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JUVENCIO VALLE

POEMAS

2003 - Reservados todos los derechos

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JUVENCIO VALLE

POEMAS

Destino

Emoción sin raíz y sin espiga

que hincha el corazón de los botones

y desangra en aromas.

Pestañita de lumbre de mis antros

por donde va mi tosca melodía

y revienta en estrellas mi palabra.

Pecado que desgrana su lujuria...

¡con mis manos de barro lo recojo

y me parecen rosas sus espinas!

Polen de luz dormido sobre el alma,

¡Viene ebria la abeja de la vida

y aparecen los besos como estambres!

Marina

Cuán triste te espera mi playa de arena.


Tu mar de belleza se acerca cantando,

me muerde y me deja su sabor de pena.

Cuando ya rendida te tengo a mi vera,

te yergues de nuevo, dejándome sólo

tu beso mordiente de angustia y salmuera.

Mi playa te espera doliente y serena,

pero en esa danza que cimbra tu vida

tú rompes mi pobre corazón de arena.

Mi playa te sigue tendida al ocaso...

Tu cuerpo de fruta, lejano y esquivo,

¡cómo lo tuviera ceñido a mis brazos!

Roble

Cómo le nacen hojas a mi roble.

cómo revientan flores en mis ganchos!

He sido, apenas, la raíz oscura

y hoy el amor me da su linfa grande.

Cómo me abrasa un hálito de surco,

y cómo tremolan mis anillos verdes!

La primavera me besó las manos

y entre los dedos me cuajó esmeraldas.


Gloria de un pobre gajo carcomido:

¡hoy también puedo perfumar el aire!

Decir que tengo suavidad de nido

y lengua de seda que se apaga y arde!

Aves del cielo cobijó mi copa

y se han vuelto cantos todas mis palabras.

Germinal de ensueños me besó la boca

y en hojas y flores reventó el milagro!

La Flauta

Esta flauta tan vieja que canta mientras sueño

¿con qué dedos de azúcar la tocan los pastores?

Mi sombra se divierte y se convierte en vuelo

por esta simple flauta que silba en la colina.

Finos alambres de oro se cruzan en el prado

y son como una vela en el lomo del viento.

Antenas, puentes, febles escaleras de seda,

¿hasta dónde no llega este tren de silencio?

Danzando al viento vienen por el lado del bosque

unas sílfides blancas, cándidas como un ala,

mientras las mariposas con sus cuerpos de loto

velan el viejo encanto de la hoja de parra.


La flauta de mis sueños en su círculo de oro

no abandona su siembra de rica pedrería.

Quiebra al viento los vidrios de sus veinte portillos

y ardida y simple sigue tocando en la colina.

Unas arañas verdes andan en una hoja

glosando esa alegría de convertirse en hilo;

una explora su pago, la otra cae al vacío

y así hacen las urdimbres de sus cachemiras.

Es justo el medio día y el sol parece un faro,

mas las estrellas miran la fiesta en la colina.

¿Qué cosa habrá más buena para lavar las sienes

y florecer, huyendo del pilar de cemento,

que abandonar los remos y tender las raíces

escuchando la flauta que silba en la colina?

Manzana

Eres el Sur Florido, la ágil manzana verde,

eres la buena tierra preparada con tiempo;

y eres el gajo blanco y el racimo de oro

y eres también la estampa de los naipes silvestres.

¿Qué centauro ardoroso con sus cascos de plata


holló el musgo ligero donde estabas tendida?

¿Quién se tendió a la orilla de tu río de sueño

para pescar tu luna y morder tus mañanas?

Corre, corre tus lomas, grácil manzana verde,

huye de pampa en pampa la pasión de los toros.

Nadie te eche su lazo de rocío en el cuello,

nadie te engañe nunca debajo de las higueras.

Que los faunos ignoren tu cantarito nuevo

y que ignoren el vaso de tus néctares buenos,

y la fiesta de cuentas de tus veinte arlequines

riendo como unos diablos debajo de tu cielo.

Luz Unitaria

Quieta y firme en su fondo de dulce índice blanco

y vale decir de hueso puro o de metal sonoro,

o vale decir ruiseñor de piedra santa,

sal descubierta a golpes de herramienta

o campana cantando a golpe vivo.

Y vale decir de hermosa piedra congelada

o de dulce corazón y de lámpara.

Cincelada en celeste como una espada fría

y mas verde que el delgado corazón de alambre,


ni el agua limpia que pesa mas que un río

ni el sueño espeso que le sirve de alimento,

ni aun el esfuerzo de los elementos primarios

que establecen su cuerpo ideal en el aire,

ni la raíz, ni el hueso, ni la lámpara:

sólo su pura y dulce luz de adentro.

Su brasa inmóvil de duro y seco hielo

mas que una imperial estrella de hierro azul,

mas que un agua mineral de agrios filos;

toda encendida debajo de su pollera fría,

hecha hoguera y pan blanco, vuelta unísona leña,

toda retoñando por sus natales substancias,

labrando una sortija antigua con los dientes,

haciéndose una cavidad obscura con las unas,

o un aire propicio para su naturaleza.

Crece su nuez adentro como un órgano nuevo,

crece como un sol solitario en un vientre,

como el diente del niño en la leche blanda;

crece el lento gusano transformándose en hueso,

crece el blanco carbón, crece hacia adentro.

Luminosa materia, en su gran consistencia

hay un gusto a pecado, existe un ciego beso,

una apretada lágrima de sal viva que quema;


hay un crimen violeta en este anillo espeso,

en este unido corazón que suena fuerte.

Canto al Agua

El agua azul y limpia y cristalina

nace desde las lindes de tu pelo

y baja, libre, hasta tus uñas finas.

Al agua canto y sobrellevo en vilo,

al agua azul que desvelada crece

desde tus plantas en delgado hilo.

Al agua, al agua limpia canto y digo:

desde mi oscuro abismo te presiento,

aguacopa, aguacielo y agualirio.

Bebe, María, bebe al agua fría,

pon tu boca en su boca, pon tu vida

sobre el deleite de esa resalía.

Desde tu pie dormido hasta tu pelo

súmate al agua en flor -lágrimas viva-

dilúyete en cristalino terciopelo.

Baja tu frente hasta tocar la piedra,

busca llorando la raíz del agua,

búscala de rodillas en la tierra.


El Grito

Me dicen

que respete las leyes,

la Constitución del Estado,

los reglamentos,

las costumbres establecidas.

No puedo acatar nada,

soy una hoja,

nada tengo que hacer con esas flores,

por ese anchuroso lado

sobro de pie a cabeza.

Me cuentan al oído

historias edificantes

de oficiales pundonorosos

y funcionarios de carrera;

pero yo soy un pájaro perdido

no tengo medallas,

no estoy obligado a nada.

Me crié en la espesura,

vengo de la hojarasca
y, ay Dios, si yo pudiera,

al retornar a tierra

recobrar mis instintos:

comerme al hombre quiero,

al hombre con corbata,

con bisagra,

con plancha,

comerme al hombre quiero.

Me miro en lo que soy,

entre real, a veces, o hipotético;

me palpo con los ojos

y me descubro sobrevivido,

me pesa sobre los hombros

el traje de diablofuerte.

Con ojos inmisericordes

me contemplo:

me condeno a mí mismo

por mi carencia de afirmación y desafío,

por mi impasible cara de palo.

Difícilmente encuentro

razones que me justifiquen.

Apretando los dientes me pregunto

¿quién te da el pan, poeta,

si tú no lo sustraes
destripándote a tí mismo

—asesino evidente—,

rasguñando día y noche

empecinado y mañoso

sobre una costra dura?

Me vienen ganas incontenibles

de incendiar la oficina,

echar al diablo tanta papelería inútil,

números, oficios, fichas

horarios y estadísticas

sin pasión ni rocío.

Tanto fórmula estricta

y tanto timbre,

y para arriba y para abajo

tanto usía,

y por las orillas

ningún arranque de la sangre,

ningún beso salvaje,

ningún trino.

Entre tanto

la Secretaria al frente,

perfumada y alada:

boca, nariz, garganta,


pestañas como alamedas.

Qué hace tu sangre antártica, entonces,

bestia domesticada,

qué hace tu diente carnicero,

perro de presa.

Tránsito suspendido,

subió la leche,

no hay carne en ninguna parte,

escondieron el té;

debes pagar impuestos,

te queda un saldo en contra,

debes siete botellas,

viene la policía.

Irme saltando muros

como escapado de la cárcel,

correr con el corazón fuera del pecho

hasta los propios límites del mundo,

hundirme en la soledad,

perderme en el vacío.

Háblenme de la ley escrita,

del estatuto orgánico,

de la educación, señores;

El buen comportamiento

y las buenas maneras.


Qué tiene que ver con esas plumas

un buscador de miel como yo,

un picaflor, a penas,

que con el aire puro se emborracha.

Un día nací, es cierto,

pero nací llorando

y tan evidente disconformidad

afirma mi derecho

a contrariar los códigos impuestos,

a defender como una fiera

mis deleitosos defectos:

únicas conexiones

que tienen sabor a vida.

De los buenos oficios

De repente suelen llamarme aparte para decirme

muy en privado

y muy a lo amigo:

"Tú eres un poeta bucólico

cantor incomparable de la naturaleza,

no vale la pena que te desazones


no hay iracundia que valga lo que tu poesía,

ningún desborde te saque de quicio,

cuida de no manchar tu inmaculada flor de lis".

Pero yo soy un pájaro porfiado,

cerril como un peñasco,

y como mejor puedo

contesto disculpándome:

no mi sabio rey Salomón,

no mi amigo letrado,

no mi señora de moño y copete.

Seguro de mi causa

-en un rictus largo de oreja a oreja-

yo debo todavía dar las gracias:

esa maleza no me perturba el seso,

no me enreda los pasos

ni ensucia mi flor de lis.

Yo no le canto a esas malas hierbas

-qué cosas me suponen-,

procedo por higiene solamente,

señalo el tumor maligno para que lo extirpen;

con acento patético

expreso el hecho absurdo

que inquisidores retrasados

-enquistados sin saber como entre los libros-


estén dictaminando a gritos sobre la poesía.

La poesía es libre como el rayo,

incorruptible como el oro;

hace llorar a veces como una cebolla abierta

o es difícil de mascar como el pan duro;

ningún extraño le entierra el diente,

no admite lazos ajenos en su cintura,

anillos frívolos en sus dedos.

No traten de domesticarla con elementos de

tortura,

coronándola de espinas

o haciéndola sudar sangre;

la poesía es como el diamante,

no la pulverizan con palabras gruesas;

cuidadosa de su persona y su tocado

no admite engaños,

orgullosa de sus orígenes

no podría aceptar ásperas carrasperas,

arranques trasnochados.

Santa Teresa se sentiría enclaustrada,

Quevedo se desangraría por sus viejas heridas,

a Baudelaire le saldrían canas verdes,

Rimbaud retornaría al Africa,


Mayakovsky volvería a suicidarse.

De eso solamente se trata:

dejar tranquila a la reina en su estrado

o, lo que es lo mismo,

no enturbiar el agua limpia.

De todos modos, muchas gracias.

Me Muero Irremediablemente

Me estoy muriendo en una Biblioteca

entre libros en fila,

testigos filósofos del hecho;

libros que desde lejos me contemplan,

mudos por fuera,

pero por dentro llenos de elocuencia,

y a quienes digo:

un momento Jorge Manríque,

San Juan de la Cruz, espérame,

Perdóname, Quevedo.

Pidió mi muerte a plazos

el director del establecimiento,

la decretó el Ministro a ciegas,

y las paredes frías


quedaron silenciosas;

el techo de cemento

todavía no se viene abajo,

los mármoles del piso

parecen lápidas.

Oídlo por mi boca:

me muero día a día.

Que lo digan simultáneamente

mi compañero Alfonso Montenegro,

mi amigo Juan Cavada,

la señora Emma,

las tres Marías de la Biblioteca

las dos Zulemas.

Y también los más jóvenes,

desde hoy sentenciados

a morir con el libro en la mano.

El alma se me cae en los tinteros,

nado en un mar de fichas y papeles,

archivadores, cartas,

máquinas de escribir, feroces máquinas

de sumar y multiplicar congojas,

timbres eléctricos,

gritos del emperador doméstico,


números, oficios:

me falta el aire azul,

me ahogo irremediablemente.

Soliciten una junta de médicos,

traigan sus instrumentales los doctores,

alargadme una rama,

llamad a los bomberos.

Aquí se necesitan

brujas en una escoba,

exorcismos violentos,

uñas de la gran bestia,

amuletos o cruces

para espantar el diablo en esta casa.

Píldoras para la libertad perdida,

cuerdas de salvataje,

una ventana abierta al sur,

un caballo ensillado,

una ráfaga.

Venid con yerbas frescas

para mi mal de adentro;

necesito con urgencia una botica,

yo todo me lo tragaré de golpe:

mis días están contados

pero aún pudiera ser tiempo.


Poned un radiograma a los poetas,

que los colegas sepan la noticia,

que nadie ignore cómo me encarnecen,

un cable que escuetamente diga:

"por disposición del jefe de Servicio

—un malo de la cabeza—

a esta hora se está muriendo,

irremediablemente,

Juvencio Valle

en la Biblioteca Nacional de Chile".

En donde se aconseja

no volar más alto

que los pájaros

Mas no volaremos tanto. Todavía nos quedan

verdades de ver y de tocar en tierra firme.

Al tenor de tanto himno celeste desbordado

cantan también las aves.

Los pájaros del cielo

y de la tierra juntos. Exaltado conciertos

en este anfiteatro que va de rama en rama;


al compás de una misma e invisible batuta

cantan todas las aves del bosque reunidas.

Así, la diuca araucana, de albo delantal;

el chincol repentino, de militares bríos;

el jilguero romántico; la enamorada torcaza;

el tordo todo de luto; el zorzal silbador

la loica damnificada, de ensangrentado pecho,

el pájaro carpintero, empecinado artesano

que hace retemblar con su pico todopoderoso

las enormes columnas de este lírico Olimpo.

Esta rápida enumeración es incompleta,

que aún quedan allí cantando en el olvido

celebérrimos maestros del madrigal más dulce,

todos de sobresaliente cartel en esta plaza.

Y, además, el concierto de los sapos.

La ilustre sapería cantando a voz en cuello

debajo de la noche, en su proscenio líquido;

a toda orquesta, ateridas batuta y levita;

sus largas y enfermizas querellas con la luna,

sus castañuelas secas y sus tenaces crótalos,

sus contrapuntos sin fin con las estrellas.

Un paréntesis para la flor del copihue y su estación


Es promediando mayo, recargado de lluvias,

cuando el copihue sacude su roja enagua

su apretado faldellín de abeja, su cintura

de dama antigua, su anticuado traje de cola,

su larguísima túnica hindú de seda y púrpura

que le viste totalmente de barba a tobillo.

Es en el mes de mayo cuando ella asoma

tímida y cautelosa por entre las celosías

de las movibles hojas, cubierta de rubores,

alta y fina de talle, ilustre y distinguida,

inexistente el pie soñado bajo de su campana,

sólo el aura que la vigila la transporta.

Con su traje de gala acude a las fiestas

de La Frontera. A los memorables bailes

del mes de junio. El Sur, barbudo y silvestre,

la toma en brazos y, bien ceñido a su talle,

ensaya con ella una zarabanda de pies perdidos,

una larga y agotadora danza de treinta días.

En la Imperial del Sur es esta orgía.

Tiembla el techo del cielo, se hunde el piso

de ramas aturdidas. El viento intemperante,

sin compostura y brusco como un arriero,


quiebra las copas, sacude la verde alfombra

y la azorada reina, tan ceñida y erguida,

qué incómoda debe de sentirse en esta orgía.

En La Imperial es el desbordamiento,

el océano escarlata entre las altas copas.

EL PICAFLOR

El picaflor es una flor aérea, un temblor del aire, una reunión de vírgenes

colores. Increíblemente diminuto, se alimenta de néctares silvestres y no quiere

más para vivir que su oficio de bebedor de ambrosías. No tiene flores

preferidas, porque todas lo enamoran, y él es voluble, inconstante, olvidadizo.

Pero se le ve con preferencia entre las campánulas, entre las fucsias violetas y

en general entre aquellas flores que ofrecen a su largo pico succionador algo

así como una forma de túnel perfumado. La madreselva toda florecida tiembla

de rubor cuando siente pasar por su lado a este donairoso Don Juan de los

jardines. Pero el picaflor no tiene tiempo para tanto propósito nupcial. Los

campos de Boroa, de Imperial y de Lautaro parecen verdaderos océanos

florales, y la avecilla vaporosa, ni aun en compañía de las abejas y de las

mariposas, pudiera dar contento a tanta solicitud de amor.

EL ZORZAL
El zorzal sabe adaptarse a las más variadas circunstancias. No extraña la tierra

que habita: es selvático y doméstico a la vez. Vive feliz en cualquier parte. En

el fondo de los bosques su silbido prolongado hace más intensa la umbría.

Viste eternamente de color caqui, como un oficial norteamericano. Tiene un

oído finísimo y su mayor desvelo consiste en escuchar los ruidos telúricos.

Pasa la vida de inspección, con gran responsabilidad de su oficio. Corre, salta y

vuela con una agilidad de deportista entrenado. Cuando quiere canta como un

tenor de ópera o silba distraído como un carretero. La tierra amorosa le ofrece

gusanillos y lombrices y, en verano, se come las primeras frutas.

Muchas veces la excesiva confianza en sus condiciones auditivas le hace caer

en algunos lazos. El hombre, que vive en perenne vigilia cuando trata de

exhibir al tigre que lleva adentro, le arma trampas vergonzosas y el pobrecillo

cae, al decir de su propio asesino, como un "zorzalito".

LA GOLONDRINA

Con las golondrinas llega la primavera. Quizá qué gérmenes vitales o polvos

maravillosos se traen bajo el ala, porque basta la vibración de su presencia en

el aire tibio para que los almendros florezcan a rabiar. Y los ulmos, las topa-

topas y hasta los tréboles de cuatro hojas. Azules y blancas, rápidas e inquietas,

nunca se posan en una rama, sino en los más altos alambres del mundo. Juegan
al volantín con sus cuerpos intranscendentes. Van y vienen por el aire en un

trapecio celeste. Hace tiempo, un poeta chileno, de cuyo nombre no quiero

acordarme, dijo que la golondrina era un pedazo de viento que casi se ha

vuelto pájaro. Gustavo Adolfo Bécquer las fijó por mucho tiempo en un balcón

romántico. Pero ellas no tienen orillas, son libres, inestables, peregrinas.

Imposible que seres con tanta chispa adentro puedan mantenerse por mucho

tiempo enclaustradas en un mismo campo, aunque ése sea literario. Ellas

nacieron para evadirse, para desaparecer como el rocío o el humo.

LA GAVIOTA

La gaviota es como un pedazo de ola, un jirón de espuma, una exhalación de mar. Siempre
va de desplome y

resurrección por las extensas playas de Chile, a la par de la ola. Rápida para refrenar el
vuelo, sube y baja a

voluntad de las mareas. Las largas costas de nuestra patria son como un enlazamiento
ininterrumpido de alas de

gaviotas. Pañuelos blancos salpicados de nieve y espuma, desde Arica a Magallanes está
tendido este largo

cordón alado y flotante. Aves como entre marinas y terrestres, parecen ser la transición
entre el océano y la

tierra firme. A los viajeros que vienen llegando desde el fondo del ancho mar ellas les dan
el primer saludo de

tierra adentro. Para quienes vienen bajando de la montaña, ellas son el primer abrazo del
mar.
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