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Los viajes al infortunio

Edgar Rivera
Tengo muchas razones que me motivan a escribir sobre Paul Bowles. La principal es por el grado de
provocación que me generó su escritura. También consideré oportuno que este escrito sea una especie de
pequeño tributo, pues en este 2019 se cumplen los 20 años de su muerte. Gracias a mi sino me encontré,
en un changarrito de libros usados, la primera edición de Palabras ingratas en Alfaguara y, por si fuera
poco, con la traducción de uno de sus escasos amigos, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Este libro
cuenta con 10 cuentos breves que muestran el dominio de Bowles sobre la palabra escrita. Nos dice mucho
en tan pocas páginas, esta particularidad no le resta mérito a sus propuestas narrativas, sino todo lo
contrario. Para Poe:
el gran cuento breve… es una presencia alucinante que se instala desde las primeras frases para fascinar
al lector, hacerle perder contacto con la desvaída realidad que lo rodea, arrasarlo a una sumersión muy
intensa y avasalladora. De un cuento así se sale como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo
circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas
veces de alivio y tantas otras de resignación.
La presencia alucinante Bowles la asegura en cada pieza narrativa aunque, ignoro por completo si su
finalidad es, como señala Poe en su teoría, fascinar al lector. Cada relato, sin embargo, en vez de hacernos
perder contacto con la realidad, consigue un efecto contrario, y es que sus personajes son sacados de esa
cotidianeidad asfixiante que nos muestran esa realidad tan clara y que, no obstante, no somos capaces de
reconocer. En las diez historias que contiene el libro encontrarán desde poetas que buscan conocerse a sí
mismos, un médico que solo busca celebrar su vida en paz, hasta la necesidad de un ceilanés por conservar
viva su memoria. La juventud, las obsesiones, el viaje y lo cotidiano vienen a ser los núcleos narrativos
que desarrolla Paul en cada diégesis, cuyos espacios geográficos son principalmente Tánger y New York.
Puedo afirmarles que cada relato procura esa mirada de sorpresa, de lento reconocimiento que apunta Poe
y que, al contrario de un alivio o resignación, lo que podrán encontrar será solo un estupor al que regresarán
una y otra, y otra vez. Y es que Bowles no ofrece una mirada optimista o esperanzadora, quizás
corresponda a su visión del mundo, pues basta con asomarnos un poco a su vida; como buenos voyerista
que solemos ser en ocasiones, sino una apocalíptica en donde la redención humana, si es que la hay, solo
se consigue a través de la destrucción: “Pero hoy podemos imaginar circunstancias en las que una muerte
inesperada por el fuego podría ser una benéfica liberación del infierno de la vida; es posible que lleguemos
a desear la eutanasia universal.” (Palabras ingratas, p. 81)
Por mi parte no me resta más que invitarlos a degustar del humilde menú de cuentos bowlianos. Provecho.

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