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ni el éxito del mensaje franciscano. Una de las grandes lecciones que
se extrae de las experiencias vividas por los laicos en el siglo XII era
la posibilidad de vivir el Evangelio en medio de los hombres, aun-
que rechazando la lógica del «mundo» 36 . Esta fue exactamente la
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meta que el hijo del mercader Bernardone asignó a la fraternidad de
los Penitentes de Asís. Subrayar que él fue deudor de las corrientes
espirituales que'habían agitado la Cristiandad algunos decenios an-
tes no es disminuir su originalidad. Los contemporáneos no se equi-
vocaron cuando vieron en los frailes menores los sucesores de los val-
denses y en los predicadores los sucesores de los canónigos regula-
res. San Francisco tuvo el inmenso mérito de lograr, en el más alto CAPÍTULO iv
nivel, la síntesis de las aspiraciones, a veces contradictorias, de las
generaciones precedentes. La devocación al Cristo del Evangelio, ve- El hombre medieval a la búsqueda de Dios
nerado en su humanidad, en su Cruz, en su Pasión, iba acompaña-
do por un agudísimo sentido de la omnipotencia divina; la aspira- Formas y contenido de la experiencia
ción a la purificación y a la humildad se corresponde con una fide- religiosa
lidad total a la Iglesia y con una visión fundamentalmente optimista
del universo creado que le hace insensible a las tentaciones del dua-
lismo. En él se funden, de manera excepcional, la perspectiva apos- 1. PEREGRINACIÓN, CULTO DE LAS RELIQUIAS Y MILAGROS
tólica y el sentido ascético, el amor de la pobreza y el espíritu de obe-
diencia. Hubiera sido necesario insistir sobre los aspectos de su san- En la Edad Media, más que en otros periodos, el deseo de llevar
tidad que pueden ser considerados como verdaderos puntos de lle- una vida espiritual intensa es indisociable de la adopción de una for-
gada. Sin embargo, no se puede olvidar que su vida fue uno de esos ma de vida religiosa, generalmente definida por una regla que tenía
acontecimientos que, sin ser inexplicables, modifican radicalmente un valor santificador en sí misma. Esto no excluía la búsqueda de
el curso normal de la historia. un contacto más inmediato y más íntimo con Dios. Sería, por tanto,
el momento de hablar de la oración. Pero es necesario decir clara-
mente que, fuera de la plegaria litúrgica de los monjes, la oración
no es conocida en absoluto. Las canciones de gesta nos han conser-
vado algunos hermosos textos de oración. Sin embargo, ¿se trata ver-
daderamente de expresiones corrientes de una piedad personal o,
más bien, de elaboraciones literarias?. El Pater noster y la primera
parte del A ve María eran conocidos indudablemente por todos. Los
salmos parecen haber gozado del favor tanto de los clérigos como
de los laicos cultos que, desde muy pronto, impulsaron su traduc-
ción a la lengua vulgar. Pero se ignora, sin embargo, con qué espí-
ritu y con cuánta frecuencia eran recitados. En este punto, y para
esta época, existe una laguna a la que el historiador no puede poner
remedio, aunque tampoco debe tratar de disimularla.
Si no logramos comprender en la plegaria la relación del hombre
con Dios, podemos tratar de hacerlo, sin embargo, mediante otras
formas de piedad y de devoción. El cristianismo del siglo XII, inca-
paz de pensar e incluso de imaginar en términos abstractos, realiza
ante todo su experiencia religiosa en el nivel de los gestos y de los
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Esta palabra debe ser entendida en el sentido de creación viciada por el pecado. ritos que le ponen en contacto con la esfera de lo sobrenatural. De
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esta manera, su inmenso deseo de lo divino busca satisfacción en al- todo aquel por cuya intercesión había sido o b t e n i d a pcrtrncHii It la
gunas manifestaciones que llevan una fuerte carga emotiva y cuyo
corte celestial.
contenido teológico es con frecuencia bastante débil. La manifesta- El deseo de un contacto directo con lo d i v i n o se expresa igual-
ción que ocupa el primer puesto en la piedad de los fieles es sin nin- mente en la devoción cucarística. La misa, junto con la penitencia,
guna duda la peregrinación. Tomar el bastón de peregrino significa, constituye el único sacramento que haya tenido una cierta impor-
ante todo, ocupar un espacio sagrado donde la potencia divina ha tancia en la época medieval. Pero se asiste a ella más que para ver
escogido manifestarse mediante los milagros. Estos lugares privile- el cuerpo de Cristo que para recibirlo. Por oposición a las herejías *
giados son numerosos y, a lo largo del siglo XII, se multiplicaron espiritualistas, y sobre todo al catarismo, la Iglesia puso el acento
por todo Occidente. Además de los santuarios regionales, como Ro- durante el siglo Xll en la presencia real de Dios en la eucaristía, «ver-
camadour o Sainte-Foy de Conques, los fieles frecuentan cada vez dadero cuerpo y verdadera sangre de Cristo». Esta insistencia en el
más los lugares de peregrinación más lejanos como Santiago de Com- aspecto concreto del sacramento encontró un eco profundo en la re-
postela, San Miguel de Gargano o San Nicolás de Bari. Incluso ligiosidad de las masas que asitían a la misa como a un espectáculo
Roma constituye un objetivo frecuente, por no hablar de Jerusalén esperando que Dios descendiese sobre el altar. De esta manera, los
donde las cruzadas no obstaculizan la continuación de los viajes a fieles deseosos de contemplar lo que se les ocultaba en el sacramen-
Tierra Santa más que la toma de la ciudad por los Turcos en 1187.
to, presionaron a los clérigos para que les mostraran la hostia en el
Fuera de este último caso, los lugares de peregrinación frecuentados preciso instante en que se realizaba el misterio divino. Este es el ori-
son los que conservan algunas reliquias preciosas. Estas constituyen gen del rito de la elevación, rito que fue reglamentado a principios
el objeto de una intensa veneración por parte del clero y de los fie- del siglo XUI en razón de los frecuentes abusos: en algunos lugares,
les, como testimonia el esplendor de las urnas y de los relicarios que los sacerdotes fueron obligados a mostrar tres veces la hostia duran-
las contienen. Signos vivos y palpables de la presencia de Dios, las te la misa; en otros, se prolongaba desmesuradamente el momento
reliquias asumen la función principal de realizar milagros. de la consagración. En efecto, comúnmente se creía que la visión per-
Los milagros juegan un papel de primer orden en la vida espiri- manente de la hostia consagrada producía efectos salvíñcos. Para la
tual de esta época, no solamente entre los laicos. Junto con las vi- mayor parte de los fieles, esta visión sustituía a la comunión sacra-
siones, representan uno de los medios-de comunicación más impor- mental, raramente posible a causa de la veneración de que eran ob-
tantes entre este mundo y el más allá. La idea de que Dios conti- jeto las santas especies. Todo esto denota una concepción de lo sa-
nuaba revelándose a los hombres mediante los prodigios estaba pre- grado que se encuentra en muchas religiones: Dios, a este respecto,
sente en todos los espíritus. Por esta razón, los cristianos de la Edad aparece como una entidad exterior al hombre, potencia misteriosa
Media se encontraban continuamente a la búsqueda de milagros y y anónima que tiene poca relación con el Dios de la Biblia. Incluso
dispuestos a admitirlos en cualquier fenómeno extraordinario. Quie- los ritos específicamente cristianos, como la consagración de la hos-
nes eran capaces de realizarlos eran considerados como santos. La tia, experimentan la influencia de esta religiosidad fuertemente ca-
Iglesia se regocijaba de contar un gran número de ellos en sus filas: racterizada por lo mágico.
en una época en que las herejías conmocionaban sus estructuras, De este examen de las devociones populares sería lógico concluir
eran la prueba tangible de que el espíritu de Dios estaba siempre que nos encontramos en plena superstición y que las prácticas que
con ella. En cuanto a los simples fieles, los milagros que esperaban acabamos de describir no tienen nada que ver con la historia de la
recibir de los siervos de Dios eran especialmente curaciones: resti- espiritualidad. Sin embargo, un cierto número de signos revelan al
tuir la paz del espíritu a los poseídos por el demonio, hacer caminar observador atento una evolución de la piedad que va en el sentido,
a los cojos y devolver la vista a los ciegos representaban entonces si no de una espiritualización, al menos de una acentuación de su
los criterios más comunes de la santidad. Hasta el establecimiento carácter cristiano. Cuando los fieles del siglo Xll, como los de la épo-
de un procedimiento regular de canonización, a finales del siglo xil, ca carolingia, parten en peregrinación, ciertamente llegan a un lugar
el poder taumatúrgico constituyó prácticamente la única condición donde Dios actúa por intermedio de las reliquias y procuran siem-
requerida para que un difunto pudiera beneficiarse de los honores pre pasar bajo las tumbas de los santos para obtener la curación de-
del culto. La santidad era verificada por su eficacia. Puesto que el seada. Pero también el sentido mismo de la peregrinación evolucio-
mal físico, como el pecado, es obra del diablo, la curación milagrosa na. En el siglo XII, la gente se dirige preferiblemente a los santuarios
no podía venir más que de Dios, y era suficiente para demostrar que de los Apóstoles y a los lugares donde se veneran reliquias de María
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o de Cristo o donde haya objetos que han estado en contacto con miliar durante un tiempo bástanle largo V i i l w n l a i las peligros del
ellos. camino constituían, a los ojos de los líeles, ¡icios iiu-i i t u i i o s qur dr
Es fácil ironizar sobre los inverosímiles trofeos que los cruzados berían encontrar su recompensa mediante un milagro, l'ucde pen
trajeron de Oriente, así como sobre los innumerables dientes de San sarse que esta concepción de las relaciones entre el hombre y lo di-
Juan Bautista o sobre los cabellos de Cristo que, con frecuencia a vino era demasiado simplista. Pero no es menos cierto que represen-
alto precio, las ¿glesias de Occidente se procuraron de hábiles im- ta un progreso en la medida en que establece un vínculo entre la gra-
postores. La increíble ingenuidad de los fieles y la ceguera interesa- cia que se espera obtener de Dios y el esfuerzo personal del cristiano.
da de los clérigos, sin embargo, no deben hacernos olvidar que el éxi- Finalmente, incluso la idea misma que se tenía de la santidad no
to de estas devociones constituye, en cierta manera, moneda co- permaneció inalterada. Antes del siglo xu, la hagiografía nos mues-
rriente de la predicación del Evangelio. Entre las masas, esto se tradujo tra algunos santos que parecen misteriosamente predestinados a su
en «una voluntad evidentemente torcida y fantasiosa de encontrar a estado. La fidelidad con que éstos cumplen la ley divina es más la
Cristo en lo que había sido su vida terrena» y en «un esfuerzo por manifestación sensible de su elección por parte de Dios que el resul-
restablecer en concreto algunas condiciones de existencia de la sa- tado de una ascesis hacia la perfección espiritual. En los tratados de
grada familia»'. La evolución de la peregrinación a Rocamadour es Honorius Augustodunensis, portavoz de la mentalidad común, «san-
muy significativa a este respecto. A comienzos del siglo XII, era to- to, se nace; no se hace» 2 . A lo largo de los decenios siguientes tuvo
davía un santuario local entre otros, donde llegaban los peregrinos lugar un cambio en la manera de escribir las vidas de los santos.
de la región de Tulle para dejarse imponer las cadenas que, tras ha- Bajo la influencia de la nueva espiritualidad, los hagiógrafos se es-
ber estado en contacto con las reliquias de San Amador, operaban, forzaron por demostrar, a veces de manera poco hábil, que la po-
según se decía, curaciones milagrosas. En la segunda mitad del siglo tencia milagrosa estaba subordinada a la práctica de una existencia
se abre paso una leyenda, contada por el cronista Roberto de To- ascética, así como al ejercicio de la caridad. Como afirma el mismo
rigny, según la cual este Amador no sería otro que un servidor de Inocencio III en varias ocasiones, los milagros solamente tienen va-
María, que la habría ayudado a cuidar de Jesús cuando era éste un lor si están avalados por una vida santa y certificados por algunos
niño. La historia es evidentemente una pura invención. Pero no deja testimonios auténticos. Por vez primera en la historia del Occidente
de tener interés que los clérigos de Rocamadour hayan invitado a medieval, la misma Iglesia subrayaba la ambigüedad de los signos
los fieles a tomar como modelo una persona que había vivido con de lo sagrado. Ciertamente, habrá que esperar aún mucho tiempo
Cristo y su madre en la mayor familiaridad y que había seguido la para que, en el tema del culto de los santos, lleguen a imponerse las
vocación de ponerse a su servicio. La misma leyenda subraya, por exigencias de prudencia definidas por el papado. Pero la preponde-
otra parte, que Amador era un pobre y glorifica su humildad, lo rancia de la fe y de las obras sobre el elemento milagroso en la apre-
que concuerda con el sentido de la espiritualidad de la época. Este ciación de la santidad es un signo, entre otros, del proceso de espi-
no es un ejemplo aislado. En el siglo XII, parece que la atención de ritualización que comienza a tener lugar en el seno del cristianismo.
los fieles se haya dirigido hacia los grandes nombres de los primeros
siglos de la Iglesia, mientras que durante la alta Edad Media se ha-
bían multiplicado los santos sin una referencia concreta seria y a 2. ARTE Y ESPIRITUALIDAD
quienes se imploraba simplemente la curación, sin preocupación de
tomarlos como modelo y sin conmoverse por su vida. En realidad, la Iglesia se esforzaba por educar un pueblo rudo y
Por otra parte, la espiritualidad penitencial comenzó en esta épo- poco instruido por encima de las exigencias puramente materiales,
ca a enriquecerse con ritos que tenían más relación con el paganis- haciéndole comprender la existencia de una realidad superior. Para
mo que con la fe cristiana. En efecto, puede verse cómo se extiende ello no dudó en utilizar los recursos del arte, expresión a la vez de
la convicción de que el esfuerzo desarrollado por el hombre en favor una vida espiritual intensa —la de los clérigos— y medio para que
de Dios o de su santos obliga, en cierta manera, a que la potencia los laicos comprendieran la grandeza y la infinita riqueza del miste-
divina se manifieste en el mundo. Abandonar el propio cuadro fa- rio divino. No vamos a estudiar aquí el difícil problema de la for-
mación, o mejor de la impregnación religiosa, que podían recibir los
1
E. Delaruelle, «La spiritualité du pélerinage de Rocamadour au Moyen Age»,
Bulletin de ¡a Sacíete des Eludes... du Lot, 1976, pág. 71. 2
Y. Lefevre, L'Elucidarium el les lucidaires, París, pág. 338.
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cediera lo mismo en las abadías y, de m a i u ' i a ¡Tunal, niln. 1 los ivli
fieles mediante la mediación de los ciclos pictóricos, del canto litúr- giosos. Por ello, los estatutos di1. C ' i t c i i u x , lo misino que los ik ( ' I t a i
gico o de los conjuntos esculpidos que, a partir del siglo XI, se mul-
treux, prohibieron poner en las iglesias conventuales erudlijos de
tiplicaron en los pórticos de las abadías y de las catedrales. oro o tapicerías de seda y que las iglesias estuvieran adornadas con
Mucho se ha hablado de la «Biblia de piedra» que estas obras sepulturas y vidrieras. «Dejemos las imágenes pintadas a las perso-
ofrecían a la vista de los simples fieles. No es seguro que la inten- nas sencillas», escribía el canónigo regular Ugo de Fouilloy. Para
ción pedagógica haya sido primordial entre quienes las hicieron eje- San Bernardo todo este lujo era no solamente inútil sino peligroso.
cutar. Su objetivo parece más bien haber sido provocar un choque La preocupación por la riqueza de la decoración impedía a los cié- *
emotivo, susceptible de transformarse en intuición espiritual. rigos, en primer lugar, ofrecer la limosna a los pobres. Pero sobre
En una religión en la que el culto constituía el acto esencial, la todo, cultivando de manera desmesurada las artes, el hombre corría
función principal de la casa de Dios consistía en ofrecer a los mis- el peligro de comenzar a gustar el placer por sí mismo y de multi-
terios divinos el cuadro digno de su grandeza. Sin embargo, la be- plicar los estímulos superfluos con la finalidad de la pura satisfac-
lleza de las formas no era apropiada únicamente al carácter sacro ción. La riqueza y la profusión de la ornamentación conducían, en
del oficio litúrgico. La iglesia de piedra, símbolo de la gran Iglesia, última instancia, a la búsqueda del placer, distrayendo el espíritu en
pueblo de los rescatados, debía procurar a los fieles un anticipo de
las sensaciones externas y dejando que se recreara con impresiones
la belleza celeste. Suger, el famoso abad de Saint-Denis (1081-1151), agradables. A los ojos del abad de Clairvaux, todo esto estaba en
es uno de los raros clérigos de su tiempo que haya definido con pre-
contradicción con las exigencias de la vida espiritual. El alma, en
cisión la perspectiva religiosa que inspiraba la construcción y la de- efecto, tiene necesidad de concentración interior para poder cono-
coración de los lugares de culto. En su autobiografía desarrolla una cerse y unificarse en la humildad. La instrospección se opone a la
simbología de la luz fuertemente influenciada por la teología mística vana curiosidad que pone en peligro el espíritu religioso. No convie-
de Pseudo-Dionisio Areopagita. Según esta doctrina, cada criatura ne, sin embargo, equivocarnos. San Bernardo y los defensores del ri-
recibe, y transmite una iluminación divina conforme a sus capacida-
gorismo ascético no fueron en absoluto enemigos del arte. La pure-
des, y los seres, como las cosas, están ordenados en una jerarquía, za de las líneas y la simplicidad de las formas de una nave cister-
según su grado de participación en la esencia divina. El alma huma- ciense suplen ampliamente la ausencia de ornamentación. Pero a la
na, encerrada en la opacidad de la materia, aspira a retornar a Dios. irracionalidad y a la opulencia exuberante del arte románico se opo-
Pero no puede conseguirlo más que por intermedio de las cosas vi- ne una estética de la pobreza que pretende limitarse a lo necesario
sibles las cuales, a medida que se avanza en los estadios sucesivos y no conservar más que las formas funcionales sencillas. El arte cis-
de lajerarquía, reflejan mejor su luz. De esta manera, el espíritu pue- terciense es austero, disciplinado y fundamentado en la búsqueda de
de, mediante las cosas creadas, remontarse hacia las no creadas. Apli- la pureza. Y no es menos rebosante de espiritualidad que el de Cluny.
cada al terreno del arte, esta concepción de las relaciones entre el Pero mientras que, en este último, la profusión gozosa y la riqueza
hombre y lo divino condujo a multiplicar en las iglesias objetos como de las formas tendían a deslumhrar el espíritu y a ofrecerle un an-
piedras preciosas o trabajos de orfebrería sagrada que, irradiando ticipo de la fiesta eterna, el nuevo arte veía en estas realidades ma-
su esplendor, podían ser consideradas como los símbolos de las vir- teriales un obstáculo para la contemplación. Para los defensores del
tudes y ayudar al hombre a elevarse hasta el esplendor del Creador. ascetismo y de la pobreza voluntaria, solamente a través de la re-
De la misma manera, la luz que se filtraba a través de las vidrieras nuncia el hombre podrá alcanzar el amor espiritual, el cual trans-
fortalecía el anhelo de meditación y reconducía el espíritu hacia Dios,
forma las necesidades vitales en trampolín hacia Dios.
del que era una especie de reflejo. Como dice la inscripción que Su- Por tanto, no existe una sino dos espiritualidades del arte en la
ger hizo grabar en la puerta de bronce de Saint-Denis: «Por medio
época medieval: una acepta e incluso busca la mediación de lo sen-
de la belleza sensible, el alma adormecida se eleva a la verdadera Be- sible; la otra rechaza la analogía entre la belleza del mundo y el es-
lleza y, desde el lugar donde yacía soñolienta, resucita hacia el cielo plendor del más allá. Para los defensores de la segunda, la progre-
contemplando la luz de estos esplendores». sión hacia Dios pasa por la humildad y la renuncia al uso carnal de
El monacato renovado se lanzó en contra de este estética, que los sentidos. La función del arte se limita, entonces, a favorecer el
por lo demás era también la de Cluny, en nonibre de una espiritua- retorno del hombre en sí mismo, retorno que le hace nacer a la vida
lidad rigorista. San Bernardo admitía que las iglesias destinadas a
los fieles estuvieran ricamente decoradas, pero se oponía a que su- interior.
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