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Las sectas no son un fenómeno propio de nuestro tiempo. Más bien han
constituido una realidad social cuyos orígenes más remotos se pierden en las primeras
manifestaciones de la vida colectiva.
Cuando una secta nace sin aparente ánimo de ruptura socialmente establecido,
en el fondo la aparición se manifiesta por una vía indirecta ya que la creación de la
secta es el resultado de alguna insuficiencia colectiva.
En algunos casos, la dinámica de la secta es tan fuerte que, a través del paso del
tiempo llega a convertirse en una gama social muy amplia y de carácter general,
abandonando así su condición de minoría selecta y autoelegida. En un comienzo, la
rebelión de Lutero respondía a las características de una secta. Luego, el subsistema
religioso que creó se transformó en una comunidad principal, azotada también por los
vientos de la fragmentación.
En cualquier caso, desde el neolítico con los cultos secretos a las distintas
realidades de la naturaleza, hasta el suicidio colectivo por los seguidores de Jim Jones,
y pasando por las infinitas gamas del arco iris de ritos de iniciación, todas las sectas y
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Por eso, la aproximación al fenómeno de las sectas es todavía una tarea llena de
incógnitas, plagada de sorpresas y, en la medida en que algunos de sus sectores, tal vez
los más importantes, permanezcan enterrados en el misterio, las conclusiones que se
pueden obtener serán siempre frágiles, insuficientes. Este miso hecho permite, por otra
parte, distinguir a las sectas “auténticas” de las nuevas fabricaciones montadas
fundamentalmente por razones comerciales.
Ser partícipe, integrarse, comprender algo más que la mera realidad transmitida
por los sistemas masivos de comunicación, rebelarse en contra de lo establecido,
explorar todas las posibilidades de los sentidos (el cuerpo, medio útil para acercarse a
la divinidad, a cualquier divinidad) y buscar la fuerza de los supuestamente “elegidos”,
son los impulsos que llevan a la gente hasta las puertas de sectas de distinta índole.
Ellas ofrecen mitigar el dolor y, liberándose de la culpa, respirar la libertad. Todo eso,
la superioridad, en una palabra, a cambio de la sumisión a una liturgia estricta y a una
esclavitud libertadora que abarca al partícipe o miembro en todas las facetas de la vida.
Por ello, en toda secta auténtica hay un principio religioso, una posibilidad de
tocar a la divinidad con la punta de los dedos. Por lo mismo, el fenómeno preocupa a
los líderes de las grandes religiones, a los educadores, a los sociólogos y a los médicos.
Algo falta en la sociedad contemporánea. Un mecanismo de integración no cuaja con
las demandas de sectores importantes de la sociedad, algunos puentes se han cortado.
Porque, si bien sectas y sociedades ocultas han acompañado a los hombres en su
camino histórico, nunca como hoy se había registrado una eclosión tan evidente de
estos sustitutos de la soledad humana.
La pregunta fundamental que motiva las actividades sectarias es: ¿Qué haremos
para ser salvos?
Es frecuente que cada grupo sectario tenga su “propia verdad” para responder a
la pregunta básica que motiva sus prácticas y su razón de existir. Así, la variedad de
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respuestas irá desde la oferta de un “estado espiritual superior” hasta la “victoria post –
mortem”, pasando por múltiples posibilidades intermedias.
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Daniel Carro Las Sectas Hoy (Págs.29-37)
Secta y juventud
El movimiento hippie de los años ’60, invasión de jóvenes por ciudades, plazas
y pueblos de los Estados Unidos y de Europa, que se extendió hasta los países más
socialistas, a toda América y al oriente, anunció el quiebre de todas las gamas
tradicionales de vida. Beatificaron las flores y la música originada en el folklore, se
alimentaron de las sectas de la espiritualidad oriental, descubrieron la droga que anula
el mundo real y que hace posible el mundo del ensueño, despreciaron las apariencias,
se desplazaron en aquellas masa migratorias en donde los roles tradicionales de la
familia fueron subvertidos en aras de una nueva forma de convivencia social, amaron
la simplicidad. Fue, en realidad, más que un movimiento, una secta.
Las crisis son grandes productoras de sectas. En el presente siglo, dos guerras
mundiales y sucesivos dramas políticos y bélicos regionales han alimentado la
inseguridad. De esta inseguridad se han valido los formadores de sectas para llevar las
aguas a sus molinos. Y estas aguas se han incrementado en torrentes formidables
alimentadas por el fanatismo; son respuesta segura a la inestabilidad ambiente.