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EL PRIMER PROPOSITO EN EL MATRIMONIO ES EL AGRADAR A DIOS

¿Qué es lo que le place a Dios?


Pablo dice claramente que la fuerza motivadora detrás de todo que hace es el deseo de
complacer a Dios. “Por eso, nos empeñamos en agradarle” (2Co. 5:9). Cuando algo es la
fuerza motivadora en todo que hacemos, esto influye en cada decisión que hagamos. La
primera pregunta que nos debemos hacer para realizar cualquier cosa es “¿Agradará a
Jesucristo?” El primer propósito en el matrimonio— más allá de la felicidad, la expresión
sexual, el criar hijos, el compañerismo, el cuidado mutuo, o cualquier otra cosa—es el de
agradar a Dios. El desafío, claro, es que esta perspectiva involucra el vivir sin un enfoque
en el propio “yo”: en vez de preguntar ¿qué me gustaría? Debemos preguntar“¿Qué le
gustaría a Dios?” En caso que no lo captemos la primera vez, Pablo lo repite en v. 15 (los
que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado.”
No tengo otra opción, siendo cristiano. Le debo a Jesús el vivir para Él, hacer esto mi pasión
consumidora y la fuerza motivadora de mi vida. Para hacer esto, tengo que morir a mis
propios deseos diariamente. Tengo que crucificar el impulso a evaluar cada acción y
decisión según lo que sea mejor para mí. Pablo lo dice elocuentemente: “siempre llevamos
en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en
nuestro cuerpo” (2Co. 4:10).
Esta realidad requiere que yo vea a mi esposa a través de ojos Cristianos. Parte de nuestra
nueva identidad en Cristo es un nuevo ministerio, uno dado a cada Cristiano: “Dios…nos
reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2Co. 5:18). Piénsalo,
la naturaleza de la obra de Cristo es la de reconciliación, uniéndonos con Dios otra vez.
Nuestra respuesta es llegar a ser reconciliadores también. Todo lo que digo y hago en mi
vida tiene que apoyar este ministerio del evangelio de reconciliación, y este compromiso
empieza con demostrar la reconciliación en mis relaciones personales, especialmente en mi
matrimonio. Si mi matrimonio contradice mi mensaje, habré saboteado la meta de mi vida:
Agradar a Cristo y proclamar fielmente las buenas nuevas de que uno puede ser reconciliado
con Dios por medio de Jesucristo. Si esta es mi fuerza motivadora, entonces trabajaré para
construir un matrimonio que contribuya a este ministerio de reconciliación—un matrimonio
que encarne esta verdad, una relación que modele el perdón, el amor, y sacrificio. No
podemos proclamar un mensaje si no lo vivimos nosotros primero. Debemos proclamar el
mismo mensaje con nuestras vidas y con nuestras palabras. ¿Cómo puedo decir a mis hijos
que la promesa de reconciliación con Dios es segura cuando ven que mi promesa
matrimonial no vale nada? Es posible que lo superaran, pero en cualquier caso yo habré
sido un obstáculo para su fe y no una ayuda.
Lo que quiere decir un divorcio es que por lo menos un cónyuge, y posiblemente los dos,
han cesado de poner el evangelio primero en sus vidas. Ya no viven por el principio guiador
de Pablo: nos empeñamos en agradarle, porque la Biblia es muy clara en enseñar que Dios
odia el divorcio (Mal. 2:16). Si la meta de la pareja fuera la de agradar a Dios, no se
divorciarían.
Hay circunstancias que constituyen excepciones a esa regla general, pero la mayoría de los
divorcios entre cristianos no incluyen tales circunstancias.
Si estoy casado para mi propia felicidad, y mi felicidad se desvanece, una sola chispa
encenderá el bosque entero de mi relación. Pero si mi meta es proclamar y modelar el
ministerio de reconciliación divina, mi perseverancia será incombustible.
Practicar la disciplina espiritual del matrimonio significa que yo ponga mi relación con Dios
primero. En una sociedad donde las relaciones son descartadas regularmente, los cristianos
pueden llamar atención simplemente por medio de quedarse juntos. Y cuando nos preguntan
por qué, podemos ofrecer la base del mensaje de reconciliación de Dios.
— Gary Thomas [Matrimonio Sagrado, p.12-14]

¡Que tu fe no falle!
CAMINO DE VIDA·MIÉRCOLES, 20 DE ENERO DE 2016

Hace unas semanas un amigo mío me contó que estuvo a punto de irse de
la iglesia. En los últimos meses del año había empezado a enfriarse, sin
saber por qué, llegando a tomar decisiones que sabía no le convenían.
Quería dejar de venir porque se sentía falso, avergonzado por dentro,
cochino. Se preguntaba: “¿Cómo puedo venir a alzar mis manos y cantar
después de lo que hice ayer?”

¿No te has hecho esa misma pregunta alguna vez?

Jesús le dijo a Pedro: “Simón...Satanás ha pedido zarandear a cada uno de


ustedes como si fueran trigo; pero yo he rogado en oración por ti... para
que tu fe no falle, de modo que cuando te arrepientas y vuelvas a mí
fortalezcas a tus hermanos”. (Lc 22:31-33).

De la misma manera, Él oró por cada uno de nosotros. (Jn 17:20). Jesús
sabía que en esta vida tendríamos tentaciones, y fallas, pero por eso dijo:
“Oré para que tu fe no flaqueara”. No dijo: “Oré para que tú no falles”,
porque sabía que eso iba a ser imposible. Sabía que Pedro iba a fallar.
Sabía que tú también lo harías.

Recuerda que el enemigo querrá que te enfoques en las maneras en que


fallaste, pero Dios desea que te enfoques únicamente en Él. Quiere que
aun cuando te sientas “bajo” y/o “en el hoyo”, sepas que su amor por ti es
incondicional, porque te ha perdonado por completo gracias a la sangre
de Jesús. Eso es lo que mantiene fuerte nuestra fe levantándonos aun en
momentos de confusión. ¡Que tu fe no falle!

¿Te has sentido así alguna vez? ¿Qué te dice el versículo en


Lucas 22:31 sobre lo Dios ha hecho por ti aun antes de que
falles?

(Extracto de la Prédica de Noche CDV. Ps. Daniel. Surco. Domingo 17 de


Enero, 2016.)

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