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Constitucional
Dialogado
Primera edición: septiembre del 2018
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca
Nacional del Perú N.º 2018-14192
ISBN: 978-9972-04-602-5
Composición e impresión:
Editora y Librería Jurídica Grijley E.I.R.L.
Av. Tingo María 1330 - Lima
Tlf.: 337-5252
ediciongrijley@gmail.com
Auspiciador:
Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional
(Sección Peruana)
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ÍNDICE
— Dedicatoria … … … … … … … … … … … … … … … … … … 7
— Presentación de Luis Cervantes Liñán … … … … … … …… 11
— Estudio preliminar de José F. Palomino Manchego … … …… 13
Entrevistas
• Walter F. Carnota (Argentina)… … ……… … … … … … … 19
• Sergio Díaz Ricci (Argentina) … … … …… … …… … …… 25
• Afonso D’Oliveira Martins (Portugal)… … … …… … …… 33
• Gerardo Eto Cruz (Perú) …… … … …… … …… … …… 47
• José Julio Fernández Rodríguez (España) …… … … …… 53
• Jorge Mario García Laguardia (Guatemala) … …… … … 61
• José Francisco Gálvez Montero (Perú) … … …… … …… 67
• María Elizabeth Guimarães Teixeira Rocha (Brasil) …… 73
• Ricardo Haro (Argentina) … … … … … … … … … … … … 81
• Pablo Luis Manili (Argentina) … … … …… … …… … …… 87
• Jorge Miranda (Portugal) …… … … …… … …… … …… 93
• Pablo Lucas Murillo de la Cueva (España)… … … … …… 97
• Hernán Alejandro Olano García (Colombia) …… … …… 105
• Dante Martín Paiva Goyburu (Perú) …… … …… … …… 113
• Lucio Pegoraro (Italia) … … … … … …… … …… … …… 121
• Antonio-Enrique Pérez Luño (España)… … … … …… … … 129
• Javier Ruipérez Alamillo (España) … … … … …… … …… 135
• Luis R. Sáenz Dávalos (Perú) … … … …… … …… … …… 209
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Índice
Apéndices
§I
§II
— Javier Tajadura Tejada (España)… … … … … … … … … … 319
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
§III
— Carlos Fernández Sessarego (Perú) … … … … … … … … 345
El preámbulo de la Constitución: su significado y alcances
§IV
— José F. Palomino Manchego (Perú) … … … … … … … … … 367
El preámbulo constitucional: Significado y contenido (A propósito
del 25 aniversario de la Constitución Política de 1993)
§V
— Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas … … … … 399
§VI
— Cuadro comparativo en las constituciones iberoamericanas … … … 411
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PRESENTACIÓN
( )
Luis Cervantes Liñán *
( )
* Rector de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega (Lima-Perú).
Condecora-ción «José León Barandiarán», otorgada por el Ilustre Colegio de
Abogados de Lima, gremio institucional que fue fundado en 1804.
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Luis Cervantes Liñán
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Estudio Preliminar
ESTUDIO PRELIMINAR
I
La buena predisposición y colaboración inestimable de mis colegas
peruanos y extranjeros, permite que salga a la luz el presente libro colec-tivo
que lleva por título El preámbulo constitucional dialogado, proyecto s
editorial que teníamos en mente desde hace un buen tiempo atrás. La me-
todología de trabajo empleada gira en función de una batería de preguntas y
sus respectivas respuestas acerca del preámbulo constitucional, que los
colegas entrevistados han respondido en punto de perfección sobre la base de
diversos ángulos visuales, y teniendo como norte la Constitución Política.
(1)
De ahí el porqué del título de la obra . i
Honestamente, es una de las tareas académicas que a lo largo de 35 r
a
Esta metodología de trabajo también la aplicaron en su oportunidad Domingo
García Belaunde y Eloy Espinosa-Saldaña Barrera (Coordinadores): Encuesta sobre
Derecho Procesal Constitucional, Editorial Porrúa-Instituto Mexicano del Derecho
Procesal Constitucional, México, D. F., 2006. Antecede Prólogo de Eduardo Ferrer
Mac-Gregor.
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José F. Palomino Manchego
II
De otro lado, el sistema jurídico del civil law que irradia su tradición en
el bloque europeo continental, a partir de la Revolución francesa de 1789,
también aporta lo suyo con la experiencia que al fluir de los años iba
adquiriendo, comenzando en su campo de acción en el siglo XVIII con el
fenómeno denominado constitucionalismo liberal. Mención aparte ocupa el
Derecho Constitucional peruano, en donde los colegas constitucionalistas
han tenido como temas favoritos para su cultivo la parte dogmática y la parte
orgánica de la Constitución, antes que el preámbulo constitucional. Ese fue
uno de los motivos por los cuales queríamos dejar una contribución acadé-
mica que sirva como motivación para futuras investigaciones, al elegir como
eje central el preámbulo constitucional. Excepcionalmente, autores como
Ernesto Blume Fortini y Víctor García Toma le han dedicado un espacio
académico al preámbulo constitucional. Para este último, el preámbulo es la
parte introductoria de la Constitución en donde se enuncia solemnemente al
órgano autor de la Constitución, las razones de su dación y los fines que se
persigue alcanzar. Lo cual, permite conocer los fundamentos históricos e
(2)
ideológicos que la enmarcan .
III
Al acometer este trabajo, recordemos que el preámbulo constitucional,
en tanto que tal y nada más que como tal, es la quintaesencia de la Consti-
tución. Por lo tanto, merece un estudio serio y analítico siguiendo todo lo
que expresa el tramado normativo constitucional, y a partir del sistema de
fuentes complementado, obviamente, por la línea jurisprudencial que dimana
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Estudio Preliminar
IV
El presente libro colectivo está dedicado a Domingo García Belaunde,
persona de tantos méritos y actitudes científico-jurídicas, a propósito de su
74 cumpleaños. Su fecunda e ininterrumpida labor académica a la fecha que
se cierra esta obra, es digna de todo encomio, en especial para quienes nos
hemos beneficiado de su magisterio y secundado su actividad investigadora
en el campo del Derecho Constitucional y Derecho Procesal Constitucional,
por citar tan solo dos disciplinas de su preferencia, reafirmando así su voca-
ción y cualidades académicas, y, lo más importante, su sentimiento de lealtad
hacia sus discípulos y colegas en el ejercicio de la profesión de la abogacía.
Estos renglones han de terminar, como es de rigor, con los respectivos
agradecimientos. En tal sentido, dejamos constancia del apoyo importante
que hemos tenido por parte de Javier Tajadura Tejada, autoridad en la mate-
ria, tal y conforme lo han reconocido los constitucionalistas en Iberoamérica.
Nuestros diálogos provechosos desde hace cinco lustros, aproximadamente,
siempre han centrado su campo de acción en el preámbulo constitucional, a
la par de otros ejes temáticos del Derecho Constitucional. Igualmente, testi-
moniamos nuestra gratitud, como en otras ocasiones, a nuestro colaborador
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Entrevistas
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Por tanto, hay que considerar que, en sentido técnico riguroso, está
en causa el preámbulo del decreto que ha aprobado la Constitución
originaria, siendo que, a su tiempo, su texto fue sometido a votación por
el presidente de la Asamblea Constituyente.
Podrá decirse que el preámbulo de un decreto que aprueba una Consti-
tución es, al final, el preámbulo de la Constitución aprobada. Y eso porque
decretar la aprobación de una Constitución significa aceptarla globalmente
en un texto determinado para tener aplicación o vigencia futura.
Lo que no se podrá decir, todavía, es que está en causa,
verdaderamente, un preámbulo de la Constitución que la acompaña, sin
más, en todas sus evoluciones o modificaciones que pueda sufrir.
En este sentido, téngase presente que el preámbulo constitucional en
análisis termina con la siguiente fórmula aprobatoria: “La Asamblea Cons-
tituyente, reunida en la sesión plenaria del 2 de abril de 1976, aprueba y
decreta la siguiente Constitución de la República Portuguesa……”.
O sea, se da cuenta de que la Asamblea Constituyente ha aprobado y
decretado aquella Constitución cuyo texto era precisamente lo que luego
seguía y no —evidentemente— la Constitución en el texto que fuera a
aprobarse en el futuro.
Tenemos entonces que las consideraciones constantes del preámbulo
constitucional remiten seguramente a lo fundamental de la primitiva deci-
sión constituyente y así, a la esencia de la Constitución originaria, pero
no remiten necesariamente (en todos sus aspectos) a la esencia de la
Consti-tución derivada que ha resultado de todas las revisiones
constitucionales mientras tanto operadas.
En confirmación de esto, será de referir, por un lado, que el preámbulo
da cuenta de que la Asamblea Constituyente afirma la decisión del pueblo
portugués de “[…] abrir camino para una sociedad socialista”. Y esta afirma-
ción tenía correspondencia en distintos artículos de la Constitución origina-
ria que apuntaban a la creación de una “sociedad sin clases”, a la “transición
para el socialismo” mediante la creación de condiciones para el “ejercicio
democrático del poder por las clases trabajadoras”, a la concretización de la
apropiación colectiva o socialización de los medios de producción y aun,
nombradamente, al desarrollo de las “relaciones de producción socialista”.
(Cfr. por ejemplo, los artículos 1, 2, 9, 10/2, 80, 81/n, 82, 89, 91, 96, de la
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En este último aspecto hay que llamar la atención de que hoy no existen
simplemente espacios constitucionales privativos de cada Estado, existien-do
aún espacios constitucionales comunes (osea: espacios que respectan
simultáneamente a distintos Estados y ordenamientos jurídicos estaduales, los
cuales se encuentran, entre sí, en una relación de proximidad sustantiva y que,
sin embargo de disponer, cada uno de ellos, de un derecho constitucional propio
o privativo, asumen una posición de apertura constitucional al exte-rior,
concurriendo todos a la realización de un fenómeno de aproximación
constitucional, por fuerza del cual convergen para la adopción de un mismo
cuerpo, mínimamente significativo, de soluciones jurídico-constitucionales, a las
cuales debe ser reconocido, en lo esencial, un mismo sentido).
Tenemos entonces que, en el ámbito del constitucionalismo contem-
poráneo, hay aún que contar con Derechos Constitucionales Comunes o
Transnacionales. Las constituciones estaduales, así, de modo cada vez más
expresivo, deben conciliar su realidad con la de esos Derechos Constitucio-
nales Comunes o Transnacionales, coordinándose con lo que es determinado
por las respectivas normas constitucionales de fuente externa.
Considerando todo esto, será de admitir la conveniencia de que en el
futuro las constituciones estaduales, en sus respectivos preámbulos, de-
ban dejar clara su relación con los Derechos Constitucionales Comunes o
Transnacionales que releven en cada caso. Con eso los preámbulos
consti-tucionales pueden ofrecer un código de lectura de las respectivas
constitu-ciones que sea atento a la complexidad actual del Derecho
Constitucional, evitándose lecturas constitucionales estrechas o cerradas
a la comprensión de los fenómenos descritos.
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inspirada en los principios del individualismo y que, por consiguiente, tienda a vedar la intervención
estatal, en lo que considera que protege a la comunidad social y desarrolle principios de seguridad y
protección de derechos, a las anteriormente llamadas garantías individuales, sino se refiere extensamente
a los derechos sociales, siguiendo la corriente reformista iniciada en Guatemala por la Constitución de mil
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Puede verse, para mayor desarrollo de esta materia, nuestro trabajo “El
preámbulo de la Constitución Nacional en la jurisprudencia de la Corte Suprema”,
en: Manili, Pablo L. (Director), Corte Suprema de Justicia de la Nación, Máximos
Precedentes. Derecho Constitucional, 2013, tomo I, pág. 557 y ss.
Hamilton, Alexander, Madison, James y Jay, John: El Federalista, XLI,
México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pág. 169 y ss.
Alberdi, Juan B.: Estudios sobre la Constitución Argentina de 1853, Buenos
a
Aires, Jackson, Colección Grandes Escritores Argentinos n.° 13, 4. edición, 1945,
pág. 12.
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Fallos 164:344.
Fallos 307:326.
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(6)
ró la inconstitucionalidad de una ley laboral por entender que
violaba el artículo 14 bis de la Carta Magna, para lo cual sostuvo
que “Las grandes metas de la política del Estado están fijadas en
el preámbulo de la Constitución. La acción del poder político
estatal para lograr esas metas no es revisable judicialmente en
cuanto decisión política. Pero como esta necesariamente, debe
instrumentarse mediante normas jurídicas [……] esto no es otra
cosa que contrastar la validez del instrumento jurídico
empleado para la consecución de lo que se considera un bien
social en un momento dado”.
(7)
En “United States vs. Verdugo Urquidez” de 1990, la Corte
Suprema norteamericana aplicó el preámbulo para fundar su
de-cisión de que el bill of rights solo era aplicable a los
nacionales, y que la garantía del debido proceso (cuarta
enmienda) no podía ser invocada por un ciudadano mexicano
que estaba siendo buscado por agentes norteamericanos.
Con respecto a la parte orgánica, se ha sostenido comúnmente que:
“Es un principio universalmente admitido por los comentadores de la
Constitución americana que las declaraciones generales que la
misma Constitución tiene no son fuentes de poderes ni de jurisdic-
ción. “Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina”,
dice nuestra Constitución, “con el objeto de afianzar la justicia
[……] promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la
libertad” [……], etcétera. No hay medida alguna que no pudiera
invocar en su apoyo alguno de aquellos grandes objetos que son el
fin a que se dirige toda sociedad; y si declaraciones tales debieran de
originar algún poder, no hay medida ni acto alguno que no cayera
bajo los límites de todos y cada uno de los diversos ramos de los
poderes públicos. En ningún caso, dice Story (secc. 3. cap. 6. *462)
se puede ocurrir al preámbulo (las declaraciones gene-rales) para
extender los poderes conferidos al gobierno general, o a cualquiera
de sus ramas. No puede [el preámbulo] conferir ningún poder por
sí; jamás puede hacerse extensivo, por impli-
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En India por ej. sí, ver sobre todo el caso Kesavananda v. State of
Kerala, AIR (1973) SC 1461, 1503; aquí la Supreme Court afirma que el
preámbulo es “part of the Constitution”.
En Colombia, sí, el preámbulo fue incorporado en el bloque de consti-
tucionalidad (sentencia T-568-99 MP); contra la antigua Corte (19.5.1988).
En África del Sur, sí: los casos son muchos, el preámbulo esta
utilizado por los jueces muy frecuentemente.
La Supreme Court of Canada parece decir que no en varios casos
relativos al preámbulo del Constitution Act 1867, aunque reconozca su
importancia para finalidades interpretativas. Análogamente, en casos que
implicaban el preámbulo de la Charter del 1982 [ej . O’Sullivan v. The
Queen, (1991) F.C.J. N 803, en particular acerca de su referencia a Dios].
La Corte Constitucional de Bosnia y Herzegovina dijo (12-2-1998)
que el preámbulo no tiene naturaleza normativa, sin embargo “could
serve [...] as auxiliary method of interpretation of the constitution of
which it is a preface”.
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¿Cuál es el alcance y el significado del preámbulo constitucional?
El neoconstitucionalismo del presente se caracteriza por su decidida
afirmación de la juridicidad global de cuantos textos integran una Consti-
tución. Se ha superado así, la tradicional controversia sobre el pretendido
carácter meramente programático de los textos preambulares. Por tanto,
el alcance de un preámbulo constitucional es inequívocamente jurídico y
su significado es plenamente normativo.
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pasando por aquellos otros que, como, p. ej., el “Viejo Profesor”, si bien niegan
la deriva autoritaria que a Cromwell le atribuía Hobbes, también ponen en
cuestión, y al tomar en consideración el componente mesiánico que se deriva del
calvinismo en sus formulaciones puras, ese carácter ab-solutamente democrático
del comportamiento de Cromwell predicado por Borgeaud, al entender que la
“posición de Cromwell, [……], no era la defensa
del pueblo inglés en cuanto tal, sino del pueblo elegido. Esta elección de
fundamento religioso no se vinculaba ninguna tradición eclesiástica, sino al
libre examen y el privilegio de los ‘llamados’” [E. Tierno Galván, Tradición
y modernismo, Madrid, 1962, pág. 31; vid., también, p. 30]—, se observa lo
que fue sucediendo en el marco de las colonias británicas en el continente
americano. Fue, en efecto, siguiendo la lógica enunciada por Althussius, y
con la conversión del pacto de gracia puritano, conforme al cual se entendía
que los miembros de la congregación religiosa eran absolutamente libres
para organizar el modo de su culto, en un auténtico pacto político, en virtud
del cual se entendía que de igual manera que los fieles eran libres para
organizar su propia iglesia, los hombres eran libres para decidir tanto la
organización de la comunidad política, como los modos y las formas en que
quería ser gobernados en el futuro, como, en primer lugar, los Pilgrinfathers
llevaron a cabo la conclusión del “Pacto del Mayflower”, y, siguiendo esta
misma senda, como los colonos fueron aprobando los distintos Covenants
por los que se regía la vida política de las diferentes colonias.
De cualquiera de las maneras, ningún constitucionalista puede ig-
norar que la influencia del iusnaturalismo contractualista democrático se
hace todavía más patente en el escrito político que, sin discusión alguna,
más influencia tuvo en los procesos revolucionarios liberal-burgueses
verificados a finales del siglo xviii en Estados Unidos —desde luego, y de
forma indiscutida e indiscutible, en los que se llevaron a cabo en el
ámbito de las organizaciones políticas regionales tan pronto como estas
se independizaron de la Corona británica (Ch. Borgeaud [Établissement
et révision des Constitutions en Amérique et en Europe, París, 1893, pág.
198], J. Bryce [El gobierno de los Estados en la República norteamerica-
na, Madrid, sine data, pp. 24, 32 y 33, p. ej.], E. Boutmy [Études de Droit
Constitutionnel, France-Anglaterre-États Unis, París, 1885, pág. 192 y
ss., y 198], P. De Vega [La reforma constitucional y la problemática del
Poder Constituyente, Madrid, 1985, pág. 30], etc.), pero también, y a mi
juicio [J. Ruipérez, El constitucionalismo democrático en los tiempos de
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organización social hay que proceder, antes de toda ley constitucional, a la redacción de un pacto
social. Este acto debe ser intermedio entre la declaración de derechos, que le sirve de base, y la
Constitución, a la que sirve de barrera y regulador. Si el pacto social difiere de una simple
declaración de derechos, difiere más aún de un acto constitucional. Hacer un pacto social es redactar
el instrumento por el que ciertas personas consienten formar una asociación con tales o cuales con-
diciones previas. Hacer una Constitución, por el contrario, es únicamente determinar la forma de
momento de la libertad —en el que los futuros ciudadanos de la naciente República se ponen de
acuerdo en cuál es la parte de la libertad natural, es decir, la que corresponde a los hombres por el
mero hecho de ser hombres, va a quedar en poder de ellos una vez que el cuerpo político se ha
creado, y que, en cuanto que “libertad civil”, es la que pueden realmente oponer al poder político—,
el momento del pacto social, y el momento constitucional —en el que se da expresión normativa a
todas y cada una de las cláusulas contenidas en el contrato social relativas a los modos y las formas
en que los hombres van a ser gobernados en el futuro, con la aprobación del texto constitucional—.
Lo que, de verdad, nos interesa, es referirnos tan solo al que el reverendo denominaba momento del
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que, como indica, con absoluto rigor, Pedro De Vega [cfr. P. De Vega,
“En torno al concepto político de Constitución”, en M.A. García Herrera
(dir.) y otros, El constitucionalismo en la crisis del Estado social, Bilbao,
1997, pág. 719], en modo alguno puede prescindir el constitucionalista
conscien-te de su labor—, nos facilita mucho la respuesta a esta segunda
cuestión. Tanto, que en realidad lo que nos cumple hacer ahora, y para
contestar a la pregunta de cuál debe ser el contenido del preámbulo
constitucional, es tan solo concretar lo afirmado en el apartado anterior.
Dijimos antes que, para nosotros, el preámbulo constitucional ha de ser
la solemnización y formalización en un escrito del contrato social, si-quiera
sea este entendido, al modo afirmado por Borgeaud [Établissement et
révision des Constitutions……, cit., pág. 25], como una hipótesis de De-
recho puro destinada a explicar la situación recíproca de los individuos,
ciudadanos de un Estado libre. Pues bien, obvio ha de ser que, si se
admite lo anterior, el contenido del preámbulo constitucional ha de
contener todos aquellos elementos que integran el pacto social. Esto es,
todo aquello que permite definir e individualizar la Constitución del
Estado de que se trate respecto del resto de los Códigos Jurídico-Políticos
Fundamentales que se encuentren vigentes en los demás Estados.
De esta suerte, entendemos que el primer problema al que ha de atender
el legislador constituyente en el texto del preámbulo constitucional debe ser
fácil de identificar para todos aquellos profesionales universitarios que se
dediquen al estudio de la Teoría Democrática del Estado y de la Constitu-
ción. Y este, por lo menos si se parte de la idea de que el Estado se funda o
se refunda, y solo puede nacer o renacer, como consecuencia de un proceso
histórico desarrollado de abajo a arriba y que, como ya quedó indicado,
puede únicamente tener como protagonistas a quienes, como consecuencia
de su libre y consciente voluntad, van a convertirse en sus ciudadanos, no
puede ser otro que el de identificar claramente el cuerpo político, entendi-do,
naturalmente, desde los esquemas conceptuales con los que trabajaba Jean-
Jacques Rousseau, que se presenta tanto como autor legítimo del texto
constitucional, como destinatario del mismo. Esto fue, como vimos, lo que
hicieron los Founding Fathers cuando, de un modo muy distinto a lo que
mantendría posteriormente Calhoun [cfr. a este respecto, y de manera fun-
damental, J.C. Calhoun, “Disertación sobre la Constitución y el Gobierno de
los Estados Unidos”, en J.C. Calhoun, Libertad y Unión. La Teoría de la
Confederación, Madrid, 2010, págs. 87-88], pusieron de manifiesto que
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1932, pág. 88], y que encontraba su justificación en el hecho de que tanto los
señores feudales al reivindicar su capacidad de autogobierno en los albores
del nacimiento del Estado moderno, como los primigenios federa-listas en el
continente europeo no hacían más que oponerse a la posibilidad misma de la
monarquía absoluta, así como en el hecho de que solo el ré-gimen
democrático es capaz de organizarse de acuerdo con la técnica del
federalismo, menos errónea y arbitraria identificación de la defensa de la
autonomía con la defensa de la democracia que, como nos dice Pedro De
Vega [”Poder Constituyente y regionalismo”, en G. Trujillo (coord.) y otros,
Federalismo y regionalismo, Madrid, 1979, passim], había presidido todo el
proceso de elaboración, redacción y aprobación de la actual Constitución
española hasta, a pesar de tratarse de una creencia desmentida por la propia
historia del pensamiento político y constitucional [cfr. a este respecto, y por
todos, J. Ruipérez, Entre el federalismo y el confederantismo. Dificul-tades y
problemas para la formulación de una Teoría Constitucional del Estado de
las Autonomías, Madrid, 2010, pp. 204 y ss.], erigir el proceso de
institucionalización de la autonomía política regional en la ideología basilar
del cambio político—, esto se trate hoy de ocultar por una buena parte de los
miembros de la clase política práctica y de la clase académica, y, en buena
medida como consecuencia de dar por presupuestos los cono-cimientos y,
además, considerar absurdo el interrogarse sobre los procesos de
conceptualización y fundamentación de las instituciones constituciona-les, se
ha ignorado por otros muchos de una y otra categoría, es a la que responde
también el preámbulo constitucional del Código Jurídico-Político
Fundamental español de 27 de diciembre de 1978. En él, en efecto, sus
autores procedieron de una manera clara e inequívoca a la identificación del
Cuerpo Político que refundaba el Estado y procedía a su organización. Y
este, como seguramente no podría ser de otra manera, al menos desde la
ponderada y cabal comprensión de la forma Estado Políticamente Descen-
tralizado, y que, como nos enseña Friedrich, remite al concepto del Estado
Constitucional mismo, no es, ni tampoco podría ser, las “Nacionalidades y
Regiones”, en cuanto que, siguiendo las orientaciones de la comprensión
antidemocrática del Estado y que, en último extremo, son las que subyacen
en la explicación de aquella forma política en términos del foedus, sujetos
anteriores y superiores al propio Estado español. Por el contrario, este es la
“Nación española”, entendida como ese pueblo estatal del que, como
sabemos, hablaba ya Althussius.
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relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra. [……] En consecuencia,
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nos, significa que, frente al criterio clásico del sistema del Derecho escrito,
conforme al cual lo que ha de primar, siempre y en todo momento, es la
solución normativa positivizada en un documento escrito, formal y solem-ne,
también en la España de hoy ha de hacerse prevalecer aquello que el juez
constitucional afirma que dice el texto constitucional. Con lo que, ni que
decir tiene, se produce un nada despreciable cambio en las que concep-
ciones mismas del positivismo jurídico. Téngase en cuenta, en este sentido,
que si el primer positivismo jurídico, es decir, el formalista, lo que, al si-
tuarse al margen de la realidad y de la Historia, terminaba haciendo era
proceder, de una u otra suerte, a la divinización de la literalidad de la norma
jurídica consagrada en el documento de gobierno —lo que, en todo caso, se
convirtió en una práctica harto peligrosa para la operatividad adecuada del
Estado constitucional, sobre todo cuando, como nos enseñan, p. ej., un Heller
o un De Vega, la burguesía conservadora que ocupaba el poder en el s. xix
renunció a operar con aquella identificación rousseauniana, {que es, aunque
no lo diga explícitamente, con la que actuaba Max Weber cuando, en su
Economía y sociedad [México, 1969, 2 ts.], procedió a contraponer
teóricamente la legitimidad histórico tradicional y la legitimidad democrá-
tica o racional [cfr. en este sentido, y por todos, P. De Vega, “En torno a la
crisis de las ideas de representación y de legitimidad en la democracia ac-
tual”, en J. L. Soberanes, D. Valadés y H. A. Concha Cantú y otros, La re-
forma del Estado. Estudios comparados, México, 1996, p. 16], y que, en
último extremo, se fundamenta en la afirmación rousseauniana de la ley
como expresión de la volonté générale}, entre el principio de legalidad y el
principio de legitimidad, en el sentido de que el primero quedaba subor-
dinado al segundo, para terminar subsumiendo el principio de legitimidad en
el principio de legalidad; pretensión esta en la que, como nadie debiera
desconocer, la burguesía conservadora, supuestamente desideologizada,
encontró un magnífico instrumento en las construcciones del normativismo
logicista kelseniano, conforme al cual, pretendiendo realizar un estudio de la
estructura lógica del ordenamiento jurídico estatal tal y como esta se
presentaba desde los esquemas conceptuales derivados de la merkliana
Stufenbautheorie [sobre esta, cfr. A. Merkl, “Die Lehre von der Rechtskraft.
Entwickelt aus dem Rechtsbegriff”, en Wiener Staatsewissenchaftliche, 15,
bd. 2 Helft, Leipzig, 1923, págs. 81 y ss.], y, en todo caso, completamente
ajeno a toda la problemática sobre la legitimidad constitucional, la “validez
[del Derecho Positivo] no es cuestión de su contenido. Cualquier contenido
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puede ser Derecho; [……]. Una norma vale como norma únicamente porque
nació de una cierta manera, porque fue creada según una regla determinada,
porque fue producida con arreglo a un método específico. El Derecho vale
únicamente en cuanto Derecho positivo o “estatuido”. [… …] Cuando las
normas particulares de un sistema jurídico son referidas a una norma fun-
damental, se da a entender que la creación de las mismas se ha realizado con
arreglo al método establecido en aquella norma fundamental” [H. Kelsen, El
método y los conceptos fundamentales de la Teoría pura del Derecho (1933),
Madrid, 2009, págs. 64-65]—, ahora, nos encontramos con que lo que el
positivismo jurídico jurisprudencial hace es deificar, no la norma
constitucional comprendida como la expresión normativa de la voluntad del
soberano, cualquiera que este sea (el gobernante, para todos aquellos que,
consciente o inconscientemente, acaban por aceptar las con-secuencias
jurídicas y políticas que se derivan de las construcciones teoré-ticas de
Friedrich Julius Stahl sobre la monarquía constitucional; el pueblo, para
todos aquellos que, dando por buenas las construcciones del iusnatu-ralismo
contractualista democrático, operan desde el principio y las ideas
democráticas), sino la voluntad de un Tribunal Constitucional al que, igno-
rando que este último solo resulta admisible desde el punto de vista demo-
crático cuando se presenta como el órgano que, al hacer real y efectivo el
principio de la rigidez constitucional, salvaguarda la voluntad soberana del
Pouvoir Constituant du Peuple, convierten en el, tan espúreo y apócrifo
como fácticamente real, auténtico soberano en el Estado.
Pero, si esto es así, y lamentablemente lo es, ocurre, por otro lado, y de
manera que no cabe sino considerarse paradójica, que son así mismo no
pocas las ocasiones en que estos tan insignes juristas del positivismo jurí-
dico jurisprudencial niegan la esencia misma de la actuación de los jueces
estadounidenses en cuanto que creadores reales, y no como meros legisla-
dores negativos al modo y manera ideada por Kelsen para el “Der Hütter der
Verfassung” europeo, del Derecho. No referimos, claro está, a la capital
importancia que los órganos jurisdiccionales estadounidenses otorgan al
preámbulo constitucional para llevar a cabo aquella tarea que, inspirándose
tanto en las especulaciones de Solón, como en la propia práctica jurídica y
política de la Atenas clásica [sobre esto, y por comodidad, vid. J. Ruipérez,
Reforma versus revolución……, cit., nota 32 del cap. VI, págs. 271-272],
les había atribuido, en el número LXXVIII de El federalista, Alexander
Hamilton cuando escribió que “La interpretación de las leyes es propia y
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como órgano constitucional del Estado, y ello, por la muy simple razón de
que el legislador constituyente de 1977-1978, que, como decimos, se encargó
de establecer que los jueces constitucionales serían elegidos por la misma
mayoría requerida para la reforma constitucional, optó, con una técnica
legislativa deplorable y digna de mejor causa, por dejar la determinación de
las competencias reales de aquel a la figura de la Ley Orgánica, para cuya
aprobación se requiere solo el voto favorable de la mayoría absoluta del
Congreso de los diputados, la cual, aunque cualificada, resulta ciertamente
exigua para atender a una tan fundamental materia]—, decidieron operar en
este nuevo episodio del llamado “problema catalán”, resulta absolutamente
lógica. Es más, bien podríamos decir que, en el fondo, y desde esta misma
lógica a la que aludimos, se trataba de una interpretación debida.
Lo anterior, creemos, no ha de ser muy difícil de comprender. Basta, en
efecto, para ello, con tomar en consideración que si los miembros del
Tribunal Constitucional español hubieran aceptado el valor jurídico obli-
gatorio y vinculante del preámbulo constitucional como instrumento fun-
damental para la interpretación constitucional, su respuesta a los distintos
recursos de inconstitucionalidad planteados contra el Estatuto de Autonomía
catalán de 2006 hubiera sido, sin duda, bien distinta a la que le dio en la STC
31/2010. Y es que, nos guste o no, seamos o no firmes admiradores y
entusiastas defensores de la vigencia formal de la Constitución española de
1978, es lo cierto que dada la redacción que dio el último constituyente
español al preámbulo constitucional, los jueces constitucionales se hubie-ran
visto abocados a llegar a unas conclusiones no muy distintas a las que, bajo
la presidencia de John Marshall, y tomando como punto de referencia
inexcusable lo afirmado por los Founding Fathers en el preámbulo del texto
constitucional de 1787, llegó el Tribunal Supremo estadounidense en la
sentencia del caso “Martin versus Hunter’s Lessee”. Nos referimos,
obviamente, a la afirmación realizada por el ponente de dicha sentencia, el
juez Story, según la cual la “Constitución de los Estados Unidos ha sido
decretada y establecida no por los Estados, en su capacidad de Estados
soberanos, sino expresa y formalmente, […], por el ‘Pueblo de los Estados
Unidos’” [“Martin versus Hunter’s Lessee”, 14 US 304 (1816), pág. 324].
Aserto este con el que, apelando, insistamos en ello, tanto al mero tenor
literal como al espíritu del preámbulo constitucional, Story puso, de una
manera clara, inequívoca e incontrovertible, la verdadera esencia de esa
forma territorial del Estado creada por los “Hombres de Filadelfia”, a la que
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ellos hubieran debido de ser conscientes de que la mera redacción literal del
preámbulo constitucional, identificando al pueblo español en su conjunto
como el sujeto que, en cuanto que titular del ejercicio de la soberanía, había
procedido a la refundación de la comunidad política española, determinaba la
total y absoluta imposibilidad de explicar el estado de las autonomías, o, si se
prefiere, Estado autonómico, como manifestación estructural concreta de esa
forma política general a la que, de manera indistinta, y siguiendo las
enseñanzas de Antonio La Pergola, podemos denominar “Estado Fede-ral” o
“Estado Políticamente Descentralizado”, desde aquellas categorías
conceptuales que, al servicio de los intereses del rey de Prusia/emperador de
Alemania (A. Baldassarre), había puesto en circulación la vieja Escuela
alemana de Derecho Público para tratar de explicar, y justificar, racional-
mente la organización territorial del Estado consagrada por la Constitución
alemana de 1871, y con la que, como nadie puede, ni debe desconocer, se
daba plena satisfacción a todos y cada uno de los presupuestos centrales del
constitucionalismo monárquico alemán. Categorías conceptuales estas que,
como seguramente no podría ser de otro modo, encontraron más lúcida
formulación en el célebre escrito “Die Lehre von der Staatenverbindungen”
(Viena, 1883) de Georg Jellinek.
Nos referimos, obviamente, a los esfuerzos que los integrantes de este
grupo académico realizaron para dar cobertura intelectual a una forma polí-tica
que si bien formalmente recordaba lo hecho por los Founding Fathers en
Filadelfia, pero que se mantenía, sin embargo, en sus soluciones formales en un
estadio que parecía estar más próximo a la ciertamente rudimentaria Unión de
Estados de Derecho Internacional creada en la Deutscher Bund de 1815 —
extrañamente, aunque no obstante de forma completamente cohe-rente con el
hecho de que él actuaba desde las antidemocráticas categorías, políticas y
jurídicas, del principio y las ideas monárquicas, por un lado, y desde la
concepción del Estado federal en términos de foedus, erigido en el modelo
paradigmático de la “auténtica” Unión de Estados de Derecho Constitucional
por Carl Schmitt—, que al modelo realmente creado en los Estados Unidos de
América, no tenía, en realidad —y como, con meridiana claridad y total
precisión, pusieron de relieve, entre otros, E. Borel [Étude sur la
souveranité……, cit., pág. 145] y L. Le Fur [État Fédéral et Confédération
d’États (1896), París, 2000, págs. 606 y ss.]—, otra pretensión, y pese al
hecho de que fueron no pocos los juristas del Imperio guillermino que de-
finieron este como una “República de Estados” en la que el ejercicio de la
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contrario, en el hecho de que todos y cada uno de los Länder eran titulares
de, por utilizar la clásica terminología de Jellinek, un “poder originario de
mando” que, aunque podía verse alterado en el futuro por una modificación
formal del texto constitucional llevada a cabo por la organización política
central como titular de la Kompetenz-Kompetenz, debía ser respetado en la
medida de lo posible por el legislador constituyente originario [sobre esto, y
por comodidad, cfr. por todos, J. Ruipérez, División de competencias y forma
territorial del Estado, cit., págs. 61-73].
De la misma manera, y admitiendo el valor normativo e interpretativo
del preámbulo constitucional, los magistrados que conformaron la mayoría
del supremo custodio constitucional en la STC 31/2010, hubieran debido
comprender que las pretensiones del catalanismo tampoco podían verse
satisfechas desde el que, creemos, fue el argumento que fundamentaba el
discurso de una buena parte de los parlamentarios, estatales y regionales,
adscritos a la izquierda democrática. Nos referimos, innecesario debiera ser
aclararlo, al hecho de que estos, al aceptar la apelación del catalanis-mo
romántico, espiritual, irracional, mítico y místico conservador de los
“derechos históricos” de Cataluña, lo hacían no desde las antidemocráticas
construcciones de los Calhoun y von Seydel, por un lado, y el del monar-
quismo constitucional alemán, por otro, sino atendiendo a unos argumentos
que, al menos aparentemente, responden a la lógica inherente al principio y
las ideas democráticas. De una manera muy particular, a la idea, derivada,
insistamos en ello, de las doctrinas del iusnaturalismo contractualista, de que
todo Cuerpo Político ha de nacer mediante un proceso que se desarrolla de
abajo a arriba, y que únicamente puede tener como protagonista a los
hombres y mujeres que van a convertirse en los ciudadanos de esa deter-
minada comunidad política.
Siendo así, nos encontramos con que, por lo menos en nuestra opinión,
fueron no pocos los parlamentarios, regionales y estatales, de izquierdas que
dieron validez a las pretensiones últimas del catalanismo conservador, y que
son las mismas desde que el mismo apareció, como, dando validez a lo
defendido por Schumpeter, reacción al “desastre del 98”, a finales del siglo
xix, aceptando aquellas tesis que, apoyándose en las concepciones no del
Hugo Preuss ciudadano políticamente activo —que, como militante del
Deustche Demokratische Partei, que representaba en la Constituyen-te
alemana de 1919 la ideología del democratismo radical, se mostraba
partidario de organizar el nuevo Estado alemán según los esquemas de la
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República jacobina—, sino que aquel Preuss científico del Derecho que
partía en sus especulaciones de las enseñanzas que había recibido de sus dos
maestros, Otto von Gierke y Georg Jellinek, había defendido el sindica-
lismo revolucionario en el período entre guerras. Tesis estas que, en último
extremo, y simplificando al máximo la cuestión, les llevaban a mantener que
la existencia de cualquier cuerpo intermedio entre el ciudadano y el Estado
encontraba su explicación y fundamentación no, ni mucho menos, en la
voluntad soberana del poder constituyente del Estado —que, por otra parte,
aspiraban a destruir—, sino en su propia existencia.
Muy lejos de esto, como decimos, lo que sucede es que quienes forma-
ban parte del Tribunal Constitucional español en 2010 hubieran tenido que
ser conscientes de que, muy en contra de lo que sancionaba el Estatuto de
Autonomía catalán de 2006, lo afirmado por el último constituyente español
en el preámbulo tan solo permitía interpretar el desarrollo del Estado de las
Autonomías desde la lógica y las categorías conceptuales propias del
moderno Estado constitucional, del que aquel es, quiérase o no, y como, en
contra de lo mantenido en su día por Georg Meyer, supo comprender
acertadamente Carl Friedrich en relación con todo Estado políticamente
descentralizado, única y exclusivamente una manifestación estructural
concreta. Lo que, de modo inevitable, hubiera debido conducir a los magis-
trados constitucionales de 2010, liberándose de esos absurdos temores que
muchas veces existen entre los miembros de la clase académica española de
no ser considerados unos “auténticos juristas”, a la conclusión de que en la
España del siglo xxi resultaban no solo perfectamente correctas, sino de
plena, total y absoluta aplicación las afirmaciones vertidas, en 1927, y en su
magnífica y espléndida La soberanía, por Hermann Heller sobre el problema
de la justificación y vertebración del autogobierno del que, en el marco de un
verdadero Estado constitucional, pueden disfrutar los distintos centros
autónomos de decisión política democrática y legítima en el que el Estado
federal se divide. Nos referimos, en concreto, a su afirmación de que, en
contra de lo defendido por los confederantistas Calhoun y von Seydel, el
constitucionalismo monárquico alemán y el sindicalismo revoluciona-rio, lo
que en realidad sucede es que “cualquiera que sea la idea de que se tenga del
estado, será siempre falsa la afirmación de que pueden existir uno o más
sujetos de derecho que no tengan con el estado alguna essential connection.
Los sujetos incorporados al estado pueden ser históricamente más antiguos
que él, pueden ser todo lo independiente y poderosos que se
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el que John Wise denominó “momento del pacto social”, definen e indivi-
dualizan el determinado instrumento de gobierno por el que se rige la vida de
esa concreta comunidad política respecto del resto de las constituciones que
puedan estar vigentes en el resto de los Estados. Por el contrario, a la
“ideología de la Constitución”, articulada desde las concepciones formalistas
e instrumentales de la democracia y, en todo caso, ajena a la problemática de
los criterios políticamente legitimadores, informadores y vertebradores del
propio ordenamiento jurídico fundamental, lo que le preocupará será no, y ni
mucho menos, el asegurar la eficacia real de los principios y valores que
determinaron históricamente la aparición de la forma política Estado
constitucional, o la de los principios y valores que, por existir realmente la
sociedad de que se trate, determinaron el que la Constitución aprobada fuera
esa y no otra, sino el afirmar la vigencia formal de la literalidad de un
determinado texto constitucional al que, de uno u otro modo, se con-vierte en
una suerte de fetiche mágico-mítico que, en lógica y consecuente coherencia
con los presupuestos de la cultura mítica, ha de ser aceptado y defendido por
razones de fe. Afirmación y defensa de la mera literalidad del Código
Constitucional esta que, en todo caso, ha de hacerse con total y absoluta
independencia de la circunstancia de que, como muy bien explicó Heller, una
Constitución solo puede entenderse realmente vigente cuando, por
mantenerse la identidad entre “Constitución material” que existía en ese
determinado Estado en el momento en que se verificó el proceso constitu-
yente y el momento en el que se plantea la cuestión (P. De Vega), todos los
ciudadanos, o al menos una amplísima mayoría de ellos, se identifica con
aquel concreto Texto Constitucional y, por ello mismo, le reconoce como
una norma jurídica obligatoria y vinculante.
No es menester, según nuestro parecer, ser en exceso sagaz, ni realizar
un hercúleo esfuerzo intelectual para comprender los peligros que encierra la
actuación, tanto por parte de los miembros de la clase política como por
parte de los de la clase académica, desde los criterios de la ideología de la
Constitución. Bastará, en efecto, para ello con tomar en consideración que
fue, de algún modo, la utilización de la ideología de la Constitución la que
permitió en la Alemania decimonónica el gobernar en absolutista bajo la
vigencia formal de unos textos constitucionales relativamente democráticos,
como lo fueron todos aquellos que se aprobaron tras los episodios revolu-
cionarios de las décadas de 1830 y 1840. La técnica para lograr “gobernar
con la Constitución contra la Constitución”, que es, en última instancia, la
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9-39], obsesión tanto por parte de los iuspublicistas universitarios como por
parte de una gran parte de los miembros de la clase política por presentar el
texto constitucional como una norma jurídica directamente aplicable por los
tribunales de justicia, olvidando, con ello, todo ese contenido de carácter
político que de manera indefectible aquél ha de tener, y que, a diferencia de
otros países de nuestro entorno cultural que también habían salido de
situaciones de dictadura, estos no solo no han desaparecido, sino que,
incluso, se han agravado entre nosotros. Tanto que, y a ello hemos hecho ya
alguna referencia, no falta hoy en la Universidad española quien —no me
atrevería yo a afirmar que en el fondo un tal comportamiento no hace más
que responder a aquellas circunstancias de las que se lamentaba el gran
Georg Jellinek cuando, en 1906, escribía aquello de que “A menudo se
advierte cómo el profesor de Derecho Constitucional que no puede o no
quiere explicar el Estado, deja la política al juicio del poder soberano. […]
Además, sin el conocimiento político se excluye la crítica de la situación
jurídica reinante. [……] Solamente en el Derecho Constitucional el Derecho
vigente se trata normalmente como sino necesitase legitimación alguna, y las
disputas políticas de los profesores que consideran intrusiones de sus opiniones
políticas en materia jurídica positiva” [G. Jellinek, Reforma y mutación de la
Constitución (1906), Madrid, 1991, pág. 41], como, del mismo modo, tampoco
sabría yo de determinar a cuál de las dos hipótesis planteadas por Jellinek
responde su actuación, es decir, si su empeño no solo por reducir toda la rica
problemática del moderno Estado constitucional al conocimiento, siempre
avalorativo, y siempre acrítico, de los Fundamentos Jurídicos de las Sentencias
dictadas por el Tribunal Constitucional, o tan solo a determinados extractos de
aquellos, se debe a una opción voluntaria de prescindir del Estado en cuanto que,
siguiendo las orientaciones del más radical de los positivismos jurídicos
iniciales, se considera este como una mera ficción o como una simple
abstracción, o si, por el contrario, ello se debe a su incapacidad para poder
explicarlo, y ello pese a cultivar una rama del Derecho que, por ser, como afirmó
el propio Jellinek, tanto una Ciencia del Estado como una Ciencia del Derecho
del Estado, única y exclusivamente puede comprenderse de una manera cabal y
ponderada cuando, como advirtió ya Rudolf Smend, se cuenta con un
conocimiento fundado de lo que es y significa las formas políticas “Estado” y
“Estado constitucional”—, haya llegado a afirmar que el Derecho Constitucional
es tan solo aquello que el juez constitucional ha establecido en sus distintos
fallos jurisdiccionales.
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dadera realidad (P. Bastid [cfr. L’idée de Constitution, París, 1985, pág. 15]),
aquellos no fueron propiamente entendidos como auténticas Constituciones.
Aunque, de cualquier modo, no podríamos, ni querríamos, dejar de indicar
que, al obviar, cuando no silenciar de manera maliciosa, el significado real
que a estos efectos tuvo el tránsito del Estado constitucional liberal al Estado
constitucional democrático y social, en muchos casos tan insignes profesores
del Derecho Constitucional desde el positivismo jurídico jurisprudencial les
resulta plenamente aplicable aquella crítica que Heller realizaba al Hans
Kelsen del más radical de los normativismos logicistas: que porque del ser, o
al menos presentarse como tales, más juristas que nadie, lo que consiguen es
perder su propio objeto de estudio.
Lo que, en realidad, nos interesa es indicar que tal equiparación e
identificación de la fuerza jurídica obligatoria y vinculante de los preceptos
constitucionales con la posibilidad de que los mismos puedan ser alegados
ante los tribunales de justicia, y que el juez pueda aplicarlos directamente,
incluso —y esta sería la única diferencia que cabría encontrar entre la situa-
ción jurídica definidora del Estado constitucional liberal respecto de lo hoy
defendido por el positivismo jurídico jurisprudencial—, aunque no exista una
ley ordinaria que desarrolle ese concreto mandato constitucional, en modo
alguno nos parece correcta y adecuada. Desde luego, no creemos que la
misma sea la solución que deba extraerse de la que, sin disputa posible
alguna, constituyó la primera y, seguramente, más lúcida exposición sobre la
mecánica del ejercicio del Pouvoir Constituant. No referimos, fácil ha de ser
deducirlo por lo hasta aquí dicho, a la explicación del proceso constitu-yente
realizada por el reverendo John Wise. De una manera más concreta, a lo que
aludimos es aquellas palabras que “el más conspicuo mentor de la
revolución” (Adams) escribió en su ya rememorada A Vindication, confor-
me a las cuales “Un voto o decreto [la Constitución] debe inmediatamente
establecer una particular forma de gobierno sobre ellos. Y si han convenido
en el primer Compact una cláusula expresa de que se estará en todo lo con-
cerniente a la forma de gobierno a la decisión resultante del primer Voto:
Todos ellos estarán obligados por la mayoría a aceptar la forma particular así
establecida, aun cuando su propia opinión privada, les incline hacia algún
otro modelo” [p. 33].
Desde esta perspectiva, creemos que la solución correcta a la pro-
blemática de la fuerza normativa de las normas constitucionales es la de
entender que todas ellas, y sin excepción, se presentan como auténticas
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guez Zapatero debía presentar a las cortes generales, en cuanto que órgano
constitucionalmente competente para llevar a cabo las fases de elaboración,
discusión y aprobación del proyecto de reforma del citado artículo 57.1 que,
porque así lo dispuso el constituyente de 1977-1978 como mecanis-mo
idóneo para soslayar cualquier hipótesis de revisión constitucional que
pudiera afectar a la continuidad de la monarquía como forma de gobierno en
España —que, de este modo, y de un modo no muy distinto al que se utilizó,
como señala James Bryce [Constituciones flexibles y Constituciones rígidas,
Madrid, 1988, págs. 77-78], en la Constitución francesa de 1875, el régimen
monárquico quedaba fácticamente, que no desde el punto de vista jurídico y
formal, como una materia inmodificable ni siquiera por el poder de reforma,
en tanto en cuanto que, como, con acierto, señaló C. Esposito [La validitá
delle le Leggi. Studio sui limiti de la potestà legislativa, y vici degli atti
legislativi e il controllo giurisdizionale, Milán, 1964, reimpr. in-alterada de
la ed. de 1934, págs. 173-174], la adopción de procedimientos
superagravados para la modificación formal del Código Jurídico-Político
Fundamental equivale, de hecho, al establecimiento de límites materiales
expresos a la reforma—, habría de ser definitivamente aprobada por el voto
del cuerpo electoral en un referéndum obligatorio.
Como es obvio, no voy a entrar aquí a discutir si, como, entre otros
muchos juristas o no juristas españoles, tenía razón Teresa Freixas [cfr.
“Reforma de la Constitución: igualdad de mujeres y hombres y sucesión a la
Corona de España”, en F. Rubio Llorente y J. Álvarez Junco (eds.) y otros,
El informe del Consejo de Estado sobre la reforma constitucional. Texto del
informe y debates académicos, Madrid, 2006, pág. 350] cuando entendía que
asegurar la igualdad de género en la sucesión en la jefatura del Estado
constituía una exigencia democrática ineludible, de suerte tal que la
realización de aquella reforma se convertía en una conditio sine quae non
para el fortalecimiento, desarrollo y profundización del Estado constitucional
mismo, o si, por el contrario, era mi buena amiga Jasone Astola Madariaga
[cfr. “La reforma de la Constitución desde una perspectiva de género”, en S.
Roura y J. Tajadura (dirs.) y otros, La reforma constitucional. La orga-
nización territorial del Estado, la Unión Europea y la igualdad de género,
Madrid, 2005, págs. 560-561] quien tenía razón al afirmar que se trata de una
propuesta que, aunque resulte “políticamente correcta”, carece, a pesar de
estar fundada en la siempre deseable igualdad entre los hombres y las
mujeres que constituyen la ciudadanía del Estado, en realidad de la mínima
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forma en que lo hace y los objetivos que persigue con su intervención. Por
ello, los objetivos y finalidades fundamentales del Estado que se constituyen
deben figurar en él. De esa manera, la Constitución que es siempre la tra-
ducción jurídica y la expresión política de un orden material de valores que
la precede, encuentra reflejado dicho orden en el preámbulo constitucional.
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que, por el contrario, el artículo 63.3 dispone que el rey, con autorización de
las cortes generales, declara la guerra y firma la paz. Si llegara el caso, pre-
valece este artículo, pero el preámbulo está invitando a los poderes públicos
a que eviten dichas situaciones mediante procedimientos pacíficos. En este
supuesto, el preámbulo está expresando mejor que el precepto indicado el
espíritu de las Constitución. Repito: jurídicamente, planteado el indeseable
supuesto, prevalecería el artículo referido, pero la función del preámbulo es
de persuasión y estímulo a los poderes públicos para que no den lugar a que
llegue la ocasión de aplicar dicho precepto, que debe quedar como ultima
ratio para cuando esto sea verdaderamente inevitable.
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Apéndices
Óscar Alzaga Villaamil
Introducción
La Sentencia 31/2010 del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de
2006 pasará a engrosar el corpus doctrinal de sentencias fundamentales en la
definición del Estado autonómico, por mucho que se la quiera devaluar por
las dificultades con que tropezó el alto tribunal para darla a luz.
Los profesores de la asignatura, en los días previos a dictarse el fallo,
nos hubimos de limitar a seguir algunas filtraciones en las páginas de la
prensa sobre cómo avanzaba esta obra jurisdiccional hasta su desenlace, el
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Óscar Alzaga Villaamil
Vid. TRIEPEL, H.: Derecho público y política, trad. esp., Ed. Civitas,
1974, págs. 15 y concordantes. También, LIMBACH, J.: “Papel y poder del
Tribunal Cons-titucional”, TRC, n.º 4, 2.º semestre 1999, pág. 96 y concordantes.
STC 194/1992, de 16 de noviembre.
RODRÍGUEZ BEREIJO, A.: “Constitución y Tribunal Constitucional”, en
Civitas. Revista Española de Derecho Administrativo, n.º 91, 1996, págs. 371, 375 y
376.
Vid. ALZAGA VILLAAMIL, O.: “Sobre la composición del Tribunal
Cons-titucional”, TYRC, n.º 10-11, 2003, págs. 149 y ss.
250
La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...
(5)
Stone, en el gran legislador . Y este ha sido, en buena medida el caso que
nos ocupa. A ello habremos de volver en las páginas finales de este trabajo.
Para acercarnos al análisis científico político sistemático que ha podido
gravitar, como complemento de la hermenéutica jurídico pública, a la hora
de dictar sentencia, estimamos pertinente empezar por unas breves conside-
raciones y por una visión panorámica de ese género literario específico que
constituyen los preámbulos en Derecho constitucional, bien diferenciable del
de los preámbulos de las leyes ordinarias que, por lo general, se limitan a
exponer, a modo de “exposición de motivos”, los fines que persigue abordar
el proyecto de ley y, después, los fines de la norma que alcanza vigencia con
(6)
rango de ley ; constituyendo un factor más o menos significativo, según los
casos, a la hora de abordar una interpretación teleológica de la dispo-sición
(7)
de que se trate . Si bien es cierto que los preámbulos de las leges
superiores, entre otros cometidos más relevantes, también pueden reflejar
“los motivos capitales de la ley fundamental”, en palabras de Wittmayer.
Empecemos por dejar claro que los preámbulos de las leyes ordinarias
pertenecen a una galaxia jurídica muy distante de la que configuran los
preámbulos de las grandes fuentes jurídicas propias de nuestra disciplina,
como alejado se encuentra el alcance de la Ley fundamental de las fuentes
que conforman el resto del ordenamiento jurídico.
Pero la distinción alberga algunas complejidades cuando se trata de la
singular posición de los preámbulos de las Constituciones de los Estados
federales, sujetos de soberanía en el Derecho internacional público, respecto
de los preámbulos que encabezan las constituciones de los estados federados
STONE, SWEET, A., quien llega a sostener, desde el debido realismo, que
“los jueces constitucionales se comportan más como legisladores sofisticados y los
legis-ladores actuarán de acuerdo con lo que los Jueces Constitucionales hagan”,
Governing with Judges, Oxford, 2000. Cfr. GARRIDO FALLA, Fernando: “La
elaboración de las sentencias del Tribunal Constitucional: Una experiencia
personal”, TRC, n.º 10-11, 2003, pág. 61.
Vid. GARRIDO FALLA, F.: Comentarios a la Constitución, Ed. Civitas,
Madrid, 1980, págs. 17 y 18.
Vid. DÍEZ-PICAZO, L. M.: “Los preámbulos de las leyes (En torno a la
motivación y la causa de las disposiciones normativas)”, Anuario de Derecho Civil,
Tomo XLV, Fasc. II, MCMXCII, págs. 502 y ss.
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única huella formal que deja a su paso el poder constituyente, a cuya con-
dición se refería Donoso Cortés cuando afirmaba en términos excesivos:
“el poder constituyente no puede localizarse por el legislador, ni formu-
larse por el filósofo; porque no cabe en los libros y rompe el cuadro de
las constituciones; aparece como el rayo que rasga el seno de la nube,
(11)
inflama la atmósfera, hiere a la víctima y se extingue” . Pero en el
preámbulo, añadimos nosotros, queda su sello.
La firma que estampa el poder constituyente en el preámbulo es lo más
relevante del mismo dado que la Constitución es la única y gran obra de
aquél. En los albores del movimiento constitucionalista se trataba de la
expresión de la voluntad política de un pueblo —también denominable
nación— preexistente, que inauguraba el ejercicio de su voluntad colectiva
al darse a sí mismo una Constitución Política. Este ejercicio de voluntad
soberana es lo que permitirá a Carl Schmitt considerar toda Constitución
(12)
como “una decisión política del titular del poder constituyente” ; lo que
formula en esquema anti formalista, pero que es menos original de lo que de
ordinario se piensa, por ser altamente tributario de la venerable doctrina del
poder constituyente asentada por los padres de la teoría del “pouvoir
constituant”durante la Revolución francesa.
Hemos de retener que la legitimidad del poder constituyente está
irre-misiblemente conexa con la legitimidad del sistema político que
establece. Y su nítida diferenciación de lo que en el Derecho
Constitucional español vigente es el muy respetable pero bien distinto
poder estatuyente, poder constituido por la propia Constitución de 1978 y
sometido al imperio de la misma. Sus respectivos frutos normativos se
ordenan en base al principio de jerarquía.
A este pronunciamiento de los preámbulos sobre su autor, que
damos en adjetivar de capital, vamos a dedicar buena parte de las
reflexiones cen-trales de este trabajo.
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Nos referimos a una vieja matización que formularon, entre otros muchos
autores, HELLER, H., que sostiene que el pueblo es una formación cultural amorfa, que
se convierte en nación cuando la conciencia de pertenecer al conjunto llega a
transformarse en una conexión de voluntad política (Teoría del Estado, trad. esp., Ed.
Fondo de Cultura Económica, 5.ª ed., México, 1963, págs. 174 a 183), o SCHMITT, C.,
para quien «la palabra nación designa en sentido expresivo un pueblo con capacidad de
actuar, despierto a la conciencia política», en Teoría de la Constitución, trad. esp.
Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1982, págs. 71 y 96.
Vid. DE VEGA, P.: La reforma constitucional y la problemática del poder
constituyente, Ed. Tecnos, Madrid, 1985, págs. 24 a 76.
ZWEIG, E.: Die Lehere von «Pouvoir constituant». Ein Beitrag zum Sta-
atsrecht der französischen Revolution, Ed. Verlag von J. C. B. Mohr, Tubinga, 1909,
págs. 1 y ss.
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(20)
constituido . Menor aplauso merece el elogio de Siéyès, como un gran logro
revolucionario francés, de la diferenciación entre poder constituyente y poderes
(21)
constituidos . La réplica se la proporcionó La Fayette, al recor-darle que ya
en Norteamérica se había partido de la idea de la existencia de un poder
constituyente distinto de los constituidos, aplicando la distinción con aun mayor
(22)
pulcritud a como lo habían hecho las asambleas francesas .
El vigor del mito de la nación es un fenómeno complejo que alberga, entre
otros factores, lo que Max Weber denominó “una sugestión emotiva que se basa
en el sentimiento de prestigio que con frecuencia penetra de modo profundo en
las masas pequeño burguesas” lo que —sostiene Weber— “por quienes lo
utilizan (conlleva) el siguiente significado indudable: la posesión por ciertos
(23)
grupos humanos de un sentimiento específico de solidaridad fren-te a otros” .
Añadiríamos nosotros que esa solidaridad interna y falta de solidaridad
extramuros se basa en la enseñanza y comprensión de la historia propia en
términos de autosatisfacción y de superioridad sobre el vecino. Lo que nos
asoma al gran pasivo que ofrece en su balance todo nacionalismo.
Pero la fuerza del mito de la nación explica que los revolucionarios
liberales españoles lo hicieran suyo precisamente contra los franceses, y
el que se esgrimiera como bandera del liberalismo progresista español
durante toda la historia de nuestro constitucionalismo, incluyendo nuestra
vigente Constitución de 1978, así como que lo deseen hacer propio, tanto
tiempo después los miembros del Parlament, a la hora de escribir su
preámbulo del Estatut. Sobre ello volveremos.
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de los franceses y Rey de Italia, protector de la Confederación del Rhin, etc. Hemos
decretado y decretamos la presente Constitución, para que se guarde como ley fun-
damental de nuestros Estados y como base del pacto que une a nuestros pueblos con
Nos, y a Nos con nuestros Pueblos”. Fácil es observar que se ha creído conveniente
cumplir el trámite de oir a una Junta que se adjetiva retóricamente de nacional,
aunque fue convocada y compuesta según la voluntad soberana de Napoleón.
Igualmente es constatable que en el tercer y último párrafo del preámbulo emerge la
idea roussonia-na del pacto, pero reciclada en mero pacto de adhesión a la
omnímoda voluntad del invasor.
Vid., sobre el profundo sentido revolucionario que impulsa la sublevación
popular contra la invasión francesa, entre los autores de la época: FLOREZ ESTRADA,
A.: Introducción para la historia de la revolución de España, Londres, 1810; puede
consultarse la ed. de Ed. Espasa, 2009. CONDE DE TORENO: Historia del levanta-
miento, guerra y revolución de España, 1835-1837; puede consultarse la ed. de Urgoiti,
Pamplona, 2008. PRADT, M. de: Mémoires historiques sur la révolution d´Espagne,
Ed. Chez Rosa, París, 1816. LE BRUN, C.: Retratos políticos de la Revolución de
España, Filadelfia, 1826.
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en ella por padres de la patria, ¿iríamos a postrarnos a los pies del soldán de
(32)
la Francia para que nos pusiese en la lista de sus viles esclavos?...” .
Esta es la herencia que reciben las cortes gaditanas tras los balbuceos de
la Junta Suprema (y luego de la Junta Central) entre el 20 de octubre de
1809 y enero de 1810.
La guerra de la independencia la inicia y prosigue el pueblo español; y
la obra constituyente de Cádiz se aborda en nombre del mismo, es decir, de
(33)
la nación española. Ello es claro en el Discurso Preliminar , que, en
(34)
nuestra opinión, no tiene formalmente rango de preámbulo , de cuyos
numerosos párrafos queremos enfatizar estos: “La Comisión ha dividido la
Constitución en cuatro partes que comprenden: Primera, lo que corresponde
a la nación como soberana e independiente…… que comienza declarando a
la nación española libre y soberana, no solo para que en ningún tiempo y
bajo de ningún pretexto puedan suscitarse dudas, alegarse pretensiones ni
otros subterfugios que comprometan su seguridad e independencia, como
ha sucedido en varias épocas de nuestra historia, sino también para que
los españoles tengan constantemente a la vista el testimonio augusto de
su grandeza y dignidad, en que poder leer a un mismo tiempo el solemne
catálogo de sus fueros y de sus obligaciones sin necesidad de expositores
ni intérpretes.
La nación, señor, víctima de un olvido tan funesto, y no menos des-
graciada por haberse dejado despojar por los ministros y favoritos de los
reyes de todos los derechos e instituciones que aseguraban la libertad de
sus individuos, se ha visto obligada a levantarse toda ella para oponerse a
la más inaudita agresión que han visto los siglos antiguos y modernos; la
que se había preparado y comenzado a favor de la ignorancia y oscuridad
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conservadores , lo que importa aquí es destacar que el preámbulo de
la Constitución de 1869 funde, por primera vez, liberalismo y democracia
y lo hace desde el patriotismo del viejo liberalismo de sus abuelos para
(57)
decir sucintamente: “LA NACIÓN ESPAÑOLA y en su nombre las
Cortes Constituyentes, elegidas por sufragio universal, deseando afianzar
la justicia, la libertad y la seguridad, y proveer al bien de cuantos vivan
en España, decretan y sancionan la siguiente Constitución”.
Sabido es que, tras la abdicación de Amadeo de Saboya el 11 de fe-
brero de 1873, las cámaras, reunidas en Asamblea nacional proclamaron
la República. Se enterró la Constitución de 1869 y se inició la corta
experien-cia de la I República, de cuyo proyecto de Constitución
pasamos a dejar constancia —con la misma brevedad que acompañó al
fallido intento— de su preámbulo: “La Nación Española, reunida en
cortes Constituyentes, deseando asegurar la libertad, cumplir la justicia y
realizar el fin humano a que está llamada en la civilización, decreta y
sanciona el siguiente Código fundamental”. Así, la nación soberana,
como ya era habitual para nuestros liberales decimonónicos en los trances
(58)
difíciles, emergía con plena potestad constituyente .
Recordemos que Pi y Margall, prócer republicano barcelonés, ministro
de la Gobernación en el gabinete de Figueras y acto seguido presidente del
Consejo de Ministros, hasta que la insurrección cantonalista lo derribó del
poder, era federalista, pero consideraba a España como una nación, inte-
(59)
grada por provincias que tenían que relacionarse en términos federales .
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política española , promoviendo la “Conferencia Nacional Catalana”, y la
escisión que conllevó crear el partido denominado Acció Catalana en junio
de 1922. Este y el Partido Republicano Radical participaron, con éxito, en las
elecciones provinciales de un año después con programas y mensajes que
compartían un nacionalismo soberanista catalán y una agresividad mal
(67)
disimulada contra el regionalismo de la Lliga . Es este catalanismo radical
(68)
el que desemboca en la “Revolución de octubre de 1934” .
Pues bien, debemos recordar que la diputación provisional de la Ge-
neralitat de Cataluña en 1931, antes de aprobarse la Constitución de la II
República, procedió a redactar lo que se denominó el “Projecte únic d´Es-
tatut”, más conocido como Estatuto de Nuria, que según se afirmaba en
el primer párrafo de su preámbulo “ha partit del dret que té Catalunya,
com a poble, a l´autodeterminació”.
Del extenso preámbulo de aquel proyecto (edulcorado con un histori-
cismo, menos pretencioso que el del Proyecto de 2005, pero que pretende
reescribir en Cataluña las raíces de nuestra historia constitucional común), a
los efectos de nuestra exposición interesa traer a la memoria dos párrafos:
“Catalunya vol que lÈstat español s’estructuri d’una manera que fes posible
la federació entre toits els pobles hispànics”. Y, más adelante: “Els pobles
d’Espanya, que són els més nous en la comunió de les nacions lliures, on
entraren per una revolució sense altra empenta que la viril i irresistible
reivindicació de la propia sobirania en les urnes electorals, voldríem els
catalans que fessin en la Constitució de la República la declaración més
humana a favor dáqueixa aspiració universal que és la pau entre les nacions”.
Salta a la vista de estos y otros incisos que el preámbulo define a Catalu-ña
como pueblo y/o nación, titular de la soberanía política. Coherentemente,
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Así las Cortes lo aprueban en 1932 , con modificaciones verdaderamente
sustantivas. La primera que debemos subrayar es que desapareció la totalidad
del preámbulo. El artículo 1.º pasó a disponer: “Cataluña se constituye en
Región autónoma dentro del Estado español, con arreglo a la Constitución de
la República y el presente Estatuto”. Se suprimió toda calificación de Ca-
taluña como pueblo dotado de una independencia originaria, o calificable de
nación soberana. El Estatuto de Cataluña de 1932, en su versión definitiva,
simplemente traía causa de la Constitución de la República, autodefinida
(artículo 1) como “un Estado integral, compatible con la autonomía de los
(75)
Municipios y las Regiones” .
El preámbulo de la Constitución española de 1978
No haremos mención de las Leyes fundamentales del franquismo,
donde es verdad que se menciona marginalmente, en ocasiones, a la “Na-
(76)
ción” , pero no como titular de la soberanía o del poder constituyente,
lo cual era lógico en un sistema de caudillaje, que prescindía de regirse
por una Constitución normativa.
Ya en el contexto del consenso pre transición, subrayemos la invoca-
ción a la nación en el preámbulo de la Ley 1/1977, de 4 de enero, para la
Reforma Política, y la coherente disposición en su artículo 1.º sobre que “la
ley es expresión de la voluntad soberana del pueblo…”, lo que conecta con
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(84)
de……” y se cierra el texto así: “En consecuencia, las Cortes aprueban y
el pueblo español ratifica la siguiente Constitución”.
Obvio es que, la Nación española protagoniza el preámbulo, como
poder constituyente del que emana el texto constitucional y los poderes
constituidos del Estado, incluyendo los autonómicos. A los efectos que nos
ocupan lo más interesante de esta declaración solemne es que concibe la
soberanía como unitaria, la enraíza en la Nación española y descarta la
(85)
pretensión formulada en las constituyentes por los nacionalistas vascos
(86)
por Esquerra Republicana de Catalunya de elevar a rango consti-
tucional la tesis de que la soberanía pertenece a los distintos pueblos de
España. La soberanía se concibe como indivisible, y su titular es la
nación española, que el mismo preámbulo, en su último apartado,
identifica con el pueblo español.
El encabezamiento del preámbulo tiene su consecución, como
sabemos, en los dos preceptos que abren el texto articulado: el artículo
1.2 dispone: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que
(87)
emanan los poderes del Estado” . Y el artículo 2 que establece: “La
(88)
Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación
española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y
garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que
la integran y la solidaridad entre todas ellas”.
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Vid. TUDELA ARANDA, J.: “El Estado Autonómico treinta años después.
Ensayo de una valoración”, en TRC, n.º 24, segundo semestre 2009, págs. 191 y ss.
Ley Orgánica 4/1979, de 18 de diciembre, BOE de 22 de diciembre de 1979.
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parlamentario sobre el nuevo Estatuto, solo el 14 % de los encuestados estimaba que
el mismo era uno de los principales problemas de Cataluña.
CARRERAS SERRA, F., de: “El proyecto de nuevo estatuto de Cataluña”,
en GARRIDO MAYOL, V.: (Dir.): Modelo de Estado y reforma de los Estatutos, Corts
Valencianes, Valencia, 2007, pág. 275. Lo que con tales palabras quería transmitir el
Prof. De Carreras era muy claro: como primer ingrediente, un PSC, que tras las
elecciones autonómicas del 16 de noviembre de 2003, quiso alzarse al Gobierno de la
Generalitat pactando con el nacionalismo independentista de ERC un nuevo Estatuto —
no una reforma del entonces vigente— que aprobó el Parlament, el 30 de septiembre de
2004, en términos chapuzados en una radicalidad que ponía en entredicho la futura
viabilidad del Estado autonómico. Y confluyó, como sumando, a partir de 2004, la
necesidad del propio PSOE de lograr apoyos parlamentarios entre las minorías nacio-
nalistas para mantenerse en el Gobierno. Vid. ALZAGA, O.: Del consenso constituyente
al conflicto permanente, Ed. Trotta, Madrid, 2011, págs. 76 y ss., y 96-97.
CARRERAS I SERRA, F.: “Respuesta a encuesta sobre dinámica del
sistema autonómico”, TRC, n.º 3, 1999, pág. 31.
ORTEGA ÁLVAREZ, L.: (Dir.): La reforma del Estado Autonómico,
Ed. CEPC, Madrid, 2005, págs. 18 y ss.
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Sabemos que la respuesta debe ser negativa: Baste con recordar que,
no mucho después de la “Semana trágica”, la CNT, a fines de 1918, tenía
en Cataluña 345.000 afiliados y tras la huelga general iniciada en
Cataluña el 24 de marzo de 1919, en unos días se afiliaron, con el
impulso de la patronal, más de 8.000 voluntarios armados al somatén y
empezaron las detenciones de centenares de obreros y una cruda
represión. Es decir, la más cruenta dialéctica social (revolución sindical y
contrarrevolución político-patronal) que se ha dado en la España de
principios del siglo XX. Pero era uno de los capítulos borrados en la
historia de Cataluña en su nueva versión de la propuesta de preámbulo.
Tiene un cierto aspecto novedoso la apelación a los citados derechos
históricos, que, según creemos, se explica al menos en parte, por el deseo de
sacar partido a la singular disposición adicional primera de la Constitución
de 1978, pese a estar limitada a los “territorios forales” y pese a que los
derechos históricos tengan cabida “en el marco de la Constitución”. Pero el
proyecto no conectaba con derechos forales sino que declaraba:
“El presente Estatuto sigue la tradición de las Constitutions i altres
drets de Catalunya, que históricamente habían significado la articulación
política y social de los catalanes y las catalanas”. Con lo que se desconocía
que una cosa es que la palabra Constitución tiene muy antiguas y plurales
(108)
raíces y otra bien distinta que en su acepción política contemporánea
solo se puede aplicar a leyes políticas fundamentales a partir del siglo XVIII
con los padres del constitucionalismo republicano norteamericano y con las
aportaciones que se destilan en ese gran laboratorio de las ideas jurídico
políticas contemporáneas que fue la Revolución francesa.
El historicismo neorromántico ciertamente es caldo de cultivo para el
retorno al distanciamiento de los próximos, a que aspiran los nacionalismos
infra estatales, pero es inquietante como ingrediente de un proceso consti-
tuyente, según manifestó prontamente, desde su gran autoridad intelectual,
Todos sabemos que fue un término empleado por Aristóteles y otros filó-
sofos de la Grecia clásica. Y en el Derecho canónico de la Iglesia católica se vienen
empleando desde hace siglos las expresiones “Constitución Apostólica” o
“Constitución Pontificia”. Y durante siglos hubo múltiples entes y personas jurídicas
cuyos estatutos o reglas internas se denominaban “Constituciones”.
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(109)
Manuel García-Pelayo . También es preocupante porque la sublimación
del sentimiento “identitario” se formula de espaldas al gran empeño su-
pranacional que es el proceso de integración y modernización de Europa.
Mucho se ha escrito sobre las virtudes que ven los nacionalistas más
radicales en reescribir la historia y seguidamente enraizarse en la historia
mítica resultante, que parte de una edad de oro en la noche de los tiempos,
repleta de aciertos y bondades, en el largo peregrinar por parte de un pueblo
heroico, cuya zona sombría la configuran los agravios de los pueblos vecinos
que tienen sojuzgado a aquel, y se encamina hacia la recuperación de tal
edad de oro mediante su independencia de los opresores.
Es la construcción de una cultura política, dotada de sus propios mitos,
construidos al servicio de movilizar a las masas en torno a un nacionalismo
que ofrece avanzar hacia el ejercicio de un derecho de autodeterminación,
hoy traducido por derecho a decidir, que permitirá la liberación de quienes
oprimen a la nación catalana y el apogeo de la misma.
Porque con razón escribió García-Pelayo que “los mitos vinculados
con la independencia contribuyen a configurar la conciencia nacional de
(110)
ciertos pueblos” .
También, dicho sea de paso, estuvimos en fase constituyente ante el
pretexto historicista que, en aras a los hechos diferenciales, impedía
asumir un consenso federal. De modo que el historicismo de los
nacionalismos menos convivenciales ya había logrado en sede
constituyente impedir un consenso federal a la altura de nuestro tiempo e
igualmente había contribuido a conseguir lo que años después el profesor
(111)
Blanco Valdés adjetivó como un compromiso apócrifo .
Este proyecto de preámbulo tenía algo muy singular; a saber, se remata-
ba con diez afirmaciones dogmáticas a modo de conclusiones. Constatemos
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brevemente las que aquí más nos conciernen: “Primero. Cataluña es una
nación”; “Quinto. Cataluña considera que España es un Estado plurinacio-
nal” (lo que equivalía a negar la existencia de la nación española); y tras el
décimo aserto, se establecía: “Por fidelidad a dichos principios y para hacer
realidad el derecho inalienable de Cataluña al autogobierno, los parlamen-
tarios catalanes proponen:…”. Arrancando a continuación la redacción del
articulado, del que solo mencionaremos que el artículo 1, reflejo directo del
preámbulo, tenía como rótulo: “La nación catalana”; y su apartado 1, a modo
de eco, disponía: “Cataluña es una nación”.
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BENEGAS, J.: Sigüenza, cit., págs. 44 y 74. Cfr. FAJARDO SPÍNOLA, L.:
“¿Hacia otro modelo de Estado? Los socialistas y el Estado autonómico”, Ed. Civitas,
Madrid, 2009, págs. 179 y 180.
STC 36/1981, de 12 de noviembre, que reconoce a los preámbulos un valor
jurídico hermenéutico. Vease, también: HERRERO DE MIÑÓN, M.: “Preámbulo”, en
CASAS, María Emilia y RODRÍGUEZ-PIÑERO, M.: Comentarios a la Constitución
Española, Ed. Wolters Kluber, Madrid, 2009, págs. 4 y ss, donde se recoge el valor
jurídico que reconocen a los preámbulos de sus respectivas magnas leyes ... Argentina,
Turquía, Portugal, Eslovenia, Chequia, Alemania, Francia y Polonia.
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(117)
Cataluña , ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña
como nación. La Constitución Española en su artículo segundo, reconoce
la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad”. El párrafo no era en
verdad la piedra filosofal: seguía pudiendo servir al nacionalismo catalán
más radical como primera premisa de un silogismo cuya conclusión fuese
que la propia Cataluña había decidido, desde su hipotética soberanía, que
no era parte de España. Y, a la vez, se hacía decir a la Constitución de
1978 (artículo 2) lo que no contiene; a saber, ni una mención expresa a
Cataluña, ni un reconocimiento expreso de “la realidad nacional de
Cataluña (léase nación)”, como “nacionalidad”.
Muy numerosos eran los textos del nuevo Estatuto de Cataluña cuya
constitucionalidad era puesta en cuestión, pero los citados del preámbulo
eran, si se nos permite parafrasear a Sadam Hussein, “la madre de todas
las batallas” a ventilar en la sede del Tribunal Constitucional.
VIII. La STC 31/2010 sobre el “Estatut”
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Vid. FJ 7, in fine.
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23 de octubre (FJ 7); 24/2004, de 24 de febrero (FJ 6); 183/2005, de 26 de mayo (FJ
y 235/2007, de 7 de noviembre (FJ 7).
VP (FJ 7) a STC 247/2007, de 12 de diciembre.
BLANCO VALDÉS, R. L.: “El Estatuto Catalán y la Sentencia de nunca
acabar”, Claves de la razón práctica, n.º 205, 2010, págs. 4 y ss.
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F) Epílogo
Una sentencia se puede valorar académicamente in vitro o en su
contexto. Porque parafraseando a Ortega puede decirse que una STC es
ella y su circunstancia. Está bien que enseñemos desde nuestras cátedras
al alumnado que el Tribunal Constitucional es un órgano eminentemente
jurisdiccional, que resuelve desde la luz del Derecho Constitucional
vigente las presuntas contravenciones de la Constitución, cuando sean
impugnadas en forma hábil por quienes estén legitimados para ello. El
propio Tribunal Constitucional prontamente afirmó la índole
jurisdiccional de su naturaleza y de su función, a partir de su sentencia
5/1981. Pero el sustrato encierra una mayor complejidad.
Desde los primeros pasos en que en Occidente se experimenta en torno
a un control de constitucionalidad del quehacer del Poder Legislati-vo, se
planteó la cuestión de si un Tribunal Constitucional que revisa las soluciones
legislativas de unas cámaras parlamentarias legitimadas por el proceso
electoral no es, en definitiva, contradictorio con el principio
(141)
democrático . Pero como la función hace al órgano, las constituciones
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democráticas de nuestro tiempo han tenido que prever que los tribunales
constitucionales se deben componer no con personas elegidas a través del
sufragio, sino con juristas de reconocido prestigio. Si bien no magistrados
de la carrera judicial.
Recordemos que Alf Ross clasificó las normas jurídicas por razón de su
contenido en normas de conducta y normas de competencia; y mientras las
primeras serían objeto del juicio ordinario de legalidad por los órganos del
Poder Judicial, las normas de competencia tendrían como principal sujeto
pasivo al Parlamento lo que explica que pueden carecer de sanción para el
(142)
caso de su contravención . Pero las normas de competencia incorporadas
a la Ley Fundamental, por la obvia supremacía de la Constitución en el seno
del ordenamiento jurídico, pueden conllevar la nulidad de las disposiciones
que las vulneren a través del pronunciamiento del Tribunal Constitucional. Y
sin duda, ponderar conflictos entre normas competenciales y la norma
suprema del ordenamiento, redactada a veces en términos impregnados de
abstracción y de generalidad, puede no ser fácil de hacer tan solo con la
hermenéutica jurídica tradicional, que quizás se muestre algo coja al efecto y
precisada de la técnica de la valoración jurídico política, en que, junto a otros
factores, los principios y valores, así como las concepciones filosófi-co
jurídicas e incluso las adjetivables de ideológicas de cada miembro del
Tribunal emergerán así con fuerza dirimente.
Cuando hay que resolver sobre un recurso de inconstitucionalidad
del calado y alcance del resuelto por la Sentencia 31/2010, no faltan nun-
ca los medios de comunicación y los políticos, que ven peligrar su obra
legislativa impugnada, que plantean y cuestionan el “origen político” del
nombramiento de los miembros que conforman el Tribunal. Es una forma
de intentar deslegitimar la sentencia que se teme, que desgraciadamente
conlleva siempre un desgaste del propio Tribunal Constitucional. En la
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Óscar Alzaga Villaamil
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La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...
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Óscar Alzaga Villaamil
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La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...
la Constitución Española y del Estatuto del País Vasco. En la medida en que el preám-
bulo no tiene valor normativo, consideramos que no es necesario, ni incluso resultaría
correcto, hacer una declaración de inconstitucionalidad expresa que se recogiera en la
parte dispositiva de esta Sentencia. Sin embargo, consideramos conveniente, en cuanto
los preámbulos son un elemento a tener en cuenta en la interpretación de las leyes,
manifestar el preámbulo de la ley 2/1981 carece de valor interpretativo alguno en la
medida en que el mismo se refiere a preceptos que sean declarados inconstitucionales y
nulos en la Sentencia o sean interpretados en la misma conforme a la Constitución y al
Estatuto de Autonomía y de manera contraria a lo expresado en dicho preámbulo”.
313
Óscar Alzaga Villaamil
Vid. las SSTC reflejadas en las notas 130 a 135 del presente artículo.
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La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...
No afirmo que el rebuscado proceder del tribunal en estos casos sea digno
de elogio, porque no lo comparto, solo pretendo entender la posición de un
tribunal al que se ha situado al borde de un escenario político disparatado.
La segunda pregunta que surge con espontaneidad es cuáles resultan
ser los efectos jurídicos del retorcido curso semántico de la sentencia en
estos supuestos en que lee, a la luz del preámbulo, como constitucional en
un precepto todo lo contrario que el mismo establece. En mi opinión es
que en el fondo —no en su forma— son tranquilizadores, pues el Tri-
bunal Constitucional no admite como constitucional lo que el legislador
estatuyente, aun siendo inconstitucional, pretendía incluir como válido en
nuestro ordenamiento jurídico. Ahora bien, me temo que hay un efec-to
negativo, el que tales fórmulas rocambolescas en nada contribuyen a
restañar las heridas abiertas en el prestigio del alto tribunal. Y ello es de
lamentar pues el Tribunal Constitucional tiene potestas pero necesita de
la máxima auctoritas.
Sexta: Consecuentemente, hay que asumir que la sentencia ha “desac-
tivado”el preámbulo del Estatuto y la mayor parte de este. A tal conclusión
llegan, con diversos razonamientos pero no contradictorios, los catedráticos
(152) (153)
de Barcelona Marc Carrillo y Enoch Albertí . Siento con pesar que
los medios de comunicación politizados hayan transmitido en muchos
casos a la opinión todo lo contrario. Lo anterior constituye una
afirmación que formulo a sabiendas de que cada uno de nosotros puede
pensar en su fuero interno que si él hubiese sido el ponente de la
sentencia la habría elaborado y redactado en términos más afortunados.
Pero la perfección no es planta que crezca sobre la tierra.
Séptima: No se puede desconocer que toda la sentencia —no solo
aquellas consideraciones de la misma relativas al preámbulo— está escrita
desde el conocimiento de los objetivos mediatos de determinados sectores
nacionalistas; y que el Tribunal procura, dentro de sus posibilidades, salir al
paso de sus pretensiones inconstitucionales de futuro.
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Óscar Alzaga Villaamil
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La nación en los preámbulos de las leges superiores, el Estatuto de 2006 ...
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Javier Tajadura Tejada
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Javier Tajadura Tejada
Para una exposición más detallada de esta definición cfr. TAJADURA TE-
JADA, J.: El preámbulo constitucional, Comares, Granada, 1997. págs. 7-13.
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Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
BOBBIO, N.: Teoría ..., ob. cit., págs. 59-61. Bobbio recoge con estas palabras
la antiquísima idea de Platón acerca del valor de la persuasión en el Derecho.
En el mismo sentido LUCAS VERDÚ, P. escribe: “La diferencia de estilo
de los preámbulos no afecta a su fuerza jurídica. Su retórica e incluso patetismo indi-
can su valor político-social e incluso jurídico. Parece absurdo sostener la tesis que
las partes que el legislador expresa con más énfasis se debilitan jurídicamente”.
Curso de Derecho Político, vol. II, Tecnos, 3.ª ed., Madrid, 1981, págs. 428-429.
GARCÍA DE ENTERRÍA, E.: La Constitución como norma y el Tribunal
Constitucional, Civitas, 3.ª edición, Madrid, 1985, págs. 63 y ss. “No basta con
afirmar que todas las normas contenidas en nuestro texto constitucional tienen
alcance nor-mativo. Hay que añadir que ese todas atañe también a un sector no
articulado como el preámbulo”. LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento constitucional,
Reus, Madrid, 1985, pág. 117.
323
Javier Tajadura Tejada
324
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
(9)
con una finalidad prescriptiva— dan lugar a documentos normativos
—textos que contienen reglas de conducta jurídicamente obligatorias—.
Un documento normativo es, por tanto, un conjunto de enunciados con
finalidad prescriptiva resultantes de un acto normativo. Cada uno de esos
enunciados es una disposición. Toda disposición se entiende así como la
fórmula institucionalmente destinada a establecer y manifestar, por medio
de su interpretación, la norma. Por tanto, disposición y norma son cosas
distintas. La primera es la formulación lingüística de la segunda. La
(10)
norma se obtiene mediante la interpretación de las disposiciones . Una
dispo-sición, por tanto, puede contener varias normas, y a la inversa, una
(11)
norma puede ser expresada mediante varias disposiciones .
La negación del carácter de disposiciones a los enunciados pream-
bulares, nos exigiría admitir la imposibilidad de que estos dieran a lugar a
normas. Pero ello no es posible. Los enunciados preambulares son disposi-
ciones. Ello es claro dado que son enunciados lingüísticos con significado. Y
son disposiciones que, aun formuladas en lenguaje descriptivo, forman
325
Javier Tajadura Tejada
parte del texto normativo, y como tal tienen una finalidad prescriptiva.
Dos argumentos corroboran esta afirmación:
En primer lugar, como ya hemos visto, son parte del documento
normativo porque los preámbulos se encuentran sistemáticamente
ubicados tras la fórmula promulgatoria y son discutidos, enmen-
dados y aprobados como un artículo más.b) En segundo lugar, su
finalidad prescriptiva se desprende del hecho de que el legislador,
cuando actúa como tal, ni informa ni describe, sino que prescribe y
todo lo que él emana tiene ab origine ese carácter.
Pero del hecho de que los enunciados preambulares sean disposi-
ciones no se desprende sin más que sean idóneos para extraer de ellos
normas jurídicas y por tanto para calificarlos de disposiciones
normativas. Como afirma Wroblewski, la discusión relativa a la
normatividad de cualquier parte de un texto legal o constitucio-nal
solo es significativa después de definir, anótese, el término
(12)
“normatividad” . Y si por normatividad se entiende, siguiendo
al autor citado, que las disposiciones de un texto legal son o bien
directamente aplicables (valor normativo directo), o aplicables tras
(13)
construir algunas normas a partir de estas disposiciones (valor
normativo indirecto), debemos analizar si de las disposiciones
preámbulares cabe predicar tal cosa.
326
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
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Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
(20)
luntas legis como objeto esencial del descubrimiento normativo , y,
por otra, los que asignan tal posición a la voluntas legislatoris. Los
defensores de la primera alegan que, por lo general, la ley resulta, a la
(21)
postre, ser más inteligente que sus autores . La obra del sujeto se
desvincula del mismo y adquiere nueva vida.
Frente a estas posturas, Hesse afirma que el “objetivo de la interpretación
solo relativamente puede consistir en el descubrimiento de una ‘voluntad’,
(22)
objetiva o subjetiva, preexistente en la Constitución” . Y ello porque “en los
supuestos en que la Constitución no contiene un criterio inequívoco, lo que
equivale a decir en todos los supuestos de interpretación constitucional,
propiamente ni la Constitución ni el constituyente han tomado una decisión,
habiéndose limitado a proporcionar una serie más o menos numerosa, pero
(23)
incompleta, de puntos de apoyo de aquella” . Ahora bien, de la existencia de
compromisos apócrifos, por utilizar la terminología de Carl Schmitt, no se
desprende sin más que la noción “voluntad del constituyente” sea una ficción.
Del hecho de que en algunos casos esté ausente, no se deriva su inexistencia. Es
más, sin recurrir a dicha “voluntad del poder constituyente” resulta impo-sible
explicar el origen y nacimiento de una Constitución.
En este contexto corresponde señalar qué papel puede jugar un preám-
bulo a la hora de interpretar el texto normativo al que precede, qué utilidad
presenta el preámbulo constitucional a la hora de interpretar la Constitución,
es decir, a la hora de deducir normas jurídicas de sus concretas disposiciones.
La respuesta a esta pregunta confirmará la tesis sostenida en el apartado
329
Javier Tajadura Tejada
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Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
331
Javier Tajadura Tejada
con Hermann Heller y Rudolf Smend, Schmitt es uno de los autores más
representativos de la reacción contra el extremado formalismo jurídico en
que había desembocado la dogmática alemana del derecho público
(Gerber, Laband, Jellinek, Kelsen).
La clave de su obra reside en el decisionismo. Para Schmitt la Cons-
titución es decisión, no norma. “La esencia de la Constitución no está
contenida en una ley o norma. En el fondo de toda normación reside una
(25)
decisión política del titular del poder constituyente” . El fundamento
de la Constitución reside, por tanto, no en la razón sino en la voluntad.
La Constitución se establece mediante un acto del poder constitu-
(26)
yente . “La Constitución en sentido positivo surge mediante un acto
del poder constituyente. El acto constituyente no contiene como tal unas
normaciones cualesquiera, sino, y precisamente por un único momento
de decisión, la totalidad de la unidad política considerada en su particular
forma de existencia. Este acto constituye la forma y modo de la unidad
(27)
política, cuya existencia es anterior” . Mediante un acto, pues, de una
voluntad preexistente, la voluntad de un pueblo, se establece la Consti-
tución. “Siempre hay en el acto constituyente un sujeto capaz de obrar,
(28)
que lo realiza con la voluntad de dar una Constitución” . Este acto de
la voluntad nacional, esta decisión fundamental, tiene por objeto la forma
y el modo de la unidad política. Unidad política que, por tanto, no surge
por la Constitución, no es consecuencia o efecto de ella, sino antes bien,
su fundamento o causa.
Este planteamiento, que trata de superar el hueco formalismo en que
se hallaba la Teoría del Estado, conduce al intento de captar el concepto
de Constitución, no mediante un análisis de sus partes integrantes, sino a
través de una intuición esencial que la revele como una totalidad en
función de la cual se expliquen luego las partes componentes.
332
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
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Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
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Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
Hay que advertir que ninguno de los fenómenos incluidos en cada uno de los
tipos de integración pertenece, de manera exclusiva o pura, al grupo en cuestión.
SMEND, R. Constitución……, ob. cit., pág. 92.
Ibíd., págs. 70-77.
Ibíd., págs. 78-92.
337
Javier Tajadura Tejada
(41)
material . La integración material se opone a la integración
personal y a la funcional en tanto estos últimos son,
únicamente, modos de integración formal. A este respecto
Smend escribe: “Es cierto que no existe, en última instancia,
ningún modo de integración formal sin una comunidad material
de valores, del mismo modo que no es posible la integración a
través de valores sustantivos si no existen formas funcionales.
Pero generalmente predomina uno de los dos tipos de
integración... A los tipos de integración que consisten en
momentos formales (personales y funcionales)… se oponen
radicalmente aquellos tipos de confi-guración de la comunidad
(42)
que se basan en valores comunitarios sustantivos” .
A la integración material o real pertenecen todos aquellos fenómenos
que significan participación de los individuos en un contenido de valores
(43)
estatales. Entre estos destacan todos los símbolos que materializan el
contenido axiológico del Estado y hacen sencillo su conocimiento.
“Un punto clave de la moderna teoría del Estado es la consideración de
que el Estado se basa en la consecución de objetivos comunes, o, por lo
(44)
menos en que dichos fines justifican la existencia del Estado” . Los men-
cionados fines y objetivos, como acabamos de ver, suelen hallarse recogidos
en los preámbulos constitucionales y en tanto que aquellos son factores de
integración real, los preámbulos en cuestión adquieren el mismo carácter.
Como ya vimos los preámbulos constitucionales suelen contener el
techo ideológico del régimen, sintetizan todo su contenido axiológico, y
cumplen esta función de un modo asequible para todo ciudadano. El pue-
blo, interiorizando y asimilando el texto preambular de una Constitución,
338
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento……, ob. cit., pág. 130. Esto es algo que
ya está presente en nuestra historia constitucional desde sus inicios en Cádiz, en 1812.
Con referencia a este texto un autor de la época escribía: “Lo que importa es que nuestro
Código fundamental, tal cuál es, mientras se perfecciona con el tiempo, la experiencia y
el estudio, sea amado y respetado por los españoles con una especie de culto; no permita
que se viole jamás, aun en el que parezca más insignificante de sus artículos, y que todos
los buenos españoles estén prontos a defenderla aunque sea arriesgando su sangre. La
Constitución, toda la Constitución sin excepción, debe ser la voz de guerra de los
ciudadanos de España siempre que se ataque su ley fundamental (SALAS, R.:
Lecciones de Derecho público constitucional para las Escuelas de España, CEC,
339
Javier Tajadura Tejada
Madrid, 1982)”. En este sentido, la Constitución de 1812 disponía en su artículo 368: “El
plan general de enseñanza será uniforme en todo el reino, debiendo explicarse la
Constitución política de la Monarquía en todas las Universidades y establecimientos
literarios, donde se enseñen las ciencias eclesiásticas y políticas”. El artículo 148.3 de la
Constitución de Weimar, por su parte, disponía que cada escolar recibiese al terminar la
escuela un ejemplar de la Constitución. Naturalmente, esto por sí es insuficiente, es
menester exponer el espíritu del texto que se entrega.
LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento……, ob. cit., pág. 70.
JUSTO LÓPEZ, M.: El mito de la Constitución, Ed. A. Perrot, Buenos Aires,
1963.
LUCAS VERDÚ, P.: El sentimiento……, ob. cit., pág. 134.
340
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
341
Javier Tajadura Tejada
Todo ello sin perjuicio de la utilidad que puede tener para crear ese ‘sen-
timiento constitucional’ que se da cuando los ciudadanos asumen como
propios los principios constitucionales y los incorporan como elemento
irrenunciable de la convivencia nacional. Es decir, sin perjuicio de la fun-
cionalidad que puede tener el preámbulo constitucional como elemento de
(50)
socialización política y factor de integración nacional” . En el mismo
sentido se pronuncia Alzaga: “Es de celebrar la existencia de este lacónico y
bien redactado preámbulo, que por su propia naturaleza ha podido aban-
donar la terminología técnico-jurídica que necesariamente impregna hasta el
último rincón el extenso articulado de nuestra Constitución, para emplear un
lenguaje directo y capaz de llegar hasta el último de los españoles ... Y esto
es importante y auténticamente positivo, pues no debe olvidarse que la
Constitución no es solo una ley, sino muy especialmente un instrumento de
(51)
socialización política” . Por último, reproduzcamos las palabras del que
fuera presidente de las cortes constituyentes Hernández Gil: “En un
entendimiento democrático del poder, el preámbulo enuncia el mensaje que
encarna el espíritu y refleja el propósito justificativo de la creación de un
orden jurídico nuevo. El preámbulo puede servir para acercar a todos, de
manera sintética e insinuante, el fondo de las determinaciones normativas,
(52)
su base histórica y sus ideales inspiradores” . La lectura del preámbulo
permite, pues, a la ciudadanía, captar el telos democrático y progresista del
texto constitucional.
De todo lo anterior podemos extraer la conclusión de que en el caso
español el preámbulo constitucional por expresar, estética y simbólicamente, la
ruptura con el ordenamiento autocrático anterior; por sintetizar el telos
democrático y progresista del texto constitucional, por la facilidad de retener sus
formulaciones; y por su excelente construcción literaria, es un instrumen-to
básico para la enseñanza de la Constitución y para la educación cívica. Se
configura como un texto idóneo para ser comentado en las escuelas con
342
Valor jurídico y función política de los preámbulos constitucionales
343
Carlos Fernández Sessarego
EL PREÁMBULO DE LA CONSTITUCIÓN:
SU SIGNIFICADO Y ALCANCES
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Carlos Fernández Sessarego
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El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances
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Carlos Fernández Sessarego
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El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances
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Carlos Fernández Sessarego
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El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances
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El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances
353
Carlos Fernández Sessarego
Los miembros designados fueron los siguientes: Samuel Abad, Javier Alva
Orlandini, Jorge Avendaño Valdez, Martín Belaunde, Enrique Bernales, Alberto Bo-rea,
Carlos Blancas, Ernesto Blume, Roger Cáceres Velásquez, Jorge Danós, Patricia
Donayre, Ernesto de la Jara, Javier de Belaunde L. De R., Francisco Eguiguren, Eloy
Espinosa Saldaña, Gerardo Eto Cruz, Carlos Fernández Sessarego, Raúl Ferrero Costa,
Magdiel González, Domingo García Belaunde, Baldo Kresalja, César Landa, Beatriz
Merino, Sigifredo Orbegoso, Víctor Julio Ortecho, Jorge Santistevan de Noriega,
César Valega y Armando Zolezzi Moller.
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El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances
355
Carlos Fernández Sessarego
356
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances
Era necesaria una precisión de este tipo para que se conociera cuál era, en
opinión de la comisión, el sustento del concepto “validez universal” de
los mencionados derechos.
La calidad de derechos inherentes al ser humano determina no solo
su validez universal sino, también y por consiguiente, el que tales
derechos sean anteriores y superiores al Estado, por lo que este no puede,
vanamente, conculcarlos. El Estado, a través del respectivo ordenamiento
jurídico posi-tivo, no tiene otra opción que protegerlos. Lo contrario sería
simplemente un despropósito en cuanto supondría negar el sentido mismo
del Derecho, su razón de ser. Es decir, un imposible jurídico.
En síntesis, este primer párrafo encierra una concepción humanista o
personalista del Derecho que debe preservarse por la comunidad. Lo contra-
rio significaría retroceder en la historia, pretender retornar a una concepción
individualista-patrimonialista ya superada por una de raíz humanista.
357
Carlos Fernández Sessarego
359
Carlos Fernández Sessarego
comunidad nacional así como para alcanzar el bien común, que es el bien
de todos y el de cada uno. El trabajo permite, así mismo, dar
cumplimiento al postulado de la justicia social.
360
El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances
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Carlos Fernández Sessarego
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El preámbulo de la Constitución: Su significado y alcances
363
Carlos Fernández Sessarego
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José F. Palomino Manchego
EL PREÁMBULO CONSTITUCIONAL:
SIGNIFICADO Y CONTENIDO
(A PROPÓSITO DEL 25 ANIVERSARIO DE LA
CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE 1993)
367
José F. Palomino Manchego
Consideraciones previas
Al cumplirse 25 años de la promulgación de la Constitución Política
de 1993, es buena la ocasión para reflexionar sobre un eje temático que
conforma la parte dogmática del texto fundamental, a saber, el preámbulo
constitucional. No obstante ello, el Código Político de 1993, a diferencia
del anterior de 1979, no ha plasmado en su médula lo que debe ser un
verdadero texto preambular. Este rubro ha sido, entendemos, el más débil
si es que acaso al cabo de un cuarto de siglo sometemos a examen, con
sus luces y sus sombras, a la Constitución Política de 1993, que, por lo
demás, se sigue cuestionando su legitimidad hasta el día de hoy. Desde
1993, mucha agua ha corrido bajo el puente y las transformaciones y
cambios de pelaje que ha sufrido el texto fundamental, invita a
reflexionar sobre la necesidad de un nuevo Código Político.
En tal sentido, convengamos antes de entrar en materia, qué
entendemos por preámbulo, su diferencia con la exposición de motivos,
su característica como género literario y las interesantes posturas, entre
otros autores, de Peter Häberle y Carlos Fernández Sessarego, sin obviar
el Derecho Constitucio-nal Comparado teniendo como norte,
indiscutiblemente, a la Constitución Federal de Estados Unidos de 1787,
para luego cerrar nuestro estudio con algunas conclusiones provisionales
citando, por cierto, la bibliografía que se ha tenido en cuenta.
368
El preámbulo constitucional: significado y contenido
Vid., voz: “Preámbulo” a cargo de Pablo Lucas Verdú, en Lucas Verdú, Pablo
(comp.): Prontuario de Derecho Constitucional, Editorial Comares, Granada, 1996, pág.
También se puede consultar la voz: “Preambolo”, redactada por Gianniti, Luigi en
Ainis, Michele (A cura di): Dizionario Costituzionale, Editori Laterza, Roma-Bari,
2000, págs. 347-348.
Cfr. Tajadura Tejada, Javier: Estudio preliminar a Torres del Moral, Antonio y
Tajadura Tejada, Javier (dirs.): Los preámbulos constitucionales en Iberoamérica, Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001, pág. 13.
Cfr. Corwin, Edward, S.: La Constitución de los Estados Unidos y su signi-
ficado actual, traducción del inglés de Aníbal Leal, Editorial Fraterna, S. A., Buenos
Aires, 1987, págs. 19-20. Antecede Prefacio y revisada por Harold W. Chase y Craig
R. Ducat.
369
José F. Palomino Manchego
370
El preámbulo constitucional: significado y contenido
371
José F. Palomino Manchego
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El preámbulo constitucional: significado y contenido
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José F. Palomino Manchego
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El preámbulo constitucional: significado y contenido
375
José F. Palomino Manchego
mente se usó aquí con relación al Poder Judicial, como que por
los artículos de la Confederación no había poder Ejecutivo ni
Judicial.— Ed., Justicia es la ley. (9 Op. 481 Black). Los
objetos que se desea obtener se encuentran en la jurisdicción
concedida al Poder Judicial, y en las obligaciones de
extradición, así como en los poderes generales de legislación,
sobre asuntos especificados, y en las inhibiciones impuestas a
los Estados. (Story’s Const. § 482-489; 2 Kent’s Com. 333-4).
376
El preámbulo constitucional: significado y contenido
377
José F. Palomino Manchego
378
El preámbulo constitucional: significado y contenido
De aplicación general
En conexión con el preámbulo y como aplicación e interés ge-
nerales, ver:
Brown v. Maryland, 12 Vheat. 419 [1827]; Clafin v. Houseman, 93 U.
S. 130 [1876]; Williams v. Bruffy, 96 U. S. 176 [1878]; Langford v.
United States, 101 U. S. 341 [1880]; United States v. Jones, 109 U. S.
513 [1883]; Fort Leavenworth R. Co. v. Lowe, 114 U. S. 525
[18851]; Logan v. United States, 144 U. S. 263 [1892]; Fong Yue
Ting v. United States, 140 U. S. 698 [1893]; United States v. Knight, 156
(13)
U. S. 1 [1895]; Mattox v. United States, 156 U. S. 237 [1895] .
(14)
VI. La posición de Peter Häberle. el centro de su pensa-miento
379
José F. Palomino Manchego
Cfr. Häberle, Peter: “La Ciencia Jurídica Europea como ciencia cultural”,
en Revista Peruana de Derecho Público, año 18, núm. 34, enero-junio, Lima, 2017,
págs. 23-24.
La tesis de Häberle se puede consultar especialmente en su ya clásico libro El
Estado constitucional, traducción del alemán e índices de Héctor Fix-Fierro, Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, México, D.
F., 2001, págs. 274-294. Antecede Estudio introductorio de Diego Valadés. Hay también
edición peruana y edición argentina. Idem., Condemarin Vargas, Luis Felipe: El
pensamiento antropológico-cultural de Peter Häberle y sus efectos en la integración e
interpretación de la Constitución peruana, Tesis para optar el grado de Doctor en
Derecho y Ciencia Política en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima,
2015. Más de pronto, vid. el ensayo del constitucionalista alemán Häberle, “Preambles in
the text and context of constitutions”, en Kotzur, Markus (ed.): Peter Häberle on
Constitutional Theory. Constitution as Culture and the Open Society of Constitutional
Interpreters, Nomos, Germany, 2018, págs. 257-301.
380
El preámbulo constitucional: significado y contenido
381
José F. Palomino Manchego
382
El preámbulo constitucional: significado y contenido
Referencias a Dios
Conviene añadir que Häberle, al tocar este punto, piensa que las
cláusulas constitucionales con referencia a Dios no constituyen, de ningún
modo, una etapa evolutiva “superada”, anacrónica o atípica, sino una posi-
ble variante cultural del Estado constitucional. Son expresión del “derecho
constitucional de la religión” y, por tanto, de una imagen del ser humano que
concibe a este —y al pueblo—, tanto en lo histórico como en la actua-lidad,
como insertado en contextos de responsabilidad más altos: Estado y derecho
son confirmados como ordenamientos limitados, fundados en la ética, lo que
de por sí resulta característico del Estado constitucional. Visto así, existe una
conexión interna entre las cláusulas de responsabilidad con referencias a
Dios (o a la creación) y la dignidad humana, pero también con el principio
constitucional de la tolerancia, como en lo absoluto tienen que integrarse los
textos sobre Dios en la Constitución, entendida como unidad. Con ello no se
revierte la evolución histórica hacia el Estado constitucional secularizado, ya
que el derecho constitucional no obliga a nadie al “culto religioso” a través
de estos textos. Sin embargo, se toma culturalmente en serio al ser humano
como Homo religiosus, llegando hasta la garantía de comportarse de manera
indiferente o contraria a la religión. Es este trasfondo
383
José F. Palomino Manchego
Acerca del influjo del preámbulo en América, vid. Padilla, Alberto G.: La
invocación del preámbulo, Talleres Gráficos Lucania, Buenos Aires, 1957, págs. 20 y
35, respectivamente.
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El preámbulo constitucional: significado y contenido
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José F. Palomino Manchego
Días festivos-domingos
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El preámbulo constitucional: significado y contenido
387
José F. Palomino Manchego
dora de las garantías, solo es capaz de revelarla una teoría constitucional que
trabaje con el enfoque culturalista. Si se hace una comparación entre los
objetivos declarados de los días festivos en las constituciones de los Länder
alemanes después de 1945 (sobre todo, las de Baden-Württemberg, Bremen
y Hesse) entre sí y con otros enunciados de sus textos, se producen
relaciones sorpresivas: “justicia social”, “paz”, “libertad”, “entendimiento de
los pueblos” son “fines constitucionales” que también se presentan como
fundamentales en otros pasajes, sobre todo, como fines del Estado o de la
educación. Así, en el artículo 12 de la Constitución de Baden-Württem-berg
—continúa ejemplificando Häberle— se encuentra el fin educativo
“fraternidad de todos los seres humanos y amor a la paz”, así como la “fe en
la democracia y la libertad”; en el artículo 26 de la Constitución de Bre-men,
la “voluntad de justicia social” y de “convivencia pacífica con otros hombres
y pueblos”; ahí mismo, como “fines del Estado” , en el artículo 65 (“justicia
social, libertad, paz y entendimiento de los pueblos”), y el artículo 56 de la
Constitución de Hesse postula como fin educativo el “ser-vicio
independiente y responsable al pueblo y a la humanidad a través del aprecio
y el amor al prójimo, el respeto y la tolerancia”. El “entendimiento de los
pueblos” también está normado, como objetivo de la Constitución, en el
artículo 69 del mismo documento.
Destaca Häberle que en todo ello queda de manifiesto que algunas ga-
rantías de los días festivos están tejidas de la “materia prima” constitucional.
Cuando el Estado constitucional festeja o “hace” festejar, lo hace al servicio de
determinados fines. Y estos fines son de naturaleza fundamental, pues solamente
de este modo puede legitimarse la exención del trabajo y la vida normal, el día
de fiesta. La historia del 1.° de mayo enseña, también, que un día,
frecuentemente de lucha sangrienta y que originalmente pertenecía solo a una
parte del pueblo, es “reconcebido” como día, ya pacífico, de todos los
ciudadanos. Es un día que atestigua y ratifica la integración de los trabajadores
(alemanes) en el Estado constitucional bajo el signo de las grandes ideas.
En particular, el 1.° de mayo es un pedazo de “derecho constitucional
laboral”, desde el punto de vista material, porque permite a los trabajadores
reencontrarse en la Constitución a través de “su” día; y desde la perspectiva
formal, porque garantiza, en cuanto día feriado por ley, el “descanso del
trabajo”, pero manteniendo el derecho al salario. Al mismo tiempo, consti-
tuye un pedazo de derecho constitucional de la cultura porque vincula, de
manera específica, a la Constitución con la cultura: el “descanso laboral”
388
El preámbulo constitucional: significado y contenido
390
El preámbulo constitucional: significado y contenido
391
José F. Palomino Manchego
(Callao, Perú, 7-III-1926) expone sus principales ideas respecto del valor
del preámbulo constitucional, el cual, según sus propios términos, “(…)
adquiere una especial importancia pues contiene el pensamiento rector,
las líneas maestras o las directrices (…)” que inspiraron la redacción de
la Constitución.
Inicia sus reflexiones haciendo una evaluación y precisa su opinión
acerca del debate entre las constituciones peruanas de 1979 y 1993; en
ese sentido, se muestra entusiasmado con la elaboración de una nueva
Consti-tución, la cual se debe redactar sobre la base de la Constitución
Política de 1979, debiendo incorporarse los aportes positivos contenidos
en la Carta de 1993, tales como las disposiciones referidas la
participación directa del pueblo en la toma de decisiones. Es decir, el
derecho de los ciudadanos a participar en los asuntos públicos mediante
el referéndum, la iniciativa legislativa, la remoción o revocación de
autoridades y la demanda de ren-dición de cuentas.
Respecto de las virtudes del preámbulo, Fernández Sessarego manifies-ta
que en su contenido se aprecia el planteamiento ideológico del constituyen-te, el
cual se consideró para la elaboración del texto constitucional; de esta forma,
bien puede señalarse que el preámbulo concentra el sentido histórico de una
determinada Constitución. Correspondiente a una categoría axioló-gica,
histórica, política, entre otras manifestaciones, con firmeza, Fernández
Sessarego expone que el preámbulo constitucional tiene un preciso objetivo, este
es el de constituirse, establecerse y cimentarse, mediante un cuerpo de ideas y de
propósitos, en un instrumento de trascendental importancia a favor de la
integración nacional. En este aspecto, oportunamente enfatiza sobre las
dificultades que se presentan al momento en que se aspira a sancionar una nueva
Constitución. Sobre todo, por lo complejo que resulta arribar a acuerdos con
tendencias políticas, económicas, sociales y culturales tan divergentes en países
como el Perú, donde predomina la multiculturalidad.
De igual forma, otro aspecto vital que se puede traslucir del
preámbulo es el concerniente a los fines que una determinada comunidad
nacional, como la denomina Fernández Sessarego, intenta alcanzar y
realizar, así como establecer los valores prioritarios que inspiran la
Constitución; de esta manera, el preámbulo contiene una especie de
proyecto de vida colectivo, el cual involucra establecer propósitos de
acción comunes de los miembros que integran la comunidad nacional.
392
El preámbulo constitucional: significado y contenido
393
José F. Palomino Manchego
Vid. Torres del Moral, Antonio y Tajadura Tejada, Javier (dirs.): Los
preám-bulos constitucionales en Iberoamérica, op. cit., in toto.
394
El preámbulo constitucional: significado y contenido
395
José F. Palomino Manchego
396
El preámbulo constitucional: significado y contenido
397
§v
(1)
Argentina
Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos
en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las
provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexisten-
tes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia,
consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el
bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para no-
sotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo
que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección
de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y
establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina:
(2)
Bolivia
En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron
ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nues-
tro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y
flores. Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros dife-
rentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de
todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así
conformamos nuestros pueblos, y jamás comprendimos el racismo
hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia.
Vid., http://www.senado.gov.ar/web/interes/constitucion/cuerpo1.php
Vid., http://www.presidencia.gov.bo/ y http://www.congreso.gov.bo/
399
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(3)
Brasil
Nosotros, representantes del pueblo brasileño, reunidos en Asam-
blea Nacional Constituyente para instituir un Estado Democrá-
Link: http://www.wipo.int/edocs/lexdocs/laws/es/br/br117es.pdf
400
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(4)
Colombia
El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano, repre-
sentado por sus delegatarios a la Asamblea Nacional Constitu-
yente, invocando la protección de Dios, y con el fin de fortalecer
la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la
convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento,
la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y
participativo que garantice un orden político, económico y social
justo, y comprometido a impulsar la integración de la comunidad
latinoamericana, decreta, sanciona y promulga la siguiente:
(5)
Costa Rica
Nosotros, los Representantes del pueblo de Costa Rica, libremente
elegidos Diputados a la Asamblea Nacional Constituyente, invo-
cando el nombre de Dios y reiterando nuestra fe en la Democra-
cia, decretamos y sancionamos la siguiente CONSTITUCIÓN
POLÍTICA DE LA REPÚBLICA DE COSTA RICA:
(6)
Cuba
Herederos y continuadores del trabajo creador y de las tradicio-
nes de combatividad, firmeza, heroísmo y sacrificio forjadas por
nuestros antecesores; por los aborígenes que prefirieron muchas
Vid., http://www.secretariasenado.gov.co/desarrollo_constitucional1.htm
Vid., http://www.asamblea.go y http://www.pgr.go.cr/scij/
Vid., http://www.cubaminrex.cu/mirar_cuba/La_isla/constitucion.htm
401
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
402
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(7)
Ecuador
NOSOTRAS Y NOSOTROS, el pueblo soberano del Ecuador,
RECONOCIENDO nuestras raíces milenarias, forjadas por
mujeres y hombres de distintos pueblos, CELEBRANDO a la
naturaleza, la Pacha Mama, de la que somos parte y que es
vital para nuestra existencia,
INVOCANDO el nombre de Dios y reconociendo nuestras
diversas formas de religiosidad y espiritualidad,
APELANDO a la sabiduría de todas las culturas que nos enri-
quecen como sociedad,
COMO HEREDEROS de las luchas sociales de liberación
frente a todas las formas de dominación y colonialismo,
Y con un profundo compromiso con el presente y el
futuro, Decidimos construir
Una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y
armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el
sumak kawsay;
Vid., http://www.ecuanex.net.ec/constitucion/indice.html
403
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(8)
El Salvador
Nosotros, representantes del pueblo salvadoreño reunidos en
Asamblea Constituyente, puesta nuestra confianza en Dios, nues-
tra voluntad en los altos destinos de la Patria y en ejercicio de la
potestad soberana que el pueblo de El Salvador nos ha conferido,
animados del ferviente deseo de establecer los fundamentos de la
convivencia nacional con base en el respeto a la dignidad de la
persona humana, en la construcción de una sociedad más justa,
esencia de la democracia y al espíritu de libertad y justicia, va-
lores de nuestra herencia humanista.
Decretamos, sancionamos y proclamamos, la siguiente Constitución:
(9)
España
La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad
y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en
uso de su soberanía, proclama su voluntad de:
Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución
y de las leyes conforme a un orden económico y social justo.
Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la
ley como expresión de la voluntad popular.
Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el
ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones,
lenguas e instituciones.
Vid., http://www.asamblea.gob.sv/
Vid., http://www.asamblea.gob.sv/
404
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(10)
Guatemala
Nosotros, Diputados electos por la voluntad soberana del pueblo
hondureño, reunidos en Asamblea Nacional Constituyente, invo-
cando la protección de Dios y el ejemplo de nuestros próceres, con
nuestra fe puesta en la restauración de la unión centroamericana e
interpretando fielmente las aspiraciones del pueblo que nos confirió
su mandato, decretamos y sancionamos la presente Constitución para
que fortalezca y perpetúe un estado de derecho que asegure una
sociedad política, económica y socialmente justa que afirme la
nacionalidad y propicie las condiciones para la plena reali-zación
del hombre, como persona humana, dentro de la justicia, la libertad,
la seguridad, la estabilidad, el pluralismo, la paz, la democracia
representativa y el bien común:
(11)
Honduras
Nosotros, Diputados electos por la voluntad soberana del pueblo
hondureño, reunidos en Asamblea Nacional Constituyente, invo-
cando la protección de Dios y el ejemplo de nuestros próceres, con
nuestra fe puesta en la restauración de la unión centroamericana e
interpretando fielmente las aspiraciones del pueblo que nos confirió
su mandato, decretamos y sancionamos la presente Constitución para
que fortalezca y perpetúe un estado de derecho que asegure una
sociedad política, económica y socialmente justa que afirme
Vid., http://www.honduras.net/honduras_constitucion.html
Vid., https://www.oas.org/dil/esp/constitucion_de_honduras.pdf
405
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(12)
Nicaragua
NOSOTROS, Representantes del Pueblo de Nicaragua,
reunidos en Asamblea Nacional Constituyente,
EVOCANDO
La lucha de nuestros antepasados indígenas.
El espíritu de unidad centroamericana y la tradición combativa
de nuestro Pueblo que, inspirado en el ejemplo del General
José Dolores Estrada, Andrés Castro y Enmanuel Mongalo,
derrotó al dominio filibustero y la intervención norteamericana
en la Guerra Nacional.
La gesta antiintervencionista de Benjamin Zeledon.
Al General de Hombres Libres, Augusto C. Sandino, Padre de
la Revolución Popular y Antimperialista.
La acción heroica de Rigoberto López Pérez indicador del
prin-cipio del fin de la dictadura.
El ejemplo de Carlos Fonseca, el más alto continuador de la
he-rencia de Sandino, fundador del Frente Sandinista de
Liberación Nacional y Jefe de la Revolución.
A todas las generaciones de Héroes y Mártires que forjaron y de-
sarrollaron la lucha de liberación por la independencia nacional.
EN NOMBRE del pueblo nicaragüense; de todos los partidos y
organizaciones democráticas, patrióticas y revolucionarias de
Ni-caragua; de sus hombres y mujeres; de sus obreros y
campesinos; de su gloriosa juventud; de sus heroicas madres;
de los cristianos que desde su fe en Dios se han comprometido
e insertado en la lucha por la liberación de los oprimidos; de
sus intelectuales pa-trióticos; y de todos los que con su trabajo
productivo contribuyen a la defensa de la Patria.
Vid., http://www.asamblea.gob.ni
406
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(13)
Panamá
Con el fin supremo de fortalecer la Nación, garantizar la li-
bertad, asegurar la democracia y la estabilidad institucional,
exaltar la dignidad humana, promover la justicia social, el
bienestar general y la integración regional, e invocando la
protección de Dios, decretamos la Constitución Política de la
República de Panamá:
(14)
Paraguay
El pueblo paraguayo, por medio de sus legítimos representantes
reunidos en Convención Nacional Constituyente, invocando a Dios,
reconociendo la dignidad humana con el fin de asegurar la libertad,
la igualdad y la justicia, reafirmando los principios de la democracia
republicana, representativa, participativa y pluralista, ratificando la
soberanía e independencia nacionales, e integrado a la comunidad
internacional, SANCIONA Y PROMULGA esta Constitución:
(15)
Perú
El Congreso Constituyente democrático, invocando a Dios todo-
poderoso, obedeciendo el mandato del pueblo peruano y recordan-
Vid., http://www.asamblea.gob.pa
Vid., http://www.camdip.gov.py
Vid., http://www.congreso.gob.pe
407
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(16)
Portugal
El 25 de abril de 1974 el Movimiento de las Fuerzas Armadas (o
Movimento das Forgas Armadas) derribó el régimen fascista, co-
ronando la larga resistencia del pueblo portugués e interpretando
sus sentimiento profundos Liberar a Portugal de la dictadura, la
opresión y el colonialismo ha representado una transformación y
el comienzo de una inflexión histórica de la sociedad portuguesa.
La Revolución ha devuelto a los portugueses los derechos y liber-
tades fundamentales. En ejercicio de estos derechos y libertades se
reunieron los legítimos representantes del pueblo para elaborar una
Constitución que correspondiese a las aspiraciones del país.
La Asamblea Constituyente (A Assembleia Constituinte) proclama
la decisión del pueblo portugués de defender la independencia
nacional, de garantizar los derechos fundamentales de los ciu-
dadanos, de establecer los principios básicos de la democracia, de
asegurar la primacía del Estado de derecho democrático y de
abrir la senda hacia una sociedad socialista, dentro del respeto a
la voluntad del pueblo portugués y con vistas a la construcción de
un país más libre, más justo y más fraterno.
La Asamblea Constituyente, reunida en sesión plenaria el 2 de
abril de 1976, aprueba y decreta la siguiente Constitución de la
República portuguesa (Constitução da República Portuguesa):
(17)
Puerto Rico
Nosotros, el pueblo de Puerto Rico, a fin de organizamos polí-
ticamente sobre una base plenamente democrática, promover el
bienestar general y asegurar para nosotros y nuestra posteridad
el goce cabal de los derechos humanos, puesta nuestra confianza
Vid., http://www.parlamento.pt
Vid., http://www.estado.gobierno.pr
408
Los preámbulos en las constituciones iberoamericanas
(18)
República Dominicana
Nosotros, representantes del pueblo dominicano, libre y demo-
cráticamente elegidos, reunidos en Asamblea Nacional Revisora;
invocando el nombre de Dios; guiados por el ideario de nuestros
Padres de la Patria, Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella y
Francisco del Rosario Sánchez, y de los próceres de la Restaura-
ción de establecer una República libre, independiente, soberana y
democrática; inspirados en los ejemplos de luchas y sacrificios de
nuestros héroes y heroínas inmortales; estimulados por el tra-bajo
abnegado de nuestros hombres y mujeres; regidos por los
Link: https://www.ifrc.org/docs/idrl/751ES.pdf
409
valores supremos y los principios fundamentales de la dignidad
humana, la libertad, la igualdad, el imperio de la ley, la justicia,
la solidaridad, la convivencia fraterna, el bienestar social, el
equilibrio ecológico, el progreso y la paz, factores esenciales para
la cohesión social; declaramos nuestra voluntad de promover la
unidad de la Nación dominicana, por lo que en ejercicio de nues-
tra libre determinación adoptamos y proclamamos la siguiente:
(19)
Venezuela
El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores
e invocando la protección de Dios, el ejemplo histórico de
nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de
nuestros antepasados aborígenes y de los precursores y
forjadores de una patria libre y soberana;
Con el fin supremo de refundar la República para establecer una
sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y
pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado,
que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz,
la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la
convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras gene-
raciones; asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a
la educación, a la justicia social y a la igualdad sin discri-
minación ni subordinación alguna; promueva la cooperación
pacífica entre las naciones e impulse y consolide la integración
latinoamericana de acuerdo con el principio de no intervención y
autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e
indivisible de los derechos humanos, la democratización de la
sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio ecoló-
gico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e
irrenunciable de la humanidad;
En ejercicio de su poder originario representado por la
Asamblea Nacional Constituyente mediante el voto libre y en
referendo democrático, decreta la siguiente Constitución:
Vid., http://www.constitucion.ve
§ vI
Constitución
País Reformas Preámbulo
vigente
Argentina 1853 1994 X
Las constituciones políticas que figuran con X son las que tienen
preámbulo constitucional.
411
Cuadro comparativo en las constituciones iberoamericanas
Paraguay 1992 - X
Perú 1993 - X
1982, 1989, 1992, 1997,
Portugal 1976 X
2001, 2004, 2005
Puerto Rico 1952 - X
República
1966 1994, 2002, 2010 X
Dominicana
Uruguay 1967 1996 -
Venezuela 1999 2009 X
412
Este libro se terminó de imprimir en los
Talleres Gráficos de Editora Jurídica Grijley
(ediciongrijley@gmail.com)
el día 13 de julio de 2018, al conmemorarse el
74 aniversario del nacimiento
del constitucionalista peruano
DOMINGO GARCÍA BELAUNDE
(Lima, 13-VII-1944)