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I.

HOMO SAPIENS
1. La caza del bisonte
El homo sapiens es el único animal capaz de hacer preguntas. Algunas le obsesionan.
Una le resulta inevitable, clave de todas las demás, siempre en el fondo del saco de
las grandes cuestiones: ¿para que los hombres? Hay respuestas evidentes a preguntas
de otro tipo: para que los ojos, para que los dientes… por el contrario, no hay respuesta
evidente para la pregunta inevitable. Ni sencilla. Ni rápida. Ni fácil. Tampoco es la
razón científica quien puede contestarla, por esa limitación fundamental que
Heidegger y Wittgenstein expresan la forma lapidaria: la ciencia no piensa.
Desde el principio, Platón nos avisa de que solo averiguaremos “para que los
hombres” si entendemos que es el hombre. Hemos tenido tiempo de pensarlo. Le
pregunto a José Antonio Marina y me contesta con una página fantástica, en su Teoría
de la inteligencia creadora.
Todo esto lo expone John Searle con brillantez en un breve ensayo: Minds, Brains
and Science. Podríamos prolongar el inventario de lo inexplicable. Pero lo dicho es
suficiente para mostrar que la especie humana da lugar a la radiografía más rica y
difícil de interpretar, porque el hombre esconde detrás de su fachada corporal una
interioridad no deducible de su exterioridad biológica. Aunque la fuerza de la
gravedad nos ata a la tierra, la inteligencia nos desata constantemente. Pascal lo
explica de esta manera: apenas conocemos lo que es un cuerpo vivo; menos aun lo
que es un espíritu; y no tenemos la menor idea de cómo pueden unirse ambas
incógnitas formando un solo ser, aunque eso somos los hombres.
2. Homo sapiens ethicus
El estatuto de la ética no siempre es bien entendido. Uno de los mejores periodistas
europeos, de pluma brillante y afilada, ha escrito que la ciencia tira y la ética frena.
Se refería al susto provocado por la primera clonación de embriones humanos, seguida
de numerosas opiniones contrarias a dicha práctica. Creo que la afirmación la ciencia
tira y la ética frena no es verdadera ni falsa: es poco seria. Posiblemente por
precipitación periodística.
En realidad ni la ciencia tira ni la ética frena. Tira y frena el hombre, que es a la vez
científico y ético, pues la moral no es una cualidad de los moralistas sino del hombre,
y por lo tanto, del científico. Es el científico el que a la vez tira y frena según
convenga, como un solo conductor es el que acelera y frena el mismo vehículo.
3. Control de calidad

Hemos visto que la inteligencia desborda los cauces de lo previsible y complica


extraordinariamente los caminos del animal racional. Pensemos en una de las actividades
humanas más comunes: la guerra.

La conciencia de nuestra libertad nos lleva a gestionar nuestra propia vida. Además de
esa aceptación psicológica, existe para la conciencia otra aceptación fundamental, que
cualquier diccionario define como la capacidad de reconocer el bien que debemos hacer
y el mal que debemos evitar. Este sentido moral está presente en la expresión obrar en
conciencia. La conciencia es el juicio de la inteligencia sobre la moralidad de los actos.
Asi pues, la inteligencia jusga. Pero un juicio moral no es un diseño de la conducta, por
lo mismo que interpretar un semáforo no es lo mismo que saber conducir. Sin embargo,
necesitamos conducir constantemente nuestra vida, evitando tropezones y accidentes. Si
la conseguimos es porque la inteligencia tiene pluriempleo: ahora se revela como un
curioso periscopio capaz de elevarse sobre el presente y otear el futuro.

Pedir consejo es propio de la conducta prudente. Confucio lo recomienda vivamente:


“¿cómo puede haber hombres que obren sin saber lo que hacen? Yo no querría
comportarme de ese modo. Es preciso escuchar las opiniones de muchas personas, elegir
lo que ellas tienen de bueno y seguirlas; ver mucho y reflexionar con madurez sobre lo
que se ha visto”. Cuando Carlos V conoció la ejecución de Tomas Moro, dicen que
comento “yo hubiera preferido perder la mejor de mis ciudades antes que consejero tan
valioso”. Y de Hernán Cortes relata Bernal Díaz que “en todo tenia cuidado y
advertencia, y cosa ninguna se le pasaba que no procuraba poner remedio, y como muchas
veces he dicho antes de ahora, tenía tan acertados y buenos capitanes y soldados que,
además de muy esforzados, dábamos buenos consejos”.

4. El primer modelo: Ulises

Toda conducta genuinamente inteligente se decanta en lo que podríamos llamar líneas


maestras de conducta. Pero la condición previa de la libertad es necesaria. A lo largo de
la historia, aparecen cuatro situaciones claras de falta de libertad.

Por toda respuesta, Polifemo “agarro a dos de mis compañeros y los golpeo contra el
suelo como a cachorrillos, y sus sesos se esparcieron empapando la tierra. Corto en trozos
sus miembros, se los preparo como cena y se los comió. Como un león montaraz, sin dejar
ni sus entrañas ni sus carnes ni sus huesos llenos de meollo” después se tumbó a dormir.
Ulises llora de rabia y toma la decisión de sacar su espada “y atravesarle el pecho por
donde el diagrama alberga el hígado”. Pero le contiene otra consideración, “pues allí
hubiéramos perecido también nosotros con muerte cruel, ya que no habríamos sido
capaces de retirar de la entrada la piedra que había colocado”.

II. LA LLAMADA DEL PLACER


Una consideración correcta de los deseos es la que pone todo lo que
elegimos y rechazamos en función de la salud del cuerpo y la tranquilidad
del espíritu: en eso consiste la vida feliz. EPICURO
5. La larga estela hedonista

Dice Bloom que desde Platón hasta Nietzsche, la música se concibe como, un intento por
dar forma y belleza a las fuerzas oscuras y caóticas del alma; por hacerlas servir a una
finalidad superior, a un ideal. Las intenciones religiosas de Bach y las revolucionarias y
humanitarias de Beethoven constituyen claros ejemplos de ello. Este es el significado de
la música rock. Pero el rock apela solamente al deseo sexual rudimentario y sin cultivar.
Pone en bandeja de plata a los niños, con toda la autoridad pública de la industria del
espectáculo, todo lo que sus padres solían decirles que debía esperar hasta que fuesen
mayores.

6. Freud: el modelo erótico

El psicoanálisis freudiano es el estudio de los elementos que integran el psiquismo.


Constituye una teoría general del comportamiento humano, que se reduce a las tensiones
entre el principio del placer (manifestación directa o indirecta del instinto sexual) y el
principio de realidad, que constantemente se opone al placer. Lo que originariamente
surgió como método de investigación y terapia de las neurosis, se convirtió
progresivamente en teoría general, no solo del comportamiento humano, sino de la misma
naturaleza del hombre y de sus manifestaciones fundamentales. Se transformó así en una
determinada antropología.

Freud distingue en la conducta humana un fondo inconsciente y una actividad consciente.


En el inconsciente se encuentran las raíces de la actividad consciente. Mientras las
tendencias o impulsos de este fondo fluyen libremente hasta el nivel consciente, la vida
psíquica es normal. Pero si encuentran alguna resistencia en su emerger y son rechazados
del plano consiente al inconsciente, se ´produce una alteración patológica. Esta represión
significa la inversión del proceso natural, que ahora va de lo consciente a lo inconsciente.
En eso consiste el desequilibrio psíquico.

7. Grecia: el placer razonable

Las palabras de Sócrates sonarían a moralina en boca de un clérigo actual. Pero Gilles
Lipovetsky, que tienen alergia al polen moral y muy buena vista, reconoce que nuestras
sociedades están modeladas por la excitación de los placeres inmediatos, sean
consumistas, sexuales o de entretenimiento: un hedonismo que descalifica el valor del
trabajo y contribuye a desocializar, desestructurar y marginalizar aún más a las minorías
étnicas de las grandes metrópolis y a los excluidos en los suburbios.

Epicuro no persigue el placer, sino la vida libre. Y entiende la libertad como un ejercicio
de autogobierno o autarquía que presenta dos caras: la ausencia de dolor corporal (aponía)
y la eliminación de la intranquilidad de espíritu (ataraxia). Así comprobaba si le faltaba
algo de placer pleno, si era grande la incomodidad, y si valía la pena compensarla con
gran esfuerzo.

III. LA LLAMADA DEL DEBER


8. El deber hasta Kant

El deber moral es para Kant un hecho humano interno, psicológico, que se manifiesta con
evidencia a la razón práctica bajo la forma de imperativo categórico. No se trata de una
imposición externa, sino del convencimiento interno de lo que naturalmente me conviene.
La naturaleza de un ser vivo es el programa inexorable que dirige su desarrollo temporal:
lo propio de este huevo de águila es romper el cascaron, inventar un pico y unas garras
extender unas alas y empezar a volar. Pero el deber humano eta revestido de libertad:
debo hacer pero puedo no hacer, y por eso soy libre.

9. El deber desde Hume

La ley de Hume tiene una parte de verdad. Entre los hechos empíricos y los valores hay
una distancia evidente. Pero esta verdad se distorsiona cuando no se admite otro
conocimiento que el de los juicios empíricos, del estilo “el agua hierve al alcanzar los
cien grados”. Del hecho de que “este reloj es impreciso y se estropea con frecuencia”, se
sigue la valoración verdadera “es un mal reloj”. El reloj es una realidad funcional, es
decir, designa un objeto que tiene una función propia. Si el hombre tiene una función
propia, que no hace indiferentes todos sus actos, entonces existe un fundamento para
valorar su conducta.

10. Nietzsche

Si el deber se nos muestra como exigencia de la realidad, Nietzsche nos advierte que la
realidad es su penúltimo fundamento. Porque el ultimo son los derechos de autor. Hamlet
viene a decir lo mismo cuando rechaza el suicidio: con lo fácil que es dar el salto a la
otra vida armados de un simple estilete, ¿Por qué gemimos y sudamos bajo el peso de una
existencia afanosa si no es por el tememos invencible de un algo después de la muerte?
Confucio también esta indirectamente con Nietzsche: “si no se respeta lo sagrado, no se
tiene nada en que fijar la conducta”. Platón, en el mismo sentido, lamenta la dificultad de
mover a los hombres a la justicia, que tantas veces es sacrificio, si no se la presenta
acompañada en el mas allá por una plenitud de premios para la virtud y de castigos para
el vicio.

11. La autonomía del superhombre

Cuando se concede prioridad moral a la autonomía se cae en el formalismo, pero hemos


comprobado que si la ética no es material, no es ética. Porque el formalismo es un bolsillo
vacío confeccionado quizá con las buenas intenciones del imperativo categórico. Un
imperativo conocido y aceptado universalmente bajo la formulación de la regla aurea de
Confucio, Sócrates, Seneca, Marco Aurelio y tantos otros: “no hagas a los demás lo que
no quisieras que te hagan a ti”, y la sorprendente unanimidad de los sabios consejos
materno.

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