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DESDE LA PELEA.

NOCHES DE DÍAS SOLITARIOS.

Por el MD. Miguel Ángel Rodríguez Herrera.


miguelrr@pv.udg.mx

Cada uno de nosotros, a solas, en silencio y en esta vida, encuentra el sentido


de su individual existencia y, con ella la auténtica finalidad de todas las cosas.

Los pasos que seguimos para llegar a ese conocimiento son diversos y
particulares, ninguno es igual. No hay caminos hechos, no hay reglas, no hay
edades, sexos, religiones, etc.

En las profundidades de nuestra conciencia, un buen día, brotan las más


sinceras convicciones sobre verdades insospechadas. Lejos de la experiencia
que nos dan los sentidos y aún más remotamente del conocimiento que nos da
la razón, nos sale al paso la comprensión, la certeza.

En nuestra infancia somos experiencia sensorial, en nuestra juventud lógica


pura y, en la madurez certidumbre en las verdades. Juegos, deportes, trabajo;
luego estudio, conocimiento; y para después, en el crepúsculo, fe.

Pero fe en qué?

Creencia firme de un orden universal, de una finalidad y sentido últimos de


nuestra personal existencia y de ésta en general. Certeza en un haber llegado
para seguir siendo con mayor plenitud. Un desarrollo sin fin, una potencia sin
acto.

Empezamos a ser cuando tocamos a este mundo y después de éste a seguir


siendo.

Certidumbre de que todo lo que es en esta realidad tiene un sentido para


nosotros en sí mismos; el dolor, la miseria, la enfermedad, el placer, el vicio,
el mal, la muerte, todo lo bueno y lo malo. Todo ello tendrá que ser resuelto y
convertido de manera definitiva.
Resolver y convertir significa que la diversidad será parte de la unidad. La
conversión quiere decir el corolario final de nuestra existencia. Ese corolario
no será otra cosa que el producto de nuestro actuar que día a día, noche a
noche se va acumulando, como las riquezas del ahorrador.

Todo lo que hacemos se va consolidando para formar nuestra personalidad


propia, única e irremplazable. Somos consecuencia de nuestras acciones, de
nuestros pensamientos y también, de nuestras omisiones.

Nada puede borrar lo que hicimos, ni quitarnos lo que somos. Somos lo que
construimos de nosotros. Nuestros propios escultores. Por ello pues los actos
de nuestra vida son como ladrillos que se van uniendo para ir fabricando el
edificio de nuestra persona.

Lo admirable es que ese individuo que somos cada uno de nosotros no puede
ser destruido, alterado en lo más mínimo; la obra inacabada no puede ser
modificada en un ápice.

Nuestro cuerpo material y las demás cosas materiales no son sino elementos
de los que nos valemos para hacer nuestra vida. Por tanto el cuerpo es una
cosa en la vida, como otras tantas cosas que hay en la realidad física, espacial,
temporal.

Creemos que todo lo que es, es en función de lo que el hombre utiliza para
realizar su vida. Las cosas son instrumentos necesarios para vivir. La vida no
está en los utensilios, los utensilios son maneras de las que nos valemos para
edificar el ser.

Muchos confundimos a las estatuas con las personas de carne y hueso. Así
también creemos que son más importantes los cacharros que la comida.
Dinero, honor, grandeza, placer son sólo cachivaches que forman parte de la
vida pero no lo son tal.

Con frío en el alma, recogimiento de espíritu, dolor de conciencia y ánimo


desvalido se va yendo la noche de un día solitario.

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