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El Constitucionalismo:
CONSTITUCIONALISMO LIBERAL.
1) Libertad
Decir para el liberalismo que los hombres son libres implica que cada uno de ellos
puede pensar, expresarse y obrar como él quiera y la libertad de otros es el único límite
de la libertad de cada uno.
En palabras de John Stuart Mill: “El único objeto que autoriza a los hombres, individual
o colectivamente a turbar la libertad de acción de sus semejantes, es la propia defensa;
la única razón legítima para usar de la fuerza contra un miembro de una comunidad
civilizada es la de impedirle perjudicar a otros, pero el bien de ese individuo, sea físico,
sea moral no es razón suficiente. Ningún hombre puede en buena lid, ser obligado a
actuar o a abstenerse de hacerlo, porque de esa actuación o abstención haya de derivarse
un bien para él, porque ello le ha de hacer más dichoso, o porque en opinión de los
demás, hacerlo sea prudente o justo. Éstas son buenas razones para discutir con él, para
convencerle o para suplicarle, pero no para obligarle o causarle daño si obra de modo
diferente a nuestros deseos.
Para que esta coacción fuese justificable, sería necesario que la conducta de este hombre
tuviera por objeto el perjuicio de otro. Sobre sí mismo sobre su cuerpo y espíritu, el
individuo es soberano"
La libertad así concebida veda imponer a los individuos sacrificios o privaciones, contra
su voluntad que no redunden en su propio beneficio (Nino llama a este principio
"principio de inviolabilidad de la persona", pero su postura acerca de la posibilidad de
violación de los derechos individuales por omisión hace que a su “liberalismo
igualitario" lo analicemos luego junto al constitucionalismo social).
Tampoco puede el Estado imponer o interferir en los planes de vida que los individuos
libremente elijan, so pretexto de que ellos son inconvenientes, inmorales, etcétera. Este
es el llamado “principio de autonomía".
2) Igualdad
Decir para el liberalismo que los hombres nacen iguales significa que nadie puede
beneficiarse por herencia de derechos o de privilegios que lo coloquen por encima de
otros (herencia debe entenderse como prerrogativa de sangre, no como sucesión por
causa de muerte).
Pero el concepto de igualdad no implica —todavía más, lo excluye- que todos los
hombres tengan en la realidad el mismo status o bienestar económico. Al ser la libertad
el valor supremo, la igualdad se limita a una igualdad de posibilidades, de tratamiento
frente a la ley. Veremos más adelante cómo juega la igualdad ante el problema de la
miseria.
La solución liberal
La experiencia Argentina
Textos
El siglo XVIII puede ser considerado un crisol en el que se produjo una intensa y
profunda elaboración de ideas humanistas, democráticas y libertarias, concretadas en
algunos de los grandes movimientos político sociales de ese tiempo. Tales ideas fueron
rupturistas en el pensamiento filosófico y político francés, mientras que en Inglaterra
habían evolucionado institucionalmente a través de los siglos, en forma natural y
espontánea, como derivación propia de las costumbres, tradiciones y forma de vida del
pueblo británico.
La ruptura de la Revolución Francesa, y sus principales pensadores (Siéyes, Rousseau,
Montesquieu, etc.), no pueden entenderse desarticulados del cuadro ideológico de la
época.
El constitucionalismo es un movimiento generado en ése siglo, y desarrollado
principalmente durante los siglos XIX y XX, que vincula en modo sustancial a los
conceptos de Constitución y Democracia. La democracia constitucional designa a la vez
una doctrina política y cada uno de los regímenes implantados en base a ella durante las
dos últimas centurias, como una resultante de la democratización del
constitucionalismo. La doctrina de la democracia constitucional o del
constitucionalismo, une indisolublemente a la democracia y a la constitución.
Inicialmente, las democracias contemporáneas, en coincidencia con el sentido
etimológico del término (“Gobierno del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo” según
Abraham Lincoln) develaban una concepción ingenua que atentaba contra la virtualidad
y continuidad del sistema, que radicaba justamente en identificar el sujeto con el objeto
del Poder. De allí la importancia de los principios, fines y técnicas del
constitucionalismo y su ensamble con la democracia y el Estado de Derecho,
caracterizado este último por Mario Justo López, por poseer una finalidad personalista,
con base en el reconocimiento de la dignidad humana como "prius", medios genéricos y
principistas (soberanía del Pueblo, imperio de la ley) y técnicas jurídicas determinadas
(Supremacía de la Constitución, Distinción entre Poder Constituyente y Poderes
Constituidos, Legalidad Administrativa, Control de la Actividad de los Organos
Estatales, Alternancia en el Gobierno)
Tal simbiosis invita a enfatizar que la democracia constitucional es necesariamente,
Estado de Derecho, y en sentido material, ya que no es simplemente una forma de
gobierno. La democracia constitucional asume el conflicto e intenta arribar al consenso
en forma participativa y no violenta. En ello radica la superioridad objetiva del
constitucionalismo frente a otros movimientos que intentaron hasta la fecha racionalizar
la realidad política; en su aptitud de racionalizar el conflicto mediante reglas claramente
establecidas por los propios actores.
Ello ya que las soluciones autocráticas intentan suprimir el conflicto, para resolverlo, y
en los hechos agravan la conflictividad hasta límites inimaginables. La democracia, en
cambio, nutrida por la propia virtualidad de la realidad política, propone soluciones a
través de la competencia pacífica y orgánicamente regulada, con precisos límites en la
tutela de la dignidad humana: intenta canalizar el conflicto moldeando el consenso, sin
generar el quiebre del sistema
El constitucionalismo clásico se nutre además de los ya expuestos, por los aportes que
brindaron las doctrinas “francesa” y “alemana”. Con respecto a la doctrina francesa, ella
se hizo presente en el período "decimonónico" del Estado de Derecho desde su doctrina
de las libertades públicas. Esta doctrina, de raigambre en la posición iuspublicista de ese
país e indudable influencia en el constitucionalismo occidental, aparece por primera vez
en el art. 9 de la Constitución Francesa de 1793, que se expresa en este modo: La ley
debe proteger la libertad pública e individual contra la opresión de aquellos que
gobiernan. Tal idea central, no se aleja del concepto que - aceptando los planteos
Iusnaturalistas sobre los derechos humanos que habían servido a la burguesía. Así, la
Constitución de 1793, al igual que la de 1791,precedió de una declaración de derechos,
acentuando esta última, la regla de legalidad en el orden institucional. Es del mismo
período el denominado "proyecto girondino"(febrero de 1793) que nunca llegó a
concretarse en texto sancionado y para conquistar el poder, involucra el planteo
positivista a fin de su consolidación. Había que preservar, en tal circunstancia y frente a
la acción del Estado, una esfera de actuación del individuo, exigiendo al propio tiempo
de aquél, un rol determinado, sujeto a las debidas garantías jurisdiccionales. Por ello, su
fundamento ideológico, resulta ser el liberalismo, y su fundamento político, la
democracia formal. Es como derivación de las ideas expuestas que enuncian los
constitucionalistas franceses más prestigiosos, al principio de la libertad , que enmarca
al primero de los derechos del hombre. Así el art. 4 de la declaración de derechos,
considera a la libertad en este contexto, como la posibilidad de hacer todo aquello que
no le está prohibido
Señala la generalidad de la doctrina la circunstancia de haber cumplido la categoría de
libertad pública (entendida como una positivización de los derechos naturales) con su
misión histórica, pero que no parece capaz de explicar todo el posterior proceso de
evolución de los mismos.
En definitiva, y desde las estructuras señaladas, podríamos decir que el rol de los
derechos humanos de la primera generación, y del constitucionalismo clásico, en
particular dentro de la democracia liberal, mas que un espíritu transformador, posee una
función prioritariamente garantista. Lo que no implica negar una posibilidad de
motorización que haga derivar de esta función, un rol movilizador. Ello fue lo que en
definitiva, permitió generar, a partir de los modelos liberales, los ulteriores esquemas
social demócratas, como se verá mas adelante En este período, el Estado "se convierte
en un simple árbitro de los intercambios sociales que, como tal, llevado por su
pretensión facilitadora, se autoaplica el principio de no interferencia. Y la legitimidad,
mediante su identificación con la legalidad, se sacraliza en su aspecto puramente
procedimental".
La constitución Argentina rescata el modelo demo-liberal post-revolucionario en el que
la "libertad" es concebida como un "prius" siendo, como es característica en el modelo
comentado, principio base de la actuación en materia de derechos humanos, con un
claro marco normativo en los artículos 19 (reserva constitucional y limitación del poder
del Estado) y 16 (que consagra la igualdad ante la ley).
Reproduce las reglas de actuación que, a nivel universal, destacaba esta primera
generación de derechos.-
El constitucionalismo social.
GRECIA:
De todos los significados atribuibles a nuestra palabra “constitución”, el término griego
“politeia” se corresponde a uno de los más antiguos, ya que significa el estado como es
en la realidad. Comprende todas las características que determinan la naturaleza de un
estado, incluyendo el conjunto de su estructura económica y social y las cuestiones de
su gobierno, en el sentido moderno.
Los griegos estimaban que existía una gran analogía entre la organización del estado y
el organismo individual del ser humano. Pensaban que los dos elementos de cuerpo y
espíritu, de los que el primero era guiado y gobernado por el último guardaban un
paralelo con los dos elementos integrantes del estado, los gobernantes y los gobernados.
La analogía entre la organización del estado y el organismo humano era lo que
constituía para el griego la cuestión central de la ciencia política.
La doctrina política de los antiguos tiene su momento álgido sobre la mitad del siglo IV
antes de Cristo con Platón y Aristóteles.
Este pensamiento político nace en una fase de decadencia política, de gran inestabilidad
y está dirigido a relanzar un fuerte y creíble ideal colectivo que sirva para superar las
divisiones social.
Anota Maurizio Fioravanti que en Grecia el temor que prevalece es el de la “Stasis”
(conflicto social y político dado por la lucha entre ricos y pobres). Este temor lleva a
reflexionar sobre las formas de organización y sobre los caracteres esenciales de
aquellas estructuras, en un intento de promover su reforma y así, dotarla de una mayor
capacidad de respuesta frente al conflicto; en definitiva, de salvar la unidad de la polis.
Un siglo después era necesario preguntarse si el gobierno democrático era un ideal para
recuperar y valorar de nuevo o si más bien debía reconocerse en él el germen de esa
decadencia.
Una de las exposiciones más claras de la actitud griega respecto de las relaciones
fundamentales del gobierno y el derecho se encuentra en “El Político” de Platón. Para
él, un gobierno constitucional ha de ser siempre un gobierno débil frente a uno
arbitrario, ya que las leyes bajo las que se gobierna un estado son inferiores a la
sabiduría del perfecto gobernante, principalmente debido a su rigidez.
Pero estas leyes son imitaciones o copias de la sabiduría perfecta que, sin embargo, para
Platón representan una mayor cantidad de verdadera justicia que la que puede aportar el
capricho arbitrario de hombres viciosos o ignorantes; e incluso los mejores hombres son
más o menos viciosos o ignorantes.
Platón exalta la ciencia regia que “no escribe leyes sino que provee como ley su arte”,
pero con ello no pretende exaltar los poderes de mando justificando cualquier arbitrio o
despotismo, sino que pretende indicar una forma de gobierno ideal. Pero cuando esta
forma de gobierno ideal es imposible -quizás para él también lo es siempre- es necesario
respetar las leyes existentes, sin que los gobernantes puedan derogarlas.
También para Platón la constitución que ha tenido un origen violento está fatalmente
destinada a decaer. Y esto fue lo que sucedió con la constitución democrática a que
hacíamos referencia precedentemente, que fue la constitución de los vencedores,
principalmente, los pobres, que luego de conquistar el poder mataron a una minoría rica
y acomodada, desterraron a otros e hicieron partícipes a los demás del gobierno y de las
magistraturas.
Entonces, la buena constitución política no puede tener un origen violento, sino que
debe ser aquélla que nazca de la pacífica y progresiva formación de una pluralidad de
fuerzas y tendencias; debe ser, pues, la constitución de los antepasados.
Solón creó una constitución en la que todos los sectores podían reconocerse con la
condición de moderar sus respectivas pretensiones. Era una constitución que repudiaba
el método democrático de la extracción por suerte de los cargos públicos, pero también
repudiaba aquél electivo censitario propio de las oligarquías; a los cargos publicos se
accede con el método aristocrático de la elección de los mejores, pero sobre la base de
requisitos de censo muy bajos, de carácter democrático.
Es que los griegos concibieron la ley en el estado solo como una parte o un mero
aspecto del conjunto del sistema político, pero nunca como algo afuera o aparte del
estado a que dicha organización política debe ajustarse. Ellos no estaban pensando en
principios “fundamentales” que hayan de invalidar una ordenanza municipal que los
contradiga.
ROMA:
Según Carlos Fayt el proceso de evolución política de Roma sigue las fases por las que
atravesaron las ciudades - estados griegos. En su origen fue una confederación de tribus,
asentadas en siete colinas, que adoptaron una organización de tipo patriarcal. Es la etapa
de la “ciudad antigua” con un rey patriarcal asistido por un consejo formado por los
padres o jefes de las familias fundadoras y una asamblea integrada por los hombres
libres. Su tránsito a ciudad - estado es consecuencia de su crecimiento interno y de las
luchas por asegurar su predominio en Italia. A la Monarquía siguió la República, con el
advenimiento al poder de la aristocracia patricia, bajo control popular; y por último el
Imperio, con un gobierno unipersonal que en los últimos tiempos de su existencia pasó a
revestir aspectos de teocracia. De este modo la “ciudad - estado” se transformó en
“ciudad - imperio”.
El poder del estado tiene límites y esos límites se encuentran en la ley. Si bien el
derecho proviene del estado, la autoridad deriva de la voluntad del pueblo, por
delegación, ya que la soberanía, en última instancia reside en la comunidad política.
Esta concepción del contrato gubernamental se encuentra presente en el mecanismo de
formulación de las leyes concebidas como un pacto entre los magistrados y el pueblo,
después de su proposición y tratamiento por las asambleas públicas. La ley, pues, no es
una orden o un mandato emanado del poder en el estado.
La ley, dirá Gayo en el siglo segundo, es lo que el pueblo ordena y establece; y cuatro
siglos después, las Instituciones de Justiniano la definen como “lo que el pueblo romano
solía establecer a iniciativa de una magistratura senatorial como el Cónsul@. Por ello, si
se quiere entender el espíritu del constitucionalismo romano es necesario analizar la
naturaleza de la Lex.
Resulta principio admitido que los romanos establecieron para siempre las categorías
del pensamiento jurídico; y sin duda una de las contribuciones más grandes al
constitucionalismo ha sido la distinción que establecieron entre Aius publicum” y “ius
privatum”, distinción que hoy está detrás de toda la historia de nuestras garantías
jurídicas de los derechos del individuo frente a la invasión del estado. Ambos eran “Ius”
y estaban animados por el mismo espíritu. Derecho público para ellos era sólo la parte
del IUS “quod ad statum rei romanae spectat”; derecho privado es “lo que corresponde a
la utilidad de los individuos”. Su esencia es la misma y su diferencia reside en el ámbito
de su incidencia más que en su naturaleza. En ambos casos el sujeto es exactamente el
mismo, la persona física. La única diferencia radica en que los derechos privados se
refieren exclusivamente a los individuos particulares, mientras que todos los ciudadanos
participan por igual en lo público.
Polibio (204 - 122 antes de Cristo) nació en Megalópolis, ciudad de Arcadia y fue uno
de los dirigentes de la Liga Aquea que se opusieron a Roma. Cuando cae el imperio
macedónico es llevado como rehén y queda impresionado por la grandeza de Roma. En
busca de sus motivos los encuentra en el equilibrio y unidad de la mecánica política y en
la fuerza de sus instituciones.
En su obra “La República” define al estado como “res populi”, como cosa del pueblo; y
el pueblo es una sociedad de hombres formada bajo la garantía de las leyes y con el
objeto de utilidad común.
Con esta definición del estado, subordinándolo a la garantía de las leyes se da un paso
trascendente para la historia del constitucionalismo.
La Edad Media
Con las dificultades que implica el análisis de un período tan largo (siglo V al XV)
comenzaremos a esbozar los atisbos de constitucionalismo que se han producido
durante la edad media.
Paolo Grossi, en su obra “El orden jurídico medieval” escribe que la sociedad medieval
es, de hecho, una sociedad sin estado, donde debido a la permanencia de este vacío
político, el derecho ve sublimada su función, se coloca en el centro de lo social y
representa la constitución duradera más allá (y al abrigo) del carácter episódico de la
política más elemental.
Toda esta complejidad no impide, sin embargo, establecer cuales son los rasgos más
comunes a estas realidades de poder tan diversas.
El primer aspecto que debe destacarse es que todos estos poderes tienen en común el
hecho de que no son poderes soberanos ya que no tienen una pretensión totalizadora con
respecto a los sujetos y los bienes que existen dentro de su jurisdicción. Así, la
dimensión económica o patrimonial de los individuos se desarrolla fuera de la previsión
normativa, o sea siguiendo las pautas de los antecesores, siguiendo la costumbre.
Esto lleva a concluir que durante el período analizado hay una intrínseca limitación de
los poderes públicos, por fuerza de la costumbre ya que los propios titulares del poder se
habían habituado, en el curso de los siglos, a entender que las relaciones económicas,
sociales y políticas de los ciudadanos se encontraban más allá de su capacidad de
normación, como algo que ya estaba jurídicamente ordenado. Así, la atención del
monarca, del Señor o del común medieval se orienta principalmente hacia aquella zona
de lo jurídico que de una manera natural está vinculada con el ejercicio y la
conservación del poder y que hoy identificaríamos con lo que se conoce como derecho
público.
Teniendo en cuenta ello, durante este período se discutirá mucho sobre las virtudes del
príncipe y, sobre todo, se retomará el tema de la constitución mixta.
Como señalamos en el capítulo anterior, este último tópico ya había sido puesto en el
tapete por los antiguos, en los términos de un proyecto de conciliación social y política.
En efecto, la constitución mixta inglesa se regía por la fórmula del “dominium politicum
et regale” que indica la presencia de un régimen político capaz de asociar al principio
monárquico de la unidad del gobierno, el principio de la supremacía de la comunidad
política, siendo el parlamento el lugar obligado de representación de los distintos
componentes institucionales y territoriales del reino.
O sea que el principio esencial de la constitución mixta inglesa era el siguiente: que
siempre fuese posible individualizar con claridad los límites entre lo que el rey podía y
debía hacer por sí y lo que el rey estaba obligado a hacer en el Parlamento, de tal
manera que no fuese posible ni una desmedida extensión de las prerrogativas regias en
detrimento de las parlamentarias ni viceversa.
De modo tal que los ingleses, aún luego de la edad media siempre se apoyaron en la
“vieja constitución” aquella tradicional que desde siglos obligaba a todos los sectores a
ejercitar la virtud de la moderación, del recíproco y pacífico reconocimiento: una
constitución con un firme gobierno monárquico pero orientada en sentido
parlamentario; una constitución que sostenía la relevancia central del parlamento pero
que no ponía en discusión la titularidad regia del gobierno.
Durante los siglos XII y XIII Inglaterra cuenta con dos juristas de renombre (Granvil y
Bracton) quienes extraen los principios generales subyacentes a la constitución
medieval de su país. Sobre todo fue Henry de Bracton, quien en un libro de casos
retoma la distinción de los romanos y la aplica al derecho -y modelo gubernativo-
inglés.
Él dice que el rey tiene en sus manos el gobierno del reino, estando los actos
estrictamente de gobierno sólo en sus manos. En dichas materias el rey es el único
administrador, y ni siquiera un juez puede poner en duda la legitimidad de tal acto.
Agrega que en las cuestiones de gobierno el rey es propiamente un autócrata y que en el
ámbito correspondiente su poder discrecional es legítimo, completo y no compartido
con nadie.
Pero agrega que en forma paralela a los actos de gobierno corren las “definiciones de
derecho” que participan de la condición de la costumbre inmemorial que fijan, no
pudiendo las mismas ser cambiadas o demoradas sin el consentimiento común de todos
aquéllos con cuyo consejo y acuerdo fueron promulgadas. Como decía Granvill, una
costumbre tal el rey no quiere ni se atreve a cambiarla.
Para Carlos Sánchez Viamonte España es el país de Europa donde se advierte una
mayor vocación por el derecho, visto éste como una organización de la sociedad y del
gobierno dentro de la cual los individuos adquieren una personalidad amparada por la
legislación.
Así, tanto en las leyes Teodosianas como en el Código de Eurico, la Ley de Teudis, el
Código de Leovigildo, el Breviario de Alarico, el Líber Judiciorum o en las fórmulas
visigóticas es posible encontrar preceptos dirigidos a limitar moralmente el ejercicio del
poder real.
En este sentido, por ejemplo, el Fuero Juzgo está poblado de máximas por medio de las
cuales se pone de manifiesto que el Rey y toda otra forma de autoridad tienen por
finalidad el beneficio del pueblo y no pueden ser utilizados dichos cargos en provecho
propio. También en el Concilio IV de Toledo (canon 75) se establece lo siguiente: “... y
contra los reyes futuros promulgamos esta sentencia, que si alguno de ellos, obrando
contra la reverencia de las leyes con soberbia dominación, ejerciere en los pueblos una
potestad cruelísima, por maldad o por ambición, sea condenado con sentencia de
anatema por Cristo Señor, sufra la separación y el juicio de Dios por haber obrado mal y
empleado el poder en daño del pueblo. Asimismo el libro I del Líber Judiciorum (Fuero
Juzgo) describe las cualidades que debe tener un legislador y el carácter y efectos de la
ley. Su fin es frenar la maldad de los hombres y lograr que los buenos vivan con
seguridad entre los malos.
Por todo esto se puede afirmar con Linares Quintana que, en la península ibérica se
encuentran valiosas raíces del constitucionalismo, aún antes de la Carta Magna que en el
año 1.215 debiera suscribir Juan sin tierra en Inglaterra. Ello así toda vez que son
legítimo antecedente del Estado moderno constitucional, pues consagraban limitaciones
a la voluntad de quienes ejercían el poder.
Así, por ejemplo el monarca debía jurar que mantendría el derecho vigente ya desde la
Asamblea Leonesa de 1.188. Otra garantía derivaba de la maldición fulminada en los
Fueros contra quienes incumplían sus prescripciones. También en el siglo XIII las
Hermandades y las teorías del derecho de resistencia a la opresión son importantes en
tal sentido. En Aragón, igual papel cumplieron los institutos de “firma de derecho y de
manifestación”.
Por otra parte, el fenómeno de la reconquista conduce a situar la libertad para el Español
en un tema prioritario.
Además, ya en 1.428 el Reino de Aragón crea el auténtico modelo del “hábeas corpus” a
través del “Juicio de manifestación” y el Fuero de Vizcaya en 1.527 lo perfecciona en la
ley 26 de su Título IX.
Con todo ello puede concluirse que el Derecho medieval fue legislado en los Fueros,
bajo la forma de pactos, convenios o contratos entre el Señor y sus vasallos. Pero los
Fueros escritos estaban precedidos de un derecho consuetudinario, con el mismo origen
e igual autoridad -eran los fueros de Fazañas o Albedrío-.
El Fuero puede ser definido como un privilegio concedido o reconocido por el Rey a sus
vasallos. Eran de la misma naturaleza que las Cartas - que también existieron en
España- pero constituían un cuerpo de legislación para ciudades ya formadas, a
diferencia de las Cartas Pueblas que tenían por objeto fijar las condiciones en que se va
a formar una población.
La Edad Moderna
Por todo lo hasta aquí dicho, se puede concluir sin dificultad que en la época medieval
ya existía una constitución mixta.-Esta constitución sirve para sostener una idea del
poder monárquico limitado por instituciones en las que se hallan representados los
distintos sectores de la comunidad política.
Sin embargo la debilidad más importante del constitucionalismo medieval resultaba ser
la imposibilidad de imponer -fuera de la idea de revolución- algún tipo de sanción
contra el príncipe que avanzase por sobre los derechos de los súbditos.
Es que el gran problema del siglo XVI seguía siendo el conflicto entre el
“gubernaculum” y la “jurisdictio”; y hasta la aparición del cisma religioso el avance del
primero sobre el segundo hacía presagiar el advenimiento de un poder cada vez más
absoluto.
Frente a este ataque de Tyndale, la “jurisdictio” era sostenida por la resistencia del
antiguo derecho común inglés y por el surgimiento de diferencias religiosas entre los
súbditos del rey. Es que en todos los juramentos de coronación de la edad media, la
primera obligación del príncipe es la de la defensa de la Iglesia. Su incumplimiento era
una transgresión tan grave como la injusticia, y para muchos fanáticos del siglo XVI era
más grave, ya que ponía en peligro las almas inmortales.
En este espectro, las teorías sobre la tiranía adquirieron un tinte religioso que debilitó el
respeto por todos los gobiernos.
Durante los siglos XVI y XVII en Inglaterra y en otras partes de Europa, la “jurisdictio”
tuvo que hacer frente a los abusos del gobierno, pero ha sobrevivido por el pensamiento
-y la acción- de quienes, invocando la tradición inglesa han salido a defenderla.
Con posterioridad, durante el reinado de Isabel, John Aylmer decía que “la forma
política de Inglaterra no es una monarquía, como algunos piensan apresuradamente, ni
tampoco una oligarquía o una democracia, sino un gobierno mixto de todas ellas, en la
que cada una de aquellas habían de tener su parte. Por lo tanto la representación está en
el Parlamento donde se encuentran los tres estados: el rey o la reina, que representan a
la monarquía; los nobles, que constituyen la aristocracia; los burgueses y caballeros, por
la democracia”.
Sin embargo, ya a mediados del siglo XVI se estaba produciendo en dicho país una
batalla entre voluntad y derecho que se iba a prolongar durante mucho tiempo.
Según Cheyney, la reina Isabel hablaba de “este parlamento” ya que apenas concebía al
Parlamento como una institución permanente. Para ella no era una rama del gobierno
coordinada sino una Asamblea especial convocada de vez en cuando; la planta del
gobierno con permanencia continuada era la reina, sus consejeros privados, los jueces y
otros funcionarios.
Es que durante el reinado de Isabel sólo hubo once parlamentos cuya duración no fue
superior a unas pocas semanas. Incluso durante este tiempo el rey tenía una poderosa
influencia sobre el mismo.
A fines del siglo XVI la línea divisoria planteada por Bracton trescientos años atrás
entre “jurisdictio” y “gubernaculum” parece ser lo que da equilibrio a la constitución
inglesa; a punto tal que, en los últimos años del reinado de Isabel se acepta que el rey se
encuentra bajo el derecho, pero no bajo ningún hombre.
Y que el derecho particular se establece y realiza según la ley, que está bajo el control de
Tribunales y Parlamento; mientras que las “cuestiones públicas” forman parte de la
prerrogativa imperial, que es “absoluta”.
El siglo XVIII nos trae a Montesquieu, por lo que, sin dejar de lado a Inglaterra resulta
imperioso, para captar la evolución de las ideas del constitucionalismo, que nos
traslademos a Francia.
Las ideas constitucionales del liberalismo Francés del siglo XVIII estarán influidas por
las teorías de Locke y Montesquieu en mayor medida que por las ideas del “gobierno
bien equilibrado” al decir de Manuel Aragón.[ix] Y ello, según este constitucionalista
español, quizás se deba a la concepción roussoniana de la democracia y de la ley ya que,
por ejemplo la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano define a la
Constitución como una ordenación del Estado que debe necesariamente basarse en la
división de poderes y en la garantía de los derechos fundamentales; y la ley es entendida
como la expresión de la voluntad general.
En este mismo sentido Vanossi entiende que la Declaración de los derechos del hombre
y del ciudadano de 1.789 sentó las bases o presupuestos del Estado constitucional: aquél
en que estuvieran garantizados los derechos y establecida la separación de los poderes.
Libertad y Poder aparecen concebidos a tenor de una determinada idea del hombre: la
libertad se debía gozar en igualdad (ante la ley) y el poder debía limitarse a través de su
organización para evitar que resultara peligroso o nocivo para aquélla.
Montesquieu sabía que el objeto de la constitución inglesa no era la gloria del Estado,
sino la libertad política de los ciudadanos, pero todavía no subraya el hecho que es en
los controles donde reside la garantía de la libertad.
Un bálsamo enriquecedor a fines del siglo XVIII resulta ser la influencia de los EE.UU.
en la teoría del equilibrio de poderes. Es que los norteamericanos no van a instalar un
sistema de rígida separación de poderes sino que harán un gobierno “bien equilibrado”,
trayendo desde su madre patria la teoría de los “checks and balances” pero adaptándola
a las nuevas exigencias derivadas de la distribución territorial del poder y de una
jefatura de estado no monárquica. Crearon, más que nada, una mezcla de poderes
enlazados y de competencias superpuestas.
Pese a que el pueblo de los Estados Unidos es heredero de una tradición en la que no
existe una constitución escrita y pese a que hizo oír su voz en la historia contemporánea
con la promulgación de una de las constituciones más pequeñas del mundo, la
importancia que ha tenido el constitucionalismo estadounidense es amplia y variada.
Así, por ejemplo el constitucionalismo estadounidense nos invita a reflexionar en el
profundo interés por la participación del pueblo en el gobierno. Tal vez no sea
casualidad que el Poder Legislativo sea el primero en ser descripto por la Constitución,
ya que, además de que le da cuerpo, lo crea, aunque también lo limita.
De todo lo expuesto precedentemente puede colegirse que tanto la Revolución
Americana como la Francesa son decisivas en la historia del constitucionalismo porque
ponen en evidencia el concepto de poder constituyente. Este poder constituyente viene a
terciar en la relación entre la tradición constitucionalista y la soberanía popular.
La Edad Contemporánea
No queremos concluir este trabajo sin antes dar, al menos, un panorama de algunos
aspectos de la historia más reciente del constitucionalismo.
El constitucionalismo europeo del siglo XIX recoge las conquistas de las Revoluciones
Francesa y Americana (supremacía de la ley e igualdad de los ciudadanos ante ella) pero
combate sus excesos.
Pero el tema no ha sido sencillo de resolver tampoco en esa época ya que se carecía de
un sistema efectivo de control del poder. Por ejemplo en Francia la casi ausencia de
controles jurídicos se debía básicamente, como habíamos visto, al concepto roussoniano
de ley, que conducía a la inmunidad legislativa y ejecutiva.
La idea de división y equilibrio entre poderes desaparece en este esquema, ya que ahora
ni el Estado ni la ley tendrán límites externos. Como corolario de ello, en esta época, se
va a concebir a la Constitución como mera ordenación fundamental del Estado.
Este cambio doctrinal se detecta ya en las dos primeras décadas del siglo XX que es
cuando aparecen en la Constitución Alemana de Weimar (también en la mexicana de
1.917) los derechos subjetivos “sociales”, postulándose además la recuperación del
equilibrio de poderes para que la Constitución sea un instrumento que asegure la
libertad.
Como característica del constitucionalismo en el período actual, que abarca los últimos
treinta años (1.972 - 2.002) se puede remarcar la aparición de derechos sociales grupales
nuevos (de los niños, ancianos, consumidores, etc.) los “nuevos derechos personales” o
de tercera generación, la incorporación, en los distintos textos constitucionales de
órganos extrapoderes, la aparición del OMBUDSMAN, y el auge del derecho
trasnacional y de una mayor democracia participativa.