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Daniel Carro Las Sectas Hoy (Págs.

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LAS SECTAS HOY

Las sectas no son un fenómeno propio de nuestro tiempo. Más bien han
constituido una realidad social cuyos orígenes más remotos se pierden en las primeras
manifestaciones de la vida colectiva.

Desde el momento, ya lejano, en que el hombre se dio cuenta de su naturaleza


grupal, ese instintivo rechazo de la mayoría a la soledad, fueron nacimiento las más
variadas formas de asociación humana.

La antropología enseña que la organización social tiende a la formación de


núcleos centrales o principales de comunidad; pero éstos, a su vez, generan
subcomunidades que se independizan de la fuente – madre y que se estructuran en
oposición agresiva. Pero siempre se mantiene la idea central: separarse, con el pretexto
de que la comunidad principal no está cumpliendo con sus objetivos fundamentales.

Una supuesta pureza o supuesta fidelidad a un ideal doctrinario no cumplido por


la mayoría de los integrantes de una estructura societaria son, casi siempre, los móviles
que empujan a la separación.

La minoría se siente pura con respecto a la concepción de la mayoría, y en


nombre de esa fuerza se decide la ruptura, o bien se decide la dialéctica fidelidad de
los pocos en contra de la traición de los muchos.

Cuando una secta nace sin aparente ánimo de ruptura socialmente establecido,
en el fondo la aparición se manifiesta por una vía indirecta ya que la creación de la
secta es el resultado de alguna insuficiencia colectiva.

En algunos casos, la dinámica de la secta es tan fuerte que, a través del paso del
tiempo llega a convertirse en una gama social muy amplia y de carácter general,
abandonando así su condición de minoría selecta y autoelegida. En un comienzo, la
rebelión de Lutero respondía a las características de una secta. Luego, el subsistema
religioso que creó se transformó en una comunidad principal, azotada también por los
vientos de la fragmentación.

Históricamente, las sectas han sido clasificadas entres categorías:

1. Las que tienden a la “purificación” de sus seguidores.


2. las que buscan imponer una ética de sumisión.
3. las que persiguen una superación de lo humano para reintegrarse a una edad
de oro mítica en la cual las facultades humanas están plenamente
desarrolladas.

En cualquier caso, desde el neolítico con los cultos secretos a las distintas
realidades de la naturaleza, hasta el suicidio colectivo por los seguidores de Jim Jones,
y pasando por las infinitas gamas del arco iris de ritos de iniciación, todas las sectas y
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sociedades ocultas tienen, además de una fundamentación sociológica, una base de


explicación psíquica en la cual se confunden mecanismos de comportamiento
perfectamente identificables por la medicina, con reacciones mentales de oscura
procedencia aún no detectadas por la psiquiatría post-freudiana.

Por eso, la aproximación al fenómeno de las sectas es todavía una tarea llena de
incógnitas, plagada de sorpresas y, en la medida en que algunos de sus sectores, tal vez
los más importantes, permanezcan enterrados en el misterio, las conclusiones que se
pueden obtener serán siempre frágiles, insuficientes. Este miso hecho permite, por otra
parte, distinguir a las sectas “auténticas” de las nuevas fabricaciones montadas
fundamentalmente por razones comerciales.

En tiempos de inestabilidad y confusión como los que vivimos, las sectas


encuentran un campo propicio para florecer. Pocas son auténticas sectas. La mayoría
se nutren de respetables necesidades espirituales y las explotan.

Los países altamente industrializados, aquellos que ya han entrado en la era


post-industrial, generan una serie de neurosis y de aflicciones personales. La soledad
de la gran urbe, la satisfacción plena de todos los requerimientos materiales, el margen
de tiempo ocioso y la variedad de los ritos sociales son las causas que desatan un
desordenado deseo de sentirse partícipes de una empresa que sea capaz de superar las
mezquindades del medio.

Ser partícipe, integrarse, comprender algo más que la mera realidad transmitida
por los sistemas masivos de comunicación, rebelarse en contra de lo establecido,
explorar todas las posibilidades de los sentidos (el cuerpo, medio útil para acercarse a
la divinidad, a cualquier divinidad) y buscar la fuerza de los supuestamente “elegidos”,
son los impulsos que llevan a la gente hasta las puertas de sectas de distinta índole.
Ellas ofrecen mitigar el dolor y, liberándose de la culpa, respirar la libertad. Todo eso,
la superioridad, en una palabra, a cambio de la sumisión a una liturgia estricta y a una
esclavitud libertadora que abarca al partícipe o miembro en todas las facetas de la vida.

Por ello, en toda secta auténtica hay un principio religioso, una posibilidad de
tocar a la divinidad con la punta de los dedos. Por lo mismo, el fenómeno preocupa a
los líderes de las grandes religiones, a los educadores, a los sociólogos y a los médicos.
Algo falta en la sociedad contemporánea. Un mecanismo de integración no cuaja con
las demandas de sectores importantes de la sociedad, algunos puentes se han cortado.
Porque, si bien sectas y sociedades ocultas han acompañado a los hombres en su
camino histórico, nunca como hoy se había registrado una eclosión tan evidente de
estos sustitutos de la soledad humana.

Secta religiosa: elementos para una definición

La pregunta fundamental que motiva las actividades sectarias es: ¿Qué haremos
para ser salvos?

Es frecuente que cada grupo sectario tenga su “propia verdad” para responder a
la pregunta básica que motiva sus prácticas y su razón de existir. Así, la variedad de

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respuestas irá desde la oferta de un “estado espiritual superior” hasta la “victoria post –
mortem”, pasando por múltiples posibilidades intermedias.

Obviamente, las sectas rechazan de manera tajante la concepción de salvación y


los medios para alcanzarla que proponen las religiones tradicionales. Entonces, el
camino ofrecido por los grupos sectarios será “único y especial”, manejado
monopólicamente por cada uno de ellos, y para acceder a él será necesario el abandono
de toda otra “oferta”.

Una pregunta sobre la salvación tiene como presupuesto que la “perdición”


habita en el mundo. El grupo sectario toma distancia de la sociedad y busca “arrebatar
de sus garras” a los “perdidos” para introducirlos en los caminos de salvación, cuyo
único acceso se encuentra en su interior.

Al cultivar la hostilidad hacia la sociedad aledaña, la secta está ejerciendo una


actividad de “protesta social” que desarrolla en el plano de la “no – consciencia”.

Por ejemplo, muchas de las sectas religiosas existentes en Chile se mueven al


interior de verdaderas “multinacionales del sectarismo” y son portadoras de
formulaciones ideológicas de hábitos culturales perfectamente identificables y que,
generalmente, implican drásticas rupturas con tradiciones y costumbres muy propias
de la nacionalidad.

A continuación presentamos las características más sobresalientes de las sectas


religiosas:

1. La adhesión es un hecho voluntario: La comunidad sectaria es de tipo


contractural y a la que se adhiere por “conversión”, accediéndose de inmediato
a la posesión espiritual de la “salvación”. Importancia fundamental tiene la
experiencia religiosa personal, la que implica un compromiso total del
individuo que ha sido considerado “digno de pertenecer” a la secta, digno de
“ser uno de los nuestros”.
2. Los grupos sectarios son elitistas y exclusivos: El grupo sectario se
autoproclama en posesión de la “verdad” y de los mejores medios para
alcanzarla. Esto implicita la existencia de una comunidad cerrada que cultiva el
bien de la “salvación” de manera monopólica. Así, los fieles se hacen parte de
una élite que les permite “autovalorarse” en función de “ser mejores que los
del mundo”.
3. Gran rigidez ascética: Ser un fiel sectario invoca una serie de exigencias
que los fieles deben cumplir para obtener certificación de sus cualidades éticas.
En otras palabras, el ingreso a la comunidad se logra previa “prueba de
méritos”. Se inducen prácticas “morales” y demostraciones exteriores de
conducta, que generalmente son de una rigurosidad extrema (ej.; ayunos,
oraciones, trabajo gratuito, obediencia incondicional a los líderes…).
4. Identidad grupal radicalizada: El hecho de tener “salvación” al ingresar a
una secta y de ser ésta una entidad que se aísla del mundo aledaño, al que
considera como “enemigo” y “pecaminoso”, confiere a los fieles un
radicalizado sentido de identidad para con el grupo, el que se relaciona con el
exterior en una perspectiva de ruptura total.
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5. Estado de fanatismo: Tener la propiedad exclusiva de la “salvación” y de


los medios consiguientes para acceder a ella da como resultado lógico un grado
de fanatismo extremo. Este se estructura como modelo de conducta y los fieles
sectarios deben responder a sus requerimientos abandonando toda práctica
“disidente” con lo requerido por la doctrina a la que adhieren. Todos los
medios conviccionales de que el grupo dispone para crear una “nueva
consciencia” en sus integrantes, son utilizados de manera radical. Las prácticas
disciplinarias son extremadamente rígidas y destinadas a preservar la
“ortodoxia”; así, toda duda o actitud crítica es “pecaminosa” y pasible de
“reprensión”. El “mundo” exterior a la secta es observado como “demoníaco”
y sus prácticas como “agresivas” contra los fieles que viven “la” verdad y “la”
salvación. Los individuos “no – sectarios” son considerados “inferiores”
porque no son poseedores ni de la “salvación” ni de los “medios para
alcanzarla”. Los “méritos especiales” que debe probar el postulante son
confirmados luego por una concientización que induce en él una “identidad
rigurosa”.
6. Grupo hermético doctrinal y socialmente: El grupos sectario se considera
como el “arca de Noé” en el diluvio pecaminoso del “mundo y se cierra
herméticamente sobre sí mismo. La ruptura con el medio social inmediato y
mediato tiene como primer objetivo inculcar en los fieles una “consciencia
nueva” que garantice su permanencia al ingresar a la secta, y luego, como
objetivo segundo, impedir todo contacto con las familias de ellos, con sus
amigos y con todo aquello que tenga capacidad para hacer dudar respecto de la
“verdad” proclamada como posesión única. Este aislamiento, acompañado de
prácticas cotidianas de apoyo a los procesos concientizadores (ayuno,
persistentes períodos de oración, trabajo permanente…), permite la
“reeducación” de los adherentes, anulando o reduciendo al mínimo las
conductas contestatarias. El hermetismo de los grupos sectarios abre las vías a
las necesidades permanentes de autolegitimación y autoconciencia. Una vez
que los fieles están en “condiciones” de “enfrentar al mundo” son enviados a
realizar demostraciones de su “nuevo estado”, pero llevando consigo los
“mecanismos de controles” de sus actos respecto de la fidelidad al grupo
(sistemas, horarios de repetición de oraciones, grabaciones de sermones,
objetos con “peso simbólico”).
7. Legitimación en torno a los líderes carismáticos: El líder de la secta es
siempre del tipo carismático y sus decisiones se caracterizan por el
autoritarismo. Es él quien tiene la “mayor revelación” o la confianza del
“maestro que reside en el extranjero”. Estar en “comunión” con el líder es
estarlo con la “divinidad”. La sociedad sectaria es típicamente dictatorial; las
decisiones están marcadas por el verticalismo y por imposibilidad de
discutirlas por el fin comunitario.
8. Los ceremoniales sectarios: el ingreso a una secta está fuertemente
condicionado por factores emocionales. Al ingresar a ella, las ceremonias
diarias funciona en la misma dirección, particularmente cuando la doctrina
proclamada como “verdad absoluta” corre el riesgo de desvalorizarse ante la
confrontación con lo racional. El recurso a los sentimientos es central en las
prácticas sectarias, y su pretensión es derribar los factores de personalidad
individual de los fieles, que impliquen riesgo para una adhesión absoluta al

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grupo. Así, los sistemas ceremoniales marcan cadencias participacionales que


van in crescendo hasta llegar a un momento de “clímax”, que es el estallido del
“gozo” máximo, el instante en que “espiritualmente” se toca a la “divinidad” y
se “prueba” que la “verdadera salvación” está en la secta. Las prácticas
ceremoniales son, entonces, la confirmación del “correcto ánimo”.
9. Voluntad individual y voluntad comunitaria: un fenómeno típico del
grupo sectario es lo que llamamos el abandono del individuo a la voluntad
comunitaria, o la “deserción de la personalidad individual”. El fiel que es
“aceptado” en el grupo viene de un “mundo” en que los referentes de su
identidad personal se han roto, en que los sistemas calóricos no lo interpretan
ni le ofrecen respuestas, en que la duda y la inseguridad lo “atacan”; entonces
“entrar” al campo de las certezas nuevas implicará el “pago” de un precio:
destrucción de las antiguas certezas y entregarse inerme a la secta para nacer
de nuevo.
10. La personalidad reducida a la “obediencia”: como exigencia central se
impone al fiel la obediencia incondicional y absoluta a los dictados de la secta.
El sólo aporte del “nuevo salvo” es la obediencia… y nada más que la
obediencia. Hay un drástico reduccionismo del valor de la persona humana;
ésta en cuanto obedece, accede a los bienes de la salvación propuestos por la
doctrina comunitaria sólo si responde automáticamente a los requerimientos
impuestos por los dirigentes sectarios.
11. Condicionamiento a certezas nuevas: el candidato a fiel sectario está, de
hecho, profundamente conmocionado por las carencias con que lo “oprime” la
sociedad de la hace parte. Todas sus certezas se rompen. La inseguridad, el
desinterés, la ambigüedad de los modelos conducturales, la crisis valórica con
que el medio lo “angustia”, senderos de tránsito hacia la búsqueda de nuevas
certezas que le devuelven el interés por “vivir”. La secta lo recibe y, de
inmediato, radicaliza afirmativamente la incapacidad del “mundo” para
“responder” a las necesidades de aquel. La concientización presenta al fiel de
manera “inerme” ante la “divinidad”, y luego le “ofrece” nuevas certezas que
lo condicionan respecto de la “verdad absoluta” propuesta por el grupo
sectario, asegurándole protección… en la medida que aumente, vía obediencia,
las condiciones requeridas para permanecer en él.
12. El lavado de cerebro o la violación psíquica: no es infrecuente que los
procesos concientizadores que algunas sectas utilizan para inducir en los fieles
la radicalidad de su pertenencia, den paso a un “lavado de cerebro”, o a aquello
que algunos especialistas denominan violación psíquica, que se definiría como
la anulación absoluta de la personalidad individual de los miembros de la secta
reemplazándola por otra útil a los propósitos de ésta. Esta situación hay que
entenderla en la perspectiva de que la vida cotidiana no debe existir más,
porque ella representa el reino de las tinieblas y de la ignorancia, al que hay
que oponerse a través del solo camino de verdad y triunfo: la ideología del
grupo sectario.
13. El culto a la personalidad del líder del grupo: la generalidad de las sectas
religiosas funcionan en torno a un líder carismático que reclama para sí, y
fundado, nada más que en sus propios dichos, una revelación especial de la
divinidad, que lo “ordena” como poseedor del único camino para alcanzarla.
Este conductor “escogido” por decisión paranormal, se caracteriza por: una

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personalidad fuerte y posesiva, una presencia personal imponente, una oratoria


brillante, un gran manejo de medios psicológicos conviccionales, una especie
de “halo divino”, un evidente don de mando y una gran capacidad de decisión;
en definitiva, es capaz de “dar seguridad” al que no la tiene.
14. La secta como “comunidad terapéutica”: la sociedad enferma es
reemplazada, al ingresar a la secta religiosa, por una “comunidad terapéutica”,
en la que no sólo son “derrotadas” la inseguridad y la carencia de identidad
sino, y sobre todo, la angustia de la enfermedad y el temor a la muerte. El
prosélito sectario no tiene derecho a dudar, porque la dudad es pecado en
cuanto niega a la secta y a sus líderes, capacidad para solucionar todos los
problemas. “Enfermarse” y no “sanar” con los métodos “divinos” interiores al
movimiento es simple demostración de que el prosélito duda y su fe es débil.

Secta y juventud

El movimiento hippie de los años ’60, invasión de jóvenes por ciudades, plazas
y pueblos de los Estados Unidos y de Europa, que se extendió hasta los países más
socialistas, a toda América y al oriente, anunció el quiebre de todas las gamas
tradicionales de vida. Beatificaron las flores y la música originada en el folklore, se
alimentaron de las sectas de la espiritualidad oriental, descubrieron la droga que anula
el mundo real y que hace posible el mundo del ensueño, despreciaron las apariencias,
se desplazaron en aquellas masa migratorias en donde los roles tradicionales de la
familia fueron subvertidos en aras de una nueva forma de convivencia social, amaron
la simplicidad. Fue, en realidad, más que un movimiento, una secta.

Su fuerza se fue perdiendo, pero su impulso inicial, revolución global, fue


capaz de ir preparando terreno para que se formaran las condiciones necesarias que
posibilitaran el seguimiento de una cadena ininterrumpida de sectas que albergaron a
la juventud, porque son precisamente los jóvenes los clientes principales de las
sucursales apócrifas de la espiritualidad. No hay realidad más terrible ni desorientación
más honda que la que experimentan los jóvenes. Y por lo mismo, son candidatos
óptimos para convertirse en seguidores de profetas que resuelven sus dudas
fundamentales. En todas las sectas de la post – guerra, los jóvenes han sido
protagonistas decisivos porque han encontrado en la familia de la secta aquello que su
propia familia natural no les da.

Las crisis son grandes productoras de sectas. En el presente siglo, dos guerras
mundiales y sucesivos dramas políticos y bélicos regionales han alimentado la
inseguridad. De esta inseguridad se han valido los formadores de sectas para llevar las
aguas a sus molinos. Y estas aguas se han incrementado en torrentes formidables
alimentadas por el fanatismo; son respuesta segura a la inestabilidad ambiente.

El fanatismo, el envenenamiento del alma, el mal en su expresión genuina, aquella que


no permite salvarse por medio de la vida sino por la muerte, la enajenación colectiva y
la falta absoluta de escrúpulos son los elementos más amados por algunas sectas.

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