constituant.
Desde la anterior óptica —y no importa extendernos en ello, tanto más
cuanto que lo mismo lejos de, como acaso no pudiera parecer, alejarnos del
problema al que nos enfrentamos en esta cuarta pregunta, lo que hace es
permitirnos ofrecer una ponderada, cabal y harto clarificadora respuesta al
interrogante que en ella nos plantea el profesor Palomino Manchego—,
pocas dudas pueden existir, en efecto, sobre el que, desde el punto de vista
de la corrección constitucional, el fallo del Tribunal Constitucional hubie-ra
sido muy otro del contenido en la ya tantas veces citada STC 31/2010. Por lo
menos, así lo sería de haber aceptado todos sus miembros el valor normativo
del preámbulo constitucional. Y es que, en nuestra opinión, di-fícilmente se
hubiera podido aceptar la constitucionalidad de la definición de Cataluña —
que, en rigor, no es desde el punto de vista jurídico-político más que una
colectividad-miembro, es decir, un mero centro autónomo de decisión
política democrática y legítima, del Estado políticamente descen-tralizado
español, igual, y en pie de absoluta y total igualdad, al resto de las
comunidades autónomas—, como “Nación”, como se hace en el preámbulo
estatutario, o la de que, como se afirma ya en el articulado de la norma
institucional básica, Cataluña, en cuanto que “ser nacional” y no simple

168
Entrevistas

centro autónomo de decisión política democrática y legítima carente, en


consecuencia, de estatalidad (E. Borel, L. Le Fur, H. Heller, K. Hesse, K.
Stern, H.-P. Schneider,……), dispone de símbolos nacionales. Y ello, por la
muy sencilla razón de que, como ya quedó dicho, fue la voluntad, inequí-
voca, y reflejada tanto en el texto del preámbulo constitucional como en
el artículo 2.º de la Constitución, del constituyente de 1977-1978 la de
utilizar el término “Nación” como definición jurídico-formal del pueblo
español en su conjunto, al que, en lógica y consecuente coherencia con su
decisión de mantener a España como comunidad política estatal única, le
corresponde la titularidad del ejercicio de la soberanía en el Estado y que,
como exigen-cia sustancial para el ordenado funcionamiento del Estado
constitucional, únicamente ejercerá cuando, en el marco de un proceso
revolucionario, se presente como Pouvoir Constituant.
De la misma manera, tampoco ha de ser muy difícil de concluir que si
el Tribunal Constitucional hubiera aceptado, en esta STC 31/2010, tanto el
valor del preámbulo constitucional como instrumento fundamental para la in-
terpretación constitucional, como la, a nuestro juicio, absolutamente correcta
la tesis mantenida por el juez Story sobre el significado real de lo establecido
en el texto estadounidense por los “Padres Fundadores”, tampoco hubieran
podido los magistrados que conformaron la mayoría para la formación del
fallo avalar —por cierto, contradiciendo lo que el propio custodio consti-
tucional había afirmado en la STC 103/2008, de 11 de septiembre, relativa al
llamado “Plan Ibarretxe”—, lo afirmado ya en el articulado de la nueva
norma institucional básica de la comunidad autónoma sobre el fundamento
del autogobierno catalán. No referimos, como a nadie puede ocultársele, a la
pretensión del estatuyente catalán de justificar en el ámbito normativo, y que,
extrañamente fue aceptado por las organizaciones político partidistas que
ocupaban las posiciones mayoritarias en el Legislativo estatal —cuya
participación, y, además, y a diferencia de lo que sucede, p. ej., en Italia en
relación con los denominados “Estatutos ordinarios”, con capacidad para
proceder a la modificación del proyecto del que conoce respecto de lo
aprobado por el Parlamento regional [cfr. a este respecto, y por todos, L.
Vandelli, El ordenamiento español de las Comunidades Autónomas, Madrid,
1981, págs. 226-227; S. Muñoz Machado, Derecho Público de las
Comunidades Autónomas, Madrid, 1982, vol. I, págs. 270-271], tanto en el
proceso de elaboración, discusión y aprobación de una nueva norma esta-
tutaria, como en el de revisión de un Estatuto de Autonomía ya existente se

169
Javier Ruipérez Alamillo

presenta, porque así lo dispuso el propio constituyente soberano, como un


requisito ineludible para la válida, lícita y legítima aprobación de la norma
fundamental de las colectividades-miembro españolas—, la especialidad, y
superioridad, de la autonomía de Cataluña respecto del autogobierno del que
pueden disfrutar el resto de los centros autónomos de decisión política
democrática y legítima en los que, de conformidad con el título VIII de la
actual Constitución, pudiera dividirse el Estado español.
Lo anterior, acaso, y sobre todo teniendo en cuenta que este escrito está
destinado a publicarse en un ámbito geográfico distinto a aquél en el que el
problema se planteó y se plantea, requiera de alguna explicación.
Explicación que pasa, de modo inevitable, por recordar las tesis mantenidas
por el Profesor La Pergola en torno a las consecuencias que se derivan del
propio proceso histórico de formación del Estado políticamente descen-
tralizado, al que, en todo caso, e importa advertirlo, considera plenamente
irrelevante para la determinación de la naturaleza federal o no federal de una
determinada estructura jurídico-política estatal descentralizada [sobre esto, y
por comodidad, cfr. J. Ruipérez, La Constitución del Estado de las
Autonomías……, cit., págs. 171-192]. Señalaba, a este respecto, el insigne
maestro italiano [cfr. A. La Pergola, “El “Empirismo” en el estudio de los
sistemas federales: en torno a una teoría de Carl Friedrich”, Revista de Estudios
Políticos, n.º 188 (1973), págs. 65 y ss.; “Federalismo y Es-tado Regional: La
técnica italiana de las autonomías a la luz del Derecho Comparado”, Revista de
Política Comparada, n.º 10-11 (1984), pág. 193] que, aunque se trata de algo
jurídicamente intranscendente en cuanto a la naturaleza jurídica de las
colectividades-miembro y de la autonomía de la que disfrutan, la muy distinta
manera en que puede nacer un Estado Federal permite establecer una única
diferencia entre la capacidad de autogobierno de los centros autónomos de
decisión política democrática y legítima. A saber: cuando el Estado
políticamente descentralizado nace como consecuencia de un proceso de
unificación y centralización de unos preexistentes Estados, hasta entonces
soberanos, independientes y todos ellos miembros, por sí mismos, de la
comunidad internacional, y de manera independiente de si se habían constituido
previamente en una Unión de Estados de Derecho Internacional o no, es posible
afirmar que las colectividades particulares de la nueva Unión de Estados de
Derecho Constitucional, que son, como con acierto indicó Friedrich —y como,
de una u otra suerte, había aceptado el Tribunal Constitucional español en el
fundamento jurídico 3.º de la STC

170
Entrevistas

4/1981, de 2 de febrero—, titulares de derechos de autonomía y no de sobe-


ranía, se presentan como titulares de una “autonomía residual”, significando
este término que, en estos supuestos, la capacidad de autogobierno de los
miembros aparece como una reminiscencia de su antigua soberanía. Por el
contrario, cuando nos hallamos en presencia de las colectividades-miembro
de un Estado Federal que surge por la refundación de un anterior Estado
Unitario, más o menos centralizado, más o menos centralista, la autonomía
de estas puede, de acuerdo con La Pergola, ser calificada de “otorgada”, en el
sentido de que ahora, y de modo indiscutible, el autogobierno de las
comunidades particulares se deriva, y se debe, a la voluntad del Pouvoir
Constituant que creó, o, si se prefiere, refundó, la nueva Federación.
Nadie, sea o no jurista, que se preocupe por conocer la actual realidad
jurídico-política española puede desconocer que ha sido, desde la muerte del
general/dictador ferrolano, una auténtica constante en la actuación del
catalanismo, como también lo ha sido del vasquismo y galleguismo román-
tico, irracional, espiritual, mítico y místico, la de tratar de introducir esta
distinción enunciada por Antonio La Pergola en el Derecho Constitucional
nacido como consecuencia del proceso constituyente de 1977-1978 [cfr.
sobre este particular, J. Ruipérez, División de competencias y forma terri-
torial del Estado, Madrid, 2012, págs. 68 y ss.]. Para lo cual, en la medida en
que, como advierte Tierno Galván, forma parte de la lógica inherente a la
actuación desde la tradición nacional mágico-mítica el situarse al margen de
la realidad histórica, no les suponía ningún inconveniente el hecho de que
desde el momento histórico en que apareció la forma política “Estado
moderno”, como sabemos, en, con carácter general, el siglo xv, Cataluña,
como tampoco lo han hecho el resto de las nacionalidades y regiones que
integran el actual Estado español, no haya disfrutado nunca del status de
Estado soberano, libre, independiente y, en consecuencia, sujeto del Derecho
Internacional.
Sea de ello lo que sea, lo que, aquí y ahora, nos interesa, es dejar
constancia de que ese empeño por presentar el autogobierno catalán como
una manifestación de lo que La Pergola llamaba “autonomía residual”, y
contraponerlo, predicando una clara e inequívoca superioridad cualitativa, y
no únicamente cuantitativa, de este respecto del que podían disfrutar las
demás colectividades-miembro, a la, a su juicio, “autonomía otorgada” que,
como concesión del verdadero titular de la soberanía de la “España peque-
ña”, es decir, del monarca, les corresponde a todas las otras comunidades

171
Javier Ruipérez Alamillo

autónomas, es lo que finalmente trataron, como decimos, de materializar con


la aprobación del Estatuto de Autonomía de 2006. Y lo hicieron, y también
lo hemos señalado ya, al afirmar que, mientras que las otras encuentran el
fundamento jurídico y político último de su capacidad de autogobierno en la
Constitución de 1978, la autonomía catalana se fundamenta tanto en ésta
como, y con una mayor importancia, en los “derechos históricos” de
Cataluña [en relación con los problemas derivados de la consagración de una
institución que hunde sus raíces en la Edad Media en el marco de un
documento de gobierno que, como sucede con el actual español, responde al
concepto de Constitución en su sentido liberal-burgués, y de una manera
muy particular respecto de lo hecho en el último proceso estatuyente catalán,
cfr. por todos, J. Tajadura Tejada, “Manuel García Pelayo y los derechos
históricos”, Revista de Derecho Político, n.º 75-76 (2009), págs. 147-174, en
especial págs. 162 y ss.].
Lo de menos, como es obvio, sería el detenernos aquí a indicar que
cuando el nacionalismo conservador catalanista y vasquista apelan a los
derechos históricos, no lo hacen, y en modo alguno, en el sentido real con el
que, desde la óptica del constitucionalismo democrático y social, estos
fueron constitucionalizados en la disposición adicional primera. Sentido real
este que, como nos dicen, por ejemplo, un Tomás-Ramón Fernández [Los
derechos históricos de los territorios forales. Bases constitucionales y esta-
tutarias de la administración foral vasca, Madrid, 1985] y un Gumersindo
Trujillo [“Comentario a las Disposiciones Adicionales”, en la obra colectiva
Constitución española. Edición comentada, Madrid, 1979, pág. 369], no es
otro que el de encontrar una vía razonable para afrontar el difícil problema
administrativo de los llamados “Territorios históricos” (vid . Estatuto de
Autonomía para el País Vasco) o “Territorios forales”, y que, como escribí
ya en 2005, forman parte del Derecho Positivo español solo, y en la medida
en que fueron admitidos por el poder constituyente de 1977-1938 y que, por
ello mismo, “en primer lugar, únicamente pueden entenderse vigentes en lo
que, desde el punto de vista de su contenido material, sean compatibles con
la Constitución de 1978, y, en segundo término, que su ejercicio y actualiza-
ción habrá de realizarse dentro del Código Jurídico-Político Fundamental y,
además, con los límites que este mismo, ya sea de forma directa ya a través
de su desarrollo estatutario, establece” [J. Ruipérez, “Estática y dinámica
constitucionales en la España de 1978. Especial referencia la problemática
de los límites a los cambios constitucionales”, en S. Roura y J. Tajadura

172
Entrevistas

(dirs.) y otros, La reforma constitucional. La organización territorial del


Estado, la Unión Europea y la igualdad de género, Madrid, 2005, pág. 151;
vid., con carácter general sobre esta problemática, págs. 121-152]. Lejos de
atenerse a esto, con lo que nos encontramos es con que, como nadie puede
desconocer, el catalanismo y el vasquismo conservador apelan, en total
completa, absoluta y consecuente coherencia con los presupuestos de aquel
monarquismo constitucional alemán que les ha servido siempre de
fundamentación ideológica en su actuar, a la idea de los “derechos histó-
ricos” como trasunto de la idea de la “libertad de los territorios” que tan cara
resultaba a Stahl y Treitschke, que no así a von Bismarck [cfr. a este
respecto, H. Heller, Las ideas políticas contemporáneas (1926), Granada,
2004, págs. 28 y ss.], y que si, por un lado, había sido tan duramente
criticada por Fichte [J.G. Fichte, “Notas del esbozo para un Tratado político
escrito en la primavera de 1813”, en J.G. Fichte, Discursos a la Nación
alemana, Madrid, 1988, págs. 276-277] en cuanto que el principal
impedimento para el surgimiento del Estado alemán comprendido como
Nación alemana, había sido, por otro, contundentemente repudiada por
Hegel, y, con él, por todos los hegelianos [sobre esto, cfr. H. Heller, “Hegel
y la política ale-mana” (1924), Res Pública, n.º 4 (1999), págs. 168-180], en
la medida en que consideraba esta idea como uno de los principales
obstáculos para que Alemania se constituyese en un Estado único y, al
mismo tiempo, para que pudiera contar con una Constitución, de modo y
manera que la organización político-jurídica alemana se encontraba, por
amor de esa “libertad de los territorios”, condenada a presentarse como un
auténtico Estado despótico [cfr. G.W.F. Hegel, La Constitución de Alemania
(1802-1893), Madrid, 2010, págs. 13 y ss., y 36 y ss., p. ej.].
Aunque, sin embargo, sí parece oportuno el realizar alguna conside-
ración al respecto. Y es que, en definitiva, lo que sucede es que porque el
catalanismo y el vasquismo conservador interpretan los derechos históricos
en el sentido medieval y, además, los elevan a la categoría de mito desde el
cual los mismos son expresión de una inexistente soberanía del pueblo en la
Cataluña y el País Vasco de la época del medioevo, es por lo que resulta fácil
de comprender que al catalanismo político de 2010 no le satisficiera la STC
31/2010 ni siquiera en este punto. Y ello, por la muy simple razón de que
para salvar la inconstitucionalidad del Estatuto catalán de 2006 y, al mismo
tiempo, tratar de no ser totalmente inconsecuente con lo afirmado en la STC
103/2008, donde negaba que el fundamento del autogobierno

173
Javier Ruipérez Alamillo

de la comunidad autónoma pudiese encontrarse en los derechos históricos


vascos y no en el texto constitucional, o, si se prefiere, en la voluntad sobe-
rana del poder constituyente del pueblo español en su conjunto, lo que los
magistrados constitucionales hicieron fue admitir que la autonomía catalana
se fundamenta en la Constitución y en los derechos históricos, pero enten-
diendo estos no con el sentido mítico que ellos le atribuyen y que, como
consecuencia de la lógica del dinastismo español del “no hay como ceder a
la que se integren”, esperaba ver ratificado por el fallo del supremo custodio
del orden constitucional, sino como expresión de la situación jurídica y po-
lítica de la que disfrutaba Cataluña el 18 de julio de 1936, y que encontraba
su fundamento no en los derechos históricos del medioevo, sino, muy al
contrario, en lo dispuesto por la Constitución española de 1931.
Sea de ello lo que sea, lo que en realidad nos interesa, es tan solo poner de
manifiesto que si el Tribunal Constitucional hubiera aceptado, también en esta
STC 31/2010, el valor jurídico, obligatorio y vinculante, del preámbulo
constitucional como criterio básico, central y medular de toda interpretación de
la normativa fundamental, ya sea ésta formal, ya sea solo material, y, además,
hubieran comprendido que por la propia redacción literal de aquél las ya citadas
palabras del juez Story resultaban de plena aplicación para el correcto
funcionamiento, y el adecuado entendimiento, del llamado “Estado de las
Autonomías” o “Estado Autonómico” a que dio origen la actual Constitución
española, el sentido de su decisión hubiera debido ser, de manera necesaria,
obligada, indefectible, e ineludible, con-trario a la declaración estatutaria que
ahora nos ocupa. Y ello, por cuanto que al establecerse en el propio preámbulo
constitucional que el Código Jurídico-Político Fundamental de 27 de diciembre
de 1978 había sido apro-bado por el pueblo español, en cuanto que sujeto
político único, superior y englobador de todos y cada uno de los ciudadanos que
lo integran, y al que le corresponde el ejercicio legítimo de la soberanía en el
marco de la comunidad política que era refundada por este documento de
gobierno, obvio debiera haber sido para todos los magistrados que integraban en
ese momento el Tribunal Constitucional que en modo alguno resultaban
aplicables al su-puesto español aquellas doctrinas elaboradas por Calhoun para
los Estados Unidos de América, y que, como es, sin duda, sobradamente
conocido, fueron desarrolladas por von Seydel para la realidad jurídico-política
de la Alemania decimonónica —que, de una u otra suerte, fueron resucitadas por
el más conspicuo defensor de las ideas y del principio monárquico entre los

174
Entrevistas

prácticos de la política y del Derecho en la España contemporánea cuando,


convertido ya en el principal consejero áulico del catalanismo y vasquis-mo
conservador, pretendía presentar el texto constitucional de 1978 como un
contrato celebrado entre la corona, como representante soberano de la “España
pequeña”, el País Vasco y Cataluña [vid. M. Herrero de Miñón, “La
Constitución como pacto”, Revista de Derecho Político n.º 44 (1998), págs. 15-
30], y que, si bien suscitaron el rechazo generalizado por parte de los
constitucionalistas, administrativistas, historiadores y filósofos en el momento
en el que fueron planteadas como respuesta adecuada al problema que desde
1995, cuando no desde 1993, había planteado el nacionalismo conservador
catalán y vasco a la admitir y reivindicar ahora el ius seccesionis, ha terminado,
sin embargo, gozando de una muy amplia aceptación, como lo demuestra el
hecho de que se haya llegado a defender que en la España de hoy la reforma
constitucional solamente podrá ser reputada como una operación válida, lícita y
legítima cuando el proyecto de revisión reciba el voto afirmativo no solo de las
mayorías requeridas por los artículos 167 y 168 CE, sino también, y con una
igual, si no superior, importancia la aproba-ción expresa por parte de las
Comunidades Autónomas catalana y vasca [en relación con esto, y para su
crítica, cfr. por comodidad, J. Ruipérez, Reforma versus revolución……, cit.,
págs. 131-132]—, conforme a las cuales, por ser
las colectividades-miembro, como sujetos jurídicos y políticos anteriores al
nacimiento de la Federación misma, titulares de unos derechos de soberanía,
los States Rights, que en modo alguno pierden con la creación de la Unión de
Estados de Derecho Constitucional, y elevando el derecho de veto de los
miembros disidentes, en cuanto que contenido fundamental de la“concurrent
mayority”, a la condición de elemento central y nuclear de todo el sistema
federal, lo que sucede es que el Estado políticamente descentralizado, en
cualquiera de sus manifestaciones estructurales posibles (Estado Federal,
Estado Integral, Estado Regional, Estado Autonómico), se encontraría regi-
do por una “Constitución contractual” que ha de ser interpretada, en todo,
según las reglas generales de la contratación, y de un modo muy singular
bajo el prisma de las cláusulas pacta sunt servanda y rebus sic stantibus.
Figura esta de la Constitución contractual que, como ningún iuspublicista,
tampoco los españoles, puede ignorar, fue ya denunciada como una idea
absurda y jurídicamente inaceptable por aquel Borel que, preocupado por
encontrar algún concepto unitario que permitiera la explicación conjunta de
las dos formas tradicionales del federalismo (Staatenbund y Bundesstaat),

175
Javier Ruipérez Alamillo

puso en circulación el término “Estado federativo” [cfr. E. Borel, Étude sur la


souveranité et l’État fédératif, Berna, 1886, pág. 123]. Ello no obstante, y muy a
pesar del hecho de que de la propia redacción del instrumento de gobierno dada
por el legislador constituyente de 1977-1978 se desprende con toda claridad el
que los Estatutos de Autonomía son una manifestación clara de lo que Antonio
La Pergola denomina “fuente atípica”, que, en este caso se define por la
necesidad de que su aprobación se hará mediante el consenso entre los distintos
poderes constituidos centrales y regionales, y en modo alguno, por ser un pacto
entre sujetos soberanos [sobre esto, y por comodi-dad, cfr. J. Ruipérez, La
Constitución del Estado de las Autonomías……, cit.,
págs. 268-300], es lo cierto que a lo que parece apuntar la STC 31/2010 es,
justamente, a la vigencia en el Derecho Constitucional de las concepciones de
Calhoun y von Seydel. A ello, en último término, parece conducir, o, al menos,
así lo pretende imponer en el imaginario colectivo el catalanismo político, la
aceptación por parte del supremo custodio de la Constitución de la afirmación
realizada por el estatuyente catalán de que el autogobierno de Cataluña
encuentra su fundamento tanto, y por igual, en la voluntad del Poder
Constituyente de 1977-1978 como en los “derechos históricos” de Cataluña. Y
es que, en efecto, de este fallo se ha pretendido extraer la consecuencia de que
no solo el texto constitucional de 27 de diciembre de 1978 es, como defendió
Herrero de Miñón, un auténtico contrato celebrado entre el titular de la corona,
como representante de España, y los representantes de los sujetos soberanos
Cataluña y País Vasco, sino que también el Estatuto de Autonomía, que, desde
el punto de vista jurídico formal no es más que una norma jurídica ordinaria
emanada por los poderes constituidos del Estado, se presenta tam-bién como un
auténtico pacto celebrado, esta vez, por las cortes generales, no en nombre de la
organización política central, sino como representante de la “España pequeña”, y
Cataluña, cuya voluntad, presuntamente soberana, había sido expresada tanto
por el Parlamento como por el pueblo catalán.
Del mismo modo, y con el mismo fundamento en lo dicho expresamente
por el Pouvoir Constituant español de 1977-1978, quienes integraban el
Tribunal Constitucional en 2010 hubieran debido convenir en que resultaba
constitucionalmente inadmisible la afirmación estatutaria de que el autogo-
bierno de Cataluña encontraba su fundamento último tanto en la Constitución de
27 de diciembre de 1978, como en los derechos históricos del pueblo catalán. Y
ello, además de por la mera utilización de las fundamentales cate-gorías de
“espacio” y “tiempo”, por la muy sencillísima razón de que todos

176
Entrevistas

ellos hubieran debido de ser conscientes de que la mera redacción literal del
preámbulo constitucional, identificando al pueblo español en su conjunto
como el sujeto que, en cuanto que titular del ejercicio de la soberanía, había
procedido a la refundación de la comunidad política española, determinaba la
total y absoluta imposibilidad de explicar el estado de las autonomías, o, si se
prefiere, Estado autonómico, como manifestación estructural concreta de esa
forma política general a la que, de manera indistinta, y siguiendo las
enseñanzas de Antonio La Pergola, podemos denominar “Estado Fede-ral” o
“Estado Políticamente Descentralizado”, desde aquellas categorías
conceptuales que, al servicio de los intereses del rey de Prusia/emperador de
Alemania (A. Baldassarre), había puesto en circulación la vieja Escuela
alemana de Derecho Público para tratar de explicar, y justificar, racional-
mente la organización territorial del Estado consagrada por la Constitución
alemana de 1871, y con la que, como nadie puede, ni debe desconocer, se
daba plena satisfacción a todos y cada uno de los presupuestos centrales del
constitucionalismo monárquico alemán. Categorías conceptuales estas que,
como seguramente no podría ser de otro modo, encontraron más lúcida
formulación en el célebre escrito “Die Lehre von der Staatenverbindungen”
(Viena, 1883) de Georg Jellinek.
Nos referimos, obviamente, a los esfuerzos que los integrantes de este
grupo académico realizaron para dar cobertura intelectual a una forma polí-tica
que si bien formalmente recordaba lo hecho por los Founding Fathers en
Filadelfia, pero que se mantenía, sin embargo, en sus soluciones formales en un
estadio que parecía estar más próximo a la ciertamente rudimentaria Unión de
Estados de Derecho Internacional creada en la Deutscher Bund de 1815 —
extrañamente, aunque no obstante de forma completamente cohe-rente con el
hecho de que él actuaba desde las antidemocráticas categorías, políticas y
jurídicas, del principio y las ideas monárquicas, por un lado, y desde la
concepción del Estado federal en términos de foedus, erigido en el modelo
paradigmático de la “auténtica” Unión de Estados de Derecho Constitucional
por Carl Schmitt—, que al modelo realmente creado en los Estados Unidos de
América, no tenía, en realidad —y como, con meridiana claridad y total
precisión, pusieron de relieve, entre otros, E. Borel [Étude sur la
souveranité……, cit., pág. 145] y L. Le Fur [État Fédéral et Confédération
d’États (1896), París, 2000, págs. 606 y ss.]—, otra pretensión, y pese al
hecho de que fueron no pocos los juristas del Imperio guillermino que de-
finieron este como una “República de Estados” en la que el ejercicio de la

177
Javier Ruipérez Alamillo

soberanía correspondería por igual al emperador y a los distintos Länder (v.


gr., P. Laband, Ph. Zorn, S. Brie, etc.), que la de erigir al Jefe del Estado, y
más en cuanto que rey de Prusia que en su consideración de emperador de
Alemania, en el único soberano legítimo posible en aquella comunidad
política, y, además, justificar el que en todo momento, y no solo en el de la
fundación del mismo, pudiera actuar como sujeto soberano y, en conse-
cuencia, situado por encima de la propia Constitución. Circunstancia ésta
que, como a nadie debería ocultársele —ni siquiera a aquellos que, por las
razones que sea, pretenden reducir toda la rica problemática del Estado
constitucional al mero aprendizaje de los Fundamentos Jurídicos de las
sentencias emanadas por el Tribunal Constitucional—, les condujo a verse
obligados a defender dos raras especies. La primera de ellas, y con la fina-
lidad última de contentar las exigencias y requerimientos de los Junkers, se
concreta en la afirmación, jurídica y políticamente inasumible —al menos
desde las concepciones democráticas de la comunidad política, y que fueron
las que, en último extremo, fundamentaron la crítica realizada por Hermann
Heller [cfr. La soberanía. Contribución a la Teoría del Derecho estatal y del
Derecho internacional (1927), México, 1995, 2.ª ed., págs. 214 y ss.] a las
construcciones y concepciones de la primigenia Escuela alemana de Derecho
Público; pero que tampoco, y así lo atestiguan las críticas vertidas por Carl
Schmitt [cfr. “El problema de la soberanía como problema de la forma
jurídica y de la decisión”, anexo a C. Schmitt, El Leviathan en la Teoría del
Estado de Tomás Hobbes, cit., pág. 80], resultan aceptables desde los
presupuestos conceptuales que se derivan de las ideas y el prin-cipio
monárquico, ni lo eran para aquellos que, como Louis Le Fur [cfr. État
Fédéral et Confédération d’États, cit., págs. 60 y ss.], entienden que en el
Estado políticamente descentralizado la titularidad de la soberanía, entendida
como Kompetenz-Kompetenz, puede corresponder tanto al rey como al
Pueblo—, de que la soberanía no era atributo esencial de la forma política
general “Estado”. Aserto este que, en definitiva, se explica por cuanto solo
negando la soberanía como un atributo esencial del Estado, era como podían
satisfacerse los anhelos de los distintos príncipes y gobernantes de los
Länderde seguir afirmando sus territorios como auténticos Estados. La
segunda, que es, por lo demás, la que reviste un mayor interés para el proble-
ma que en este momento nos ocupa, sería la de la pretensión de justificar lo
anterior desde la clara y contundente sentencia de que el autogobierno de los
Länder se fundamentaba no en la decisión normativa adoptada por el poder
constituyente soberano en el documento de gobierno de 1871, sino, por el

178
Entrevistas

contrario, en el hecho de que todos y cada uno de los Länder eran titulares
de, por utilizar la clásica terminología de Jellinek, un “poder originario de
mando” que, aunque podía verse alterado en el futuro por una modificación
formal del texto constitucional llevada a cabo por la organización política
central como titular de la Kompetenz-Kompetenz, debía ser respetado en la
medida de lo posible por el legislador constituyente originario [sobre esto, y
por comodidad, cfr. por todos, J. Ruipérez, División de competencias y forma
territorial del Estado, cit., págs. 61-73].
De la misma manera, y admitiendo el valor normativo e interpretativo
del preámbulo constitucional, los magistrados que conformaron la mayoría
del supremo custodio constitucional en la STC 31/2010, hubieran debido
comprender que las pretensiones del catalanismo tampoco podían verse
satisfechas desde el que, creemos, fue el argumento que fundamentaba el
discurso de una buena parte de los parlamentarios, estatales y regionales,
adscritos a la izquierda democrática. Nos referimos, innecesario debiera ser
aclararlo, al hecho de que estos, al aceptar la apelación del catalanis-mo
romántico, espiritual, irracional, mítico y místico conservador de los
“derechos históricos” de Cataluña, lo hacían no desde las antidemocráticas
construcciones de los Calhoun y von Seydel, por un lado, y el del monar-
quismo constitucional alemán, por otro, sino atendiendo a unos argumentos
que, al menos aparentemente, responden a la lógica inherente al principio y
las ideas democráticas. De una manera muy particular, a la idea, derivada,
insistamos en ello, de las doctrinas del iusnaturalismo contractualista, de que
todo Cuerpo Político ha de nacer mediante un proceso que se desarrolla de
abajo a arriba, y que únicamente puede tener como protagonista a los
hombres y mujeres que van a convertirse en los ciudadanos de esa deter-
minada comunidad política.
Siendo así, nos encontramos con que, por lo menos en nuestra opinión,
fueron no pocos los parlamentarios, regionales y estatales, de izquierdas que
dieron validez a las pretensiones últimas del catalanismo conservador, y que
son las mismas desde que el mismo apareció, como, dando validez a lo
defendido por Schumpeter, reacción al “desastre del 98”, a finales del siglo
xix, aceptando aquellas tesis que, apoyándose en las concepciones no del
Hugo Preuss ciudadano políticamente activo —que, como militante del
Deustche Demokratische Partei, que representaba en la Constituyen-te
alemana de 1919 la ideología del democratismo radical, se mostraba
partidario de organizar el nuevo Estado alemán según los esquemas de la

179
Javier Ruipérez Alamillo

República jacobina—, sino que aquel Preuss científico del Derecho que
partía en sus especulaciones de las enseñanzas que había recibido de sus dos
maestros, Otto von Gierke y Georg Jellinek, había defendido el sindica-
lismo revolucionario en el período entre guerras. Tesis estas que, en último
extremo, y simplificando al máximo la cuestión, les llevaban a mantener que
la existencia de cualquier cuerpo intermedio entre el ciudadano y el Estado
encontraba su explicación y fundamentación no, ni mucho menos, en la
voluntad soberana del poder constituyente del Estado —que, por otra parte,
aspiraban a destruir—, sino en su propia existencia.
Muy lejos de esto, como decimos, lo que sucede es que quienes forma-
ban parte del Tribunal Constitucional español en 2010 hubieran tenido que
ser conscientes de que, muy en contra de lo que sancionaba el Estatuto de
Autonomía catalán de 2006, lo afirmado por el último constituyente español
en el preámbulo tan solo permitía interpretar el desarrollo del Estado de las
Autonomías desde la lógica y las categorías conceptuales propias del
moderno Estado constitucional, del que aquel es, quiérase o no, y como, en
contra de lo mantenido en su día por Georg Meyer, supo comprender
acertadamente Carl Friedrich en relación con todo Estado políticamente
descentralizado, única y exclusivamente una manifestación estructural
concreta. Lo que, de modo inevitable, hubiera debido conducir a los magis-
trados constitucionales de 2010, liberándose de esos absurdos temores que
muchas veces existen entre los miembros de la clase académica española de
no ser considerados unos “auténticos juristas”, a la conclusión de que en la
España del siglo xxi resultaban no solo perfectamente correctas, sino de
plena, total y absoluta aplicación las afirmaciones vertidas, en 1927, y en su
magnífica y espléndida La soberanía, por Hermann Heller sobre el problema
de la justificación y vertebración del autogobierno del que, en el marco de un
verdadero Estado constitucional, pueden disfrutar los distintos centros
autónomos de decisión política democrática y legítima en el que el Estado
federal se divide. Nos referimos, en concreto, a su afirmación de que, en
contra de lo defendido por los confederantistas Calhoun y von Seydel, el
constitucionalismo monárquico alemán y el sindicalismo revoluciona-rio, lo
que en realidad sucede es que “cualquiera que sea la idea de que se tenga del
estado, será siempre falsa la afirmación de que pueden existir uno o más
sujetos de derecho que no tengan con el estado alguna essential connection.
Los sujetos incorporados al estado pueden ser históricamente más antiguos
que él, pueden ser todo lo independiente y poderosos que se

180
Entrevistas

quiera en los campos político y económico, pero la validez jurídica de sus


normas descansará necesariamente, en última instancia, en la positividad de
las normas estatales” [H. Heller, La soberanía. Contribución a la Teoría del
Derecho estatal y del Derecho internacional (1927), México, 1995, 2.ª ed.,
pág. 141]. Esto es, y traducido en otros términos, nada en el Estado federal,
como en la forma política más general “Estado Constitucional”, puede
justificarse al margen y/o por encima de la voluntad soberana del Pouvoir
Constituant, la cual se expresa a nivel normativo en el Código Jurídico-
Político Fundamental que en ese momento histórico se encuentre vigente en
la comunidad política de que se trate.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las sentencias


que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una función
dinámica que incide en el texto preambular?
Decía, y con razón, Hesse que de toda actividad interpretadora de la
Constitución, cuya finalidad esencial es “revelar la voluntad (objetiva) de la
norma o la voluntad (subjetiva) del legislador mediante el análisis del texto,
de su proceso de creación, de sus conexiones sistemáticas, de sus
antecedentes así como, finalmente, del sentido y la finalidad (la “ratio” y el
“telos”) de la norma” [“La interpretación constitucional”, en K. Hesse,
Escritos de Derecho Constitucional (Selección), Madrid, 1983, págs. 37-38]
y que, en todo caso, debe plantearse en aquellos supuestos en los que es
preciso dar una “respuesta a una cuestión constitucional que la Constitución
no permite resolver de forma concluyente” [ibídem, p. 35] —lo que, como a
nadie puede ocultársele, resulta mucho más frecuente en el supuesto de los
textos constitucionales elaborados y aprobados en el marco del consti-
tucionalismo democrático y social, y ello por cuanto que en la medida en
que, al haberse incorporado al proceso de elaboración, discusión y aproba-
ción de aquellos todos los ciudadanos del Estado que expresarán, a través de
sus representantes parlamentarios, distintos e irreconciliables intereses
políticos, económicos y sociales, contenidos concretos, fruto del consen-so
entre todas estas tendencias, se encuentran cada vez más obligados, y desde
luego mucho más que lo que ocurría en el supuesto de los Códigos Jurídico-
Políticos Fundamentales de aquel Estado liberal articulado sobre el sufragio
restringido, a ofrecer soluciones normativas con una muy alta dosis de
inconcreción para permitir la acción de gobierno de cualquiera de los
partidos políticos que en esa determinada comunidad política puedan

181
Javier Ruipérez Alamillo

existir y lleguen a ocupar la posición mayoritaria en la misma; circunstancia


esta que, en definitiva, si bien no permite, sino más bien lo contrario, afir-
mar que se ha verificado en el constitucionalismo democrático y social ese
patológico fenómeno al que se refería Jaucourt cuando, en la Enciclopedia,
escribió aquello de que “Toda ley que intencionadamente no es clara, neta y
precisa, es una ley viciosa e injusta”, si sucede que viene a hacer ya total-
mente imposible e inviable aquella bienintencionadas sentencia de Beccaria
de que “Felice quella nazione dove le leggi non fossero una scienza”, con la
que, como escribe Pedro De Vega, “lo que se quiere poner de manifiesto es
que el ideal jurídico consistiría en que las leyes tuvieran una transparencia
tal que hicieran inútil la labor del jurisconsulto” [P. De Vega, “Tendencias y
problemas del constitucionalismo español actual”, <http/www.biblioju-
ridica.org/libros> 2/712/22 pdf, pág. 458]—, acaba derivándose siempre, y
sin excepción, una actualización de la propia Constitución que se interpreta.
Actividad actualizadora esta que, como a nadie puede ocultársele, no tiene
otro sentido, ni otra finalidad, que la de adaptar las soluciones consagradas
en la realidad jurídico-normativa, las cuales, al estar recogidas en un docu-
mento escrito formal y solemne, se presentan como algo que por su propia
naturaleza es estático, a la realidad política, social y económica que pretende
regular y conducir, la cual, en cuanto que expresión de la vida dinámica del
Estado, se encuentra en continuo y constante movimiento, con la finalidad de
permitir el mantenimiento de las situaciones de lo que el propio Konrad
Hesse, y de un modo bien diverso a lo que se desprende de la explicación
ofrecida al respecto por Loewenstein, denomina “realidad constitucional”,
entendida esta como la, en la medida de lo posible, perfecta adecuación entre
la realidad jurídico-normativa y la realidad social subyacente. Pero, y esto es
lo realmente importante y lo que, de cualquier manera, resulta transcendente,
ocurre que en su tarea de actualizar los contenidos del Código Constitucional
para adecuarlos a la verdadera realidad de los ciudadanos, el intérprete
constitucional se encuentra limitado en cuanto que, al no poder elegir
libremente los topoi, su tarea de concretización y actualización del texto
constitucional ha de realizarse con total y absoluto respeto a lo que el
Pouvoir Constituant quiso establecer a la hora de aprobar la norma jurídi-co-
constitucional interpretada.
Aceptado lo anterior, y aceptado, asimismo, que la interpretación cons-
titucional solo tiene sentido cuando, por ser capaz de generar una auténtica
realidad constitucional, la Constitución se encuentra realmente vigente, pero
no, y bajo ningún concepto, cuando, por haber variado el conjunto de

182
Entrevistas

principios y valores que existen en la sociedad respecto de los que operaron


en el momento en que el texto constitucional había sido aprobado, aquélla no
goza de un auténtico carácter de norma jurídica obligatoria y vinculante en la
conciencia de la ciudadanía, lo que ahora nos cumple es, al menos si yo he
entendido bien el sentido de esta quinta pregunta, tratar de determinar si el
preámbulo constitucional, que, como hemos visto, constituye un ins-
trumento fundamentalísimo para la correcta interpretación de la normativa
fundamental del Estado, puede, ni debe, ser él mismo objeto de
interpretación por parte del custodio constitucional. Pues bien, hemos de
señalar que, en nuestra opinión, este interrogante ha de ser respondido de
forma afirmativa. La razón es fácilmente comprensible.
En efecto, lo que sucede es que también el contenido del texto del
preámbulo constitucional, donde, como ya vimos, se identifica tanto los
principios y valores que por existir realmente en la sociedad fueron consa-
grados por el legislador constituyente, y que, por ello mismo, deben presidir
la vida presente y futura de la comunidad política, como el contenido utópico
que se pretende conseguir con la creación, o, en su caso, la refundación, del
Estado, necesita ser adaptado por el intérprete constitucional a las nuevas
circunstancias nacidas por el mero devenir histórico. No existiendo, en
consecuencia, una gran diferencia a estos efectos entre el contenido literal
del preámbulo constitucional y el del articulado concreto del Código Cons-
titucional, el del resto de las normas del Derecho Constitucional material y el
de la legislación ordinaria que desarrolla las anteriores hubiera interpre-
tación ha de hacerse a la luz de lo establecido por el poder constituyente
originario en el texto preambular.
No hace falta, en nuestra opinión, ser en exceso sagaz para compren-der
que nuestro anterior aserto es, una vez más, tributario de todas aquellas
enseñanzas que desde aquel lejano octubre de 1977, cuando comencé a
trabajar con él, he recibido del profesor De Vega. De una manera muy con-
creta, mi idea de que también el preámbulo constitucional puede ser objeto
de interpretación, así como el que debe ser constantemente actualizado en su
significado concreto real, no hace más que conectar con lo que, en 1985,
escribió sobre la posibilidad de que se produjesen legítimamente modifi-
caciones no formales de la Constitución, y de una manera muy particular
porque las mismas se presentan como una necesidad objetiva. Me refiero, de
modo específico, a su afirmación, y aunque la cita sea larga merece la pena
transcribirla, de que “la transformación del contenido de las normas

183
Javier Ruipérez Alamillo

puede producirse por circunstancias absolutamente diferentes. Existe, […],


la mutación derivada como consecuencia del cambio de significado de las
palabras del texto constitucional. La lengua, […], no es una simple forma
con contenidos fijos. Desde Saussure a Carnap se está de acuerdo en que los
significados lingüísticos tienen también una dimensión histórica. Las teorías
de la disonancia semántica han puesto de relieve la disconformidad en el
orden histórico de unos significados con otros. Y qué duda cabe que en las
constituciones viejas, como la de Estados Unidos, por ejemplo, palabras
como libertad e igualdad, no corresponden, en la inicial formulación de la
estructura del texto constitucional, con el significado en la práctica social y
política del presente”.
De cualquier manera, lo que me interesa precisar, y no existe en el fondo
discrepancia con lo dicho por el maestro De Vega, es que esa necesi-dad de
actualizar el significado de las palabras se deja sentir no solo en las
Constituciones viejas, sino en todas. Y el preámbulo de la actual Código
Jurídico-Político Fundamental español nos ofrece un magnífico ejemplo a este
respecto. Y lo hace, como ha de ser para todos meridiano, en uno de los
contenidos en los que la carga utópica —en el sentido de, insistamos en ello, eu-
topos, y no en el de u-topos— del mismo se hace más evidente. Nos referimos,
ni que decir tiene, a la afirmación contenida en el preámbulo de que “La Nación
española, [……], en uso de su soberanía, proclama su voluntad
de: [……] Establecer una sociedad democrática avanzada”. Resulta, a nues-
tro juicio, indiscutible que el establecimiento de una sociedad democrática
avanzada sigue siendo un objetivo irrenunciable para todos los españoles, y que,
como tal —y con ello, de una suerte u otra, avanzo ya algo de lo que diré en la
respuesta a la pregunta 7—, los ciudadanos podemos exigir de las fuerzas
políticas que en cada momento ocupen el poder político el que orienten toda su
actuación a la consecución de aquel fin utópico. Ahora bien, lo que a nadie
puede ocultársele es que lo que los ciudadanos españoles entendían en 1977-
1978, en el marco de una sociedad que acababa de dejar atrás un régimen
totalitario y en la que, de modo más que lamentable, todavía seguían presentes
muchas de las prácticas del Gobierno autocrático del gene-ral ferrolano (p. ej.,
las escuchas telefónicas a los discrepantes convertidos, de manera inevitable
dada la naturaleza del propio régimen, en auténticos “enemigos políticos” en la
más pura significación schmittiana del término), por “una sociedad democrática
avanzada” era algo bien distinto a lo que se entiende hoy por este término
cuando, por lo menos en el terreno de las

184
Entrevistas

grandes proclamas formales, la democracia constitucional —definida, de un


modo muy fundamental, por el hecho de que ésta, como, con meridia-na
claridad y gran contundencia, puso de manifiesto Carl J. Friedrich [La
Democracia como forma política y como forma de vida, Madrid, 1965, 2.ª
ed., pp. 99-100], no es el reino de la unanimidad, sino, por el contrario, el de
la discusión y la discrepancia; lo que, en último extremo, no es más que la
lógica consecuencia de una forma de organización jurídica y política que
encuentra su fundamentación central en el dogma político de la soberanía
popular, que es él que no solo confiere solidez y coherencia a todo el sistema
al facilitar la operatividad y efectividad real tanto del principio liberal como
del principio de supremacía constitucional (P. De Vega), sino también, y en
la medida en que, como, entre otros, señaló Heller, “de la soberanía del
pueblo se deduce el derecho a la resistencia contra la autoridad del príncipe”
[H. Heller, las ideas políticas contemporáneas, cit., p. 13], del que se deriva
la propia legitimidad del ejercicio del poder por parte del gobernante como
consecuencia de la existencia y ejercicio de la oposición política por parte de
los discrepantes, que no de los enemigos— se encuentra plenamente asen-
tada en el Estado español y, además, desde la idea, puesta ya en circulación
en los albores del constitucionalismo moderno por los que Robespierre y
Babeuf, de que una de las características esenciales, medulares, nucleares,
basilares y centrales de la propia democracia constitucional es el que, en ella,
y por decirlo con las palabras de quien, al menos para mí, es uno de los
mejores poetas españoles contemporáneos, “las reformas nunca se acaban”
(J.M. Serrat). Siendo así, obvio debiera ser el que el su tarea de interpre-
tación del ordenamiento jurídico el supremo custodio constitucional ha de
juzgar la constitucionalidad o inconstitucionalidad de las normas jurídicas
ordinarias tomando en consideración no, ni mucho menos, si las mismas son
materialmente conformes al sentido y significado que tenía la expre-sión
“establecer una sociedad democrática avanzada” en el momento del proceso
constituyente, sino, por el contrario, en relación con el significado y el
sentido que esta expresión tiene en el momento actual.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del preám-bulo


constitucional para reforzar las relaciones pacíficas entre gober-
nantes y gobernados en un Estado social y democrático de Derecho?
Para responder adecuadamente a la problemática que se nos plantea
por parte del profesor Palomino Manchego en esta sexta pregunta, estimo

185
Javier Ruipérez Alamillo

conveniente el traer a colación aquella distinción que, tratando de explicar la


crisis del principio democrático en el momento de la globalización, formuló el
maestro Pedro De Vega [“Mundialización y Derecho Constitucional:……”,
cit., págs. 31 y ss.] entre la “ideología del constitucionalismo” y la
“ideología de la Constitución”, y, al mismo tiempo, poner en relación esta
diferen-ciación con las especulaciones realizadas por Hermann Heller en
relación con la vigencia real, y no meramente formal, de la Constitución. Y
ello, por cuanto que esto me parece fundamental para determinar la tarea que
le corresponde al docente universitario del Derecho Constitucional —el cual,
por lo demás, si es consciente de su verdadera misión educativa y, además,
de la responsabilidad social que le compete, habrá de ser consciente de que
su labor no es otra que la de satisfacer aquella exigencia que Rousseau
atribuía al Estado democrático, o República, de educar ciudadanos—, para
tratar de contribuir a que se verifique ese reforzamiento de las relaciones
pacíficas entre gobernantes y gobernados en el contexto de un Estado social
y democrático de Derecho, no contando, de cualquier manera, con otro
instrumento que el que le facilita la explicación tanto del preámbulo
constitucional en concreto, como de la totalidad del texto constitucional.
En este sentido, hemos de comenzar señalando que aunque, desde la
más absoluta, e injustificable, de las simplificaciones, no falte quien iden-
tifique y equipare los términos propuestos por De Vega, es lo cierto, sin
embargo, que nos encontramos ante una distinción fundamental. Piénsese, en
este sentido, que la “ideología del constitucionalismo”, es aquella en la que
fundamentó histórica, moral y políticamente su estructura del Estado
constitucional. Lo que, traducido en otros términos, significa que a quienes
trabajen desde la misma lo que les preocupa no es tanto la defensa de un
determinado Código Constitucional, y mucho menos en su literalidad pri-
migenia, como el ánimo de contribuir a lograr que gocen de una auténtica
entidad y realidad las ideas de “Democracia”, “Libertad” e “Igualdad”, que
son, como nadie puede desconocer, las ideas sobre las que, después de un
largo proceso de formación teórico-ideológica, terminó por erigirse el
edificio del Estado constitucional mismo, así como la de dotar de una
verdadera eficacia a los principios que, como concreciones particulares de
las anteriores ideas, determinaron la aparición histórica de esta forma po-
lítica general, y que no son otros que el principio democrático, el principio
liberal, y el principio de supremacía constitucional, y la de aquel conjunto de
principios y valores que, por haber sido determinados por el soberano en

186
Entrevistas

el que John Wise denominó “momento del pacto social”, definen e indivi-
dualizan el determinado instrumento de gobierno por el que se rige la vida de
esa concreta comunidad política respecto del resto de las constituciones que
puedan estar vigentes en el resto de los Estados. Por el contrario, a la
“ideología de la Constitución”, articulada desde las concepciones formalistas
e instrumentales de la democracia y, en todo caso, ajena a la problemática de
los criterios políticamente legitimadores, informadores y vertebradores del
propio ordenamiento jurídico fundamental, lo que le preocupará será no, y ni
mucho menos, el asegurar la eficacia real de los principios y valores que
determinaron históricamente la aparición de la forma política Estado
constitucional, o la de los principios y valores que, por existir realmente la
sociedad de que se trate, determinaron el que la Constitución aprobada fuera
esa y no otra, sino el afirmar la vigencia formal de la literalidad de un
determinado texto constitucional al que, de uno u otro modo, se con-vierte en
una suerte de fetiche mágico-mítico que, en lógica y consecuente coherencia
con los presupuestos de la cultura mítica, ha de ser aceptado y defendido por
razones de fe. Afirmación y defensa de la mera literalidad del Código
Constitucional esta que, en todo caso, ha de hacerse con total y absoluta
independencia de la circunstancia de que, como muy bien explicó Heller, una
Constitución solo puede entenderse realmente vigente cuando, por
mantenerse la identidad entre “Constitución material” que existía en ese
determinado Estado en el momento en que se verificó el proceso constitu-
yente y el momento en el que se plantea la cuestión (P. De Vega), todos los
ciudadanos, o al menos una amplísima mayoría de ellos, se identifica con
aquel concreto Texto Constitucional y, por ello mismo, le reconoce como
una norma jurídica obligatoria y vinculante.
No es menester, según nuestro parecer, ser en exceso sagaz, ni realizar
un hercúleo esfuerzo intelectual para comprender los peligros que encierra la
actuación, tanto por parte de los miembros de la clase política como por
parte de los de la clase académica, desde los criterios de la ideología de la
Constitución. Bastará, en efecto, para ello con tomar en consideración que
fue, de algún modo, la utilización de la ideología de la Constitución la que
permitió en la Alemania decimonónica el gobernar en absolutista bajo la
vigencia formal de unos textos constitucionales relativamente democráticos,
como lo fueron todos aquellos que se aprobaron tras los episodios revolu-
cionarios de las décadas de 1830 y 1840. La técnica para lograr “gobernar
con la Constitución contra la Constitución”, que es, en última instancia, la

187
Javier Ruipérez Alamillo

que definió la práctica jurídica y política de la monarquía constitucional, y


de un modo muy particular en Prusia, no pudo ser más sencilla. A ello, y con
una gran brillantez y rigor, se refirió, en 1926, Heller cuando escribió que
“Pero al fin y al cabo existía en el constitucionalismo monárquico una
Constitución sobre cuya base la mayoría parlamentaria podía fundar su de-
recho de intervención en el gobierno. Haller, dijo en cierta ocasión, que “el
deber supremo frente a Dios, es decir, el anticonstitucionalismo, desligaba al
Monarca del juramento de guardar la Constitución. Stahl, más fino, indicó
ya, como jefe de la mayoría de la Cámara de los Señores de Prusia, por los
años de 1848 a 1858, el camino práctico para gobernar en absolutista con
una Constitución. Los preceptos más peligrosos de la Constitución, decía en
1853, “se habían neutralizado a sí mismos; el Poder de la Corona se impone
siempre; el Rey dispone de un ejército seguro y de seguras finanzas. Con
estos dos auxiliares ha hecho el rey de Prusia frente a tres grandes Potencias
y las ha vencido; ‘¿cómo no había de poder, en caso necesario, sobreponerse
con estas dos fuerzas a las dos Cámaras?’”.
De la misma manera, y desde el mismo orden de consideraciones,
creemos que no ha de ser muy difícil de comprender que si esto fue así en el
pasado, no un menor peligro existe hoy cuando la “ideología de la Cons-
titución” se convierte en el fundamento teórico e ideológico último de un
Derecho Constitucional derivado del proceso de globalización conducido
según la lógica económica propuesta por el neoliberalismo tecnocrático. Y es
que, en efecto, lo que sucede es que apelando a las concepciones forma-listas
e instrumentales de la democracia, que son, recordémoslo, sobre las que se
articula la ideología de la Constitución, los neoliberales consiguen llevar a
cabo aquella pretensión que ya habían comenzado a defender en la década de
1950, y que, en definitiva, se concreta en que, proclamando la total y
absoluta vigencia de un determinado texto constitucional, y, además,
presentando la actuación del gobernante neoliberal como una actuación
plenamente democrática al verificarse en el marco de un Código Jurídico-Po-
lítico Fundamental y con absoluto respeto a sus mandatos, se procede a la
más escandalosa aniquilación de la misma forma política Estado constitu-
cional. Y, de una manera muy particular, esto se hace en la medida en que, al
someter la vida del Estado a los requerimientos que se derivan no de la
lógica política democrática, sino de la lógica económica del beneficio y la
ganancia, lo que, de manera más que lamentable, acaba sucediendo es que el
elemento central, basilar, medular, nuclear, fundamental y esencial de toda

188
Entrevistas

la democracia constitucional: la soberanía del Pueblo, se ve substituido


por la afirmación, si bien no explícita, de la soberanía de los mercados.
El resultado de todo ello, como a ningún constitucionalista debiera
ocultársele, es el mismo, o, al menos, muy similar, al que había generado la
práctica política y jurídica de la monarquía constitucional en la Alemania
decimonónica. A saber: bajo la vigencia formal de una Constitución de-
mocrática, lo que sucede es que los ciudadanos se encuentran sometidos a
una auténtica dictadura que, en tanto en cuanto es ejercida por unos sujetos
particulares y muchas veces ocultos (el capital o, como se dice ahora, los
mercados) y que, por ello mismo, son irresponsables desde el punto de vista
político y jurídico, se presenta e indudablemente, y como, con total acierto,
absoluto rigor y gran precisión, denunciaron, por ejemplo, un Hermann
Heller y un Pedro De Vega, termina siendo la más cruel de las dictaduras y
frente a la cual, y a diferencia de lo que sucede con los regímenes totalita-
rios en los que el poder real es ejercido por sujetos políticos, el ciudadano
encuentra en la más absoluta de las indefensiones.
Y la manera en que los neoliberales tecnócratas llevan a cabo, y con un
gran éxito, sobre todo como consecuencia del doble fenómeno de la “revolución
conservadora” y de “la caída del muro de Berlín”, esta tarea, no difiere en el
fondo mucho de lo hecho por los gobernantes prusianos desde 1850 hasta el
advenimiento de la República de Weimar. El profesor De Vega, con esa singular
brillantez y lucidez que le caracteriza en todos sus escritos, se refirió a ello en
1998. Y lo hizo poniendo de manifiesto que, aunque con unas formas de
manifestación distintas, desde el punto de vista político-jurídico material la
actuación del hoy triunfante neoliberalismo tecnocrático globalizador no se
diferencia en mucho de la desarrollada en el período entre guerras por parte de
los totalitarismos fascistas. En este sentido, escribió —y aunque la cita sea larga,
no nos resistimos a transcribirla—, el maestro que “Para bien o para mal nos
encontramos en la actualidad a una situación en la que las relaciones entre
Constitución formal y Constitución material revisten una complejidad mucho
mayor a la que presentaban [……].
Ya no se trata simplemente de resolver la dificultad que entraña el hacer valer
una normativa frente a una realidad constitucional poderosa y resistente a
dejarse domeñar por el Derecho y que, [……], sigue sus propias leyes. El
verdadero problema estriba en que, como consecuencia de la mundializa-
ción económica, una serie de poderes políticos reales que la Constitución
debería controlar se convierten en poderes ocultos, y las agresiones a sus
189
Javier Ruipérez Alamillo

normas en fatales y misteriosos acontecimientos del destino. [……] Con in-


teligencia y astucia los ideólogos de la mundialización [actuando con los
presupuestos conceptuales del neoliberalismo tecnocrático] no se presentan
como adversarios dispuestos a entrar en competencia con el sistema de va-
lores y principios que históricamente definieron la realidad constitucional,
sino que, a la inversa, al proclamar el “fin de las ideologías” (Bell) y con él
“el fin de la historia” (Fukuyama), lo que pretenden es dar por buena y
consagrar como eterna una realidad constitucional que el propio proceso de
mundialización está aparatosamente aniquilando. El mantenimiento y la
defensa de esa realidad fingida será lo que a la postre permita ocultar el
sistema de poderes efectivos que, actuando en el mercado mundial, se están
transformando a pasos agigantados en la auténtica Constitución material de
todos los Estados” [P. De Vega, “Mundialización y Derecho Constitu-
cional:……”, cit., pág. 34].
A la vista de lo hasta aquí dicho, y sobre todo si se toma en conside-
ración mi condición no solo de ser discípulo de Pedro De Vega, sino la de
dispensar una gran admiración hacia aquel, al que el maestro Mario de la
Cueva definía como “el paladín de la soberanía y de las libertades de los
pueblos débiles” [M. de la Cueva, “Estudio preliminar” a H. Heller, La
soberanía. Contribución a la Teoría del Derecho estatal y del Derecho
internacional (1927), México, 1995, 2.ª ed., pág. 8], fácil ha de ser deducir
que, para mí, la única actitud plausible y éticamente defendible por parte del
profesional universitario de las Ciencias del Estado y de las Ciencias del
Derecho del Estado, y de un modo mucho más concreto en el caso de los
docentes del Derecho Constitucional, es la de realizar su tarea desde la
ideología del constitucionalismo. Lo que, ni que decir tiene, supone su
compromiso, intelectual y político, o, si se prefiere, como ciudadano, de
contribuir a hacer reales y efectivas las ideas de Democracia, Libertad e
Igualdad, de una manera especial y singularmente directa en relación con el
Estado al que pertenece y donde, de forma principal, desarrolla el grueso de
su función como teórico del Estado, el Derecho y la Política, pero también, y
enlazando con aquella visión cosmopolita que desde siempre estuvo presente
en las ideas liberal-democráticas (H. Heller), en todas aquellas Comunidades
Políticas con las que, en mayor o menor medida, se encuentra relacionado.
De esta suerte, tampoco ha de resultar difícil comprender que, insisto, para
mí, en el desarrollo de su función como docente el constitucionalista ha de
apoyarse en el texto del preámbulo constitucional para, porque este, como

190
Entrevistas

vimos en las respuestas a las preguntas 2 y 3, tiene como misión


prioritaria la de identificar el conjunto de los principios y valores por los
que, por ser aceptados por los ciudadanos del Estado, debe regirse la vida
del cuerpo po-lítico, hacer comprender la importancia que tiene el hacer
reales y efectivos, en el momento histórico concreto de que se trate, y en
el espacio geográfico donde ha de desarrollar su función, los contenidos
de las ya aludidas ideas de democracia, libertad e igualdad.
Ahora bien, si esto es así, debemos, inmediatamente, advertir, que al
realizar esta tarea, entendida, en último extremo, como un mecanismo para
hacer nacer entre los ciudadanos del Estado lo que la doctrina alemana bau-
tizó con el término de “voluntad constitucional”, lo ha de hacer poniendo de
manifiesto al que los destinatarios de sus enseñanzas que de nada sirve
empeñarse en mantener formalmente en vigor un documento de gobierno
que, por haber cambiado en el seno de la sociedad de que se trate el conjunto
de principios y valores con los que se identifican los ciudadanos, ha dejado
de ser una auténtica Constitución. Y ello, por la sencillísima razón de que,
como demuestra la experiencia histórica, un tal comportamiento lejos de
servir para asegurar el disfrute de un régimen de libertad total, para lo que en
realidad serviría es para ofrecer una cobertura de pseudo-legitimidad demo-
crática a lo que no dejaría de ser, y por decirlo en la ya conocida expresión
de Hegel, un mero Estado despótico. Lo que, en definitiva, nos sitúa ante
aquella dicotomía que, dando, por lo demás, plena respuesta al interrogante
que el profesor Palomino Manchego nos plantea en esta 6.ª pregunta, había
formulado ya Pablo Lucas Verdú cuando explicaba lo diferente que resultaba
para el individuo el “vivir en Constitución” y el “vivir bajo la Constitución”,
y a cuya exposición, siquiera sea por razones de espacio, me remito.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
La primera parte de esta pregunta resulta, en nuestra opinión, muy
fácil de contestar. Y, de cualquier forma, tengo para mí que habrá un
consenso generalizado entre todos los que hemos recibido la amable
invitación de José Palomino Manchego a responder este cuestionario.
Sea de ello lo que sea, señalaré que, según mi modesto parecer, no puede
existir ninguna duda de que el texto del preámbulo constitucional forma parte, y,
además, de modo inexorable, del propio Código Jurídico-Político

191
Javier Ruipérez Alamillo

Fundamental a cuyo articulado concreto precede. Circunstancia esta última


que se hace especialmente clara y meridiana si tomamos en consideración lo
que sucede en el que, sin disputa alguna, representa el más antiguo de los
Estados constitucionales. En efecto, a ningún estadounidense, ya sea
científico del Derecho, la política y el Estado, ya sea un práctico de la po-
lítica y el Derecho —en especial si se trata de uno de esos jueces a los que,
como ya tuvimos ocasión de ver, Alexander Hamilton les atribuía la función
principalísima de llevar a cabo la interpretación del texto constitucional, y,
en todo caso, el ya aludido supuesto del juez Story nos ofrece un magnífico
ejemplo al respecto—, o ya sea, finalmente, un “ciudadano de a pie”, se le
ocurriría afirmar que esas, indudablemente bellas, palabras que los Founding
Fathers colocaron prescindiendo el Código Constitucional de 1787 (“Noso-
tros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más
perfecta, establecer la Justicia, afianzar la tranquilidad interior, proveer la
defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros
mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la Libertad,
sancionamos y estatuimos esta Constitución para los Estados Unidos de
América”), no son parte integrante de la propia Constitución. Y, además, uno
de sus contenidos fundamentales, siquiera sea por cuanto que, como ya
vimos, en este texto se especifica el horizonte utópico —en el sentido de,
insistamos en ello, eu-topos, y no, y bajo ningún concepto, en el de u-
topos— que determinó la fundación de la República estadounidense.
Mayor complicación encierra, y ello resulta indiscutible, el tratar de
responder adecuadamente al segundo de los interrogantes que contiene está
pregunta 7. Lo que, en cualquier caso, resulta particularmente cierto cuando
la misma se ha de contestar desde España. Lo que, por lo demás, y a nuestro
juicio, devendrá fácilmente comprensible para todos aquellos lectores de este
cuestionario que sean conscientes de que en el momento mismo de la
refundación del actual Estado español, y partiendo de la creencia, bienin-
tencionada, de que la absoluta juridificación de la vida política del Estado
haría imposible el que se reprodujeran en España aquellas situaciones de
arbitrariedad propias, por lo demás, de todo régimen totalitario, determinó la
aparición de aquella, tan temprana como certeramente denunciada por ese
gran administrativista que es Alejandro Nieto [cfr. “Peculiaridades ju-rídicas
de la norma constitucional”, Revista de Administración Pública n.º 100-102
(1983), págs. 371-815; “El positivismo jurídico y la Constitución de 1978”,
Revista Española de Derecho Constitucional n.º 26 (1989), págs.

192
Entrevistas

9-39], obsesión tanto por parte de los iuspublicistas universitarios como por
parte de una gran parte de los miembros de la clase política por presentar el
texto constitucional como una norma jurídica directamente aplicable por los
tribunales de justicia, olvidando, con ello, todo ese contenido de carácter
político que de manera indefectible aquél ha de tener, y que, a diferencia de
otros países de nuestro entorno cultural que también habían salido de
situaciones de dictadura, estos no solo no han desaparecido, sino que,
incluso, se han agravado entre nosotros. Tanto que, y a ello hemos hecho ya
alguna referencia, no falta hoy en la Universidad española quien —no me
atrevería yo a afirmar que en el fondo un tal comportamiento no hace más
que responder a aquellas circunstancias de las que se lamentaba el gran
Georg Jellinek cuando, en 1906, escribía aquello de que “A menudo se
advierte cómo el profesor de Derecho Constitucional que no puede o no
quiere explicar el Estado, deja la política al juicio del poder soberano. […]
Además, sin el conocimiento político se excluye la crítica de la situación
jurídica reinante. [……] Solamente en el Derecho Constitucional el Derecho
vigente se trata normalmente como sino necesitase legitimación alguna, y las
disputas políticas de los profesores que consideran intrusiones de sus opiniones
políticas en materia jurídica positiva” [G. Jellinek, Reforma y mutación de la
Constitución (1906), Madrid, 1991, pág. 41], como, del mismo modo, tampoco
sabría yo de determinar a cuál de las dos hipótesis planteadas por Jellinek
responde su actuación, es decir, si su empeño no solo por reducir toda la rica
problemática del moderno Estado constitucional al conocimiento, siempre
avalorativo, y siempre acrítico, de los Fundamentos Jurídicos de las Sentencias
dictadas por el Tribunal Constitucional, o tan solo a determinados extractos de
aquellos, se debe a una opción voluntaria de prescindir del Estado en cuanto que,
siguiendo las orientaciones del más radical de los positivismos jurídicos
iniciales, se considera este como una mera ficción o como una simple
abstracción, o si, por el contrario, ello se debe a su incapacidad para poder
explicarlo, y ello pese a cultivar una rama del Derecho que, por ser, como afirmó
el propio Jellinek, tanto una Ciencia del Estado como una Ciencia del Derecho
del Estado, única y exclusivamente puede comprenderse de una manera cabal y
ponderada cuando, como advirtió ya Rudolf Smend, se cuenta con un
conocimiento fundado de lo que es y significa las formas políticas “Estado” y
“Estado constitucional”—, haya llegado a afirmar que el Derecho Constitucional
es tan solo aquello que el juez constitucional ha establecido en sus distintos
fallos jurisdiccionales.

193
Javier Ruipérez Alamillo

Importa, no obstante, señalar que, aunque, como decimos, especial y


particularmente agravado en el contexto de la universidad española, la dificultad
que existe para responder a la cuestión de si, en cuanto que forma
indisolublemente parte de la Constitución vigente en el Estado de que se trate, el
preámbulo constitucional tienen naturaleza normativa no es, ni mucho menos,
privativa de los estudiosos del Estado, la política y el Derecho que desempeñen
su función en la España de hoy. Antes al contrario, se trata de un problema que
se encuentra muy generalizado en la doctrina jurídica, y no solo en la del
Derecho Constitucional. Problema este cuyos extremos no son, según nuestro
parecer, muy complicado de entender y comprender.
De todos es, sin duda, bien conocido que, partiendo de la acertada idea
defendida por Kelsen de que de nada sirve reconocer constitucionalmente un
derecho a los ciudadanos, si este reconocimiento no viene acompañado del
establecimiento de un mecanismo que permita reaccionar jurisdiccional-
mente a estos frente a la violación del mismo perpetrada tanto por el poder
público como por el poder privado, es indiscutiblemente un lugar común
entre los juristas la equiparación de la fuerza normativa de los preceptos
constitucionales con el hecho de que estos últimos sean directamente apli-
cables por parte de los tribunales de justicia. Lo que, interpretado contrario
sensu, significa que todos aquellos contenidos del Código Jurídico-Político
Fundamental que no sean ejercitables mediante un recurso jurisdiccional
específico carecen de una auténtica fuerza jurídica obligatoria y vinculante.
Lo de menos, como es, y ha de ser, para todos evidente, sería el de-
tenernos a denunciar aquí que con una tal comprensión lo que, en último
extremo, hacen los entusiastas y alborozados partidarios del positivismo
jurídico jurisprudencial no es otra cosa que situar la problemática de la
eficacia jurídica de los textos constitucionales en los mismos términos en los
que ésta se planteaba en el marco del viejo Estado constitucional liberal, en
el que, nadie puede ignorarlo, la principal característica del Derecho
Constitucional era la de que los documentos de gobierno tenían una muy
escasa eficacia jurídica que, como ha puesto de manifiesto el maestro Pedro
De Vega, se debía no, y como usualmente se afirma, al hecho de que no
fueran leyes, que por supuesto lo eran también entonces, sino a que, como
consecuencia de las dificultades que hubo en el continente europeo para que
los principios democrático, liberal y de supremacía constitucional, que, no
obstante, habían sido enfática y solemnemente afirmados en los procesos
revolucionarios liberal-burgueses, adquirieran una auténtica entidad y ver-

194
Entrevistas

dadera realidad (P. Bastid [cfr. L’idée de Constitution, París, 1985, pág. 15]),
aquellos no fueron propiamente entendidos como auténticas Constituciones.
Aunque, de cualquier modo, no podríamos, ni querríamos, dejar de indicar
que, al obviar, cuando no silenciar de manera maliciosa, el significado real
que a estos efectos tuvo el tránsito del Estado constitucional liberal al Estado
constitucional democrático y social, en muchos casos tan insignes profesores
del Derecho Constitucional desde el positivismo jurídico jurisprudencial les
resulta plenamente aplicable aquella crítica que Heller realizaba al Hans
Kelsen del más radical de los normativismos logicistas: que porque del ser, o
al menos presentarse como tales, más juristas que nadie, lo que consiguen es
perder su propio objeto de estudio.
Lo que, en realidad, nos interesa es indicar que tal equiparación e
identificación de la fuerza jurídica obligatoria y vinculante de los preceptos
constitucionales con la posibilidad de que los mismos puedan ser alegados
ante los tribunales de justicia, y que el juez pueda aplicarlos directamente,
incluso —y esta sería la única diferencia que cabría encontrar entre la situa-
ción jurídica definidora del Estado constitucional liberal respecto de lo hoy
defendido por el positivismo jurídico jurisprudencial—, aunque no exista una
ley ordinaria que desarrolle ese concreto mandato constitucional, en modo
alguno nos parece correcta y adecuada. Desde luego, no creemos que la
misma sea la solución que deba extraerse de la que, sin disputa posible
alguna, constituyó la primera y, seguramente, más lúcida exposición sobre la
mecánica del ejercicio del Pouvoir Constituant. No referimos, fácil ha de ser
deducirlo por lo hasta aquí dicho, a la explicación del proceso constitu-yente
realizada por el reverendo John Wise. De una manera más concreta, a lo que
aludimos es aquellas palabras que “el más conspicuo mentor de la
revolución” (Adams) escribió en su ya rememorada A Vindication, confor-
me a las cuales “Un voto o decreto [la Constitución] debe inmediatamente
establecer una particular forma de gobierno sobre ellos. Y si han convenido
en el primer Compact una cláusula expresa de que se estará en todo lo con-
cerniente a la forma de gobierno a la decisión resultante del primer Voto:
Todos ellos estarán obligados por la mayoría a aceptar la forma particular así
establecida, aun cuando su propia opinión privada, les incline hacia algún
otro modelo” [p. 33].
Desde esta perspectiva, creemos que la solución correcta a la pro-
blemática de la fuerza normativa de las normas constitucionales es la de
entender que todas ellas, y sin excepción, se presentan como auténticas
195
Javier Ruipérez Alamillo

normas jurídicas obligatorias y vinculantes. El problema se plantea no solo


en relación con el texto del preámbulo constitucional, sino con otros muchos
preceptos contenidos en el articulado de la Constitución. Tal es el caso, por
ejemplo, de los artículos contenidos en el capítulo III, “De los principios
rectores de la política social y económica”, del título I del Texto español de
27 de diciembre de 1978. Sobre ello, de un modo más concreto sobre la
eficacia y la fuerza jurídica obligatoria y vinculante del artículo 47, me he
tenido que ocupar recientemente como consecuencia de la invitación que me
cursó el doctor Colina Garea para participar en un trabajo colectivo sobre los
problemas que plantea hoy el contrato de alquiler de vivienda en España, y
cuyas especulaciones finales serán inmediatamente publicadas por la
editorial Thomson Reuters Aranzadi. Allí, defendí yo que el hecho de que no
exista, en efecto, un recurso jurisdiccional que permite a los ciudadanos el
exigir la efectividad del derecho a la vivienda digna y adecuada que les
reconoció el legislador constituyente de 1977-1978, en modo alguno, y de
manera muy distinta a lo que usualmente se afirma, venía a negar que este
artículo 47 tuviese un verdadero carácter normativo, entendiendo por tal el
de ser una norma jurídica obligatoria y vinculante. Y ello, por la muy sen-
cillísima razón de que, aunque no exista mecanismo jurisdiccional alguno
que permita hacer efectivo el derecho a disfrutar de una vivienda digna y
adecuada, ello no obsta para que, en cuanto que expresión de la voluntad
soberana del Pouvoir Constituant, los poderes públicos se crean eximidos de
la tarea de ejecutar aquella obligación que el constituyente les atribuyó en
esta norma: “Los poderes públicos promoverán las condiciones necesa-rias y
establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho,
regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para
impedir la especulación”.
En nuestra opinión, otro tanto podría afirmarse en relación con los
contenidos del texto preambular. Y, creemos, de nuevo es la tradición
jurídico-constitucional estadounidense la que viene a avalar nuestra tesis.
Piénsese, en este sentido, que cuando los Founding Fathers señalaron que
uno de los objetivos prioritarios de la aprobación de la Constitución de 1787
era la de lograr una unión más perfecta, lo que, en realidad, hicieron no fue
otra cosa que dar origen a aquel principio de la fidelidad federal (Bundes-
treue), que tan brillantemente había sido estudiado por Rudolf Smend en el
contexto histórico del Imperio guillermino, y que, a pesar de la crítica que le
dirigió muy brillante discípulo Hesse, se convierte en un carácter estructural

196
Entrevistas

básico de todo Estado políticamente descentralizado. Y es, como decimos,


desde la misma afirmación realizada en el preámbulo constitucional en el
sentido de que “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar
una unión más perfecta, [……], sancionamos y estatuimos esta Constitución
para los Estados Unidos de América” —y que, por lo demás, y según nuestro
humilde parecer, es la idea que subyace en la creación de cualquier Unión de
Estados de Derecho Constitucional, y con total y absoluta independencia de
cuál haya sido el proceso histórico de su aparición—, desde donde se deduce
que, aparezca expresamente consignado, o no, en el Código Cons-titucional
concreto y determinado de que se trate, los poderes constituidos de la
organización política central y los de las diversas organizaciones po-líticas
regionales se encuentran obligados, y porque así lo quiso el Pouvoir
Constituant originario, a actuar de forma tal que den efectividad al principio
de la Bundestreue que, como escribió Smend, se concreta en que “todos los
miembros [de la Federación] deben a los otros y al conjunto una fidelidad
contractual, federal, y en este sentido tienen que cumplir sus obligaciones
constitucionales y hacer valer sus correspondientes derechos” [R. Smend,
“Ungeschriebenes Verfassungsrecht im monarchischen Bundesstaat” (1916),
en R. Smend, Abhandlungen und andere Aufsätse, Berlín, 1988, pág. 51].
Y esto, en mi opinión, y discúlpeseme que vuelva a referirme de una
manera específica al problema español, es también lo que sucede en relación con
el que, como ya quedó dicho, acaso sea el contenido más utópico de todo el texto
del preámbulo constitucional de la Constitución española de 1978. No existe,
innecesario debiera ser aclararlo, ningún mecanismo juris-diccional específico
para que los ciudadanos españoles podamos conseguir que un juez, ya sea
constitucional, ya ordinario, pueda obligar a nuestros gobernantes a realizar una
actividad tendente a “Establecer una sociedad democrática avanzada”. Pero,
porque fue la voluntad del pueblo español, actuando como un poder absoluto,
soberano e ilimitado en el contenido, material y formal, de su voluntad, el que la
España refundada en 1977-1978 se configurase como una sociedad democrática
avanzada, todos los poderes constituidos se encuentran directa e inmediatamente
obligados a facilitar el que aquella configuración adquiera auténtica entidad y
verdadera realidad. Y es, en definitiva, desde esta consideración, y ello
enlazamos, de una u otra suerte, con lo que ya habíamos afirmado en la
respuesta a la pregunta 4, desde donde el juez constitucional, o, si se prefiere, y
desde una perspectiva mucho más amplia, cualquiera de los que están obligados
a actuar como custodios

197
Javier Ruipérez Alamillo

efectivos del actual Código Jurídico-Político Fundamental español, debe


enjuiciar todas y cada una de las medidas que adoptan en cada momento
histórico todos los poderes constituidos que operan en el Estado constitu-
cional español. Esto es, si medidas como las que se están adoptando en la
actualidad, y que según nos dicen nuestros gobernantes vienen impuestas por
los “mercados”, de reducir la cobertura de la seguridad social, recortar la
inversión en la educación —que, recordémoslo, constituía uno de los
elementos centrales del Estado democrático tanto para el liberal Immanuel
Kant como para el demócrata radical Jean-Jacques Rousseau—, desatender
las comunicaciones ya sea de las líneas de ferrocarril o ya de las carreteras,
etc., son, o no, políticas tendentes a dar cumplimiento a la voluntad sobe-
rana del pueblo español y que, investido del poder constituyente soberano,
absoluto e ilimitado, había consagrado en el preámbulo constitucional, de
vivir en el marco de una sociedad democrática avanzada.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


Creo, con igual sinceridad que humildad, que mi opinión sobre la función
política del preámbulo constitucional, que es, en definitiva, lo que nos plantea el
profesor Palomino Manchego en esta octava pregunta del cuestionario, ha sido
sobradamente expuesta a lo largo de lo escrito para contestar a todas las
preguntas anteriores. Y, en el mismo sentido, estimo que ninguno de los
potenciales lectores de la investigación donde el formulario elaborado por José
F. Palomino Manchego se inserta, ha de tener dificultad alguna para deducir cuál
es esa determinada función política que quien esto escribe atribuye al preámbulo
constitucional, en cuanto que solemnización del contenido del que Wise
denominó momento del pacto social, y que, como ya ha quedado dicho, ha de
contener no solo la identificación, lo más precisa que sea dado realizar, del
conjunto de principios y valores por los que, en la medida en que son
compartidos por todos o, al menos, por una gran mayoría de los ciudadanos de la
comunidad política que se funda, o se refunda, con la verificación del proceso
constituyente, va a ser gobernada esta el futuro, sino también, y con la misma
importancia y trascendencia, la determinación de cuál es el horizonte utópico al
que aspira la sociedad cuya vida, siempre dinámica y, por ello mismo, sometida
al cambio heria-clitiano, pretende regularse a través de la vigencia de ese
determinado texto constitucional. Siendo así, y con el doble motivo de no
alargar en exceso este ya amplio escrito, por un lado, y por no resultar harto
reiterativo y, en

198
Entrevistas

consecuencia, aburrir a los posibles lectores de este apartado de la


investi-gación, por otro, considero que lo más conveniente es no proceder
a repetir todos y cada uno de los argumentos esgrimidos en las anteriores
preguntas, sino, simplemente, remitirnos a lo allí dicho.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral del


siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Mayor interés tiene, y aunque creo, honradamente, que también es fácil-
mente deducible cuál es el sentido que va a tener mi respuesta a esta última
pregunta del cuestionario por lo que he venido afirmando en las ofrecidas a
todas las anteriores, el extendernos en esta última cuestión. Tengo para mí,
en efecto, que todo el que haya leído esté ya, tal vez, excesivamente largo
escrito, puede imaginarse que mi postura respecto a lo que nos plantea ahora
el profesor Palomino Manchego es, y solo puede ser, la defensa de que el
papel que debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral del siglo xxi
y del constitucionalismo moderno es la de que este ha de ser, de manera
obligada, ineludible e indefectible, el mismo papel que el preámbulo
constitucional ha venido desempeñando desde que el mismo hizo su entrada
en la Historia con la aprobación del que, a pesar de que —en contra de lo
afirmado por Hermann Finer [cfr. Teoría y práctica del Gobierno moderno,
Madrid, 1964, pág. 156], es lo cierto que todas las antiguas colonias se ha-
bían ido dotando de unos instrumentos de gobierno que respondían ya, y de
manera plena, al concepto liberal-burgués de Constitución, y que de entre
ellos debe ser especialmente destacado el supuesto de la aprobación del de
Massachusetts en 1780 en tanto en cuanto que, como nos dice, entre otros,
Ch. Borgeaud [Établissement et révision des Constitutions……, cit., págs.
22-23, y 267 y ss.], se convirtió en el paradigma del modelo americano de
la teoría democrática del poder constituyente del pueblo—, está general,
si no unánimemente, considerado como el primer Código Constitucional
moderno: el aprobado por la Convención de Filadelfia.
Afirmado esto, y acaso fuese lo más prudente, tal vez podría yo dar
concluida mi respuesta a esta novena pregunta. Y así lo haría, si no fuera por
el hecho de que la dinámica política y jurídica desarrollada en España desde
los primeros años de esta presente centuria obliga, y, según nuestro parecer,
de manera ineludible, a realizar alguna precisión al respecto. Y de nuevo, me
disculpo por referirme de una manera concreta a los problemas de la España
de hoy y que, en definitiva, podrían muy bien el resto de los consti-

199
Javier Ruipérez Alamillo

tucionalistas iberoamericanos —e incluyo en esta categoría a los estudiosos


de la principal de las ramas de las que, con que Georg Jellinek, venimos
identificando como Ciencias del Estado y Ciencias del Derecho del Estado
de todas las nacionalidades que se encuentran hoy integradas en el Instituto
Iberoamericano de Derecho Constitucional— considerar que afectan única y
exclusivamente a los ciudadanos españoles. Pero, permítaseme que trate de
justificarme, lo hago ahora en la medida en que el supuesto al que voy a
referirme puede afectar a la propia comprensión de la esencia misma del
Derecho Constitucional, y a la función que esta técnica jurídico-política ha
de desarrollar y cumplir como mecanismo idóneo que históricamente sur-gió
para hacer real y efectiva la eterna pretensión del pensamiento político
democrático —entendido este en el sentido más amplio que puede otorgarse
a este término— de asegurar la libertad de los individuos.
Ningún constitucionalista iberoamericano —siquiera sea porque entre
todos nosotros existe, sí, y efectivamente, un muy elevado grado de aquella
“homogeneidad social” a la que Heller caracterizaba como “es siempre un
estado socio-psicológico en el que, en una conciencia y un sentimiento del
“nosotros”, en una voluntad actualizada de comunidad, aparecen recon-
ciliados los siempre existentes antagonismos y luchas de intereses” [H.
Heller, “Democracia política y homogeneidad social” (1928), en H. Heller,
Escritos políticos, Madrid, 1985, pág. 263]—, desconoce que, en su discurso
programático de investidura, el presidente Rodríguez Zapatero anunció, en
2004, que formaba parte, y, además, fundamental, del plan de acción del
Gobierno que él dirigía la apertura de un proceso de reforma del Texto
Constitucional de 27 de diciembre de 1978. Entre las materias a reformar, la
que aquí, y ahora, nos interesa destacar es la que se refería a la revisión del
artículo 57.1, y de una manera más concreta a la previsión hecha en este de
que la “sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y
representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posterio-res;
en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado,
el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de
menos”, para garantizar la absoluta igualdad entre los hombres y las mujeres
de la familia real a la hora de la sucesión al trono. Y, del mismo modo,
ningún constitucionalista iberoamericano puede desconocer que, de manera
rápida, comenzaron las instituciones públicas a organizar foros y reuniones
para la elaboración de un informe final que sirviese de base para la
elaboración del proyecto de reforma que el Ejecutivo presidido por Rodrí-

200
Entrevistas

guez Zapatero debía presentar a las cortes generales, en cuanto que órgano
constitucionalmente competente para llevar a cabo las fases de elaboración,
discusión y aprobación del proyecto de reforma del citado artículo 57.1 que,
porque así lo dispuso el constituyente de 1977-1978 como mecanis-mo
idóneo para soslayar cualquier hipótesis de revisión constitucional que
pudiera afectar a la continuidad de la monarquía como forma de gobierno en
España —que, de este modo, y de un modo no muy distinto al que se utilizó,
como señala James Bryce [Constituciones flexibles y Constituciones rígidas,
Madrid, 1988, págs. 77-78], en la Constitución francesa de 1875, el régimen
monárquico quedaba fácticamente, que no desde el punto de vista jurídico y
formal, como una materia inmodificable ni siquiera por el poder de reforma,
en tanto en cuanto que, como, con acierto, señaló C. Esposito [La validitá
delle le Leggi. Studio sui limiti de la potestà legislativa, y vici degli atti
legislativi e il controllo giurisdizionale, Milán, 1964, reimpr. in-alterada de
la ed. de 1934, págs. 173-174], la adopción de procedimientos
superagravados para la modificación formal del Código Jurídico-Político
Fundamental equivale, de hecho, al establecimiento de límites materiales
expresos a la reforma—, habría de ser definitivamente aprobada por el voto
del cuerpo electoral en un referéndum obligatorio.
Como es obvio, no voy a entrar aquí a discutir si, como, entre otros
muchos juristas o no juristas españoles, tenía razón Teresa Freixas [cfr.
“Reforma de la Constitución: igualdad de mujeres y hombres y sucesión a la
Corona de España”, en F. Rubio Llorente y J. Álvarez Junco (eds.) y otros,
El informe del Consejo de Estado sobre la reforma constitucional. Texto del
informe y debates académicos, Madrid, 2006, pág. 350] cuando entendía que
asegurar la igualdad de género en la sucesión en la jefatura del Estado
constituía una exigencia democrática ineludible, de suerte tal que la
realización de aquella reforma se convertía en una conditio sine quae non
para el fortalecimiento, desarrollo y profundización del Estado constitucional
mismo, o si, por el contrario, era mi buena amiga Jasone Astola Madariaga
[cfr. “La reforma de la Constitución desde una perspectiva de género”, en S.
Roura y J. Tajadura (dirs.) y otros, La reforma constitucional. La orga-
nización territorial del Estado, la Unión Europea y la igualdad de género,
Madrid, 2005, págs. 560-561] quien tenía razón al afirmar que se trata de una
propuesta que, aunque resulte “políticamente correcta”, carece, a pesar de
estar fundada en la siempre deseable igualdad entre los hombres y las
mujeres que constituyen la ciudadanía del Estado, en realidad de la mínima

201
Javier Ruipérez Alamillo

entidad y consistencia. Aunque, no obstante, no querría yo dejar de decir algo al


respecto. En realidad, reiterar lo que sobre este particular he venido afirmando, y
defendiéndolo por escrito, desde hace tiempo. Soy, de manera firme, tajante y
radical —y siquiera sea por el hecho de que, por no despreciar el conocimiento
de los procesos de conceptualización y fundamentación del moderno Estado
constitucional, conozco y comparto plenamente los planteamientos que sobre
esta problemática defendieron ya Pericles en la Atenas clásica, o un Fichte en
los albores del siglo xix—, un absoluto defensor de la incorporación de la mujer
al proceso de toma de decisiones políticas fundamentales, y que esta
incorporación ha de verificarse en pie de absoluta igualdad con los derechos
políticos que se reconocen al hombre. Entre otras cosas, defiendo tal alternativa
por cuanto que entiendo que tenía toda la razón el genial “Ciudadano de
Ginebra” cuando afirmaba que en el marco de un Estado bien constituido, es
decir, de un Estado democrático o República articulado sobre el principio de la
virtud política maquiavélica, resulta intolerable el que puedan establecerse
“diferencias políticas o mora-les” erigidas sobre lo que son, pura y simplemente,
“diferencias naturales”, en este caso, obviamente, la pertenencia del individuo al
género masculino o al género femenino. Ahora bien, ocurre que una cosa es que,
en efecto, exija, y como elemento central para el adecuado funcionamiento del
Esta-do constitucional, la total igualdad de los derechos de hombres y mujeres
—lo que, en lógica consecuencia, me lleva a defender también la absoluta
igualdad de ambos en las obligaciones—, y otra muy distinta el que la re-forma
del artículo 57.1 me parezca una revisión jurídicamente necesaria, políticamente
conveniente e históricamente ineludible e inaplazable. Lo que, como dije,
plasme recientemente por escrito al indicar “Y ello, por la sencillísima razón de
que no alcanzo a comprender que sea tan necesario implantar la igualdad en la
sucesión al trono cuando, como a nadie puede ocultársele, esta se enmarca en el
contexto de una institución que se basa en la idea de la más absoluta y radical
desigualdad entre los ciudadanos del Estado y que, de algún modo, sigue
respondiendo a las concepciones antidemocráticas de, por ejemplo, aquel
Treitschke que, como indica Heller, estaba firmemente persuadido de que “El
rey es muy superior en visión política al hombre corriente, y juzga las relaciones
políticas [……] mejor que

un súbdito, o que un gobierno republicano de partido. [……]. Los monarcas


son, además, caudillos natos, a diferencia de los generales republicanos””
[J. Ruipérez, Reforma versus revolución……, cit., pág. 182].

202
Entrevistas

Lo que en realidad nos interesa es poner de manifiesto que, según


pu-blicó la prensa española —de algo tenía que servir el innegable
superávit de periodistas que tiene hoy la sociedad española—, anunciado
el proyecto de revisión constitucional por el presidente del Gobierno, y
comenzados los trabajos tendentes a facilitar la elaboración de este
proyecto, el jefe del Estado hizo saber a los líderes de los dos partidos
mayoritarios en el Parlamento sus temores sobre dicha reforma. Temores
estos que, en último término, se concretaban en su preocupación de que el
referéndum necesario para la aprobación de la pretendida equiparación de
hombres y mujeres en la sucesión a la jefatura del Estado, que, por lo
demás, era ineludible por tratarse de uno de los contenidos protegidos por
el constituyente de 1977-1978 con la aprobación del artículo 168 de la
Constitución española, pudiera convertirse en el terreno de los hechos en
un auténtico plebiscito sobre la forma de gobierno del Estado español.
Así las cosas, ningún constitucionalista iberoamericano puede ignorar
que, en el contexto de una sociedad donde aquellas apocalípticas sentencias
realizadas por Enrique Santos Discepolo sobre el modo de comportarse los
hombres en el sigloXX parecen hoy ser la descripción del modo de actuar de
los “buenos ciudadanos”, y donde han adquirido una plena y total rea-lidad
las palabras de nuestro gran poeta contemporáneo: “Corren buenos tiempos//
buenos tiempos// para la bandada// de los que se amoldan a todo// con tal
[de] que no les falte de nada”, no faltaron profesionales, científicos o
prácticos, del mundo del Derecho que, dispuestos a asumir aquel papel que
Federico II de Prusia asignaba a los juristas delante de sus generales, y desde
la rara especie de que el jurista, en cuanto que técnico o experto al que quien
en cada momento ocupe el poder político puede recurrir a solicitarle un
informe justificador de su actuación o, en su caso, de sus pretensiones, es
exactamente igual que el pintor de brocha gorda que, por más que le pa-rezca
desafortunada la elección del color para una determinada habitación,
terminará por pintarla del color elegido por el cliente que, en definitiva, es el
que paga, se apresuraron a buscar algún mecanismo para compaginar la
posible verificación de la reforma del artículo 57.1 prometida por el presi-
dente del Gobierno, con la eliminación de los temores expresados por el jefe
del Estado. Tal fue el caso, y lo digo desde el mayor de los respetos, aunque,
también, desde la mayor de las discrepancias, de un muy ilustre profesor de
Filosofía del Derecho, de ordinario muy sensato y muy prudente en sus
afirmaciones tanto académicas como periodísticas. Para tratar de conjugar

203
Javier Ruipérez Alamillo

tan dispares pretensiones: la reforma del artículo 57.1 para establecer la


igualdad de los hombres y las mujeres de la familia real en la sucesión al
trono, y la eliminación del riesgo de que el cuerpo electoral pudiese votar
en contra del mantenimiento de la monarquía, a este insigne jurista no se
le ocurrió otra solución que la de afirmar, desde las páginas del diario El
País, que, aunque es verdad que una tal modificación formal del Texto
Constitucional de 1978 solo podría llevarse a cabo, al menos si pretende
realizarse como una operación válida, lícita y legítima, con la más
absoluta y escrupulosa observancia de los trámites establecidos en el
artículo 168 del mismo documento de gobierno (aceptación de la
oportunidad de proceder a la revisión; fijación, por el voto favorable de
los 2/3 de cada una de las cámaras parlamentarias, del principio de
reforma; disolución de las cortes generales y elección de unas nuevas;
elaboración, discusión y aprobación del proyecto definitivo de la
reforma, de nuevo por el voto favorable de los 2/3 diputados y senadores,
y, finalmente, la aprobación por el voto mayoritario de los ciudadanos en
un referéndum), lo que debía hacerse, y aunque ello supusiese un patente
y manifiesto atentado al principio de legalidad establecido por el Pouvoir
Constituant originario, era culminar la proyectada reforma siguiendo los
trámites y requerimientos establecidos en el artículo 167.
Lo de menos, como es obvio, sería el detenernos aquí a resaltar lo ab-surdo
que resulta una tal propuesta desde el punto de vista de la corrección
constitucional. Y es que, muy en contra de lo que hoy parecen pensar los neo-
kelsenianos españoles, la misma no es ya solo que jamás hubiera tenido la
aprobación del Kelsen jurista global que no tenía otra intención que la de utilizar
el positivismo jurídico para salvaguardar la pervivencia del régimen
democrático frente a la actuación de los partidarios del totalitarismo, sino que,
además, hubiera ciertamente escandalizado al Kelsen del normativismo logicista
a ultranza que, como es sabido, afirmaba ingenuamente que, para lo-grar ofrecer
una explicación lógica a la estructura del ordenamiento jurídico tal y como esta
resulta desde la teoría de la pirámide normativa merkliana, el Derecho no tiene
que perseguir siquiera el hacer real el ideal de la justicia. Lo que, en nuestra
opinión, no debiera ser muy difícil de comprender para todos aquéllos que se
dedican profesionalmente al estudio de una rama de las Ciencias Jurídicas que
no puede prescindir de los procesos de concep-tualización y fundamentación que
a lo largo de la historia se han verificado para tratar de hacer reales las ideas de
democracia, libertad e igualdad. Y es

204
Entrevistas

que, en efecto, ni siquiera el Kelsen del normativismo logicista que acababa


reduciendo toda la problemática jurídica a una mera cuestión de formas,
hubiera podido, como decimos, avalar una construcción que no tiene otra
pretensión que la de satisfacer los intereses de los gobernantes, haciéndolos
primar sobre los propios intereses constitucionales, y que, con un tal fin,
proponía que se llevase a cabo una vulneración del principio de legalidad,
entendido, a los efectos que ahora nos interesan, como la obligación del
legislador de observar el procedimiento legal-constitucional previamente
establecido para la emanación de la norma jurídica de que se trate. Y ninguna
duda puede existir de que ese procedimiento previamente establecido para la
emanación de la norma de reforma del artículo 57.1 de la Constitución era el
sancionado por el artículo 168, y no, y a pesar de que de este modo pudieran
sortearse todas las dificultades, jurídicas, políticas y personales, que tal
hipótesis planteaba, el sancionado por el constituyente español de 1977-1978
en el artículo 167.
Lo que de verdad nos interesa es indicar que este autor pretendía justi-
ficar su propuesta afirmando que encontrar un medio teórico-práctico para
facilitar el que materias reservadas por el constituyente al procedimiento de
reforma superagravado del artículo 168, pudieran ser modificadas formal-
mente con la utilización del procedimiento de revisión ordinario, previsto en
el artículo 167 para las reformas parciales que no se refieran al título
preliminar, los artículos 15 a 29, y al título segundo del Texto de 1978, se
convertía, o, al menos, debía convertirse en la tarea fundamental, esencial y
particular, por no decir única, de una teoría del Estado y de la Constitución
adecuada a las exigencias políticas y jurídicas del siglo xxi. Aserto este con el
que no podría yo estar en un mayor desacuerdo.
Lo que, estimo, no ha de ser muy difícil de comprender. Bastará, para
ello, con tomar en consideración que, muy en contra de las buenas inten-
ciones con las que tan ilustre catedrático de Filosofía del Derecho había
realizado su propuesta, es lo cierto, sin embargo, que la misma no lograría
más que transformar el Derecho Constitucional, que es, desde su mismo
origen, una mera técnica jurídica a través de la cual se consigue, o debe
conseguirse, hacer real la libertad de los ciudadanos frente a las apetencias
particulares de unos gobernantes que, por haber sido elegidos por ellos,
debieran ser, como ya había indicado, entre otros, y a título de ejemplo, un
Stephanus Junius Brutus, unos meros servidores de aquéllos, en un
instrumento de dominación y tiranización de los gobernados en manos de

205
Javier Ruipérez Alamillo

los gobernantes. Concepción esta del Derecho Constitucional que, a pesar


de que tal no era la voluntad de nuestro autor, cuya buena fe, por lo
menos por nuestra parte, se le presume, resulta mucho más propia de la
época del Estado absoluto, que no de la de un Estado constitucional en
cuyo horizonte utópico ocupa un lugar muy principal la idea de
establecer una sociedad democrática avanzada.
Lo anterior, ni que decir tiene, implica la creencia de que la finalidad y
la esencia misma de la teoría del Estado y de la Constitución del siglo xxi, es,
y solo puede ser, la misma que el Derecho Constitucional tuvo cuando hizo
su entrada en escena, con los grandes procesos revolucionarios americano y
francés de finales del siglo xviii, como resultado de la confrontación y
conciliación entre los presupuestos del pensamiento político liberal —con-
tenidos, de una manera muy particular y principal, en el célebre Del espíritu
de las leyes de Charles de Secondat (Montesquieu)—, y los presupuestos del
pensamiento político democrático —encarnados en los escritos y el
pensamiento de Jean-Jacques Rousseau—. Finalidad y esencia estas que,
como a nadie puede ocultársele, se concretan en la de tratar de hacer reales y
efectivas la democracia, libertad e igualdad, superando, en todo caso, las
posibles antinomias que se pudieran derivar de la aplicación estricta de las
ideas puras de aquellos términos. Lo que, de modo indefectible, tan solo
podrá realizarse desde el mayor de los respetos a la lógica inherente de los
principios democrático y de supremacía constitucional en cuanto que, como
reiteradamente ha puesto de manifiesto el profesor De Vega, ambos consti-
tuyen los dos pilares medulares sobre los que se levanta todo el edificio del
moderno Estado constitucional, en cualquiera de sus variantes estructurales.
Pues bien, esta misma idea, y esto ya concluyo, es la que debe operar
en el supuesto de la cuestión que nos plantea en esta novena pregunta José F.
Palomino Manchego. Esto es, que el papel que debe cumplir el preámbulo
constitucional en el umbral del siglo XXI y del constitucionalismo contem-
poráneo ha de ser, de manera obligada, ineludible e indefectible, el mismo
papel que el preámbulo constitucional ha venido desempeñando desde que el
mismo hizo su entrada en la Historia. A saber: la de permitir la identifi-
cación del cuerpo político cuya vida pretende regular el texto constitucional
al que precede, precisar, de manera inequívoca, cuál es el sujeto al que le
corresponde la titularidad del ejercicio de la soberanía en esa determinada
comunidad política, determinar cuáles son los principios y valores que, por
ser aceptados por la mayoría de los ciudadanos, determinaron la aprobación
206
Entrevistas

de esa determinada Constitución y no de otra cualquiera, y, por último,


fijar el horizonte utópico que debe presidir la actuación futura tanto de
gober-nantes como a gobernados.
Tal es, desde luego, mi opinión. Opinión que, porque no me creo en
posesión de la verdad absoluta, formulo, como siempre, desde la duda
propia del comportamiento científico, y sabiendo, como no podría ser de
otra forma, que la misma puede ser, y sin duda lo será, no compartida por
todos. Soy, desde esta óptica, el primero en reconocer que todo lo escrito
en estos folios tal vez no sean más que las ensoñaciones de un
constitucio-nalista rousseauniano que, por estar convencido de que, como
escribía el poeta, “Sin utopía// la vida sería un ensayo para la muerte”
(J.M. Serrat), acaso se vea incapacitado para admitir que su mundo
terminó aquel, por decirlo de acuerdo con el pensamiento de Antonio
Machado, nefasto 19 de noviembre de 1933.

207
Luis Raúl Sáenz Dávalos

Abogado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos


(Perú). Profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de
Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos y en la Facultad de Derecho de la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Profesor principal de Derecho
Constitucional y Derecho Procesal Constitucional en los
Programas de Formación de Aspirantes, Capacitación para el
Ascenso y Actualización y Perfeccionamiento de la Academia
de la Magistratura. Asesor jurisdiccional del Tribunal
Constitucional Peruano. Miembro fundador y secretario de la
Asociación Peruana de Derecho Constitucional. Autor de
diversas obras de su especialidad.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Si nos atenemos a la práctica constitucional mayoritaria, pero por
sobre todo a la tendencia contemporánea, el preámbulo pretende ser la
expresión de las valoraciones esenciales que asume el poder constituyente
al momento de redactar una Constitución. En este sentido, lo que se busca
con su inclusión es pues dejar constancia de la vinculación existente entre
el contenido que posee la norma fundamental y los fundamentos
axiológicos que sirvieron de sustento al momento de emprender el
proceso de redacción constitucional. En otras palabras, hace las veces de
una exposición de motivos, solo que de base profundamente ideológica.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Ello depende en buena medida de aquellas valoraciones que en determi-
nado momento y a la luz de cada contexto histórico, se consideran como esen-
ciales dentro de un determinado país. En el caso peruano y con prescindencia de
la vigente Constitución Política de 1993, que técnicamente y más allá de lo que
su texto diga formalmente, no tiene un preámbulo en el sentido estricto de la
palabra, la Constitución democrática del año 1979 sí nos daba muestra de lo que
por una u otra razón debía esperarse de un preámbulo constitucional. Aquel texto
consignaba en buena medida las que podían considerarse como aspiraciones
fundamentales de quienes en ese momento y al margen de la ideología política
que profesaban, participaron de la Asamblea Constituyente (1978-1979). A tal
grado se daba esa identificación, que algunos constitu-cionalistas de la época
(Alberto Ruíz Eldredge, por ejemplo) consideraban que la verdadera esencia de
aquella Carta la encontrábamos reflejada en la declaración de intenciones
contenida en su preámbulo, el que por otra parte y como dato relevante a tomar
en cuenta, fue suscrito sin observaciones o reparos, por todas las tiendas
políticas de la época.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera sín-


tesis de la Constitución?
Tomando en cuenta el uso mayoritario que se suele hacer del mismo,
podría decirse que en efecto, el preámbulo representa la esencia y síntesis

211
Luis Raúl Sáenz Dávila

de la Constitución, solo que traducida en clave valorativa. Ello en buena


cuenta demuestra que una Constitución también proyecta una ideología
de valores o una fórmula ideológica en el mejor sentido del término,
ideología que se encuentra conformada por todas aquellas aspiraciones
que la sociedad en conjunto promueve y anhela consolidar en un
determinado momento histórico.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la


inter-pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte
orgánica, de cualquier articulado constitucional?
A pesar de que algunos teóricos han creído que el preámbulo representa
una declaración de buenas intenciones, importante en términos estimativos,
empero carente de incidencias jurídicas, creemos muy por el contrario, que
su contenido sí tiene un notable efecto jurídico normativo que se proyecta en
mayor o menor medida en toda operación interpretativa, habida cuenta que
muchos de los contenidos constitucionales solo pueden ser explicados en el
contexto de los valores que les sirvieron de soporte.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
En la medida en que toda labor interpretativa termina consolidando el
mensaje normativo de la Constitución y las normas que contiene esta últi-ma
reposan sobre el fundamento axiológico que les confiere el preámbulo,
queda claro que cualquier interpretación que de las mismas se haga, tiene
incidencias directas sobre el texto del preámbulo. Esta incidencia es tanto
más notoria cuando la interpretación proviene del Tribunal Constitucional en
su condición de supremo intérprete de la Constitución.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
Como se ha dicho con anterioridad, el preámbulo refleja las aspiracio-
nes fundamentales del pueblo. Describir objetivamente esas aspiraciones,
pero por sobre todo, conocerlas y difundirlas de la manera más adecuada,

212
Entrevistas

permite que el ciudadano sintonice con el mensaje constitucional, con el


fortalecimiento de su institucionalidad y con el afianzamiento del
esquema de relaciones existentes entre gobernantes y gobernados. En este
sentido, contribuye pues a que unos y otros se identifiquen plenamente en
un proyecto que los vincula de modo permanente.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Hay quienes consideran que sí y hay quienes consideran que no. For-
malmente hablando, el preámbulo precede al texto de la Constitución, es la
puerta de entrada a la misma. Materialmente, sin embargo, y como se ha
dicho, es la mejor expresión de la norma fundamental en tanto sintetiza lo
que se ha pretendido al elaborarla. Desde nuestra perspectiva y en la medida
en que cumple una función orientadora en torno al mensaje constitucional,
no cabe duda que posee un indiscutible efecto normativo pudiendo servir de
soporte argumental en todo proceso interpretativo.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


El preámbulo describe las intenciones del poder constituyente que,
como bien se sabe, es el órgano que representa al pueblo en la noble tarea
de redactar la Constitución. Visto en perspectiva política, cumple una
fun-ción de canalización entre la decisión del soberano y la
concretización que busca el Derecho.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral del


siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Servir de referencia directa en cada oportunidad en que se busque deter-
minar la voluntad constituyente. En esa tarea tendrán notorio protagonismo
los órganos que administran justicia constitucional, pues de la interpretación
que otorguen a cada contenido constitucional, se podrá verificar si en efecto,
las valoraciones contenidas en el preámbulo, más que buenas intenciones,
representan indiscutibles mandatos susceptibles de optimización.

213
Néstor Pedro Sagüés

Abogado y primer egresado (en 1963) de la Escuela de Derecho de


Rosario, hoy Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de
Rosario (Argentina). Posteriormente se recibió de doctor en
Derecho por la Universidad de Madrid y de doctor en Ciencias
Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional del Litoral. Es
presidente del Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal
Constitucional y presidente honorario de la Asociación Argentina
de Derecho Constitucional. Es profesor titular emérito en la
Universidad Nacional de Buenos Aires y profesor de posgrado en
la Pontificia Universidad Católica Argentina, sede Rosario.
Magistrado judicial retirado, expresidente de las Cámaras de
Apelaciones del Trabajo y en lo Civil y Comercial de Rosario, se
desempeñó durante cuarenta y cinco años en el Poder Judicial de
Santa Fe. Actualmente es miembro de las Academias Nacionales
de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba y de Buenos Aires y de
Ciencias Morales y Políticas de Buenos Aires. Ha publicado
numerosos libros en materia de Derecho Político, Constitucional y
Procesal Constitucional, en Argentina y el exterior.
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Un preámbulo, si es que se adopta, se arroga una doctrina del poder,
sirve de instrumento de interpretación y opera como marco de
constitucio-nalidad. Me remito a la pregunta 2.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Como función de mínima, el preámbulo tendría que describir el techo
ideológico de la Constitución y los grandes objetivos del Estado. Ello im-
porta también asumir una posición personalista o transpersonalista. Puede
incluir también fórmulas de sanción y de promulgación de la Constitución.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera sín-


tesis de la Constitución?
Entiendo que debería cumplir ese papel, aunque no siempre lo haga.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la inter-


pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte orgánica,
de cualquier articulado constitucional?
Respondo afirmativamente. Sin embargo, pueden presentarse conflictos
si se realiza una reforma constitucional con bases ideológicas distintas a las
del preámbulo, cosa que genera un fenómeno de incoherencia o inconsisten-
cia intraconstitucinoal. La cuestión tiene una solución difícil. Me remito al
capítulo VIII de mi libro Interpretación judicial de la Constitución, dedicado
a las redundancias y contradicciones constitucionales (2.ª ed., Lexis-Nexis,
Buenos Aires, 2006; edición 2013, Editorial Porrúa, México, D.F.). En la
jurisprudencia estadounidense, la reforma prevalece sobre el texto anterior.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las sentencias


que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una función
dinámica que incide en el texto preambular?
Si se acepta la interpretación mutativa de la Constitución por los ope-
radores constituidos (Tribunal Constitucional, en especial), la respuesta

217
Néstor Pedro Sagüés

es afirmativa, y correría pareja con la doctrina de la Constitución viviente


(living constitution). Por el contrario, una visión estática de la ley suprema
impediría la alteración del preámbulo por la jurisprudencia posterior.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
En realidad, considero que el preámbulo debe ser claro en sus
defini-ciones, y no terminar en una colección de lugares comunes que
satisfagan a todos y que al mismo tiempo, no digan concretamente nada.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
El preámbulo ha tenido distintas cotizaciones jurídicas. Otrora se lo
veía como un texto declamatorio, incluso extraconstitucional. Actualmente, a
la luz del neoconstitucionalismo, que privilegia los principios
constitucionales sobre las reglas constitucionales, el preámbulo tiende a
perfilarse quizá como la parte más significativa de la Constitución, ya que a
menudo está compuesto por principios, fines y valores constitucionales, que
moldearían el resto del aparato normativo de la Constitución, y que incluso
generarían normas constitucionales o infraconstitucionales.

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


Conforme la última cotización académica, también tendría que
moldear las políticas públicas, y en particular, las “políticas de Estado”.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Considero que, al menos, debe satisfacer dos papeles: a) de impulsor
y regulador de normas y de políticas públicas; b) de veto (y en su caso, de
invalidación por inconstitucionalidad) de normas o políticas públicas que
no lo respeten.

218
Javier Tajadura Tejada

Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País


Vasco (España) desde1996 hasta la actualidad. Ha sido profesor
de Derecho Internacional y Relaciones Internaciona-les en la
Universidad Nacional de Educación a distancia desde 1994 hasta
2004. Ha sido magistrado del Tribunal Superior de Justicia de
Navarra desde el año 2000 hasta el 2004. Es autor de diversas
monografías entre las que cabe destacar: La V Repú-blica francesa
(Eunsa, Pamplona, 1995); El preámbulo constitu-cional (Comares,
Granada, 1996); El principio de cooperación en el Estado
Autonómico, (Comares, Granada, 1.ª edición 1998 y 3.ª, ampliada
y renovada, 2010); El Derecho Constitucional y su enseñanza
(Lima, 2000); La cláusula de supletoriedad del derecho estatal
(Biblioteca Nueva, Madrid, 2000);Partidos polí-ticos y Constitución
(Civitas, Madrid, 2004). Ha dirigido diver-sas obras colectivas
entre las que cabe destacar: Los preámbulos constitucionales en
Iberoamérica (CEPC, Madrid, 2001); La re-forma constitucional
(Biblioteca Nueva, Madrid, 2005).
¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
Determinar el significado y alcance del preámbulo constitucional
exige examinar previamente qué es un preámbulo, como categoría
genérica en la que se encuadra el preámbulo constitucional. El preámbulo
de cualquier texto normativo (incluida la Constitución) guarda relación
con un principio esencial del Estado de Derecho: la motivación de las
decisiones del poder. Veamos así, en primer lugar, cuál es el significado y
alcance de un preám-bulo legal.
Una exigencia básica del Estado constitucional de Derecho es la
necesidad de que todos los poderes justifiquen, razonen y motiven sus
actuaciones. Los actos del poder han de estar siempre motivados. En un
Estado constitucional de Derecho, el preámbulo de una ley puede cumplir
una importante función. La que nosotros consideramos está en relación con
la justificación que en todo Estado de Derecho es demandable a los actos de
los poderes públicos, especialmente cuando, como en el caso de la ley,
imponen obligaciones a los ciudadanos. Evidentemente, en un Estado
democrático la legitimidad de la ley proviene del hecho de haber sido
aprobada mediante el procedimiento establecido por la constitución y las
leyes, por los representantes del pueblo. Pero esto no quiere decir que dichos
representantes no puedan exponer la justificación política de su intervención
como legisladores. Si lo hacen, el preámbulo supondrá una importante ayuda
para el intérprete en cuanto podrá encontrar allí cuál fue la voluntad del autor
de la norma y utilizarla como criterio para la resolu-ción de las dudas que
sobre determinados preceptos del texto normativo pudieran plantearse. Esta
última idea es, en realidad, milenaria, puesto que la conveniencia de que las
leyes llevaran preámbulos fue ya puesta de manifiesto por Platón hacia el
año 400 a. J. C. en la antigua Grecia. En su obra Las leyes el filósofo se
planteó si eran preferibles las leyes cortas que prescriben sin rodeos lo que se
debe o lo que no se permite hacer, a las leyes largas con preludios a la parte
imperativa: “El que escuche así una ley junto a la otra puede discurrir acerca
de cada una, si conviene que sean por lo menos el doble de largas, por
contener juntamente la persuasión y

221
Javier Tajadura Tejada

la sanción, o si sirviéndose solo de la sanción han de quedar de dimensión


sencilla”. El anciano Megilo responde: “Es propio de la índole lacedemonia,
¡oh, huésped!, el dar preferencia siempre a lo más breve; sin embargo, en lo
que toca a la redacción de esas leyes, si alguien me mandara ser juez y me
preguntase cuál de las dos quería que se estableciese por escrito en la ciudad,
escogería la más extensa. Y conforme a ese ejemplo, en toda ley en que se
ofreciese esa dualidad haría la misma elección”. Más adelante se afirma:
“Ningún legislador parece haber comprendido jamás que, en cuanto cabe con
una multitud ineducada, puedan utilizar dos medios en la legislación, que
son la persuasión y la fuerza, y que no se sirven más que de uno de ellos. No
legislan, en efecto, combinando la necesidad con la persuasión, sino
valiéndose de la fuerza pura”.
Platón atribuye por tanto a la ley, y más en concreto al preámbulo de
la misma, una función pedagógica. Ello le permite a Sabine afirmar que:
“Platón representaba la fe griega originaria en que el gobierno se basa en
último término en la convicción y no en la fuerza y en que sus
instituciones existen para convencer y no para coaccionar”.
Esta función pedagógica del preámbulo debe ser mantenida. La ley
debe ser obedecida por emanar del órgano competente para su producción.
Ahora bien, ello no es obstáculo para que dicho órgano representativo ex-
plique, a través de los preámbulos, las razones por las cuales legisla sobre
determinadas materias y por qué lo hace de determinada forma, a aquellos a
quienes representa. El preámbulo se concibe así, también, como un ins-
trumento de comunicación entre los representantes y los representados en un
sistema democrático-parlamentario.
Esta función, aunque pueda parecer modesta, es de entidad
suficiente para constituir la razón de ser de los preámbulos de las leyes.
Gracias a ella, las leyes, que son siempre mandato desde el punto de vista
del legislador, se convierten en normas racionales para los destinatarios
de las mismas. En suma, los preámbulos vienen a satisfacer la exigencia
de que los actos de todo poder público estén siempre motivados.
No vemos inconveniente alguno en el hecho de que todo poder,
incluido el constituyente, al actuar como tal mediante el ejercicio de la
potestad de creación jurídica exprese en un texto preambular las razones
por las que interviene en la forma en que lo hace y los objetivos que
persigue con su intervención.

222
Entrevistas

Podemos también, a la vista de lo anterior, definir un preámbulo


como el texto introductorio que precede al articulado de un documento
normativo y que presentándolo expone las razones por las cuales el autor
de la norma interviene como tal, así como los objetivos que con su
actuación persigue. En consecuencia, el preámbulo se configura así como
un elemento que pone de manifiesto la continuidad de todo orden jurídico
al conectar el pasado —la situación de partida que motiva la puesta en
marcha del procedimiento legislativo— con el futuro —la exposición de
los fines a alcanzar, descripción de la situación a la que se aspira llegar—.
Los preámbulos cumplen una función educativa o pedagógica que
refuerza la legitimidad de la norma e incrementa su fuerza “integradora”.
El concepto de preámbulo expuesto es aplicable tanto al texto introduc-
torio de una ley como al texto que precede a una Constitución. Si analizamos la
problemática de estos preámbulos veremos que es siempre la misma con
independencia de la naturaleza del texto al que antecedan. Ahora bien, si com-
paramos el preámbulo de la Constitución con el preámbulo de cualquier ley o
decreto se aprecian diferencias sustanciales. La cuestión estriba en que ese
contenido diverso es fruto, no del hecho de estar en presencia de tipos distintos
de discurso introductorio, sino del tipo de documento normativo que prologan: la
Constitución o una ley. En general, puede afirmarse que un preámbulo cons-
titucional tiene un contenido político más acentuado que el preámbulo de una
ley. Pero es que con respecto al articulado ocurre lo mismo. La problemática
relacionada con los preámbulos constitucionales presenta una doble vertiente:
determinar cuál es el valor jurídico de los preámbulos constitucionales; b)
analizar qué función política desempeñan dichos textos preambulares, es decir,
establecer cuál es su valor político-constitucional. De ello nos ocuparemos en las
siguientes respuestas a este cuestionario. La determinación del valor de los
textos preambulares ha de partir de la distinción entre valor jurídico y valor
político. Por valor jurídico examinaremos su carácter normativo y su idoneidad
como instrumento para la interpretación jurídica (preguntas 4, 5 y 7). En cuanto
al valor político, veremos qué función desempeñan los preámbulos
constitucionales como síntesis de la decisión constitucional básica y como
factores de integración nacional (preguntas 3, 6 y 8).

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


El preámbulo debe exponer las razones por las cuales el poder constitu-
yente irrumpe en la historia. Esto es, las razones por las que interviene en la

223
Javier Tajadura Tejada

forma en que lo hace y los objetivos que persigue con su intervención. Por
ello, los objetivos y finalidades fundamentales del Estado que se constituyen
deben figurar en él. De esa manera, la Constitución que es siempre la tra-
ducción jurídica y la expresión política de un orden material de valores que
la precede, encuentra reflejado dicho orden en el preámbulo constitucional.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
En la medida en que toda Constitución es la decisión política fun-
damental de un pueblo (Carl Schmitt), el preámbulo refleja y contiene la
síntesis de esa decisión. En esta respuesta voy a exponer y desarrollar con
más detalle, por su relevancia, esta tesis schmittiana.
La clave de su obra, como es sabido, reside en el decisionismo. Para
Schmitt la Constitución es decisión, no norma. “La esencia de la Constitución
no está contenida en una ley o norma. En el fondo de toda normación reside una
decisión política del titular del poder constituyente”. El fundamento de la
Constitución reside, por tanto, no en la razón sino en la voluntad. La
Constitución se establece mediante un acto del poder constituyente. “La
Constitución en sentido positivo surge mediante un acto del poder constitu-
yente. El acto constituyente no contiene como tal unas normaciones cuales-
quiera, sino, y precisamente por un único momento de decisión, la totalidad de
la unidad política considerada en su particular forma de existencia. Este acto
constituye la forma y modo de la unidad política, cuya existencia es anterior”.
Mediante un acto, pues, de una voluntad preexistente, la voluntad de un pueblo,
se establece la Constitución. “Siempre hay en el acto consti-tuyente un sujeto
capaz de obrar, que lo realiza con la voluntad de dar una Constitución”. Este
acto de la voluntad nacional, esta decisión fundamental, tiene por objeto la
forma y el modo de la unidad política. Unidad política que, por tanto, no surge
por la Constitución, no es consecuencia o efecto de ella, sino antes bien, su
fundamento o causa.
La unidad política es una realidad existencial previa. El objeto de la
Constitución es dotar de una determinada estructura política a esa unidad.
Pero Schmitt va más lejos aún, la unidad política no es solo una unidad
fác-tica, sino que es también una unidad jurídica. “Toda unidad política
existente tiene su valor y su ‘razón de existencia’, no en la justicia o
conveniencia de normas, sino en su existencia misma. Lo que existe
como magnitud política, es, jurídicamente considerado, digno de existir”.
224
Entrevistas

Como ha señalado Manuel García-Pelayo, este planteamiento, que trata


de superar el hueco formalismo en que se hallaba la Teoría del Estado,
conduce al intento de captar el concepto de Constitución, no mediante un
análisis de sus partes integrantes, sino a través de una intuición esencial que
la revele como una totalidad en función de la cual se expliquen luego las
partes componentes. La idea de totalidad se logra con el concepto de
“decisión política fundamental”. Ella impide la disolución de la Constitución
en un complejo inconexo de normas. Ella garantiza la unidad ontológica y
jurídica de la Constitución. “Es necesario hablar de la Constitución como de
una unidad, y conservar entre tanto un sentido absoluto de Constitución”.
Esta idea de Constitución le lleva a diferenciar la misma de las “leyes
constitucionales”. “Solo es posible un concepto de Constitución cuando se
distinguen Constitución y ley constitucional. No es admisible disolver pri-
mero la Constitución en una pluralidad de leyes constitucionales concretas y
después determinar la ley constitucional por algunas características externas
o acaso por el procedimiento de reforma”.
La Constitución vale en cuanto acto de voluntad de un poder consti-
tuyente. Las leyes constitucionales valen en virtud de la Constitución. Y ello
según Schmitt por dos razones: a) Porque toda normatividad descansa en
último término en una decisión. “Una Constitución no se apoya en una
norma cuya justicia sea fundamento de su validez. Se apoya en una decisión
política surgida de un ser político, acerca del modo y forma del propio Ser.
La palabra ‘voluntad’ denuncia —en contraste con toda dependencia res-
pecto de una justicia normativa o abstracta— lo esencialmente existencial de
este fundamento de validez. El poder constituyente es voluntad política”.
Porque las leyes constitucionales solo cobran sentido en relación con la
decisión política fundamental. “Poder constituyente es la voluntad política
cuya fuerza o autoridad es capaz de adoptar la concreta decisión de conjunto
sobre modo y forma de la propia existencia política como un todo. De las
decisiones de esta voluntad se deriva la validez de toda ulterior regulación
legal-constitucional”. Schmitt ilustra sus tesis con ejemplos de la época. Así,
analizando la Constitución alemana de 1919, afirma que la decisión política
fundamental en ella afirmada, es la hecha a favor de la democracia, del fe-
deralismo y del liberalismo. En esta triple decisión consiste la Constitución
de Weimar, todo lo demás son meras leyes constitucionales.
Este concepto de Constitución como decisión política fundamen-tal
lleva a Schmitt a otorgar una importancia capital a los preámbu-
225
Javier Tajadura Tejada

los constitucionales y a las declaraciones de principios. Estos textos,


menospreciados, subestimados por el Derecho Constitucional clásico,
pasan a convertirse ahora en elementos fundamentales no solo para la
construcción científico-jurídica sino también para la aplicación de los
preceptos constitucionales. “Las Constituciones del Reich de 1871 y 1919
contienen preámbulos en que la decisión política se encuentra formulada
de manera singularmente clara y penetrante... El preámbulo de la Cons-
titución de Weimar contiene la declaración auténtica del pueblo alemán,
que quiere decidir con plena conciencia política como sujeto del poder
soberano”. En tanto en cuanto, frecuentemente, dichas declaraciones y
preámbulos contienen las decisiones políticas fundamentales del poder
constituyente, son ellos los que dotan de sentido al resto de preceptos y
leyes constitucionales.
Prescindiendo de las connotaciones políticas de las tesis de Schmitt
podemos suscribir las palabras de Manuel García-Pelayo: “No es cuestión de
hacer aquí unas reflexiones críticas sobre el decisionismo, ni sobre la
distinción tajante entre Constitución y leyes o normas constitucionales. Diré
solamente que, aun partiendo del supuesto de que todos los preceptos
incluidos en el texto constitucional son proposiciones igualmente vinculato-
rias, hoy no parece dudarse de que no todas son de la misma especie, rango,
efectividad, o capacidad engendradora o acuñadora de otras normas”. La
distinción es deudora de la obra schmittiana.
En la doctrina española el maestro Pérez Serrano se hizo eco de las
tesis schmittianas y destacó el valor político de los preámbulos constitu-
cionales. “En tesis general, y aun cuando alguien crea que este se refiere a
hechos históricos, tiene una alta significación, pues es no solo una fór-mula
solemne de introducción, sino enunciación compendiosa del fin al que aspira
y del origen de donde procede la obra constitucional. Es más, en buena
medida, el preámbulo debe exponer la tendencia y el espíritu de la
Constitución a que precede y viene a ser algo así como el preludio donde se
contienen los motivos capitales de la ley fundamental. Por eso, y frente a la
concepción dominante, que no reconoce a esas palabras va-lor preceptivo o
dispositivo alguno, hoy se propende a ver en ellas, y en otras análogas, la
encarnación misma de la Constitución, a diferencia de las normas contenidas
en preceptos constitucionales; por donde resultaría que el preámbulo
entrañaba el acto de decisión política unitaria y suprema en que la
Constitución consiste según modernas opiniones”. (Cfr. Pérez

226
Entrevistas

Serrano, Nicolás: La Constitución española (9-XII-1931), Editorial


Revista de Derecho Privado, Madrid, 1932, págs. 51-52).
Baste señalar, para no extendernos más, que esta tesis sobre el valor
político del preámbulo como síntesis de la decisión política fundamental
refuerza su valor jurídico en la medida en que, en última instancia, deter-
minaría la intangibilidad del texto preambular. En definitiva, esto nos
lleva a otro problema distinto que es el de la relación entre el poder de
reforma y el preámbulo constitucional.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la inter-


pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte orgánica,
de cualquier articulado constitucional?
En nuestra opinión, dado que en los preámbulos se halla sintetizada
la expresión de la voluntad del autor de la norma, —síntesis que se inde-
pendiza u objetiva de dicha voluntad—, y en tanto en ellos se recogen los
fines u objetivos por los cuales el legislador o en el caso del preámbulo
constitucional, el poder constituyente actuó, y para lograr los cuales lo
hizo de determinada manera, consideramos que los textos preambulares
pueden desempeñar un papel fundamental para la interpretación tanto
sicológica como teleológica de cualquier texto normativo, incluida, por
supuesto, la Constitución.
Además, la utilización de los preámbulos como instrumentos para la
interpretación jurídica, en general, y constitucional, en particular, permite
superar las contradicciones metodológicas existentes en este campo: en el
texto preambular confluyen la voluntad del autor de la norma y, en tanto esta
queda plasmada de forma objetiva, también la voluntad de la norma en sí.
Pero dicha voluntad en cuanto queda plasmada en el texto preambular, —a
diferencia de lo que ocurre con otros textos de los trabajos preparato-rios—
se objetiviza, se independiza del constituyente y se configura como un
elemento objetivo que expresa la voluntad, no ya del constituyente, sino de
la propia Constitución. Las distintas orientaciones teóricas en torno a la
interpretación, la objetiva (teleológica) y la subjetiva (sicológica), confluyen
en la utilización del preámbulo.
Establecido esto, debemos relativizar, desde el punto de vista estricta-
mente jurídico, la importancia de este valor interpretativo de los preámbulos,
dado que el intérprete constitucional no se halla vinculado por ningún canon

227
Javier Tajadura Tejada

concreto de interpretación. En general, podríamos concebir los preámbulos


en dos sentidos diversos: a) Como canon hermenéutico principal y vincu-
lante, es decir, como primer criterio de interpretación, y de carácter vincu-
lante, dado que supone una positivación del sentido, objetivos y finalidad del
texto al que precede. Entonces, el valor jurídico del preámbulo como criterio
interpretativo se resume en la afirmación siguiente: las disposiciones
normativas estructuradas en los artículos que siguen a continuación deben
ser necesariamente entendidas de tal modo que consigan los objetivos des-
critos en el preámbulo. b) Como un canon hermenéutico más, teleológico o
sicológico, a utilizar libremente en la interpretación.
Este último es el valor interpretativo que debe atribuirse al preám-
bulo, y ello, por las siguientes razones: a) Si se atribuye al preámbulo el
carácter de elemento interpretativo vinculante se está diciendo que las
disposiciones articuladas solo pueden ser entendidas en el sentido que de
él se desprende. Se limita así la libertad del intérprete y se excluyen o,
como mínimo, se colocan en una posición subordinada, los demás
criterios de interpretación. b) Además del criterio teleológico, los distin-
tos ordenamientos jurídicos establecen otros cánones hermenéuticos los
cuales no aparecen clasificados en un orden jerárquico de prelación, ni
tienen el carácter de numerus clausus. c) El intérprete no debe utilizar
simultáneamente todos los criterios hermenéuticos, sino que es libre de
utilizar aquellos que considere más convenientes para conseguir una recta
interpretación de la norma concreta.
En todo caso, y para terminar con una respuesta clara y sintética a la
pregunta podemos concluir defendiendo la consideración de los preámbulos
constitucionales como instrumentos útiles para la hermenéutica constitu-
cional por contener de forma expresa y directa una manifestación de la
“voluntad del constituyente”. Ello determinará que el espíritu del preámbulo
(sus valores y principios) pueda reflejarse en la interpretación de cualquier
artículo de la parte orgánica o dogmática del Texto Constitucional.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
La jurisprudencia constitucional de la misma forma que incide en el
articulado constitucional, puede hacerlo también en el texto preambular.

228
Entrevistas

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?
El preámbulo puede ser un instrumento muy útil para el fomento y
consolidación del “sentimiento constitucional”.
En una breve obra titulada Constitución y Derecho Constitucional y
publicada en 1928, Rudolf Smend expone su célebre Teoría de la integra-
ción. El profesor alemán expone una visión dinámica del Estado según la
cual este es resultado de un proceso de creación continuo que se cumple
mediante las tres típicas integraciones: personal, funcional y real. “El Estado
no es un fenómeno natural que deba ser simplemente constatado, sino una
realización cultural que como tal realidad de la vida del espíritu es fluida,
necesitada continuamente de renovación y desarrollo, puesta continuamente
en duda”. Sobre esta base construye Smend el concepto de integración: “El
Estado no constituye en cuanto tal una totalidad inmóvil, cuya única expre-
sión externa consista en expedir leyes, acuerdos diplomáticos, sentencias o
actos administrativos. Si el Estado existe, es únicamente gracias a estas
diversas manifestaciones, expresiones de un entramado espiritual, y, de un
modo más decisivo, a través de las transformaciones y renovaciones que
tienen como objeto inmediato dicho entramado inteligible. El Estado existe y
se desarrolla exclusivamente en este proceso de continua renovación y
permanente reviviscencia; por utilizar aquí la célebre caracterización de la
nación en frase de Joseph Ernest Renan: “El Estado vive de un plebiscito que
se renueva cada día. Para este proceso, que es el núcleo sustancial de la
dinámica del Estado, he propuesto ya en otro lugar la denominación de
integración”. El concepto de integración conduce a Smend a una concepción
unitaria y totalizadora de la Constitución. La Constitución es el orden
jurídico del total proceso de integración en que el Estado consiste, es
esencialmente un “orden integrador”. La conclusión que de esto se extrae es
similar a la deducida del concepto schmittiano de Constitución: “la
Constitución no puede disolverse en un complejo de normas, sino que es una
unidad que actúa como ley vital de algo absolutamente concreto, y cuya
esencia, por tanto, está más allá de su carácter técnico jurídico”.
Los diferentes tipos de integración que Smend considera son los si-
guientes: a) Integración personal: A esta esfera corresponden ciertas personas

229
Javier Tajadura Tejada

o grupos (jefes de Estado, Gobierno, burocracia, etc.) cuya esencia no se


agota en su carácter de portadores de competencias o en su calidad de ór-
ganos del Estado, sino que constituyen un trozo esencial del Estado mismo,
que se hace visible en sus personas como totalidad espiritual y corporal.
Integración funcional: A ella pertenecen todas las especies de forma de
vida colectiva de una comunidad, y en particular todos los procesos cuyo
sentido es producir una síntesis social, desde un desfile militar hasta un
debate parlamentario. c) Integración material: En este tercer tipo de inte-
gración vamos a centrar nuestra atención, puesto que consideramos que
un preámbulo constitucional cumple una función de integración material.
La integración material se opone a la integración personal y a la
funcional en tanto estos últimos son, únicamente, modos de integración
formal. A este respecto, Smend escribe: “Es cierto que no existe, en
última instancia, nin-gún modo de integración formal sin una comunidad
material de valores, del mismo modo que no es posible la integración a
través de valores sustantivos si no existen formas funcionales. Pero,
generalmente, predomina uno de los dos tipos de integración… A los
tipos de integración que consisten en momentos formales (personales y
funcionales)…… se oponen radicalmente aquellos tipos de configuración
de la comunidad que se basan en valores comunitarios sustantivos”.
A la integración material o real pertenecen todos aquellos fenómenos
que significan participación de los individuos en un contenido de valores
estatales. Entre estos destacan todos los símbolos que materializan el con-
tenido axiológico del Estado y hacen sencillo su conocimiento. “Un punto
clave de la moderna Teoría del Estado —subraya Smend— es la conside-
ración de que el Estado se basa en la consecución de objetivos comunes, o,
por lo menos en que dichos fines justifican la existencia del Estado”. Los
mencionados fines y objetivos suelen hallarse recogidos en los preámbulos
constitucionales y en tanto que aquellos son factores de integración real, los
preámbulos en cuestión adquieren el mismo carácter.
Los preámbulos constitucionales contienen la síntesis de la decisión
política, y reflejan así el contenido axiológico de la Constitución. Cumplen,
además, esta función de un modo asequible para todo ciudadano. El pue-blo,
interiorizando y asimilando el texto preambular de una Constitución, penetra
sin dificultad en la esencia de ésta y en la medida en que gracias a este
sencillo acercamiento se identifica con la Constitución, aunque le sean
desconocidos los preceptos concretos del articulado, queda integrado en el

230
Entrevistas

sistema político. Es paradigmático en este sentido el caso del preámbulo de


la Constitución de los EE.UU. que todos los jóvenes norteamericanos apren-
den de memoria en la escuela. La adhesión de los ciudadanos al preámbulo,
texto de fácil comprensión, es expresión de un sentimiento constitucional
que ha de interpretarse como identificación del pueblo con la Constitución en
su conjunto aunque le resulte desconocido su concreto articulado. La
idoneidad del texto preambular para suscitar esta identificación hace de él un
factor de integración material de primer orden.
Esto nos obliga necesariamente a analizar —aunque sea brevemente
para dar cumplida respuesta a esta interesante pregunta del profesor
Palomi-no Manchego— la relación existente entre el “sentimiento
constitucional” y los textos preambulares de las constituciones.
El importante papel que el “sentimiento constitucional” desempeña en el
proceso político no es un descubrimiento de la moderna Teoría de la
Constitución. Como la mayor parte de los problemas relacionados con el
carácter esencialmente social del hombre, fue planteado ya por los pensado-res
griegos hace veinticinco siglos. Aristóteles dejó escrito: “Es preciso que todos
los ciudadanos sean tan adictos como sea posible a la Constitución”. Y ya en la
era constitucional el filósofo Marie-Jean-Antoine Nicolás de Caritat, marqués de
Condorcet, se refirió al tema con estas bellas palabras: “Jamás gozará un pueblo
de una segura y permanente libertad, si la instrucción de las ciencias políticas no
se generaliza, si no se hace independiente de todas las instituciones sociales, si el
entusiasmo que levantáis en el ánimo de los ciudadanos no está dirigido por la
razón, si no es capaz de enardecerse por la sola verdad, si ligando al hombre con
la costumbre, con la imaginación, con el sentimiento a su Constitución, a sus
leyes, a su libertad, no le preparáis, por medio de una instrucción general, para
que logre formar una Constitución más perfecta, darse mejores leyes y conseguir
una libertad más completa”.
La moderna Teoría de la Constitución se ha ocupado del sentimiento
constitucional. Karl Loewenstein lo ha calificado como “uno de los fenó-
menos psicológico-sociales y sociológicos del existencialismo político más
difíciles de captar”. El citado autor alemán lo define así: “aquella conciencia
de la comunidad que, trascendiendo a todos los antagonismos y tensiones
existentes político partidistas, económico-sociales, religiosos o de otro tipo,
integra a detentadores y destinatarios del poder en el marco de un orden
comunitario obligatorio, justamente la Constitución, sometiendo el proceso

231
Javier Tajadura Tejada

político a los intereses de la comunidad”. (Cfr. Loewenstein, Karl: Teoría


de la Constitución, traducción del alemán de Alfredo Gallego Anabitarte,
a
2. edición, Ariel, Barcelona, 1976).
Pablo Lucas Verdú considera la existencia de este sentimiento como
“una prueba significativa de la consonancia entre norma y realidad”, y lo
define en los siguientes términos: “La adhesión íntima a las normas e ins-
tituciones fundamentales de un país, experimentada con intensidad, más
o menos consciente, porque se estiman (sin que sea necesario un conoci-
miento exacto de sus peculiaridades y funcionamiento) que son buenas y
convenientes para la integración, mantenimiento y desarrollo de una justa
convivencia”. (Lucas Verdú, Pablo: El sentimiento constitucional,
Editorial Reus, Madrid, 1985).
A nosotros nos interesa retener que los autores que lo han estudiado
coinciden en que este fenómeno no puede ser producido racionalmente
aunque puede ser fomentado “por una educación de la juventud llevada a
cabo consecuentemente”. Luego veremos el papel que pueden
desempeñar los preámbulos constitucionales en esta educación.
Los partidarios del formalismo jurídico a ultranza consideran el sen-
timiento constitucional como un ente fantasmagórico que no puede ser
tomado en serio por los juristas estrictos. Ante esto hay que afirmar con
rotundidad que el sentimiento constitucional existe y que su actuación se
percibe en los países con larga tradición democrática. Lucas Verdú señala
cómo la falta de presencia activa del sentimiento constitucional en ordena-
mientos democráticos recién estrenados, o débiles, indica, precisamente, que
todavía no han enraizado o que están en crisis o amenazados por ella. Un
ordenamiento constitucional sin suficiente adhesión sentida puede devenir
fantasmagórico aunque se estudie y discuta en los libros y se explique en las
aulas universitarias. Además, las consideraciones en torno al sentimiento
constitucional no han surgido hoy, sino que constituyen un tema clásico de
la literatura jurídico-política. Un gran clásico, Pellegrino Rossi, subrayó el
siglo pasado la importancia del tema que nos ocupa: “L’étude approfondie
des institutions nationales et des garanties contribue a garantir et entretenir,
le sentiment de leur importance. Il se forme ainsi entre les institutions et les
hommes ce lien moral sans lequel rien n’est solide ni regulier, sans lequel il
n’y a ni zéle dans la défense de ce qui existe, ni esprit de suite dans les
reformes”. El citado autor advierte el carácter esencialmente dinámico del

232
Entrevistas

sentimiento constitucional: este no debe anquilosarse. Ello está en relación


con la consideración de la Constitución como estructura abierta: “Ce serait
une grande et funeste erreur que d’imaginer que le mecanisme constitution-
nel peut se suffire à lui meme, que la machine, après avoir reçu la premier
impulsion, peut fonctionner toute seule, qu’on peut ne pas tenir compte des
penchants et des passions de l’homme, ne pas demander le concours de
volontés”. (Rossi, Pellegrino: Cours de Droit Constitutionnel).
En relación con el sentimiento constitucional, la observación y el análi-
sis de diversos sistemas políticos de la segunda posguerra mundial condujo a
Loewenstein a una conclusión pesimista que probablemente, hoy, lejos de
atenuarse, se acentuaría. Escribe el maestro alemán: “En nuestro tiempo el
pueblo —y esto rige tanto para la amplia masa como para la mayoría de los
intelectuales— ha dejado de tener un contacto personal con su constitu-
ción”. Cabe hablar, por tanto, de una crisis del sentimiento constitucional. Y
esta crisis es grave puesto que evidencia importantes carencias en el proceso
de integración política, dado que integración política y sentimiento
constitucional son términos correlativos. “Sentir significa estar implicado en
algo”. El sentimiento constitucional consiste en estar implicado en la
Constitución, entendida esta no solo como norma sino como “realidad in-
tegradora”. La crisis del sentimiento constitucional pone de manifiesto la
falta de integración política.
Como una de las formas para superar la crisis del sentimiento consti-
tucional los autores mencionados (Loewenstein, Lucas Verdú) contemplan la
reforma de los planes educativos en lo que respecta a la enseñanza de la
Constitución en la escuela, y no solo en ella, se refiere. Frente a la poca
atención que se ha prestado al preámbulo constitucional —razón que hace
aún más meritoria y plausible la presente investigación del profesor Palo-
mino Manchego— mantenemos que una enseñanza de la Constitución pre-
ocupada por los aspectos axiológicos, culturales e históricos del fenómeno
constitucional no puede prescindir de él. Una enseñanza de la Constitución
que aspire a acercar esta al ciudadano medio necesita recurrir al preámbulo
dada la mayor facilidad de comprensión de los conceptos allí recogidos.
La importancia de la enseñanza de la Constitución no puede ser inad-
vertida. Y es que la enseñanza del Derecho Constitucional no se agota en la
explicación de sus evidentes y necesarias conexiones lógicas y técnicas,
requiere, además, que se insista en la necesidad de que la sociedad se adhiera

233
Javier Tajadura Tejada

a la Constitución, sintiéndola como cosa propia. Resulta imprescindible,


pues, acrecentar la adhesión a la Constitución y a lo que representa. Una
enseñanza adecuada del texto constitucional puede ser una contribución
notable para la consecución de este fin. En este sentido, y en relación a la
pregunta planteada cabe afirmar que la necesaria implantación en una
sociedad determinada de un auténtico sentimiento constitucional exige como
tarea inexcusable ubicar la enseñanza de la Constitución en las en-señanzas
primaria y secundaria. Ahora bien, por la índole específica de sus
destinatarios y de los profesores que la imparten no puede pretenderse en
modo alguno la explicación técnico-jurídica del régimen político, sino que lo
que ha de intentarse es la transmisión del telos de la Constitución, de los
principios ideológicos fundamentales que la informan. Para este fin el texto
preambular se configura como un instrumento de gran utilidad puesto que la
comprensión de sus enunciados no ofrece grandes dificultades y en ellos se
sintetiza el espíritu de la Constitución.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
Los preámbulos de todos los textos legales presentarán la misma
pro-blemática en cuanto a su valor jurídico; ahora bien, en lo que
respecta a su valor político, como puede imaginarse, los preámbulos
constitucionales gozarán de una relevancia especial debida al carácter
esencialmente político de toda Constitución. La principal controversia
que estos textos introduc-torios ha suscitado ha sido la relativa a su valor
normativo. El estudio de este problema exige distinguir previamente dos
cuestiones: primero, si el preámbulo forma o no parte del texto normativo
al que precede; y, segundo, su carácter normativo.
En cuanto a la primera cuestión, no cabe duda de que el preámbulo es
parte del texto jurídico en el que se encuentra situado. A favor de esta tesis
juegan los siguientes argumentos: a) Los proyectos preambulares son
considerados como un artículo más a los efectos de su tramitación parla-
mentaria. Si atendemos a los procesos de elaboración de las constituciones,
vemos que los preámbulos son debatidos, enmendados y votados al final
como un artículo constitucional más. b) El preámbulo constitucional figura
siempre tras la fórmula de promulgación. La determinación, por tanto, del
valor jurídico del preámbulo, ha de partir del hecho de que este es parte
integrante del texto a cuyo articulado antecede. Esto, no hace falta insistir

234
Entrevistas

en ello, no prejuzga la cuestión de si tiene algún género de valor


sustantivo y, en particular, si goza o no de valor normativo.
Aunque la doctrina parece decantarse mayoritariamente por negar
va-lor normativo a los preámbulos, es en esta cuestión donde la confusión
es mayor. Esa relativa unanimidad en la negativa se expresa de muy
distintas formas. Autores hay que lo niegan basándose en el hecho de que
los preám-bulos no contienen mandatos. Otros no solo niegan el valor
normativo sino que incluso llegan a afirmar que los preámbulos no tienen
valor jurídico. También hay quien negando su valor normativo mantiene,
no obstante, su valor jurídico. Ahora bien, desde todas las posturas
mencionadas se insis-te en destacar el valor interpretativo de los
preámbulos. Ello hace que el problema se complique puesto que ese valor
interpretativo es precisamente lo que justifica para algunos no considerar
el preámbulo como una norma o entenderlo desprovisto de valor
normativo y para otros es la razón para afirmar su valor jurídico, aunque
no normativo. Ese valor interpretativo nos permitirá a nosotros defender
el valor normativo indirecto de los textos preambulares.
A todo lo anterior hay que añadir que en todo caso, será el supremo
intérprete de la Constitución (cortes y/o tribunales constitucionales) quien
en cada ordenamiento dará la respuesta jurídica vinculante sobre esta
controversia. Por ello, en nuestra respuesta, prescindiendo del análisis de
casos concretos —tarea que nos exigiría ocupar mucho más espacio del
que amablemente se nos ofrece en esta meritoria investigación del
profesor Palomino Manchego— vamos a exponer una suerte de teoría
general sobre el valor normativo del preámbulo constitucional.
La variedad de calificaciones en cuanto al valor de los preámbulos
exige una clarificación. La falta de claridad en la materia obedece a que
casi ningún autor ha considerado necesario especificar las consecuencias
que se derivan de sus propias adjetivaciones.
El rechazo del valor normativo de los preámbulos puede intentarse
desde dos puntos de vista: la Teoría General del Derecho y el Derecho
positivo de un ordenamiento concreto. Veamos:
Desde la Teoría General del Derecho se afirma que la norma
jurídica, en cuanto proposición imperativa que vincula una con-
secuencia jurídica a un supuesto de hecho mediante el nexo de
la imputación, resulta incompatible con la estructura lingüística

235
Javier Tajadura Tejada

de los preámbulos. Es decir, el preámbulo está redactado en len-


guaje descriptivo y la norma necesariamente ha de formularse en
términos prescriptivos. La conclusión es que los preámbulos no
son aptos para contener normas jurídicas. La anterior argumen-
tación aparentemente es lógica, pero la lógica exigiría que fuera
predicable para cualquier ordenamiento positivo y no lo es. El
preámbulo constitucional francés tiene valor normativo directo.
Además, la tesis expuesta incurre en un error de base: identifi-car
norma y disposición (Crisafulli, Vezio: v. “Disposizione [e
norma]”, en Enciclopedia del Diritto, vol. XIII, Milán, 1964) o lo
que viene a ser lo mismo, la función prescriptiva del lenguaje con
el lenguaje normativo (Bobbio, Norberto: Teoría General del
Derecho, Editorial Debate, Madrid, 1991). Nadie discute que la
norma deba poder ser enunciada como proposición imperativa,
pero nada impide que tal proposición no sea formulada directa-
mente por el legislador, sino que deba ser inferida de un texto
redactado formalmente en términos descriptivos.
En el planteamiento que rechaza el valor normativo de los preám-
bulos subyace una confusión entre funciones del lenguaje y tipos
de lenguaje. Siguiendo a Bobbio podemos distinguir tres funciones
fundamentales del lenguaje: la descriptiva, la expresiva y la pres-
criptiva. Cada una de ellas da origen a tres tipos de lenguajes bien
distintos: el lenguaje científico, el poético y el normativo. Ahora
bien, casi nunca encontramos estos tipos en la realidad en estado
puro. En concreto, dadas las mayores pretensiones de la función
prescriptiva del lenguaje que tiene por finalidad modificar el com-
portamiento de los demás, no es extraño que se valga, además del
lenguaje normativo que le es propio, del lenguaje descriptivo e
incluso expresivo. Escribe el autor citado: “No es difícil explicar
que una prescripción vaya acompañada de proposiciones de otro
tipo. Para que la persona a quien dirigimos la prescripción se
decida a actuar, no siempre es suficiente que escuche el mensaje
del mandato puro y simple, pues a veces se requiere que conozca
algunos hechos y desee algunas consecuencias. Para que llegue a
conocer aquellos hechos que lo induzcan a obrar, es necesario
darle informaciones; para que desee ciertos efectos, es necesario
suscitar en él un determinado estado de ánimo”. Cabe utilizar pues

236
Entrevistas

un lenguaje no normativo para realizar una función prescriptiva.


En este sentido, Lucas Verdú ha señalado que: “La diferencia de
estilo de los preámbulos no afecta a su fuerza jurídica. Su retóri-ca
e incluso patetismo indican su valor político-social e incluso
jurídico. Parece absurdo sostener la tesis que las partes que el
legislador expresa con más énfasis se debilitan jurídicamente”.
a
(Curso de Derecho Político, vol. II, Editorial Tecnos, S.A., 3. ed.,
Madrid, 1981, págs. 428-429). Por tanto, no resulta lícito negar
carácter normativo (o prescriptivo) a toda disposición no escrita en
lenguaje normativo. De hacerlo, habríamos de admitir que no solo
el preámbulo, sino otras muchas disposiciones de las diferentes
constituciones existentes, carecen de valor normativo. Y tal
postura, a la luz de la doctrina mayoritaria y de la teoría de la
Constitución racional-normativa es hoy difícilmente sostenible.
Si la Teoría General del Derecho no nos proporciona ninguna base
para rechazar el valor normativo de los preámbulos, la negación de
este ha de estar justificada en preceptos de derecho positivo. Así,
cabría decir que los preámbulos no contienen normas, porque
existe en el ordenamiento jurídico de que se trate una norma sobre
la producción jurídica que establece que solo otras partes de la ley
contienen auténticas normas, es decir, que solo cabe inferir normas
de las disposiciones contenidas en el texto articulado. Pero en la
mayor parte de los ordenamientos esas normas no existen. La
Constitución y los reglamentos parlamentarios no suelen
estable-cer qué partes de un texto legal poseen valor normativo
y cuáles no. Esto quiere decir que el Derecho Positivo, en la
mayoría de los casos, no contiene una norma que niegue valor
normativo a los preámbulos.
Nos encontramos, pues, con que no hay base suficiente para negar, a
priori, el valor normativo de los preámbulos. Ahora bien, tampoco la hay
para atribuírselo. Nuestra opinión sobre este punto se basa en la
distinción conceptual entre disposiciones y normas. Con base en ella
daremos un con-cepto de “normatividad” (Wrobleski, Jerzy: Constitución
y teoría general de la interpretación jurídica, Editorial Civitas, Madrid,
1985) y veremos si el mismo es o no predicable de los preámbulos.
Los actos normativos, —entendiendo por tales, aquellos actos lingüísti-
cos realizados por órganos competentes que pronuncian enunciados con una

237
Javier Tajadura Tejada

finalidad prescriptiva— dan lugar a documentos normativos —textos que


contienen reglas de conducta jurídicamente obligatorias—. Un documento
normativo es, por tanto, un conjunto de enunciados con finalidad prescrip-
tiva resultantes de un acto normativo. Cada uno de esos enunciados es una
disposición. Toda disposición se entiende así como la fórmula institucional-
mente destinada a establecer y manifestar, por medio de su interpretación, la
norma. Por tanto, disposición y norma son cosas distintas. La primera es la
formulación lingüística de la segunda. La norma se obtiene mediante la
interpretación de las disposiciones. Una disposición, por tanto, puede
contener varias normas, y a la inversa, una norma puede ser expresada
mediante varias disposiciones.
La negación del carácter de disposiciones a los enunciados pream-
bulares, nos exigiría admitir la imposibilidad de que estos dieran a lugar a
normas. Pero ello no es posible. Los enunciados preambulares son
disposiciones. Ello es claro dado que son enunciados lingüísticos con
significado. Y son disposiciones que, aun formuladas en lenguaje descrip-
tivo, forman parte del texto normativo, y como tal tienen una finalidad
prescriptiva. Dos argumentos corroboran esta afirmación: a) En primer
lugar, como ya hemos visto, son parte del documento normativo porque los
preámbulos se encuentran sistemáticamente ubicados tras la fórmula
promulgatoria y son discutidos, enmendados y aprobados como un artículo
más. b) En segundo lugar, su finalidad prescriptiva se desprende del hecho
de que el legislador, cuando actúa como tal, ni informa ni describe, sino que
prescribe y todo lo que él emana tiene ab origine ese carácter. Pero del
hecho de que los enunciados preambulares sean disposiciones no se
desprende sin más que sean idóneos para extraer de ellos normas jurídicas y
por tanto para calificarlos de disposiciones normativas. Como afirma
Wroblewski, la discusión relativa a la normatividad de cualquier parte de un
texto legal o constitucional solo es significativa después de definir el término
“normatividad”. Y si por normatividad se entiende, siguiendo al autor citado,
que las disposiciones de un texto legal son o bien direc-tamente aplicables
(valor normativo directo), o aplicables tras construir algunas normas a partir
de estas disposiciones (valor normativo indirecto), debemos analizar si de las
disposiciones preambulares cabe predicar tal cosa. El interrogante acerca del
valor normativo del preámbulo queda planteado, pues, en los siguientes
términos: ¿Es posible extraer normas de las disposiciones preambulares?

238
Entrevistas

En primer lugar, la doctrina es prácticamente unánime, y coincidimos


con ella, en afirmar que las disposiciones preambulares por sí solas no son
fuente de derecho objetivo, es decir, no pueden construirse normas a partir
solo de ellas. De las mismas no cabe extraer derechos ni deberes para los
ciudadanos o los poderes públicos, ni pueden ser consideradas como fuente
de competencias para ningún órgano del Estado. Los preámbulos no son
aptos para regular por sí mismos situaciones y relaciones jurídicas. Esto
quiere decir que los preámbulos, como principio general, carecen de valor
normativo directo. Con la excepción del preámbulo francés, (por lo que he
podido examinar) ningún preámbulo constitucional goza, desde el punto de
vista jurídico, de valor normativo directo. Ahora bien, las disposiciones
preambulares son normativas en la medida en que pueden intervenir en la
determinación del significado de las disposiciones del articulado. Los
preámbulos tienen así un valor normativo indirecto, en cuanto el intérprete
puede obtener la norma valiéndose —o combinando— tanto de las dispo-
siciones del articulado como de las del preámbulo. Por supuesto que nos
encontramos con unas disposiciones cuya intensidad normativa es menor que
las del articulado, pero se trata de una diferencia de grado y de forma. La
diferencia entre las disposiciones del articulado y las del preámbulo reside,
pues, en que de las primeras cabe extraer normas solo de ellas, mientras que
las segundas necesitan siempre ser combinadas con aquellas para permitir al
intérprete extraer una norma.
La Constitución, cuyo valor normativo nadie discute ya, consta, por tanto,
de dos tipos de disposiciones: a) Disposiciones de valor normativo directo: de
las que por sí solas cabe extraer normas. b) Disposiciones de valor normativo
indirecto: que por sí solas no permiten extraer normas, pero que combinadas, por
el intérprete, con las anteriores, contribuyen a la determinación de su
significado. A estas últimas pertenecen las disposiciones preambulares.
Las consecuencias que se derivan de esta menor intensidad normativa
de las disposiciones preambulares son, (y esto es aplicable tanto a la Consti-
tución como a cualquier otro texto normativo), las siguientes: a) En caso de
discrepancia entre disposiciones preambulares y disposiciones articuladas,
prevalecen estas últimas. b) No es posible fundamentar resultados norma-
tivos con base exclusivamente en disposiciones preambulares. c) No cabe
declarar la inconstitucionalidad de una ley, con base exclusivamente, en su
incompatibilidad con una disposición preambular. Esa posibilidad solo se da
en Francia, y desde fecha relativamente reciente, julio de 1971.

239
Javier Tajadura Tejada

¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función política del preámbulo?


Me remito al contenido de las respuestas tercera y sexta. La función
política del preámbulo presenta una doble dimensión, por un lado, se confi-
gura, conforme a la tesis de Schmitt (la Constitución como decisión) como la
síntesis de la decisión política fundamental de la Constitución; por otro, y
conforme a la tesis de Rudolf Smend (la Constitución como integración) se
configura como un instrumento de integración de primer orden.

¿Qué papel debe cumplir el preámbulo constitucional en el umbral


del siglo XXI y del constitucionalismo contemporáneo?
Preguntarnos por el papel del preámbulo en el constitucionalismo de
la segunda década del siglo XXI, nos llevaría a plantearnos el significado
de la Constitución y del Estado en el contexto político, económico,
social, e ideológico actual, lo que desborda claramente el marco de la
presente investigación. Por ello limitaré mi respuesta a la afirmación de
que el preámbulo constitucional debe seguir cumpliendo las funciones
que se han señalado en las respuestas anteriores: síntesis de la decisión
política y factor de integración material, y por ello cualificado
instrumento para la interpretación de la Constitución.

240
Antonio Torres Del Moral

Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad


Nacional de Educación a Distancia (España). Licenciado en
Derecho por la Universidad Complutense en el año 1965. Doctor
en Derecho y en Filosofía por la misma casa de estudios en los
años 1972 y 1988, respectivamente. Especialista en Historia del
Pensamiento Político, en temas de democracia y representación y
de Derecho Parlamentario. Director de la Revista de Derecho
Político desde 1984. Conferencista en diversas Universidades:
Alemania (Regensburg, Bochum y Hannover), Portugal (Lisboa),
Italia (Bolonia y La Sapienza, de Roma), Argentina (Córdoba,
Buenos Aires, Mendoza y Mar del Plata), México (UNAM,
Acapulco y Guadalajara), Colombia (Sergio Arboleda, de Bogotá,
y Cartagena de Indias), Venezuela (Universidad Central), Chile
(Universidad de Chile, Católica de Chile, Valparaíso, Copiapó y
Concepción), Cuba (Gramma y La Habana), Perú (Lima).
Miembro de la Asociación de Constitucionalistas de España desde
su fundación. Entre sus múltiples obras destacan Estado de
Derecho y Democracia de partidos (Servicio de Publicaciones de la
Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, Madrid,
1991).
Es difícil contestar con brevedad y precisión a tan largo cuestionario.
Hay en él materia suficiente para una monografía, como ya la escrita por
nuestro amigo y compañero Javier Tajadura con brillantez y notable éxito.
Me limitaré, pues, a exponer algunas ideas sin pretensiones de precisión
científica, pero inteligibles al menos. Me veo precisado, además, de alterar el
orden de las preguntas para poder enhebrar mis ideas de modo legible.

¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?


Los textos normativos, sea constituciones, sean leyes, no suelen apare-cer
en los diarios oficiales con el nudo texto articulado. Ya en la adopción del
correspondiente proyecto se suele incluir (incluso se debe hacer así, según
algunas constituciones) un texto explicativo de su necesidad o conveniencia, de
los problemas que quiere regular y cómo los regula, de cuáles son las pautas de
su implementación en el ordenamiento jurídico e incluso incor-poran una
memoria económica que ilustre sobre los costes a que dará lugar y los beneficios
que se esperan de su puesta en vigor y aplicación. Son las famosas exposiciones
de motivos, imprescindibles para que los miembros de la Cámara puedan
ilustrarse con vistas a una más fluida y sustancial de-liberación de los diputados.
Una vez publicada la norma, la exposición de motivos pierde sentido como tal;
pero todavía se puede y se debe atender a otros destinatarios, los de la norma una
vez vigente: los ciudadanos. A esta necesidad responden los preámbulos, aunque
con frecuencia, pero muy erróneamente, se les sigue llamando, incluso
oficialmente, exposiciones de motivos. No lo son: las motivaciones para aprobar
la norma ya han dado su fruto y ahora corresponde presentarlas ante la opinión
pública de otra forma. O no presentarlas. De hecho, se suele aprovechar gran
parte del texto de la exposición de motivos, pero, como digo, su función es otra:
no pretende convencer a ningún diputado correligionario u opositor, sino
presentar a la ciudadanía las líneas fundamentales del nuevo texto normativo.

Y lo mismo se puede decir, mudando lo mudable, de las constitucio-


nes. Las hay que, tras la fórmula de promulgación, comienzan de manera
descarnada por el artículo primero. Pero lo usual es que vayan precedidas

243
Antonio Torres Del Moral

de un texto dirigido a la ciudadanía. Son las cartas de presentación de las


constituciones, son como una invitación a los ciudadanos para que comien-
cen la lectura de la norma suprema por esta pieza que intenta ganarlos para
la “causa constitucional”, para la causa de esa Constitución en concreto.

¿Qué debe contener el preámbulo constitucional?


Hay preámbulos de todas clases, desde los muy austeros a los muy
prolijos. Suelen destacar las líneas fundamentales de la nueva Constitución,
los valores que la informan y los retos que enuncia para la actuación futura
de los poderes públicos. Suelen estar escritos con un tono solemne, con
frases elegantes, con cierta belleza literaria y con un estilo frecuentemente
declamatorio. Y no faltan los que incluyen piadosas invocaciones a la divi-
nidad, como, por ejemplo, la Constitución española de 1812.

¿Constituye el preámbulo constitucional la esencia y verdadera


sín-tesis de la Constitución?
No, no lo es; ni una cosa ni otra. Las normas se vierten en sus precep-
tos, en su texto articulado. Los preámbulos suelen reflejar de modo algunos
rasgos del texto de manera que el ciudadano, al leerlo, pueda hacerse una
idea inicial del contenido y del tono que lo anima, pero no lo sintetiza ni lo
quintaesencia. Piénsese en que no suelen hacer mención de la organiza-ción
de los poderes (moción de censura, cuestión de confianza, sistema de
fuentes, estructura cameral del Parlamento, y un amplio etcétera, que tanta
importancia tienen en el funcionamiento del sistema político. Más bien se
circunscriben a algunos aspectos de la parte dogmática y no a toda ella.

¿El preámbulo constitucional forma indisolublemente parte de la


Constitución? ¿Tiene naturaleza normativa?
No me hago idea cierta de qué se quiere preguntar cuando se emplea el
término indisoluble. Por ir despejando incógnitas, diré que no es parte
indispensable, no. La mejor prueba de lo que digo es que hay o ha habido
alguna Constitución sin preámbulo sin mengua de su naturaleza de norma
suprema. Ahora bien, en caso de que haya preámbulo, ¿es parte inescindible
de ella? Obviamente, sí. La Constitución debe ser tomada como un todo,
independientemente de que sus partes tengan una significación y otra dife-
rente. El preámbulo no es una pieza texto aparte de la Constitución y ésta

244
Entrevistas

tampoco lo es desprendida del preámbulo, el cual forma parte de la


misma y fue promulgado con el texto articulado todo en una pieza. Pero
no tiene naturaleza normativa, sino, como ha estudiado exhaustivamente
el profesor Javier Tajadura, naturaleza jurídica en su vertiente
interpretativa. En efecto, ningún juez puede resolver un caso con apoyo
exclusivo de un párrafo del preámbulo. En cambio, sí puede tenerlo en
cuenta para mejor interpretar algún precepto del texto articulado.

¿Cómo debe expresarse la función educativa o pedagógica del


preámbulo constitucional para reforzar las relaciones pacíficas en-
tre gobernantes y gobernados en un Estado social y democrático
de Derecho?/ 8. ¿Y qué nos puede decir en cuanto a la función
política del preámbulo?
Ambas funciones vienen a coincidir. O, por decirlo con mayor preci-
sión, su función política consiste en la pedagogía que puede ejercer sobre la
ciudadanía, no solo dándole a conocer aspectos esenciales del texto
promulgado, sino también contribuyendo a su socialización en los valores
que este profesa, integrándolo en la cultura constitucional de forma senci-lla
y anterior a la lectura de la norma propiamente dicha. Lectura que con
demasiada frecuencia no se hace, y, en cambio, sí que se lee el preámbulo.
Es, por consiguiente, o puede ser, la puerta de entrada en la cultura consti-
tucional que el texto fundamental intenta implantar y, por tanto, también de
los cambios normativos que este introduce respecto de otro anterior.

¿Debe reflejarse el espíritu del preámbulo constitucional en la inter-


pretación, ya sea en la parte dogmática como en la parte orgánica,
de cualquier articulado constitucional?
Desde luego, es muy conveniente tenerlo en cuenta en la interpretación del
texto articulado. Por lo dicho anteriormente, dará más juego en esta función suya
en la interpretación de la parte dogmática (valores, principios, derechos,
etcétera), pero también, en ciertos casos, en la interpretación de la parte
orgánica: estatuto de la jefatura del Estado, jerarquía normativa, relación del
Derecho de producción interna con los tratados y con el Derecho producido por
las organizaciones internacionales y supranacionales a las que pertenezca el
Estado, etcétera. No siempre los preámbulos contienen referencias a estos
aspectos, pero algunos sí. Por ejemplo, el preámbulo constitucional español hace
una apuesta por la paz entre las naciones mientras

245
Antonio Torres Del Moral

que, por el contrario, el artículo 63.3 dispone que el rey, con autorización de
las cortes generales, declara la guerra y firma la paz. Si llegara el caso, pre-
valece este artículo, pero el preámbulo está invitando a los poderes públicos
a que eviten dichas situaciones mediante procedimientos pacíficos. En este
supuesto, el preámbulo está expresando mejor que el precepto indicado el
espíritu de las Constitución. Repito: jurídicamente, planteado el indeseable
supuesto, prevalecería el artículo referido, pero la función del preámbulo es
de persuasión y estímulo a los poderes públicos para que no den lugar a que
llegue la ocasión de aplicar dicho precepto, que debe quedar como ultima
ratio para cuando esto sea verdaderamente inevitable.

¿La labor interpretativa y/o hermenéutica a partir de las


sentencias que pronuncia el Tribunal Constitucional, es una
función dinámica que incide en el texto preambular?
Sí, naturalmente; repercute en la intelección de todo el
Ordenamiento. En relación con el preámbulo, lo hace de una manera
indirecta cuando in-terpreta preceptos que hacen referencia a principios y
valores que también han sido reflejados en el preámbulo. Si en un inicio
las vertientes interpre-tativas del texto y del preámbulo están muy
abiertas, la jurisprudencia del Tribunal las va cerrando o dirigiéndolas
hacia un abanico interpretativo algo más estrecho; incluso podría cerrarlo
por completo estableciendo una interpretación determinada como la única
jurídicamente atendible por el resto de los operadores jurídicos (no, claro
está, para la doctrina científica), pero esto es muy infrecuente.

246
Apéndices
Óscar Alzaga Villaamil

Se licenció en Derecho en la Universidad de Madrid en 1964, ad-


quiriendo en 1972 el título de doctor en Derecho en la Universidad
Autónoma de Madrid. Es Catedrático de Derecho Constitucional
emérito y Exdirector del Departamento de Derecho Político de la
Universidad Nacional de Educación a Distancia (uno de los dos en
los que se divide el Área de Conocimiento de Derecho Político en
dicha Universidad), en la que aún colabora. Fue co-fundador de la
revista Cuadernos para el Diálogo (1963) y de la revista Dis-cusión
y Convivencia (1970). Es fundador y director de la revista Teoría y
Realidad Constitucional. Es, desde 2010, académico de número de
la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En abril de 2012
fue designado miembro de la comisión de expertos para la reforma
de la Universidad. Ha sido presidente de la Funda-ción Luis Vives
hasta su fusión con la Fundación Acción contra el Hambre de la
que actualmente es presidente del Consejo Asesor. Entre sus
recientes trabajos, destacan Derecho Político Español se-gún la
Constitución de 1978, “Constitución y fuentes del Derecho, 6ª
edición, vol. I, Madrid, 2016; Derecho Político Español según la
Constitución de 1978, “Derechos Fundamentales y Órganos del
Estado” 6ª edición, vol. II, Madrid 2017; “Contribución al estudio
del Derecho parlamentario” y Sociedad democrática y Constitución
(Estudios y cabos sueltos), Marcial Pons, Madrid, 2018.
§I

LA NACIÓN EN LOS PREÁMBULOS DE


LAS LEGES SUPERIORES, EL ESTATUTO
DE 2006 Y LA STC 31/2010
Óscar Alzaga Villaamil Catedrático de Derecho
Constitucional Universidad Nacional de Educación a
Distancia (España)

SUMARIO.- I. Introducción. II. El género literario-jurídico de


los preámbulos constitucionales. Hitos del Derecho Com-
parado. III. El pronunciamiento capital de los preámbulos de
nuestras constituciones históricas. IV. El pronunciamiento
capital del preámbulo del proyecto de Estatuto de Autonomía
de Cataluña de 1931. Y su supresión por las Cortes en 1932.
V. El preámbulo de la Constitución española de 1978. VI. El
preámbulo del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1979.
VII. El preámbulo del Estatuto de Autonomía de 2006. VIII.
La STC 31/2010 sobre el Estatut.

Introducción
La Sentencia 31/2010 del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de
2006 pasará a engrosar el corpus doctrinal de sentencias fundamentales en la
definición del Estado autonómico, por mucho que se la quiera devaluar por
las dificultades con que tropezó el alto tribunal para darla a luz.
Los profesores de la asignatura, en los días previos a dictarse el fallo,
nos hubimos de limitar a seguir algunas filtraciones en las páginas de la
prensa sobre cómo avanzaba esta obra jurisdiccional hasta su desenlace, el

249
Óscar Alzaga Villaamil

19 de julio de 2010, en forma de sentencia gruesa, pero realmente sucinta, —


en cuanto dispone de una buena arquitectura interna que evita circunlo-quios
innecesarios— con cuatro votos particulares. Según tales versiones
periodísticas sobre las deliberaciones secretas del Pleno del Tribunal, el
último y más esforzado capítulo del debate entre los magistrados se centró
en el pronunciamiento sobre el preámbulo del Estatuto. Quizás se había
aparcado para el final lo más importante o lo más intrincado.
Todo ello no podía extrañar a la vista del texto preliminar del proyecto
que aprobó el Parlament (dotado, como veremos, de una grandilocuencia
que no era neutra), de su filtro durante la tramitación en las cortes generales
y del hecho de que, pese a este, permanecieron categorías conceptuales del
preámbulo redactado en la Asamblea autonómica.
De otro lado, cuando por primera vez un Estatuto de Autonomía se
somete, casi íntegramente, a la jurisdicción constitucional nos obliga a
refrescar una serie de ideas básicas.
Nos referimos a la tensión dialéctica que late en el Derecho Cons-
(1)
titucional entre Derecho y Política , y que aunque el TC recabe para sí una
(2)
naturaleza jurisdiccional en estado puro , lo que incluso se elevó a la
categoría de axioma por un jurista de prestigio cierto, el profesor Rodríguez
(3)
Bereijo , la dimensión política del Tribunal Constitucional emerge como
factor que complementa sin desvirtuar su carácter jurisdiccional, y ello no es
(4)
desconocible por ningún constitucionalista dotado de realismo . Es más, en
ciertos grandes casos el TC ante un conflicto cuya solución se somete a su
arbitrio judicial, puede verse en el trance de convertirse, como dijera

Vid. TRIEPEL, H.: Derecho público y política, trad. esp., Ed. Civitas,
1974, págs. 15 y concordantes. También, LIMBACH, J.: “Papel y poder del
Tribunal Cons-titucional”, TRC, n.º 4, 2.º semestre 1999, pág. 96 y concordantes.
STC 194/1992, de 16 de noviembre.
RODRÍGUEZ BEREIJO, A.: “Constitución y Tribunal Constitucional”, en
Civitas. Revista Española de Derecho Administrativo, n.º 91, 1996, págs. 371, 375 y
376.
Vid. ALZAGA VILLAAMIL, O.: “Sobre la composición del Tribunal
Cons-titucional”, TYRC, n.º 10-11, 2003, págs. 149 y ss.

250
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

(5)
Stone, en el gran legislador . Y este ha sido, en buena medida el caso que
nos ocupa. A ello habremos de volver en las páginas finales de este trabajo.
Para acercarnos al análisis científico político sistemático que ha podido
gravitar, como complemento de la hermenéutica jurídico pública, a la hora
de dictar sentencia, estimamos pertinente empezar por unas breves conside-
raciones y por una visión panorámica de ese género literario específico que
constituyen los preámbulos en Derecho constitucional, bien diferenciable del
de los preámbulos de las leyes ordinarias que, por lo general, se limitan a
exponer, a modo de “exposición de motivos”, los fines que persigue abordar
el proyecto de ley y, después, los fines de la norma que alcanza vigencia con
(6)
rango de ley ; constituyendo un factor más o menos significativo, según los
casos, a la hora de abordar una interpretación teleológica de la dispo-sición
(7)
de que se trate . Si bien es cierto que los preámbulos de las leges
superiores, entre otros cometidos más relevantes, también pueden reflejar
“los motivos capitales de la ley fundamental”, en palabras de Wittmayer.
Empecemos por dejar claro que los preámbulos de las leyes ordinarias
pertenecen a una galaxia jurídica muy distante de la que configuran los
preámbulos de las grandes fuentes jurídicas propias de nuestra disciplina,
como alejado se encuentra el alcance de la Ley fundamental de las fuentes
que conforman el resto del ordenamiento jurídico.
Pero la distinción alberga algunas complejidades cuando se trata de la
singular posición de los preámbulos de las Constituciones de los Estados
federales, sujetos de soberanía en el Derecho internacional público, respecto
de los preámbulos que encabezan las constituciones de los estados federados

STONE, SWEET, A., quien llega a sostener, desde el debido realismo, que
“los jueces constitucionales se comportan más como legisladores sofisticados y los
legis-ladores actuarán de acuerdo con lo que los Jueces Constitucionales hagan”,
Governing with Judges, Oxford, 2000. Cfr. GARRIDO FALLA, Fernando: “La
elaboración de las sentencias del Tribunal Constitucional: Una experiencia
personal”, TRC, n.º 10-11, 2003, pág. 61.
Vid. GARRIDO FALLA, F.: Comentarios a la Constitución, Ed. Civitas,
Madrid, 1980, págs. 17 y 18.
Vid. DÍEZ-PICAZO, L. M.: “Los preámbulos de las leyes (En torno a la
motivación y la causa de las disposiciones normativas)”, Anuario de Derecho Civil,
Tomo XLV, Fasc. II, MCMXCII, págs. 502 y ss.

251
Óscar Alzaga Villaamil

en el seno de una federación regida por una Constitución que se sitúa en la


(8)
cúspide de la pirámide del ordenamiento jurídico . En el caso del Derecho
Constitucional español la diferencia es más nítida, por conceptuar nuestra
Constitución de 1978 a las leyes que aprueban los Estatutos de Autonomía
como leyes orgánicas, en su artículo 81.1. Pero cuando se pretende, como ha
ocurrido en el proceso de elaboración del nuevo Estatuto de Cataluña, situar
a este en un plano no infra constitutionem sino praeter constitutio-nem, y tal
esfuerzo se despliega a partir de la concepción y redacción del preámbulo,
no es suficiente traer a colación el valor de los preámbulos de las leyes
ordinarias y hemos de diseccionar la singular problemática de los
preámbulos constitucionales propiamente dichos.

El género literario-jurídico de los preámbulos cons-titucionales. Hitos del


derecho comparado
Sería inútil pretender reducir a una clasificación los preámbulos de los
grandes textos políticos que han regido la historia de los países occiden-
tales. Pero es factible otear el panorama que ofrecen las cartas magnas y fijar
nuestra atención en algunos supuestos de preámbulos encarnados en
momentos singulares del devenir de un pueblo, que se han convertido en
hitos relevantes de entre los que jalonan el curso del Derecho Constitucional
Comparado. Estos textos quizás sean considerables como arquetipos. La
visión del ancho horizonte del Derecho Constitucional Comparado permi-te
establecer una distinción primaria, en atención a su extensión: junto a
preámbulos breves, que suelen limitarse a constatar el poder constituyente y
se funden, en términos solemnes, con la fórmula de promulgación de “la
(9)
siguiente Constitución” , encontramos preámbulos dotados de extensión

No es posible, por razones de espacio, abordar el singular estilo y alcance


de estas constituciones, que, en ocasiones, como es sabido, han sido previas a la
respectiva Constitución federal.
De esta expresión algunos autores deducen que la Constitución propiamente
dicha empieza a continuación, es decir con su artículo 1.º, “sin que el Preámbulo sea
parte de la Constitución misma”. En este sentido, véase: HERRERO DE MIÑÓN, M.:
“Comentario al preámbulo de la CE”, en CASAS BAAMONDE, M. E., y RODRÍ-
GUEZ-PIÑERO Y BRAVO-FERRER, M.: Comentarios a la Constitución Española.
XXX Aniversario, Madrid, 2008, pág. 3. Nosotros no comulgamos con esta respetable
opinión, que —según creemos— no tiene más apoyatura que la semántica. Comparti-
mos la tesis ampliamente mayoritaria según la cual el preámbulo es parte integrante y

252
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

notable. Al primer tipo responden la práctica totalidad de los preámbulos


de las leges superiores que hemos conocido en el constitucionalismo
histórico español, aunque, desde luego, el preámbulo del Estatuto de
Autonomía de Cataluña de 2006, lejos de situarse en esa trayectoria,
apuesta por una prolijidad doctrinaria e historicista. El segundo grupo,
está formado por los preámbulos constitucionales extensos, es decir, los
que abordan con cierta amplitud muy variados temas sobre antecedentes,
origen de la nor-ma, fines que se persiguen, contexto internacional en que
se dicta la nueva Constitución……
Abocetamos esos dos términos básicos de clasificación, porque el
estudio de los preámbulos de la segunda clase nos lleva a establecer una
distinción conceptual: la diferenciación en el seno de los preámbulos de las
leyes políticas fundamentales de lo que denominaremos su pronunciamiento
capital frente a sus meras manifestaciones complementarias.

II.1. El pronunciamiento capital de todo preámbulo


De entre todos los pronunciamientos que podemos encontrar en
estos magnos preámbulos emerge siempre, sobre todos los demás, la
constancia de la autoría. En otras palabras, tiene la mayor relevancia la
aparición, en la cabecera del texto, de la colectividad depositaria de la
soberanía política, que ostenta y ejerce el poder constituyente.
Este enunciado es de trascendencia capital para la comprensión de la
legitimidad del sistema jurídico político que pasa a instaurar y a regir, amén
de para definir el rango de la propia norma como fuente del resto del orde-
(10)
namiento jurídico y para entender debidamente su alcance normativo .Y
esta afirmación que siempre contiene un preámbulo constitucional es la

significativa de la norma a la que pertenece y encabeza. Pero al hablar, más adelante,


de la eficacia jurídica del contenido de los preámbulos, tendremos ocasión de
abordar con mayor atención esta materia.
Cabe recordar que José María Gil Robles sostuvo en las constituyentes de
1931 que el preámbulo resolvía los siguientes problemas: ¿Quién realiza la función
constituyente?; ¿en qué concepto lo hace?; ¿por conducto de qué órgano actúa?, y
¿de qué modo la realiza? Citado por PÉREZ SERRANO, N.: La Constitución
española (9 diciembre 1931) Antecedentes, texto, comentarios; Ed. Revista de
Derecho Privado, Madrid, 1932.

253
Óscar Alzaga Villaamil

única huella formal que deja a su paso el poder constituyente, a cuya con-
dición se refería Donoso Cortés cuando afirmaba en términos excesivos:
“el poder constituyente no puede localizarse por el legislador, ni formu-
larse por el filósofo; porque no cabe en los libros y rompe el cuadro de
las constituciones; aparece como el rayo que rasga el seno de la nube,
(11)
inflama la atmósfera, hiere a la víctima y se extingue” . Pero en el
preámbulo, añadimos nosotros, queda su sello.
La firma que estampa el poder constituyente en el preámbulo es lo más
relevante del mismo dado que la Constitución es la única y gran obra de
aquél. En los albores del movimiento constitucionalista se trataba de la
expresión de la voluntad política de un pueblo —también denominable
nación— preexistente, que inauguraba el ejercicio de su voluntad colectiva
al darse a sí mismo una Constitución Política. Este ejercicio de voluntad
soberana es lo que permitirá a Carl Schmitt considerar toda Constitución
(12)
como “una decisión política del titular del poder constituyente” ; lo que
formula en esquema anti formalista, pero que es menos original de lo que de
ordinario se piensa, por ser altamente tributario de la venerable doctrina del
poder constituyente asentada por los padres de la teoría del “pouvoir
constituant”durante la Revolución francesa.
Hemos de retener que la legitimidad del poder constituyente está
irre-misiblemente conexa con la legitimidad del sistema político que
establece. Y su nítida diferenciación de lo que en el Derecho
Constitucional español vigente es el muy respetable pero bien distinto
poder estatuyente, poder constituido por la propia Constitución de 1978 y
sometido al imperio de la misma. Sus respectivos frutos normativos se
ordenan en base al principio de jerarquía.
A este pronunciamiento de los preámbulos sobre su autor, que
damos en adjetivar de capital, vamos a dedicar buena parte de las
reflexiones cen-trales de este trabajo.

CORTÉS, D.: Lecciones de Derecho Político, Lección VI, dictada en el Ateneo de


Madrid el 10 de enero de 1837, en Obras Completas, Ed. BAC, Madrid, 1970, pág.
Su negación a que el legislador pueda constatar el poder constituyente solo se
explica por su visión del mismo como “hecho histórico” y por su visión
conservadora y doctrinaria de la Constitución.
SCHMITT, C.: Teoría de la Constitución, trad. esp., Alianza Editorial, Madrid,
1982, pág. 47.

254
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

II.2. Las manifestaciones complementarias


El solemne pórtico de la Constitución ha cobijado a lo largo de la
historia del constitucionalismo occidental declaraciones de muy diversa
naturaleza. Sin pretensión de exhaustividad aludiremos a algunas:
La mención solemne de Dios, como creador, en cuanto se actúa
en su nombre, o su invocación como origen próximo o remoto
del poder político; o bien, la omisión de tal mención.
Las pistas técnico-jurídicas sobre si se acomete un proceso de
continuidad o ruptura con el sistema político anterior, que se
refleja frecuentemente en la referencia (o el silencio voluntario)
a la Constitución previa; cuestión que, a veces, se complementa
con una disposición derogatoria incorporada en la parte final de
la Lex Superior de que se trate.
Como correlato de lo anterior, en ocasiones, una breve alusión
al período político precedente, que se ensalza o lamenta, gene-
ralmente en la medida en que ello se correlacione con la propia
legitimación de la nueva Ley Fundamental.
Expresión, por lo general sucinta, de la orientación ideológica
desde la que se redacta todo el texto fundamental, con expresión
de los valores que lo presiden. Es el contenido axiológico de la
Constitución, que aspira a ser un factor de integración que se
(13)
proyecta hacia el futuro, por decirlo en palabras de Smend .
Si es de carácter demoliberal no suele faltar la mención al
Estado de Derecho y a alguno de sus aspectos más esenciales
como el debido respeto a los derechos humanos; si se trata de
una Consti-tución totalitaria (fascista, comunista……) se
apuntarán las paredes maestras de la correspondiente ideología.
Con frecuencia encontraremos mención de los fines que se
propone alcanzar la comunidad política, lo que puede incluir
referencias muy diversas de política interior y exterior, políticas
económi-co-sociales, extensión de la educación y tantas otras.

SMEND, R.: Verfassung und Verfassungsrecht, Múnich - Leipzig, 1928. Hay


trad. esp.: Constitución y Derecho Constitucional, Ed. CEC, Madrid, 1986, págs. 62 y ss.

255
Óscar Alzaga Villaamil

Alusión a la estructura federal de ordenación territorial del


poder político: En nuestro caso, referencia a la condición
autonómica del Estado.
Un cierto carácter didáctico con el que la norma se presenta a
los diversos sectores de la ciudadanía para exponer su razón de
ser y la legitimidad que preside esa lex superior, que aspira a
(14)
regir la vida pública . Como ha escrito Javier Tajadura,
(15)
apoyándose en Pablo Lucas Verdú : “Una enseñanza de la
Constitución que aspira a acercar ésta al ciudadano medio
necesita recurrir al preámbulo dada la mayor facilidad de
(16)
comprensión delos concep-tos allí recogidos” .
La fría enumeración precedente no puede ser buen reflejo de la realidad
de unos textos jurídicos cálidos como son esta suerte de preámbulos. Nos
aproximaremos mejor a sus contenidos si observamos ciertos preámbulos
arquetípicos de la historia del constitucionalismo comparado occidental.

II.3. Hitos del derecho comparado


La Constitución de los Estados Unidos de América, según sabemos,
acuñó el primer preámbulo constitucional de la historia contemporánea.
Ejemplo de solemne laconismo, un solo y breve párrafo iniciado con estas
palabras: “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de hacer nuestra
unión más perfecta…”, con lo que se definía el poder constituyente y el paso
de la antigua Confederación a una Federación que progresivamente
avanzaría hacia una mayor compenetración de sus Estados miembros.
En Europa, como todos conocemos bien, los primeros preámbulos
constitucionales germinan en Francia. La Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano de 1789 (que en su versión de 1791 sirve de

Ello explica que en ciertos países los preámbulos constitucionales, o el


núcleo esencial de los mismos, se enseñan a los niños en las escuelas y quizás
estemos entonces ante una circunstancia atenuante concurrente en ciertos
preámbulos doctrinarios que se deslizan hacia un estilo catequético.
Vid. LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento constitucional, Ed. Reus,
Madrid, 1985, pág. 147 y concordantes.
TAJADURA TEJADA, J.: El Preámbulo constitucional, Ed. Comares,
Ma-drid, 1997, págs. 75 a 80.

256
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

pórtico a la Constitución de 3/9/1791) contenía un preámbulo con esta


apertura: “Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea
nacional, considerando que… …” y se cerraba mediante fórmula solemne:
“En consecuencia, la Asamblea nacional reconoce y declara, en presencia y
bajo los auspicios del Ser Supremo, los siguientes derechos del hombre y del
ciudadano”. A la par, este preámbulo de la Constitución francesa y
monárquica de 1791 es el texto en que los liberales, representantes de la
burguesía emergente declaran entre otras afirmaciones conducentes a hacer
una declaración negativa sobre el poder constituyente que en el mismo no
participa la nobleza, pues estamos asistiendo al enterramiento del régimen
nobiliario: “Ya no hay nobleza, ni pares, ni distinciones hereditarias, ni
distinciones de órdenes, ni régimen feudal, ni justicias patrimoniales, ni
ninguno de los títulos, denominaciones y prerrogativas que derivaban de
ellas, ni órdenes de caballerías, ni corporaciones o condecoraciones para las
cuales se pudieran exigir pruebas de nobleza o que supusieran distin-ciones
de nacimiento; no existe otra superioridad que la de los funcionarios públicos
en el ejercicio de sus funciones”. Lo anterior tenía un desarrollo coherente en
un relevante artículo 1.º del título III: “La soberanía es una, indivisible,
inalienable e imprescriptible. Pertenece a la nación; ninguna sección del
pueblo, ni ningún individuo puede atribuirse su ejercicio”. Una lectura
conjunta e integradora del preámbulo y de este precepto clarifica por entero
lo que se dispone: el poder constituyente originario, titular de la soberanía,
corresponde a la nación (encarnada en la Asamblea nacional) no al rey ni a
ninguna clase o grupo privilegiado.
Recordamos, dando un salto mental olímpico, que el preámbulo de
la vigente Constitución francesa de 1958 es breve. Parte de que el poder
constituyente pertenece al pueblo francés y asume la estela de la historia
constitucional francesa al declarar: “El pueblo francés proclama solem-
nemente su adhesión a los derechos del hombre y a los principios de la
soberanía nacional tal y como fueron definidos por la Declaración de
1789, confirmada y completada por el preámbulo de la Constitución de
1946”. Se completa en el artículo 3.º, ap. 1.º, que establece: “La soberanía
nacional reside en el pueblo, que la ejerce a través de sus representantes y
por medio del referéndum”.
Lo anterior es buena prueba de que los ríos de tinta que han procurado
deslindar los conceptos de pueblo y de nación fluyen de los mismos ma-
nantiales del primer constitucionalismo liberal a la hora de residenciar la

257
Óscar Alzaga Villaamil

titularidad del poder constituyente. Nos referimos a dos conceptos-fuerza


de la historia del constitucionalismo, los mencionados de pueblo y
nación, como expresiones que fueron originariamente entendidas como
(17)
diferentes en su forma de asumir el poder constituyente .
Según hemos enfatizado, el primer hito se debe a los Estados Unidos de
América donde “el llamado pacto de gracia puritano se transformó en pacto
político” (recuérdese cómo los colonos redactaron los célebres “con-
venants” en tal forma que diríase que el acto constitucional se canalizaba a
través del contrato social) y el poder constituyente se afirmaba que se ejercía
por el pueblo de forma directa, sin que mediase delegación a favor de
(18)
representantes , de donde se deducía la idea de que en las Asambleas no
residía el poder constituyente, por lo que se necesitaba una ratificación final
del pueblo, en cuanto único titular del poder constituyente.
Francia ofreció, como es bien conocido, el contra modelo, pues la
Nación soberana era encarnada por una Asamblea nacional, que ejercía el
(19)
poder constituyente: Recordemos que Zweig subrayó con énfasis que al
debatirse la Constitución francesa del año III (1793), en la sesión del día 2
del mes Thermidor, Siéyes sistematizó una idea fuerza revolucionaria, a
saber: Francia es una “nación”; la nación es el origen del poder político, es
decir en ella reside el poder constituyente, en cuanto su voluntad es ley
suprema; y la nación no está, ni puede estar, sometida a la Constitución, sino
que puede modificar ésta cuando y como le plazca. El poder constituyente de
la nación es el originario, a diferencia del mero poder constituyente

Nos referimos a una vieja matización que formularon, entre otros muchos
autores, HELLER, H., que sostiene que el pueblo es una formación cultural amorfa, que
se convierte en nación cuando la conciencia de pertenecer al conjunto llega a
transformarse en una conexión de voluntad política (Teoría del Estado, trad. esp., Ed.
Fondo de Cultura Económica, 5.ª ed., México, 1963, págs. 174 a 183), o SCHMITT, C.,
para quien «la palabra nación designa en sentido expresivo un pueblo con capacidad de
actuar, despierto a la conciencia política», en Teoría de la Constitución, trad. esp.
Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1982, págs. 71 y 96.
Vid. DE VEGA, P.: La reforma constitucional y la problemática del poder
constituyente, Ed. Tecnos, Madrid, 1985, págs. 24 a 76.
ZWEIG, E.: Die Lehere von «Pouvoir constituant». Ein Beitrag zum Sta-
atsrecht der französischen Revolution, Ed. Verlag von J. C. B. Mohr, Tubinga, 1909,
págs. 1 y ss.

258
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

(20)
constituido . Menor aplauso merece el elogio de Siéyès, como un gran logro
revolucionario francés, de la diferenciación entre poder constituyente y poderes
(21)
constituidos . La réplica se la proporcionó La Fayette, al recor-darle que ya
en Norteamérica se había partido de la idea de la existencia de un poder
constituyente distinto de los constituidos, aplicando la distinción con aun mayor
(22)
pulcritud a como lo habían hecho las asambleas francesas .
El vigor del mito de la nación es un fenómeno complejo que alberga, entre
otros factores, lo que Max Weber denominó “una sugestión emotiva que se basa
en el sentimiento de prestigio que con frecuencia penetra de modo profundo en
las masas pequeño burguesas” lo que —sostiene Weber— “por quienes lo
utilizan (conlleva) el siguiente significado indudable: la posesión por ciertos
(23)
grupos humanos de un sentimiento específico de solidaridad fren-te a otros” .
Añadiríamos nosotros que esa solidaridad interna y falta de solidaridad
extramuros se basa en la enseñanza y comprensión de la historia propia en
términos de autosatisfacción y de superioridad sobre el vecino. Lo que nos
asoma al gran pasivo que ofrece en su balance todo nacionalismo.
Pero la fuerza del mito de la nación explica que los revolucionarios
liberales españoles lo hicieran suyo precisamente contra los franceses, y
el que se esgrimiera como bandera del liberalismo progresista español
durante toda la historia de nuestro constitucionalismo, incluyendo nuestra
vigente Constitución de 1978, así como que lo deseen hacer propio, tanto
tiempo después los miembros del Parlament, a la hora de escribir su
preámbulo del Estatut. Sobre ello volveremos.

Cfr. PÉREZ SERRANO, N.: cit en n.° 10, págs. 16 y 17.


Vid. SIÉYÈS, E.J.: ¿Qué es el tercer estado?, trad. esp., Ed. Aguilar, Madrid,
1973, págs. 76 y 77. Al respecto, apostilló Pérez Serrano socarronamente que “aún
añadió el poco modesto abate y fabricante de constituciones, que ese descubrimiento,
muy importante para la ciencia, era de origen francés, fijando para más señas en el año
1788 la aparición de tan sano y fecundo pensamiento; con lo cual y como en esa fecha se
publicó su famoso estudio sobre el tiers état, fácil es averiguar a quien corresponde la
gloria de tan venturoso hallazgo”. PÉREZ SERRANO, Nicolás: El poder constituyente,
Discurso de recepción en la R. Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid,
1947, pág. 12.
Vid. FAYETTE, Marqués de la: Memoires, París, 1938, vol. IV, pág. 36.
WEBER, Max: Economía y Sociedad, Tubinga, 1922. Citamos por la trad. esp.
Ed. Fondo de Cultura Económica, 2.ª ed, México, 1964, vol. II, págs. 678 y 679.

259
Óscar Alzaga Villaamil

Completemos estos brochazos introductorios con unas parcas pincela-


das. Carré de Malberg, al analizar el origen de estas construcciones doctri-
nales entendía que la noción de soberanía popular implicaba un concepto de
pueblo equivalente al conjunto de ciudadanos de la generación presente;
mientras que la soberanía nacional descansaba en un concepto más abs-
tracto, el de nación, que podía no solo incluir a la ciudadanía actual, sino sus
recuerdos y su historia, pero siempre interpretada y representada por la
Asamblea. ¿Existe la nación antes de que así se declare por la Asamblea
nacional? Difícil pregunta, ya que la respuesta válida será la que de la propia
Asamblea. La voluntad de la nación a la postre es la de sus representantes,
según teoriza Carré de Malberg al diseccionar la idea revolucionaria de la
(24)
soberanía nacional . Más tarde diversos autores, como Guillaume Ba-
(25)
cot , han entendido que a la postre, en la Francia revolucionaria de 1789 a
1794 late un único concepto de soberanía, aunque unas veces se atribuya al
(26)
pueblo y otras a la nación . En nuestra opinión, esta tesis es por entero
certera y el que ambos términos son sinónimos a efectos jurídico públicos se
encuentra asumido por el léxico de todo el Derecho Constitucional contem-
poráneo incluido el francés. Nación y pueblo equivalen en nuestra ciencia a
la colectividad, titular de la soberanía y, consiguientemente, del poder
(27)
constituyente . Pero no podemos desconocer que el historicismo —tan
amado por todo nacionalismo— siente un especial apego por las connota-
ciones de una expresión mágica: La Nación. No en vano la doctrina de las

CARRÉ DE MALBERG, R.: Contributiona la Theorie générale de l´État,


Librairie Recueil Sirey, Paris, 1920; tomo I, págs. 73 y ss., y tomo II, págs. 152 y ss.
Vid, también, del mismo autor: La loi expression de la volonté générale, Ed. Sirey,
Paris, 1931.
BACOT, G.: Carré de Malberg et lórigine de la distinction entre la souve-
raineté et souveraineté nationale, París, CNRS, 1985.
Cfr. MAÍZ, R.: “Los dos cuerpos del soberano: El problema de la soberanía
nacional y la soberanía popular en la revolución francesa”, PUNSET BLANCO, R.,
BASTIDA FREIJEDO, F. J. y VARELA SUANZES, J.: (Dirs): Soberanía y Constitu-
ción, Ed. Inst. de Estudios Parlamentarios Europeos; Principado de Asturias, Oviedo,
1998, págs. 167 y ss.
En la Teoría del Estado, en cuyo seno las aportaciones sociológicas e
histo-ricistas son verdaderamente importantes, el debate puede permanecer abierto.
Pero a efectos jurídico constitucionales estamos ante términos sinónimos.

260
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

nacionalidades con derecho a Estado propio algunos la siguen


considerando un dogma laico de eterna vigencia, aunque pueda conducir
a una relectura interesada de la historia con afán nada moderno de
abandonar los procesos de integración en grandes naciones.
En el siglo XX hay algunos hitos del Derecho Constitucional compara-
do que, al hilo de lo anterior y con la vista puesta en el Estatuto de Cataluña
de 2006 merecen ser traídos a colación. De entre todos ellos destacaremos
dos precedentes: El de la Constitución de 27/10/1968 de la República So-
cialista de Checoslovaquia, que incorpora un preámbulo mucho más sucinto
(28)
que los de las restantes “Democracias Populares” , y el de la
Constitución de 1974 de la República Socialista Federativa de Yugoslavia.
Ambos tienen en común la concepción de sus estados como plurinacionales.
En efecto, la Constitución checoslovaca de 1960 proclamaba en su
preámbulo que: “Los dos pueblos que han creado la República
Checoslovaca, Checos y Eslovacos, viven en concordia fraternal”, lo que
tenía su trasunto en el Artículo 2.º, que consagraba el Consejo Nacional
Checo y el Consejo Nacional Eslovaco. Pero en la Constitución de 1968,
una nueva redacción de su preámbulo daba un significativo paso para
afirmar: “Nosotros, las naciones checa y eslovaca……”.

Se caracterizan tales preámbulos por su prolija retórica donde no suele faltar la


referencia tópica a una historia de lucha heroica del pueblo oprimido contra las clases
opresoras a las que han vencido para establecer una República Popular. Buen ejemplo lo
constituye la Constitución de la República Popular de Hungría de 1949, en que el primer
párrafo de su preámbulo establece: “Durante más de un milenio, Hungría se mantuvo
viva gracias al trabajo, a los sacrificios y a las fuerzas sociales creadoras de su pueblo.
Entre tanto, el poder del Estado permanecía en manos de las clases domi-nantes, que lo
empleaban como medio para explotar y oprimir al pueblo, privado de derechos. Nuestro
pueblo dirigió una encarnizada lucha por el progreso social y por la independencia
nacional, y tras innumerables sacrificios logró mantener y defender nuestra existencia
nacional”. También se distinguen por otorgar carta de naturaleza a su condición de países
satélites de la órbita de una URSS con la que se creen obligados por una deuda
impagable. (Vid. El citado preámbulo de la Constitución húngara y, entre otros, los de
Albania (1946 y 1976); Bulgaria (1947 y 1971); Polonia (1952 y 1976); Rumanía
(1948)…, pudiéndose citar como excepción puntual a estas clausulas de estilo
prosovieticas, la Constitución de la República Socialista Federativa de Yugoeslavia
(1974).

261
Óscar Alzaga Villaamil

Paralelamente, cabe leer en el encabezamiento del título preliminar


de la que fue la Constitución yugoslava de 1974, un enunciado aún más
rotundo que el checoslovaco, aunque anunciador también de un proceso
disgregador: “Partiendo del derecho de cada pueblo a la
(29)
autodeterminación, comprendido el derecho de secesión……” .
Salta a la vista que cuando los nacionalismos infraestatales han logrado
que los preámbulos de las respectivas constituciones declaren que estas son
obra de una nación de naciones, se reconoce a las últimas la cotitularidad del
poder constituyente, con lo que se busca y logra que de ello se derive el
reconocimiento constitucional del derecho de autodeterminación, es decir,
del derecho de secesión. De cara al objetivo final: su ejercicio.

El pronunciamiento capital de los preámbulos de nues-tras constituciones


históricas
Interesa disponer de una visión retrospectiva, dado que en nuestro
constitucionalismo histórico, los preámbulos fueron el emplazamiento
sistemático donde se ubicó al poder constituyente, que en nuestra
tradición liberal se conceptuó como La nación española.
Es más, en la mayoría de nuestros preámbulos históricos
encontramos pocas más manifestaciones junto con este que venimos
considerando el pronunciamiento capital de estos encabezamientos de las
leges políticas superiores.
Poco puede interesarnos el preámbulo de la Carta de Bayona de
1808. No aspiraba a ser una Constitución normativa, ni se aplicó como
tal. Amén de que su preámbulo reconocía su condición de mera Carta
(30)
otorgada por el invasor, único poder soberano .

Este enunciado proseguía así: “…… sobre la base de la voluntad de todos


los pueblos y las nacionalidades, expresada libremente…, los pueblos de
Yugoslavia, junto a las nacionalidades con las que viven, se ha unido en una
República……”, con lo que se partía de la existencia de pueblos-naciones y de
nacionalidades agrupados en la federación.
En efecto, el mencionado preámbulo, como sabemos, se reducía al siguiente
texto: “En el nombre de Dios Todopoderoso: Don José Napoleón, por la Gracia de Dios,
Rey de las Españas y de las Indias: Habiendo oído a la Junta nacional, congregada en
Bayona de orden de nuestro muy caro y muy amado hermano Napoleón, Emperador

262
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

La Constitución de Cádiz de 1812, primera piedra de nuestra historia


constitucional, en su preámbulo y en el articulado sitúa a la nación como
principio elevado al rango de dogma político liberal y, al tiempo, como la
fuente de su legitimidad. El proceso se origina al abdicar Fernando VII la
corona, en abril de 1808 a favor de su padre, que la cedió a Napoleón, quien
la depositó en la cabeza de su hermano José. La resistencia frente al ejército
francés invasor fue la resistencia de “le petit peuple” —de la mano de los
notables burgueses del lugar y en bastantes ocasiones del clero (en medida
muy inferior de los aristócratas, estamento aún vinculado a Fernando VII)—,
que se coordina formalmente por unas Juntas que operan como soberanas, en
cuanto actúan en nombre del pueblo español (los términos pueblo y nación se
utilizaron indistintamente como sinónimos), encarnando la bien llamada
(31)
“Revolución española” .
El levantamiento juntero —pese a sus contradicciones por la pervi-
vencia en su seno de aportes del viejo absolutismo borbónico— encuentra su
legitimación en una soberanía de que ya no es titular el rey sino la Na-ción,
una nación de patriotas guerrilleros —aunque con una básica lealtad hacia
Fernando VII— como evidencian estas palabras de Jovellanos sobre su etapa
de miembro de la Junta Central: “Los que disfrutábamos el alto honor de
estar al frente de la nación más heroica del mundo, y aclamados

de los franceses y Rey de Italia, protector de la Confederación del Rhin, etc. Hemos
decretado y decretamos la presente Constitución, para que se guarde como ley fun-
damental de nuestros Estados y como base del pacto que une a nuestros pueblos con
Nos, y a Nos con nuestros Pueblos”. Fácil es observar que se ha creído conveniente
cumplir el trámite de oir a una Junta que se adjetiva retóricamente de nacional,
aunque fue convocada y compuesta según la voluntad soberana de Napoleón.
Igualmente es constatable que en el tercer y último párrafo del preámbulo emerge la
idea roussonia-na del pacto, pero reciclada en mero pacto de adhesión a la
omnímoda voluntad del invasor.
Vid., sobre el profundo sentido revolucionario que impulsa la sublevación
popular contra la invasión francesa, entre los autores de la época: FLOREZ ESTRADA,
A.: Introducción para la historia de la revolución de España, Londres, 1810; puede
consultarse la ed. de Ed. Espasa, 2009. CONDE DE TORENO: Historia del levanta-
miento, guerra y revolución de España, 1835-1837; puede consultarse la ed. de Urgoiti,
Pamplona, 2008. PRADT, M. de: Mémoires historiques sur la révolution d´Espagne,
Ed. Chez Rosa, París, 1816. LE BRUN, C.: Retratos políticos de la Revolución de
España, Filadelfia, 1826.

263
Óscar Alzaga Villaamil

en ella por padres de la patria, ¿iríamos a postrarnos a los pies del soldán de
(32)
la Francia para que nos pusiese en la lista de sus viles esclavos?...” .
Esta es la herencia que reciben las cortes gaditanas tras los balbuceos de
la Junta Suprema (y luego de la Junta Central) entre el 20 de octubre de
1809 y enero de 1810.
La guerra de la independencia la inicia y prosigue el pueblo español; y
la obra constituyente de Cádiz se aborda en nombre del mismo, es decir, de
(33)
la nación española. Ello es claro en el Discurso Preliminar , que, en
(34)
nuestra opinión, no tiene formalmente rango de preámbulo , de cuyos
numerosos párrafos queremos enfatizar estos: “La Comisión ha dividido la
Constitución en cuatro partes que comprenden: Primera, lo que corresponde
a la nación como soberana e independiente…… que comienza declarando a
la nación española libre y soberana, no solo para que en ningún tiempo y
bajo de ningún pretexto puedan suscitarse dudas, alegarse pretensiones ni
otros subterfugios que comprometan su seguridad e independencia, como
ha sucedido en varias épocas de nuestra historia, sino también para que
los españoles tengan constantemente a la vista el testimonio augusto de
su grandeza y dignidad, en que poder leer a un mismo tiempo el solemne
catálogo de sus fueros y de sus obligaciones sin necesidad de expositores
ni intérpretes.
La nación, señor, víctima de un olvido tan funesto, y no menos des-
graciada por haberse dejado despojar por los ministros y favoritos de los
reyes de todos los derechos e instituciones que aseguraban la libertad de
sus individuos, se ha visto obligada a levantarse toda ella para oponerse a
la más inaudita agresión que han visto los siglos antiguos y modernos; la
que se había preparado y comenzado a favor de la ignorancia y oscuridad

JOVELLANOS: Defensa de la Junta Central, Santa Cruz de Ribadulla,


1811, artículo III, inicio.
Como hoy ya no se discute, no considerable obra de Agustín de Argüelles
(como tradicionalmente se sostuvo), sino fruto del trabajo colegiado de una
Comisión formada al efecto, que nombró a Argüelles portavoz de la misma para
exponerlo ante el Pleno.
De opinión contraria parece ser TAJADURA TEJADA, J.: El preámbulo
constitucional, Ed. Comares, Granada, 1997, págs. 113 y ss. Obra de referencia, en
español, sobre la materia.

264
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

en que yacían tan santas y sencillas verdades. Napoleón, para usurpar el


trono de España, intentó establecer, como principio incontrastable, que la
nación era una propiedad de la familia real, y bajo tan absurda suposición
arrancó en Bayona las cesiones de los reyes padre e hijo. V.M. no tuvo
otra razón para proclamar solemnemente en su augusto decreto de 24 de
septiembre la soberanía nacional y declarar nulas las renuncias hechas en
aquella ciudad de la corona de España por falta del consentimiento libre y
espontáneo de la nación, sino recordar a esta que una de sus primeras
obligaciones debe ser en todos tiempos la resistencia a la usurpación de
su libertad e independencia……”.
También fluye la soberanía nacional de forma escueta pero bien inteli-
gible en el preámbulo propiamente dicho de esta Constitución, donde tras un
párrafo introductorio con la sanción regia, emerge el poder constituyente:
“Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española… el grande
(35)
objeto de promover la gloria, la prosperidad y el bien de toda la Nación ,
(36)
decretan la siguiente Constitución política” ; y —en coherencia con lo
anterior— en un título I de expresivo rótulo, “De la Nación española y de los
españoles”, cuyo artículo 2 desautorizaba las abdicaciones de Fernando

Este inciso mereció el siguiente elogio de Salas: “Lo mejor que……tiene el


preámbulo de nuestra Constitución, que tiene tantas cosas admirables, es que desde el
principio enuncia con claridad cuál debe ser el objeto único de la ley fundamental: pro-
mover la gloria, la prosperidad, y el bien de toda la nación”. En: Lecciones de Derecho
Público Constitucional, obra editada en Madrid durante el trienio liberal. Citamos por la
ed. CEC, Madrid, 1982, pág. 165.
El que la Constitución no mane de la voluntad del rey, sino de la de la nación,
fue siempre el principal motivo de descalificación de la misma por los absolutistas.
Llegado su segundo periodo de vigencia, HALLER, CARL LUDWIG: Análisis de la
Constitución española, trad. esp. Imprenta de José del Collado, Madrid, 1823, págs.
2 y ss. escribirá sobre esta Constitución: “(merece) examen, no por sí misma, sino como
un monumento notable de la ciencia del siglo, como una prueba plausible del imperio
inaudito que han usurpado los falsos principios filosóficos, aun en el país y en
circunstancias que parecían menos propicias. ¿Adónde pues irá a establecerse el
jacobinismo?... La exposición que precede (al articulado) renueva la memoria de las de
Condorcet y otros Solones de su especie”. Análogas descalificaciones pueden leerse en el
opúsculo anónimo: Reflexiones sobre la Constitución política de la Monarquía
Española publicada por las Cortes de Cádiz en 1812, Reimpreso en la Oficina de la
Viuda é hijos de Brusi, Barcelona, 1823.

265
Óscar Alzaga Villaamil

VII y Carlos IV al establecer: “La Nación española es libre e independiente,


(37)
y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona” , amplia-
mente glosado por Ramón Salas, para quien “esta verdad, incontestable en
(38)
Derecho, ha sido hasta ahora falsa en el hecho” .
Subrayemos que, desde el tenor de las actas de las diversas juntas,
posteriormente de las de las propias Cortes de Cádiz y desde el contenido de
la documentación que sobre las comisiones de las mismas se conserva hoy
en la Biblioteca del Congreso de los Diputados, es imposible asumir la tesis
del profesor Álvarez Junco, por lo demás expuesta en las páginas de un
(39)
interesante libro , acerca de que la guerra de independencia fue una mera
guerra dinástica. Más bien, esta guerra por la independencia fue, de un lado,
(40)
la primera guerra moderna de guerrillas , que revoluciona el
arte de la guerra en términos inasumibles para el mejor ejército de élite de su
(41)
época ; y, de otro —y es lo que aquí nos interesa—, la primera guerra
moderna de resistencia popular en nombre de una nación, lo que refleja la

Lo que se complementaba con un artículo 3 que rezaba así: “La soberanía


reside esencialmente en la nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el
derecho de establecer sus leyes fundamentales”. Este precepto motivó un debate
doctrinal muy fino entre realistas y liberales sobre las paredes maestras de la Teorías del
Estado de los albores del Siglo XIX, que contribuye a que el término “liberal” sea objeto
de exportación desde Cádiz al resto de la Europa de su tiempo. Vid. Diario de Sesiones
de las Cortes, Cádiz, Imprenta Real, 25 de agosto de 1811, tomo 8, págs.
15 y ss. A partir de la intervención de los Srs. Llamas, Alcocer, Bárcena, Inguanzo,
Argüelles, Espiga, Llaneras, Gómez Fernández, y días sucesivos...
SALAS, R.: Lecciones de Derecho público… cit., pág. 167.
ÁLVAREZ JUNCO, J.: Mater dolorosa. La idea de España en el Siglo
XIX, Ed. Taurus, Madrid, 2001, págs. 119 y ss. Como contrapunto, Vid. FRASER,
R.: La maldita guerra de España. Historia social de la guerra de la independencia,
1808-1814, Ed. Crítica, Barcelona, 2006, págs. 79 y ss.
Vid. ROURA I AULINAS: “Guerra pequeña y otras formas de
movilización armada en la Guerra de la Independencia” en ARMILLAS VICENTE,
J. A.: La Guerra de la Independencia, Zaragoza, 2001, vol. I, págs.281 y ss.
Napoleón lo acabó por reconocer en su postrer exilio en la Isla de Santa Elena:
“Cette malheureuse guerre d´Espagne a été la cause première de tous les malheurs de la
France. Toutes les circonstances de mes desastres viennent se rattacher à ce noeud
fatal: elle a détruit ma moralité en Europe, compliqué mes embarras…… Cette
malheureuse guerre m´a perdu……”.

266
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

generosa heroicidad de las cuadrillas que forma el pueblo llano. La


relación entre la guerra y la idea revolucionaria de la nación española,
titular de la soberanía, fue estrecha y quizás sea hoy difícil de exponer
didácticamente. Hemos de reconocer que, en la historia política unas
veces los hechos van delante del pensamiento político y otras el
pensamiento crea conceptos abstractos que luego se realizan en la historia
real, de manera que en la interrelación pensamiento versus realidad
histórica el posicionamiento de las causas y de los efectos es complejo,
máxime cuando ideas y hechos son hijos del mismo tiempo.
A lo anterior añadiremos que, del texto de la Constitución de 1812,
lo primero que salta a la vista es que pese a la negada, pero evidente,
influencia de la Constitución francesa de 1791, es notorio que nuestros
prohombres liberales no incorporaron a aquella Ley fundamental ninguna
declaración de derechos “del hombre y del ciudadano”. Bien sabemos que
en Francia tal dicotomía traía causa de pensar que los ciudadanos
franceses, en cuanto protagonistas de la Revolución, habían conquistado
unos derechos adicio-nales a los que se reconocía a la generalidad de los
hombres, en cuanto dimanantes de su propia dignidad.
Pero nuestro texto doceañista no solo carecía de parte dogmática, sino
que los derechos que se reconocían puntualmente a lo largo del extenso
articulado no tenían otro titular que los españoles. España había dejado de
ser una colectividad de súbditos de una dinastía, para ser una “Nación de
ciudadanos”, pero en la misma no se reconocían derechos a los hombres que
no gozaban de tal condición y especialmente a los extranjeros (salvo que se
les otorgase discrecionalmente carta de naturaleza). Todo ello era así porque
para nuestros primeros liberales, los invasores franceses carecían de
derechos; eran simples enemigos, lo que implicaba una relación de hostili-
dad que presuponía la guerra, tendente a su destrucción. Quedaban, por la
tácita, normalizadas por ambos bandos cualesquiera prácticas bélicas, en el
frente y en la retaguardia, que inspiraron buen número de los aguafuertes
de Francisco de Goya; nos referimos a los conocidos como “los desastres de
(42)
la guerra”, cuyo rotulo original era otro y que no quiso editar en vida,
según intuimos, porque su humanismo —de cierta orientación afrancesa-

A saber: “Fatales consecuencias de la Sangrienta Guerra de España con


Bonaparte y otros caprichos enfáticos”.

267
Óscar Alzaga Villaamil

da— le había conducido a una crítica ambivalente, ante la crueldad de un


(43)
ejército francés que suponía ilustrado y los numerosos excesos de los
patriotas guerrilleros.
Aquella primera Constitución española partía de distinguir entre es-
(44)
pañoles ciudadanos y españoles carentes de derechos políticos
(45)
(princi-palmente los derechos electorales ).
Ningún artículo de la Constitución de 1812 establecía la igualdad de
los españoles ante la ley. La nación, en verdad, lo era de varones, libres,
propietarios e instruidos. Cerca del noventa y cinco por ciento de la po-
blación pertenecía a ella pasivamente y sin embargo constituía el pueblo
(46) (47)
heroico que traía en jaque al más potente ejército de su tiempo .
Pero la idea fuerza de nación, que emergía en el preámbulo constitu-cional
como poder constituyente había arrumbado con el sentimiento de vasallaje, con
los privilegios de la nobleza y, pese a estar impregnada del propietarismo
inherente al liberalismo europeo de la época, había reconocido

Bonaparte creó los “Tribunales Extraordinarios del Crimen”, en 1809, para


juzgar a los guerrilleros que eran detenidos (otros obviamente eran pasados por las
armas, sin más trámite), siendo ejecutado, como media estadística, un detenido cada
tres días.
El artículo 5 de la Constitución de 1812 disponía: “Son españoles:
Primero. Todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las
Españas, y los hijos de estos. Segundo. Los extranjeros que hayan obtenido de las
Cortes carta de naturaleza. Tercero. Los que sin ella lleven diez años de vecindad,
ganada según la ley en cualquier pueblo de la Monarquía. Cuarto. Los libertos desde
que adquieran la libertad en las Españas”. Obviamente, tal precepto excluía de la
consideración de españoles a los esclavos, que abundaban en Indias.
Se negaban los derechos de sufragio activo y pasivo a los sirvientes
domésti-cos, a cuantos no tuviesen “empleo, oficio o modo de vivir conocido” y a
las mujeres, que no eran mencionadas pero se las estimaba incluidas en el conjunto
de las personas carentes de independencia económica.
Naturalmente, no negamos la decisiva colaboración del ejército inglés,
bajo el mando de Wellington. Pero ello, siendo militarmente muy significativo en el
campo de batalla, es irrelevante aquí para tratar la materia que nos ocupa.
En atención al mismo, nuestros antepasados liberales pospusieron la
exigencia efectiva del requisito de saber leer y escribir para ejercer los derechos
electorales hasta 1830.

268
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

en diversos órdenes unos derechos que hasta entonces al pueblo llano le


habían estado vetados. La nación española compartía historia,
sentimientos y personalidad propia y diferenciada de la de otros pueblos.
De ahí se de-rivaban la grandeza y las servidumbres de aquel
nacionalismo, como —en su justa medida— de todo nacionalismo. Esa
nación española era solo una: y así a lo largo de nuestra historia
constitucional no se ha concebido nunca a España como nación de
naciones, por mucho que tal tesis aduzca raíces históricas en su favor.
No corresponde a estas páginas adentrarnos en la azarosa vida de la
Constitución de 1812. Solo interesa constatar que cuando, pasados unos
lustros y retornadas del exilio varias de las figuras descollantes del esfuer-zo
doceañista para acometer la obra constituyente de 1837, se cree posible
impulsar un gran partido liberal de centro, superando la dicotomía entre
exaltados y moderados, hay consenso en torno a la idea de sustituir la carta
otorgada de 1834 por una Constitución situada en la estela de la de 1812,
agiornada.
Que había de ser hija de unas cortes extraordinarias, reflejo del
poder constituyente de la nación. De esta forma, el preámbulo de la
Constitución liberal de 1837, tras una breve fórmula de sanción por la
reina Isabel II, dispone: “Siendo la voluntad de la Nación revivir, en uso
de su soberanía, la Constitución política promulgada en Cádiz el 19 de
marzo de 1812, las Cortes Generales, congregadas a este fin, decretan y
sancionan la siguiente Constitución”.
Estamos ante un texto telegráfico. Coherente con el propósito de
aquellas constituyentes de adaptar la Constitución de Cádiz a una versión
abreviada, pero que formula el pronunciamiento capital de un preámbulo
constitucional al reconocer solemnemente que bebía del mismo concepto
de nación soberana, titular del poder constituyente, que se fraguó en la isla
(48)
de León , y, para decirlo todo, se inspiraba también en las fuentes del

Vid. “Presentación por la Comisión a las Cortes Constituyentes del proyecto de


Constitución”, en Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, 24 de febrero de
1837, apéndice primero al n.º 124, pág. 1753. También: Intervención del Sr. Vila, en
Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, 14 de marzo de 1837, n.º 142, págs.
2131 a 2133.

269
Óscar Alzaga Villaamil

pensamiento de Bentham(49). A este pensador inglés le habían dedicado las


cortes de 1820 toda una sesión(50) y a él se debía una gran influencia en los
(51)
más prestigiosos liberales doceañistas .
El preámbulo de las Constitución de 1845, como contrapunto, fue
reflejo de la visión doctrinaria acerca de la llamada Constitución interna;
de manera que en aquel leemos:
“D.ª Isabel II……hemos venido, en unión y de acuerdo con las Cortes
actualmente reunidas, en decretar y sancionar la siguiente Constitu-
(52)
ción”. Estamos ante el fruto capital del pensamiento doctrinario ,
(53)
expresado por la pluma de un joven Donoso Cortés . Pero sub-
rayemos que en las palabras de aquel preámbulo se contenían dos
principios significativos: de un lado, la negación —por la tácita— de la
soberanía nacional y del poder constituyente del pueblo, y, de otro,

Jeremy Bentham, como es sabido, fue un prestigioso ius publicista británico


que fundó el utilitarismo y tuvo gran ascendiente sobre la dirección del partido whig,
hasta su fallecimiento en 1832. En España su obra fue muy difundida. Vid. MARTÍ-
NEZ MARINA, Francisco: Los Principios naturales de la moral, de la política y de
la legislación, Zaragoza, 1823; hay ed. J G. Principado, Oviedo, 1993, en cuya pág.
142 leemos que para Marina, Bentham era un “autor recibido en España con mucho
aplauso”. Pero su influjo en España se incrementa tras entrar los liberales españoles
exiliados en Londres en contacto con las obras de Bentham. Toribio Núñez escribió en
1820 el libro: Espíritu de Bentham y sistema de ciencia social. Poco después Ramón
Salas tradujo al español y anotó su Tratado de legislación civil y penal. Su relación
fluida con Argüelles está documentada.
Vid. Diario de Sesiones de 20 de octubre de 1820.
Como Agustín de Argüelles o el Conde de Toreno; algunos, como Alcalá
Galiano, incluso confesaron pertenecer al grupo de los benthamistas. Efectivamente,
el Conde de Toreno le consultó expresa y ampliamente sobre un proyecto de Código
Penal. Vid. ALCALÁ GALIANO, A.: Lecciones de Derecho Político, Madrid, 1838.
En la ed. del CEC, Madrid, 1984, Lección primera.
Se perciben ecos del foralismo carlista y especialmente del doctrinarismo
francés. Sobre el doctrinarismo francés y español, por todos: DÍEZ DEL CORRAL,
L.: El liberalismo doctrinario, Ed. IEP, Madrid, 1956, cap. XXIV, págs. 479 y ss.
Su influencia está fuera de toda duda. Pese a su juventud, fue el secretario
de la Comisión que redactó esta Constitución. Y puso las bases de la ulteriormente
denominada doctrina de la Constitución interna.

270
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

que la Constitución era obra de dos instituciones preexistentes, la


Corona y las Cortes, cuyas relaciones son reguladas en la nueva Lex
superior.
Ahora bien, la tradición liberal resurge en la Constitución no promul-
gada de 1856, cuyo artículo 1.º establecía: “Todos los poderes públicos
emanan de la Nación, en la que reside esencialmente la soberanía, y por
lo mismo pertenece exclusivamente a la Nación el derecho de
establecer sus leyes fundamentales”.
La revolución de septiembre de 1868, que obviamente representa bas-
tante más que un pronunciamiento militar, se alumbró con un manifiesto de
Cádiz, debido a la fluida pluma de López de Ayala, que serviría de pórtico a
unas cortes constituyentes, cuya construcción tomaba como basamento la
idea liberal de la soberanía nacional a la que sumaba la democracia,
mediante la consagración del sufragio universal. Se reúnen estas
Constituyentes tras la caída en desgracia de la dinastía borbónica, por lo que
destila lógica que el dictamen de la comisión, presidida por Olózaga, que
(54)
presenta el proyecto de Constitución, arremeta contra la dinastía saliente .
No cabe ignorar el paralelismo que se observa entre aquellas cortes cons-
tituyentes y las de Cádiz: En ambas se elaboraba una Constitución monárquica
sin un Rey en suelo español que la pudiese firmar. Obviamente,ambas no po-
dían ser constituciones que respondiesen al ideal del pacto doctrinario entre la
Corona y las Cortes. Eran solo obra de estas últimas, en cuanto encarnaban la
soberanía nacional. Dejando a un lado ahora los resabios con que aquel texto
(55)
constitucional fue recibido por diputados republicanos y por los dinásticos

Con afirmaciones como estas: “encontró la dinastía caída el medio de falsear


constantemente la representación nacional”, “……estas Cortes, que vienen a legislar para
una nueva dinastía…”. Y bien cierto era esto último a la luz de la exótica disposición
transitoria que cerraba el texto de aquel proyecto: “La ley que en virtud de esta Cons-
titución se forme para la elección de la persona del Rey y para la resolución de las
cuestiones a que aquella diere lugar, formará parte de la Constitución”.Con secundarios
matices, se incorporó como disposición transitoria primera a la Constitución de 1 de
junio de 1869.
Vid., por todas, Intervención, en contra, del diputado republicano Sr. SÁN-
CHEZ RUANO, en el debate de totalidad, en Diario de sesiones de las Cortes Cons-
tituyentes, 6 de abril de 1869, págs. 855 a 859.

271
Óscar Alzaga Villaamil

(56)
conservadores , lo que importa aquí es destacar que el preámbulo de
la Constitución de 1869 funde, por primera vez, liberalismo y democracia
y lo hace desde el patriotismo del viejo liberalismo de sus abuelos para
(57)
decir sucintamente: “LA NACIÓN ESPAÑOLA y en su nombre las
Cortes Constituyentes, elegidas por sufragio universal, deseando afianzar
la justicia, la libertad y la seguridad, y proveer al bien de cuantos vivan
en España, decretan y sancionan la siguiente Constitución”.
Sabido es que, tras la abdicación de Amadeo de Saboya el 11 de fe-
brero de 1873, las cámaras, reunidas en Asamblea nacional proclamaron
la República. Se enterró la Constitución de 1869 y se inició la corta
experien-cia de la I República, de cuyo proyecto de Constitución
pasamos a dejar constancia —con la misma brevedad que acompañó al
fallido intento— de su preámbulo: “La Nación Española, reunida en
cortes Constituyentes, deseando asegurar la libertad, cumplir la justicia y
realizar el fin humano a que está llamada en la civilización, decreta y
sanciona el siguiente Código fundamental”. Así, la nación soberana,
como ya era habitual para nuestros liberales decimonónicos en los trances
(58)
difíciles, emergía con plena potestad constituyente .
Recordemos que Pi y Margall, prócer republicano barcelonés, ministro
de la Gobernación en el gabinete de Figueras y acto seguido presidente del
Consejo de Ministros, hasta que la insurrección cantonalista lo derribó del
poder, era federalista, pero consideraba a España como una nación, inte-
(59)
grada por provincias que tenían que relacionarse en términos federales .

Véase también, desde la ladera conservadora, la intervención, en contra,


en el Pleno del diputado, Sr. CÁNOVAS DEL CASTILLO: Diario de Sesiones de
las Cortes Constituyentes, 8 de abril de 1869, págs. 928 a 930.
En mayúsculas en el texto oficial.
De los debates constituyentes al respecto no cabe traer a colación la menor
cita. El mismo día que comenzaron hubieron de suspenderse ante las azarosas noticias
que llegaban del “frente del norte”. Castelar desde su escaño pronunció unas breves
palabras sobre el deber de la Cámara de posponerlo todo a la defensa de la patria, que
fueron acogidas con general asentimiento. Y la azarosa y breve vida de aquella I
República Federal no permitió, como sabemos, reiniciar los debates constituyentes.
Vid. MOLAS, I.: Ideario de Pi y Margall, Ed. Península, Madrid, 1966,
págs. 136 a 153.

272
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

Su catalanismo no era un nacionalismo: no defendía la tesis de que


España era una nación de naciones.
No interesa especialmente, al hilo de nuestra reflexión, el preámbulo de
la Constitución de 1876. Es heredero del de la de 1845 y del pensamiento
doctrinario, pero Cánovas lo rebautiza. Expone que su texto (“DON AL-
FONSO XII…sabed: Que en unión y de acuerdo con las Cortes del Reino
actualmente, hemos venido en decretar y sancionar la siguiente Constitu-
(60)
ción”) es expresión de la Constitución interna de España . Cánovas no
niega que las naciones sean dueñas de sí mismas(61), pero busca una fórmula
que considera de equilibrio para sumar apoyos de todo tipo a favor del
(62)
trono, incluidos los carlistas .
No nos detendremos en los textos políticos (más bien, proyectos) del
general Primo de Rivera donde nunca se acogió a la “Nación española” como
titular de la soberanía o del poder constituyente. Difícilmente podía hablarse
de tal en puridad en un estado de cosas que renunciaba a una Constitución
normativa y donde, el poder último residía en un directorio militar.
La literalidad del preámbulo de la Constitución de 1931 es pura trans-
cripción del texto previamente redactado por la Comisión Jurídica Asesora,
solo que esta —bien consciente de la mejor tradición liberal española— lo
encabezaba con la expresión “La Nación española”, mientras que la redac-
(63)
ción definitiva la sustituye por la palabra “España” .
Ello fue posible, al parecer, por el empeño que puso, de un lado, Gil
Robles, que al representar en aquellas cortes constituyentes a la tradición

Para una exposición actual de la posición canovista, Vid. BERGARECHE


GROS, A.: El concepto de Constitución interna en el constitucionalismo de la Restau-
ración española, Ed. CEPYC, Madrid, 2002, especialmente, págs. 136 y ss.
Para una crítica en profundidad de este concepto, Vid. GINER DE LOS RÍOS,
F.: “La política antigua y la política nueva”, en Estudios jurídicos y políticos, Obras
Completas, vol. V, págs. 63 a 189.
Vid. SÁNCHEZ AGESTA, Luis: Historia del Constitucionalismo español, 2.ª
ed., Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1964, pág. 321.
Entre otras intervenciones de CÁNOVAS, A.: vid. Diario de Sesiones de las
Cortes, 1876, págs. 492, 495 y 722 a 724.
El sucinto texto quedó así: “España, en uso de su soberanía, y representada por
las Cortes Constituyentes, decreta y sanciona esta Constitución”.

273
Óscar Alzaga Villaamil

conservadora heredó las prevenciones de ésta sobre el término nación, lo que


cobijó bajo la excusa de que España quería decir algo sustantivo, y no cosa
adjetival como sucedía en la forma Nación española; y, de otro lado, por el
esfuerzo de los representantes del nacionalismo catalán, que posiblemente
querían interpretar, siguiendo a Prat de la Riba, que “España” era una mera
expresión geográfica, mientras Cataluña era una “Nación”. Esto explica que
el profesor Pérez Serrano escribiese: “No vemos sin pena desaparecer una
expresión tradicional, de noble abolengo y de perfecto cuño científico; que
tememos mucho, sin implicar ello recelo apasionado, que haya influido la
problemática existencia de alguna Nación regional para negar la realidad
(64)
evidente de la Nación española” .
IV. El pronunciamiento capital del preámbulo del proyec-to de Estatuto de
Autonomía de Cataluña de 1931 y su supresión por las cortes en 1932

Antes de entrar en el estudio del preámbulo del proyecto de 1931 de


Estatut, hay que tomar conciencia de que recorría por sus venas savia
aportada por Esquerra Republicana de Catalunya, que, a su vez, heredaba
ideas y posiciones decantadas por Prat de la Riba sobre La Nacionalitat
(65)
Catalana y por sus seguidores tardíos que a la altura de 1922 plantearon
la revisión de la política de la Lliga de asunción de responsabilidades en la

PÉREZ SERRANO, N.: La Constitución española (9 Diciembre 1931). Ante-


cedentes. Texto. Comentarios, Ed. Revista de Derecho Privado, Madrid, 1932, pág. 49.
PRAT DE LA RIBA, E.: La nacionalidad catalana, traducción al castellano,
Valladolid, 1917, especialmente capítulos III y VIII, págs. 37 y ss. y 109 y ss. La obra de
Prat de la Riba es, en lo esencial, una mera adaptación e importación a Cataluña del
Principio de las Nacionalidades, enunciado por P. S. Mancini en la conferencia que
tituló: Della nazionalità come fundamento del diritto della genti, Turín, 1851. Para un
buen análisis de la aportación de Prat de la Riba, véase: SOLÉ TURA, J.: Catala-nisme i
revolució burguesa, Ed.62, Barcelona, 1967(Hay edición castellana de 1970); el autor
analiza en esta obra el primer nacionalismo catalán en cuanto manifestación de los
intereses burgueses, lo que no es una artificiosidad, ya que el propio Prat de la
Riba considera el “espíritu mercantil” como un hecho constitutivo de la que denomina
nacionalidad catalana. Con realismo J. J. Solozabal ha escrito sobre los nacionalismos
infraestatales: “la felicitas del grupo, su bienestar económico y su plenitud cultural, con-
siste primordialmente en el cultivo de sus rasgos propios y exclusivos”, en: “Problemas
en torno al estudio del nacionalismo. Formación y crisis de la conciencia nacionalista”,
en Rev. de Estudios Políticos, nº 17, año 1980, págs. 69 y ss.

274
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

(66)
política española , promoviendo la “Conferencia Nacional Catalana”, y la
escisión que conllevó crear el partido denominado Acció Catalana en junio
de 1922. Este y el Partido Republicano Radical participaron, con éxito, en las
elecciones provinciales de un año después con programas y mensajes que
compartían un nacionalismo soberanista catalán y una agresividad mal
(67)
disimulada contra el regionalismo de la Lliga . Es este catalanismo radical
(68)
el que desemboca en la “Revolución de octubre de 1934” .
Pues bien, debemos recordar que la diputación provisional de la Ge-
neralitat de Cataluña en 1931, antes de aprobarse la Constitución de la II
República, procedió a redactar lo que se denominó el “Projecte únic d´Es-
tatut”, más conocido como Estatuto de Nuria, que según se afirmaba en
el primer párrafo de su preámbulo “ha partit del dret que té Catalunya,
com a poble, a l´autodeterminació”.
Del extenso preámbulo de aquel proyecto (edulcorado con un histori-
cismo, menos pretencioso que el del Proyecto de 2005, pero que pretende
reescribir en Cataluña las raíces de nuestra historia constitucional común), a
los efectos de nuestra exposición interesa traer a la memoria dos párrafos:
“Catalunya vol que lÈstat español s’estructuri d’una manera que fes posible
la federació entre toits els pobles hispànics”. Y, más adelante: “Els pobles
d’Espanya, que són els més nous en la comunió de les nacions lliures, on
entraren per una revolució sense altra empenta que la viril i irresistible
reivindicació de la propia sobirania en les urnes electorals, voldríem els
catalans que fessin en la Constitució de la República la declaración més
humana a favor dáqueixa aspiració universal que és la pau entre les nacions”.
Salta a la vista de estos y otros incisos que el preámbulo define a Catalu-ña
como pueblo y/o nación, titular de la soberanía política. Coherentemente,

Como sabemos Francesc Cambó asumió la cartera de Fomento en el gabinete


presidido por Antonio Maura del 22 de marzo al 6 de noviembre de 1918 y fue ministro
de Hacienda del Gobierno, también presidido por Antonio Maura, del 13 de agosto de
1921 al 7 de marzo de 1922.
Vid. PABÓN, J.: Cambó, Ed. Alpha, Barcelona, 1969, tomo II, parte primera
(1918-1930), págs. 357 y ss. y tomo I, parte segunda (1930-1947), págs. 165 y ss.
Sigue siendo interesante el librito oficial que publicó para narrar tales hechos
el propio Gobierno de la República bajo el título: La revolución de octubre en España.
La rebelión del Gobierno de la Generalidad, con 119 fotografías, Madrid, 1934.

275
Óscar Alzaga Villaamil

en el artículo 2 de aquel proyecto de Estatut de Nuria se dispone: “El poder


de Cataluña emana del pueblo”; es decir, se veía al pueblo de Cataluña como
soberano y dotado de un poder constituyente que voluntariamente limitaba
para asumir el papel de poder estatuyente; no se sostenía que tal poder
derivase de la Constitución de 1931, que consagraba un Estado inte-gral
regionalista, aunque cierto era que la elaboración de este proyecto fue
anterior a la entrada en vigor de la Constitución de 1931.
El proyecto fue presentado en Madrid por Maciá. Se recibió con
reser-vas y prevenciones bien claras. La comisión parlamentaria,
compuesta por veintiún miembros, emitió su dictamen el 9 de abril de
1932, provocando una reacción desilusionada y ruidosa de Esquerra y de
sus seguidores. Cambó defendió la posición de las Cortes en el artículo
(69)
que publicó bajo el título “Davant de l´Estatut” , que tuvo particular
(70)
resonancia . Y Plá resumió la situación en frase escueta: “El proyecto
(71)
considerado maximalista, fue reducido y recortado” .
En la tramitación parlamentaria de tal proyecto el debate y las enmiendas
afectaban a sus paredes maestras. Azaña, como presidente del Gobierno, en su
discurso en las Cortes dice: “……la consecuencia está bien clara, señores
diputados: el Estatuto de Cataluña lo votan las Cortes en uso de su libérrimo
derecho, de su potestad legislativa y en virtud de facultades que para votarlo les
confiere la Constitución. El Estatuto sale de la Constitución, y sale de la
(72)
Constitución porque la Constitución autoriza a las Cortes para votarlo” . La
opinión de Azaña era expresión de una comunis opinio en el seno de los políticos y
(73)
juristas más preclaros del momento, como es el caso de Jiménez de Asúa .

En La Veu, 18 de abril de 1932.


Vid. Ecos favorables en los días inmediatamente siguientes en La
Publicitat, L´Opinió, La Nau y El Matí.
PLA, J.: Historia de la Segunda República, Barcelona, 1940, vol. II, pág. 91.
Véase íntegramente este Discurso parlamentario en los textos de AZAÑA,
M., recopilados bajo el título: Sobre la autonomía política de Cataluña, Ed. Tecnos,
Madrid, 2005, págs. 124 y concordantes.
JIMÉNEZ DE ASÚA, L., sostuvo esta tesis en el curso que, ya exiliado, en
1940, impartió en Buenos Aires, utilizando materiales de sus conferencias dictadas
durante la II República en España. Recogido en su libro: La Constitución de la De-
mocracia Española y el problema regional, Ed. Losada, Buenos Aires, 1946, en cuyas

276
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

(74)
Así las Cortes lo aprueban en 1932 , con modificaciones verdaderamente
sustantivas. La primera que debemos subrayar es que desapareció la totalidad
del preámbulo. El artículo 1.º pasó a disponer: “Cataluña se constituye en
Región autónoma dentro del Estado español, con arreglo a la Constitución de
la República y el presente Estatuto”. Se suprimió toda calificación de Ca-
taluña como pueblo dotado de una independencia originaria, o calificable de
nación soberana. El Estatuto de Cataluña de 1932, en su versión definitiva,
simplemente traía causa de la Constitución de la República, autodefinida
(artículo 1) como “un Estado integral, compatible con la autonomía de los
(75)
Municipios y las Regiones” .
El preámbulo de la Constitución española de 1978
No haremos mención de las Leyes fundamentales del franquismo,
donde es verdad que se menciona marginalmente, en ocasiones, a la “Na-
(76)
ción” , pero no como titular de la soberanía o del poder constituyente,
lo cual era lógico en un sistema de caudillaje, que prescindía de regirse
por una Constitución normativa.
Ya en el contexto del consenso pre transición, subrayemos la invoca-
ción a la nación en el preámbulo de la Ley 1/1977, de 4 de enero, para la
Reforma Política, y la coherente disposición en su artículo 1.º sobre que “la
ley es expresión de la voluntad soberana del pueblo…”, lo que conecta con

págs. 96 y 97 leemos: “La soberanía corresponde íntegramente al Estado…… Por eso


ha de suprimirse del Estatuto la denominación de Estado que Cataluña se arroga y
las declaraciones que figuran en el artículo 2.º del Dictamen, en que se dice que el
poder de Cataluña emana del pueblo, y en el artículo 8.º donde se habla de la
ciudadanía catalana”.
Ley de 15 de septiembre de 1932. Gaceta del 21.
No obstante, véanse las reservas de N. ALCALÁ ZAMORA, cerca de los
plebiscitos sobre los proyectos de estatutos y sobre los procedimientos de aprobación y
alteración de los Estatutos. En: Los defectos de la Constitución de 1931, Madrid, 1936,
págs. 67 y ss.
Cabe recordar, de entre sus Leyes Fundamentales, las siguientes menciones:
Artículo III del Fuero del Trabajo, de 9 de marzo de 1938; el preámbulo de la Ley de
Referéndum; de 22 de octubre de 1945; el Principio V de la Ley de Principios del
Movimiento Nacional, de 17 de mayo de 1958; y el artículo 2 de la Ley Orgánica del
Estado de 10 de enero de 1967.

277
Óscar Alzaga Villaamil

nuestra tradición constitucional de emplear los términos nación y pueblo


como sinónimos a efectos jurídico políticos.
La ponencia constitucional designada por el Congreso elaboró un
(77)
primer anteproyecto de Constitución huérfano, por error, de
(78)
preámbulo y tampoco lo aportó en su informe de 17 de abril al que se
incorporaba un voto particular del grupo mixto.
En efecto, la inclusión de un preámbulo en la comisión del Congreso,
que no difería mucho del definitivo, se debió a la iniciativa de los diputados
(79)
del grupo mixto (excluidos de la ponencia ) y catedráticos de Derecho
(80)
Político, profesores, Enrique Tierno y Raúl Morodo .
No procede aquí extenderse sobre lo oportuno de esta incorporación,
ni sobre que el debate se centró especialmente en un inciso rupturista de la
(81) (82)
enmienda , lo que provocó una exótica oposición de Fraga . Pero
era innegable que, tras cuarenta años de dictadura, la Constitución —aun-
que se hubiesen salvado, con buen criterio, los requisitos formales para una
“reforma” de las llamadas leyes fundamentales— estaba enterrando una
autarquía y devolviendo a los españoles la posibilidad de convivir como
ciudadanos de pleno derecho. Pese a que no se reflejase en el preámbulo,

Boletín Oficial de las Cortes, 5 de enero de 1978, n.º 44.


Boletín Oficial de las Cortes, 17 de abril de 1978, n.º 82.
Vid. referencia a esta desafortunada exclusión (como también lo fue la de
los nacionalistas vascos) en: MORODO LEONCIO, R.: La transición política, Ed.
Tecnos, Madrid, 1984, pág. 174.
Véase una detallada exposición del proceso en MORODO LEONCIO, R.:
“Comentario al preámbulo”, en ALZAGA VILLAAMIL, O.: (Dir.): Comentarios a
las Leyes políticas, EDERSA, Madrid, 1983, tomo I, págs. 3 y ss.
Donde se decía: “El pueblo español, después de un largo período de carencia
de régimen constitucional, de negación de las libertades públicas y de desconocimiento
de los derechos de las nacionalidades y regiones que configuran la unidad de España…”.
FRAGA IRIBARNE, M., “…es muy difícil saber en qué momento de la
historia hay que echarse, digamos a nadar, porque algunos lo pondrían en el
asesinato de Prim y otros, quizá, en el destronamiento de Wamba, que
evidentemente fue un acto de notoria ilegitimidad”, en Diario de Sesiones del
Congreso de los Diputados. Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades
Públicas, 20 de junio de 1978, n.º 93, pág. 3487.

278
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

en aquella hora constituyente se recordaba —aunque fuese en silencio—


un sabio pasaje de Tocqueville: “Los propios déspotas no niegan que la
libertad sea excelente; pero la desean solo para ellos mismos y afirman
que todos los demás son absolutamente indignos de ella. Así, pues —
continuaba diciéndonos—, no es sobre la opinión que debe tenerse de la
libertad sobre lo que se difiere, sino sobre la estima, más o menos grande,
que se siente por los hombres, por ello puede decirse de manera rigurosa
que el gusto de-mostrado por el gobierno absoluto es exactamente
proporcional al desprecio que se profesa por su país”. Ninguna referencia
sobrevivió en el preámbulo al sistema anterior, pero la disposición
derogatoria de la Constitución no pudo ser más explícita.
Tampoco hemos de adentrarnos aquí en que a determinados sectores
sociales molestó sensiblemente el que no se incluyese una solemne referencia a
(83)
Dios, como la incorporada en otras constituciones occidentales . Pero si
debemos parar mientes para glosar brevemente que, una vez asumido que
nuestra Carta Magna debía ir encabezada por un preámbulo, se comprendió que
la cuestión capital radicaba en la definición del poder constituyente, habiendo
tan solo vacilación terminológica entre las expresiones “Pueblo español” o
“Nación española”, a lo largo del curso de su tramitación por el Congreso, el
Senado y la Comisión Mixta. Hubo una acertada asunción tácita de que ambas
eran equivalentes, y se aceptó una fórmula de compromiso al iniciar la redacción
del preámbulo, compatible con lo mejor de nuestro constitucionalismo histórico
liberal, con las palabras: “La Nación españo-la, deseando establecer la justicia,
la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su
soberanía, proclama su voluntad

Sabido es que en las constituciones de países de significativa población


protestante tal mención se incluye prácticamente siempre, al igual que en Grecia don-de
la religión hortodoxa desempeña un rol muy relevante en la vida pública. Menor
unanimidad encontramos en el constitucionalismo de naciones de tradición católica:
Mientras el preámbulo de la Constitución irlandesa de 1937 se abre “en nombre de la
Santísima Trinidad……”. En las constituyentes de la Italia de 1947 la cuestión se enconó
entre democristianos y comunistas, encontrándose como única salida transaccional la
supresión de todo el preámbulo. Y en otros casos, como el nuestro o como el de la Ley
Fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano (1929), no se incluye tal mención,
aunque ello no permite decir que la “Constitución es atea”, como sostuvieron en nuestra
tierra algunos radicales —al margen de la sensata actitud de la Conferencia Episcopal de
la época—, que, al parecer, no consideraban relevante el artículo 16 C. E.

279
Óscar Alzaga Villaamil

(84)
de……” y se cierra el texto así: “En consecuencia, las Cortes aprueban y
el pueblo español ratifica la siguiente Constitución”.
Obvio es que, la Nación española protagoniza el preámbulo, como
poder constituyente del que emana el texto constitucional y los poderes
constituidos del Estado, incluyendo los autonómicos. A los efectos que nos
ocupan lo más interesante de esta declaración solemne es que concibe la
soberanía como unitaria, la enraíza en la Nación española y descarta la
(85)
pretensión formulada en las constituyentes por los nacionalistas vascos
(86)
por Esquerra Republicana de Catalunya de elevar a rango consti-
tucional la tesis de que la soberanía pertenece a los distintos pueblos de
España. La soberanía se concibe como indivisible, y su titular es la
nación española, que el mismo preámbulo, en su último apartado,
identifica con el pueblo español.
El encabezamiento del preámbulo tiene su consecución, como
sabemos, en los dos preceptos que abren el texto articulado: el artículo
1.2 dispone: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que
(87)
emanan los poderes del Estado” . Y el artículo 2 que establece: “La
(88)
Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación
española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y
garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que
la integran y la solidaridad entre todas ellas”.

Fácil es observar el influjo del preámbulo de la Constitución de 1869


sobre el de nuestra Lex superior vigente.
Vid. ARZALLUZ ANTIA, X.: “Intervención en la Comisión de asuntos
cons-titucionales y libertades públicas del Congreso de los Diputados”, Diario de
Sesiones, 5 de mayo de 1978, págs. 2063 a 2066.
Vid. BARRERA, H.: “Intervención en la Comisión Constitucional del
Con-greso de los Diputados”, el 8 de mayo de 1978, en Diario de Sesiones, n.º 60,
págs. 2075 a 2083.
Prontamente bien interpretado por la jurisprudencia constitucional, STC 6/81, en
cuyo FJ 3.º se declara que “el principio de legitimidad democrática que enuncia el artículo 1.2
de la Constitución (……) es la base de toda nuestra ordenación jurídico-política”.
Esta expresión está motivada en el deseo de esclarecer que la nación española
no es una creación de la Constitución de 1978, sino que es previa a ella, a la que sirve de
causa en cuanto —como se explicita en el preámbulo— es su base natural.

280
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

La palabra “nacionalidades” afloraba por primera vez en la historia de


nuestro constitucionalismo, y lo hacía no como sinónimo de nación, sino como
(89)
parte integrante de esta. No obstante la invención provocó reservas en UCD ,
en especialistas prestigiosos en nuestra materia, como el profesor Murillo Fe-
(90) (91)
rrol , y, entre tantos , en mi modesta persona que me pronuncié en 1978 por
(92)
escrito , dado que conocía tanto las tesis de Prat de la Riba y sus seguidores,
como que ciertas palabras en la dinámica política pueden llegar a encerrar una
carga explosiva pues determinados términos en la vida pública se tornan en
consignas aptas para manipular a las masas dispuestas a seguir una bandera
sencilla. El artículo 2 de la CE y sus concordantes ni enumeraron las nacionali-
dades ni expusieron los elementos diferenciales de una nacionalidad respecto de
(93)
una región, de manera que pese al esfuerzo teorético por llenar este vacío se

Vid. ALZAGA VIILLAAMIL, O.: Comentario sistemático a la Constitución


española de 1978, Ed. del Foro, Madrid, 1978, págs. 91 y ss. Significativo fue que La
Vanguardia, dedicó especialísimo seguimiento a este punto.
MURILLO FERROL, F.: “La nación y el ámbito de la democracia”, en
Sistema, n.º 26, septiembre de 1978, págs. 8 y ss.
Con razón se señaló por entonces que la expresión nacionalidad no se debía
emplear como sustantivo, ya que tenía un carácter adjetival que dimanaba del sustantivo
nación, sin ser un concepto emancipado de este.
ALZAGA, O.: Comentario sistemático…, cit, págs. 97 y ss., donde expusi-
mos: “El contenido concreto que se haya de atribuir a la palabra nacionalidades, que
consagra la Constitución en este célebre artículo 2.º, corra el riesgo de convertirse en
caballo de batalla política, pues, aunque de su empleo en este precepto no se deriven
efectos jurídico constitucionales inmediatos, ya que……, no es menos cierto que la
ba-talla por el desarrollo ideológico de esta palabra es intuible en el horizonte……
De aquí que —digámoslo con toda sinceridad— nos hubiera parecido preferible la
ausencia del término que puede trocarse en no poco vidrioso, y hubiéramos visto con
agrado cualquier otra solución transaccional……”.
Vid., entre otros, CORCUERA, J.: “La distinción constitucional entre
nacionalidades y regiones en el decimoquinto aniversario de la Constitución”, en
Documentación Administrativa, n.º 232, año 1993, pág. 18; SOLOZABAL, J. J.:
“Nación, nacionalidades y Autonomías en la Constitución de 1978” en AA.VV.: Las
bases constitucionales del Estado Autonómico, Ed. McGraw-Hill, Madrid, 1998, pág. 81.
Y TUDELA, J.: “El Estado autonómico treinta años después. Ensayo de una valoración”,
en Teoría y Realidad Constitucional, n.º 24, segundo semestre 2009, págs. 191 y ss.

281
Óscar Alzaga Villaamil

creó un área de indefinición y sabido es que en las aguas ambiguas


(94)
algunos nadan bien .
Recordemos que la solución constitucional supuso dejar fuera del marco
constitucional la idea de que España era una nación de naciones. Y alguna otra
cautela bien pertinente incorporamos los constituyentes en prevención de las
pretensiones que en el futuro esgrimiesen algunos nacionalistas ra-dicales.
Destacaremos dos: El artículo 147.1 se encabeza así: “Dentro de los términos de
(95)
la presente Constitución, los Estatutos serán……” (lo que
aseguraba la concepción de los Estatutos como norma no situada en el nivel
superior de la Constitución, sino subordinada a esta) y, de otro lado, la con-
sagración de la expresión “la nacionalidad española” en los tres apartados del
artículo 11 para referirse a la adquisición, conservación y pérdida de dicha
nacionalidad. Tampoco se reconoció un derecho a la autodeterminación a favor
de las nacionalidades. Todo ello constituía una serie de valladares para contener
pretensiones futuras de nacionalismos radicales, junto a otros com-plementarios
de aquellos. Eran los puntos de apoyo con los que en el futuro podría trabajar un
tribunal constitucional al que se le legaba la realidad de un título VIII,
técnicamente muy imperfecto y peligrosamente abierto a una dinámica
reivindicativa desde los nacionalismos de vocación soberanista.
Como es bien sabido, nuestra Constitución vigente se aprobó por am-
plia mayoría, si bien no podemos olvidar que no obtuvo el respaldo de los
nacionalismos intransigentes —la abstención del nacionalismo vasco fue lo
más significativo— y gozó del voto favorable de los moderados (a los que
(96)
algún autor ha adjetivado como “nacionalistas condescendientes” ), aun-
que buena parte de la doctrina, con razón, llama la atención sobre el carácter
gradualista de un nacionalismo moderado que esgrime unas pretensiones
escalonadas que en última instancia no parecen renunciar a caminar hacia la
antesala de la autodeterminación.

Vid. ALZAGA, O.: Comentario sistemático…, cit., especialmente el “Co-


mentario introductorio al Título VIII”, págs. 819 a 825.
Vid. MUÑOZ MACHADO, S.: “Dentro de los términos de la presente
Cons-titución”, en El Cronista del Estado social y Democrático de Derecho, n.º 15,
octubre de 2010, págs. 4 y ss.
RODRÍGUEZ ABASCAL, L.: Las fronteras del nacionalismo, Ed.
CEPYC, Madrid, 2000, págs. 198 y ss.

282
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

Sobre ello hemos de volver. Pero ahora dejamos constancia de que


en el período constituyente una clara mayoría de los nacionalistas
catalanes optó por llevar sus pretensiones estatutarias hasta el límite de lo
constitu-cionalmente posible, forzando ciertas interpretaciones, pero sin
plantear excesivas cuestiones de principio que chocaran con los cimientos
y las paredes maestras del pacto constituyente.
No obstante, creo que hoy ha de reconocerse que la introducción de la
expresión nacionalidades ha servido de banderín político reivindicativo, en
conflictos sin fin, planteando el interrogante de si no fue ingenua la
pretensión de quienes habían sostenido que aquella fórmula permitía que
nacionalistas moderados y radicales se sintiesen a gusto en el seno del
(97)
Estado . Solo recordaremos que ciertos sectores del nacionalismo catalán
han visto en la expresión “nacionalidad” la escarpia perfecta para colgar de
ella rótulos innumerables como Museo Nacional de Cataluña, Orquesta
nacional de Cataluña, himno nacional…; pero, a la vez, ven en la noción de
nacionalidad el factor diferencial del concepto de nación soberana, que se
predica en el artículo 2 de la Constitución española, en relación con el
enunciado de su preámbulo. Por lo que para ellos tal diferencia ha sido
cuestión pendiente de enmienda, bien directamente de la Constitución, bien
por la vía espuria de un Estatuto contra constitutionem, como pueda ser el
caso del Estatut de 2006. Pero algo debemos decir antes de su predecesor.

VI. El preámbulo del Estatuto de Autonomía de Cataluña


de 1979
Tras un amplio diálogo triangular entre UCD, PSOE-PSC y CIU, se
(98)
aprobó en diciembre de 1979 el Estatuto de Autonomía de Cataluña . El
autor de estas páginas era por entonces el portavoz de UCD en la Comisión
Constitucional del Congreso de los Diputados y, por ende, le correspondió
ser miembro de la ponencia conformada en la Cámara baja al efecto. Pero no
queremos exponer nuestra visión de esta norma en base a nuestras ex-
periencias personales en la negociación, debate y redacción del texto del
preámbulo, por ser más riguroso deducir conclusiones de un texto que es

Vid. TUDELA ARANDA, J.: “El Estado Autonómico treinta años después.
Ensayo de una valoración”, en TRC, n.º 24, segundo semestre 2009, págs. 191 y ss.
Ley Orgánica 4/1979, de 18 de diciembre, BOE de 22 de diciembre de 1979.

283
Óscar Alzaga Villaamil

de una parte breve; de otra esencialmente acorde con el preámbulo de la


Constitución de 1978 y con su artículo 2; y, por último, portador de
algunas dosis de ambigüedad que son siempre inseparables del lenguaje
propio del denominado nacionalismo gradualista.
Es breve y sobrio —siete párrafos— en comparación con el Estatut de
2006. Correctamente constitucional cuando en su segundo párrafo mani-
fiesta: “Cataluña, ejerciendo el derecho a la autonomía que la Constitución
reconoce y garantiza a las nacionalidades y regiones que integran España,
manifiesta su voluntad de constituirse en comunidad autónoma”. Y aporta
cierta ambigüedad cuando, más adelante declara: “El presente Estatuto es la
expresión de la identidad colectiva de Cataluña y define sus institucio-nes y
sus relaciones con el Estado en un marco de libre solidaridad con las
restantes nacionalidades y regiones. Esta solidaridad es la garantía de la
auténtica unidad de todos los pueblos de España”. Obsérvese que en el
párrafo transcrito se evita, en forma constitucionalmente correcta, calificar la
identidad de Cataluña de nacional. La ambigüedad emerge tímida pero
agudamente al expresar, de un lado, que el Estatuto “define las relaciones
(de Cataluña) con el Estado”, sin mencionar que ello lo hace también y con
rango superior la Constitución, y al manifestar, de otro, que estamos en “un
marco de libre solidaridad con las restantes nacionalidades y regiones”,
puesto que Cataluña no despliega esa solidaridad en virtud de su libérrima y
soberana voluntad, sino por imperativo del tantas veces citado artículo 2 CE
donde la Constitución reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de
nacionalidades y regiones, a la par que establece “la solidaridad entre todas
ellas”, que no es de práctica libre, sino obligada en cuanto correlato de la
propia autonomía. Lo que está reiterado con mayor énfasis, en el artículo
(99)
138.1 CE .
Hay otro inciso de aquel preámbulo de 1979 que merece considera-
ción. Efectivamente en el último de sus párrafos se menciona “……el dere-
cho inalienable de Cataluña al autogobierno, los parlamentarios catalanes

138. 1. “El Estado garantiza la realización efectiva del principio de


solidaridad consagrado en el artículo 2 de la Constitución, velando por el
establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas
partes del territorio español, y atendiendo en particular a las circunstancias del hecho
insular. 2. Las diferencias entre los Estatutos de las distintas Comunidades
Autónomas no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales”.

284
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

proponen…”, referencia que está transcrita en el texto del preámbulo del


Estatuto de 2006, que —como tendremos ocasión de ver— fue objeto de
impugnación ante el TC objeto de análisis por el FJ 8.º de la STC 31/2010 y
del consiguiente pronunciamiento interpretativo, que analizaremos más
adelante, en cuanto matiza de contenido al adjetivo inalienable.

VII. El preámbulo del Estatuto de Autonomía de 2006

VII.1. El pronunciamiento capital del preámbulo de la


propuesta presentada por el parlament
Tenemos el deber de abordar el tema desde una difícil pretensión de
objetividad y, claro es, sine ira et studio. Un hecho innegable es que en un
momento dado el proceso impulsado durante lustros de desarrollo del título
VIII CE en clave federalista asiste a la irrupción de dos fenómenos que no
estaban hasta entonces en el guión. Hablamos del Plan Ibarretxe y del nuevo
Estatuto catalán, de los que afirmó con acierto Parejo que eran “verdaderas
revisiones en terra ignota constitucional (que) portan inevitablemente la
potencia de desvirtuación del modelo establecido desde luego por la norma
fundamental y de asunción, por ello y materialmente, de un papel co-cons-
(100)
tituyente que no corresponde a la norma estatutaria” . Pero mientras el
Plan Ibarretxe era una opción decisionista de inconstitucionalidad manifiesta,
la Propuesta de nuevo Estatut encerraba mayores complejidades.
Pese a lo mucho que se ha escrito sobre los enfoques sutiles que explican el
alcance del nuevo Estatuto de autonomía de Cataluña —como contrapunto a la
tosquedad del llamado “Plan Ibarretxe”—, hay que concluir, con Francesc de
Carreras, que no pasa de responder a una lógica política muy elemental. Así
sostuvo el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona: “La
explicación del origen de todo ello es bastante sencilla y tiene dos compo-nentes
principales. Primero, la reforma del Estatuto era innecesaria y solo se emprendió
por razones tácticas y electorales de los partidos, bastante al margen de los
(101)
deseos mostrados por los ciudadanos catalanes . Segundo,

PAREJO ALFONSO, L.: “Respuestas a encuesta sobre el Estado autonó-


mico”, TRC, n.º 24, 2009, págs. 32-33.
Efectivamente, a comienzos de 2003 tener un mayor grado de autogobierno
solo preocupaba —según el CIS— al 3,9 % de los catalanes, mientras que para el 54,4 %
el principal problema era el desempleo. Durante el verano de 2005, en pleno debate

285
Óscar Alzaga Villaamil

aliarse con un partido independentista para acometer una reforma


(102)
estatutaria es temerario y disparatado” .
Cabe recordar que este autor llevaba años subrayando que los prin-
cipales partidos nacionalistas catalanes y vascos siguen enclavados en el
principio de las nacionalidades y ello significa, en lo esencial, que a toda
nación le corresponde un Estado propio. Para los nacionalistas, la autonomía
—dice De Carreras— “no es otra cosa que un simple paso hacia la única
solución final admisible: Tener un Estado propio… La fórmula actualmente
preferida por los nacionalistas es que son naciones sin Estado, formulación
claramente ideológica, ya que lleva implícita que son naciones a las que les
falta algo (pues) a toda nación le corresponde un Estado. Desde estas
(103)
posiciones la lealtad constitucional se hace muy difícil” .
El hecho es que por el PSC se le presentó a Esquerra la oportunidad de
ser parte del Govern y copartícipe en la iniciativa legislativa para reformar
in radice el Estatuto de 1979 desde sus viejos planteamientos; y no puede
generar extrañeza que, dada su composición, por tal Govern se propugnase,
no ya una reforma global estatutaria, sino una reforma encubierta de la
Constitución, lo que ha permitido escribir a Luis Ortega que el texto de tal
(104)
proyecto era “una LOAPA invertida” , técnicamente la expresión nos

parlamentario sobre el nuevo Estatuto, solo el 14 % de los encuestados estimaba que
el mismo era uno de los principales problemas de Cataluña.
CARRERAS SERRA, F., de: “El proyecto de nuevo estatuto de Cataluña”,
en GARRIDO MAYOL, V.: (Dir.): Modelo de Estado y reforma de los Estatutos, Corts
Valencianes, Valencia, 2007, pág. 275. Lo que con tales palabras quería transmitir el
Prof. De Carreras era muy claro: como primer ingrediente, un PSC, que tras las
elecciones autonómicas del 16 de noviembre de 2003, quiso alzarse al Gobierno de la
Generalitat pactando con el nacionalismo independentista de ERC un nuevo Estatuto —
no una reforma del entonces vigente— que aprobó el Parlament, el 30 de septiembre de
2004, en términos chapuzados en una radicalidad que ponía en entredicho la futura
viabilidad del Estado autonómico. Y confluyó, como sumando, a partir de 2004, la
necesidad del propio PSOE de lograr apoyos parlamentarios entre las minorías nacio-
nalistas para mantenerse en el Gobierno. Vid. ALZAGA, O.: Del consenso constituyente
al conflicto permanente, Ed. Trotta, Madrid, 2011, págs. 76 y ss., y 96-97.
CARRERAS I SERRA, F.: “Respuesta a encuesta sobre dinámica del
sistema autonómico”, TRC, n.º 3, 1999, pág. 31.
ORTEGA ÁLVAREZ, L.: (Dir.): La reforma del Estado Autonómico,
Ed. CEPC, Madrid, 2005, págs. 18 y ss.

286
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

parece discutible, pero en la voluntad de los respectivos promotores de am-


bas normas puede escudriñarse lo que llamaríamos un paralelismo inverso.
Como primera medida, se redactó un preámbulo heredero del que en su
día sirvió de pórtico al proyecto de Estatuto de Nuria, de 1931, pese a la
problemática de inconstitucionalidad que encerraba. Ciertamente, los ci-
mientos del proyecto de Estatut consistían en el reconocimiento del carácter
plurinacional del Estado español a través del reconocimiento de la nación
catalana y de los derechos históricos del pueblo catalán (expresión empleada
reiterativamente como sinónimo de nación catalana) como fundamento de
(105)
su soberanía, y, concretamente, de su singularidad competencial . Tal
opción a favor de proclamar en el preámbulola nación catalana tenía el
respaldo académico, entre otros, del catedrático de la Universidad Pompeu
Fabra y director del Institut d’Estudis Autonòmics, Carles Viver, que había
escrito: “Es cierto que nación jurídica en sentido estricto solo hay una en la
Constitución, pero el término nación es suficientemente polisémico como
para admitir que la proclamación de la existencia de una pluralidad de
naciones, entendidas desde la perspectiva política, cultural o sociológica, no
(106)
vulnera ningún precepto constitucional” ; con este juego de manos se
volvía a los argumentos utilizados por los nacionalistas vascos y los de
Esquerra Republicana de Cataluña durante el proceso constituyente de 1978
con vistas a dar el paso confederativo hacia la “nación de naciones”, en que
estas últimas se vincularían, en su caso y día, en ejercicio de su soberanía.
Lo que el profesor Viver no podía negar es que en la dilatada
historia del constitucionalismo español su tesis carecía de antecedente ni
apoyatura alguna de Derecho positivo, y que el término nación tiene en
nuestra Cons-titución vigente una lectura jurídico política, que conduce a
que solamente se pueda predicar del colectivo español, único titular de la
soberanía y de la potestad constituyente.
El proyecto de Estatuto pretendió —caminando mucho más allá de la
andadura acometida por el de 1979— gozar del formato de una Constitu-

TORNOS MAS, J.: “El Estatuto de Autonomía de Cataluña y el Estado


Autonómico”, El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho, n.º 15,
octubre 2010, págs. 18 y ss.
VIVER I PI-SUNYER, C.: “La reforma de los Estatutos de Autonomía.
Con especial referencia al caso de Cataluña”, Ed. CEPYC, Madrid, 2005, pág. 30.

287
Óscar Alzaga Villaamil

ción. Ello es notorio en un preámbulo de abultada extensión —catequético y


doctrinario—, como también en todo el ropaje del texto y en su sistemática
(que incluía declaración de derechos de los ciudadanos de Cataluña). Se
aspiraba a un preámbulo que aportase argumentos para sostener la tesis de
que ni el Estatut estaba subordinado jerárquicamente a la Constitución de
1978, ni la nación catalana era parte de la nación española. Los derechos
históricos del pueblo catalán se aducen en términos ajenos a la fundamen-
tación clásica del nacionalismo catalán. En efecto, de un lado, encontramos
referencia a fechas que constituyen un hito en la historia de Cataluña y del
resto de España, como el fin de la Guerra de Sucesión y los Decretos de
Nueva Planta (1714), la Mancomunidad de 1914 y los Estatutos de 1932 y
1979. Es de destacar que no hay más referencias al siglo XVIII ni ninguna al
siglo XIX en que Cataluña siempre se consideró parte significativa de la
nación española, con excepción, claro está, de los belicosos carlistas que no
aceptaban la idea de la soberanía nacional.
De otro lado encontramos en la propuesta de preámbulo un párrafo nada
neutro: “Es en ese sentido que el Estatuto es depositario de una memoria y
guarda el recuerdo de todos los que han luchado y de los que fueron exi-liados e
incluso de los que murieron por el reconocimiento de los derechos nacionales de
Cataluña y los derechos sociales de los catalanes”; obviamente estamos ante una
referencia a la guerra civil y a la dictadura franquista, pero lo significativo es
que se incorporan a la memoria de Cataluña los exiliados y los muertos de un
determinado período en la medida en que sus objetivos eran “los derechos
nacionales de Cataluña y los derechos sociales de los catalanes”, de manera que,
como bien escribió Pérez Calvo, “quedan ex-cluidos aquellos que pudieron
resultar igualmente exiliados o muertos pero cuyo objetivo podían ser las
libertades y derechos de todos los españoles. Incluso se niega un pequeño lugar
para la lucha entre catalanes estando en juego esos mismos objetivos. ¿O es que
no ha habido luchas fratricidas entre
los propios catalanes?, ¿Ha sido la historia de Cataluña tan unívoca como
(107)
pretende hacer ver este preámbulo?” .

PÉREZ CALVO, A.: Nación, nacionalidades y pueblos en el Derecho


español (Al hilo de la propuesta de Reforma del Estatuto de Autonomía de
Cataluña), Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 2005, págs. 109 y 110.

288
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

Sabemos que la respuesta debe ser negativa: Baste con recordar que,
no mucho después de la “Semana trágica”, la CNT, a fines de 1918, tenía
en Cataluña 345.000 afiliados y tras la huelga general iniciada en
Cataluña el 24 de marzo de 1919, en unos días se afiliaron, con el
impulso de la patronal, más de 8.000 voluntarios armados al somatén y
empezaron las detenciones de centenares de obreros y una cruda
represión. Es decir, la más cruenta dialéctica social (revolución sindical y
contrarrevolución político-patronal) que se ha dado en la España de
principios del siglo XX. Pero era uno de los capítulos borrados en la
historia de Cataluña en su nueva versión de la propuesta de preámbulo.
Tiene un cierto aspecto novedoso la apelación a los citados derechos
históricos, que, según creemos, se explica al menos en parte, por el deseo de
sacar partido a la singular disposición adicional primera de la Constitución
de 1978, pese a estar limitada a los “territorios forales” y pese a que los
derechos históricos tengan cabida “en el marco de la Constitución”. Pero el
proyecto no conectaba con derechos forales sino que declaraba:
“El presente Estatuto sigue la tradición de las Constitutions i altres
drets de Catalunya, que históricamente habían significado la articulación
política y social de los catalanes y las catalanas”. Con lo que se desconocía
que una cosa es que la palabra Constitución tiene muy antiguas y plurales
(108)
raíces y otra bien distinta que en su acepción política contemporánea
solo se puede aplicar a leyes políticas fundamentales a partir del siglo XVIII
con los padres del constitucionalismo republicano norteamericano y con las
aportaciones que se destilan en ese gran laboratorio de las ideas jurídico
políticas contemporáneas que fue la Revolución francesa.
El historicismo neorromántico ciertamente es caldo de cultivo para el
retorno al distanciamiento de los próximos, a que aspiran los nacionalismos
infra estatales, pero es inquietante como ingrediente de un proceso consti-
tuyente, según manifestó prontamente, desde su gran autoridad intelectual,

Todos sabemos que fue un término empleado por Aristóteles y otros filó-
sofos de la Grecia clásica. Y en el Derecho canónico de la Iglesia católica se vienen
empleando desde hace siglos las expresiones “Constitución Apostólica” o
“Constitución Pontificia”. Y durante siglos hubo múltiples entes y personas jurídicas
cuyos estatutos o reglas internas se denominaban “Constituciones”.

289
Óscar Alzaga Villaamil

(109)
Manuel García-Pelayo . También es preocupante porque la sublimación
del sentimiento “identitario” se formula de espaldas al gran empeño su-
pranacional que es el proceso de integración y modernización de Europa.
Mucho se ha escrito sobre las virtudes que ven los nacionalistas más
radicales en reescribir la historia y seguidamente enraizarse en la historia
mítica resultante, que parte de una edad de oro en la noche de los tiempos,
repleta de aciertos y bondades, en el largo peregrinar por parte de un pueblo
heroico, cuya zona sombría la configuran los agravios de los pueblos vecinos
que tienen sojuzgado a aquel, y se encamina hacia la recuperación de tal
edad de oro mediante su independencia de los opresores.
Es la construcción de una cultura política, dotada de sus propios mitos,
construidos al servicio de movilizar a las masas en torno a un nacionalismo
que ofrece avanzar hacia el ejercicio de un derecho de autodeterminación,
hoy traducido por derecho a decidir, que permitirá la liberación de quienes
oprimen a la nación catalana y el apogeo de la misma.
Porque con razón escribió García-Pelayo que “los mitos vinculados
con la independencia contribuyen a configurar la conciencia nacional de
(110)
ciertos pueblos” .
También, dicho sea de paso, estuvimos en fase constituyente ante el
pretexto historicista que, en aras a los hechos diferenciales, impedía
asumir un consenso federal. De modo que el historicismo de los
nacionalismos menos convivenciales ya había logrado en sede
constituyente impedir un consenso federal a la altura de nuestro tiempo e
igualmente había contribuido a conseguir lo que años después el profesor
(111)
Blanco Valdés adjetivó como un compromiso apócrifo .
Este proyecto de preámbulo tenía algo muy singular; a saber, se remata-
ba con diez afirmaciones dogmáticas a modo de conclusiones. Constatemos

Vid. GARCÍA-PELAYO, M.: “El proyecto constitucional y los derechos


históricos”, en Obras Completas, Ed. CEC, Madrid, 1991, tomo III, págs. 3171 a 3177.
GARCÍA-PELAYO, M.: Los mitos políticos, Ed. Alianza Universidad,
Madrid, 1980, pág. 26.
BLANCO VALDÉS, R.: El largo viaje de España: De la invención del
Estado autonómico al impulso hacia la confederación, en <www.fundacionmgime-
nezabad.es>, 2009, pág. 2.

290
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

brevemente las que aquí más nos conciernen: “Primero. Cataluña es una
nación”; “Quinto. Cataluña considera que España es un Estado plurinacio-
nal” (lo que equivalía a negar la existencia de la nación española); y tras el
décimo aserto, se establecía: “Por fidelidad a dichos principios y para hacer
realidad el derecho inalienable de Cataluña al autogobierno, los parlamen-
tarios catalanes proponen:…”. Arrancando a continuación la redacción del
articulado, del que solo mencionaremos que el artículo 1, reflejo directo del
preámbulo, tenía como rótulo: “La nación catalana”; y su apartado 1, a modo
de eco, disponía: “Cataluña es una nación”.

VII.2.En el texto del estatuto aprobado por las cortes generales

La propuesta de reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña remiti-


da por el Parlament se comenzó a tramitar en el Congreso de los Diputados
(112)
el 18 de octubre de 2005 , habiendo una conciencia generalizada de que
había de ser sometida a amplias modificaciones, lo que planteó una pro-
blemática política de grueso calibre, que no abordaremos en estas páginas.
Solo apuntemos que en el PSOE, como partido en el Gobierno y como
hermano de un PSC que había propiciado el proyecto, se juzgó pertinente
convocar unas Jornadas sobre la materia en Sigüenza (en 2005), cuyos
(113)
debates están publicados . La proclamación de Cataluña como nación en
el preámbulo fue abordada con el mayor realismo, entre otros, por José
María Benegas: “Primero hay que descartar que se trate, como se dice en
ocasiones, de un debate nominalista y por lo tanto secundario, más o menos
irrelevante. La cuestión de fondo es de suma importancia porque afecta al
ámbito de la soberanía, a la regulación del derecho de autogobierno, y a la
atribución con carácter exclusivo de un marco estatal a la nación española”,
para concluir: “¿Cuál es el problema de un nacionalismo reivindicativo

Boletín Oficial de las Cortes Generales. Congreso de los Diputados, 21


de octubre de 2005.
Ed. Pablo Iglesias, Abril de 2006, 311 págs. Asistieron a las mismas políti-
cos cualificados del PSOE y profesores más o menos afines, como Enoch Albertí, José
Álvarez Junco, Paloma Biglino, Andrés de Blas, Francisco Caamaño, Juan Cano Bueso,
Francesc Carreras, Javier Corcuera, Elías Díaz, Luis Fajardo, Juan Fernando López
Aguilar, Isidre Molas, Luis Ortega, Luciano Parejo, Jesús Prieto, Álvaro Rodríguez
Bereijo, Juan José Solozábal, Carles Viver……

291
Óscar Alzaga Villaamil

progresivo si hacemos la concesión de la denominación nación? Que hoy


se sentirán nación, pero mañana plantearán que toda nación, por su
(114)
propia naturaleza, requiere un Estado” .
El hecho es que, aunque nunca falten intelectuales orgánicos que
ofrecen y prestan sus servicios —en este caso en pro de la tesis de que el
contenido del preámbulo del Estatut era una cuestión del genero epiceno
y de efectos neutros por carecer de valor dispositivo—, es obvio en
primer término el valor interpretativo que se reconoce al preámbulo de
(115)
toda ley y, en segundo lugar, que en Derecho público la imputación
de la autoría de la norma a una colectividad a la que se atribuye la
soberanía jurídico constitucional es la primera piedra de cuya solidez
derivará la legitimidad y alcance de la eficacia de la propia norma.
Por tanto, no puede extrañar que el texto del preámbulo (que en el
Congreso de los Diputados desembocaría en un largo texto, pero más
breve que el remitido por el Parlamento de la Generalitat), conllevase un
problema que sobresalía sobre los restantes. La proclamación de la
nación catalana, a modo de “poder constituyente”, con derecho a decidir
que límites de la Constitución de 1978 respetaba por el momento y
cuales “reformaba” ya. En directa relación con el uso de tales
expresiones — concatenadas con la consideración de Cataluña como
nación— emergían en el propio preámbulo otras conexas, como el
empleo del término “rea-lidad nacional”, la referencia a los “derechos
históricos de Cataluña”, y la antes aludida, de que Cataluña es titular de
“un derecho inalienable al autogobierno”. El profesor De Esteban
escribió en un artículo de prensa: “(la) busca de una sentencia justa sobre
la constitucionalidad del Estatut de Cataluña oculta una única cuestión.

BENEGAS, J.: Sigüenza, cit., págs. 44 y 74. Cfr. FAJARDO SPÍNOLA, L.:
“¿Hacia otro modelo de Estado? Los socialistas y el Estado autonómico”, Ed. Civitas,
Madrid, 2009, págs. 179 y 180.
STC 36/1981, de 12 de noviembre, que reconoce a los preámbulos un valor
jurídico hermenéutico. Vease, también: HERRERO DE MIÑÓN, M.: “Preámbulo”, en
CASAS, María Emilia y RODRÍGUEZ-PIÑERO, M.: Comentarios a la Constitución
Española, Ed. Wolters Kluber, Madrid, 2009, págs. 4 y ss, donde se recoge el valor
jurídico que reconocen a los preámbulos de sus respectivas magnas leyes ... Argentina,
Turquía, Portugal, Eslovenia, Chequia, Alemania, Francia y Polonia.

292
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

En efecto, no se trata ni más ni menos que de dar por buena la men-ción


a una nación catalana en su preámbulo, porque lo demás son destellos que
derivan de esa afirmación”. “Si Cataluña es una Nación —continuaba
escribiendo Jorge de Esteban—, hay que reconocer en consecuencia sus
símbolos nacionales; si se reconocen sus símbolos nacionales, hay que
aceptar la soberanía del pueblo catalán; si se establece que el pueblo catalán
es soberano, hay que adoptar la bilateralidad en sus relaciones con el Estado
español; si se acepta la bilateralidad hay que respetar que las competencias
que reconoce el Estatut están blindadas y no se pueden modificar; si se
blindan las competencias de la Generalitat hay que asumir que la Consti-
tución no es ya la primera norma en Cataluña; y si la Constitución no rige ya
en este territorio, hay que reconocer también como válidos unos órganos
propios, diferenciados de los españoles, tales como otro Defensor del Pueblo
y otro Tribunal Constitucional. En otras palabras: la independencia está ya
al alcance de los nacionalistas catalanes, que en puridad no representan,
(116)
en su versión radical, ni la mitad de la población” .
Ciertamente, dejando ahora a un lado si creemos que la concatenación
de causas que expone Jorge de Esteban aúna sus eslabones exactamente en la
forma que el resume, lo que sería cuestión secundaria, es innegable que para
cierto nacionalismo catalán la auto conceptuación de Cataluña como nación
(negando, al tiempo, por la tácita, la existencia de una nación espa-ñola) es la
primera premisa de todo el silogismo estatutario, o, si se quiere, la clave de
la bóveda de toda su estrategia para poner las bases del derecho de
autodeterminación, a fin de alcanzar, en su caso y día, un Estado propio e
independiente. No puede consiguientemente producir extrañeza que, llegado
el momento de debatir el preámbulo en el Congreso de los Diputa-dos, esta
cuestión se encallase. Tras largo diálogo improductivo, se creyó ver una
posible solución que fuese admisible tanto para los nacionalistas catalanes
que habían dado el paso de adjetivar a Cataluña como nación, como para los
representantes de las Cortes Generales que pensaban con buen criterio que
con la Constitución en la mano solo se podía considerar a Cataluña como una
nacionalidad. Esta particular solución que contiene el preámbulo se
incorpora a un párrafo singularísimo en la historia del Derecho Público
Europeo. Con el siguiente tenor literal: “El Parlamento de Cataluña,
recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de

DE ESTEBAN, J.: “Una sola Nación: España”, en: El Mundo, 11 de enero


de 2010.

293
Óscar Alzaga Villaamil

(117)
Cataluña , ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña
como nación. La Constitución Española en su artículo segundo, reconoce
la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad”. El párrafo no era en
verdad la piedra filosofal: seguía pudiendo servir al nacionalismo catalán
más radical como primera premisa de un silogismo cuya conclusión fuese
que la propia Cataluña había decidido, desde su hipotética soberanía, que
no era parte de España. Y, a la vez, se hacía decir a la Constitución de
1978 (artículo 2) lo que no contiene; a saber, ni una mención expresa a
Cataluña, ni un reconocimiento expreso de “la realidad nacional de
Cataluña (léase nación)”, como “nacionalidad”.
Muy numerosos eran los textos del nuevo Estatuto de Cataluña cuya
constitucionalidad era puesta en cuestión, pero los citados del preámbulo
eran, si se nos permite parafrasear a Sadam Hussein, “la madre de todas
las batallas” a ventilar en la sede del Tribunal Constitucional.
VIII. La STC 31/2010 sobre el “Estatut”

A) Expresiones del preámbulo recurridas


Fueron recurridas, por presunta inconstitucionalidad, diversas expre-
siones del preámbulo del Estatut. A saber:
La referencia a que “El autogobierno de Cataluña se fundamenta
en la Constitución así como en los derechos históricos del pueblo
catalán que, en el marco de aquella, dan origen en este Estatuto al
reconocimiento de una posición singular de la Generalitat”.
La mención de que “El Parlamento de Cataluña recogiendo el
sen-timiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha
definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como
nación. La Constitución española en su artículo segundo,
reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad”.
Y las palabras con que se abre el último párrafo del preámbulo:
“En ejercicio del derecho inalienable de Cataluña al autogobierno,
(118)
los parlamentarios catalanes proponen……” .

Ello no era verdad si lo leemos a la luz de las encuestas efectuadas en la


época sobre esta cuestión.
La cursiva es nuestra, a efectos de indicar las expresiones más debatidas.

294
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

Pero antes de abordar el tratamiento que da a tales cuestiones la


sentencia del Tribunal Constitucional parece pertinente esbozar alguna
consideración previa.

La doctrina sobre la relación jurídica que vincula a los Estatu-


tos de Autonomía con la Constitución. El pronunciamiento capital del
preámbulo y otras expresiones significativas
Tales incisos (“derechos históricos”, “ciudadanía de Cataluña”, “na-
ción”, así como “el derecho inalienable de Cataluña al autogobierno) reflejan
una sola idea capital, a saber, la idea fuerza que sustenta a parte significativa
del nacionalismo: Cataluña es una nación, hija de una dilatada historia en la
que ha ostentado sus propios derechos adjetivables de históricos; y los
integrantes de Cataluña son sus ciudadanos que han de protagonizar el
derecho inalienable a un autogobierno que es propio a Cataluña y no fruto de
la Constitución española. De manera que la mayor parte del preámbulo del
Estatut, pese a la labor de pulimento llevada a cabo por las Cortes Ge-
nerales, está escrita al servicio de tesis relativizadoras de que en la cúspide
de la pirámide normativa reine en solitario la Constitución, expresión del
poder constituyente de la nación española en el ejercicio de su soberanía.
Se trata de cuestionar que los Estatutos de Autonomía se encuentren en
un plano inferior al de la Constitución. Es el intento de sustituir la relación
de jerarquía entre Constitución y Estatutos por la tesis de que estos son
normas ubicadas en el mismo plano horizontal en que se encuentra aquella, a
la que de forma imprescindible vienen a complementar. Todo ello estaba
chapuzado en ideología y buscaba construir lo que Muñoz Machado ha
(119)
denominado “el mito del Estatuto-Constitución” .
Cuanto reflejamos en el párrafo anterior es el más intrincado problema
que había de lidiar el Tribunal Constitucional y explica por entero la per-
tinencia de una serie de declaraciones previas —impregnadas de voluntad de
rechazo— que el Tribunal Constitucional considera que debe empezar por
incorporar al fundamento jurídico 3 de la sentencia que nos ocupa. En
nuestro criterio, el Tribunal Constitucional no confecciona un innecesario

MUÑOZ MACHADO, S.: “El mito del Estatuto-Constitución en la


reforma del Estado autonómico”, en: Derecho público de las Comunidades
Autónomas, Ed. Iustel, Madrid, 2007, vol. I. pp 65 a 84.

295
Óscar Alzaga Villaamil

resumen de manuales al uso en nuestras universidades, en la disciplina de


Derecho Constitucional. Estamos ante algo de mayor enjundia: la cimenta-ción
de las bases de una argumentación bien concatenada, que desmonta todo el
argumentario del nacionalismo catalán más radical en torno al Estatut. Y que se
refiere tanto a su letra como, por la tácita, a la propuesta inicial. Así leemos en
este apartado de la Sentencia: “Los Estatutos de Autonomía son normas
subordinadas a la Constitución, como corresponde a disposi-ciones normativas
que no son expresión de un poder soberano, sino de una autonomía
fundamentada en la Constitución, y por ella garantizada, para el ejercicio de la
potestad legislativa en el marco de la Constitución misma (así desde el principio,
STC 4/1981, de 2 de febrero, FJ 3). Como norma suprema del Ordenamiento, la
Constitución no admite igual ni superior, sino solo normas que le están
jerárquicamente sometidas en todos los órdenes”.
Más adelante, el TC sostiene: “Los Estatutos de Autonomía se
integran en el Ordenamiento bajo la forma de un específico tipo de ley
estatal: la ley orgánica, forma jurídica a la que los arts. 81 y 147.3
reservan su apro-bación y su reforma. Su posición en el sistema de
fuentes es, por tanto, la característica de las leyes orgánicas; esto es, la de
normas legales que se relacionan con otras normas con arreglo a dos
criterios de ordenación: El jerárquico y el competencial. En tanto que
normas legales, el de jerarquía es el principio que ordena su relación con
(120)
la Constitución en términos de subordinación absoluta” .
Esta exposición, si se quiere, didáctica pero sobre todo clarificadora
desmonta la serie de esquemas teoréticos que —según hemos narrado—
pretendían reconvertir la naturaleza jurídica de los Estatutos de autonomía
para relacionarlos horizontalmente con la Constitución, se complementa en
el FJ 4 de la propia STC con asertos como los siguientes: “Es forzoso partir
de la obviedad de que el Ordenamiento español se reduce a unidad en la
Constitución”; para afirmar poco después: “La primera función
constitucional de los Estatutos de Autonomía radica, por tanto, en la diver-
sificación del Ordenamiento mediante la creación de sistemas normativos
autónomos, todos ellos subordinados jerárquicamente a la Constitución y
ordenados entre sí con arreglo al criterio de competencia”; y para añadir

Vid. ALZAGA VILLAAMIL, O.: “En torno al concepto de Ley Orgánica en


la Constitución”, en Teoría y Realidad Constitucional, n.º 5, 2000, págs. 115 y ss.

296
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

más adelante: “La inconstitucionalidad por infracción de un Estatuto es,


en realidad, infracción de la Constitución, única norma capaz de atribuir
(por sí o por remisión a lo que otra disponga) la competencia necesaria
para la producción de normas válidas”.
Nos parece obvio que al sostener el alto Tribunal que un Estatuto es solo
parte de un único ordenamiento jurídico, presidido por la Constitución, está
afirmando al tiempo que ese único ordenamiento jurídico es el de un único
Estado, a saber, el Estado español. Ello es tanto como negar toda cobertura
constitucional a la tesis confederal, que se ha intentado construir a la ligera desde
las bases del dogma de que estamos “en presencia de tres naciones o quizás de
alguna más……”, de lo que se deducía otro dogma vano: “Es
necesaria la evolución hacia un Estado confederal, compuesto por estados
(121)
confederados, dotados de sus respectivos ordenamientos” .
Una vez que el alto Tribunal ha expuesto de forma meridianamente
clara la relación de supeditación jerárquica en que se encuentran los Es-
tatutos respecto de la Constitución, lex superior de nuestro Ordenamiento
jurídico, cree, en el FJ 7, llegada la ocasión de abordar las impugnaciones
que se contienen en los respectivos recursos respecto de los tres incisos
del preámbulo reproducidos en el encabezamiento de este apartado del
presente Estudio. Pero como ello se aborda en una interpretación en
bloque de cier-tos artículos del Estatut con estos textos del preámbulo,
resultan obligadas algunas consideraciones previas sobre el valor jurídico
que el Tribunal Constitucional atribuye a este.

El valor jurídico a efectos hermenéuticos del preámbulo de un


Estatuto
También piensa el Tribunal, que ese es trance adecuado para precisar el
valor que por la mejor ciencia jurídica se reconoce a los preámbulos, y que
ello servirá de pórtico para el pronunciamiento, sobre la posible inconstitu-
cionalidad de los párrafos del preámbulo puestos en cuestión. Así el Tribu-
nal Constitucional empieza por admitir que “un preámbulo no tiene valor
normativo, siendo por ello innecesario, y hasta incorrecto, hacerlo objeto

Vid. RUIPÉREZ ALAMILLO, J.: Entre el federalismo y el confederantismo.


Dificultades y problemas para la formulación de una Teoría constitucional del Estado de
las Autonomías, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 2010, especialmente, págs. 189 y ss.

297
Óscar Alzaga Villaamil

de una declaración de inconstitucionalidad expresa que se recogiera en la parte


dispositiva de una Sentencia de este Tribunal. Esa carencia de valor normativo
tiene como consecuencia, en efecto, que, como afirmamos en la STC 116/1999,
de 17 de junio, FJ 2, los preámbulos no pueden ser objeto directo de un recurso
de inconstitucionalidad (SSTC 36/1981, fundamento jurídico 7; 150/1999,
fundamento jurídico 2; 212/1996, fundamento jurí-dico 15; y 173/1998,
fundamento jurídico 4). Ahora bien, carencia de valor normativo no equivale a
carencia de valor jurídico, del mismo modo que la imposibilidad de erigirse en
objeto directo de un recurso de inconstitucionali-dad no supone que los
preámbulos sean inaccesibles a los pronunciamientos de nuestra jurisdicción en
tanto que posible objeto accesorio de un proceso referido principalmente a una
disposición normativa”.
Acto seguido, y como más adelante habremos de ver, la sentencia busca
apoyo a la solución que adopta (de la que discrepan los cuatro votos
particulares) en un precedente sentado por el mismo en su primera época, al
exponer: “De hecho, en la propia STC 36/1981 hicimos una declaración expresa
sobre el valor interpretativo del preámbulo entonces examinado, bien que
proclamándola en la fundamentación jurídica y sin llevarla formalmente al
fallo”. En suma, para el supremo intérprete de la Constitución el valor jurídico
del preámbulo consiste en su cualificada condición como criterio hermenéutico.
Consiguientemente, entiende el Tribunal Constitucional que si ciertos conceptos
y categorías que se recogen en el preámbulo se proyec-tan sobre preceptos que
contravienen la Constitución, tal interpretación de ciertas expresiones del
preámbulo resultará constitucionalmente inadmisible, debiendo privar el
Tribunal, en esos puntos, al preámbulo, del valor jurídico que le es
característico, esto es, de su condición de interpretación cualificada,
pero sin declaración expresa de inconstitucionalidad de párrafos o incisos
(122)
que sean expulsados de la norma .
Sin adentrarse en debates académicos propios de Bizancio, constata-
mos que, el Tribunal Constitucional equipara, de facto, con buen criterio a
efectos jurídico constitucionales, las menciones a la nación catalana con
pueblo de Cataluña, lo que permite que sean objeto de análoga valoración.
Así en el FJ 9 leemos: “No puede haber equívoco en la proclamación efec-
tuada por el artículo 2.4 EAC de que los poderes de la Generalitat emanan

Vid. FJ 7, in fine.

298
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

del pueblo de Cataluña, pues es obvio que, conforme al propio artículo 1


EAC, la Comunidad Autónoma de Cataluña trae causa en Derecho de la
Constitución Española y, con ella, de la soberanía nacional proclamada
en el artículo 1.2 CE, en cuyo ejercicio, su titular, el pueblo español, se ha
dado una Constitución que se dice y quiere fundada en la unidad de la
Nación española”. Y consecuentemente, el Tribunal Constitucional
(123)
delimita con claridad el concepto de “pueblo de Cataluña” .
Mediante la reflejada construcción la sentencia dice eludir un pronun-
ciamiento directo sobre los términos míticos, cargados de la misma intencio-
nalidad que latió en su día bajo el Estatuto de Nuria o de la propuesta
remitida en 2005 por el Parlament a las Cortes. Pero, en realidad, no cree
posible dejar de llevar al fallo un rechazo sobre las expresiones que
considera más inadmisibles del preámbulo. Así, efectivamente, la primera
declaración del fallo afirma taxativamente que: “Carecen de eficacia jurídica
interpretativa las referencias del preámbulo del Estatuto de Cataluña a
Cataluña como nación y a la realidad nacional de Cataluña”. Ello, a mi
modesto entender es un proceder acorde con la mejor técnica jurídica, pese a
que sea calificado de insuficiente en los respetables y muy elaborados votos
particulares de Vicente Conde Martín de Hijas, Javier Delgado Barrio, Jorge
Rodríguez Zapata y Ramón Rodríguez Arribas, y ser adjetivado de inclusión
indebida en el voto particular del magistrado Eugeni Gay Montalvo; este
último, se-gún creo, constituye buena prueba de que tal primera declaración
del fallo, como diría D. José Ortega “no pertenece al género epiceno”.
Ahora bien, no se realiza ninguna otra privación de eficacia hermenéu-
tica respecto de otros incisos del preámbulo. En nuestra opinión, el Tribunal

En el propio FJ 9 se sienta la siguiente doctrina: “El pueblo de Cataluña no es


en el artículo 2.4 EAC, sujeto jurídico que entre en competencia con el titular de la
soberanía nacional cuyo ejercicio ha permitido la instauración de la Constitución de la
que trae causa el Estatuto…… El pueblo de Cataluña comprende así el conjunto de los
ciudadanos españoles que han de ser destinatarios de las normas, disposiciones y actos en
que se traduzca el ejercicio del poder público constituido en la Generalitat de Cataluña…
Tal es el designio que justifica la expresión pueblo de Cataluña en el artículo 2.4 EAC,
por entero distinta, conceptualmente, de la que se significa en nuestro Ordenamiento con
la expresión pueblo español, único titular de la soberanía nacional que está en el origen
de la Constitución y de cuantas normas derivan de ella su validez”.
“Así entendido ha de desestimarse la impugnación del art. 2.4 EAC”.

299
Óscar Alzaga Villaamil

Constitucional con ello parte tácita pero acertadamente de la distinción que


nosotros hemos intentado asentar en este artículo entre el pronunciamiento
capital de un preámbulo que es indubitado y transcendente, pues concierne a
la titularidad de su autoría y a que la misma supone el ejercicio, bien del
poder constituyente o bien meramente de un poder constituido, en este caso,
el poder estatuyente y, de otra parte, los restantes enunciados del preám-
bulo, condicionantes del rango y eficacia de la norma. Se ha subrayado el
carácter novedoso de que un fallo del máximo intérprete de la Constitución
incluya un pronunciamiento de rechazo sobre términos del preámbulo de una
Ley, aunque sea negándoles “eficacia jurídica interpretativa” y desde luego
es la primera vez en que el Tribunal Constitucional lo hace con esta
transcendencia, pero con ello, a nuestro juicio, no se ha extralimitado en las
funciones que le encomienda la LOTC, ya que según su artículo 27.1
“mediante los procedimientos de declaración de inconstitucionalidad (ha de
garantizar) la primacía de la Constitución y enjuiciar la conformidad o
disconformidad con ella de las leyes, disposiciones o actos impugnados” y
no es otra cosa lo que el alto Tribunal aquí ha hecho mediante una fórmula, a
la par, precisa y nada agresiva.
Más arriba hemos hecho referencia a que en el párrafo último, que sirve de
broche de cierre del preámbulo del Estatut del 2006 se incluye una expresión
heredada del Estatuto de 1979. Pero debemos subrayar que ahora fue objeto de
impugnación ante el Tribunal Constitucional. Nos referimos al siguiente inciso:
“En ejercicio del derecho inalienable de Cataluña al autogobierno, los
Parlamentarios catalanes proponen……”. El alto Tribunal no
acoge la impugnación y formula una interpretación interesante del adjetivo
“inalienable”, que no lleva al fallo como “interpretación conforme”, pero que
materialmente lo es cuando dispone: “El único sentido que cabe atribuir a la
referencia del preámbulo del Estatuto al derecho inalienable de Cataluña al
autogobierno es el de la afirmación de que tal derecho no es sino el que el
artículo 2 CE reconoce y garantiza a las nacionalidades y regiones que integran
aquella. Derecho constitucional, por tanto, y, en virtud de esa cua-lidad
inalienable, esto es indisponible para los poderes constituidos, y solo al alcance
del poder de revisión constitucional”. Es decir, el Tribunal Cons-titucional deja
sentado que tales derechos no se sitúan supra constitutionem, pues traduce
libremente —aunque velando oportunamente por la supremacía de la
Constitución— la expresión “inalienables” por “indisponibles para los poderes
constituidos”, pero “al alcance del poder de revisión constitucional”.

300
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

Estamos ante una auténtica “interpretación conforme”, que solo se explica


que no se acumule al gran número de declaraciones de esta naturaleza que
contiene el fallo por tratarse de una expresión tomada de la literalidad del
preámbulo del Estatuto de 1979 que no fue objeto en su día de recurso de
inconstitucionalidad. Hay una concesión más formal, que material.

El juicio de inconstitucionalidad conjunto del preámbulo con


ciertos preceptos
El Tribunal Constitucional, como acabamos de apuntar, no elude cierta
valoración de inconstitucionalidad sobre los contenidos del preámbulo, es
decir, la que se efectúa conjuntamente con algún precepto del articulado. Y
mediante este enjuiciamiento en bloque se hace el examen de constitucio-
nalidad de ciertos artículos del Estatuto, a la luz del preámbulo.
Los principales términos que se recogen en los respectivos preceptos
del Estatuto, que son objeto, por parte del Tribunal, de tratamiento
conjunto con el preámbulo son:
Los “derechos históricos” (artículo 5.º EAC), la “ciudadanía de Ca-
taluña” (artículo 7.º EAC) y los “símbolos nacionales” (artículo 8.º EAC).
Traigamos a nuestra memoria el tenor literal del artículo 5.º del Esta-
tut: “El autogobierno de Cataluña se fundamenta también en los derechos
históricos del pueblo catalán, en sus instituciones seculares…… que el pre-
sente Estatuto incorpora y actualiza al amparo del artículo 2, la disposición
transitoria segunda y otros preceptos de la Constitución, de los que deriva el
reconocimiento de una posición singular de la Generalitat……”.
Sobre tal precepto el Tribunal Constitucional se manifiesta en el
fundamento jurídico 10, que empieza con un pronunciamiento negativo al
disponer: “El artículo 5 EAC sería manifiestamente inconstitucional si
pretendiera para el Estatuto de Autonomía un fundamento ajeno a la Cons-
titución, aunque fuera añadido al que esta le dispensa”, que es —pensamos
nosotros— lo que tal precepto estatutario precisamente pretende por la vía de
la inequívoca palabra “también”. Pero a partir de esa declaración inicia el
Tribunal Constitucional su “interpretación conforme” al establecer expresa-
mente: “Sin embargo, el enunciado integro del artículo permite descartar esa
interpretación, así como la de que con él se hayan querido traer a colación
para la Comunidad Autónoma de Cataluña los derechos históricos a los que
se refiere la disposición adicional primera de la Constitución…. Se trata de
301
Óscar Alzaga Villaamil

derechos históricos en un sentido bien distinto del que corresponde a los


derechos de los territorios forales a que se refiere la disposición adicional
primera de la Constitución”. Esta contradicción del texto recurrido es así
objeto de una “interpretación conforme, que se lleva a la parte dispositiva
(fallo) de la Sentencia, declaración 3ª., en estos términos: “No son
incons-titucionales, siempre que se interpreten en los términos
establecidos en el correspondiente fundamento jurídico que se indica, los
siguientes preceptos: el artículo 5 (FJ 10)……”.
Sobre lo correcto o forzado de esta y otras “interpretaciones
conformes” volveremos más adelante pues el uso reiterativo de esta
suerte de fórmulas merece que le dediquemos una reflexión más amplia.
Recordemos ahora el texto del impugnado artículo 7.1 del Estatuto
de Autonomía de Cataluña: “Gozan de la condición política de catalanes
o ciudadanos de Cataluña los ciudadanos españoles que tienen vecindad
administrativa en Cataluña. Sus derechos políticos se ejercen de acuerdo
con el presente Estatuto y las leyes”.
El Tribunal Constitucional dispone —con acierto, a nuestro
entender— que “la ciudadanía catalana no es sino una especie del género
ciudadanía española, a la que no puede ontológicamente contradecir”.
Para añadir después: “Los ciudadanos de Cataluña no pueden confundirse
con el pueblo soberano concebido como la unidad ideal de imputación
del poder constitu-yente y como tal fundamento de la Constitución y del
Ordenamiento (STC 12/2008, de 29 de enero FJ 10)”. Por lo que se
desestima correctamente la impugnación.
A su vez, el artículo 8 del Estatuto dispone: “Cataluña, definida
como nacionalidad en el artículo primero, tiene como símbolos
nacionales la ban-dera, la fiesta y el himno”. Y es objeto de recurso de
inconstitucionalidad el adjetivo nacionales, que califica a los mismos.
Mientras en la Constitución solo se recoge como símbolo de España su
bandera (artículo 4.1) y exclusivamente se prevé que en los Estatutos se
puedan “reconocer banderas y enseñas propias de las Comunidades Au-
(124)
tónomas” (artículo 4.2) , hace lustros que la Generalitat puso énfasis

Ni se constitucionaliza el himno nacional, ni se ha podido alcanzar un


consenso para dotarle de letra, fundamentalmente por las objeciones insalvables de

302
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

en adjetivar estos símbolos como nacionales. Por vía de ejemplos, cabe


mencionar: La Diada que es adjetivada de nacional por la ley autonómica
1/1980 y a su vez la Ley 1/1993 de la Comunidad Autónoma de Cataluña
(125)
dispuso que Els Segadors era el himno nacional.
Y aún cabe añadir la aplicación del mismo adjetivo a una orquesta, un
museo, etc. Son supuestos de construcción de mitos que van configurando una
determinada mitología. No puede extrañar que el Tribunal Constitucional (FJ 12)
anuncie que se llevará al fallo una interpretación conforme respecto del primer
apartado del artículo 8 EAC (“Cataluña, definida como naciona-lidad en el
artículo primero, tiene como símbolos nacionales la bandera, la fiesta y el
himno”) al declarar: “los términos “nación” y “realidad nacional”, referidos a
Cataluña, utilizados en el preámbulo,carecen de eficacia jurí-dica interpretativa,
(126)
lo que dada la especial significación de un preámbulo estatutario así se
dispondrá en el fallo; y el término “nacionales” del artículo 8.1 EAC es
conforme con la Constitución interpretado en el sentido de que el referido
término está exclusivamente referido, en su significado y utilización”, a los
símbolos de Cataluña, “definida como nacionalidad” (artículo 1 EAC) e
integrada en la “indisoluble unidad de la nación española como establece el
artículo 2 CE, y así se dispondrá en el fallo”.
El Tribunal Constitucional en su FJ 12 desarrolla su visión, antes
aludida, de la nación y, aun aceptando que se está en presencia de un tér-
mino proteico (realidad cultural, histórica, lingüística, sociológica y hasta
religiosa) dispone que en sentido jurídico constitucional la Constitución no
conoce otra nación que la nación española y que “(no se puede) referir el
término nación a otro sujeto que no sea el pueblo titular de la soberanía”.
Para pasar a afirmar: “Por todo ello, los términos nación y realidad nacional

ciertos sectores nacionalistas. Vid. ALEGRE MARTÍNEZ, M. A. (coord.): El himno


como símbolo político, Universidad de León, 2008.
Aunque se trata de una canción popular, con cuna en la sublevación de
campesinos de 1640, a la que se le hizo un arreglo musical y puso letra en 1892-1899.
La cursiva es nuestra. Tratamos de resaltar como el Tribunal Constitucio-
nal no considera aplicable la hermenéutica jurídica tradicional sobre los preámbulos
de las leyes ordinarias al preámbulo de un Estatuto de Autonomía. Y le asiste toda la
razón, pues tiene otro alcance al incorporarse a lo que se ha denominado “el bloque
de constitucionalidad”.

303
Óscar Alzaga Villaamil

referidos a Cataluña, utilizados en el preámbulo, carecen de eficacia jurí-dica


interpretativa, lo que dada la especial significación de un preámbulo
(127)
estatutario así se dispondrá en el fallo ” (léase, a nuestro entender: dada
la especial significación del pronunciamiento capital del preámbulo del Es-
tatuto). Y concluyendo que a los referidos símbolos solo se puede adjetivar
de nacionales en cuanto se refieren a una nacionalidad.
Tal razonamiento del Tribunal Constitucional nos parece acertado. De
una parte, como sostuvieron la Generalitat y la Abogacía del Estado, el tér-
mino nación puede referirse a realidades plurales, es decir tiene un carácter
polisémico. Ahora bien, ello es una característica que comparte con otras
muchas expresiones del idioma español. Cualquier página del Diccionario
de la Real Academia es prueba documental de esta verdad. Ahora bien, tras
afirmar lo anterior, de otra parte, recordemos que en el ordenamiento
jurídico ha de respetarse el principio de seguridad jurídica, consagrado en el
artículo 9. 3 CE, que implica esencialmente certeza y previsibilidad de los
efectos que se derivan de las disposiciones normativas. Las palabras tienen
con frecuencia varias significaciones según se usen en el lenguaje cotidiano,
pero en el ámbito jurídico —en este caso en la rama del Derecho
Constitucional— una palabra como nación solo tiene una acepción, la que
(128)
constitucionaliza la CE en su preámbulo y en su artículo 2 , siguiendo la
estela de nuestro Derecho constitucional histórico.

La no llevanza al fallo de declaraciones de nulidad por


inconsti-tucionalidad de preceptos sobre los que solo se formula
“interpretación conforme”
Obviamente, el Tribunal Constitucional como “intérprete supremo de la
Constitución” (artículo 1 LOTC) puede formular en los fundamentos ju-
rídicos de sus sentencias “interpretaciones conformes”, en que se conserva
una norma o un precepto en el seno del ordenamiento jurídico, siempre que
se lea en los términos conformes con la Constitución, que la sentencia
establece en sus fundamentos jurídicos y puede llevar al fallo. Ciertamente,
respecto de una “interpretación conforme” cabe que un magistrado exponga
otro criterio en su voto particular.

Declaración 1.ª del Fallo sobre que carece de eficacia jurídica


interpretativa la referencia del preámbulo a “la realidad nacional de Cataluña”.
Cfr. PÉREZ CALVO, A.: Nación…cit., págs. 110 a 112.

304
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

En esta ocasión la discrepancia se encarna en cuatro votos particula-


(129)
res . Alguna razón que ignoramos explicará —puesto que no hay efecto
sin causa— que tales votos de substrato análogo no se refundiesen en uno
solo. Pero lo que aquí importa es el hilo conductor de sus respectivas re-
flexiones, que me permito resumir así: a) En principio, la técnica de que el
Tribunal Constitucional formule “interpretaciones conformes” tiene base en
el artículo 1 LOTC y puede constituir práctica útil y no objetable, ya que el
propio alto tribunal tiene asentado que solo cabe declarar la inconstitucio-
nalidad de los preceptos “cuya incompatibilidad con la Constitución resulte
indudable por ser imposible llevar a cabo una interpretación conforme a la
(130)
misma” ; b) La interpretación conforme tiene límites pues no puede
alcanzar a desfigurar un enunciado legal manifiestamente inconstitucional
para hacerle decir exactamente lo contrario de lo que afirma, al efecto de que
el nuevo enunciado formulado por el propio Tribunal Constitucional pueda,
al tiempo, ser declarado compatible con la Constitución.
Cierto es que el debate sobre los límites de las interpretaciones con-
formes no se inaugura con la sentencia 31/2010, que nos ocupa, pues ya
estaba consolidada una doctrina del Tribunal Constitucional al respecto que,
entre otras tesis, había asentado las siguientes: a) El respeto “al propio tenor
(131)
literal de aquellos (preceptos impugnados)” ; b) No le es posible al
Tribunal Constitucional desconocer o deformar el sentido de enunciados
(132)
legales provistos de claridad meridiana ; c) Tampoco es posible una re-
(133)
construcción ex novo del mandato imperativo de la norma enjuiciada ;
El Tribunal Constitucional no puede llegar a usurpar las funciones que
(134)
corresponden al legislador . Doctrina a cuya invocación suma el magis-

Votos particulares de V. CONDE MARTÍN DE HIJAS (FJ 2 y 3), J.


DEL-GADO BARRIO (FJ 1 y 2, y, en parte el 3); J. RODRÍGUEZ-ZAPATA
PÉREZ (FJ 6, 7, 8 y 9); y R. RODRÍGUEZ ARRIBAS (FJ 3 y 4).
STC 111/1993, de 25 de marzo, FJ 8.
SSTC 222/1992, de 11 de diciembre (FJ 2) y 238/2007, de 12 de julio (FJ 2).
SSTC 22/1985, de 15 de febrero (FJ 5); 341/1993, de de 18 de noviembre
(FJ 2) y 24/2004, de 24 de febrero (FJ 6).
SSTC 11/1981, de 8 de abril (FJ 4) y 24/2004, de 24 de febrero (FJ 6).
SSTC 45/1989, de 20 de febrero (FJ 11); 96/1996, de 30 de mayo (FJ 22);
235/1999, de 20 de diciembre (FJ 13); 194/2000, de 19 de julio (FJ 4); 184/2003, de

305
Óscar Alzaga Villaamil

trado Rodríguez Zapata las tesis por el ya defendidas en su voto


(135)
particular a STC relativamente reciente .
Adicionalmente, es un hecho que hay un intérprete último (en lo
tempo-ral) de la Constitución y especialmente de la jurisprudencia
constitucional; este no es otro que los constitucionalistas que estudian la
jurisprudencia constitucional, investigan e imparten docencia en las
universidades. Y bue-na parte de estos últimos intérpretes parece coincidir
con los cuatro votos particulares en que la técnica seguida por la Sentencia
31/2010 es criticable por abusar de la “interpretación conforme” para
expulsar del Ordenamiento jurídico contenidos dispositivos de textos
(preámbulo y artículos) varios del Estatut, sin llegar a declarar su nulidad. Se
argumenta que incurre en prácticas rocambolescas para decir que un
precepto puede seguir en el orde-namiento jurídico en la medida que se
entienda que preceptúa precisamente lo contrario de lo que dispone.
En la doctrina científica quien primero empuñó el estilete de la crí-
tica académica sobre la literalidad de la sentencia fue el profesor Blanco
Valdés. Y en esta ocasión de las tierras de Galicia no brotaron plantas de
ambigüedad e indefinición. Su desacuerdo con la técnica esgrimida por el
Tribunal era meridianamente claro. Como aquí hemos de circunscribirnos
al ámbito del preámbulo, traeremos a colación tan solo su crítica sobre los FJ
(136)
10 y 12 . Respecto del primero, sobre la mención en el artículo 5 de
los derechos históricos del pueblo catalán como fundamento jurídico del
pueblo de Cataluña, este autor escribe: “No hay que ser, desde luego, muy
sagaz para descubrir la fórmula magistral que ha encontrado la mayoría del
Tribunal Constitucional para sanar la inconstitucionalidad de lo que de otro
modo lo sería: La consistente en hacer decir al Estatuto lo contrario de lo que
manifiestamente afirma, para poder proclamar luego que tal interpretación es
perfectamente constitucional……”. Y concluye el profesor de Santiago:
“El Estatuto proclama, en suma, un principio de doble legitimidad (la
Constitución y los derechos históricos del pueblo catalán), algo que según

23 de octubre (FJ 7); 24/2004, de 24 de febrero (FJ 6); 183/2005, de 26 de mayo (FJ
y 235/2007, de 7 de noviembre (FJ 7).
VP (FJ 7) a STC 247/2007, de 12 de diciembre.
BLANCO VALDÉS, R. L.: “El Estatuto Catalán y la Sentencia de nunca
acabar”, Claves de la razón práctica, n.º 205, 2010, págs. 4 y ss.

306
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

el Tribunal Constitucional español sería manifiestamente inconstitucional


de no ser porque, según la sentencia, el precepto no dice lo que, tras su
lectura, todo el mundo puede interpretar que afirma con toda claridad”.
Y respecto del fundamento jurídico 12 (sobre el artículo 8.1 EAC)
acerca de los símbolos nacionales de Cataluña aduce Blanco Valdés que para
el Tribunal Constitucional “las palabras significan algo diferente de lo que
significan según el Diccionario de la Lengua Española”. Y añade: “el
Tribunal Constitucional español resuelve uno de los asuntos más de-batidos
en su seno (el de la constitucionalidad o no de los términos nación y realidad
nacional referidos a Cataluña, contenidos en el preámbulo de la norma) con
la doctrina, que lleva al fallo, de que ambos términos carecen de eficacia
(137)
jurídica interpretativa, lo que constituye un brindis al sol…” .
Las tesis de Blanco Valdés han sido respaldadas por el profesor
Jorge de Esteban.
Este lo hace apoyándose en los votos particulares y especialmente en el
del magistrado Javier Delgado, para quien “entiende (la sentencia) que el
examen del preámbulo ha de hacerse al hilo del enjuiciamiento de los
preceptos impugnados (FJ 7) y yo creo que es al revés: al hilo del estudio del
preámbulo habrán de examinarse los preceptos recurridos. En efecto, el
Estatuto de Cataluña aquí impugnado es una ley profundamente coherente:
la quintaesencia está en el preámbulo, que tiene su directo reflejo en el título
(138)
preliminar, que a su vez se desarrolla en el resto del articulado” . De Es-
teban glosa así esas palabras: “De este modo, afirma, con toda la razón que la
definición de Cataluña como nación es la clave esencial para entender lo que
significa el Estatuto, por lo que el magistrado sostiene que con todo el
respeto al pueblo catalán, es indudable que en un sentido jurídico-constitu-
cional no hay más que una nación que es la Nación española —preámbulo y
artículo 2.º CE—, de suerte que la definición de Cataluña como nación y su
consideración como realidad nacional —párrafo 14 del preámbulo del
(139)
Estatut— resultan inconstitucionales . Por consiguiente, Delgado no está
de acuerdo con el punto primero del fallo, redactado para tranquilizar

BLANCO VALDÉS, R.: Vid., locus cit, pág. 11.


Vid. “Voto particular”, pág. 16.
Ibídem, págs. 2 y 16.

307
Óscar Alzaga Villaamil

algunas conciencias, pero que en el fondo —sostiene De Esteban— no es


más que un brindis al sol”. Y apostilla: “Como es sabido, la propuesta de
esta aclaración la hizo el Magistrado Manuel Aragón, para salir del impasse
en que se encontraban y porque creyó, de buena fe, que serviría para algo.
Dios le oiga”. Y concluye el catedrático emérito de la Complutense: “Por
tanto, se debería haber declarado la inconstitucionalidad de la definición
(140)
de Cataluña como nación” .
Si se leen con desapasionamiento, de una parte, los contenidos de la
sentencia dictada por mayoría y, de otra, el texto de los votos
particulares, pensamos que puede concluirse que la distancia es menor de
lo que se ha viene sosteniendo. La distancia que separa a aquella de estos
no es sideral. Lo veremos poco más adelante.

F) Epílogo
Una sentencia se puede valorar académicamente in vitro o en su
contexto. Porque parafraseando a Ortega puede decirse que una STC es
ella y su circunstancia. Está bien que enseñemos desde nuestras cátedras
al alumnado que el Tribunal Constitucional es un órgano eminentemente
jurisdiccional, que resuelve desde la luz del Derecho Constitucional
vigente las presuntas contravenciones de la Constitución, cuando sean
impugnadas en forma hábil por quienes estén legitimados para ello. El
propio Tribunal Constitucional prontamente afirmó la índole
jurisdiccional de su naturaleza y de su función, a partir de su sentencia
5/1981. Pero el sustrato encierra una mayor complejidad.
Desde los primeros pasos en que en Occidente se experimenta en torno
a un control de constitucionalidad del quehacer del Poder Legislati-vo, se
planteó la cuestión de si un Tribunal Constitucional que revisa las soluciones
legislativas de unas cámaras parlamentarias legitimadas por el proceso
electoral no es, en definitiva, contradictorio con el principio
(141)
democrático . Pero como la función hace al órgano, las constituciones

DE ESTEBAN, Jorge: “Reflexiones en torno al voto particular de Javier


Delgado”, en EL CRONISTA del Estado Social y Democrático de Derecho, n.º 15,
octubre 2010, pág. 15.
En los Estados Unidos de América, el Senador George Norris, en 1930,
se quejaba de las funciones que en materia de anular leyes por inconstitucionalidad

308
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

democráticas de nuestro tiempo han tenido que prever que los tribunales
constitucionales se deben componer no con personas elegidas a través del
sufragio, sino con juristas de reconocido prestigio. Si bien no magistrados
de la carrera judicial.
Recordemos que Alf Ross clasificó las normas jurídicas por razón de su
contenido en normas de conducta y normas de competencia; y mientras las
primeras serían objeto del juicio ordinario de legalidad por los órganos del
Poder Judicial, las normas de competencia tendrían como principal sujeto
pasivo al Parlamento lo que explica que pueden carecer de sanción para el
(142)
caso de su contravención . Pero las normas de competencia incorporadas
a la Ley Fundamental, por la obvia supremacía de la Constitución en el seno
del ordenamiento jurídico, pueden conllevar la nulidad de las disposiciones
que las vulneren a través del pronunciamiento del Tribunal Constitucional. Y
sin duda, ponderar conflictos entre normas competenciales y la norma
suprema del ordenamiento, redactada a veces en términos impregnados de
abstracción y de generalidad, puede no ser fácil de hacer tan solo con la
hermenéutica jurídica tradicional, que quizás se muestre algo coja al efecto y
precisada de la técnica de la valoración jurídico política, en que, junto a otros
factores, los principios y valores, así como las concepciones filosófi-co
jurídicas e incluso las adjetivables de ideológicas de cada miembro del
Tribunal emergerán así con fuerza dirimente.
Cuando hay que resolver sobre un recurso de inconstitucionalidad
del calado y alcance del resuelto por la Sentencia 31/2010, no faltan nun-
ca los medios de comunicación y los políticos, que ven peligrar su obra
legislativa impugnada, que plantean y cuestionan el “origen político” del
nombramiento de los miembros que conforman el Tribunal. Es una forma
de intentar deslegitimar la sentencia que se teme, que desgraciadamente
conlleva siempre un desgaste del propio Tribunal Constitucional. En la

se había atribuído el Tribunal Supremo, cuando decía: “Disponemos de una Cámara


legisladora, denominada Cámara de Representantes, de cuatrocientos miembros. La
segunda cámara, que llamamos Senado, se compone de algo menos de cien
miembros. Pero también tenemos una tercera cámara legislativa, el Tribunal
Supremo, integrada por nueve magistrados”. Cfr. WILSON, James Q.: American
Government, 5.ª ed., Ed. Lexington, Massachusett, 1992, pág. 228.
ROSS, Alf: Sobre el Derecho y la Justicia, Ed. Universitaria, Buenos Aires,
1970, págs. 29 y ss.

309
Óscar Alzaga Villaamil

elaboración de la sentencia que nos ocupa la clasificación, efectuada por no


pocos medios de comunicación, de los integrantes del Tribunal como
progresistas o conservadores, ha sido tan reiterada como lamentable, porque
la imagen que se estaba transmitiendo era la de la falta de independencia de
unos juristas a los que se presuponía sometidos a una disciplina de partido
invisible, pero que se cree férrea. Aunque no es descartable que
algunos políticos aspiren a que esa dependencia exista, no debe darse y la
(143)
Constitución ha procurado evitarla con una serie de frenos . Y, en lo
esencial, en este caso no se ha dado, si nos atenemos al fallo; aunque esté
generalizada la impresión de que se han ejercido presiones importantes
sobre el Tribunal, lo que de ser verdad no permitiría imputar culpas a este
sino a quienes las hayan ejercitado, pues ello se practica siempre
indebida-mente. Con razón ya a Kelsen le preocupaba la necesidad de
evitar lo que denominaba una influencia oculta e incontrolable de los
(144)
partidos políticos sobre el Tribunal Constitucional .
El problema a que nos referimos existe en la medida en que hay dos
grandes e insolubles cuestiones, a saber, en primer lugar, la de que los
miembros del Tribunal Constitucional no tienen su origen en un singular
agujero negro de una lejana galaxia sino en la más terrenal dinámica mayoría
oposición que rige la vida política de una democracia parlamentaria de
partidos y, en segundo término, la de la imposible independencia de los
miembros del Tribunal respecto de si mismos y su propia visión del mun-do.
En efecto, hemos de aceptar que todo miembro de tan Alto Tribunal
necesariamente tiene un sesgo en su formación, una escala de valores, y
ciertos prejuicios en el sentido más literal de la expresión —en Alemania
prefieren hablar de Vorverständnis, quizás traducible por precomprensión—
lo que afecta a sus principios filosófico políticos y filosófico jurídicos y hace
que los juristas, a la hora de enjuiciar la constitucionalidad de una

Vid. FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco: “Comentario al artículo 159”, en


ALZAGA VILLAAMIL, Óscar (director): Comentarios a la Constitución española de
1978, Ed. Cortes Generales y Edersa, Madrid, 1999, vol. XII, págs. 79 a 161. Y
ALZAGA VILLAAMIL, Óscar: “Sobre la composición del Tribunal Constitucional”, en
Teoría y Realidad Constitucional, n.º 10 - 11, semestre 1.º de 2.003, págs. 149 y ss.
KELSEN, H.: “Quien debe ser el defensor de la Constitución”, en La
polé-mica Schmitt/Kelsen sobre la justicia constitucional, Ed. Tecnos, Madrid,
2009, págs. 289 y ss.

310
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

ley, si hemos de introducir una análisis político, no seamos en tales


(145)
trances bienes fungibles .
Desde lo expuesto en los párrafos anteriores solo parece parcialmente
certera la introducción que formula en su voto particular el magistrado Javier
Delgado mediante la afirmación de que el Tribunal Constitucional (léase: la
mayoría de sus miembros) ha actuado no como un órgano jurisdiccional, que
es lo que es, sino como un auténtico Poder Legislativo. Pero ello no siempre
debe ser objeto de crítica, pues hay que entender que en ciertos trances el
Tribunal Constitucional, tanto en España como en otras latitudes, se ve en el
deber de comportarse como “el gran legislador”. Retornaremos sobre ello.
Con la difícil objetividad a que aspiramos al escribir estas páginas,
procuraremos abocetar unas conclusiones sobre los pronunciamientos que
la sentencia que nos ocupa ha dedicado al preámbulo del Estatut.
Primera. Cuando, como ha ocurrido en España, se obstruye, por falta de
consenso entre las grandes fuerzas políticas, el cauce de la reforma de la
(146)
Constitución , los intentos de mutaciones constitucionales indebidas
discurren a través de regueros naturales hacia la jurisdicción del Tribunal
Constitucional, en búsqueda de que su doctrina subsane la carencia de las
reformas necesarias. Pero ello supone una andadura no digna de elogio, pues
implica endosar al Tribunal Constitucional, como intérprete supremo de la
Constitución, no ya una potestad meramente nomofiláctica, sino no-
(147)
motética , un verdadero poder constituyente permanente. Y si la falta de
altura de miras y de capacidad de diálogo y compromiso entre los grandes
partidos nos lleva a este extremo la responsabilidad que se hace gravitar
sobre el Tribunal es excesiva. Lo menos que el mismo se merece en esta dura
posición es comprensión de los especialistas en Derecho Público.

Cfr. ALZAGA VILLAAMIL, O.: “Sobre la composición del…”, locus


cit., págs. 151 a 157.
Vid. ALZAGA VILLAAMIL, O.: Del consenso constituyente al conflicto
permanente, Ed. Trotta, Madrid, 2011, págs. 36 y ss; 56 y ss; 65 y ss; 76 y ss; 84 y ss
y 96 y ss.
Vid. PUNSET BLANCO, R.: “Prólogo” a ÁLVAREZ ÁLVAREZ, L.: La
lealtad constitucional en la Constitución española de 1978, Ed. CEPC, Madrid,
2008, pág. XVI.

311
Óscar Alzaga Villaamil

Es cierto, como hemos de anotar, que la sentencia incorpora alguna


opción técnica muy opinable, pero la responsabilidad está en los padres
de la causa de la causa. Y no se me diga que Dorado Montero me habría
repli-cado que por esa vía de establecer culpabilidades la responsabilidad
de un adulterio acaba recayendo en el carpintero que hizo la cama.
Segunda: La doctrina que sienta el Tribunal Constitucional en esta
sentencia sobre la posición de los estatutos de autonomía respecto de la
Constitución es muy esclarecedora.
Aunque sigue la estela de alguna sentencia suya previa, arroja una dosis
de luz adicional que no es intrascendente. Un constitucionalista catalán de
prestigio cierto y de catalanismo nada dudoso, el profesor Albertí, ha escrito:
“Mayor influencia operativa, aunque no sentimental, en el desarrollo del
Estado Autonómico puede tener la posición disminuida y desvalorizada,
(148)
que la STC 31/2010 asigna a los Estatutos de Autonomía ……
Y reduce hasta la casi irrelevancia la función constitucional de los
Estatutos de Autonomía y niega prácticamente cualquier posición
especial de los mismos en el ordenamiento español, especialmente
(149)
respecto de las leyes estatales, y singularmente las orgánicas” .
Tercera: El privar de “eficacia jurídica interpretativa a las referencias
del preámbulo del Estatuto de Cataluña a Cataluña como nación y a la rea-
lidad nacional de Cataluña”es jurídico políticamente necesario y técnico
jurídicamente correcto, aunque se trate de un texto inserto en el preámbulo,
es decir, carente de fuerza normativa directa. Se hace invocando un caso de
(150)
perfiles suficientemente análogos. Nos referimos a la STC 36/1981 .

El sistema de Estatutos ha tendido a desaparecer en el Derecho Constitu-


cional Comparado, hoy ya no se mantiene ni siquiera por Italia, con carácter general,
desde la reforma constitucional de 2003, que trasladó la función de distribuir las
com-petencias entre el Estado y las regiones (al menos, las ordinarias) de los
Estatutos a la Constitución.
Vid. ALBERTÍ, Enoch: “El Estado de las autonomías después de la STC
sobre el Estatuto de Cataluña”, en El Cronista del Estado Social y Democrático de
Derecho, n.º 15, Octubre de 2010, págs. 94 y 95.
STC 36/1981, de 12 de noviembre, en cuyo fundamento jurídico se declaró:
“Una precisión final se refiere al preámbulo de la ley 2/1981 (C. A. del País Vasco) en el
que se contienen afirmaciones que contradicen o interpretan erróneamente preceptos de

312
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

Pero en tal precedente el pronunciamiento se hizo en el correspondiente


fundamento jurídico, sin llevarlo al fallo, lo que sin embargo en la STC 31/2010
se hace mediante un paso adelante enteramente justificado por afectar a lo que
en este artículo hemos dado en llamar el pronunciamiento capital del preámbulo
de una norma política superior: su autoría, es decir, por afectar a la idea capital
de si el Estatuto es obra de un poder soberano (“la Nación”) o de un poder
constituido (“la nacionalidad catalana”). Se comenta que este paso trascendente
y enteramente clarificador de llevar a la cabecera del fallo que no estatuye una
nación en el seno de un Estado de naciones se debe al buen juicio y a la
tenacidad del magistrado Manuel Aragón; de ser así, a mi juicio, merece un
reconocimiento expreso. Aunque casi nada se de tauromaquia, me permito
discrepar, con el debido respeto, de quienes han sostenido que ello es un mero
“brindis al sol”. Es un pronunciamiento que desactiva el detonador de un texto
con potencialidades explosivas.
Ciertamente, el aludido pronunciamiento del primer apartado del fallo
pone punto final al intento de construir la tesis de que en el modelo
constitucional del Estado Autonómico cabe la “Nación de naciones” (que
demandaría naturalmente el paso a una confederación). No lo reconoce solo
así mi modesta cabeza sino la más autorizada de Enoch Albertí, quien ha
escrito: “Bajo la fórmula del Estado Autonómico cabía, ahora no se sabe si
de forma un tanto ingenua o de modo completamente equivocado, una
concepción plurinacional de España…… Pero esta concepción, al menos en
germen, no se hallaba excluida, sino que formaba parte de las
inteligencias posibles del Estado autonómico……”.
Con la STC 31/2010, que despliega aquí principalmente su carga pre-
ventiva, se cierra el paso a esta posible concepción del Estado autonómico.
Ciertamente en el FJ 12 el Tribunal Constitucional es de un notorio carácter

la Constitución Española y del Estatuto del País Vasco. En la medida en que el preám-
bulo no tiene valor normativo, consideramos que no es necesario, ni incluso resultaría
correcto, hacer una declaración de inconstitucionalidad expresa que se recogiera en la
parte dispositiva de esta Sentencia. Sin embargo, consideramos conveniente, en cuanto
los preámbulos son un elemento a tener en cuenta en la interpretación de las leyes,
manifestar el preámbulo de la ley 2/1981 carece de valor interpretativo alguno en la
medida en que el mismo se refiere a preceptos que sean declarados inconstitucionales y
nulos en la Sentencia o sean interpretados en la misma conforme a la Constitución y al
Estatuto de Autonomía y de manera contraria a lo expresado en dicho preámbulo”.

313
Óscar Alzaga Villaamil

profiláctico y solo admite una concepción uninacional del Estado. Aun


comprendiendo las buenas intenciones que laten bajo la letra de los
cuatro votos particulares creemos que el pronunciamiento de la sentencia
sobre el particular es bastante en sus propios términos.
Cuarta: De otro lado, el que la sentencia haga interpretaciones confor-
mes con la Constitución “en bloque” del preámbulo con diversos preceptos
del Estatuto (arts. 5.º, 7.º y 8.º) puede ser, en principio, correcto, tanto si la
interpretación conforme del Tribunal Constitucional es positiva (expresando
la única interpretación constitucionalmente admisible) como si es negativa
(o de rechazo de las interpretaciones que entiende inadmisibles). Con ello el
alto tribunal ejercita la función interpretativa que le encomienda el artículo 1
LOTC y actúa de forma análoga a como lo hacen la mayoría de los Tribu-
nales Constitucionales europeos. El problema surge de que en este cometido
el propio Tribunal tiene reconocido que no debe sobrepasar ciertos límites.
Quinta: Llegado a este punto, nuestra reflexión desemboca en que
asiste la razón a los cuatro miembros del Tribunal que han emitido voto
particular, en cuanto en los mismos sostienen que se ha resuelto la
constitucionalidad de preceptos inconstitucionales haciéndoles decir algo
completamente di-ferente o contradictorio de lo que en su tenor literal se
dispone y con ello la sentencia entra en contradicción con la propia
(151)
jurisprudencia del Tribunal Constitucional .
Las preguntas que, según creo, se hará todo estudioso son dos. La
primera es por qué no se optó (en los casos en que la “interpretación con-
forme”solo permitía conservar un precepto estatutario en el ordenamiento
haciéndole disponer justo lo contrario de lo que el legislador había
preten-dido y se deducía de su tenor literal), por un pronunciamiento de
incons-titucionalidad. Y no tiene fácil respuesta para quienes no hemos
asistido a las deliberaciones secretas del Tribunal. Quizás una explicación
plausible radique en que la mayoría del Tribunal ha buscado una solución
de diploma-cia jurídica para reducir el ya abultado número de artículos
de un Estatuto ratificado en referéndum que el fallo declara
inconstitucionales. La causa última del problema la volveríamos a
encontrar en aquel sector de la clase política que irresponsablemente ha
puesto al Tribunal Constitucional ante una situación límite.

Vid. las SSTC reflejadas en las notas 130 a 135 del presente artículo.

314
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

No afirmo que el rebuscado proceder del tribunal en estos casos sea digno
de elogio, porque no lo comparto, solo pretendo entender la posición de un
tribunal al que se ha situado al borde de un escenario político disparatado.
La segunda pregunta que surge con espontaneidad es cuáles resultan
ser los efectos jurídicos del retorcido curso semántico de la sentencia en
estos supuestos en que lee, a la luz del preámbulo, como constitucional en
un precepto todo lo contrario que el mismo establece. En mi opinión es
que en el fondo —no en su forma— son tranquilizadores, pues el Tri-
bunal Constitucional no admite como constitucional lo que el legislador
estatuyente, aun siendo inconstitucional, pretendía incluir como válido en
nuestro ordenamiento jurídico. Ahora bien, me temo que hay un efec-to
negativo, el que tales fórmulas rocambolescas en nada contribuyen a
restañar las heridas abiertas en el prestigio del alto tribunal. Y ello es de
lamentar pues el Tribunal Constitucional tiene potestas pero necesita de
la máxima auctoritas.
Sexta: Consecuentemente, hay que asumir que la sentencia ha “desac-
tivado”el preámbulo del Estatuto y la mayor parte de este. A tal conclusión
llegan, con diversos razonamientos pero no contradictorios, los catedráticos
(152) (153)
de Barcelona Marc Carrillo y Enoch Albertí . Siento con pesar que
los medios de comunicación politizados hayan transmitido en muchos
casos a la opinión todo lo contrario. Lo anterior constituye una
afirmación que formulo a sabiendas de que cada uno de nosotros puede
pensar en su fuero interno que si él hubiese sido el ponente de la
sentencia la habría elaborado y redactado en términos más afortunados.
Pero la perfección no es planta que crezca sobre la tierra.
Séptima: No se puede desconocer que toda la sentencia —no solo
aquellas consideraciones de la misma relativas al preámbulo— está escrita
desde el conocimiento de los objetivos mediatos de determinados sectores
nacionalistas; y que el Tribunal procura, dentro de sus posibilidades, salir al
paso de sus pretensiones inconstitucionales de futuro.

CARRILLO, M.: “Después de la sentencia, un estatuto desactivado”, en El


Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho, n.º 15, Octubre de 2010, págs.
26 y ss.
ALBERTÍ, E.: locus cit., págs. 90 y ss.

315
Óscar Alzaga Villaamil

En otras palabras, la sentencia asume funciones preventivas e


incluso aspira a marcar una vez más —los esfuerzos del Tribunal
Constitucional en este sentido han sido innumerables— una trayectoria
(154)
federalizante para nuestro Estado autonómico . Sucede cuando cierra
el paso a las tesis confederativas al negar que España sea una nación de
naciones, como se pretendía dejar apuntado en el preámbulo y se da
también cuando atribuye las competencias al Estado y la interpretación
de los hipotéticos conflictos, en exclusiva, al propio Tribunal.
Ciertamente, la línea de futuro que cree asumible, en el marco de la
Constitución, el Tribunal Constitucional es la única compatible con la mo-
dernidad para un Estado miembro de la Unión Europea, pero ha sido objeto
por el nacionalismo catalán más endurecido de un rechazo que ha bordeado
la insumisión. La convocatoria y celebración, con el respaldo institucional de
la Generalitat y de incontables instituciones subvencionadas por la misma,
encabezada por una pancarta con el lema “somos una nación”, tras la cual se
portaba otra con el subtitular “tenemos derecho a decidir”, fue, a la par, la
prueba inequívoca de cuál era el pronunciamiento capital del preámbulo y de
su inconstitucionalidad. También acreditaba que cierto nacionalismo no iba a
aceptar el estado de cosas que establece el Tribunal Constitucional;
la reciente Ley de Cataluña 4/2010, de 17 de marzo, de consultas populares
por vía de referéndum(155) parece ser el intento de poner otra primera piedra
hacia la autodeterminación.
La clase dirigente de la vida política española tiene que asumir la
imprescindibilidad de un gran esfuerzo de consenso para abordar una
reforma de la Constitución, a través del procedimiento de su artículo 167,
que permita sustituir el capítulo III del título VIII y su régimen autonómico
por una estructura federal estable y carente de ambigüedades incompatibles
con el principio de seguridad jurídica. El negarse a extraer lecciones de la
experiencia no es nunca inteligente y en algún caso puede ser temerario. Y

Vid. RUIPÉREZ ALAMILLO, J.: “Capítulo VI: La Teoría


Constitucional del Estado de las Autonomías como búsqueda en lo devenido de lo
que está por devenir”, en Entre el federalismo y el confederantismo, Ed. Biblioteca
Nueva, Madrid, 2010, págs. 307 y ss.
Que ya ha sido objeto de resolución del Tribunal Constitucional, de fecha
15 de febrero de 2011, acordando su suspensión cautelar.

316
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...

el endosarle las responsabilidades de esta deriva, ante la que solo se


ofrece pasividad, al Tribunal Constitucional no es ni sensato ni honrado.
A nadie se le puede ocultar la dificultad del empeño; tampoco la urgente
necesidad de dedicar al mismo el mejor y más preclaro esfuerzo.

317
Javier Tajadura Tejada

Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País


Vasco (España) desde1996 hasta la actualidad. Ha sido profesor
de Derecho Internacional y Relaciones Internaciona-les en la
Universidad Nacional de Educación a distancia desde 1994 hasta
2004. Ha sido magistrado del Tribunal Superior de Justicia de
Navarra desde el año 2000 hasta el 2004. Es autor de diversas
monografías entre las que cabe destacar: La V Repú-blica francesa
(Eunsa, Pamplona, 1995); El preámbulo constitu-cional (Comares,
Granada, 1996); El principio de cooperación en el Estado
Autonómico, (Comares, Granada, 1.ª edición 1998 y 3.ª, ampliada
y renovada, 2010); El Derecho Constitucional y su enseñanza
(Lima, 2000); La cláusula de supletoriedad del derecho estatal
(Biblioteca Nueva, Madrid, 2000);Partidos polí-ticos y Constitución
(Civitas, Madrid, 2004). Ha dirigido diver-sas obras colectivas
entre las que cabe destacar: Los preámbulos constitucionales en
Iberoamérica (CEPC, Madrid, 2001); La re-forma constitucional
(Biblioteca Nueva, Madrid, 2005).
§ II

VALOR JURÍDICO Y FUNCIÓN


POLÍTICA DE LOS PREÁMBULOS
CONSTITUCIONALES

Javier Tajadura Tejada


Catedrático de Derecho Constitucional
de la Universidad del País Vasco (España)

SUMARIO.- I. Valor normativo de los preámbulos constitu-


cionales. I.1. Planteamiento de la cuestión. I.2. Intentos de
negociación del valor normativo de los preámbulos. I.3. La
distinción entre disposición y norma como base del concepto
de “normatividad”. I.4. Valor normativo directo y valor nor-
mativo indirecto. I.5. Función interpretativa de los preámbu-
los constitucionales. II. Función política de los preámbulos
constitucionales. II.1. Los preámbulos constitucionales como
síntesis de la “decisión política fundamental” de un pueblo.
II.2. Los preámbulos constitucionales como factores de inte-
gración nacional.

319
Javier Tajadura Tejada

“El preámbulo de la Constitución es no solo una


fórmula solemne de introducción, sino enunciación
compendiosa del fin al que aspira y del origen de donde
procede la obra constitucional. Es más, en buena
medida, el preámbulo debe exponer la tendencia y el
espíritu de la Constitución a que precede y viene a ser
algo así como el preludio donde se contienen los motivos
capitales de la ley fundamental. Por eso, y frente a la
concepción dominante, que no reconoce a esas palabras
valor pre-ceptivo o dispositivo alguno, hoy se propende a
ver en ellas, y en otras análogas, la encarnación misma
de la Constitución, a diferencia de las normas contenidas
en preceptos constitucionales; por donde resultaría que
el preámbulo entrañaba el acto de decisión política uni-
taria y suprema en que la Constitución consiste según
modernas opiniones”.
Nicolás Pérez Serrano, La Constitución
Española (9-XII-1931), Madrid, 1932.

Podemos definir un preámbulo constitucional como el texto introductorio


que precede al articulado de una Constitución y que, presentándolo, expone las
razones por las cuales actúa el poder constituyente, así como los objetivos o
fines que con su actuación persigue. Los preámbulos constitucionales se
configuran así como elementos que ponen de manifiesto la continuidad de las
distintas estructuras estatales al conectar el pasado —la situación de par-tida que
motiva la apertura de un proceso constituyente— con el futuro —la exposición
(1)
de los fines a alcanzar— . El objeto de estas páginas es abordar la
problemática jurídica y política que dichos textos plantean.

Valor normativo de los preámbulos constitucionales


I.1. Planteamiento de la cuestión
Desde un punto de vista jurídico, la principal controversia que los
preámbulos constitucionales han suscitado ha sido la relativa a su valor

Para una exposición más detallada de esta definición cfr. TAJADURA TE-
JADA, J.: El preámbulo constitucional, Comares, Granada, 1997. págs. 7-13.

320
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

normativo. Dicha problemática se ha planteado también en relación con


los preámbulos de las leyes ordinarias. El estudio de este problema exige
distinguir previamente dos cuestiones: primero, si el preámbulo forma o
no parte del texto normativo al que precede, ley o Constitución; y,
segundo, su carácter normativo.
En cuanto a la primera cuestión, no cabe duda de que los preámbulos
son parte del texto jurídico en el que se encuentran situados. A favor de
esta tesis juegan los siguientes argumentos:
A los efectos de su tramitación parlamentaria, las asambleas,
legislativas o constituyentes, consideran los textos introductorios
que luego se convertirán en preámbulos, como una disposición
más, como un artículo cualquiera, al que se pueden presentar
enmiendas. La única especialidad procedimental radica en que
dichos textos introductorios y las enmiendas a ellos presentadas
son discutidas al final del articulado.
Los preámbulos que preceden al articulado de las leyes o cons-
tituciones figuran siempre tras la fórmula de promulgación.La
determinación, por tanto, del valor jurídico de los preámbulos
constitucionales, ha de partir del hecho de que estos son parte
integrante de los textos a cuyo articulado anteceden. Esto, no
hace falta insistir en ello, no prejuzga la cuestión de si tienen
algún género de valor sustantivo y, en particular, si gozan o no
de valor normativo.
Aunque la doctrina parece decantarse mayoritariamente por negar valor
normativo a los preámbulos, es en esta cuestión donde la confusión es mayor.

I.2. Intentos de negación del valor normativo de los preámbulos


El rechazo del valor normativo de los preámbulos (de leyes o consti-
tuciones) puede intentarse desde dos puntos de vista: la Teoría General
del Derecho y el Derecho positivo de un ordenamiento concreto.
Desde la Teoría General del Derecho se afirma que la norma
jurídica, en cuanto proposición imperativa que vincula una con-
secuencia jurídica a un supuesto de hecho mediante el nexo de la
imputación, resulta incompatible con la estructura lingüística de
los preámbulos. Es decir, el preámbulo está redactado en len-

321
Javier Tajadura Tejada

guaje descriptivo y la norma necesariamente ha de formularse


en términos prescriptivos. La conclusión es que los preámbulos
no son aptos para contener normas jurídicas.
La anterior argumentación aparentemente es lógica, pero la lógica
exigiría que fuera predicable para cualquier ordenamiento positivo
y no lo es. Como es sabido, el preámbulo constitucional francés
tiene valor normativo directo.Además, la tesis expuesta incurre en
(2)
un error de base: identificar norma y disposición , o lo que viene
a ser lo mismo, la función prescriptiva del lenguaje con el lenguaje
(3)
normativo . Nadie discute que la norma deba poder ser
enunciada como proposición imperativa, pero nada impide que tal
proposición no sea formulada directamente por el legislador, sino
que deba ser inferida de un texto redactado formalmente en
términos descriptivos.
En el planteamiento que rechaza el valor normativo de los
preámbulos subyace una confusión entre funciones del lenguaje
tipos de lenguaje. Siguiendo a Norberto Bobbio (1909-2004)
podemos distinguir tres funciones fundamentales del lenguaje: la
descriptiva, la expresiva y la prescriptiva. Cada una de ellas da
origen a tres tipos de lenguajes bien distintos: el lenguaje
científico, el poético y el normativo. Ahora bien, casi nunca en-
contramos estos tipos en la realidad en estado puro. En concreto,
dadas las mayores pretensiones de la función prescriptiva del
lenguaje que tiene por finalidad modificar el comportamiento de
los demás, no es extraño que se valga, además del lenguaje
normativo que le es propio, del lenguaje descriptivo e incluso
expresivo. Escribe el autor citado: “No es dificil explicar que una
prescripción vaya acompañada de proposiciones de otro tipo. Para
que la persona a quien dirigimos la prescripción se decida

CRISAFULLI. V.: “Disposizione (e norma)”, en Enciclopedia del diritto,


vol. XIII, Milán, 1964, pág. 204.
BOBBIO, N.: Teoría General del Derecho, Debate, Madrid, 1991. Distingue
entre una proposición y su enunciado. Aunque toda norma es una proposición (pág.
dicha proposición puede ser expresada mediante diferentes enunciados (p. 56).

322
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

a actuar, no siempre es suficiente que escuche el mensaje del


mandato puro y simple, pues a veces se requiere que conozca
algunos hechos y desee algunas consecuencias. Para que llegue a
conocer aquellos hechos que lo induzcan a obrar, es necesario
darle informaciones; para que desee ciertos efectos, es necesario
(4)
suscitar en él un determinado estado de ánimo” . Cabe utilizar
pues un lenguaje no normativo para realizar una función pres-
(5)
criptiva . Por tanto, no resulta lícito negar carácter normativo (o
prescriptivo) a toda disposición no escrita en lenguaje normativo.
De hacerlo, habríamos de admitir que no solo el preámbulo, sino
otras muchas disposiciones del articulado de una Constitución,
carecen de valor normativo. Y tal postura, a la luz de la doctrina
(6)
mayoritaria , es hoy difícilmente sostenible.
Si la Teoría General del Derecho no nos proporciona ninguna base
para rechazar el valor normativo de los preámbulos, la negación de
este ha de estar justificada en preceptos de derecho positivo. Así,
cabría decir que los preámbulos no contienen normas, porque
existe en el ordenamiento jurídico del país que se esté conside-
rando, una norma sobre la producción jurídica que establece que
solo otras partes de la ley contienen auténticas normas, es decir,
que solo cabe inferir normas de las disposiciones contenidas en el
texto articulado. Pero el examen del Derecho Comparado nos
muestra que, generalmente, tal tipo de normas no existe. Esto

BOBBIO, N.: Teoría ..., ob. cit., págs. 59-61. Bobbio recoge con estas palabras
la antiquísima idea de Platón acerca del valor de la persuasión en el Derecho.
En el mismo sentido LUCAS VERDÚ, P. escribe: “La diferencia de estilo
de los preámbulos no afecta a su fuerza jurídica. Su retórica e incluso patetismo indi-
can su valor político-social e incluso jurídico. Parece absurdo sostener la tesis que
las partes que el legislador expresa con más énfasis se debilitan jurídicamente”.
Curso de Derecho Político, vol. II, Tecnos, 3.ª ed., Madrid, 1981, págs. 428-429.
GARCÍA DE ENTERRÍA, E.: La Constitución como norma y el Tribunal
Constitucional, Civitas, 3.ª edición, Madrid, 1985, págs. 63 y ss. “No basta con
afirmar que todas las normas contenidas en nuestro texto constitucional tienen
alcance nor-mativo. Hay que añadir que ese todas atañe también a un sector no
articulado como el preámbulo”. LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento constitucional,
Reus, Madrid, 1985, pág. 117.

323
Javier Tajadura Tejada

quiere decir que el derecho positivo no contiene una norma que


niegue valor normativo a los preámbulos.
Finalmente, admitiendo lo anterior, es decir, la inexistencia de una norma
escrita que prive a los preámbulos de valor normativo, hay quien recurre a la
costumbre, como argumento para negar dicho valor. Existe una norma
consuetudinaria que rechaza el valor normativo de los preámbulos. Dicha norma
reúne los elementos de práctica consolidada y opinio iuris. Por lo que a la
Constitución se refiere, esto no puede aceptarse por la sencilla razón de que en
la historia constitucional,hasta la segunda posguerra mundial ningún texto ha
tenido valor normativo, no hemos vivido más que bajo constituciones
semánticas, y ésa es una nefasta costumbre con la que por fin parece hemos
logrado romper. La costumbre ha sido, por tanto, que no solo los preámbulos
sino que los textos constitucionales articulados también han carecido de valor
normativo, hasta hace apenas cincuenta años. En lo que a la Constitución
respecta, no parece, por tanto, que pueda negarse el valor normativo de los
preámbulos con base en preceptos consuetudinarios, porque dada la breve-dad
de la historia de las Constituciones normativas no cabe deducir práctica
consolidada en este sentido, ni por supuesto, en sentido contrario.

I.3. La distinción entre disposición y norma como base del concepto


de “normatividad”
Nos encontramos, pues, con que no hay base suficiente para negar, a
priori, el valor normativo de los preámbulos. Ahora bien, tampoco la hay
para atribuírselo. Nuestra opinión sobre este punto se basa en la
(7)
distinción conceptual entre disposiciones y normas . Con base en ella
(8)
daremos un concepto de “normatividad” y veremos si el mismo es o
no predicable de los preámbulos.
Los actos normativos, —entendiendo por tales, aquellos actos lin-
güísticos realizados por órganos competentes que pronuncian enunciados

Dicha distinción está basada en CRISAFULLI: Disposizione……, ob. cit.,


pág. 204. En el mismo sentido WROBLESKI, J.: Constitucióny teoría general de la
interpretación jurídica, Civitas, Madrid, 1985, pág. 25: “la norma legal es una regla
construida a partir de disposiciones legales”.
El sostenido por WROBLESKI, J. en Constitución……, ob. cit., págs. 103-104.

324
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

(9)
con una finalidad prescriptiva— dan lugar a documentos normativos
—textos que contienen reglas de conducta jurídicamente obligatorias—.
Un documento normativo es, por tanto, un conjunto de enunciados con
finalidad prescriptiva resultantes de un acto normativo. Cada uno de esos
enunciados es una disposición. Toda disposición se entiende así como la
fórmula institucionalmente destinada a establecer y manifestar, por medio
de su interpretación, la norma. Por tanto, disposición y norma son cosas
distintas. La primera es la formulación lingüística de la segunda. La
(10)
norma se obtiene mediante la interpretación de las disposiciones . Una
dispo-sición, por tanto, puede contener varias normas, y a la inversa, una
(11)
norma puede ser expresada mediante varias disposiciones .
La negación del carácter de disposiciones a los enunciados pream-
bulares, nos exigiría admitir la imposibilidad de que estos dieran a lugar a
normas. Pero ello no es posible. Los enunciados preambulares son disposi-
ciones. Ello es claro dado que son enunciados lingüísticos con significado. Y
son disposiciones que, aun formuladas en lenguaje descriptivo, forman

EZQUIAGA GANUZAS, F. J.: “Concepto, valor normativo y función in-


terpretativa de las Exposiciones de Motivos y los Preámbulos” en Revista Vasca de
Administración Pública, n.º 20, 1988, pág. 36.
CRISAFULLI niega que el preámbulo contenga disposiciones. Según él, en
los preámbulos solo encontramos enunciados “descriptivos”. De esos enunciados no cabe
deducir normas. Su conclusión es, por tanto, que los preámbulos no tienen valor
normativo. La distinción entre disposición y norma le lleva a él a un resultado opuesto al
nuestro. La razón es que él identifica tipo de lenguaje con función del lenguaje. En
cambio, nosotros como ya vimos sostenemos que cabe realizar la función prescriptiva
mediante un lenguaje descriptivo, aunque, evidentemente, no solo y exclusivamente a
través de él.
“La falta de correspondencia entre disposición y norma e incluso, la existencia
de verdaderas normas sin una disposición que les sirva de soporte es un fenómeno harto
conocido. Por ello, no cabe negar de plano la posibilidad de extraer normas de un
preámbulo. Cuestión diferente es que a menudo ello no sea fácil”.
DÍEZ-PICAZO: “Los preámbulos de las leyes” en Estudios de Derecho Público en
Homenaje a Ignacio de Otto, Oviedo, 1993, pág. 188. En el mismo sentido, “Los
enunciados del preámbulo son disposiciones, y en cuanto tales normativas, aunque
con una intensidad normativa menor que la del articulado”. EZQUIAGA,
Concepto……, ob. cit., pág. 36.

325
Javier Tajadura Tejada

parte del texto normativo, y como tal tienen una finalidad prescriptiva.
Dos argumentos corroboran esta afirmación:
En primer lugar, como ya hemos visto, son parte del documento
normativo porque los preámbulos se encuentran sistemáticamente
ubicados tras la fórmula promulgatoria y son discutidos, enmen-
dados y aprobados como un artículo más.b) En segundo lugar, su
finalidad prescriptiva se desprende del hecho de que el legislador,
cuando actúa como tal, ni informa ni describe, sino que prescribe y
todo lo que él emana tiene ab origine ese carácter.
Pero del hecho de que los enunciados preambulares sean disposi-
ciones no se desprende sin más que sean idóneos para extraer de ellos
normas jurídicas y por tanto para calificarlos de disposiciones
normativas. Como afirma Wroblewski, la discusión relativa a la
normatividad de cualquier parte de un texto legal o constitucio-nal
solo es significativa después de definir, anótese, el término
(12)
“normatividad” . Y si por normatividad se entiende, siguiendo
al autor citado, que las disposiciones de un texto legal son o bien
directamente aplicables (valor normativo directo), o aplicables tras
(13)
construir algunas normas a partir de estas disposiciones (valor
normativo indirecto), debemos analizar si de las disposiciones
preámbulares cabe predicar tal cosa.

I.4. Valor normativo directo y valor normativo indirecto


La interrogante acerca del valor normativo del preámbulo queda
plan-teado, pues, en los siguientes términos: ¿Es posible extraer normas
de las disposiciones preambulares?
En primer lugar, la doctrina es prácticamente unánime, y coincidimos
con ella, en afirmar que las disposiciones preambulares por sí solas no son
fuente de derecho objetivo, es decir no pueden construirse normas a partir
(14)
solo de ellas . De las mismas no cabe extraer derechos ni deberes para

WROBLESKI: Constitución……, ob. cit., pág. 103.


Ibídem.
ALZAGA, O.: La Constitución española de 1978, Ed. El Foro, Madrid, 1978,
p. 69. EZQUIAGA: Concepto……, ob. cit., pág. 37. HERNÁNDEZ GIL, A.: El cambio

326
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

los ciudadanos o los poderes públicos, ni pueden ser consideradas como


fuente de competencias para ningún órgano del Estado. Los preámbulos
no son aptos para regular por sí mismos situaciones y relaciones jurídicas.
Esto quiere decir que los preámbulos, como principio general, carecen de
valor normativo directo. Con la excepción del preámbulo francés, ningún
preámbulo constitucional goza, desde el punto de vista jurídico, de valor
normativo directo.
Ahora bien, las disposiciones preambulares son normativas en la me-
dida en que pueden intervenir en la determinación del significado de las
disposiciones del articulado.
Los preámbulos tienen así un valor normativo indirecto, en cuanto el
intérprete puede obtener la norma valiéndose —o combinando— tanto de las
(15)
disposiciones del articulado como de las del preámbulo . Por supuesto que
nos encontramos con unas disposiciones cuya intensidad normativa es menor
que las del articulado, pero se trata de una diferencia de grado y de forma.
La diferencia entre las disposiciones del articulado y las del
preámbu-lo reside, pues, en que de las primeras cabe extraer normas solo
de ellas, mientras que las segundas necesitan siempre ser combinadas con
aquellas para permitir al intérprete extraer una norma.
Las constituciones actuales, cuyo valor normativo nadie discute ya,
constan, por tanto, de dos tipos de disposiciones:
Disposiciones de valor normativo directo: de las que por sí solas cabe
extraer normas. b) Disposiciones de valor normativo indirecto: que por sí
solas no permiten extraer normas, pero que combinadas, por el intérprete,
con las anteriores, contribuyen a la determinación de su significado. A estas
últimas pertenecen las disposiciones preambulares.

político español y la Constitución, Planeta, Barcelona, 1980, pág. 306. MORODO,


R.: “Preámbulo”, en Comentarios a las Leyes Políticas, (Alzaga, dir.), Edersa,
Madrid, 1983, tomo I, pág. 17. PECES BARBA, G.: Los valores superiores, Tecnos,
Madrid, 1984, pág. 21.
El Tribunal Constitucional ratifica esta tesis del valor normativo indirecto en
su sentencia 36/1981 de 12 de noviembre, F. j. 7. Cuando rechaza el valor normativo de
los preámbulos se ve que se refiere al valor normativo directo porque al reconocer que
son útiles para la interpretación les está atribuyendo el valor normativo indirecto.

327
Javier Tajadura Tejada

Las consecuencias que se derivan de esta menor intensidad normativa


de las disposiciones preambulares son, (y esto es aplicable tanto a la Cons-
(16)
titución como a cualquier otro texto normativo), las siguientes :
En caso de discrepancia entre disposiciones preambulares y disposi-
ciones articuladas, prevalecen estas últimas. b) No es posible fundamentar
resultados normativos con base exclusivamente en disposiciones pream-
bulares. c) No cabe declarar la inconstitucionalidad de una ley, con base
exclusivamente, en su incompatibilidad con una disposición preambular.
Esa posibilidad solo se da en Francia, y desde fecha relativamente
reciente, julio de 1971.

I.5. Función interpretativa de los preámbulos constitucionales


La problemática de la interpretación constitucional se sitúa dentro de un
contexto más amplio: la teoría de la interpretación jurídica, y ocupa en él un
lugar destacado. “Para el Derecho constitucional —escribe Hesse— la
importancia de la interpretación es fundamental pues, dado el carácter abierto y
amplio de la Constitución, los problemas de interpretación surgen con mayor
(17)
frecuencia que en otros sectores del ordenamiento” . El objetivo de toda
(18)
interpretación es siempre el mismo: extraer una norma jurídica aplicable . La
interpretación se configura así como la tarea previa e ineludible de todo
operador jurídico puesto que toda aplicación de la norma exige el previo
esclarecimiento de su significado. El problema es determinar cuál es el con-
(19)
tenido efectivo de dicho significado . La doctrina aparece dividida en dos
posturas enfrentadas entre las cuales algunos propugnan una argumentación
sincrética. Las tesis en pugna son, por una parte, la de quienes erigen la vo-

MARTIN CASALS, M.: “Preámbulo y disposiciones directivas” en Gretel, La


forma de las leyes. 10 estudios de técnica legislativa, Bosch, Barcelona, 1986, pág. 78.
HESSE, K.: Escritos de Derecho constitucional (selección), traducción de
P. Cruz Villalón, CEC, Madrid, 1983, pág. 36.
“Como a toda interpretación, a la constitucional se le puede atribuir como
objetivo el de determinar el sentido de la norma, la voluntad objetiva (a diferencia
de la subjetiva voluntas legislatoris) que esta incorpora”. RUBIO LLORENTE, F.:
La forma del poder, CEC, Madrid, 1993, pág. 617. CANOSA USERA, R.:
Interpretación constitucional y fórmula política, CEC. Madrid, 1988, pág. 15.
CANOSA USERA, R.: Interpretación……, ob. cit., pág. 16.

328
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

(20)
luntas legis como objeto esencial del descubrimiento normativo , y,
por otra, los que asignan tal posición a la voluntas legislatoris. Los
defensores de la primera alegan que, por lo general, la ley resulta, a la
(21)
postre, ser más inteligente que sus autores . La obra del sujeto se
desvincula del mismo y adquiere nueva vida.
Frente a estas posturas, Hesse afirma que el “objetivo de la interpretación
solo relativamente puede consistir en el descubrimiento de una ‘voluntad’,
(22)
objetiva o subjetiva, preexistente en la Constitución” . Y ello porque “en los
supuestos en que la Constitución no contiene un criterio inequívoco, lo que
equivale a decir en todos los supuestos de interpretación constitucional,
propiamente ni la Constitución ni el constituyente han tomado una decisión,
habiéndose limitado a proporcionar una serie más o menos numerosa, pero
(23)
incompleta, de puntos de apoyo de aquella” . Ahora bien, de la existencia de
compromisos apócrifos, por utilizar la terminología de Carl Schmitt, no se
desprende sin más que la noción “voluntad del constituyente” sea una ficción.
Del hecho de que en algunos casos esté ausente, no se deriva su inexistencia. Es
más, sin recurrir a dicha “voluntad del poder constituyente” resulta impo-sible
explicar el origen y nacimiento de una Constitución.
En este contexto corresponde señalar qué papel puede jugar un preám-
bulo a la hora de interpretar el texto normativo al que precede, qué utilidad
presenta el preámbulo constitucional a la hora de interpretar la Constitución,
es decir, a la hora de deducir normas jurídicas de sus concretas disposiciones.
La respuesta a esta pregunta confirmará la tesis sostenida en el apartado

“La interpretación se dirige al sentido objetivamente válido del precepto


jurídico. No se propone, pues, la fijación del sentido pensado por el autor de la ley”.
RADBRUCH, G.: Filosofía del Derecho, Editorial Revista de Derecho Privado, Ma-drid,
1959, pág. 147. En el mismo sentido, LARENZ, K.: Metodología de la Ciencia del
Derecho, Ariel, Barcelona, 1980, pág. 344.
CANOSA USERA: Interpretación……, ob. cit., pág. 16.
“Identificar como ‘objetivo’ de la interpretación constitucional el descubri-
miento de la previa voluntad objetiva de la Constitución o del constituyente equivale a
pretender dar cumplimiento a algo que no preexiste realmente y, por lo tanto, a equivo-
carse desde el mismo punto de partida respecto de la problemática de la interpretación
constitucional”. HESSE, K.: Escritos……, ob. cit., págs. 39-40.
Ibídem.

329
Javier Tajadura Tejada

anterior: las disposiciones preambulares están dotadas de un valor norma-


tivo indirecto.
En este sentido, importa subrayar lo siguiente. Dado que en los
preám-bulos se halla sintetizada la expresión de la voluntad del autor de
la norma —síntesis que se independiza u objetiva de dicha voluntad—y
en tanto en ellos se recogen los fines u objetivos por los cuales el
legislador actuó y para lograr los cuales lo hizo de determinada manera,
consideramos que los textos preambulares pueden desempeñar un papel
fundamental para la interpretación tanto sicológica como teleológica de
cualquier texto norma-tivo, incluida, por supuesto, la Constitución.
Ahora bien, lo anterior no debe hacernos olvidar que es preciso relativi-zar,
desde el punto de vista estrictamente jurídico, la importancia de este valor
interpretativo de los preámbulos, dado que el intérprete no se halla vinculado
por ningun canon concreto de interpretación. En general, podríamos conce-bir
los preámbulos, en dos sentidos diversos: a) Como canon hermenéutico
principal y vinculante, es decir, como primer criterio de interpretación, y de
carácter vinculante, dado que supone una positivación del sentido, objetivos y
finalidad del texto al que precede. Entonces, el valor jurídico del preámbulo
como criterio interpretativo se resume en la afirmación siguiente: las dispo-
siciones normativas estructuradas en los artículos que siguen a continuación
deben ser necesariamente entendidas de tal modo que consigan los objetivos
descritos en el preámbulo. b) Como un canon hermenéutico más, teleológico o
sicológico, a utilizar libremente en la interpretación.
Este último es el valor interpretativo que debe atribuirse a un
preámbulo constitucional, y ello por las siguientes razones:
Si se atribuye al preámbulo el carácter de elemento
interpretativo vinculante se está diciendo que las disposiciones
articuladas solo pueden ser entendidas en el sentido que de él se
desprende. Se limita así la libertad del intérprete y se excluyen
o, como mínimo, se colocan en una posición subordinada, los
demás criterios de interpretación.
Además del criterio teleológico, todos los ordenamientos
estable-cen otros cánones hermenéuticos los cuales no aparecen
clasifi-cados en un orden jerárquico de prelación, ni tienen el
carácter de numerus clausus.

330
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

El intérprete no debe utilizar simultáneamente todos los


criterios hermenéuticos, sino que es libre de utilizar aquellos
que considere más convenientes para conseguir una recta
interpretación de la norma concreta.
La doctrina española que ha rechazado mayoritariamente el valor nor-
mativo de los preámbulos ha sido sin embargo consciente de esta función
interpretativa. Así, por ejemplo, el profesor Óscar Alzaga ha escrito: “El
preámbulo, en cuanto declaración solemne de intención que formula colec-
tivamente el poder constituyente, se sitúa en lugar muy destacado entre los
elementos de que puede servirse el Tribunal Constitucional y los jueces y
tribunales ordinarios a la hora de la búsqueda de una interpretación auténtica
(24)
de determinado precepto de la Constitución” .
Examinado así el problema del valor jurídico de los preámbulos
cons-titucionales, procede examinar ahora las funciones políticas que
dichos textos desempeñan.

Función política de los preámbulos constitucionales


Desde un punto de vista político dos son las funciones principales
que cabe atribuir a un preámbulo constitucional. En primer lugar, una
función de síntesis: los preámbulos sintetizan la “decisión política
fundamental”, por utilizar la expresión clásica de Schmitt, en que toda
Constitución consiste. En segundo lugar, los preámbulos presentan
también una faceta o dimensión simbólica que los convierte en factores
de integración nacional, en tanto que la asimilación de los textos
preambulares contribuye a la potenciación del sentimiento constitucional.

II.1. Los preámbulos constitucionales como síntesis de la “decisión


política fundamental” de un pueblo
Corresponde a Carl Schmitt la atribución de esta importante función
política a los preámbulos constitucionales. Como es de sobra conocido, junto

ALZAGA, O.: Constitución española de 1978, Ed. El Foro, Madrid, 1978,


pág. 69. En el mismo sentido, MORODO, R: “Preámbulo” en Comentarios a las Leyes
políticas dirigidos por O. Alzaga, Edersa, Madrid, 1985, tomo I, pág. 18. HERNÁNDEZ
GIL, A. destaca la utilidad del preámbulo constitucional “para la explicación de las
normas”, pero rechaza su valor normativo. El cambio político……, ob. cit., pág. 306.

331
Javier Tajadura Tejada

con Hermann Heller y Rudolf Smend, Schmitt es uno de los autores más
representativos de la reacción contra el extremado formalismo jurídico en
que había desembocado la dogmática alemana del derecho público
(Gerber, Laband, Jellinek, Kelsen).
La clave de su obra reside en el decisionismo. Para Schmitt la Cons-
titución es decisión, no norma. “La esencia de la Constitución no está
contenida en una ley o norma. En el fondo de toda normación reside una
(25)
decisión política del titular del poder constituyente” . El fundamento
de la Constitución reside, por tanto, no en la razón sino en la voluntad.
La Constitución se establece mediante un acto del poder constitu-
(26)
yente . “La Constitución en sentido positivo surge mediante un acto
del poder constituyente. El acto constituyente no contiene como tal unas
normaciones cualesquiera, sino, y precisamente por un único momento
de decisión, la totalidad de la unidad política considerada en su particular
forma de existencia. Este acto constituye la forma y modo de la unidad
(27)
política, cuya existencia es anterior” . Mediante un acto, pues, de una
voluntad preexistente, la voluntad de un pueblo, se establece la Consti-
tución. “Siempre hay en el acto constituyente un sujeto capaz de obrar,
(28)
que lo realiza con la voluntad de dar una Constitución” . Este acto de
la voluntad nacional, esta decisión fundamental, tiene por objeto la forma
y el modo de la unidad política. Unidad política que, por tanto, no surge
por la Constitución, no es consecuencia o efecto de ella, sino antes bien,
su fundamento o causa.
Este planteamiento, que trata de superar el hueco formalismo en que
se hallaba la Teoría del Estado, conduce al intento de captar el concepto
de Constitución, no mediante un análisis de sus partes integrantes, sino a
través de una intuición esencial que la revele como una totalidad en
función de la cual se expliquen luego las partes componentes.

SCHMITT, C.: Teoría de la Constitución, versión española de Francisco


Ayala, Alianza Editorial, Madrid, 1982, pág. 47.
Ibíd., pág. 66.
Ibíd., págs. 45-46.
Ibíd., pág. 46.

332
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

La idea de totalidad se logra con el concepto de “decisión política


fundamental”. Ella impide la disolución de la Constitución en un complejo
inconexo de normas. Ella garantiza la unidad ontológica y jurídica de la
Constitución. “Es necesario hablar de la Constitución como de una unidad, y
(29)
conservar entre tanto un sentido absoluto de Constitución” .
Schmitt ilustra sus tesis con ejemplos de la época. Así, analizando la
Constitución alemana de 1919, afirma que la decisión política fundamental
en ella afirmada, es la hecha a favor de la democracia, del federalismo y del
liberalismo. En esta triple decisión consiste la Constitución de Weimar, todo
lo demás son meras leyes constitucionales. Lo que importa subrayar en orden
a nuestro tema es que, dicha decisión, según Schmitt, se halla, en buena
parte, contenida en el preámbulo constitucional.
El concepto de Constitución como decisión política fundamental lleva,
por tanto, a Schmitt, a otorgar una importancia capital a los preámbulos
constitucionales y a las declaraciones de principios. Estos textos, menos-
preciados, subestimados por el Derecho Constitucional clásico, pasan a
convertirse ahora en elementos fundamentales no solo para la construc-ción
científico-jurídica sino también para la aplicación de los preceptos
constitucionales. “Las constituciones del Reich de 1871 y 1919 contienen
preámbulos en que la decisión política se encuentra formulada de manera
singularmente clara y penetrante…… El preámbulo de la Constitución de
Weimar contiene la declaración auténtica del pueblo alemán, que quiere
(30)
decidir con plena conciencia política como sujeto del poder soberano” .
En tanto en cuanto, frecuentemente, dichas declaraciones y preámbulos
contienen las decisiones políticas fundamentales del poder constituyente, son
ellos los que dotan de sentido al resto de preceptos y leyes constitu-cionales.
“La Constitución de Weimar de 11 de agosto de 1919 se apoya en el poder
constituyente del pueblo alemán. La decisión política más
importante se halla contenida en el preámbulo: ‘El pueblo alemán se ha
(31)
dado esta Constitución’” .

Ibíd., pág. 47.


Ibíd., pág. 49.
Ibíd., pág. 79.

333
Javier Tajadura Tejada

Prescindiendo de las connotacioness políticas de las tesis de Schmitt


podemos suscribir las palabras del maestro García-Pelayo: “No es cuestión
de hacer aquí unas reflexiones críticas sobre el decisionismo, ni sobre la
distinción tajante entre Constitución y leyes o normas constitucionales. Diré
solamente que, aun partiendo del supuesto de que todos los preceptos
incluidos en el texto constitucional son proposiciones igualmente vincu-
latorias, hoy no parece dudarse de que no todas son de la misma especie,
rango, efectividad, o capacidad engendradora o acuñadora de otras nor-
(32)
mas” . La distinción es deudora de la obra schmittiana.
En la doctrina española el profesor Pérez Serrano se hizo temprana-
mente eco de las tesis schmittianas y destacó, en estos términos, el valor
político de los preámbulos constitucionales: “En tesis general, y aun
cuando alguien crea que este se refiere a hechos históricos, tiene una alta
significación, pues es no solo una fórmula solemne de introducción, sino
enunciación compendiosa del fin al que aspira y del origen de donde pro-
cede la obra constitucional. Es más, en buena medida, el preámbulo debe
exponer la tendencia y el espíritu de la Constitución a que precede y
viene a ser algo así como el preludio donde se contienen los motivos
capitales de la ley fundamental. Por eso, y frente a la concepción
dominante, que no reconoce a esas palabras valor preceptivo o
dispositivo alguno, hoy se propende a ver en ellas, y en otras análogas, la
encarnación misma de la Constitución, a diferencia de las normas
contenidas en preceptos cons-titucionales; por donde resultaría que el
preámbulo entrañaba el acto de decisión política unitaria y suprema en
(33)
que la Constitución consiste según modernas opiniones” .
La teoría de la “decisión política fundamental” ha calado también en la
doctrina española actual. En ella se percibe una clara tendencia a encontrar la
norma constitucional básica, la decisión política fundamental, en la nor-ma
de apertura del texto constitucional. Esto es, en el artículo 1.1. que dice
“España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho que
propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad,

GARCÍA-PELAYO, M., en “Epílogo” a la Teoría de la Constitución de


Schmitt. ob. cit., pág. 376.
PÉREZ SERRANO, N.: La Constitución Española (9-XII-1931), Editorial
Revista de Derecho Privado, Madrid, 1932, págs. 51-52.

334
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

la igualdad, la justicia y el pluralismo político”. Ahora bien, como señala el


profesor Torres del Moral, el denso contenido normativo implícito en el
artículo 1.1. se halla de forma ejemplarmente sintetizado en el preámbulo
(34)
de la Constitución .
El concepto de decisión política fundamental encaja, por lo demás,
sin ninguna dificultad, en todos aquellos textos preambulares que recogen
la palabra “voluntad”. Esta es la palabra clave. En el preámbulo
constitucional, el pueblo o la nación proclaman, en uso de su soberanía,
como titulares del poder constituyente su voluntad.
Ahora bien, lo anterior no debe hacernos olvidar lo expuesto en la
primera parte de este estudio: las disposiciones preambulares carecen de
valor normativo directo. Y puesto que toda decisión carece de eficacia
jurídica si no es también norma —y esto es algo que parecía olvidar Sch-
mitt—, hemos de sostener que la decisión en cuanto tal se halla contenida en
el articulado. Lo que encontramos en el preámbulo es, pues, el resumen de
esa decisión, la síntesis de la misma. La lectura de esa síntesis, por su
claridad y precisión, nos permite captar inmediatamente la totalidad de la
Constitución. Los preámbulos constitucionales nos anuncian que nos en-
contramos ante el orden jurídico fundamental de la comunidad (Hesse) y nos
presentan dicho orden como una unidad de sentido. Los preámbulos, en
cuanto introducción del texto articulado, nos anticipan ya su contenido con
palabras de gran belleza. Se trata de solemnes cartas de presentación de la
nueva Constitución. Nos ponen de manifiesto el sentido último de todo el
texto, los presupuestos filosóficos e ideológicos de que parte, en una palabra,
nos anticipan el espíritu de la Constitución.
El valor político de los textos preambulares es pues notable. En ellos se
condensa el espíritu del constituyente, se objetiviza el espíritu de la
Constitución. De esta manera su valor político trasciende su mero valor
jurídico. En cuanto sus disposiciones sintetizan el contenido del articulado
cabe afirmar que, por remisión, todas ellas adquieren un valor normativo, no
ya meramente indirecto. Ahora bien, esta afirmación exige ser verificada, es
decir, requiere analizar si todas las disposiciones preambulares hallan

TORRES DEL MORAL, A.: Principios de Derecho Constitucional Español,


Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, 3.ª edición, Madrid, 1992, vol
I, pág. 42.

335
Javier Tajadura Tejada

reflejo en el articulado. Es menester comprobar si en verdad el contenido


de un preámbulo constitucional determinado se halla proyectado en el co-
rrespondiente texto articulado.

II.2. Los preámbulos constitucionales como factores de integración


nacional
Corresponde a Rudolf Smend la elaboración de una de las más su-
gestivas teorías constitucionales, la Constitución como integración, que
se enmarca, como es sabido, en el mismo contexto que la teoría
schmittiana ya expuesta: la reacción contra el extremado formalismo en
que había caido la dogmática del Derecho Público alemán.
En una breve obra titulada Constitución y Derecho Constitucional y
publicada en 1928, Smend expone su célebre teoría de la integración. El
profesor alemán expone una visión dinámica del Estado según la cual
este es resultado de un proceso de creación continuo que se cumple
mediante las tres típicas integraciones: personal, funcional y real. “El
Estado no es un fenómeno natural que deba ser simplemente constatado,
sino una realización cultural que como tal realidad de la vida del espíritu
es fluida, necesitada continuamente de renovación y desarrollo, puesta
(35)
continuamente en duda” . Sobre esta base construye Smend el
concepto de integración: “El Estado no constituye en cuanto tal una
totalidad in-móvil, cuya única expresión externa consista en expedir
leyes, acuerdos diplomáticos, sentencias o actos administrativos. Si el
Estado existe, es únicamente gracias a estas diversas manifestaciones,
expresiones de un entramado espiritual, y, de un modo más decisivo, a
través de las trans-formaciones y renovaciones que tienen como objeto
inmediato dicho entramado inteligible. El Estado existe y se desarrolla
exclusivamente en este proceso de continua renovación y permanente
reviviscencia; por utilizar aquí la célebre caracterización de la nación, en
frase de Renan, el Estado vive de un plebiscito que se renueva cada día.
Para este proceso, que es el núcleo sustancial de la dinámica del Estado,
(36)
he propuesto ya en otro lugar la denominación de integración” .

SMEND, R.: Constitución y Derecho Constitucional, traducción de J. M.


Beneyto Pérez, CEC, Madrid, 1985, pág. 61.
Ibíd., págs. 62-63.

336
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

El concepto de integración conduce a Smend a una concepción


unitaria y totalizadora de la Constitución. La Constitución es el orden
jurídico del total proceso de integración en que el Estado consiste, es
(37)
esencialmente un “orden integrador” . La conclusión que de esto se
extrae es similar a la deducida del concepto schmittiano de Constitución:
la Constitución no puede disolverse en un complejo de normas, sino que
es una unidad que actúa como ley vital de algo absolutamente concreto, y
cuya esencia, por tanto, está más allá de su carácter técnico jurídico.
Los diferentes tipos de integración que Smend considera son los
(38)
siguientes :
(39)
Integración personal . A esta esfera corresponden ciertas
per-sonas o grupos (jefes de Estado, Gobierno, burocracia, etc.)
cuya esencia no se agota en su carácter de portadores de
competencias o en su calidad de órganos del Estado, sino que
constituyen un trozo esencial del Estado mismo, que se hace
visible en sus personas como totalidad espiritual y corporal.
(40)
Integración funcional . A ella pertenecen todas las especies
de forma de vida colectiva de una comunidad, y en particular
todos los procesos cuyo sentido es producir una síntesis social,
desde un desfile militar hasta un debate parlamentario.
Integración material. En este tercer tipo de integración vamos a
centrar nuestra atención, puesto que consideramos que un
preámbulo constitucional cumple una función de integración

Ibíd., págs. 140, 168 y 226. Smend alude al preámbulo de la Constitución de


Weimar: “El contenido del carácter integrador se encuentra asumido en su tota-lidad en
la parte inicial de la Constitución de Weimar, es decir, en los apartados del preámbulo”.

Hay que advertir que ninguno de los fenómenos incluidos en cada uno de los
tipos de integración pertenece, de manera exclusiva o pura, al grupo en cuestión.
SMEND, R. Constitución……, ob. cit., pág. 92.
Ibíd., págs. 70-77.
Ibíd., págs. 78-92.

337
Javier Tajadura Tejada

(41)
material . La integración material se opone a la integración
personal y a la funcional en tanto estos últimos son,
únicamente, modos de integración formal. A este respecto
Smend escribe: “Es cierto que no existe, en última instancia,
ningún modo de integración formal sin una comunidad material
de valores, del mismo modo que no es posible la integración a
través de valores sustantivos si no existen formas funcionales.
Pero generalmente predomina uno de los dos tipos de
integración... A los tipos de integración que consisten en
momentos formales (personales y funcionales)… se oponen
radicalmente aquellos tipos de confi-guración de la comunidad
(42)
que se basan en valores comunitarios sustantivos” .
A la integración material o real pertenecen todos aquellos fenómenos
que significan participación de los individuos en un contenido de valores
(43)
estatales. Entre estos destacan todos los símbolos que materializan el
contenido axiológico del Estado y hacen sencillo su conocimiento.
“Un punto clave de la moderna teoría del Estado es la consideración de
que el Estado se basa en la consecución de objetivos comunes, o, por lo
(44)
menos en que dichos fines justifican la existencia del Estado” . Los men-
cionados fines y objetivos, como acabamos de ver, suelen hallarse recogidos
en los preámbulos constitucionales y en tanto que aquellos son factores de
integración real, los preámbulos en cuestión adquieren el mismo carácter.
Como ya vimos los preámbulos constitucionales suelen contener el
techo ideológico del régimen, sintetizan todo su contenido axiológico, y
cumplen esta función de un modo asequible para todo ciudadano. El pue-
blo, interiorizando y asimilando el texto preambular de una Constitución,

La idea la formula SMEND en relación con el preámbulo de la


Constitución de Weimar de 1919.
Ibíd., págs. 92-93.
“La Constitución, o más exactamente sus fórmulas concretas, tienen
carácter de símbolos jurídicos, contienen expresiones que pueden transmitirse en la
vida dia-ria a los juristas y en general a los ciudadanos”. LUCAS VERDÚ, P.: El
sentimiento constitucional, Reus, Madrid, 1985, pág. 129.
SMEND, R.: Constitución……, ob. cit., pág. 93.

338
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

penetra sin dificultad en la esencia de esta y en la medida en que gracias a


este sencillo acercamiento se identifica con la Constitución, aunque le sean
desconocidos los preceptos concretos del articulado, queda integrado en el
sistema político. Es paradigmático en este sentido el caso del preámbulo de
la Constitución de los EE. UU. que todos los jóvenes norteamericanos apren-
den de memoria en la escuela. La adhesión de los ciudadanos al preámbulo,
texto de fácil comprensión, es expresión de un sentimiento constitucional
que ha de interpretarse como identificación del pueblo con la Constitución en
su conjunto aunque le resulte desconocido su concreto articulado. La
idoneidad del texto preambular para suscitar esta identificación hace de él un
factor de integración material de primer orden.
De lo anterior cabe extraer algunas conclusiones sobre la posible
utiliza-ción de los preámbulos constitucionales para la enseñanza de la
Constitución y la potenciación del sentimiento constitucional.
Frente a la poca atención que se ha prestado a los preámbulos constitu-
cionales, mantenemos que una enseñanza de la Constitución preocupada por
los aspectos axiológicos, culturales e históricos del fenómeno constitucional
no puede prescindir de ellos. Una enseñanza de la Constitución que aspire a
acercar esta al ciudadano medio necesita recurrir al preámbulo constitucional
dada la mayor facilidad de comprensión de los conceptos allí recogidos.
La importancia de la educación política y de la enseñanza de la Cons-
titución no puede ser inadvertida. Dicha importancia aumenta conforme se
incrementa la ambición transformadora de un texto constitucional. “Las
constituciones que apuntan a metas sociales ambiciosas exigen a los ciuda-
danos una elevada conciencia o religiosidad civil, una dedicación a intereses
(45)
superiores” . Y es que la enseñanza del Derecho Constitucional no se

LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento……, ob. cit., pág. 130. Esto es algo que
ya está presente en nuestra historia constitucional desde sus inicios en Cádiz, en 1812.
Con referencia a este texto un autor de la época escribía: “Lo que importa es que nuestro
Código fundamental, tal cuál es, mientras se perfecciona con el tiempo, la experiencia y
el estudio, sea amado y respetado por los españoles con una especie de culto; no permita
que se viole jamás, aun en el que parezca más insignificante de sus artículos, y que todos
los buenos españoles estén prontos a defenderla aunque sea arriesgando su sangre. La
Constitución, toda la Constitución sin excepción, debe ser la voz de guerra de los
ciudadanos de España siempre que se ataque su ley fundamental (SALAS, R.:
Lecciones de Derecho público constitucional para las Escuelas de España, CEC,

339
Javier Tajadura Tejada

agota en la explicación de sus evidentes y necesarias conexiones lógicas y


técnicas, requiere, además, que se “insista en la necesidad de que la sociedad
(46)
se adhiera a aquella (a la Constitución), sintiéndola como cosa propia” .
Resulta imprescindible, pues, acrecentar la adhesión a la Constitución y a lo
(47)
que representa . Una enseñanza adecuada del texto constitucional puede
ser una contribución notable para la consecución de este fin. En este sentido,
(48)
podemos hacer las siguientes consideraciones :
La necesaria implantación en una sociedad determinada de un
auténtico sentimiento constitucional exige como tarea inexcusable
ubicar la enseñanza de la Constitución en las enseñanzas primaria
y secundaria. Ahora bien, por la índole específica de sus destina-
tarios y de los profesores que la imparten no puede pretenderse en
modo alguno la explicación técnico-jurídica del régimen político,
sino que lo que ha de intentarse es la transmisión del telos de la
Constitución, de los principios ideológicos fundamentales que la
informan. Para este fin los preámbulos constitucionales —siempre
que cumplan las funciones políticas anteriormente analizadas— se
configuran como instrumentos de gran utilidad puesto que la
comprensión de sus enunciados no ofrece grandes dificultades.
El objeto de esta enseñanza, por tanto, no reside en el texto
articu-lado de la Constitución, lo cual es materia de la
correspondiente asignatura de las facultades de Derecho y
Ciencias Políticas, sino en las ideas básicas de Estado de
Derecho, convivencia democrá-tica, soberanía del pueblo, ...etc.

Madrid, 1982)”. En este sentido, la Constitución de 1812 disponía en su artículo 368: “El
plan general de enseñanza será uniforme en todo el reino, debiendo explicarse la
Constitución política de la Monarquía en todas las Universidades y establecimientos
literarios, donde se enseñen las ciencias eclesiásticas y políticas”. El artículo 148.3 de la
Constitución de Weimar, por su parte, disponía que cada escolar recibiese al terminar la
escuela un ejemplar de la Constitución. Naturalmente, esto por sí es insuficiente, es
menester exponer el espíritu del texto que se entrega.
LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento……, ob. cit., pág. 70.
JUSTO LÓPEZ, M.: El mito de la Constitución, Ed. A. Perrot, Buenos Aires,
1963.
LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento……, ob. cit., pág. 134.

340
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

Por lo que se refiere a la doctrina española, la utilidad del preámbulo


constitucional para la enseñanza de la Constitución, para la potenciación del
sentimiento constitucional, no es una idea nueva. La relación entre la
enseñanza de la Constitución y el preámbulo constitucional fue ya puesta de
manifiesto en los debates constituyentes. En el transcurso de los debates que
precedieron a la aprobación de la Constitución española de 1978, el escritor
y economista, José Luis Sampedro, en su calidad de senador de designación
real, remitió al presidente de las cortes constituyentes, An-tonio Hernández
Gil, una carta en la que resaltaba la importancia de que la Constitución fuera
aprobada precedida de un preámbulo. La defensa de este texto introductorio
se hacía en los siguientes términos: “Debería lograrse un texto lapidario
capaz de motivar el juicio positivo de los ciudadanos conscientes a la hora
del referéndum, porque es claro que no van a analizar toda la Constitución.
Debería servir también como base de comentarios sencillos en las escuelas y
en los medios de difusión. Debería servir, en fin, para demostrar que la
Constitución no es solo (y
ya es mucho) un texto jurídico, sino también una palanca motivadora y
(49)
estimulante para la democracia” .
Para Sampedro estaba claro que el sentimiento constitucional no
con-siste en la adhesión entusiasta a este o a aquel artículo, capítulo o
título de una Constitución, sino en la necesaria, firme y sentida
vinculación de la ciudadanía con el telos de la Constitución. La gran
mayoría de los ciudada-nos no entiende mucho de los tecnicismos
jurídicos del texto constitucional, pero sí comprende que la Constitución
nos diferencia de y protege contra la autocracia pasada o futura.
Esta relación entre preámbulo constitucional y sentimiento constitu-
cional, ya advertida por el senador citado antes de aprobarse el preámbulo
actual, ha sido destacada también por los autores que se han ocupado de
comentar el preámbulo de la Constitución española. Así Morodo escribe: “El
valor del preámbulo es el de ofrecer al intérprete un material de primera
mano a la hora de aclarar el sentido de las normas constitucionales y, al
mismo tiempo, trazar unas líneas de referencia a los poderes públicos en su
labor de actuación y desarrollo de los contenidos de nuestra Constitución.

HERNÁNDEZ GIL, A. El cambio político español y la Constitución, Planeta,


Barcelona, 1982, pág. 310.

341
Javier Tajadura Tejada

Todo ello sin perjuicio de la utilidad que puede tener para crear ese ‘sen-
timiento constitucional’ que se da cuando los ciudadanos asumen como
propios los principios constitucionales y los incorporan como elemento
irrenunciable de la convivencia nacional. Es decir, sin perjuicio de la fun-
cionalidad que puede tener el preámbulo constitucional como elemento de
(50)
socialización política y factor de integración nacional” . En el mismo
sentido se pronuncia Alzaga: “Es de celebrar la existencia de este lacónico y
bien redactado preámbulo, que por su propia naturaleza ha podido aban-
donar la terminología técnico-jurídica que necesariamente impregna hasta el
último rincón el extenso articulado de nuestra Constitución, para emplear un
lenguaje directo y capaz de llegar hasta el último de los españoles ... Y esto
es importante y auténticamente positivo, pues no debe olvidarse que la
Constitución no es solo una ley, sino muy especialmente un instrumento de
(51)
socialización política” . Por último, reproduzcamos las palabras del que
fuera presidente de las cortes constituyentes Hernández Gil: “En un
entendimiento democrático del poder, el preámbulo enuncia el mensaje que
encarna el espíritu y refleja el propósito justificativo de la creación de un
orden jurídico nuevo. El preámbulo puede servir para acercar a todos, de
manera sintética e insinuante, el fondo de las determinaciones normativas,
(52)
su base histórica y sus ideales inspiradores” . La lectura del preámbulo
permite, pues, a la ciudadanía, captar el telos democrático y progresista del
texto constitucional.
De todo lo anterior podemos extraer la conclusión de que en el caso
español el preámbulo constitucional por expresar, estética y simbólicamente, la
ruptura con el ordenamiento autocrático anterior; por sintetizar el telos
democrático y progresista del texto constitucional, por la facilidad de retener sus
formulaciones; y por su excelente construcción literaria, es un instrumen-to
básico para la enseñanza de la Constitución y para la educación cívica. Se
configura como un texto idóneo para ser comentado en las escuelas con

MORODO, R.: “Preámbulo” en Comentarios a las Leyes


políticas,dirigidos por O. Alzaga, Edersa, Madrid, 1983, tomo I, pág. 18.
ALZAGA, O.: Constitución española de 1978, Ed. El Foro, Madrid, 1978,
págs. 67-68.
HERNÁNDEZ GIL, A.: El cambio político……, ob. cit., págs. 305-306.

342
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales

objeto de fomentar en las jóvenes generaciones un auténtico sentimiento


constitucional.
En conclusión, lo anterior es algo que no solamente cabe atribuir al
preámbulo de la Constitución española de 1978, sino a todo preámbulo
constitucional que cumpla con la función política de sintetizar la decisión
constitucional básica y expresar los principios ideológicos fundamentales
de un régimen político.

343
Carlos Fernández Sessarego

Ingresó en 1943, con el primer puesto, a la Facultad de Letras de la


Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima. Egresó de la
Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos de Lima en 1947. Estudios profesionales de Abogado en la
Facultad de Derecho de la misma Universidad (1945-1949). Estu-
dios en el ciclo doctoral en la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad de San Marcos (1950). Bachiller en Derecho, en 1950, por la
Universidad de San Marcos de Lima, con la tesis “Bosquejo para
una determinación ontológica del Derecho”, en la que se plantea la
teoría tridimensional del Derecho. Permaneció inédita hasta 1987,
año en la que se publica como libro bajo el titulo de El Derecho
como libertad, con estudios preliminares de los profesores David
Sobrevilla y Domingo García Belaunde. Abogado, en 1951, por la
Universidad de San Marcos de Lima, habiéndosele exonerado ex-
cepcionalmente de la exposición del expediente penal por la satis-
factoria exposición de la causa civil. Doctor en Derecho, en 1961,
con la tesis “Derecho de las Personas”, la misma que fuera publi-
cada en 1962 por la Universidad Nacional de San Marcos bajo el
título de La noción jurídica de persona. Mereció en 1963 el Premio
Nacional a la Cultura “Francisco García Calderón”, otorgado a la
mejor obra jurídica publicada en el país durante dicho año.
§ III

EL PREÁMBULO DE LA CONSTITUCIÓN:
SU SIGNIFICADO Y ALCANCES

Carlos Fernández Sessarego


Profesor Emérito de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos
(Perú)

SUMARIO.- I. ¿Una nueva Constitución? II. Respuesta a una


vocación principista. III. Alcances del preámbulo de la Consti-
tución. IV. Ideología y Constitución. V. Naturaleza jurídica del
preámbulo constitucional. VI. El paradigmático preámbulo de
la Constitución de 1979. VII. Posición de los miembros de la
Comisión de Estudio de las Bases para la Reforma Cons-
titucional. VIII. El preámbulo de la Constitución del 79 y las
modificaciones propuestas por la Comisión de Estudio de las
Bases para la Reforma Constitucional del Perú. VIII.1. Primer
parágrafo: la primacía de la persona humana. VIII.1.1. Primer
párrafo: la dignidad de la persona humana y los derechos que
le son inherentes. VIII.1.2. Segundo párrafo: la familia como
célula básica de la sociedad. VIII.1.3. Tercer y cuarto
párrafos: libertad, justicia y trabajo. VIII.2. Segundo pará-
grafo: la economía al servicio de la persona humana. VIII.3.
Tercer parágrafo: fortalecimiento del Estado constitucional,
democrático y social. VIII.4. Cuarto parágrafo: promoción de
una sociedad abierta. VIII.5. Quinto parágrafo: exclusión de la
violencia. VIII.6. Parágrafos sexto y séptimo: evocación del
pasado histórico.

345
Carlos Fernández Sessarego

¿Una nueva Constitución?


Antes de reflexionar sobre el tema relativo a la significación y alcances del
preámbulo constitucional consideramos oportuno expresar nuestra opinión sobre
la conveniencia de derogar la Constitución de 1993 y restablecer aquella de
1979 con las modificaciones que se estimen pertinentes. Al respecto, re-sulta
inútil manifestar la evidente necesidad de incorporar en la Constitución de 1979
ciertas válidas instituciones que, contenidas en la Carta de 1993, no aparecían en
su texto así como elaborar las disposiciones transitorias que fue-sen oportunas
para el efecto de respetar los derechos adquiridos al amparo de esta última,
siempre que estos no atenten contra el orden público. En síntesis, optamos por
(1)
un texto renovado de la Constitución Política de 1979 .
En la Constitución de 1979, que debería tomarse como base para llegar
a la redacción de un nuevo texto, deberían incorporarse, como está dicho, los
aportes positivos que trajo la Carta de 1993. Nos referimos a las
disposiciones referidas a la participación directa del pueblo en la toma de
decisiones que, por su trascendencia, comprometen a toda la ciudadanía
como es el caso del derecho de los ciudadanos a participar en los asuntos
públicos mediante el referéndum, la iniciativa legislativa, la remoción o
revocación de autoridades y la demanda de rendición de cuentas.
Una institución que debería ser asumida por la Constitución de 1979
renovada es la del Consejo Nacional de la Magistratura, aunque debería
reflexionarse en lo atinente a su composición. Es también el caso de la
De-fensoría del Pueblo. De otro lado, resulta conveniente mantener
aquellos nuevos derechos fundamentales de la persona que, como el de la
identidad personal y la salud, no aparecían en la Constitución de 1979.
Casi no vale la pena resaltar que en el texto renovado y actualizado
de la Constitución de 1979 se introducirían aquellas otras modificaciones
que se considerasen de interés a fin de perfeccionar nuestro ordenamiento
constitucional.

Lo expresado en los siguientes párrafos fue escrito antes de conocerse la


decisión del Congreso de la República de suprimir la firma del Ing. Fujimori del texto de
la Carta del 93 y del acuerdo por el cual la Comisión de Constitución propondrá un
proyecto de reforma total de la Constitución, tomando en cuenta la Constitución histórica
del Perú y en particular la Constitución del 79. Tras su aprobación por el
Congreso el texto constitucional será sometido a un referéndum.

346
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

Respuesta a una vocación principista


Consideramos que debe derogarse la Constitución de 1993 por su
origen golpista, contrario a las normas vigentes para la modificación o
sustitución de los textos constitucionales. La del 93 fue una Carta elaborada,
en última instancia y más allá de sus aciertos y desaciertos, para pretender
legitimar la permanencia en el poder de un gobierno de facto.
La historia y el origen de la Carta de 1993 avalan, por consiguiente,
su derogación. Es una decisión que estimamos recomendable si es que en
el Perú queremos, realmente, hacer docencia cívica destinada a cambiar la
mentalidad autoritaria de un sector de nuestro pueblo por otra libertaria y
democrática. Derogar la Carta del 93 tendría el significado de constituir
un mensaje histórico dirigido a las nuevas generaciones que aspiran
limpieza y transparencia en los actos de los gobernantes así como de
respeto a los principios jurídicos y éticos que le sirven de sustento. Es un
legado histórico al que nuestra generación está obligada después del
inmediato pasado que, lamentablemente, hemos vivido.
Derogar la Carta de 1993, volver a la de 1979 con las indispensables
modificaciones que necesariamente habrá que introducir, tendría así el
sentido de un gesto que sería muy bien recibido por los amantes de la
libertad, de los derechos humanos y, especialmente, por la juventud y por
aquellos que, bajo su imperio, se constituyeron en víctimas de un
gobierno autoritario. Rompamos, al menos formalmente, el histórico
continuismo autoritario, abramos nuevas sendas de esperanza para los
que todavía creen en la libertad, el respeto a la vida y a los ideales que la
dignifican. Derogar la Carta del 93 tiene el significado de constituir una
reafirmación de los principios libertarios y democráticos que no deben ser
desconocidos o negados en ninguna circunstancia.
Derogar la Carta del 93 adquiere el simbólico sentido de una sanción
moral que, al menos en esta dimensión, impediría la impunidad de los
actores del atropello constitucional y de todo lo que de él se derivó.
Lo prescrito en el artículo 46.º de la Carta del 93, al consagrar el derecho
de insurgencia en defensa del orden constitucional, facilita a la ciudadanía
impedir, por la vía de los hechos, el respeto de los derechos violados y reponer la
vigencia de la Constitución que el pueblo democráticamente se dictó y que sus
mandatarios juraron solemnemente respetar.

347
Carlos Fernández Sessarego

Si la propia Carta de 1993 franquea el derecho a la insurgencia para


restablecer el orden constitucional violado de facto, con cuanta mayor razón
cabe una sanción ética contra los usurpadores. Sanción ética que se concre-
taría en el gesto de derogar una Carta de raíz inconstitucional y sustituirla,
precisamente, por la que fue violada, con todos los ajustes que el momento
exige. Una razón de formal consecuencia con nuestros principios y nuestras
convicciones exige, por consiguiente, no dejar impunes aquellos actos que la
historia condena y la ciudadanía democrática repudió en calles y plazas.
Está demás decir que respetamos, como no podría ser de otra
manera, cualquier otra decisión que se adopte diversa a la que planteamos
en este trabajo si ella, tarde o temprano y por cualquier vía constitucional,
está desti-nada, finalmente, a derogar la Carta del 93. Nuestra posición es
enteramente principista, por lo que no asume el análisis de las bondades o
desaciertos de los textos constitucionales del 79 o del 93.

Alcances del preámbulo de la constitución


Se suele entender por la expresión preámbulo aquello que es introduc-
torio o que precede a un determinado texto con la intención de fundamen-
tarlo, de expresar su sentido y significación, de dejar constancia de su razón
de ser. Tratándose de la Constitución, el preámbulo adquiere una especial
importancia pues contiene el pensamiento rector, las líneas maestras o las
directrices que han inspirado la redacción de sus normas. Es decir, el plan-
teamiento ideológico del que se ha valido el legislador para la elaboración
del texto constitucional. De ahí que en el preámbulo hallemos el sentido
histórico de una determinada Constitución.
El preámbulo de la Constitución se constituye en la savia vivifican-
te de su articulado, por lo que ilumina y unifica la comprensión de los
objetivos y propósitos de sus textos normativos. Interpretación que, en
última instancia, significa encontrar el sentido valioso o desvalioso de las
conductas intersubjetivas a partir de la comprensión que emana de dichos
textos. Es decir, que lo que se interpreta no es la norma en sí —que no es
otra cosa que una forma del pensamiento— sino las conductas por ellas
axiológicamente reguladas.
En síntesis, el preámbulo constitucional tiene un preciso objetivo como
es el de constituirse, a través de un cuerpo de ideas y de propósitos, en un
instrumento de capital importancia para la integración nacional así como

348
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

para inferir de su texto el conjunto de fines que una determinada


comunidad nacional intenta alcanzar y realizar y el de establecer los
valores prioritarios que inspiran la Constitución.
Lo expuesto en precedencia, que intenta expresar brevemente la
razón de ser del preámbulo constitucional denota, con absoluta nitidez, la
impor-tancia que él tiene para comprender la voluntad del legislador al
resumir su decisión política en torno al sentido que debe tener la
convivencia de las gentes del país y el propósito y dirección de su
actividad. En su texto encontramos resumida la visión proyectada hacia el
futuro de los ideales que deberían ser vivenciados por los ciudadanos del
país. Por ello, podríamos decir que el preámbulo se yergue como un
proyecto de vida colectivo des-tinado a asegurar la integración nacional
que el legislador aspira alcanzar, alrededor de un determinado cuerpo
ideológico destinado a convertirse en propósitos de acción comunes de
los miembros que integran la comunidad nacional.
El preámbulo constitucional cobra mayor importancia en un país
que, como el Perú, requiere de un constante y decidido esfuerzo de
integración pues se trata de un país en formación y pluricultural. Por ello,
las metas y propósitos constitucionales deben ser claros y definidos en un
preámbulo a imagen y semejanza del de la Constitución de 1979.
De todo lo expresado se desprende que no cabe confundir el preámbulo
con un título preliminar o con una exposición de motivos de la Constitución.
Más adelante desarrollamos la diferencia conceptual existente.

IV. Ideología y constitución


Si bien la norma jurídica, en cuanto objeto ideal-formal, es neutra al
valor, el Derecho, en cambio, si tiene un sentido axiológico. Solo el ser
humano vivencia y realiza valores. Las normas jurídicas, por ello, no son ni
justas ni injustas. Solo de la conducta humana intersubjetiva podemos
predicar justicia o injusticia. Las normas prescriben formalmente lo que está
permitido o lo que está prohibido luego de que se ha producido una valora-
ción o estimación axiológica de la conducta humana. Si Caín mata a Abel, lo
primero que sucede frente a esta interferencia de conductas humanas es el
preguntarse si es justo o injusto que ello sucediera. Es decir, se produce de
parte del observador o del juez una estimación axiológica de aquellas
conductas. Luego, se busca la norma del ordenamiento jurídico que debe

349
Carlos Fernández Sessarego

prescribir, en consecuencia, que un ser humano no debe causar la muerte


de otro ser humano. Y, en la hipotética situación de estar frente al primer
caso, se creará por la comunidad la norma jurídica que prohíba el causar
la muerte de otra persona.
La valoración axiológica de las conductas humanas intersubjetivas de
parte de cualquier ser humano se hace a partir de un cierto horizonte ideoló-
gico. Cada ser humano tiene una escala de valores que le sirve para orientar
su vida y comprender el mundo exterior. La vivencia preponderante de un
valor o de algunos valores por una persona es el resultado de un profundo
llamado interior, de una determinada vocación. Es desde esta dimensión que
cada ser humano tiene una particular concepción o visión del mundo.
Por lo expuesto en los dos párrafos precedentes podemos sostener que
valoración e ideología son dos expresiones del ser humano esencialmente
vinculadas. Por ello, cada persona tiene una propia escala de valores de la que
surge una cierta ideología, una manera de vivir y de concebir el mundo donde se
halla temporalmente instalado. El Derecho es un producto de esta cultura a
escala comunitaria. Por ello, es inconcebible que el Derecho sea neutro al valor
o que carezca de una dirección ideológica en el sentido que del conte-nido
valioso de sus normas se puede inferir una cierta concepción del mundo.
Cuando una comunidad nacional tiene claro el sistema de gobierno
que quiera darse así como en cuanto a sus valores y principios rectores,
no existiría razón válida para no recogerlos en el preámbulo de la
Constitu-ción. La ausencia de dichos postulados significaría o todo lo
contrario a lo afirmado o un deliberado propósito de eludirlos por
inconfesables razones que habría que analizar en cada caso. El país debe
tener claro el rumbo a seguir en el futuro.
Un caso por lo demás demostrativo de lo sostenido en el párrafo
precedente surge de la comparación de las Constituciones de 1979 y de
1993. En la primera, surgida del consenso de un grueso sector de la ciu-
dadanía representado por los partidos políticos que tuvieron
protagonismo en la Constituyente que le dio origen, existe un claro,
definido y excelente preámbulo que señala, con toda nitidez conceptual,
el sistema de gobierno que se deseaba para el Perú así como los ideales
perseguidos por la comu-nidad nacional. Se trataba, a todas luces, de un
país que surgía a la vida democrática después de largos años de un
gobierno militar surgido de un golpe de Estado.

350
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

Mientras ello ocurría con la Constitución de 1979, aquella forjada en


1993 para legitimar una dictadura nacida también de un sui generis golpe de
Estado, utilizó el concepto preámbulo para, con sentido pragmático, vaciarlo de
contenido, eviscerarlo de toda directriz axiológica. Es, por ello, impropio el que
la Carta de 1993 utilizara el concepto preámbulo, que tiene una significación
muy precisa —a la que se ha aludido en precedencia— para desvirtuarlo con una
simple declaración carente de sentido. En efecto, en dicha “declaración”, que no
es un preámbulo, la mayoría del Congreso, bajo la inspiración de un gobierno
autoritario sustentado en la fuerza de las armas, solo nos dice —como si no lo
supiéramos los lectores de la Carta— que el “Congreso Constituyen-te,
invocando a Dios Todopoderoso, obedeciendo el mandato del pueblo y
recordando el sacrificio de todas las generaciones que nos han precedido en
nuestra Patria, ha resuelto dar la siguiente Constitución...”.
Como se desprende de la lectura de esa breve declaración, después de
invocar a Dios, al pueblo y a los sacrificados peruanos que nos precedieron
en el tiempo, el único “mensaje” que contiene es “que se ha resuelto dar la
siguiente Constitución”. No hay, por lo tanto ningún preámbulo que marque
las pautas necesarias para conocer cuáles son los ideales constitucionales y el
sistema de gobierno que se pretende. Este vacío, esta carencia de un
auténtico preámbulo, permitió que luego se desvirtuaran muchos de los más
importantes aspectos de la propia Constitución como es el caso, por ejemplo,
de la reelección presidencial, del referéndum, del Tribunal Constitucional,
del Consejo Nacional de la Magistratura. En todas estas situaciones, por la
ausencia de directrices claras que debieron estar contenidas en el preámbulo,
no fue difícil para el Poder Legislativo desinterpretar el texto constitucional,
desvirtuarlo, falsearlo. Por lo expuesto, es lícito sospechar —pues de lo
contrario se pecaría de ingenuidad— que la ausencia del preámbulo en la
Carta del 93 fue un hecho premeditado, deliberado, para poder tergiversar el
sentido originario de la Carta una vez que ésta cumplió su finalidad de
legitimar(sic) al gobierno de facto ante la OEA.
Después de lo expuesto, los actuales congresistas de la República
deberán afrontar el dilema de la conveniencia o no de mantener, con los
imprescindibles agregados que se le puedan hacer, el enjundioso y
preciso preámbulo de la Constitución de 1979 que abre un nuevo
derrotero en la consolidación del Estado al que pertenecemos.
Cabe señalar que, a pesar de que el Perú ha contado con numerosas
constituciones —hecho demostrativo de la precariedad de nuestras insti-
351
Carlos Fernández Sessarego

tuciones y de la ausencia de ideales nacionales precisos— no aparece en


ninguna de ellas un texto que trasunte la significación conceptual de lo que
se entiende por preámbulo, tal como lo hemos referido en su lugar, salvo en
la Constitución de 1979. Esto no significa que en ellas no existieran sim-ples
textos introductorios o declarativos que no merecen ser calificados de
preámbulos desde que carecen de las connotaciones propias de estos últimos.
Después de lo expresado, pareciera que a partir del amanecer demo-
crático de 1979 se iniciara en el país un proceso de clarificación de los
fines que la comunidad nacional debería perseguir. Ello es un síntoma
importante de la existencia de un proceso de maduración colectiva que
empezaría a darse en el país. Se trata, por consiguiente, de una razón más
para mante-ner, con los añadidos que se crea convenientes, el texto del
preámbulo de la Constitución de 1979.

Naturaleza jurídica del preámbulo constitucional


Como es sabido, el preámbulo de la Constitución no adquiere el
sentido de una prescripción. No constituye, por ello, una norma jurídica.
No es una regla de conducta intersubjetiva de observancia obligatoria, es
decir, no es vinculante. Carece de un valor jurídico, en sentido estricto,
pero en cambio, adquiere un trascendente valor político en la medida que
el preámbulo ex-presa la decisión del constituyente de preferir una entre
varias alternativas ideológicas.
Si bien la norma jurídica, en cuanto tal, es neutra al valor, en cambio el
Derecho expresa siempre una alternativa ideológica. Lo jurídico tradu-ce,
como recordaba el comparatista francés René David (1906-1990), la
idiosincrasia de un pueblo, su cultura, su concepción del mundo. Mediante el
atento estudio integral del contenido de las normas jurídicas, sobre todo de
aquellas de rango constitucional, es posible señalar la orientación axio-lógica
y política de una determinada comunidad nacional. El Derecho es, pues, una
expresión de la cultura de una determinada comunidad. O mejor dicho, en
cuanto creación del ser humano es, de suyo, un producto cultural. Nos
referimos, y en esto debemos estar atentos, al Derecho en su expresión
unitaria tridimensional y no a una de sus dimensiones, como es la normativa
que, de suyo y como se ha anotado, es neutra al valor.
De lo expuesto resulta que el preámbulo no solo sirve, como se apuntó
en precedencia, para interpretar, a partir de las normas, el sentido axiológico

352
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

de las conductas intersubjetivas que integran el Derecho —es decir, para


encontrar su sentido valioso o desvalioso— sino para comprender la
cultura de un pueblo y conocer su opción política-axiológica. En lo
expresado reside, en síntesis, la importancia del preámbulo, el que
consideramos indispensable para comprender, a cabalidad, los alcances
del texto constitucional y despe-jar, por consiguiente, cualquier duda o
mal interpretación al respecto. Nos libraremos también, y en gran medida,
de las caprichosas interpretaciones auténticas de ingrata recordación.
Como señalamos con anterioridad, no cabe confundir el preámbulo
constitucional con un título preliminar o con una exposición de motivos. El
título preliminar, en tanto supone un conjunto de normas de carácter general
o de principios generales del Derecho, tiene un específico valor jurídico. Sus
normas son obligatorias y, por tanto, vinculantes. En lo que se refiere a una
Exposición de Motivos, ésta pone de manifiesto la voluntad del legislador
ínsito en las normas de un determinado texto jurídico. Se erige como una
explicación de aquello que llevara al legislador a preferir una determinada
opción sobre otras así como, a través de ella, se puede encontrar el sentido
axiológico de las conductas normativamente reguladas.

VI. El paradigmático preámbulo de la Constitución de 1979


Los constituyentes de 1979 comprendieron, con lucidez digna de elo-
gio, la importancia de que la Constitución que deberían elaborar contara con
un auténtico preámbulo. Así fue que se constituyó una subcomisión especial
para que lo redactase. Integraron dicho grupo los constituyentes Héctor
Cornejo Chávez (1918-2012), Andrés Towsend Escurra (1915-1994),
Roberto Ramírez del Villar (1920-1995) y Jorge del Prado (1910-1999).
Como se aprecia, se trató de un selecto elenco de personas de reconocida e
indiscutible calidad intelectual que, además, representaba diversas tenden-
cias ideológicas y políticas que iban desde la conservadora, pasando por la
social democracia y el social cristianismo, hasta el comunismo marxista.
Fue, por ello, un preámbulo nacido del consenso.
Ningún constituyente se opuso a la incorporación del texto del preám-
bulo tal como aparece en la Constitución de 1979 sino que, por el contrario,
lo elogiaron. Solo una minoría consideró, sin que ello significara disentir del
texto del mismo, que no existía una básica concordancia entre sus pos-
tulados con el de algunos aspectos de la normatividad constitucional que,

353
Carlos Fernández Sessarego

a su criterio, eran de corte capitalista mientras que el preámbulo


respondía a una inspiración humanista.
Es importante que las nuevas generaciones y los actuales constituyentes
conozcan o recuerden, según el caso, las circunstancias antes referidas en las que
se elaboró el preámbulo de amplio consenso de la Constitución de 1979. Si
evalúan debidamente tales circunstancias podrán apreciar que dicho preámbulo
significó un esfuerzo de profunda reflexión de parte del grupo que redactó sus
bases, las mismas que fueron ampliamente debatidas en el pleno de la
constituyente. Ello es ejemplar. Se trata de un valioso precedente que no debería
olvidarse ni desaprovecharse cuando se deba encarar el problema pendiente de
fijar los rumbos constitucionales de la comunidad nacional.

VII. Posición de los miembros de la comisión de estudio de las bases para la


reforma constitucional
Como es sabido, el gobierno transitorio del doctor Valentín Paniagua
Corazao, siendo ministro de Justicia el doctor Diego García Sayán, por el
Decreto Supremo n.º 018-2001-JUS, publicado el 26 de mayo del 2001, creó
la “Comisión de Estudio de las Bases Constitucionales de la Reforma
Constitucional del Perú”. La finalidad de esta Comisión era la de proponer
las normas constitucionales que podrían ser reformadas así como el proce-
dimiento para llevar a cabo las reformas que se planteasen.
Mediante Resolución Suprema n.º 232-2001-Jus, del 31 de mayo del 2001,
(2)
se designó a las personas que deberían integrar la mencionada Comisión . Se
trató de un grupo de destacados juristas, mayoritariamente expertos en el
conocimiento de la ciencia y la experiencia constitucional. La presencia de ju-
ristas que no cultivaban esta especialidad como constante tarea académica sino
que se dedicaban preferentemente a otras disciplinas, le otorgó a la Comisión un
carácter de necesaria interdisciplinariedad jurídica. De otro lado, se contó

Los miembros designados fueron los siguientes: Samuel Abad, Javier Alva
Orlandini, Jorge Avendaño Valdez, Martín Belaunde, Enrique Bernales, Alberto Bo-rea,
Carlos Blancas, Ernesto Blume, Roger Cáceres Velásquez, Jorge Danós, Patricia
Donayre, Ernesto de la Jara, Javier de Belaunde L. De R., Francisco Eguiguren, Eloy
Espinosa Saldaña, Gerardo Eto Cruz, Carlos Fernández Sessarego, Raúl Ferrero Costa,
Magdiel González, Domingo García Belaunde, Baldo Kresalja, César Landa, Beatriz
Merino, Sigifredo Orbegoso, Víctor Julio Ortecho, Jorge Santistevan de Noriega,
César Valega y Armando Zolezzi Moller.

354
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

con la valiosa presencia de juristas provenientes de los centros académicos de


Arequipa y Trujillo, lo que confirió a la Comisión un matiz descentralizador.
La Comisión en referencia consideró, en forma unánime, que era “im-
portante” que la Constitución contase con un preámbulo y que este debería
elaborarse sobre la base del preámbulo de la Constitución de 1979.
El preámbulo, en opinión de la Comisión, “debe reconocer la posición
central de la persona humana; establecer la forma de Estado democrático y
social; precisar que la economía social de mercado está al servicio de la
persona humana; y, proteger al medio ambiente y los recursos naturales,
como compromiso social con las presentes y futuras generaciones”.
Confiamos que los congresistas que se han de dedicar en un próximo
futuro a la delicada tarea de diseñar la Carta Constitucional no desestimen
esta recomendación, la misma que proviene de un selecto y destacado
gru-po de veintiocho expertos juristas de diversas tendencias ideológicas
y no contaminados por el virus autoritario.
En concordancia con los principios antes enunciados, la Comisión
aprobó el texto que debería tener el preámbulo de la Constitución, en el
que se han producido solo algunos limitados agregados al texto base de la
Constitución de 1979.
VIII. El preámbulo de la Constitución del 79 y las modifi-caciones propuestas
por la Comisión de Estudio de las Bases para la Reforma Constitucional del
Perú
La “Comisión de Estudio de las Bases para la Reforma
Constitucional”, antes mencionada, elaboró un preámbulo que recoge, en
lo fundamental, el texto de aquel que precede a la Constitución de 1979.
En las páginas siguientes intentaremos resaltar brevemente tanto el
sentido de cada uno de los parágrafos del preámbulo de la Constitución
del 79 así como las modificaciones propuestas por la comisión en
referencia. Para una mejor comparación reproduciremos ambos textos,
destacando con negrita los cambios producidos excepto aquellos de
redacción que, en la práctica, no significan modificación alguna.
VIII.1. Primer parágrafo: la primacía de la persona humana
Las referencias a la temática del primer parágrafo del preámbulo de la
Constitución del 79 y su comparación con los textos propuestos por la antes

355
Carlos Fernández Sessarego

mencionada Comisión de Estudio, se formulan separadamente en relación a


cada uno de los cuatro párrafos que integran dicho primer parágrafo.

VIII.1.1. Primer párrafo: la dignidad de la persona y los derechos


que le son inherentes
En la Constitución del 79 se precisa:

“CREYENTES en la primacía de la persona humana y en que


todos los hombres, iguales en dignidad, tiene derechos de
validez universal, anteriores y superiores al Estado;”

En la propuesta de la Comisión se anota:

“CREYENTES en la primacía de la persona humana y en que


todos son iguales en dignidad, tienen derechos inherentes a
ella de validez universal, anteriores y superiores al Estado;”
Este párrafo describe una realidad indestructible e innegable como es la
primacía de la protección jurídica de la persona humana en relación con
cualquier otro u otros bienes que le son instrumentales. La persona humana
es un fin en sí misma y el patrimonio es el instrumento del que ella se vale
para realizarse como tal. No se puede, por consiguiente, invertirse el orden
de esta clara y definitiva jerarquía para intentar colocar al patrimonio en el
centro del Derecho, lugar solo reservado para la persona humana.
El Derecho y el Estado, como bien sabemos, son productos cultura-
les, creados por la persona humana. Ellos son la respuesta a una
exigencia existencial de un ser libre, temporal y coexistencial, como es el
ser humano, que requiere del Derecho y del Estado para regular su
pacífica convivencia y poder cumplir su respectivo proyecto de vida.
Como se observa de la lectura comparativa de los párrafos transcritos,
en la propuesta de la comisión se ha agregado el concepto de “derechos
inherentes” a la persona. De esta manera se reconoce la existencia de in-
tereses existenciales o derechos naturales que son propios e inseparables de
la naturaleza misma del ser humano y que, por lo tanto, no pueden ser
desconocidos o negados por el ordenamiento jurídico positivo. Es por esta
razón, y no porque lo atribuya el ordenamiento jurídico positivo, que esos
derechos tienen validez universal. La validez universal es una consecuen-cia
de la calidad de los derechos en tanto son “inherentes” al ser humano.

356
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

Era necesaria una precisión de este tipo para que se conociera cuál era, en
opinión de la comisión, el sustento del concepto “validez universal” de
los mencionados derechos.
La calidad de derechos inherentes al ser humano determina no solo
su validez universal sino, también y por consiguiente, el que tales
derechos sean anteriores y superiores al Estado, por lo que este no puede,
vanamente, conculcarlos. El Estado, a través del respectivo ordenamiento
jurídico posi-tivo, no tiene otra opción que protegerlos. Lo contrario sería
simplemente un despropósito en cuanto supondría negar el sentido mismo
del Derecho, su razón de ser. Es decir, un imposible jurídico.
En síntesis, este primer párrafo encierra una concepción humanista o
personalista del Derecho que debe preservarse por la comunidad. Lo contra-
rio significaría retroceder en la historia, pretender retornar a una concepción
individualista-patrimonialista ya superada por una de raíz humanista.

XIII.1.2. Segundo párrafo: la familia como célula básica de la so-


ciedad
En la Constitución del 79 se lee:

“Que la familia es célula básica de la sociedad y raíz de su gran-


deza, así como ámbito natural de la educación y la cultura”;

En la propuesta de la Comisión se escribe:

“que la familia es la célula básica de la sociedad y raíz de su


grandeza, así como ámbito natural de la educación, la cultura,
la paz y la solidaridad;”
La familia es el núcleo básico de la organización social por lo que ella
es la raíz de su grandeza. La protección de la familia supone la tutela de ese
ámbito donde la persona, en sus primeros años de vida, se forma integral-
mente a fin de integrarse como ser útil dentro del contexto social. Es, por
ello, que la familia se constituye en el importante y decisivo ámbito donde el
ser humano se educa, se culturiza y se sensibiliza en los valores de la paz y la
solidaridad. Es este el espacio de vida que hay que proteger y preservar.
Como se observa de la lectura de la propuesta de la Comisión, a los con-
ceptos de educación y cultura se han agregado los de la paz y la solidaridad,

357
Carlos Fernández Sessarego

en tanto estos últimos son valores que se aprehenden en el hogar al observar e


imitar la conducta y el proceder pacífico y solidario de los miembros de la
familia donde se desarrolla el niño. Hay que enfatizar, por lo tanto, que la
educación y la cultura se hallan vinculadas no solo al desarrollo integral de la
persona humana sino que se trata también de una educación y una cultura para la
paz y la solidaridad entre los seres humanos. Es decir, de una educación y una
cultura desplegadas en la dimensión coexistencial. Es necesario, dada las
circunstancias por las que atraviesa la humanidad, dejar muy en claro la
necesaria observancia de estos valores básicos para la convivencia humana.

VIII.1.3. Tercer y cuarto párrafos: libertad, justicia y trabajo


En la propuesta de la Comisión se ha invertido la numeración de los pa-
rágrafos tercero y cuarto. Así, el tercero de la Constitución del 79 corresponde al
cuarto de la propuesta de la Comisión, mientras que el cuarto de la Consti-tución
es el tercero del proyecto de la Comisión. Empezaremos por comparar, en
primer término, el tercer parágrafo de la propuesta de la Comisión:

“que la libertad y la justicia son valores primarios de la vida


en comunidad y que el ordenamiento social se cimienta en el
bien común y la solidaridad;”

El cuarto parágrafo de la Constitución del 79, correspondiente al


tercero de la Comisión, se expresa:

“Que la justicia es valor primario de la vida en comunidad y


que el ordenamiento social se cimienta en el bien común y la
solidaridad;”

La inversión de la ubicación de los parágrafos antes transcritos


obedece a la necesidad de seguir, como está dicho, un orden lógico en el
enunciado de los derechos inherentes al ser humano. Ello, en cuanto al
hecho que la protección primaria del Derecho se centra en la protección
primaria de la libertad para lo que resulta indispensable la vivencia del
valor la justicia. La libertad, en su instancia subjetiva, es nada menos que
el ser mismo del hombre y, en su dimensión fenoménica o instancia
objetiva, es la realización del proyecto de vida.
De otro lado, el proyecto de vida, en tanto ejercicio de una decisión
libre de la persona humana, tiene el significado de la realización de su íntima
358
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

vocación y, en él, la persona cifra su destino. El cumplimiento del proyecto


de vida tiene el sentido, por ello, de la realización misma del ser humano.
Todo lo que atente contra el proyecto de vida repercute negativamente en su
realización personal. El peor daño que le puede suceder a la persona es la
frustración, total o parcial, o el retardo en el cumplimiento de su proyecto de
vida. Es decir, de lo que el ser humano decidió ser y hacer en su vida terrena.
Por lo expuesto, el proyecto de vida, en cuanto libertad fenoménica, merece
radical y prioritaria tutela jurídica.
La justicia, por su parte, es el valor supremo o cimero del Derecho. Sin
protección de la libertad y sin realización del valor justicia es imposible el
trabajo digno, mediante el cual se realiza la persona. Libertad y justicia.
El cuarto parágrafo en la propuesta de la Comisión, correspondiente
al tercero de la Constitución, prescribe:

“que el trabajo es deber y derecho de toda persona y


representa la base de la realización humana y de la creación
de la riqueza, el bien común y la justicia social;”

El tercer párrafo de la Constitución del 79 enuncia:

“Que el trabajo es deber y derecho de todos los hombres y


repre-senta la base del bienestar nacional;”
Mediante el trabajo, básicamente, la persona cumple una doble función.
Es un deber de todo ser humano el de contribuir con su trabajo personal al
desarrollo integral de la sociedad. Nadie que se halle en situación de traba-jar
debe eludir este deber. El trabajo, por lo demás, es la inserción natural de la
persona en la comunidad. Pero, simultáneamente, toda persona tiene el
derecho de realizarse personalmente mediante el trabajo. Trabajar, de
acuerdo con el íntimo llamado de la vocación interior, es el instrumento con
que cuenta toda persona para el cumplimiento de su proyecto de vida o,
como se suele decir en algunas Constituciones, al “libre desarrollo de la
personalidad”. En realidad el “libre desarrollo de la personalidad” está
enderezado a la realización del personal proyecto de vida.
De otro lado, se establece que el trabajo, en su dimensión social, es el
medio lícito e idóneo no solo para la subsistencia digna de la persona sino
que mediante el trabajo se contribuye a la creación de la riqueza de la

359
Carlos Fernández Sessarego

comunidad nacional así como para alcanzar el bien común, que es el bien
de todos y el de cada uno. El trabajo permite, así mismo, dar
cumplimiento al postulado de la justicia social.

VIII.2. Segundo parágrafo: la economía al servicio de la persona


humana
En la Constitución del 79 se expresa que:

“DECIDIDOS a promover la creación de una sociedad justa,


libre y culta, sin explotados ni explotadores, exenta de toda dis-
criminación por razones de sexo, raza, credo o condición
social, donde la economía esté al servicio del hombre y no del
hombre al servicio de la economía; una sociedad abierta a
formas supe-riores de convivencia y apta para recibir y
aprovechar el influjo de la revolución científica, tecnológica,
económica y social que transforma al mundo;”

En el proyecto de la Comisión, el segundo parágrafo de la Constitu-


ción del 79 equivale al tercer parágrafo de la propuesta de aquella con el
siguiente texto:
“RESUELTOS a promover la creación de una sociedad justa,
libre y solidaria, sin explotados ni explotadores, exenta de toda
discriminación por razones de sexo, raza, credo, condición social
o cualquier otra índole, donde la economía esté al servicio de la
persona y no la persona al servicio de la economía;”

El texto de los parágrafos antes transcritos contiene una decisión de


suma importancia como es la voluntad para la construcción una sociedad
justa, libre y solidaria. Este es el ideal que debe inspirar e iluminar todo el
articulado de la Constitución, el mismo que deberá estar orientado al cumpli-
miento de este propósito colectivo. Una sociedad que persiga la justicia, la
libertad y la solidaridad como formas superiores de convivencia no admite,
obviamente, la existencia de explotados y explotadores ni ningún tipo de
discriminación. Así mismo, y esto es muy importante en los tiempos que
corren, deberá tenerse siempre presente que la economía está al servicio de
la persona y no ésta al servicio de la economía. O, dicho en términos más
actuales, el mercado está al servicio del ser humano y no este al servicio

360
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

del mercado. Se trata, sin duda, de un principio clave en la construcción


de una sociedad humanista que otra cosa no es sino aquella en la que
priman a plenitud la libertad, la justicia y la solidaridad.
Tal como apreciará el lector, en la propuesta de la comisión existen
dos cambios en relación con el texto del preámbulo de la Constitución del
El primero consiste en la sustitución del término “hombre” —que se
refiere específicamente al varón de la especie humana— por el concepto
“persona”, que alude tanto a hombres como a mujeres. No podemos
olvidar, así mismo, que “persona” es el vocablo que denota al “sujeto de
derecho” del ordenamiento jurídico. “Persona” es la manera en que el
Derecho, con-vencional y tradicionalmente, designa al “ser humano”.
De otro lado, se observará que se ha eliminado del texto de la propuesta
la segunda parte desde que él es tratado, como corresponde, en un parágrafo
autónomo del preámbulo y al cual nos referiremos más adelante.

VIII.3. Tercer parágrafo: fortalecimiento del Estado


constitucional, democrático y social
La Constitución del 79 tiene el siguiente texto:

“DECIDIDOS así mismo a fundar un Estado democrático, ba-


sado en la voluntad popular y en su libre y periódica consulta,
que garantice, a través de instituciones estables y legítimas, la
plena vigencia de los derechos humanos; la independencia y la
unidad de la República; la dignidad creadora del trabajo: la
participación de todos en el disfrute de la riqueza; la
cancelación del subdesarrollo y la injusticia; el sometimiento
de gobernantes y gobernados a la Constitución y la ley; y la
efectiva responsa-bilidad de quienes ejercen función pública;”
En la propuesta de la Comisión se lee:

“DECIDIDOS a fortalecer un Estado constitucional, democrático


y social, basado en la voluntad popular y en su libre y periódica
consulta, que garantice el pluralismo y la tolerancia política y so-
cial a través de instituciones representativas y legítimas, la plena
vigencia de los derechos humanos; la independencia y la unidad
de la República: la integridad territorial; la dignidad creadora

361
Carlos Fernández Sessarego

del trabajo; la participación de todos en la satisfacción de las


necesidades básicas espirituales y materiales; la superación
del subdesarrollo y la injusticia; el sometimiento de
gobernantes y gobernados a la Constitución y la ley; y, la
efectiva responsabi-lidad de quienes ejercen función pública;”
La propuesta de la Comisión contiene, como advertirá el lector, varias
modificaciones en relación con el texto del preámbulo de la Constitución del
79, aunque ninguna de ellas lo desvirtúe ni varíe su sentido.
Se utiliza el verbo “fortalecer”, en vez de “fundar” el Estado,
desde que este ya fue históricamente fundado. Por ello, de lo
que se trata, en cambio, es el de fortalecer sus estructuras
dentro de los principios referidos en el preámbulo.
Se ha agregado el que el Estado que nos toca fortalecer no solo
es uno democrático sino que, también, es constitucional y
social. Es decir, se trata de dos notas que completan o
redondean el concepto de Estado “democrático”.
Se ha añadido al texto del preámbulo de la Constitución del 79 el
que es deber del Estado garantizar “el pluralismo y la tolerancia
política y social”. Ello, en tanto se trata de dos maneras de vivir en
democracia sin admitir, de un lado, la prevalencia de grupos
dominantes o hegemónicos de poder y, del otro, que la
coexistencia comunitaria debe desarrollarse en un ambiente en el
que prime la necesaria tolerancia política y social, la misma que
permita una convivencia civilizada, pacífica y segura.
En el texto de la propuesta de la Comisión se precisa que las
ins-tituciones republicanas no solo deben ser legítimas sino,
además, representativas. Se trata de una nota de ineludible
observancia dentro de un sistema democrático de gobierno.
En el texto de la Comisión se señala la participación de todos
los integrantes del Estado en la necesaria y previa satisfacción
de las necesidades básicas, tanto espirituales como materiales.
Supe-radas estas necesidades primordiales del ser humano, en
un país como el nuestro con notorias carencias económicas,
será posible el disfrute comunitario y justo de la riqueza que la
sociedad haya creado con su trabajo perseverante e inteligente.

362
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

Finalmente, se ha sustituido el término “cancelación”, que apa-


rece en el preámbulo de la Constitución del 79, para referirse al
subdesarrollo y la injusticia, por el más adecuado, por realista y
preciso, de “superación” de esta situación.

VIII.4. Cuarto parágrafo: promoción de una sociedad abierta


En la Constitución del 79 se señala:

“CONVENCIDOS de la necesidad de impulsar la integración


de los pueblos latinoamericanos y de afirmar su independencia
contra todo imperialismo;”

En el proyecto de la Comisión se enuncia:

“CONVENCIDOS de la necesidad de promover una sociedad


dinámica y abierta a formas superiores de convivencia así como
de la integración de los pueblos, apta para recibir y aprovechar el
influjo de la revolución científica, tecnológica, económica, social
y cultural que transforma el mundo, enmarcada en el respeto y
promoción de los derechos humanos”.

En este cuarto parágrafo, la propuesta de la Comisión fusiona el pos-


tulado que aparece en la última frase del parágrafo segundo del
preámbulo de la Constitución del 79 con aquel que es propio del
parágrafo cuarto de esta Carta. Esta decisión se justifica por tratarse de
contenidos que apun-tan a la mima finalidad. Se trata de promover una
sociedad dinámica y abierta a formas superiores de convivencia para el
logro de la integración de los pueblos y, ciertamente, para recibir y
aprovechar los aportes de la revolución contemporánea en las diversas
áreas referidas en el texto bajo comentario.

VIII.5. Parágrafo quinto: exclusión de la violencia


En la Constitución del 79 se lee:

“CONSCIENTES de la fraternidad de todos los hombres y de


la necesidad de excluir la violencia como medio de procurar
solución a conflictos internos e internacionales;”

363
Carlos Fernández Sessarego

La Comisión recoge en su integridad el contenido de este parágrafo,


sin proponer modificación alguna. El texto es de suma actualidad en un
mundo convulsionado como el actual. Promover la no violencia es un
deber de todos los pueblos y de todas las gentes.
VIII.6. Parágrafos sexto y séptimo: evocación del pasado histórico
En el parágrafo sexto de la Constitución del 79 se expresa lo siguiente:

“ANIMADOS por el propósito de mantener y consolidar la


per-sonalidad histórica de la Patria, síntesis de los valores
egregios de múltiple origen que le han dado nacimiento; de
defender su patrimonio cultural; y de asegurar el dominio y la
preservación de sus recursos naturales; y”

Texto del parágrafo séptimo de la Constitución del 79:

“EVOCANDO las realizaciones justicieras de nuestro pasado


autóctono; la fusión cultural y humana cumplida durante el virrei-
nato; la gesta de los Libertadores de América que inició en el Perú
Tupac Amaru y aquí culminaron San Martín y Bolívar; así como las
sombras ilustres de Sánchez Carrión, fundador de la República, y de
todos nuestros próceres, héroes y luchadores sociales, y el largo
combate del pueblo por alcanzar un régimen de libertad y justicia.”

Los parágrafos sexto y séptimo de la Constitución del 79 se han fu-


sionado, por su afinidad conceptual, en el parágrafo sexto y último de la
propuesta de la Comisión, según el siguiente texto:
“EVOCANDO las realizaciones de nuestro pasado pre-inca e
inca; la fusión cultural y humana cumplida durante el virreinato
hispánico y la República; la gesta de los Libertadores de América
que inició en el Perú Tupac Amaru y aquí culminaron San Martín
y Bolívar así como las egregias sombras de los ilustres
fundadores de la República y de todos nuestros próceres, héroes y
luchadores sociales; así como el largo combate del pueblo por
alcanzar un régimen de libertad y justicia social”.

En este último parágrafo del preámbulo propuesto por la Comisión,


al igual que los parágrafos sexto y séptimo de la Constitución de 1979, se
364
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances

alude a la continuidad histórica del país y se evocan los momentos


cumbres de nuestra existencia como nación a través del tiempo. Es decir,
se hace patente, a través de la historia, la identidad del Perú. Es, a partir
de esta identidad, que estamos obligados a construir un futuro digno de
nuestro pasado histórico.
En el parágrafo aprobado por la Comisión, como se observa, se respeta
el texto del parágrafo séptimo de la Constitución del 79. Se introducen tan
solo dos modificaciones como son la de sustituir el concepto “autóctono” por
lo que él realmente significa: nuestro pasado preínca e inca. De otro lado, se
suprime la alusión a Sánchez Carrión a fin de no hacer distingo alguno entre
los próceres de la Independencia y la República.
Se ha suprimido el parágrafo sexto del preámbulo de la Constitución
del 79 pues los conceptos que en él se mencionan ya están incorporados
en el segundo parágrafo de la propuesta de la Comisión. Nos referimos
tanto el propósito de consolidar y mantener nuestra personalidad histórica
así como a la defensa del patrimonio cultural del país. De igual modo, en
el mencionado segundo parágrafo, se incorporan el respeto humano al
medio ambiente y el asegurar la preservación de sus recursos naturales.
Confiamos, de conformidad con lo expuesto en el presente trabajo y
con el respeto que merecen las opiniones discrepantes, que la nueva
Constitu-ción que se elabore sobre la base de la Constitución de 1979
reincorpore su importante y definitorio preámbulo, introduciendo en él
las modificaciones que sugiere la Comisión —si se estimase oportuno—,
así como aquellas que surjan del pertinente debate constitucional.
Volveríamos, así, a contar con un cuerpo macizo de ideas que sustenten e
iluminen el texto constitucional. El país conocería de este modo, en pocos
y concisos parágrafos, el seguro rumbo a seguir en el futuro.

365
José F. Palomino Manchego

Abogado, magíster en Derecho con mención en Ciencias


Penales [sobresaliente con la nota de veinte (20)] y doctor en
Derecho y Ciencia Política [sobresaliente con la nota de veinte
(20)] por la UNMSM. Decano (e) y director académico de la
Facultad de Derecho y Ciencia Política de la UNMSM.
Profesor principal de Derecho Constitucional, Derecho
Procesal Constitucional, Ciencia Política y Filosofía del
Derecho en pregrado y posgrado de las universidades Nacional
Mayor de San Marcos, de Lima, Inca Garcilaso de la Vega,
San Martín de Porres y de la Academia de la Magistratura.
Secretario ejecutivo del Instituto Iberoamericano de Derecho
Constitucional (Sección Peruana). Miembro asociado de la
Académie Internationale de Droit Comparé. Miembro de la
Asociación Argentina de Derecho Constitucional.
§ IV

EL PREÁMBULO CONSTITUCIONAL:
SIGNIFICADO Y CONTENIDO
(A PROPÓSITO DEL 25 ANIVERSARIO DE LA
CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE 1993)

José F. Palomino Manchego Profesor Principal de Derecho


Constitucional de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos (Perú)

SUMARIO.- I. Consideraciones previas. II. Etimología.


Con-cepto. Caracteres y extensión. III. Diferencias entre
preám-bulo y exposición de motivos. IV. El preámbulo
constitucional como género literario. V. El legado histórico
de la Constitución norteamericana de 1787. VI. La posición
de Peter Häberle. El centro de su pensamiento. VII. ¿Qué
opina Carlos Fernández Sessarego? VIII. A modo de
reflexión final. IX. Bibliografía consultada.

367
José F. Palomino Manchego

Consideraciones previas
Al cumplirse 25 años de la promulgación de la Constitución Política
de 1993, es buena la ocasión para reflexionar sobre un eje temático que
conforma la parte dogmática del texto fundamental, a saber, el preámbulo
constitucional. No obstante ello, el Código Político de 1993, a diferencia
del anterior de 1979, no ha plasmado en su médula lo que debe ser un
verdadero texto preambular. Este rubro ha sido, entendemos, el más débil
si es que acaso al cabo de un cuarto de siglo sometemos a examen, con
sus luces y sus sombras, a la Constitución Política de 1993, que, por lo
demás, se sigue cuestionando su legitimidad hasta el día de hoy. Desde
1993, mucha agua ha corrido bajo el puente y las transformaciones y
cambios de pelaje que ha sufrido el texto fundamental, invita a
reflexionar sobre la necesidad de un nuevo Código Político.
En tal sentido, convengamos antes de entrar en materia, qué
entendemos por preámbulo, su diferencia con la exposición de motivos,
su característica como género literario y las interesantes posturas, entre
otros autores, de Peter Häberle y Carlos Fernández Sessarego, sin obviar
el Derecho Constitucio-nal Comparado teniendo como norte,
indiscutiblemente, a la Constitución Federal de Estados Unidos de 1787,
para luego cerrar nuestro estudio con algunas conclusiones provisionales
citando, por cierto, la bibliografía que se ha tenido en cuenta.

Etimología. Concepto. Caracteres y extensión


Como apunta el Diccionario de la Lengua Española, la voz preámbu-
lo (del latín praeambulus, “que va delante”) significa exordio, prefación,
(1)
aquello que se dice antes de dar principio a lo que se trata de narrar . Aho-
ra bien, ¿en qué consiste el preámbulo de una Constitución? Pablo Lucas
Verdú (1923-2011), al momento de responder esta interrogante, nos precisa
en una descripción más que una definición, lo siguiente: “… es un exordio
solemne que manifiesta mediante los constituyentes elegidos, la voluntad de
un pueblo sobre la delimitación e intervención de los poderes públicos,
reconociendo y asegurando, los derechos y libertades fundamentales. Es-

Cfr. Diccionario de la Lengua Española, vigésima edición, t. II (h-zuzón),


Madrid, 1984, pág. 1094.

368
El preámbulo constitucional: significado y contenido

tablece —añade el recordado maestro salmantino— la forma política del


(2)
Estado, su acotación territorial y los fines que persigue” .
Por su parte, Javier Tajadura Tejada afirma que el preámbulo constitu-
cional es el texto introductorio que precede al articulado de una Constitu-
ción y que, presentándolo, expone las razones por las cuales actúa el poder
constituyente, así como los objetivos o fines que con su actuación persigue.
Los preámbulos constitucionales, agrega Tajadura Tejada, se configuran así
como elementos que ponen de manifiesto la continuidad de las distintas es-
tructuras estatales al conectar el pasado —la situación de partida que motiva
la apertura de un proceso constituyente— con el futuro —la exposición de
(3)
los fines a alcanzar— .
Amparado en la jurisprudencia norteamericana, Edward S. Corwin
(1878-1963) estima que el preámbulo, en rigor, no es parte de la Constitu-
ción, sino que “camina adelante” de la misma. En sí mismo y solo no aporta
la base de una pretensión de poder gubernamental o de Derecho Privado, y
sirve para dos fines: a) indica la fuente de la que proviene la Constitución, de
la cual extrae su pretensión de obediencia: a saber, por ejemplo, el pueblo de
los Estados Unidos. Y, b) formula los grandes propósitos que la Constitución
y el gobierno establecido por ella tienen que promover: la unidad nacional, la
(4)
justicia, la paz interior y exterior: la libertad y el bienestar general .
Y en cuanto a sus caracteres y extensión, no debe ser tan escueto, que
carezca de los contenidos mínimos, además de los fines y objetivos —
aunque no incluye medios— y a su vez, no debe ser tan largo que pierda

Vid., voz: “Preámbulo” a cargo de Pablo Lucas Verdú, en Lucas Verdú, Pablo
(comp.): Prontuario de Derecho Constitucional, Editorial Comares, Granada, 1996, pág.
También se puede consultar la voz: “Preambolo”, redactada por Gianniti, Luigi en
Ainis, Michele (A cura di): Dizionario Costituzionale, Editori Laterza, Roma-Bari,
2000, págs. 347-348.
Cfr. Tajadura Tejada, Javier: Estudio preliminar a Torres del Moral, Antonio y
Tajadura Tejada, Javier (dirs.): Los preámbulos constitucionales en Iberoamérica, Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001, pág. 13.
Cfr. Corwin, Edward, S.: La Constitución de los Estados Unidos y su signi-
ficado actual, traducción del inglés de Aníbal Leal, Editorial Fraterna, S. A., Buenos
Aires, 1987, págs. 19-20. Antecede Prefacio y revisada por Harold W. Chase y Craig
R. Ducat.

369
José F. Palomino Manchego

efectividad, sea vacío o se diluya en declamaciones estériles. Además, debe


utilizar términos técnicos, pero a la vez inteligibles para todos y no solo de
puro interés jurídico, de tal manera que su conocimiento y difusión —
amparado en la brevedad e importancia— sea un poderoso medio de
formación de una conciencia cívica colectiva de respeto y subordinación
(5)
a la ley .
Diferencias entre preámbulo y exposición de motivos
Ya hemos explicado en qué consiste el preámbulo. Tan solo basta
recordar que de su contenido salta a la vista mucha riqueza conceptual e
interpretativa. Ahora bien, existe corriente de opinión en algunos autores
(6)
que catalogan al preámbulo como sinónimo de exposición de motivos ,
tesis que no compartimos en su totalidad, por cuanto el preámbulo se
ubica al inicio de la Constitución, mientras que la exposición de motivos
va al frente de los códigos: Civil, Penal, Procesal, Procesal
Constitucional, entre otros, tal como acontece en el caso peruano.
En realidad, ha sido la doctrina española, principalmente, en donde hay
una arraigada tradición en virtud de las cuales las leyes, al igual que otras
disposiciones normativas, a menudo van precedidas de un preámbulo,
(7)
también llamado exposición de motivos . Consiguientemente, en el preám-
bulo, a diferencia de la exposición de motivos, el contenido de sus cláusulas
puede dividirse en tres partes: a) formal: en la que se alude a quiénes, con
qué títulos y por qué dictaron la Constitución; b) sustancial: a través de la
cual el constituyente precisa los motivos específicos que determinaron la
sanción de la Constitución; y c) resolutiva u ordenatoria: en la que se
(8)
decreta el establecimiento de la Constitución .

Cfr. Lemon, Alfredo: El preámbulo en la Constitución, Marcos Lerner Editora


Córdoba, Córdoba, 1994, pág. 61. Antecede Prólogo de Pedro J. Frías.
Tal es el caso, por ejemplo, de Díez-Picaso, Luis María: “Los preámbulos de
las leyes (En torno a la motivación y la causa de las disposiciones normativas)”, en
AA. VV.: Estudios de Derecho Público en Homenaje a Ignacio de Otto, Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Oviedo, Oviedo, 1993, págs. 167-207.
Cfr. Díez-Picaso, Luis María: “Los preámbulos de las leyes (En torno a la
motivación y la causa de las disposiciones normativas)”, op. cit., pág. 171.
Cfr. Lemon, Alfredo: El preámbulo en la Constitución, op. cit., pág. 27. Asi-

370
El preámbulo constitucional: significado y contenido

Lo anterior no sucede con la exposición (del latín expositio) de mo-


tivos, por cuanto su contenido antecede a la ley, mas no a la Constitución,
y como tal es un razonamiento que la acompaña y que mediante ella se
llega a conocer su gestación, los elementos que entraron en juego para su
promulgación y la finalidad que pretende. Es más, la exposición de moti-
vos es necesaria en la ley (norma) y para la ley, porque en ella se señalan
los fundamentos en que está basada: a) en relación con el ordenamiento
jurídico; b) en relación con la sociedad en que se producen; y c) en
relación con la obligatoriedad del precepto. Por tanto, la exposición de
motivos es la primera parte de una norma jurídica escrita en la que el
legislador (y no el operador constituyente) da cuenta de las razones que
hay para suponer que un determinado problema (social, jurídico, político,
(9)
moral o económico) debe resolverse de una determinada manera .
IV. El preámbulo constitucional como género literario
Es de observar también, que el propio contenido del preámbulo
constitu-cional —como declaración solemne— nos permite sostener que
estamos, sin perder de vista su naturaleza jurídica y política, frente a un
género literario, que por lo demás no es una proclama o redacción
cualquiera, sino de un rigu-roso contenido nuclear jurídico-político. Las
opiniones al respecto abundan, como también hay autores que no comparten
dicha tesis. Fundamentamos esta posición diciendo que la propia redacción
lexical del preámbulo, luego de un arduo debate constituyente, le impone ese
signo distintivo de carácter literario que repercute en la conciencia nacional.
En su más amplio sentido, el preámbulo es el frontispicio que sirve para
marcar el origen de la Constitución, la voluntad de donde nació, las
tradiciones de las que se nutre y los propósitos y necesidades que tiene a
satisfacer. Conforma, ciertamente, la piedra filosofal (filosofiki kamei) que
devela los misterios ocultos de la Constitución y cuyos cristales tienen el
poder de transformar en oro, el plomo de la letra estricta de la norma; en

mismo, vid. Tajadura Tejada, Javier: El preámbulo constitucional, Editorial


Comares, Granada, 1997, pág. 7-12. Antecede Prólogo de Pablo Lucas Verdú.
a
Cfr. Rovira Florez de Quiñones, M. Carolina: Valor y función de las “Ex-
posiciones de Motivos en las normas jurídicas”, Secretariado de Publicaciones de la
Universidad de Santiago, Santiago de Compostela, 1972, págs. 43-45.

371
José F. Palomino Manchego

maleable hermenéutica la literatura de sus cláusulas, en aras de preservar


(10)
los valores de la justicia, la libertad y el consenso .
(11)
El legado histórico de la Constitución Norteamerica-na de 1787

Punto de referencia obligatoria es el legado histórico que dejó al constitu-


cionalismo liberal la Constitución norteamericana de 1787 —“la ley suprema de
la tierra”—, vigente hasta la actualidad con sucesivas enmiendas constitucio-
nales a cuestas: XXVII. En efecto, dicha Constitución, ejemplar y fecunda, es la
que da nacimiento al preámbulo constitucional, y a partir de ahí se convirtió en
calidad de exportación en el Derecho Constitucional Comparado. En tal sentido,
merece un tratamiento obligatorio, sin obviar su núcleo duro que radica en la
forma de gobierno presidencial (régimen republicano) y en su sistema federal.
Para ello, vamos a tener como punto de partida el estudio de Jorge W. Paschal,
quien, apoyado en la jurisprudencia creadora del más alto Tribunal Federal: la
Suprema Corte norteamericana y de las saludables reflexiones de algunos
autores clásicos, desarrolla de manera prolija y coherente el contenido del
(12)
preámbulo de la bicentenaria Constitución norteamericana :

Cfr. Lemon, Alfredo: El preámbulo en la Constitución, op. cit., pág. 20.


Para mayor amplitud de miras, vid., Palomino Manchego, José F.: “El influjo
del constitucionalismo norteamericano en el Perú (A propósito de la obra de Robert S.
Barker)”, Apéndice § II al libro de Barker, Robert S.: La Constitución de los Estados
Unidos y su dinámica actual, Asociación Peruana de Derecho Constitucional – Insti-tuto
Iberoamericano de Derecho Constitucional (Sección Peruana), Lima, 2005, págs.
195-209. Antecede Presentación y edición al cuidado de Domingo García Belaunde.
Apéndices de Rosana Moretti de Troglia y José F. Palomino Manchego. Primera
edición boliviana, Grupo Editorial Kipus, Cochabamba, 2007. Antecede
Presentación de José Antonio Rivera Santivañez.
Cfr. Paschal, Jorge W.: La Constitución de los Estados Unidos explicada y
anotada. Precedida de la Declaración de la Independencia y la Constitución de los
Estados Unidos, y la Declaración de la Independencia y la Constitución de la Nación
Argentina, t. I, traducida del inglés de la última edición americana por Clodomiro
Quiroga, t. I, Félix Lajouane, Editor, Buenos Aires, 1888, págs. 82-87. De igual
forma, a modo de complemento, vid. Hoffer, Peter Charles: For Ourselves and Our
Posterity. The preamble to the Federal Constitution in American history, Oxford
University Press, New York-Oxford, 2013. Y Russel, Jesse y Cohn, Ronald:
Preamble to the United States Constitution, Lennex Corp, U. S. A., 2012.

372
El preámbulo constitucional: significado y contenido

Nos, EL PUEBLO DE LOS ESTADOS UNIDOS, a fin [con el


objeto] de formar una unión más perfecta, establecer la
justicia, asegurar la tranquilidad doméstica [interior], proveer
a la de-fensa común, promover el bienestar general, y asegurar
los be-neficios de la libertad para nosotros y [para] nuestra
posteridad, ordenamos y establecemos esta Constitución para
los Estados Unidos de América.

[1.] «NOS EL PUEBLO»


¿Por quién fue ordenada y establecida?
La Constitución fue ordenada y establecida, no por los Estados en
su capacidad soberana, sino, enfáticamente, por el pueblo de los
Estados Unidos. (Martin v. Hunter’s Lessee, 1 Wh. 324; Banks v.
Greenleaf, 6 Call. 277). No requirió la confirmación de los
gobiernos de Estado, ni estos pudieron negársela. (McCulloch v.
Maryland, 4 Wheat. 316, 404, 405. Cohens v. Virginia, 6 Wheat.
264, 413, 414; 1 Kent’s Com., Lect. 10, p. 217; Farrar’s Const.
1-60; Rhode Island v. Massachusetts, 12 Wheat., 657, 720). La
verdadera doctrina parece ser que la Constitución fue adoptada por
el pueblo de los diversos Estados, que anteriormente se habían
confederado bajo el nombre de Estados Unidos, obrando por me-
dio de delegados por quienes eran respectivamente representados
en la Convención que formó la Constitución. (Baldwin’s Constitu-
tional Views, 29-42. Y véase “Worcester v. Georgia, 6 Pet. 569”,
donde el Sr. Juez McLean dice que ha sido formada “por un poder
combinado ejercido por el pueblo por medio de sus delegados,
limitado en sus sanciones a los respectivos Estados”. Véase Farrar,
1-60. Véase Barron v. Mayor of Baltimore, 7 Pet. 243).

¿Fue hecha por mayorías?


La Constitución no resultó ni de la decisión de la mayoría del
pueblo de la Unión, ni de la mayoría de los Estados. (1 Story’s
Const. § 360; Ware v. Hylton, 3 Dallas, 199; Chisholm v.
Georgia, 3 Dall. 419; 2 Cond. 668, 671; 2 Elliot’s Debates, 47;
El Feder-alista, N.º 22, 33, 39).

373
José F. Palomino Manchego

¿Qué quiere decir “nos el pueblo”?


Las palabras “Nos EL PUEBLO DE LOS ESTADOS UNIDOS” y
CIUDADANOS son términos sinónimos, y significan la misma
cosa. (Scott v. Sandford, 19 How. 404). Ellos son “el pueblo de los
diversos Estados”; “los ciudadanos de los Estados Unidos”; “los
ciudadanos de cada Estado”; “la población”, “las personas libres”,
y “otras personas”. (Farrar § 30-38).
El lenguaje es “NOS EL PUEBLO”, en vez de “NOS LOS
ESTADOS”. (Patrick Henry, 2 Elliot’s Debates, 47; y véase 1
Elliot’s Debates, 91, 92, 110; 1 Story’s Const. § 348, nota 1 de
la 3.ª edición).
Y por una exposición completa de la acción del pueblo, (véase
Story’s Const. § 362-365, nota 4 de la 3.ª edición; 1, Webster’s
Speeches, 1830, p. 431; 4 Elliot’s Debates, 326; Madison’s Letter
in the North American Review, Octubre de 1830, p. 537, 538). Por
las formas de ratificación por medio de las Convenciones de
Estado. (Véase Hickey’s Const. Cap. 2, pp. 129-192).

¿Eran los Negros pueblo?


Los negros, fuesen esclavos o no, no fueron incluidos en los
tér-minos “pueblos” o “ciudadanos de los Estados Unidos”.
(Scott v. Sandford, 19 How. 404-5. El caso de Legrand v.
Darnell, 2 Pet. 664, no se opone a esta opinión. Id. 423-4). Pero
los Estados pueden conferir todos los derechos de ciudadanía a
un extraño, o a cualquiera otra persona, en cuanto al Estado se
refiere; esto, no obstante, no lo hace ciudadano de los Estados
Unidos. (Id. 405-406).

¿Pueden los Estados conferir ciudadanía?


Pero un hombre no está incapacitado de ser un ciudadano de
los Estados Unidos por el solo hecho de ser de color o de
descen-dencia africana, y no hombre blanco. Opinión del
procurador general Bates, de 29 de Nov. 1862, en la cual está
discutido todo el asunto de la ciudadanía. No hay definición
autoritativa de la frase “ciudadano de los Estados Unidos”. (Id.)

374
El preámbulo constitucional: significado y contenido

¿Fueron declarados ciudadanos por la Ley de Derechos Civiles?


Pero la cuestión se resolvió por la Ley de Derechos Civiles, en
los siguientes términos: “Todas las personas nacidas en los
Estados Unidos, y no sujetas a un poder extranjero, excepto los
Indios no contribuyentes, son ciudadanos de los Estados
Unidos”. (14 St. p. 27, § 1: Paschal’s Annotated Digest, Art.
5382). No puede dudarse del poder del Congreso para dictar
esta ley. (Smith v. Moody. 26 Ind. 307).

[2.] «A FIN DE FORMAR UNA UNIÓN MÁS


PERFECTA» ¿Cómo una Unión más perfecta?
Que no sea, como la Confederación, un mero tratado que obre
por requisiciones a los Estados; y que solo el pueblo, para cuyo
beneficio se formó, deba tener el derecho exclusivo de ratificar,
enmendar y controlar sus disposiciones. (2 Elliot’s Debates
(Vir-ginia), 47, 61, 131, 57, 97, 98, 3 Id. (North Carolina) 134,
145; 1 Id. (Masachusetts), 72, 110) 1 Story’s Const. § 464, 469-
os
480, y notas a la 3.ª edición; Federalista, N. 13, 14, 51).
¿Cómo iba la Unión a ser más perfecta?
El Gobierno que precedió, eran “Artículos de Confederación y
Unión Perpetua entre los Estados”. (Antes, p. 10; Story’s Const.
229; Public Journals of Congress, por Way y Gideon, vol. 1;
1 Bioren and Duane, Laws of U. S. 6; Hickey’s Const. 483).
Se trató de hacer mas fuerte la Unión, dándole una bien equili-
brada Legislatura representativa, un Ejecutivo y una Judicatura,
con garantías para la ejecución de las leyes: estas disposiciones
llevaban aparejada la idea de una “unión más perfecta” y
“perpe-tua”. (Véase Curtis’s, History of the Constitution).

[3.] «ESTABLECER LA JUSTICIA»


¿Qué es Justicia?
Justicia es el deseo constante y ardiente de dar a cada uno lo que
es suyo. Justiniano. (Burril’s Law Dic.) JUSTICIA. Probable-

375
José F. Palomino Manchego

mente se usó aquí con relación al Poder Judicial, como que por
los artículos de la Confederación no había poder Ejecutivo ni
Judicial.— Ed., Justicia es la ley. (9 Op. 481 Black). Los
objetos que se desea obtener se encuentran en la jurisdicción
concedida al Poder Judicial, y en las obligaciones de
extradición, así como en los poderes generales de legislación,
sobre asuntos especificados, y en las inhibiciones impuestas a
los Estados. (Story’s Const. § 482-489; 2 Kent’s Com. 333-4).

[4.] «ASEGURAR LA TRANQUILIDAD DOMÉSTICA»


¿Cómo se asegura la tranquilidad doméstica?
Esto significa indudablemente la paz entre los Estados. Y se trató
de obtenerla por la igualdad en la representación, actual y pro-
porcionada; por el poder de reglar el comercio entre los Estados;
por las inhibiciones impuestas a los mismos; por la jurisdicción de
la Suprema Corte sobre las controversias entre ellos; por las
garantías de los derechos de los ciudadanos en cada uno de ellos;
por la extradición de los criminales y personas y personas tenidas
en servicio; por las garantías de las formas republicanas de gobier-
no, y contra las contiendas domésticas; y por el poder nacional de
legislar sobre todos los asuntos irritantes. (Véase Story’s Const. §
os
490-494; Federalista, N. 9, 10, 41).

[5.] «PROVEER A LA DEFENSA COMÚN»


¿Qué es la defensa común? ¿Cómo se consigue?
Esto quiere decir la defensa de la nación contra todos los
enemigos, extranjeros y domésticos. Se trató de conseguir este fin
dando al Congreso el poder de declarar la guerra; de proveer los
ejércitos y armadas; de conceder patentes de corso y represalias;
fuertes y arsenales; de armar y disciplinar la milicia; de hacer de
los tratados la ley suprema; de hacer al presidente el comandante
en jefe del Ejército y Armada, y de la milicia cuando esté en actual
os
servicio. (Federalista, N. 24, 25, 41; ex parte Coupland, 26 Tex.
386; Paschal’s Annotated Digest, notas 218, p. 88-90; Story’s
Const. §§ 494, 495: Farrar, § 95).

376
El preámbulo constitucional: significado y contenido

[6.] «PROMOVER EL BIENESTAR


GENERAL» ¿Qué es el bienestar general?
Esto quiere decir, indudablemente, las ventajas generales e
iguales que para todo el pueblo y los Estados, nacen de las
concesiones de poder contenidas en la Constitución, así como
de las inhibiciones impuestas al Congreso y a los Estados, y de
las garantías de la Constitución.
Sin sostener que esta sea una garantía para el ejercicio de pode-
res implícitos dudosos, podemos señalar la reglamentación del
comercio; la acuñación de moneda; los correos y las postas; la
adquisición y extensión de territorio; los derechos de patentes y
propiedad literaria, y la protección general del ciudadano en
todas partes, como grandes beneficios cuyo verdadero valor
nadie puede comprender. (ED. Véase Story’s Const. 497-506).
Las palabras “defensa común y bienestar general” no se in-
sertaron hasta el 4 de septiembre de 1787. La “seguridad”
os
parecer ser el primer objeto. (Jay, Federalista, N. 3, 4), Farrar
101). Las mismas palabras ocurren en la cláusula primera de
la sección 7. (Véanse las exposiciones críticas respecto de ellas.
Id.).

[7.] «ASEGURAR LOS BENEFICIOS DE LA LIBERTAD


PARA NOSOTROS Y NUESTRA POSTERIDAD»
¿Qué es libertad?
La libertad civil quiere decir la libertad natural de cada uno
para buscar su felicidad, excepto en cuanto está restringida por
las leyes del país. (Burrill’s Law Dictionary, Civil Liberty; Co.
Litt. 116, b, 1 B1. Com. 125, nota 5; 2 Kent’s Com. 26).

¿Cómo se consigue? Bill de derechos


Esta fue indudablemente la libertad que se intentó asegurar y
transmitir a la posteridad a perpetuidad. Tratóse de asegurar más
permanentemente este objeto por medio de las enmiendas que
incorporaron los grandes principios de la Magna Carta; por la

377
José F. Palomino Manchego

reserva de poderes a los Estados; por la destrucción de la escla-


vitud de los negros, que se hacía peligrosa para la libertad, y
por las garantías dadas al ciudadano en todas las Enmiendas.
(Story’s Const. § 17, 507-517; 1 Elliot’s Debates, 278, 296,
297, 332; 2 Id., 47, 96, 136; 3 Id. 243, 257, 294. El Federalista,
en todas partes. Véase Farrar, §§ 34, 104-122).

[8.] «DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA»


¿Qué se quiere decir con los Estados Unidos de América? ¿Es
una comunidad? ¿Puede transar pleitos?
Mr. Calhoun, en su ensayo sobre el Gobierno, y en sus discursos,
porfiaba que esto quería decir “Estados Unidos” (asociados) —esto es,
una liga o pacto— y no un gobierno. Pero la verdadera definición es, sin
duda, la unión de los Estados bajo todas las restricciones contenidas en la
Constitución. (“El Gobierno de los Estados Unidos”. Cohens v. Virginia,
6 Wheat. 264). Los Estados Unidos son un gobierno, y por consiguiente
un cuerpo político y colectivo, capaz de conseguir los objetos para los
cuales fue creado, por los medios necesarios para su consecución.
(United States v. Maurice, 2 Brock. 109). Y en la exten-sión de sus
poderes limitados, es supremo. (Véase la decisión de Dred Scott, y
Ableman v. Booth). Por la instrumentalidad del respectivo departamento
al cual han sido confiados los poderes delegados, pue-de celebrar
contratos no prohibidos por la ley, y apropiados para el ejercicio justo de
esos poderes. (United States v. Tingey, 5 Pet. 128). Como corporación,
tiene capacidad para demandar por su título co-mún. (Dixon v. United
States, 1 Brock. 177. Dugan v. United States, 3 Wh. 181). Puede transar
un pleito, y recibir bienes reales u otros, en descargo de la deuda, en
depósito, y venderlos. (United States v. Lane’s Administrators, 3
McLean, 365; Neilson v. Lagow, 12 How. 107-8).
...
También es de sumo provecho añadir alguna jurisprudencia constitucional
concerniente al preámbulo constitucional, a modo de complemento, reafirman-
do así la más elevada interpretación judicial que realiza la Supreme Court:

El preámbulo como fuente de poder sustantivo


Ningún poder para sancionar ley alguna deriva del preámbulo.

378
El preámbulo constitucional: significado y contenido

La Constitución es la única fuente del poder que autoriza la


acción de cualquiera rama del Gobierno Federal.
Door v. United States, 195 U. S. 140 [1904]; Jacobson v.
Massa-chusetts, 197 U. S. 22 [1905].

De aplicación general
En conexión con el preámbulo y como aplicación e interés ge-
nerales, ver:
Brown v. Maryland, 12 Vheat. 419 [1827]; Clafin v. Houseman, 93 U.
S. 130 [1876]; Williams v. Bruffy, 96 U. S. 176 [1878]; Langford v.
United States, 101 U. S. 341 [1880]; United States v. Jones, 109 U. S.
513 [1883]; Fort Leavenworth R. Co. v. Lowe, 114 U. S. 525
[18851]; Logan v. United States, 144 U. S. 263 [1892]; Fong Yue
Ting v. United States, 140 U. S. 698 [1893]; United States v. Knight, 156
(13)
U. S. 1 [1895]; Mattox v. United States, 156 U. S. 237 [1895] .

(14)
VI. La posición de Peter Häberle. el centro de su pensa-miento

El pensamiento vivo de Häberle ocupa un renglón preferencial en el


marco del Derecho Constitucional, a través de diversos aportes vitales car-
gados de ideas fértiles y provechosas, y nucleados en un riguroso método de
trabajo: a) Teoría de la Constitución como ciencia jurídica, de los textos y la
cultura, b) Interpretación Constitucional, c) la “sociedad abierta de los intér-
pretes de la Constitución” y d) el Derecho Europeo, entre otros segmentos.
¿Y qué decir con relación a la función de los preámbulos constitucionales?

Cfr. La Constitución de los Estados Unidos de América anotada con jurispru-


dencia. Anotaciones de casos decididos por la Corte Suprema de los Estados Unidos, t.
I, versión traducida al castellano de la edición oficial actualizada con recientes casos
de jurisprudencia por Segundo V. Linares Quintana y Mario Amadeo, Editorial
Guillermo Kraft Ltda., Buenos Aires, 1949, págs. 83-85.
Una primera versión apareció en la Revista Peruana de Derecho Público, año
15, núm. 29, julio-diciembre, Lima, 2014, págs. 163-173. Y en la Revista de la Facultad
de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Vol.
72, Lima, 2015, págs. 216-227. Ahora, se publica totalmente refundido,
incluyéndose bibliografía especializada.

379
José F. Palomino Manchego

Al respecto, la tesis häberliana apunta certeramente a una aproximación


científico cultural, y desde 1982 propugna “una teoría de los preámbulos”
desde Europa por cuanto dan forma a un texto cultural, son musicales,
profundizan en la historia, esbozan el presente y ofrecen expectativas de
futuro, son cercanos al ciudadano en virtud del lenguaje ceremonioso que
emplean. En ese orden de consideraciones, los preámbulos europeos son
expresión del “principio esperanza” o de utopías concretas, y en los
tiempos actuales de crisis deberíamos estar atentos a ellos, sin olvidar que
sus términos esenciales son libertad, paz, Estado de Derecho,
(15)
democracia, bienestar y educación .
Ahora bien, ha sido Peter Häberle (Göppingen, Alemania, 13-V-
1934) uno de los primeros constitucionalistas en desarrollar con amplitud
de miras, especialmente aplicando el método comparativo, el estudio del
(16)
preámbulo constitucional , tomando para ello diversos aspectos
culturales y comparados para reafirmar su tesis, llena de reflexiones y
originalidades. Veamos.

El preámbulo como fundamentación y profesión de fe


Empieza el profesor de Bayreuth afirmando lo siguiente: Característica
del contenido de los preámbulos, es la formulación de posturas valorativas,
(“altos”) ideales (Japón, 1946 y Francia, 1958), convicciones y motivos; en
suma, la imagen propia del constituyente. Esta confesión, la “fe” (así,

Cfr. Häberle, Peter: “La Ciencia Jurídica Europea como ciencia cultural”,
en Revista Peruana de Derecho Público, año 18, núm. 34, enero-junio, Lima, 2017,
págs. 23-24.
La tesis de Häberle se puede consultar especialmente en su ya clásico libro El
Estado constitucional, traducción del alemán e índices de Héctor Fix-Fierro, Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, México, D.
F., 2001, págs. 274-294. Antecede Estudio introductorio de Diego Valadés. Hay también
edición peruana y edición argentina. Idem., Condemarin Vargas, Luis Felipe: El
pensamiento antropológico-cultural de Peter Häberle y sus efectos en la integración e
interpretación de la Constitución peruana, Tesis para optar el grado de Doctor en
Derecho y Ciencia Política en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima,
2015. Más de pronto, vid. el ensayo del constitucionalista alemán Häberle, “Preambles in
the text and context of constitutions”, en Kotzur, Markus (ed.): Peter Häberle on
Constitutional Theory. Constitution as Culture and the Open Society of Constitutional
Interpreters, Nomos, Germany, 2018, págs. 257-301.

380
El preámbulo constitucional: significado y contenido

expresamente, por ejemplo, la Convención Europea de Derechos


Humanos, 1950), se presenta ocasionalmente al lado de los
“conocimientos”. En oca-siones se encuentran característicos rasgos, casi
hímnicos, que transmiten el carácter de un estado de ánimo y, en general,
irradian “brillo”. Cuando se tratan de este modo las cosas “primeras” y
“últimas”, es natural que de inmediato se establezca un aliento de pathos.
A continuación, nos dice que la alta intensidad valorativa de los preám-
bulos también se muestra en que gustan remitir a realidades previas (ontoló-
gicas) como Dios o Cristo (por ejemplo, Australia, 1900; Indonesia, 1945;
Argentina, 1853-1860) o las invocan (por ejemplo, Irlanda, 1937). La casi
sagrada autoobligación hacia él, las ocasionales invocaciones o llamados son
elementos y momentos formales y sustantivos recurrentes. Esto es, en parte
se muestran los preámbulos como “proposiciones de fe” de una comunidad
política, y no solo en las referencias a Dios y a la responsabilidad ante él y
los seres humanos, sino también en otras cláusulas de reconocimiento, que
expresamente reafirman su “profunda fe en estas libertades fundamentales”
(así, el preámbulo de la Convención Europea de Derechos Humanos, 1950),
objetivizan (Constitución de Renania-Palatinado, 1947) declaraciones de
voluntad próximas a tales reconocimientos, o normativizan deseos y espe-
ranzas subjetivos (por ejemplo, Constitución de Berlín de 1950: “Con el
deseo de seguir siendo la ciudad capital de una nueva Alemania unida”, lo
que hoy es realidad) las convicciones y declaraciones de voluntad.
No se equivoca cuando sostiene que el carácter de reconocimiento, en
ocasiones ficticio, conduce a las capas profundas de un pueblo constituido, y
en proceso de constituirse continuamente después del acto constituyente.
Desde esta perspectiva, Häberle recuerda que Rudolf Smend (1882-1975) las
(17)
trató a su manera en su Teoría de la integración (1928) . Del mismo
modo, el Estado constitucional democrático no puede renunciar a estos
vínculos más bien sentimentales de los ciudadanos hacia él, a la creación de
posibilidades de identificación para el ciudadano y a su propia obligación y
responsabilidad ante instancias y contextos más altos.

Acerca del preámbulo como factor de integración nacional, vid. Tajadura


Tejada, Javier: “La función política de los preámbulos constitucionales”, en Cuestiones
Constitucionales, Revista Mexicana de Derecho Constitucional, n.º 05, julio-
diciembre, México, D. F., 2001, págs. 252-255.

381
José F. Palomino Manchego

En todo caso —añade Häberle—, los preámbulos remiten a verdades


básicas o de fe prepositivas de una comunidad política; en ocasiones reactua-
lizan un pedazo de la “religion civile”. Presumiblemente, las constituciones
sin preámbulo contienen también dichas “verdades de fe”, que son previas a
sus disposiciones jurídicas, pues todo orden jurídico positivo penetra en
dichas capas profundas. Los preámbulos pretenden racionalizarlas y darles
expresión, a veces en forma secularizada; otras, en forma “todavía
teológica”. Estos fundamentos de la autocomprensión (en la identidad) de
una comunidad política, el concentrado, es aquello que obliga a todos los
ciudadanos, casi como una “profesión de fe”; es aquello que es puesto “antes
del paréntesis” y que con frecuencia es formulado en términos similares a un
contrato (la Constitución como contrato).

La función de puente en el tiempo


En este epígrafe, Häberle expresa que los elementos constructivos re-
gulares de los preámbulos son expresiones de la dimensión temporal: por un
lado, en el rechazo de un pasado determinado o en la vuelta o el “recuerdo”
(por ejemplo, preámbulo de la Constitución de Irlanda, 1937-1992) a deter-
minadas tradiciones y periodos (referencia histórica, por ejemplo, Turquía,
1982: “en el curso de su historia”; Baviera: “historia más que milenaria”;
Constitución de Bremen de 1947: “centenaria Ciudad Libre Hanseática de
Bremen”); pretenden invocar y elaborar el pasado de manera negativa (po-
lémica) o positiva. Además, los preámbulos se pueden referir al presente,
ocasionalmente, en la orientación de deseos, por ejemplo, Berlín: “Con el
deseo de seguir siendo la ciudad capital de una nueva Alemania unida”, lo
que hoy se ha vuelto realidad. Por último, pueden referirse al presente y al
futuro como tales (así, Renania del Norte-Westfalia: “superar con trabajo
conjunto la necesidad del presente”; por último, Turingia (1993): “superar
aquello que es motivo de división en Europa y el mundo”; Mecklernbur-go-
Antepomcrania (1993): “promover el progreso económico de todos”), o,
incluso, querer “ganar” el futuro.
Estima Häberle, también, que, en cuanto a los preámbulos, cuentan la
“historia” y hacen profesiones de fe en relación con ella, pretenden hacer
justicia a la necesidad de identidad y de hacer presente la historia que tiene
el ser humano, no en el sentido de un tratamiento científico para un público
especializado, sino más bien en el sentido de una historia que “se sienta
comprometida con el lego”. Al respecto, puede llegar a haber conflictos

382
El preámbulo constitucional: significado y contenido

en los preámbulos entre los reconocimientos y los conocimientos; así, por


ejemplo, el preámbulo de la Ley Fundamental alemana de 1949 no
resiste, en algunas de sus partes, una revisión histórica crítica.
Sostiene a renglón seguido que, en la medida en que los preámbulos
se orientan hacia el futuro —así, por ejemplo, el modo como las futuras
generaciones en la Constitución bávara (1946) encuentran en el círculo de
la visión y la responsabilidad del constituyente— o expresan deseos y
esperanzas, contienen un exceso concreto-utópico: en tal medida se en-
cuentra en el preámbulo un bosquejo futuro. El preámbulo introduce un
pedazo de la fructífera tensión entre deseo y realidad en la Constitución
(y la política), como se puede comprobar también en otras partes de los
textos constitucionales, por ejemplo, en los mandatos constitucionales.
Con frecuencia, un pueblo debe tener paciencia con vistas a los deseos y
esperanzas de los preámbulos. Un ejemplo afortunado es el del
preámbulo de la ya citada Ley Fundamental de 1949 en relación con la
reunificación alemana (1990): es, al mismo tiempo, muestra de una
historia exitosa de la Ley Fundamental alemana.

Referencias a Dios
Conviene añadir que Häberle, al tocar este punto, piensa que las
cláusulas constitucionales con referencia a Dios no constituyen, de ningún
modo, una etapa evolutiva “superada”, anacrónica o atípica, sino una posi-
ble variante cultural del Estado constitucional. Son expresión del “derecho
constitucional de la religión” y, por tanto, de una imagen del ser humano que
concibe a este —y al pueblo—, tanto en lo histórico como en la actua-lidad,
como insertado en contextos de responsabilidad más altos: Estado y derecho
son confirmados como ordenamientos limitados, fundados en la ética, lo que
de por sí resulta característico del Estado constitucional. Visto así, existe una
conexión interna entre las cláusulas de responsabilidad con referencias a
Dios (o a la creación) y la dignidad humana, pero también con el principio
constitucional de la tolerancia, como en lo absoluto tienen que integrarse los
textos sobre Dios en la Constitución, entendida como unidad. Con ello no se
revierte la evolución histórica hacia el Estado constitucional secularizado, ya
que el derecho constitucional no obliga a nadie al “culto religioso” a través
de estos textos. Sin embargo, se toma culturalmente en serio al ser humano
como Homo religiosus, llegando hasta la garantía de comportarse de manera
indiferente o contraria a la religión. Es este trasfondo

383
José F. Palomino Manchego

cultural el que justifica, histórica y actualmente, los textos sobre Dios en


(18)
el Estado constitucional, aunque también los limita .
“Derecho constitucional de la religión” en el Estado constitucional
En lo que sigue —continúa Häberle— se enuncia, a manera de términos
clave, el modo de cómo la teoría constitucional comparativa ha desglosado
el tema “derecho constitucional de la religión”. Merced al análisis de etapas
textuales resultan ya aquí visibles, prima facie, intensos desarrollos que
reflejan en Europa el largo camino desde el Estado de cuño cristiano hacia la
sociedad secularizada (por tal motivo, la teoría constitucional debiera
renunciar al concepto de “derecho eclesiástico del Estado”).
En tal sentido, Häberle se plantea las siguientes cuestiones:

¿De qué manera está ubicada, sistemáticamente, la relación entre


Estado e iglesias y asociaciones religiosas? ¿Lo están en el inicio,
en los artículos de bases de la Constitución, en apartados propios
posteriores o solamente de modo puntual? He aquí una selección
de ejemplos: al mero inicio, en el artículo 3.°, la Constitución de
Grecia (1975) establece un apartado sobre “relaciones entre la
Iglesia y el Estado”. La Constitución de Portugal (1976) procede
de modo diferente, al establecer en el artículo 41, en el marco del
catálogo de derechos fundamentales, el principio de la separa-ción
(inciso 4). Mientras que España (1978), si bien trata el tema
también en la parte de los derechos fundamentales (artículo 16), a
la frase: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal” agrega el
siguiente enunciado: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las
creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y
las demás confesiones”.

A su turno, la Constitución de Italia (1947) se estructura sistemáti-


camente de otro modo. Ya en los “principios fundamentales” se regula el
aspecto corporativo de la libertad de religión (artículo 80, segundo párrafo),

Acerca del influjo del preámbulo en América, vid. Padilla, Alberto G.: La
invocación del preámbulo, Talleres Gráficos Lucania, Buenos Aires, 1957, págs. 20 y
35, respectivamente.

384
El preámbulo constitucional: significado y contenido

también se abre la posibilidad de “acuerdos” (tercer párrafo 2). Dinamarca


declara lapidariamente en el capítulo 1, § 4, de su Constitución de 1953: “la
iglesia evangélica luterana es la iglesia del pueblo danés”, mientras que
Finlandia (1919-1995) regula al final de la Constitución un apartado IX:
“Las comunidades religiosas”. La Constitución de Irlanda (1937) encabeza el
tardío artículo 44 con el título “Religión”. (La Constitución de Suecia de
1975 establece ejemplarmente, ya en su capítulo 1, § 2, inciso 4, la protec-
ción de las minorías religiosas).
Un análisis de las constituciones más recientes, también en el contexto
de sus posibles referencias a Dios, disposiciones sobre días festivos, cláu-
sulas de juramento y fines educativos, sigue siendo un desideratum,para lo
cual Häberle echa un breve vistazo a Europa oriental. La Constitución de
Eslovaquia (1992) dispone ya en su artículo 1.°, frase 2: “It is not tied to any
ideology or religion”. La Constitución de Bulgaria (1991) dispone lo
siguiente en su parte de bases, en el artículo 13, inciso 2: “Les institutions
religieuses sont separées de l’État”. El artículo 14, inciso 1, de la Consti-
tución de Rusia (1993) dispone también, en su parte de fundamentos: “La
Federación Rusa es un Estado laico”. La Constitución del Chad (1996)
garantiza la libertad de religión de manera individual y colectiva (artícu-lo
35), sin perjuicio del reconocimiento de su responsabilidad ante Dios
(preámbulo). Un “espíritu” propio se manifiesta en el proyecto de Consti-
tución de “Solidaridad” en Polonia (1994), en cuanto se señala, en la parte de
los fundamentos (artículo 6.°, inciso 1): “The State shall guarantee the
autonomy of churches and confessional organisations recognized by law”. Y
la Constitución de Polonia (1997) regula el estatus de las “iglesias y otras
asociaciones religiosas” en el artículo 25 (parte de fundamentos).
Häberle recuerda que Francia se define, ya en el artículo 1.° de la
Constitución de 1958, como “República laica”, ejemplo que es seguido por
la Constitución de Mali (1992) en su preámbulo (“laicité”), lo mismo que
por la Constitución de Guinea (1991) en su artículo 1.°, inciso 1. En el resto
de África dispone, por ejemplo, la Constitución de Níger (1992) la
separación entre “Estado y religión” (artículo 40), igualmente el artículo 1.°
de la Constitución del Chad (1996). La Constitución de Madagascar (1992)
ratifica en su preámbulo su creencia en “Dieu Créateur”, y prohíbe en la
parte de fundamentos toda discriminación por causa de religión (artí-culo
8.°, inciso 2). El artículo II, sección 6, de la Constitución de Filipinas (1986)
—que en algunos temas irradia intensamente hacia África— dispone:

385
José F. Palomino Manchego

“The separation of Church and State shall be inviolable”. Y el artículo


288, inciso c), de la Constitución de Portugal (1976-1992) incluye la
“separación entre Iglesia y Estado”, incluso, en sus cláusulas de eternidad
(igualmente, el artículo 159 de la Constitución de Angola, 1992).

Días festivos-domingos

Días festivos. Planteamiento del problema


En opinión de Häberle, las garantías de los días festivos pertenecen
a un “estrato” de normas constitucionales que frecuentemente se
desatienden, pero que penetran hasta el centro de la identidad cultural del
Estado consti-tucional respectivo y del Estado constitucional como tipo.
Provienen de la “materia” de la que en ocasiones son los “sueños” (y,
primeramente, solo eso) —por ejemplo, la “unidad alemana”, que se hizo
realidad en 1990— pero que, sobre todo, son o fueron valores
fundamentales que se “dirigen”, junto a la ratio, también a la emotio del
ser humano y el ciudadano en el Estado constitucional: himnos, banderas,
fines educativos como “el amor hacia el pueblo y la patria” (por ejemplo,
artículo 33 de la Constitución de Renania-Palatinado (1947)) o la
“reconciliación de los pueblos” (por ejem-plo, artículo 25, inciso 2, de la
Constitución de Renania del Norte-Westfalia), así como los monumentos.
¿Y qué decir con relación a los himnos nacionales? En el sentir de Häberle,
significan lo mismo que los días de fiesta nacional, un pedazo de memoria
colectiva de un pueblo, en lo cual puede realizarse una transforma-ción:
prácticamente, ningún francés piensa ahora en el sangriento contenido de “La
Marsellesa”. Estas “fuentes de consenso”, más bien emocionales, no deben ser
subestimadas junto con el lado más bien racional (como la dignidad humana, la
libertad, la democracia), pues ya lo impiden los mismos textos constitucionales
positivos. En la garantía de los días festivos se refleja un pedazo de la
concepción de sí mismo, propio del Estado constitucional, pero también un
pedazo de la “imagen” que los ciudadanos pueden y deben hacerse de él y que él
puede y debe hacerse de los ciudadanos. Solamente el enfoque culturalista puede
iluminar las posibilidades y límites de los días festivos en el Estado
constitucional, ya que el positivismo jurídico no sabe muy bien qué hacer con
ellos. En un sentido más amplio y profundo, nos enseña Häberle, son todos los
días festivos vivos “días de la Constitución”, porque pretenden traer a la
conciencia elementos diversos del Estado constitucional en conjunto.

386
El preámbulo constitucional: significado y contenido

Las garantías de los días festivos como expresión de la integración,


históricamente lograda, de las partes de la población en el Estado
constitucional
Al decir de Häberle, las garantías de los días festivos pueden ser ex-
presión de la integración, lograda o solo esperada, de un grupo
poblacional en el pueblo en su conjunto. Los ejemplos pueden ser, con
vistas a la clase trabajadora, las garantías del 1.° de mayo, en lo que
ocasionalmente se agregan grandes objetivos, de los que también
impregnan a la Constitución (por ejemplo, como objetivo general del
Estado o particular de la educa-ción). Representativo en este sentido es
aquí el artículo 3.°, inciso 2, de la Constitución de Baden-Württemberg
(1953): “El 1.° de mayo es, por ley, día festivo. Su propósito es reconocer
la justicia social, la paz, la libertad y el entendimiento de los pueblos”.
Sin embargo, a juicio de Häberle, el ejemplo que quizá sea el más
impresionante y al mismo tiempo, más reciente de este tipo, es el nuevo
día festivo que los Estados Unidos de América instituyeron, por primera
vez en 1986, en honor del defensor de los derechos civiles Martin Luther
King (1929-1968), el 15 de enero. Aunque ello no se haya producido bajo
la figura de una reforma constitucional formal (“amendment”), en el
fondo se trata de derecho constitucional material. El nuevo día festivo o
día de Martin Luther King constituye la conclusión simbólica de la larga
lucha del movimiento estadounidense de los derechos civiles en favor de
la igualdad y la integración de la “gente de color”.
Häberle explica, por vía de ejemplos, que cuando el gran Estado consti-
tucional que son los Estados Unidos reconoce como día festivo el nacimiento de
este representante de la resistencia no violenta, lo que anteriormente solo se
había hecho por George Washington (1732-1799), ello significa lo siguien-te: tal
día de enero se convierte en una especie de “día de la Constitución”; constituye
el foro en el que pueden encontrarse de manera ideal todos los ciu-dadanos de
los Estados Unidos de América como ciudadanos libres e iguales. El día de
Martin Luther King significa, por un lado, una “conmemoración” histórica de
este gran ciudadano, pero, al mismo tiempo, la conciencia de las tareas del
futuro: sobre el “camino eterno” hacia la eliminación de todas las formas
sociales de discriminación racial que todavía puedan existir.
Pero —como señala Häberle— una teoría del derecho del Estado
desarrollada de manera puramente positivista no es capaz de desentrañar
estos contextos y las dimensiones profundas. La fuerza simbólica, integra-

387
José F. Palomino Manchego

dora de las garantías, solo es capaz de revelarla una teoría constitucional que
trabaje con el enfoque culturalista. Si se hace una comparación entre los
objetivos declarados de los días festivos en las constituciones de los Länder
alemanes después de 1945 (sobre todo, las de Baden-Württemberg, Bremen
y Hesse) entre sí y con otros enunciados de sus textos, se producen
relaciones sorpresivas: “justicia social”, “paz”, “libertad”, “entendimiento de
los pueblos” son “fines constitucionales” que también se presentan como
fundamentales en otros pasajes, sobre todo, como fines del Estado o de la
educación. Así, en el artículo 12 de la Constitución de Baden-Württem-berg
—continúa ejemplificando Häberle— se encuentra el fin educativo
“fraternidad de todos los seres humanos y amor a la paz”, así como la “fe en
la democracia y la libertad”; en el artículo 26 de la Constitución de Bre-men,
la “voluntad de justicia social” y de “convivencia pacífica con otros hombres
y pueblos”; ahí mismo, como “fines del Estado” , en el artículo 65 (“justicia
social, libertad, paz y entendimiento de los pueblos”), y el artículo 56 de la
Constitución de Hesse postula como fin educativo el “ser-vicio
independiente y responsable al pueblo y a la humanidad a través del aprecio
y el amor al prójimo, el respeto y la tolerancia”. El “entendimiento de los
pueblos” también está normado, como objetivo de la Constitución, en el
artículo 69 del mismo documento.
Destaca Häberle que en todo ello queda de manifiesto que algunas ga-
rantías de los días festivos están tejidas de la “materia prima” constitucional.
Cuando el Estado constitucional festeja o “hace” festejar, lo hace al servicio de
determinados fines. Y estos fines son de naturaleza fundamental, pues solamente
de este modo puede legitimarse la exención del trabajo y la vida normal, el día
de fiesta. La historia del 1.° de mayo enseña, también, que un día,
frecuentemente de lucha sangrienta y que originalmente pertenecía solo a una
parte del pueblo, es “reconcebido” como día, ya pacífico, de todos los
ciudadanos. Es un día que atestigua y ratifica la integración de los trabajadores
(alemanes) en el Estado constitucional bajo el signo de las grandes ideas.
En particular, el 1.° de mayo es un pedazo de “derecho constitucional
laboral”, desde el punto de vista material, porque permite a los trabajadores
reencontrarse en la Constitución a través de “su” día; y desde la perspectiva
formal, porque garantiza, en cuanto día feriado por ley, el “descanso del
trabajo”, pero manteniendo el derecho al salario. Al mismo tiempo, consti-
tuye un pedazo de derecho constitucional de la cultura porque vincula, de
manera específica, a la Constitución con la cultura: el “descanso laboral”

388
El preámbulo constitucional: significado y contenido

abre la posibilidad de reconocer el aspecto que como creador de sentido


tiene el trabajo, al mismo tiempo que se puede dedicar a otras actividades
culturales. El trabajo y el tiempo libre son, igualmente, un pedazo de
cultura y, por lo tanto, también lo es el derecho que los desarrolla.
El ejemplo de “ex Europa oriental”
En este segmento, Häberle explica sobre la significación de símbolos como
las banderas, los escudos y los himnos en ex Europa oriental. El comien-zo y la
transformación en Europa oriental (1989) —nos sigue diciendo— fue
acompañado, desde el principio, por el cambio de los símbolos del Estado. Si
estos habían sido otorgados desde arriba, literalmente “implantados”, y visibles
como “signos” socialistas en la hoz y el martillo, estrellas rojas y otros similares,
los nuevos días festivos de la toma del poder o en los días festivos clásicos,
ahora refuncionalizados, como el 1.° de mayo, fueron modificados casi siempre
desde el inicio al producirse la transición hacia el Estado constitucional, muchas
veces a través de un recurso a la historia constitucional reprimida de la
respectiva nación de Europa oriental. También en las democracias pluralistas, y
particularmente en ellas, se requieren los símbolos del Estado como elementos
de identidad cultural del Estado consti-tucional; incluso, en las sociedades
abiertas, y precisamente en ellas, necesita el ciudadano, en y para su comunidad
política, signos de identificación y artículos de reconocimiento que generen
consenso. Häberle, una vez más, trae a colación la Teoría de la integración, de
Rudolf Smend, recordando que ofrece palabras clave que siguen siendo válidas
hasta hoy. Los símbolos deben hacer visible y comprensible para los
contemporáneos, lo acaecido y transmitirlo a la “memoria colectiva” de la
posteridad. Dichos signos dicen frecuentemente más sobre el “espíritu” de un
pueblo que algunas normas jurídicas. De este modo se declaran los días festivos,
se construyen monu-mentos, se nombran las calles, se crean y saludan las
banderas, se cantan los himnos. Y, por lo tanto, se elabora la historia y arriesga
el futuro.
Para Häberle, los elementos de la evolución más reciente, ... demuestran
que la caída de los símbolos estatales antecede, la mayoría de las veces, a las
normaciones de detalle: tan sólida es la fuerza significativa de estos
símbolos. Y tampoco es casualidad que los documentos constitucionales le
concedan frecuentemente a los símbolos un lugar preeminente en los artícu-
los de bases (por ejemplo, el artículo 3.° de la Constitución de la República
de Weimar de 1919; el artículo 5.° de la Constitución de Venezuela de 1961;
el artículo 11 de la Constitución de Portugal de 1976; el artículo 4.° de la
389
José F. Palomino Manchego

Constitución española de 1978; el artículo 2.°, incisos 2 y 3, de la Cons-


titución francesa de 1958; el artículo 1.°, incisos 2 y 3, de la Constitución
de Baviera de 1946; ahora, el artículo 28 de la Constitución de Polonia de
1997; el artículo 1.° de la Constitución de Costa de Marfil (1995), el
artículo 4.° de la Constitución de Madagascar (1995). Polonia volvió a
celebrar, en 1990, su día de fiesta nacional y constitucional el 3 de mayo,
en recuerdo de su primera Constitución de 1791.
Häberle considera que, al iniciarse 1990, el águila blanca recuperó su
corona en el escudo nacional de armas de Polonia (ahora, el artículo 28, inciso 1,
de la Constitución polaca de 1997). En las modificaciones constitu-cionales se
denomina a la “República de Polonia” como “Estado democrático de derecho”
que se orienta por la justicia social. La Constitución, regenerada y parcialmente
revisada, de Hungría de 1949-1989, una solución transitoria y más bien para
salir de apuros, regula, en el capítulo XIV, la ciudad capital y los símbolos
nacionales de la República de Hungría: el himno nacional (artículo 75). En el
artículo 76 se dispone: “El escudo oficial y la bandera nacional de la República
de Hungría, así como el uso de los símbolos na-cionales, son regulados por una
ley con contenido jurídico-constitucional”. En el requisito formal de una “ley
constitucional” se manifiesta la impor-tancia del objeto. El 2 de mayo de 1990
expide el Parlamento húngaro una resolución en la que se declara al
levantamiento popular de 1956 como lucha revolucionaria de liberación. El 23
de octubre, aniversario del inicio de la revolución, será, en adelante, día festivo.
Recientemente, al pretender Hungría combinar tres escudos —el “escudo de
Kossuth” (1848-1849), el emblema socialista (1948) y el “escudo de la corona”
(Reino de Hungría hasta 1945)—, está luchando por una reconciliación consigo
misma y con sus agitados periodos de la historia constitucional, por la vía de una
“recepción productiva” que remite a su patrimonio cultural.

Domingo y cultura dominical en el Estado constitucional, com-


portamiento dominical en la sociedad del tiempo libre, realidad
y domingo
En lo que concierne a este rubro, Häberle puntualiza lo siguiente: El
domingo exige un tratamiento separado de los días festivos, pues, no obs-
tante la frecuencia con la que son reunidos en una “doble garantía”, subsiste
la diferencia, pues el “domingo” tiene más de mil años. Ni la Revolución
francesa de 1789 ni la Revolución rusa de 1917, así como tampoco la China

390
El preámbulo constitucional: significado y contenido

de Mao Zedong (1893-1976), pudieron suprimirlo o desplazarlo. Casi a


escala mundial se afirma como tal.
Finalmente, Häberle completa su tesis interpretativa arguyendo que, en lo
particular, sobre los domingos y la cultura dominical en el Estado constitu-
cional: la figura clásica se encuentra en el artículo 139 de la Constitución de
Weimar, con su doble orientación hacia el “descanso laboral” y la “elevación
espiritual”. Desde el punto de vista dogmático se trata, primero, de una “ga-
rantía institucional” —Carl Schmitt (1888-1985)—, y, por tanto, protegida en su
contenido esencial frente a todas las funciones estatales (a diferencia de las
garantías “abiertas” de los días festivos, que pueden ser relativizadas por ley); y,
segundo, la garantía del domingo es un mandato de protección dirigido al
Estado. El derecho ordinario le confiere perfiles más definidos en los conceptos
clave: en principio, no hay ningún “trabajo que se perciba públicamente”,
protección de los servicios religiosos de los creyentes bajo la figura de ciertas
prohibiciones en el marco del descanso laboral colectivo y un espacio público
estructurado en este día en términos de descanso ge-neral, pero espacio para muy
diversos comportamientos en el tiempo libre de los ciudadanos y grupos; en
suma, del espacio público pluralista. De un modo que no siempre es
comprensible en términos jurídico-positivos, sino que solamente puede
profundizarse por la ciencia cultural, son los siguientes altos valores
fundamentales constitucionales los que convierten al domingo en un multicitado
“patrimonio cultural” o “patrimonio constitucional”: es-tructuración tanto de la
soledad como de la convivencia humanas en el ritmo semanal a través del
descanso laboral colectivo; con ello tensión-distensión, trabajo-tiempo libre y
obligación-ocio y, derivado de lo anterior, apertura hacia: valores fundamentales
(ejercidos voluntariamente) como el matri-monio y la familia, la vecindad y la
asociación, la amistad y las reuniones, la religión, la ciencia y el arte, como
ejemplos de la posibilidad básica de la “elevación espiritual” (en tal sentido,
“carácter de oferta” del domingo).

VII. ¿Qué opina carlos fernández sessarego?


En el ensayo titulado “El preámbulo de la Constitución: su significado y
(19)
alcances” , el reputado maestro sanmarquino Carlos Fernández Sessarego

Cfr. Fernández Sessarego, Carlos: “El preámbulo de la Constitución: Su


significado y alcances”, en Revista Jurídica del Perú, año LIV, n.° 56, mayo-junio,
Trujillo, 2004, págs. 109-124.

391
José F. Palomino Manchego

(Callao, Perú, 7-III-1926) expone sus principales ideas respecto del valor
del preámbulo constitucional, el cual, según sus propios términos, “(…)
adquiere una especial importancia pues contiene el pensamiento rector,
las líneas maestras o las directrices (…)” que inspiraron la redacción de
la Constitución.
Inicia sus reflexiones haciendo una evaluación y precisa su opinión
acerca del debate entre las constituciones peruanas de 1979 y 1993; en
ese sentido, se muestra entusiasmado con la elaboración de una nueva
Consti-tución, la cual se debe redactar sobre la base de la Constitución
Política de 1979, debiendo incorporarse los aportes positivos contenidos
en la Carta de 1993, tales como las disposiciones referidas la
participación directa del pueblo en la toma de decisiones. Es decir, el
derecho de los ciudadanos a participar en los asuntos públicos mediante
el referéndum, la iniciativa legislativa, la remoción o revocación de
autoridades y la demanda de ren-dición de cuentas.
Respecto de las virtudes del preámbulo, Fernández Sessarego manifies-ta
que en su contenido se aprecia el planteamiento ideológico del constituyen-te, el
cual se consideró para la elaboración del texto constitucional; de esta forma,
bien puede señalarse que el preámbulo concentra el sentido histórico de una
determinada Constitución. Correspondiente a una categoría axioló-gica,
histórica, política, entre otras manifestaciones, con firmeza, Fernández
Sessarego expone que el preámbulo constitucional tiene un preciso objetivo, este
es el de constituirse, establecerse y cimentarse, mediante un cuerpo de ideas y de
propósitos, en un instrumento de trascendental importancia a favor de la
integración nacional. En este aspecto, oportunamente enfatiza sobre las
dificultades que se presentan al momento en que se aspira a sancionar una nueva
Constitución. Sobre todo, por lo complejo que resulta arribar a acuerdos con
tendencias políticas, económicas, sociales y culturales tan divergentes en países
como el Perú, donde predomina la multiculturalidad.
De igual forma, otro aspecto vital que se puede traslucir del
preámbulo es el concerniente a los fines que una determinada comunidad
nacional, como la denomina Fernández Sessarego, intenta alcanzar y
realizar, así como establecer los valores prioritarios que inspiran la
Constitución; de esta manera, el preámbulo contiene una especie de
proyecto de vida colectivo, el cual involucra establecer propósitos de
acción comunes de los miembros que integran la comunidad nacional.

392
El preámbulo constitucional: significado y contenido

Dos conceptos que surgen del estudio del preámbulo constitucional


son los de valoración e ideología, los cuales son expresiones del ser
humano esencialmente vinculadas. En tal sentido, cada persona tiene una
propia escala de valores de la que surge una cierta ideología, una manera
de vivir y de concebir el mundo donde se desarrolla. Como el derecho es
una ma-nifestación cultural y conforme a lo que el autor ha expuesto
(20)
célebremente en la reconocida Teoría tridimensional del Derecho ,no
puede darse que el Derecho resulte ser neutro al valor, o que carezca de
una dirección ideológica en el sentido que del contenido valioso de sus
normas se puede inferir una cierta concepción del mundo, lo cual,
paradigmáticamente, puede apreciarse en el preámbulo.
Otro aspecto que expone Fernández Sessarego, y que resulta
pertinente resaltar, es diferenciar los conceptos de preámbulo, título
preliminar y ex-posición de motivos, los cuales no pueden ser entendidos
como sinónimos. En ese orden de ideas, el título preliminar viene a ser un
conjunto de normas de carácter general o de principios generales del
Derecho, contando con un específico valor jurídico; mientras que la
exposición de motivos permite conocer la voluntad del legislador que dio
origen a las normas de un deter-minado texto jurídico; y el preámbulo
rebasa dichas denominaciones, pues conforme se ha establecido
categorialmente, su naturaleza es trascendental y no puede reducirse a ser
una presentación o un conjunto de lineamientos técnicos.
Para el caso peruano, Fernández Sessarego, críticamente, sostiene
que el Perú ha contado con numerosas constituciones, pero en ninguna de
ellas aparece un texto preambular y, abordando en específico el caso de
las dos últimas constituciones peruanas, considera impropio que la Carta
de 1993 utilice la denominación de preámbulo, por cuanto el texto que
antecede al articulado constitucional es una simple declaración carente de
sentido. Por ello es que rechaza otorgar a la referida “declaración” el
tratamiento de preámbulo. Es decir, no se advierte ningún preámbulo que
marque las pautas necesarias para conocer cuáles son los ideales
constitucionales y la forma de gobierno que se pretende establecer.

Cfr. Fernández Sessarego, Carlos: El Derecho como libertad, Librería Stu-


a a
dium, Lima, 1987. Hay 2. edición, Universidad de Lima, Lima, 1994 y 3. edición,
Ara Editores, Lima, 2006.

393
José F. Palomino Manchego

Este hecho es claramente distinto al contexto sobre el cual se redactó


el preámbulo de la Constitución de 1979, el cual estuvo a cargo de una
subcomisión especial para su redacción, conformada por los constitu-
yentes Jorge del Prado Chávez (1910- 1990), Héctor Cornejo Chávez
(1918-2012), Andrés Townsend Ezcurra (1915 -1994) y Roberto Ramírez
del Villar (1920-1995), que representaban las diversas tendencias ideo-
lógicas y políticas de la época (conservadora, socialdemocracia y soci-
alcristianismo, así como comunismo marxista). De esta manera resultó
ser un preámbulo modélico nacido del consenso político aprobado por las
tiendas partidarias.
Por último, con relación al debate respecto de la naturaleza jurídica
del preámbulo constitucional, según el razonamiento de Fernández Sessa-
rego, se establece que este no adquiere el sentido de una prescripción; por
tanto, no es vinculante y no constituye una norma jurídica. Sin embargo,
la ausencia de valor jurídico se compensa con el sustancial valor político
que le es propio, en tanto es la expresión de la decisión del constituyente,
lo cual asegura comprender la cultura de un pueblo y conocer su opción
política-axiológica, y, de esta manera, tomar las mejores decisiones a
nivel del gobierno.

VIII. A modo de reflexión final


Por cuanto queda manifestado, sin lugar a dudas estamos frente a dos
nuevos planteamientos teórico-constitucionales acerca del preámbulo
constitucional, que ofrecen, respectivamente, Peter Häberle y Fernán-
dez Sessarego, cada uno de ellos aportando de su cosecha sus puntos de
vista sugestivos, y que deben ser tomados en cuenta al momento del
debate constituyente y del cambio político. Al final, el preámbulo
constitucional demostrará, producto de dichos aportes y de otros con-
notados constitucionalistas, tales como Antonio Torres del Moral y
(21)
Javier Tajadura Tejada , que es una antorcha clarísima que guía
con luz potente a la Constitución Política.
Importa significar que en una futura reforma constitucional, el
preámbulo constituya un tema de debate de manera alturada, tomando

Vid. Torres del Moral, Antonio y Tajadura Tejada, Javier (dirs.): Los
preám-bulos constitucionales en Iberoamérica, op. cit., in toto.

394
El preámbulo constitucional: significado y contenido

como antecedente al preámbulo de la Constitución Política de 1979,


el primero dado en nuestra historia constitucional. Y, por cierto,
también al preámbulo, pieza fundamental completa, que propuso la
Comisión de Estudio de las Bases de la Reforma Constitucional
peruana durante el gobierno transitorio de Valentín Paniagua
Corazao (1936-2006).

IX. Bibliografía consultada


Libros
— Condemarin Vargas, Luis Felipe: El pensamiento antropológico-cul-
tural de Peter Häberle y sus efectos en la integración e
interpretación de la Constitución peruana, Tesis para optar el grado
de Doctor en Derecho y Ciencia Política en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, Lima, 2015.
— Diccionario de la Lengua Española, vigésima edición, t. II (h-zuzón),
Madrid, 1984.
— Fernández Sessarego, Carlos: El Derecho como libertad, Librería
a
Studium, Lima, 1987. Hay 2. edición, Universidad de Lima, Lima,
a
1994 y 3. edición, Ara Editores, Lima, 2006.
— Häberle, Peter: El Estado constitucional, traducción del alemán e
índices de Héctor Fix-Fierro, Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
Universidad Nacional Autónoma de México, México, D.F., 2001.
Antecede Estudio introductorio de Diego Valadés. Hay también edición
peruana y edición argentina que hemos tenido a la vista.
— Hoffer, Peter Charles: For Ourselves and Our Posterity. The preamble
to the Federal Constitution in American history, Oxford University
Press, New York-Oxford, 2013.
— La Constitución de los Estados Unidos de América anotada con juris-
prudencia. Anotaciones de casos decididos por la Corte Suprema de
los Estados Unidos, t. I, versión traducida al castellano de la edición
oficial actualizada con recientes casos de jurisprudencia por
Segundo V. Linares Quintana y Mario Amadeo, Editorial Guillermo
Kraft Ltda., Buenos Aires, 1949.
— Lemon, Alfredo: El preámbulo en la Constitución, Marcos Lerner
Editora Córdoba, Córdoba, 1994. Antecede Prólogo de Pedro J. Frías.

395
José F. Palomino Manchego

— Padilla, Alberto G.: La invocación del preámbulo, Talleres Gráficos


Lucania, Buenos Aires, 1957. Antecede Introducción de Clodomiro
Zavalía.
— Paschal, Jorge W.: La Constitución de los Estados Unidos explicada y
anotada. Precedida de la Declaración de la Independencia y la Cons-
titución de los Estados Unidos, y la Declaración de la Independencia y
la Constitución de la Nación Argentina, t. I, traducida del inglés de la
última edición americana por Clodomiro Quiroga, t. I, Félix
Lajouane, Editor, Buenos Aires, 1888.
a
— Rovira Florez de Quiñones, M. Carolina: Valor y función de las “Expo-
siciones de Motivos en las normas jurídicas”, Secretariado de Publica-
ciones de la Universidad de Santiago, Santiago de Compostela, 1972.
— Russel, Jesse y Cohn, Ronald: Preamble to the United States Consti-
tution, Lennex Corp, U.S.A., 2012.
— Tajadura Tejada, Javier: El preámbulo constitucional, Editorial Coma-
res, Granada, 1997. Antecede Prólogo de Pablo Lucas Verdú.
— Torres del Moral, Antonio y Tajadura Tejada, Javier (dirs.): Los
preám-bulos constitucionales en Iberoamérica, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001.
Artículos
— Díez-Picaso, Luis María: “Los preámbulos de las leyes (En torno a la
motivación y la causa de las disposiciones normativas)”, en AA.VV.:
Estudios de Derecho Público en Homenaje a Ignacio de Otto, Servicio
de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, Oviedo, 1993.
— Fernández Sessarego, Carlos: “El preámbulo de la Constitución: su
significado y alcances”, en Revista Jurídica del Perú, año LIV, n.º
56, mayo-junio, Trujillo, 2004.
— Gianniti, Luigi: voz “Preambolo”, en Ainis, Michele (A cura di): Di-
zionario Costituzionale, Editori Laterza, Roma-Bari, 2000.
— Häberle Peter: “La Ciencia Jurídica Europea como ciencia cultural”,
en Revista Peruana de Derecho Público, año 18, n.º 34, enero-junio,
Lima, 2017.
— Häberle, Peter: “Preambles in the text and context of constitutions”, en
Kotzur, Markus (ed.): Peter Häberle on Constitutional Theory. Consti-

396
El preámbulo constitucional: significado y contenido

tution as Culture and the Open Society of Constitutional


Interpreters, Nomos, Germany, 2018.
— Lucas Verdú, Pablo: voz “Preámbulo”, en Lucas Verdú, Pablo
(comp.): Prontuario de Derecho Constitucional, Editorial Comares,
Granada, 1996.
— Palomino Manchego, José F.: “El influjo del constitucionalismo nor-
teamericano en el Perú (A propósito de la obra de Robert S. Barker)”,
Apéndice § II al libro de Barker, Robert S.: La Constitución de los
Estados Unidos y su dinámica actual, Asociación Peruana de Derecho
Constitucional–Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional
(Sección Peruana), Lima, 2005. Antecede Presentación y edición al
cuidado de Domingo García Belaunde. Apéndices de Rosana Moretti de
Troglia y José F. Palomino Manchego. Primera edición boliviana,
Grupo Editorial Kipus, Cochabamba, 2007. Antecede Presentación
de José Antonio Rivera Santivañez.
— Tajadura Tejada, Javier: Estudio preliminar a Torres del Moral,
Antonio y Tajadura Tejada, Javier (Dirs.): Los preámbulos
constitucionales en Iberoamérica, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, Madrid, 2001.
— Tajadura Tejada, Javier: “La función política de los preámbulos cons-
titucionales”, en Cuestiones Constitucionales, Revista Mexicana de
Derecho Constitucional, n.º 05, julio-diciembre, México, D.F., 2001.

Lima, agosto de 2018.


Trujillo, octubre de 2018.

397
§v

LOS PREÁMBULOS EN LAS


CONSTITUCIONES IBEROAMERICANAS

(1)
Argentina
Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos
en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las
provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexisten-
tes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia,
consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el
bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para no-
sotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo
que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección
de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y
establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina:

(2)
Bolivia
En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron
ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nues-
tro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y
flores. Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros dife-
rentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de
todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así
conformamos nuestros pueblos, y jamás comprendimos el racismo
hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia.

Vid., http://www.senado.gov.ar/web/interes/constitucion/cuerpo1.php
Vid., http://www.presidencia.gov.bo/ y http://www.congreso.gov.bo/

399
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

El pueblo boliviano, de composición plural, desde la


profundidad de la historia, inspirado en las luchas del pasado,
en la suble-vación indígena anticolonial, en la independencia,
en las luchas populares de liberación, en las marchas
indígenas, sociales y sindicales, en las guerras del agua y de
octubre, en las luchas por la tierra y territorio, y con la
memoria de nuestros mártires, construimos un nuevo Estado.
Un Estado basado en el respeto e igualdad entre todos, con prin-
cipios de soberanía, dignidad, complementariedad, solidaridad,
armonía y equidad en la distribución y redistribución del producto
social, donde predomine la búsqueda del vivir bien; con respeto a
la pluralidad económica, social, jurídica, política y cultural de los
habitantes de esta tierra; en convivencia colectiva con acceso al
agua, trabajo, educación, salud y vivienda para todos.
Dejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal.
Asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Esta-
do Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, que
integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia
democrática, productiva, portadora e inspiradora de la paz,
com-prometida con el desarrollo integral y con la libre
determinación de los pueblos.
Nosotros, mujeres y hombres, a través de la Asamblea Constitu-
yente y con el poder originario del pueblo, manifestamos nuestro
compromiso con la unidad e integridad del país.
Cumpliendo el mandato de nuestros pueblos, con la fortaleza
de nuestra Pachamama y gracias a Dios, refundamos Bolivia.
Honor y gloria a los mártires de la gesta constituyente y libera-
dora, que han hecho posible esta nueva historia.

(3)
Brasil
Nosotros, representantes del pueblo brasileño, reunidos en Asam-
blea Nacional Constituyente para instituir un Estado Democrá-

Link: http://www.wipo.int/edocs/lexdocs/laws/es/br/br117es.pdf

400
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

tico, destinado a asegurar el ejercicio de los derechos sociales e


individuales, la libertad, la seguridad, el bienestar, el desarrollo,
la igualdad y la justicia como valores supremos de una sociedad
fraterna, pluralista y sin prejuicios, fundada en la armonía social
y comprometida, en el orden interno e internacional, en la
solución pacífica de las controversias, promulgamos bajo la
protección de Dios, la siguiente Constitución:

(4)
Colombia
El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano, repre-
sentado por sus delegatarios a la Asamblea Nacional Constitu-
yente, invocando la protección de Dios, y con el fin de fortalecer
la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la
convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento,
la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y
participativo que garantice un orden político, económico y social
justo, y comprometido a impulsar la integración de la comunidad
latinoamericana, decreta, sanciona y promulga la siguiente:

(5)
Costa Rica
Nosotros, los Representantes del pueblo de Costa Rica, libremente
elegidos Diputados a la Asamblea Nacional Constituyente, invo-
cando el nombre de Dios y reiterando nuestra fe en la Democra-
cia, decretamos y sancionamos la siguiente CONSTITUCIÓN
POLÍTICA DE LA REPÚBLICA DE COSTA RICA:

(6)
Cuba
Herederos y continuadores del trabajo creador y de las tradicio-
nes de combatividad, firmeza, heroísmo y sacrificio forjadas por
nuestros antecesores; por los aborígenes que prefirieron muchas

Vid., http://www.secretariasenado.gov.co/desarrollo_constitucional1.htm
Vid., http://www.asamblea.go y http://www.pgr.go.cr/scij/
Vid., http://www.cubaminrex.cu/mirar_cuba/La_isla/constitucion.htm

401
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

veces el exterminio a la sumisión; por los esclavos que se rebe-


laron contra sus amos; por los que despertaron la conciencia
nacional y el ansia cubana de patria y libertad; por los patriotas
que en 1868 iniciaron las guerras de independencia contra el
colonialismo español y los que en el último impulso de 1895 las
llevaron a la victoria de 1898, que les fuera arrebatada por la
intervención y ocupación militar del imperialismo yanqui; por los
obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales que lucharon
durante más de cincuenta años contra el dominio imperialista, la
corrupción política, la falta de derechos y libertades populares, el
desempleo y la explotación impuesta por capitalistas y terrate-
nientes; por lo que promovieron e integraron y desarrollaron las
primeras organizaciones de obreros y de campesinos, difundieron
las ideas socialistas y fundaron los primeros movimientos
marxista y marxista-leninista; por los integrantes de la
vanguardia de la generación del centenario del natalicio de
Martí, que nutridos por su magisterio nos condujeron a la victoria
Revolucionaria popular de Enero; por los que, con el sacrificio de
sus vidas, defendieron la Revolución contribuyendo a su definitiva
consoli-dación; por los que masivamente cumplieron heroicas
misiones internacionalistas;
GUIADOS, por el ideario de José Martí y las ideas político-so-
ciales de Marx, Engels y Lenin;
APOYADOS, en el internacionalismo proletario, en la amistad
fraternal, la ayuda, la cooperación y la solidaridad de los pueblos
del mundo, especialmente los de América Latina y del Caribe;
DECIDIDOS, a llevar adelante la Revolución triunfadora del
Moncada y del Granma, de la Sierra y de Girón encabezada por
Fidel Castro que, sustentada en la más estrecha unidad de todas
las fuerzas Revolucionarias y del pueblo, conquistó la plena inde-
pendencia nacional, estableció el poder Revolucionario, realizó
las transformaciones democráticas, inició la construcción del
socialismo y, con el Partido Comunista al frente, la continúa con
el objetivo final de edificar la sociedad comunista;
CONSCIENTES, de que todos los regímenes sustentados en la
explotación del hombre por el hombre determinan la humillación

402
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

de los explotados y la degradación de la condición humana de los


explotadores; de que sólo en el socialismo y el comunismo, cuando el
hombre ha sido liberado de todas las formas de explotación: de la
esclavitud, de la servidumbre y del capitalismo, se alcanza la entera
dignidad del ser humano; y de que nuestra Revolución elevo la
dignidad de la patria y del cubano a superior altura;
DECLARAMOS, nuestra voluntad de que la ley de leyes de la
República este presidida por este profundo anhelo, al fin logrado,
de José Martí: “Yo quiero que la ley primera de nuestra Repúbli-
ca sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
ADOPTAMOS, por nuestro voto libre, mediante referendo, la
siguiente:

(7)
Ecuador
NOSOTRAS Y NOSOTROS, el pueblo soberano del Ecuador,
RECONOCIENDO nuestras raíces milenarias, forjadas por
mujeres y hombres de distintos pueblos, CELEBRANDO a la
naturaleza, la Pacha Mama, de la que somos parte y que es
vital para nuestra existencia,
INVOCANDO el nombre de Dios y reconociendo nuestras
diversas formas de religiosidad y espiritualidad,
APELANDO a la sabiduría de todas las culturas que nos enri-
quecen como sociedad,
COMO HEREDEROS de las luchas sociales de liberación
frente a todas las formas de dominación y colonialismo,
Y con un profundo compromiso con el presente y el
futuro, Decidimos construir
Una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y
armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el
sumak kawsay;

Vid., http://www.ecuanex.net.ec/constitucion/indice.html

403
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

Una sociedad que respeta, en todas sus dimensiones, la


dignidad de las personas y las colectividades;
Un país democrático, comprometido con la integración
latinoa-mericana —sueño de Bolívar y Alfaro—, la paz y la
solidaridad con todos los pueblos de la tierra; y,
En ejercicio de nuestra soberanía, en Ciudad Alfaro,
Montecristi, provincia de Manabí, nos damos la presente:

(8)
El Salvador
Nosotros, representantes del pueblo salvadoreño reunidos en
Asamblea Constituyente, puesta nuestra confianza en Dios, nues-
tra voluntad en los altos destinos de la Patria y en ejercicio de la
potestad soberana que el pueblo de El Salvador nos ha conferido,
animados del ferviente deseo de establecer los fundamentos de la
convivencia nacional con base en el respeto a la dignidad de la
persona humana, en la construcción de una sociedad más justa,
esencia de la democracia y al espíritu de libertad y justicia, va-
lores de nuestra herencia humanista.
Decretamos, sancionamos y proclamamos, la siguiente Constitución:

(9)
España
La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad
y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en
uso de su soberanía, proclama su voluntad de:
Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución
y de las leyes conforme a un orden económico y social justo.
Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la
ley como expresión de la voluntad popular.
Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el
ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones,
lenguas e instituciones.

Vid., http://www.asamblea.gob.sv/
Vid., http://www.asamblea.gob.sv/
404
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

Promover el progreso de la cultura y de la economía para ase-


gurar a todos una digna calidad de vida.
Establecer una sociedad democrática avanzada, y
Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y
de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra.
En consecuencia, las Cortes aprueban y el pueblo español
ratifica la siguiente CONSTITUCIÓN:

(10)
Guatemala
Nosotros, Diputados electos por la voluntad soberana del pueblo
hondureño, reunidos en Asamblea Nacional Constituyente, invo-
cando la protección de Dios y el ejemplo de nuestros próceres, con
nuestra fe puesta en la restauración de la unión centroamericana e
interpretando fielmente las aspiraciones del pueblo que nos confirió
su mandato, decretamos y sancionamos la presente Constitución para
que fortalezca y perpetúe un estado de derecho que asegure una
sociedad política, económica y socialmente justa que afirme la
nacionalidad y propicie las condiciones para la plena reali-zación
del hombre, como persona humana, dentro de la justicia, la libertad,
la seguridad, la estabilidad, el pluralismo, la paz, la democracia
representativa y el bien común:

(11)
Honduras
Nosotros, Diputados electos por la voluntad soberana del pueblo
hondureño, reunidos en Asamblea Nacional Constituyente, invo-
cando la protección de Dios y el ejemplo de nuestros próceres, con
nuestra fe puesta en la restauración de la unión centroamericana e
interpretando fielmente las aspiraciones del pueblo que nos confirió
su mandato, decretamos y sancionamos la presente Constitución para
que fortalezca y perpetúe un estado de derecho que asegure una
sociedad política, económica y socialmente justa que afirme

Vid., http://www.honduras.net/honduras_constitucion.html
Vid., https://www.oas.org/dil/esp/constitucion_de_honduras.pdf

405
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

la nacionalidad y propicie las condiciones para la plena reali-


zación del hombre, como persona humana, dentro de la
justicia, la libertad, la seguridad, la estabilidad, el pluralismo,
la paz, la democracia representativa y el bien común.

(12)
Nicaragua
NOSOTROS, Representantes del Pueblo de Nicaragua,
reunidos en Asamblea Nacional Constituyente,
EVOCANDO
La lucha de nuestros antepasados indígenas.
El espíritu de unidad centroamericana y la tradición combativa
de nuestro Pueblo que, inspirado en el ejemplo del General
José Dolores Estrada, Andrés Castro y Enmanuel Mongalo,
derrotó al dominio filibustero y la intervención norteamericana
en la Guerra Nacional.
La gesta antiintervencionista de Benjamin Zeledon.
Al General de Hombres Libres, Augusto C. Sandino, Padre de
la Revolución Popular y Antimperialista.
La acción heroica de Rigoberto López Pérez indicador del
prin-cipio del fin de la dictadura.
El ejemplo de Carlos Fonseca, el más alto continuador de la
he-rencia de Sandino, fundador del Frente Sandinista de
Liberación Nacional y Jefe de la Revolución.
A todas las generaciones de Héroes y Mártires que forjaron y de-
sarrollaron la lucha de liberación por la independencia nacional.
EN NOMBRE del pueblo nicaragüense; de todos los partidos y
organizaciones democráticas, patrióticas y revolucionarias de
Ni-caragua; de sus hombres y mujeres; de sus obreros y
campesinos; de su gloriosa juventud; de sus heroicas madres;
de los cristianos que desde su fe en Dios se han comprometido
e insertado en la lucha por la liberación de los oprimidos; de
sus intelectuales pa-trióticos; y de todos los que con su trabajo
productivo contribuyen a la defensa de la Patria.

Vid., http://www.asamblea.gob.ni

406
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

De los que luchan y ofrendan sus vidas frente a la agresión impe-


rialista para garantizar la felicidad de las nuevas generaciones.
Por la institucionalización de las conquistas de la Revolución y la
construcción de una nueva sociedad que elimine toda clase de
explotación y logre la igualdad económica, políticas y social de
los nicaragüenses y el respeto absoluto de los derechos humanos.
POR LA PATRIA, POR LA REVOLUCIÓN, POR LA UNIDAD DE LA
NACIÓN Y POR LA PAZ, PROMULGAMOS LA SIGUIENTE CONS-
TITUCIÓN POLÍTICA DE LA REPÚBLICA DE NICARAGUA:

(13)
Panamá
Con el fin supremo de fortalecer la Nación, garantizar la li-
bertad, asegurar la democracia y la estabilidad institucional,
exaltar la dignidad humana, promover la justicia social, el
bienestar general y la integración regional, e invocando la
protección de Dios, decretamos la Constitución Política de la
República de Panamá:

(14)
Paraguay
El pueblo paraguayo, por medio de sus legítimos representantes
reunidos en Convención Nacional Constituyente, invocando a Dios,
reconociendo la dignidad humana con el fin de asegurar la libertad,
la igualdad y la justicia, reafirmando los principios de la democracia
republicana, representativa, participativa y pluralista, ratificando la
soberanía e independencia nacionales, e integrado a la comunidad
internacional, SANCIONA Y PROMULGA esta Constitución:

(15)
Perú
El Congreso Constituyente democrático, invocando a Dios todo-
poderoso, obedeciendo el mandato del pueblo peruano y recordan-

Vid., http://www.asamblea.gob.pa
Vid., http://www.camdip.gov.py
Vid., http://www.congreso.gob.pe

407
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

do el sacrificio de todas las generaciones que nos han precedido


en nuestra patria, ha resuelto dar la siguiente Constitución:

(16)
Portugal
El 25 de abril de 1974 el Movimiento de las Fuerzas Armadas (o
Movimento das Forgas Armadas) derribó el régimen fascista, co-
ronando la larga resistencia del pueblo portugués e interpretando
sus sentimiento profundos Liberar a Portugal de la dictadura, la
opresión y el colonialismo ha representado una transformación y
el comienzo de una inflexión histórica de la sociedad portuguesa.
La Revolución ha devuelto a los portugueses los derechos y liber-
tades fundamentales. En ejercicio de estos derechos y libertades se
reunieron los legítimos representantes del pueblo para elaborar una
Constitución que correspondiese a las aspiraciones del país.
La Asamblea Constituyente (A Assembleia Constituinte) proclama
la decisión del pueblo portugués de defender la independencia
nacional, de garantizar los derechos fundamentales de los ciu-
dadanos, de establecer los principios básicos de la democracia, de
asegurar la primacía del Estado de derecho democrático y de
abrir la senda hacia una sociedad socialista, dentro del respeto a
la voluntad del pueblo portugués y con vistas a la construcción de
un país más libre, más justo y más fraterno.
La Asamblea Constituyente, reunida en sesión plenaria el 2 de
abril de 1976, aprueba y decreta la siguiente Constitución de la
República portuguesa (Constitução da República Portuguesa):

(17)
Puerto Rico
Nosotros, el pueblo de Puerto Rico, a fin de organizamos polí-
ticamente sobre una base plenamente democrática, promover el
bienestar general y asegurar para nosotros y nuestra posteridad
el goce cabal de los derechos humanos, puesta nuestra confianza

Vid., http://www.parlamento.pt
Vid., http://www.estado.gobierno.pr

408
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas

en Dios Todopoderoso, ordenamos y establecemos esta


Constitu-ción para el Estado Libre Asociado que en el ejercicio
de nuestro derecho natural ahora creamos dentro de nuestra
unión con los Estados Unidos de América.
Al así hacerlo declaramos:
Que el sistema democrático es fundamental para la vida de la
comunidad puertorriqueña;
Que entendemos por sistema democrático aquel donde la voluntad
del pueblo es la fuente del poder público, donde el orden político
está subordinado a los derechos del hombre y donde se asegura la
libre participación del ciudadano en las decisiones colectivas;
Que consideramos factores determinantes en nuestra vida la
ciudadanía de los Estados Unidos de América y la aspiración a
continuamente enriquecer nuestro acervo democrático en el
disfrute individual y colectivo de sus derechos y prerrogativas; la
lealtad a los postulados de la Constitución Federal; la convi-
vencia en Puerto Rico de las dos grandes culturas del hemisfe-rio
americano; el afán por la educación; la fe en la justicia; la
devoción por la vida esforzada, laboriosa y pacífica; la fidelidad a
los valores del ser humano por encima de posiciones sociales,
diferencias raciales e intereses económicos; y la esperanza de un
mundo mejor basado en estos principios:

(18)
República Dominicana
Nosotros, representantes del pueblo dominicano, libre y demo-
cráticamente elegidos, reunidos en Asamblea Nacional Revisora;
invocando el nombre de Dios; guiados por el ideario de nuestros
Padres de la Patria, Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella y
Francisco del Rosario Sánchez, y de los próceres de la Restaura-
ción de establecer una República libre, independiente, soberana y
democrática; inspirados en los ejemplos de luchas y sacrificios de
nuestros héroes y heroínas inmortales; estimulados por el tra-bajo
abnegado de nuestros hombres y mujeres; regidos por los

Link: https://www.ifrc.org/docs/idrl/751ES.pdf

409
valores supremos y los principios fundamentales de la dignidad
humana, la libertad, la igualdad, el imperio de la ley, la justicia,
la solidaridad, la convivencia fraterna, el bienestar social, el
equilibrio ecológico, el progreso y la paz, factores esenciales para
la cohesión social; declaramos nuestra voluntad de promover la
unidad de la Nación dominicana, por lo que en ejercicio de nues-
tra libre determinación adoptamos y proclamamos la siguiente:

(19)
Venezuela
El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores
e invocando la protección de Dios, el ejemplo histórico de
nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de
nuestros antepasados aborígenes y de los precursores y
forjadores de una patria libre y soberana;
Con el fin supremo de refundar la República para establecer una
sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y
pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado,
que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz,
la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la
convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras gene-
raciones; asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a
la educación, a la justicia social y a la igualdad sin discri-
minación ni subordinación alguna; promueva la cooperación
pacífica entre las naciones e impulse y consolide la integración
latinoamericana de acuerdo con el principio de no intervención y
autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e
indivisible de los derechos humanos, la democratización de la
sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio ecoló-
gico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e
irrenunciable de la humanidad;
En ejercicio de su poder originario representado por la
Asamblea Nacional Constituyente mediante el voto libre y en
referendo democrático, decreta la siguiente Constitución:

Vid., http://www.constitucion.ve
§ vI

cuadro comparativo en las


constituciones iberoamericanas(1)

Constitución
País Reformas Preámbulo
vigente
Argentina 1853 1994 X

Bolivia 2008 1994 X

Brasil 1988 1989, 2005 X

Chile 1980 1989, 2005 -


Colombia 1991 2003, 2007 X
Costa Rica 1949 - X

Cuba 1976 1992, 2002 X


Ecuador 2008 - X
El Salvador 1983 1991 X
España 1978 X

Guatemala 1985 1994 X


Honduras 1982 - X

Las constituciones políticas que figuran con X son las que tienen
preámbulo constitucional.

411
Cuadro comparativo en las constituciones iberoamericanas

México 1917 1977, 1986, 1996 -


Nicaragua 1987 1995, 2000, 2005 X
Panamá 1972 1983, 1994 X

Paraguay 1992 - X

Perú 1993 - X
1982, 1989, 1992, 1997,
Portugal 1976 X
2001, 2004, 2005
Puerto Rico 1952 - X
República
1966 1994, 2002, 2010 X
Dominicana
Uruguay 1967 1996 -
Venezuela 1999 2009 X

412
Este libro se terminó de imprimir en los
Talleres Gráficos de Editora Jurídica Grijley
(ediciongrijley@gmail.com)
el día 13 de julio de 2018, al conmemorarse el
74 aniversario del nacimiento
del constitucionalista peruano
DOMINGO GARCÍA BELAUNDE
(Lima, 13-VII-1944)

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