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VIII

EL TEXTO CIENTÍFICO-TÉCNICO

Características de los textos científico y técnico

En los «textos científicos» se formulan los conocimientos de las diferentes ramas del saber:
se establecen los presupuestos, se formulan los principios, se argumentan las pruebas y se
extraen las consecuencias teóricas de cada una de las ciencias.

En los «textos técnicos» se describen las aplicaciones prácticas de las teorías científicas y se
dictan las pautas metodológicas para la utilización de los conocimientos de cada una de las
ciencias y su adaptación a las necesidades vitales del individuo, a las exigencias de la familia
y a los servicios de la sociedad.

Estos lenguajes se diferencian del uso común sólo por el empleo del léxico. No poseen, por
lo tanto, una fonética ni una gramática diferentes del lenguaje normal.

El uso de palabras propias -especializadas- está determinado por la demanda de objetividad


y de exactitud, y, en consecuencia, por la exigencia de invariabilidad y de universalidad. Los
lenguajes científico y técnico pretenden ser transparentes: tienen como meta la reproducción
sustitutiva de la realidad a la que se refiere. El lenguaje científico-técnico debe ser «unívoco»:
cada término posee un solo significado y cada significado se representa por una sola palabra.
El lenguaje científico-técnico es escuetamente denotativo.

La terminología científico-técnica suele estar constituida por neologismos, latinismos,


helenismos y barbarismos, en especial anglicismos. También son muy frecuentes los afijos,
prefijos y sufijos.

«Las radiaciones»

El suelo o la superficie del océano, que poseen calor procedente originariamente de la


absorción de los rayos del sol, irradian continuamente esta energía hacia la atmósfera en un
proceso denominado irradiación del suelo o radiación terrestre. Esta radiación infrarroja
está constituida por las longitudes de onda superiores a 3 ó 4 mieras y se denomina aquí
radiación de onda larga. La atmósfera también irradia energía hacia la tierra y hacia el
espacio, donde se pierde. Nótese que la radiación de onda larga es completamente diferente
de la reflexión, en la que los rayos invierten directamente su camino sin ser absorbidos. La
radiación de onda larga del suelo y de la atmósfera prosigue durante la noche, cuando no se
recibe ningún tipo de radiación solar.

La energía irradiada desde el suelo es fácilmente absorbida por la atmósfera debido a que
consiste en su mayor parte en longitudes de onda muy largas (de 4 a 30 mieras), en contraste
con los rayos de luz visibles (0,4 a 0,7 mieras), y los rayos infrarrojos, más cortos (0,7 a 3
mieras), que constituyen casi toda la radiación solar incidente.
La absorción de la radiación de onda larga por el vapor de agua y el dióxido de carbono tiene
lugar en su mayor parte para longitudes de onda de 4 a 8 y de 12 a 20 mieras. Sin embargo,
la radiación comprendida en la gama de longitudes de onda de 8 a 12 mieras pasa libremente
a través de la atmósfera terrestre y se proyecta hacia el espacio exterior. De una cuarta a una
tercera parte de la radiación de onda larga que sale directamente hacia fuera, deja la atmósfera
de este modo. Así, pues, la atmósfera recibe calor mediante un proceso indirecto en el que la
energía radiante en forma de onda corta puede pasar a su través, pero no toda la de onda larga
puede escapar.

Por esta razón, la atmósfera inferior, con su vapor de agua o dióxido de carbono, actúa como
una pantalla que devuelve calor a la tierra y ayuda a mantener las temperaturas superficiales,
con lo que impide que desciendan excesivamente durante la noche o en invierno en las
latitudes medias y altas. Algo de este principio es lo que se emplea en los invernaderos y
casas que usan el método de calefacción solar. Aquí el cristal permite la entrada de la energía
de onda corta. El calor acumulado no puede escapar mezclándose con el aire más frío del
exterior. Los meteorólogos han empleado la expresión efecto de invernadero para describir
el principio del calentamiento atmosférico.

Volviendo a considerar el balance calorífico total de la tierra, es necesario que, para que
exista equilibrio de calor, salga, por término medio, la misma energía del planeta Tierra hacia
el espacio como la que se recibe del sol. También puede deducirse que, al cabo del año, la
superficie total de la tierra (incluidos los continentes y océanos) debe devolver a la atmósfera
tanta energía como recibe, ya que de otro modo la temperatura de la superficie se
incrementaría hasta un calor intenso o descendería a fríos extremos.
Arthur Ν. Strahler: Geografía Física. Omega, Barcelona, 1982.

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