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ANTECEDENTES[EDITAR]

A mediados del siglo III a. C., los romanos ya habían logrado hacerse con el control de la
totalidad de la península itálica. A lo largo del siglo anterior, Roma había logrado aplastar a
los distintos enemigos que se había encontrado en su camino a la dominación de la
península: primero la Liga Latina fue disuelta por la fuerza durante las guerras latinas,2 y
luego el poder de los samnitas fue subyugado durante las largas guerras samnitas.3
Finalmente, las ciudades griegas de la Magna Grecia, unificadas bajo el poderoso rey Pirro
de Epiro, terminaron sometiéndose a la autoridad romana al término de las guerras
pírricas.3
Cartago, por su parte, era considerada como el poder naval dominante en el Mediterráneo
occidental. Fundada como colonia fenicia en el norte de África, cerca de la actual Túnez,
gradualmente se convirtió en el centro de una civilización cuya hegemonía se extendía a lo
largo de la costa norteafricana, controlando también las islas Baleares, Cerdeña, Córcega,
un área algo limitada en el sur de la península ibérica y la parte occidental de Sicilia.4
Roma y Cartago, las grandes potencias del Mediterráneo occidental, siempre habían
mantenido tratados y relaciones amistosas, y llegaron incluso a unir sus fuerzas
cuando Pirro de Epiro desembarcó en el sur de Italia en el año 278 a. C. Sin embargo, los
intereses de las distintas potencias terminarían desencadenando la guerra por
la hegemonía del Mediterráneo occidental. En particular, la primera guerra púnica daría
inicio después de que tanto Roma como Cartago intervinieran en la ciudad siciliana
de Mesina, cuya proximidad a la península italiana la convirtió en una ciudad de suma
importancia estratégica.
Desarrollo[editar]
COMIENZO DE LA GUERRA[EDITAR]
Mapa del mar Mediterráneo occidental en 264 a. C. Roma aparece en anaranjado, Cartago
en verde y Siracusa en amarillo.
Los mamertinos, un grupo de mercenarios italianos provinientes de la Campania, fueron
contratados por Agatocles de Siracusa como guardia de élite. A la muerte de éste, en
289 a. C., los mamertinos fracasaron en encontrar a alguien que aceptara sus servicios.
Lograron ser admitidos en la ciudad de Mesina, en la punta nororiental de la isla de Sicila,
pero luego mataron a traición a todos los hombres que habitaban la ciudad y desposaron a
sus mujeres por la fuerza.56 Cuando en 280 a. C. Pirro de Epiro invadió el sur de Italia,
Regio, ciudad situada frente a Mesina, pidió ayuda a Roma, que envió una guarnición
compuesta de ciudadanos campanos "sin derecho a voto". Estos terminaron por apoderarse
de la ciudad a imitación de los mamertinos en Mesina, y les apoyaron en su expansión en
Sicilia a costa de Siracusa y de Cartago. En 270 a. C., respondiendo al reclamo de los
habitantes de Regio, los romanos recuperaron el control de la ciudad, y castigaron
duramente a los soldados campanos. Los mamertinos de Mesina eran entonces menos
fuertes, al haber perdido a sus aliados de Regio, y el nuevo tirano de Siracusa, Hierón II,
decidió marchar contra ellos. Hierón II de Siracusa derrotó a los mamertinos en la llanura
de Milea, al norte de Mesina (Polibio dice [¿dónde?] en Milea, en el río Longano, aunque el
río Longano corre algo más al sur).
Tras esa derrota, en el año 264 a. C., los mamertinos acudieron tanto a Roma como a
Cartago en busca de ayuda. Los cartagineses hablaron con Hierón, y lograron acordar que
éste no llevara a cabo nuevas medidas militares a cambio de que los mamertinos aceptasen
una guarnición cartaginesa en Mesina. Ya fuese porque no les gustaba la idea de la
guarnición cartaginesa, o bien convencidos de que la reciente alianza entre Roma y Cartago
contra el rey Pirro reflejaba unas relaciones cordiales entre ambas potencias, el hecho es
que los mamertinos solicitaron a Roma una alianza, buscando con ello mayor protección.
Sin embargo, la rivalidad entre Roma y Cartago había ido creciendo desde la guerra contra
Pirro, y una alianza entre ambas potencias ya no era factible.7
En ese momento la isla está dividida en dos esferas de influencia: la parte oeste y central,
dominada por Cartago, y la parte oriental, de ascendencia e influencia griega. Los griegos
estaban capitaneados por la polis de Siracusa, dirigida por el tirano Hierón II.
Por otro lado, y tras la llegada de la embajada mamertina solicitando ayuda, tuvo lugar un
considerable debate en Roma sobre la aceptación o no de las solicitud de ayuda de los
mamertinos, la cual implicaba entrar en guerra con Cartago. Por otro lado, y aunque todavía
se encontraban recuperándose de la insurrección de Regio, los romanos eran reticentes a
enviar ayuda a soldados que habían robado injustamente una ciudad de manos de sus
propietarios originales, pero tampoco deseaban ver incrementar todavía más el poder
cartaginés en Sicilia. Dejar a los cartagineses solos en Mesina implicaba permitirles
enfrentarse directamente con Siracusa, único obstáculo que les quedaba antes de tener el
control total de la isla.8 El Senado romano finalmente decidió plantear el asunto ante la
Asamblea popular, en donde se tomó la decisión de responder a la llamada de los
mamertinos.910 Según Goldsworthy, la aprobación por parte de la Asamblea popular debe
entenderse impulsada por los ciudadanos más prósperos de la época, incluyendo al orden
ecuestre y al propio cónsul Apio Claudio Cáudex. El cónsul buscaría la gloria militar en una
guerra que él dirigiría, siendo la primera que se libraría al otro lado del mar. El resto de
ciudadanos acaudalados se beneficiarían a través de los contratos para abastecer y equipar
el ejército y a través de la revitalización del mercado de esclavos gracias a los prisioneros
capturados en guerra.11 Sea como fuere, la decisión tomada tuvo consecuencias
incalculables tanto para Roma como para el mundo entero, pues desencadenó la primera
de una larga serie de guerras internacionales que dieron como resultado el surgimiento de
la potencia mundial romana, cuya influencia aún percibimos en nuestros días.
En esa época, no podría hallarse dos estados con más contrastes que Roma y Cartago:
Los campesinos romanos eran reclutados con mucha frecuencia, por lo que formaban una
infantería relativamente bien entrenada y experimentada; además, su tradición religiosa
fomentaba el patriotismo entre la nobleza y el pueblo llano por igual; Cartago era una ciudad
donde solo la nobleza tenía derechos políticos, y los campesinos no eran reclutados en el
ejército más que en casos de necesidad extrema; por ello, casi la totalidad de las fuerzas
armadas cartaginesas estaban compuestas por mercenarios.
Roma no tenía colonias ni posesiones de ultramar a las cuales explotar para obtener
recursos; Cartago tenía un imperio colonial que abarcaba la mayor parte del norte de África,
las islas Baleares, Cerdeña, Córcega y la parte occidental de Sicilia, cuyas poblaciones no
tenían los números ni la organización para rebelarse. Por ello, los ingresos que el Estado
cartaginés percibía eran más grandes que aquellos que Roma lograba extraer de aliados y
clientes numerosos y propensos a sublevarse.
Roma no tenía una marina preparada para emprender una guerra naval a gran escala,
mientras que Cartago era la potencia naval predominante del Mediterráneo occidental.
Guerra en tierra[editar]
Guerra en Sicilia[editar]
El avance romano continúa.
Sicilia es una isla semi montañosa, con obstáculos geográficos y terrenos difíciles de
practicar que dificultaban las líneas de comunicación. Por este motivo, la guerra terrestre
solo tuvo un papel secundario en la primera guerra púnica. Las operaciones en tierra
quedaban confinadas a pequeñas escaramuzas u operaciones de saqueo, con pocas
batallas campales. Los asedios y los bloqueos eran las operaciones a gran escala más
comunes, y los principales objetivos de esos bloqueos eran los puertos importantes, dado
que ni Cartago ni Roma tenían ciudades en Sicilia y ambas necesitaban recibir continuos
refuerzos, aprovisionamiento y mantener una comunicación continua con sus metrópolis.
La guerra terrestre en Sicilia comenzó con el desembarco romano en Mesina en 264 a. C.
A pesar de la ventaja inicial cartaginesa en cuanto a capacidad militar naval, el desembarco
romano no encontró prácticamente ninguna oposición. Dos legiones comandadas por Apio
Claudio Cáudex desembarcaron en Mesina, en donde los mamertinos habían expulsado
previamente a la guarnición cartaginesa comandada por un tal Hannón (sin relación
con Hannón el Grande).12 La estrategia inicial de Roma era eliminar a Siracusa como
enemigo y por ello, desde Mesina, los romanos marcharon al sur, mientras que diversas
ciudades por el camino abandonaban el bando cartaginés para aliarse con Roma.13 Tras
un breve asedio sin ayuda cartaginesa a la vista, Siracusa optó por firmar la paz con los
romanos.14 Junto con Siracusa, varias otras ciudades bajo dominio cartaginés más
pequeñas decidieron también pasarse al bando romano.14
Según los términos del tratado firmado con Hierón, Siracusa se convertiría en aliado romano
y pagaría una pequeña indemnización de unos 100 talentos de plata. Sin embargo,
probablemente lo más importante del tratado era que Siracusa aceptaba ayudar al ejército
romano en Sicilia facilitando su aprovisionamiento.14 Esto permitía a Roma mantener un
ejército aprovisionado en la isla de Sicilia, sin depender para ello de una ruta de
aprovisionamiento marítima a merced de un enemigo con superioridad naval.1415 Por otro
lado, las buenas relaciones de Hierón con Roma le permitirán mantener una relativa
independencia del reino más allá de la guerra y hasta su muerte en el 216 a. C.
Los cartagineses, mientras tanto, habían comenzado a reclutar un ejército
de mercenarios en África, que todavía debía ser enviado por mar hasta Sicilia para
enfrentarse a los romanos. Según el historiador Filino de Agrigento, el ejército estaba
compuesto por 50 000 soldados de infantería, 6000 de caballería y 60 elefantes, aunque
estos números podrían estar sobrestimados.16 En el transcurso de otras guerras históricas
en Sicilia, Cartago había vencido apoyándose en una serie de puntos fuertes fortificados
repartidos alrededor de la isla, por lo que sus planes eran llevar a cabo una guerra terrestre
en el mismo estilo. El ejército mercenario lucharía en campo abierto contra los romanos,
mientras que las ciudades fuertemente fortificadas ofrecerían una base defensiva desde la
que operar.14 Una de estas ciudades, Agrigento, sería el siguiente objetivo romano.
En 262 a. C., Roma puso sitio a Agrigento, en una operación en la que se vieron
involucrados los dos ejércitos consulares, lo que equivalía a un total de cuatro legiones
romanas. La guarnición de la ciudad logró hacer una llamada en busca de refuerzos, y la
fuerza de liberación cartaginesas dirigida por Hannón llegó al rescate, destruyendo la base
de suministros romana ubicada en Erbeso.17 Estando rota la línea de suministros, los
romanos se encontraron asediados por el ejército de liberación, por lo que se vieron
obligados a construir y mantener dos líneas defensivas: Una interna, contra los posibles
ataques desde Agrigento, y otra externa, contra el ejército de liberación.17
Tras algunas escaramuzas, el ejército romano sufrió una epidemia, mientras que los
aprovisionamientos en Agrigento comenzaban a escasear. Llegó un momento en que
ambos bandos consideraban preferible una batalla a campo abierto en lugar de la situación
actual.17 Los romanos vencieron claramente al ejército cartaginés en la batalla de
Agrigento, pero el ejército cartaginés que defendía la ciudad logró escapar.17 Agrigento,
privada de defensas, cayó fácilmente en manos de los romanos, que saquearon la ciudad
y esclavizaron a sus habitantes.1718 De esta manera, Roma accedió también al control del
sur de la isla.
Desde ahí, los romanos continuaron avanzando hacia el oeste de la isla, logrando liberar
en 260 a. C. a las ciudades de Segesta y Makela,19 que se habían aliado con Roma y que
habían sido atacadas y asediadas por los cartagineses en reacción a su cambio de bando.
En el norte los romanos avanzaban hacia Termae tras haber asegurado su flanco marítimo
gracias a la victoria naval en la batalla de Milas.20 Fueron derrotados, sin embargo, ese
mismo año por un ejército cartaginés dirigido por un comandante llamado Amílcar (un
Amílcar distinto de Amílcar Barca, padre de Aníbal).21 Los cartagineses aprovecharon esta
victoria para contraatacar en 259 a. C., asediando la ciudad de Ena. Amílcar continuó al sur
hacia Camarina, en territorio de Siracusa, posiblemente en un intento de convencer a los
siracusanos para que se volviesen a unir al bando cartaginés.
El año siguiente, 258 a. C., los romanos fueron capaces de recuperar la iniciativa
reconquistando Enna y Camarina. En la Sicilia central capturaron también la ciudad de
Mitístrato, a la que ya habían atacado en dos ocasiones anteriores. Los romanos también
se trasladaron al norte, marchando a través de la costa norte de la isla hacia Panormus,
pero no fueron capaces de tomar la ciudad.22
Los cartagineses no estaban aún dispuestos a rendirse y, entendiendo la superioridad de
sus enemigos en tierra, comenzaron una campaña de hostigamiento con rápidas
incursiones desde el mar. Además su flota aseguraba el aprovisionamiento e impedía un
efectivo asedio de Lilibeo, el gran baluarte cartaginés en el extremo oeste de la isla.
El desastre de la invasión de África[editar]
Invasión de África.
Tras sus conquistas en la campaña de Agrigento, y tras varias batallas navales, los romanos
intentaron en los años 256 y 255 a. C. la segunda operación terrestre a gran escala de la
guerra. Optaron por seguir el ejemplo del tirano Agatocles de Siracusa. Éste, en el
310 a. C., cuando Siracusa se hallaba en puertas de ser conquistada por un poderoso
ejército cartaginés, embarcó junto con un pequeño ejército griego rumbo a las costas
africanas. Su irrupción en los alrededores de Cartago produjo tal pánico en la indefensa
ciudad que, llamados sus ejércitos de vuelta, lograron forzar un precipitado ataque púnico
sobre Siracusa, que terminó en una severa derrota.
Por ello, buscando un final de la guerra más rápido que el que ofrecían los largos asedios
en Sicilia, decidieron invadir los dominios cartagineses en África, con el objetivo de forzar
un acuerdo de paz favorable a los intereses romanos.2324
Se construyó una gran flota en la que se incluyeron transportes para el ejército y sus
enseres, y barcos de batalla para ofrecer protección a los cargueros. Todo se prepara con
sumo cuidado hasta que en el 256 a. C. una enorme flota de 330 naves partió con un gran
ejército romano a bordo, desde la costa adriática al mando del cónsul Marco Atilio Régulo y
en dirección a África. Tras bordear el sudeste y sur de la península itálica se encuentraron
con una flota cartaginesa, aún mayor que la romana (de unas 350 naves según Polibio,25)
en las proximidades del cabo Ecnomo. En esta segunda batalla naval la victoria vuelve a
caer del lado romano,26 permitiendo al ejército de Marco Atilio Régulo desembarcar en la
costa africana y comenzar el saqueo de la región.27 Los territorios bajo administración
directa de la ciudad de Cartago, que eran la Byzacena y el cabo Bon, estaban repletos de
haciendas y campos de cultivo de vital importancia para los púnicos, por lo que el saqueo
romano significó un gran revés para los intereses cartagineses.28
En un principio las fuerzas de Régulo tuvieron éxito. Tras vencer a los cartagineses en
la batalla de Adís, los cartagineses se vieron forzados a solicitar un acuerdo de paz.29 Sin
embargo, las exigencias de Régulo fueron tales que los cartagineses prefirieron seguir
luchando, por lo que recurrieron a la contratación de un afamado líder militar mercenario,
el espartano Jantipo, quien instó a los cartagineses a la lucha y reorganizó el ejército.2430
En 255 a. C., Jantipo lanza su ataque contra los romanos, venciendo a Régulo en la batalla
de los Llanos del Bagradas. En la batalla, Jantipo utilizó inteligentemente los cien elefantes
de los que disponía, consiguiendo abrir grandes brechas entre los legionarios, que sufrieron
una importante derrota. Para mayor deshonor, el propio Atilio Régulo fue capturado.3132
Además, Jantipo logró cortar las comunicaciones entre los restos del ejército de Régulo y
su base restableciendo la supremacía naval cartaginesa.3334
Sin embargo, el desastre no acabó ahí: el Senado romano reaccionó inmediatamente
enviando una flota de 350 naves en auxilio de los supervivientes. A pesar de que ésta
consigue romper el bloqueo y recoger a los soldados, una tormenta destruyó la práctica
totalidad de la flota en su camino a casa, pereciendo los restos del derrotado ejército (se
dice que sobrevivieron solo 80 naves). El número de bajas ocasionadas por este desastre
podría superar los 90 000 hombres.34
Continuación de la guerra en Sicilia[editar]

Los cartagineses negocian un acuerdo de paz y se retiran de Sicilia.


Las graves pérdidas romanas animaron a los cartagineses a un ataque en toda regla en
Sicilia, transportando incluso elefantes a la isla. Los cartagineses aprovecharon la ocasión
para atacar Agrigento. Sin embargo, al no verse capaces de mantener la ciudad, la
quemaron y la abandonaron. Por desgracia para los intereses púnicos, el general Jantipo se
vio obligado a huir de Cartago para evitar su asesinato por parte de los líderes cartagineses,
que no deseaban pagar sus servicios, lo cual privó a Cartago del que hasta el momento
había demostrado ser su mejor general en tierra.
Finalmente, los romanos fueron capaces de retomar la ofensiva militar. Además de construir
una nueva flota de 140 naves, los romanos volvieron a la estrategia anterior, consistente en
conquistar una a una las distintas ciudades sicilianas bajo control cartaginés.35 Los ataques
comenzaron con asaltos navales sobre la ciudad de Lilibeo, el centro de poder cartaginés
en Sicilia, y con saqueos en África. Ambos esfuerzos, sin embargo, terminaron en
fracaso.36 Los romanos se retiraron de Lilibeo y la fuerza en territorio africano se vio
envuelta en otra tormenta que la destruyó.36
Sí que tuvieron éxito, sin embargo, en la campaña sobre el norte de la isla. Los romanos
fueron capaces de capturar la ciudad de Termas en 252 a. C., permitiendo un nuevo avance
sobre la ciudad portuaria de Palermo. En 251 a. C. lograron tomar la ciudad de Quefalodón,
y desde ahí se lanzaron contra Palermo, que cayó tras una dura lucha. Junto con Palermo,
los romanos accedieron al control de gran parte del interior occidental de la isla. También
firmaron acuerdos de paz con los romanos las ciudades de Ieta, Solous, Petra y Tindaris.
Al año siguiente los romanos desviaron su atención hacia el suroeste y enviaron una
expedición naval hacia Lilibeo. En el camino, los romanos asediaron y quemaron las
ciudades cartaginesas de Selino y Heraclea Minoa. La expedición no tuvo éxito, pero al
atacar la base de operaciones cartaginesas los romanos demostraron que su intención era
capturar la totalidad de Sicilia. La flota fue derrotada por los cartagineses en Drépano,
forzando a los romanos a continuar sus ataques desde tierra.
En este punto de la guerra, Cartago envió a Sicilia a su general Amílcar Barca (el padre del
general Aníbal de la segunda guerra púnica). Su desembarco en Hericté, cerca de Palermo,
obligó a los romanos a desplazar sus tropas para defender a esa ciudad portuaria, que tenía
cierta importancia como punto de suministro, lo cual dio a Drépano un cierto respiro. Los
cartagineses prosiguieron su defensa a través de una guerra de guerrillas que fue capaz de
mantener a los romanos ocupados, ayudando a que los cartagineses mantuvieran su cada
vez más escasa presencia en la isla. Sin embargo, los romanos fueron capaces de
atravesar las defensas de Amílcar, y le obligaron a reubicarse en Erice, desde donde podría
defender mejor la ciudad de Drépano.
En cualquier caso, este éxito cartaginés en Sicilia fue secundario en comparación con el
progreso de la guerra en el mar. La situación de tablas que Amílcar fue capaz de lograr en
Sicilia resultó irrelevante tras la victoria romana en la batalla de las Islas Egadas del año
241 a. C. Tras esa batalla los cartagineses buscaron un acuerdo de paz en el que aceptaron
evacuar la isla de Sicilia.
La campaña naval[editar]
Los comienzos y la invención del corvus[editar]
Debido a las dificultades que suponía la guerra terrestre en la isla de Sicilia, la mayor parte
de la primera guerra púnica se luchó en el mar, incluyendo las batallas más decisivas. Sin
embargo, una de las razones por las que la guerra llegó a un punto muerto en tierra fue
precisamente que los navíos de guerra antiguos no eran efectivos a la hora de establecer
asedios sobre los puertos enemigos. En consecuencia, Cartago fue capaz de reforzar y
suplir a sus fortalezas asediadas, especialmente en Lilibeo, en la costa oeste de Sicilia.
Ambos bandos se vieron inmersos en los problemas que conlleva la financiación de grandes
flotas de guerra, de hecho la capacidad financiera romana y cartaginesa finalmente decidiría
el curso de la guerra.

Los romanos llegaron a la conclusión de que la única manera de batir a su enemigo era
privarle de su ventaja en el mar. Pero Roma, cuya historia militar había transcurrido siempre
en suelo italiano, carecía de flota y de experiencia en la guerra naval. Por el contrario, los
cartagineses eran descendientes de los navegantes fenicios, con una amplia experiencia
en navegación forjada a través de siglos de comercio marítimo, por lo que dominaban todo
el Mediterráneo occidental y poseían la mejor flota de la época. Las flotas del siglo III a. C.
estaban constituidas casi en su totalidad
por trirremes, birremes, quinquerremes y cuatrirremes, siendo los trirremes y
quinquirremes las naves más empleadas durante la primera guerra púnica.37 Los romanos
iniciaron su incursión en la guerra naval cuando se construyó la primera gran flota romana
tras la victoria de Agrigento, en 261 a. C., botando de sus improvisados astilleros más de
un centenar de quinquerremes.
Algunos historiadores, incluyendo a los antiguos historiadores romanos, han especulado
acerca de la posibilidad de que, dado que Roma carecía de tecnología naval avanzada, el
diseño de sus naves de guerra pudiera proceder probablemente de copias de trirremes y
quinquerremes cartaginesas capturadas, o de naves que hubiesen encallado en las costas
romanas tras naufragar en una tormenta. La nave pudo ser capturada antes de que sus
tripulantes tuvieran tiempo de incendiarla, lo que permitió a los ingenieros romanos
estudiarla y copiarla pieza por pieza. Otros historiadores han apuntado que Roma sí que
tenía experiencia a través de la cual acceder a la tecnología naval, puesto que sí que
patrullaba sus propias costas con el fin de evitar la piratería. Una última posibilidad muy
probable es que Roma recibiese asistencia técnica de algunas ciudades marítimas aliadas,
en especial griegas, que sí contaban con larga tradición naval y en particular de su aliado
siciliano, Siracusa. Esto, junto con el hecho de que los cartagineses usaban un sistema de
construcción naval con piezas prefabricadas que les permitía construir rápidamente un gran
número de barcos y que los romanos copiaron, permitió que Roma se aventurase en una
guerra marítima. En cualquier caso, y fuera cual fuera el estado de su tecnología al
comienzo del conflicto, el hecho es que Roma se adaptó rápidamente a las circunstancias.
Posiblemente como una forma de compensar su inexperiencia, y para poder hacer uso de
las tácticas militares terrestres en la guerra marítima,38 lo romanos equiparon sus nuevas
naves con un aparato llamado corvus. En lugar de maniobrar para buscar embestir la nave
enemiga para abordarla o hundirla, que era la táctica naval estándar de la época, el corvus
consistía en un puente móvil que se dejaba caer y quedaba firmemente anclado gracias a
unos garfios de hierro situados en su parte inferior. Una vez las dos naves quedaban unidas,
los legionarios romanos abordaban el barco cartaginés y vencían a su débil infantería. Las
naves equipadas con el corvus simplemente navegarían pasando al lado de la nave
enemiga y dejarían caer el puente.2439
La eficiencia de este nuevo sistema de abordaje quedó patente por vez primera en la batalla
de Milas, la primera victoria naval de la República romana, en la que la flota romana del
cónsul Cayo Duilio sorprendió y venció a la flota cartaginesa en el año 260 a. C. El arma
continuó demostrando su valor en los años siguientes, y en especial en la gran batalla del
Cabo Ecnomo. Por su parte, la invención del corvus obligó a Cartago a revisar sus tácticas
militares, lo que dio durante un tiempo la ventaja naval a Roma. Más adelante, sin embargo,
y a medida que la experiencia militar naval de Roma se incrementó, el corvus fue
abandonado por suponer un importante lastre en la navegabilidad de los barcos. El hecho
es que en una sola tormenta en Camarina (Sicilia), los romanos supuestamente perdieron
toda su flota salvo unas 80 naves, y se cree que puede que se debiese a la inestabilidad
que provocaba el hecho de tener instalado el corvus.
Desastres navales[editar]
Pero a pesar de las victorias marítimas romanas, la República perdió innumerables naves
durante la guerra, debido tanto a las batallas como a las tormentas. Al menos en dos
ocasiones (255 y 253 a. C.) perdió las flotas al completo por culpa del mal tiempo, y debido
a la inexperiencia de sus comandantes. Solo en el desastre de Camarina se perdieron
doscientas setenta naves40 y unas cien mil vidas humanas, lo que lo convertiría en el
desastre marítimo más grave de la historia.41 El corvus, ubicado en la proa de la nave,
pudo hacer a las naves muy inestables, lo que las haría muy vulnerables en momentos de
mal tiempo, por lo que estos desastres podrían haber sido la poderosa razón por la que los
romanos descartaron el uso de un arma que hasta entonces había demostrado ser muy
efectiva.
La única respuesta de Roma ante estas constantes pérdidas fue construir más y más
embarcaciones, lo que conllevó unos enormes gastos. Sin embargo, las fuerzas romanas
no fueron las únicas que se iban agotando: los cartagineses sufren una parálisis en su
economía fruto de la interrupción del comercio que es su principal actividad y fuente de
riqueza.
Así en el 250 a. C. los púnicos vuelven a solicitar la paz, y para ello mandan una embajada
a Roma, en la que iba como prisionero el ex-cónsul Régulo. Se cuenta que este se había
comprometido a volver a Cartago para ser ejecutado si la embajada fracasaba, pero,
tomada la palabra en el Senado romano, abogó por la continuación de la guerra hasta la
completa aniquilación de Cartago, sorprendidos ante este acto de patriotismo, los
senadores decidieron continuar la guerra, por lo que Régulo fue ejecutado al regresar con
la embajada a Cartago.
Una nueva flota es construida por Roma, al mando de Publio Claudio Pulcro, hermano de
Claudio Cáudex. Igual de precipitado que su hermano mayor, abandona el asedio a Lilibeo
para atacar por sorpresa a la flota cartaginesa que se encontraba 32 km al norte,
en Drépano. Tras la importante victoria naval cartaginesa en Drépano, en 249 a. C., los
cartagineses volvieron a tomar el mando del Mediterráneo occidental, puesto que Roma era
reticente a volver a financiar la construcción de una nueva y cara flota. Sin embargo, la
facción cartaginesa opuesta al conflicto, dirigida por el aristócrata y terrateniente Hannón el
Grande, fue ganando poder en la ciudad hasta que en 244 a. C., considerando que la guerra
estaba llegando a su fin, comenzaron la desmovilización de la flota, dando a Roma una
nueva oportunidad para recuperar la superioridad naval. Mientras tanto, durante este
periodo, Amílcar Barca orquestó un cierto número de expediciones de saqueo por Italia, lo
que también pudo influir en que, en respuesta, los romanos construyeran una nueva flota,
financiada con donaciones de los ciudadanos más adinerados.
La batalla de las Islas Egadas y el fin de la guerra[editar]
Dado que Roma estaba casi al borde del colapso económico, el senado adoptó una medida
extrema: emitió un empréstito público (tributo) a cargo de los ricos para construir una nueva
flota con el dinero recolectado, el cual sería pagado cuando el Estado tuviese nuevamente
ingresos suficientes. La nueva flota, compuesta por 200 quinquirremes de los más
modernos en esa época, es encomendada al cónsul Cayo Lutacio Cátulo, quien se dirigió
al oeste de Sicilia para bloquear totalmente los accesos marítimos de Lilibea y Drépano,
sitiándolas por completo (invierno del 242 a. C.), y dejando a dichas ciudades al borde de
la inanición.42
En la primavera del 241 a. C. llegó una flota cartaginesa cargada de abastecimientos para
ambas ciudades sitiadas (y por lo tanto con la maniobrabilidad reducida). Pero, al haber
estado inactiva durante dos años en los puertos, sus tripulaciones estaban muy mal
adiestradas. Catulo decidió hacer frente a dicha flota para evitar que Amílcar Barca fuese
abastecido por ella, frente a las islas Egadas. Sería en este momento, en la batalla de las
Islas Egadas, el 10 de marzo de 241 a. C., en la que se decidiría el final de la guerra. La
flota de Catulo, superior en todos los aspectos, venció a la flota cartaginesa, infligiéndole
120 bajas entre naves hundidas o capturadas, tras lo cual emprendieron una desordenada
fuga.43
Esta victoria se convierte en decisiva, pues no solo acaba con los suministros para Lilibea,
sino también con las tropas de refresco destinadas a Amílcar. Cartago perdió gran parte de
su flota, y fue económicamente incapaz de reconstruir una nueva o de encontrar recursos
humanos suficientes como para tripularla. Sin el apoyo naval, Amílcar Barca se vio
incomunicado y se vio obligado a negociar la paz. Una vez alcanzado un acuerdo, abandonó
Sicilia, dando así fin a 23 años de guerra ininterrumpida.44
Consecuencias[editar]
Roma venció en la primera guerra púnica tras 23 años de conflicto, y finalmente se convirtió
en el poder naval predominante en el Mediterráneo. Al final de la guerra, ambos estados
quedaron exhaustos tanto financieramente como demográficamente. El tratado de paz
comprendía no solo el abandono de cualquier pretensión púnica sobre Sicilia y el
archipiélago de las Lípari, sino también la entrega de los prisioneros de guerra y el abono
de una fuerte indemnización de 2200 talentos eubeos durante un periodo de veinte años
(condición posteriormente modificada a 3200 talentos, pagándose 1000 inmediatamente y
el resto en diez años). La propia Cartago salía casi intacta territorial y políticamente del
conflicto y tanto Cerdeña como el norte de África permanecieron bajo el dominio cartaginés,
pero la primera guerra púnica marcó el comienzo de su declive.45
Si Cartago se encontraba al borde del desastre, no mucho mejor estaba Roma después de
un conflicto extenuante y que a la larga resultaba insostenible. Probablemente ello disuadió
a los belicosos romanos de continuar la guerra. Sin embargo, sus beneficios fueron
notables. Sicilia se convirtió en la primera provincia romana fuera de la península itálica
(excepto durante un tiempo el pequeño reino oriental de Hierón II). Aún más, recogieron el
cetro de Cartago como potencia marítima dominante, lo que le permitió, por ejemplo,
hacerse más adelante con Malta y Cerdeña.
Bajas[editar]
Es difícil determinar el número exacto de bajas en los bandos implicados en la primera
guerra púnica debido al sesgo que ofrecen las fuentes históricas, que normalmente tienden
a exagerar las cifras para incrementar el valor de Roma.
Según las fuentes (excluyendo las bajas en guerra terrestre):46
Roma perdió 700 naves (debido al mal tiempo y a disposiciones tácticas desafortunadas al
comienzo de las batallas) y al menos buena parte de sus tripulaciones.
Cartago perdió 500 naves durante la guerra, así como parte de sus tripulaciones.
Aunque no se puedan calcular con exactitud, las bajas fueron importantes en ambos
bandos. Polibio comenta que la guerra fue, por aquella época, la más destructiva en
términos de bajas humanas de la historia de la guerra, incluyendo las batalla de Alejandro
Magno. Por su parte, analizando el censo romano del siglo III a. C., Adrian
Goldsworthy apunta que durante el conflicto Roma perdió alrededor de 50 000 ciudadanos.
Esto excluye tropas auxiliares y todas las demás personas sin ciudadanía romana.
Términos de la paz[editar]
Los términos del Tratado de Lutacio, impuesto por los romanos como vencedores en el
conflicto, fueron particularmente duros para Cartago, que habían perdido poder de
negociación tras su derrota en las Islas Lípari. Finalmente, las partes acordaron lo siguiente:
Cartago debía evacuar Sicilia y las pequeñas islas situadas en su parte occidental (las Islas
Egadas).
Cartago devolvería a los prisioneros de guerra sin cobrar rescate alguno, mientras que
debería pagar un rescate muy importante para recuperar a sus propios prisioneros.
Cartago se comprometía a respetar en el futuro a Siracusa y a sus aliados.
Cartago transfería a Roma el control sobre las Islas Eolias y sobre Ustica, al norte de Sicilia.
Cartago debía evacuar todas las pequeñas islas ubicadas entre Sicilia y África
(Pantelaria, Linosa, Lampedusa, Lampione y Malta).
Cartago se comprometía a pagar una indemnización de guerra de 2200 talentos (66
toneladas) en diez pagos anuales, más una indemnización adicional de 1000 talentos (30
toneladas) de forma inmediata.47
Otras cláusulas determinaban que los aliados de cada una de las partes no serían atacados
por la otra, y se prohibía a las partes reclutar soldados en el territorio de la otra. Esto impidió
a los cartagineses acceder a la contratación de mercenarios en Italia y en gran parte de
Sicilia, aunque la cláusula fue abolida temporalmente durante la guerra de los Mercenarios.
Consecuencias políticas[editar]
Tras el fin de la guerra, Cartago no tenía fondos suficientes para liquidar los salarios de sus
mercenarios. Hannón el Grande intentó convencer a los ejércitos que se desmovilizaban de
que aceptaran un pago menor al comprometido, pero esa postura sería el detonante de la
guerra de los Mercenarios. Solo tras un gran esfuerzo y a los esfuerzos combinados de
Amílcar Barca, Hannón, y otros líderes cartagineses se conseguiría sofocar la revuelta y
aniquilar a los mercenarios y a los insurgentes.
Mientras tanto, durante este conflicto Roma aprovecharía la debilidad púnica para
anexionarse también las islas de Córcega y Cerdeña, que les entregarían algunos
mercenarios rebeldes. Los cartagineses protestaron por esa acción, que suponía una
violación del tratado de paz recientemente alcanzado. Fríamente, Roma declaró la guerra,
pero se ofreció anularla si se le entregaba no solo Cerdeña, sino también Córcega. Los
púnicos, impotentes, tuvieron que ceder, y ambas islas se convierten en el 238 a. C. en
nuevas posesiones romanas.
Por el contrario, este tipo de muestra de desprecio y prepotencia será lo que mantendrán
viva la llama del odio de los púnicos hacia Roma, personificadas en la familia de los Barca.
Odio que desembocará años más tarde en la segunda guerra púnica.
Por otro lado, la consecuencia política más importante de la primera guerra púnica fue la
caída del poder naval cartaginés. Las condiciones establecidas en el tratado de paz por
Roma tenían le intención de controlar la situación económica cartaginesa como para evitar
la posible recuperación de la ciudad. Sin embargo, la gran suma de indemnización que
debían pagar los cartagineses forzaron a Cartago a expandirse por otras áreas, buscando
materias primas para conseguir el dinero que debía pagar a Roma y recuperar en la medida
de lo posible sus finanzas.
En lo que respecta a Roma, el final de la primera guerra púnica marcó el comienzo de la
expansión romana más allá de la península itálica. Sicilia se convertiría en la
primera provincia romana, gobernada por un pretor. La isla se convertiría en un territorio
estratégico para Roma como fuente de aprovisionamiento de grano a la ciudad. Además,
Siracusa se mantendría como un aliado independiente pero leal durante toda la vida
de Hierón II. No sería incorporada a la provincia de Sicilia hasta que, durante la segunda
guerra púnica, la ciudad fuera conquistada y saqueada por Marco Claudio Marcelo.

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