Lapidario reúne muestras aforísticas de cien autores mexicanos o
extranjeros radicados en México, desde 1869 hasta el 2014. El primer año
corresponde a la fecha en la que Ignacio Manuel Altamirano publica sus primeros aforismos en El Renacimiento; asimismo, la fecha en la que se traducen al español los textos de Maximiliano de Habsburgo —los compendios más antiguos que he podido cotejar—; el segundo, el momento en que culminó la investigación y recolección. Ciento cuarenta y cinco años —siglo y medio— de una tradición que, pese a las pruebas de constancia, no deja de ser una escritura disidente, subrepticia y minoritaria frente al cúmulo de poetas, narradores o ensayistas que han ejercido la profesión en ese lapso temporal.
La economía verbal, el humor, el cambio de paradigmas, el moralismo
rebelde, así como la mirada crítica y trasgresora fueron los criterios preferidos para la selección. Dado el número de incluidos, el editor procurói que la muestra no rebasara la docena de aforismos por autor. Para cada caso he compendiado un número significativo de éstos, acorde con los criterios mencionados, pero basado también en el estilo particular de cada practicante y en la cantidad de textos publicados.
La tradición del aforismo en México se nutre de una buena cantidad de
cultivadores espontáneos, cuyas muestras, a veces muy breves, circulan dispersas entre ensayos, cuentos o poemas, o bien —sobre todo entre las nuevas generaciones—, en vías alternativas a las del libro, en especial aquellas que ofrece la red (blogs, páginas de autor, microbloggings, etc.). Aunque la intención primordial ha sido rescatar las obras impresas, he procurado atender este fenómeno para trazar un panorama lo más completo y actualizado.
Sin embargo, no todo aquello que en la actualidad se denomina
“aforismo” fue contemplado. He dejado fuera reflexiones, pensamientos o disertaciones en párrafos sueltos o cuya extensión no permitiera la concisión que demanda el género. Asimismo, omití los aforismos especializados, cuyos campos disciplinares fueran ajenos a las letras o al arte, como la medicina, la política o el derecho. Son ejemplos los Aforismos farmacológicos y terapéuticos en cardiología (1972), de Eduardo Césarman, o las Setenta máximas políticas (1993), de Lorenza de Anda. Las más de las veces, no hay intenciones estéticas en estos escritos o son muy limitadas. Prescindo, además, de los libros de citas o de recortes efectuados por un tercero. Sor Juana Inés de la Cruz, Benito Juárez o Lucas Alamán han pasado por esta criba, y es la forma en la que se componen Cien aforismos (1995), de Luis Cardoza de Aragón; Aforismos (2001), de Francisco Hernández, o Autoayúdese que Dios lo autoayudará (2012), de Carlos Monsiváis. En estos últimos hay un trabajo de edición literaria. Los textos se expresan aforísticamente pero su autonomía es relativa. Se trata de frases extraídas, cuya citabilidad las asemeja con el aforismo. Aclaro mi posición: si no se toma en consideración la necesidad del aislamiento textual del género, se corre el riesgo de incluir a decenas de escritores y pensadores que nunca quisieron expresar ideas fragmentarias o sentenciosas. Para evitar ese escollo sólo seleccioné textos de naturaleza aforística, aun cuando el autor no tuviera una conciencia plena del género, como ocurre durante el siglo xix y buena parte del xx.
Una última restricción: quedan excluidos los poemínimos, las neuronerías,
los alburemas, los periquetes y demás gracejadas poéticas o greguerísticas: estructuras liminales que pertenecen a otro ámbito, pese a las similitudes que muchas veces las emparentan. La antología, a pesar de esto, es incluyente y, más aun, permisiva. Se concibe como un trabajo preliminar, exploratorio y en construcción.