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La Lectio Divina

Un poco de historia
Orígenes. (185 a 254) afirmaba que para leer la Biblia con provecho es
necesario hacerlo con atención, constancia y oración.
Guigo. Monje cartujo. Alrededor del año 1150, escribió un librito titulado
«La escalera de los monjes», exponía la teoría de los cuatro peldaños.
Concilio Vaticano II. (1965). La Constitución Dogmática Dei Verbum Sobre
la Divina Revelación nos dice que toda la predicación de la Iglesia, así como
toda la vida cristiana se debe alimentar y regir con la Sagrada Escritura"
(DV 21).
Documento de Aparecida 249. (2007). Entre las muchas formas de
acercarse a la Sagrada Escritura, hay una privilegiada a la que todos
estamos invitados: la Lectio Divina o ejercicio de lectura orante de la
Sagrada Escritura.
La espiritualidad monástica propone un camino conocido como la lectio
divina (lectura divina), que hunde sus raíces en la Sagrada Escritura como
fuente de Vida.
Según Gregorio Magno este camino tiene como finalidad “el escuchar la
palabra para obrar según ella”. Es una lectura en el Espíritu, por tanto
es una escucha orante de las Escrituras que nos ayuda a asimilar una vida
en abundancia.
La lectio divina no pretende leer el texto sino escucharlo. La lectura divina
se convierte en la escucha dialogada entre Dios y el hombre, y entre los
hombres hermanados entre sí, atenta a los problemas y necesidades de
nuestro “aquí y ahora” y proyectada hacia el futuro comprometido en la
construcción del Reino de Dios.

Disposición personal: La Palabra esperada


“El Maestro está ahí y te llama” (Jn 11,28); “Si alguno oye mi voz y me
abre, entraré en su casa; y cenaremos juntos” (Apo 3,20); “Mañana tras
mañana despierta mi oído para escuchar” Is 50,4.
La statio o en su traducción literaria, estación, es el momento de parar, de
situarnos y de disponernos a iniciar el camino. Pasar de la pre-ocupación
de las angustias y problemas que tenemos a la ocupación de la escucha de
la Palabra de Dios.
Es el momento de pedir el acompañamiento del Espíritu de Dios
que entra en diálogo con nosotros y nos da su luz y fuerza para caminar,
puede hacerse mediante esta oración:
“Ven, Espíritu Santo
ilumina mi mente, abre mi corazón
para encontrar en tu Palabra
a Cristo, Camino, Verdad y Vida...
Ayúdame a seguir hoy,
el llamado de Cristo
en una vida nueva, según la Palabra.
Y ser para todos en el mundo
un enviado del Señor,
un hermano y un amigo
un discípulo misionero
del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Amén.”
El disponernos a iniciar el camino se hace en el silencio, que no es la
ausencia, ni el vacío, ni la negación de la Palabra, sino la Palabra-por-decir,
la Palabra esperada. La Palabra que nos va a hablar y en la que vamos a
descubrir una Buena Noticia ante tantas malas noticias de nuestro mundo.
Y la actitud básica es la humildad, ésta es la verdadera disposición que
puede romper con todo prejuicio (Lc 1,52). También esta oración puede
ayudar a preparar el momento de la lectura orante:
“Buscaba tu rostro, Señor, tu rostro, Señor, buscaba,
largamente he meditado en mi corazón,
y en mi meditación creció el fuego y el deseo de conocerte más.
Mientras me partes el pan de la sagrada Escritura,
y en la fracción del pan te me das a conocer,
y cuanto más te conozco,
más profundamente deseo conocerte,
no solamente en la corteza de la letra,
sino en el sabroso conocimiento de la experiencia.
No pido esto, Señor, en razón de mis méritos,
sino atendiendo a tu misericordia.
Pues confieso ser un indigno pecador;
pero también los perros se comen las migajas
que caen de la mesa de los amos.
Dame, pues, Señor, las arras de la futura herencia,
una gota al menos de la lluvia celestial para refrescar mi sed,
pues desfallezco de amor.”
1. Lectura: La Palabra escuchada (Dios habla. El hombre escucha)
La lectio es el momento de la lectura reposada de las Escrituras. Una
lectura pausada. Es una lectura que supera el simple ver-el-texto
para escuchar-la-Palabra que en él resuena. Este escuchar nos invita
a fijarnos en las palabras usadas en el texto: los verbos, sujetos,
adjetivos, etc. Es poner en relieve las pates importantes: el contexto, los
personajes, el ambiente, los sentimientos, las imágenes, los símbolos, los
verbos, los paralelos, el mensaje central
Los monjes tratan de memorizar el texto para “guardarlo en el
corazón”, así como María guardaba todo en su corazón
La lectio pretende ayudar a descubrir qué dice la Palabra, pero luego se ha
de pasar a un tercer momento

2. Meditación: La Palabra comprendida y saboreada


(Dios ilumina. El hombre medita, busca, digiere)

Según santa Teresa de Ávila, meditar es “discurrir mucho con el


entendimiento”. Se trata de actualizar la Palabra en nuestras vidas e
insertarlo nuestra realidad personal, familiar y comunitaria.

Es el momento en el que la Palabra se hace Palabra encarnada en nuestras


palabras. Al entrar en nuestras vidas, la Palabra nos pueda acariciar como
nos puede herir, puede reconstruir o deconstruir nuestros modos de vida.
Para ello es necesario haber captado el mensaje central que el texto quiere
comunicar. La meditación retoma las palabras que han sido
significativas durante la lectura, las pasea por la mente y el corazón
para hacerlas morada en nuestras vidas. Cuando el texto habla a tu corazón,
has alcanzado y recibido un precioso fruto de la meditación.

Discernimiento: La Palabra confrontada


Es momento de ir descubriendo cuál es la voluntad-proyecto de
Dios en nuestras vidas.
Es personal porque es respuesta ante la invitación de Dios a cada
creatura. Es procesual porque es descubrimiento, asimilación y
maduración del propio proyecto de vida. No podemos exigirnos el romper
etapas porque los demás lo quieran así.
La Palabra nos cuestiona, nos confronta y nos abre al proyecto
creacional, rompiendo todo proyecto egocéntrico. Por ello es un proceso
de conversión en el amor.
El discernimiento es un continuo interpretar y reinterpretar la realidad
desde la Palabra. Es un continuo preguntarse por lo que va emergiendo a
lo largo de todo el proceso de la lectio divina. No es un momento puntual,
sino procesual.

3. Oración: mi palabra responde a la Palabra (Dios escucha.


El hombre habla, pregunta, gusta, confía, pide)

La oración brota de la propia meditación. Nuestras palabras


resuenan en la Palabra. Se hacen voz que clama en el desierto, voz que
pide perdón, voz que da gracias. Voz que es elevada por el Espíritu de
Jesús hasta el Padre, para entablar un diálogo de Amor, un diálogo que
nos regala gracia y que nos convierte poco a poco.
Y a veces la oración supera la voz para convertirse en gemido. Gemidos
que expresan nuestra debilidad, nuestro proyecto inacabado, gemidos que
claman al Padre por nuestra liberación.
El contenido de la oración es la propia vida que se expresa, que se
eleva a Dios y se pone en sus manos. Es la propia vida que en sus relaciones
de sufrimientos y alegrías es compartida toda con Dios Hermano y es
entregada toda a Dios Padre.
Es la propia vida que en relación con el hermano sufriente encuentra el
rostro de Dios que sufre y consuela, que plenifica toda nuestra vida desde
la plenitud viva de la Resurrección.
La oración no es nunca una palabra que repite, sino que responde. No es
una palabra que se sale de la vida sino que la expresa y la pone ante Dios.
La oratio es el momento de mayor y radical unión entre vida y fe,
de más pleno encuentro entre hombre y Dios, porque ambos se
encuentran.

La oración, durante la lectio divina, puede tomar varias formas: alabanza,


petición, perdón, o acción de gracias, admiración, sobrecogimiento
4. Contemplación: La Palabra encarnada y la
palabra postrada (Dios ofrece su comunión. El hombre vive en su presencia, comulga
con Dios, se deleita)

Del diálogo oracional pasamos a la escucha radical de Dios. Ante la Palabra


que se ha encarnado nos queda, como los pastores, postrarnos, es
decir, caer de rodillas agradecidos ante el Amor que se dona y nos
desborda. Un Amor sin límites que comparte con lo limitado.
Un Amor con el que nos quedamos en el puro silencio. El silencio del
aprecio, de la escucha, de la espera, de la adoración. El silencio
humilde de la comprensión misericordiosa y amorosa de Dios. Momento
del silencio, de adoración, de mirar con ojos de admiración el misterio de
Dios-Padre, el de Jesús-Amigo y el del Espíritu-Amor
En la contemplación damos espacio al Espíritu para que ore en nosotros.
Es el momento del encuentro con el Amor sin límites donde sobran las
palabras. Es la experiencia gratuita de redescubrir ese mismo amor en cada
rostro que contemplamos en nuestras historias de vida.
Usualmente se designa a este momento bajo categorías de visión, como el
ver a Dios o alcanzar la visión beatífica, pero más que visión, que implica
una cierta noción racional abstracta típica del occidente moderno, se trata
de un término gustativo y afectivo.
Es saborear la relación de hermandad e hijos, porque nos
sentimos amados y queridos en medio de nuestra flaqueza y
debilidad. Es la alegría de haber encontrado la perla preciosa.
La contemplación desvela la maravillosa sorpresa de sabernos amados
primero y vivir en agradecimiento profundo con Dios y con los hermanos
por ese amor gratuito, desinteresado.

5. Acción: La Palabra en acción(El hombre construye el reino de Dios)


La Palabra de Dios no es algo externo a nosotros, ella nos habita y nos
hace Palabra de Dios. Las Escrituras manifiestan cómo la Palabra de
Dios se manifiesta en la vida de las personas mediante el testimonio de
vida.
Así, la Palabra no puede terminar en una experiencia personal cerrada, sino
que sale al encuentro del otro, donándose gratuita y agradecidamente.
La actio es la Palabra que da testimonio en nuestras vidas, con nuestro
modo de vivir, con nuestras opciones.
La Palabra se convierte, así, en símbolo para los demás, en convivencia
para los otros, para que todos lleguemos a vivir como hermanos, sin
distinciones y sin exclusiones.
Es la experiencia del profeta: “… así será mi palabra, la que salga de mi
boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que quiero
y haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55,11).
Compartir: La Palabra compartida
La lectio divina no es una lectura individual de las Escrituras, es personal
y por lo tanto, comunitaria. La comunidad brota de la relación que la
persona es.
La palabra humana es siempre palabra para el otro, palabra
compartida con el otro, palabra dialogada, porque se sabe inacabada y
necesitada del otro para crecer y plenificarse.
Es símbolo que en la re-unión de dos partes se realiza La experiencia
personal de la lectio desemboca en grupos fraternos de personas que
comparten sus experiencias y se enriquecen mutuamente.
Comunidades que son presencia de un caminar juntos, presencia de una
palabra que se hace pueblo. Y un pueblo que se hace
auténtica eucaristía cuando comparte el pan y la palabra, cuando se
entrega gratuita y gustosamente a los más pobres de los pobres y se hace
hermano con ellos, porque se sabe pueblo de Dios, y por tanto hermanos
en el Hijo e hijos en el Padre.

“La lectura lleva a la boca un manjar sólido que recrea el alma fatigada y toca la corteza.
La meditación lo mastica, lo tritura y sacia el alma hambrienta, penetra en la médula. La
oración le saca el sabor y engorda el alma desnutrida, expresa el deseo, la búsqueda plena
del anhelo. La contemplación es la dulzura misma que alegra, conforta y hace que el
alma se olvide de las realidades terrenas, deleita con la dulzura obtenida. El actuar nos
devuelve a la realidad con el alma vivifica y renovada, es construir y vivir el reino de Dios.

La lectura busca la belleza de la vida bienaventurada, la meditación la encuentra, la


oración la pide, la contemplación la experimenta y el actuar lo vive”.

Los diversos pasos de este camino, son a modo de esquema abierto, con muchas
entradas y salidas, según las diversas y ricas experiencias de cada persona. Todo
esquema está abierto a la novedad. Así mismo, los pasos de la lectio no son estáticos
ni cerrados, sino antes bien, abiertos al proceso de saborear la experiencia de Dios.
Oración
para antes de leer
La Sagrada Escritura
Extractada del Cap. II del Lib. XI de las
Confesiones de San Agustín

Señor Dios mío, atended mi súplica, y oiga vuestra misericordia el deseo de


mi corazón; pues el ardor que le abrasa, no mira mi interés particular
exclusivamente, sino también el de los otros a quienes la caridad fraternal
le hace desear el ser útil... Haced por vuestra bondad que halle yo gracia en
vuestra presencia, para que se me descubran los secretos de vuestra santa
Ley, cuando procure entenderlos. Os lo ruego por aquel que está sentado a
vuestra diestra, que es el que pide continuamente por nosotros, y en quien
están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Él es a
quien busco en vuestras Santas Escrituras... Vuestra divina palabra es toda
mi alegría, y me es más agradable que todos los placeres de la tierra.
Dadme, pues, lo que amo; porque es cierto que amo, y este amor es obra
vuestra... Reconozca yo ¡oh Dios mío! que os debo todos los
descubrimientos que pueda hacer en vuestros Libros... Sea yo fiel en
rendiros un homenaje perfecto de los pensamientos y palabras que me
inspiréis. Dadme lo que queréis que yo os ofrezca; pues yo soy pobre y
miserable, y Vos derramáis vuestras riquezas sobre todos los que os
invocan. Preservad mi entendimiento y mi lengua de todo error, y de toda
mentira. Sean siempre vuestras santas Escrituras mis castas e inocentes
delicias, y no me engañe en ellas, ni engañe a los otros por medio de ellas.
Así sea.
Máximas

Para leer con fruto las Santas Escrituras

I. Antes de comenzar su lectura, debemos dirigirnos a Dios por medio de


una corta y fervorosa oración á Jesu-Christo, el cual es el único digno de
abrirnos el divino Libro, y de romper los sellos que le tienen como cerrado.
Apoc. cap. V. vers. 5, 9.

II. Estar penetrados de un sumo respeto hacia los Libros sagrados,


mirándolas verdades eternas que contienen, como palabras del mismo Dios
que nos habla; testificando esta veneración hasta con el mismo ejemplar de
la Biblia que tenemos en las manos, y el cual debemos siempre guardar en
puesto muy decente.

III. No debemos leer las santas Escrituras de corrida; sino meditando lo


que se lee, pesando sus palabras, y procurando tener algún buen
comentario de autor ortodoxo y piadoso; teniendo presente el aviso que se
nos da en los Proverbios [cap. XXX. v. 5). Detengámonos en aplicar a
nuestra conducta de vida aquellas sentencias que mas nos convengan, de
suerte que saquemos fruto de la lectura, y no se haga esta por mera
curiosidad.

IV. Es necesario leer la Escritura con grande humildad , y con entera


sumisión a la Iglesia; la cual es la que recibió de Jesu-Christo este sagrado
depósito, y la única que puede darnos la verdadera inteligencia, de una
manera infalible, como enseña el concilio de Trento, siguiendo la Tradición.

V. Jesu-Christo es el grande objeto que siempre hemos de tener presente


en la lectura de la santa Biblia, si queremos alcanzar, su recto sentido, como
dice san Agustín, in Psalm. XCVl.

VI. No siendo el fin y el cumplimiento de las Escrituras sino la doble caridad


(amor a Dios y al prójimo) , cualquiera que crea haber entendido las divinas
Escrituras, o alguna parte de ellas, pero las entienda de tal suerte que con
esa inteligencia que tiene, no edifica aquella doble caridad, todavía no las
ha entendido bien: al contrario, aquel que saca de ellas tales sentimientos,
que son útiles para nutrir y fortalecer dicha caridad, aunque acaso no haya
comprendido el verdadero sentido que tuvo en su mente en aquel texto el
Escritor sagrado, ni se engaña para daño suyo, ni cae absolutamente en
mentira. ( S. Augustin. do Doctr. christ. lib. I. cap. 35, 36 ).
Reglas Para la inteligencia de la Sagrada Escritura

Obtenidas de Varios Padres y Expositores Católicos

Jesu-Christo es el fin de toda la Ley, y esta figurado y predicho en los


sucesos y profecías del antiguo Testamento (Rom. XV. v. A.— I Cor. X. v. A.
etc.). Lo que es Jesu-Chrislo, lo que hizo, lo que padeció, lo que prometió,
lo que enseñó, todo lo perteneciente a su Iglesia, fue el objeto de las
Escrituras del Antiguo Testamento. Es un error peligroso el mirar como
simples conveniencias las aplicaciones que hacen los apóstoles a Jesu-
Christo de varios textos del Antiguo Testamento. San Pablo descubre
grandes profundidades o misterios en pasajes de la Escritura muy sencillos;
como sobre el silencio de Moysés acerca de la genealogía de Melchisedech;
en haberse huido aquel de la corte de Pharaon; en la disposición y ritos del
Tabernáculo; en el velo que cubría la cara de Moysés, etc. Mas no por eso
deberá hacerse poco caso de sentido literal, ni admitir todo género de
alegorías. Así como hay peligro en excluir estas, o fijarse poco en ellas, le
hay también en no ver más que ideas alegóricas en la sagrada Escritura. En
algunos pasajes no hay más sentido que el profético; y hay historias que no
pueden ser elevadas a dicho sentido, aunque contribuyen a él. Hay
asimismo profecías de sucesos temporales, que parece que no pueden
explicarse en el sentido espiritual; pero sirven de pruebas al cumplimiento
de las que miran a Jesu-Christo. Aun en estas hay algunos rasgos que se
refieren a Jesu-Christo, y parece que no tienen relación con lo demás del
contexto. Pero ¿cómo se podrán discernirlos lugares de la Escritura
sagrada, en que es lícito pasar de la letra para descubrir a JesuChristo? ¿Por
qué reglas se conocerá si está oculto bajo la superficie, o si esta no tiene
misterio ni profundidad? ¿Con qué principios se podrá juzgar de la solidez
de las conjeturas, o de las interpretaciones espirituales, para no admitir las
que carecen de fundamento, y respetar las que estriban en razones de
congruencia? A este fin podrán servir las reglas siguientes:

I. Es necesario ver a Jesu-Christo en todos los pasajes de la Escritura en


que le vieron los apóstoles o evangelistas.

II. Mirar a Jesu-Christo como visible en dichos lugares, siempre que le


designan ciertos caracteres que no pueden convenir a otro que a él.

III. Cuando las expresiones de la Escritura son demasiado magníficas para


el asunto a que parece se refieren, es señal de que tienen un objeto más
grandioso y sublime.
IV. Hay pasajes en que no se encuentra más sentido inmediato y literal que
el profético.

V. Las promesas que no tienen por objeto más que una felicidad temporal,
deben mirarse como imágenes de los bienes espirituales.

VI. Cuando se encuentran en la Escritura algunas cosas que por la


narración sencilla no convienen a nuestra débil razón, o a la idea que
tenemos de las personas que las hicieron, es señal de que ocultan algún
misterio.

VII. Hay en la sagrada Escritura cosas tan extraordinarias, y tan


visiblemente misteriosas, que advierten por sí mismas la necesidad de no
contentarse con el simple sentido histórico.

VIII. Hay algunas historias cuyas circunstancias tienen una relación tan
visible con Jesu-Christo, que no se puede dudar que le representan.

IX. La Ley, el Tabernáculo, los sacrificios, el sacerdocio y las ceremonias


judaicas figuraban a Jesu-Christo.

X. Contribuye mucho para la aplicación a Jesu-Christo de una historia o


profecía, el que sea sencilla, natural y fácil, y que todas sus partes vengan a
reunirse en un solo punto de vista.

XI. Los pasajes de la Escritura en que se consideran como inútiles o


insuficientes la circuncisión, la Ley, el Templo, los sacrificios, las
ceremonias, y los privilegios de ser de la familia de Abraham, de habitar en
la tierra de promisión, y de vivir en Jerusalem; descubren ciertamente a
Jesu-Christo, y manifiestan la justicia y santidad del Evangelio.

XII. Hay varias profecías que con unos mismos términos, abrazan sucesos
muy diferentes, y distantes unos de otros.

XIII. Puede mirarse también como regla para entender muchas profecías
de la Escritura, el que su cumplimiento no se ha verificado todavía, quizá
por pertenecer a la segunda venida de Jesu-Christo en gloria y majestad.
Así es que muchas hablan con los hijos de Israel; sobre los cuales es
menester tener presentes las verdades siguientes: 1º. Dios ha prometido
conservar al pueblo de Israel hasta el fin de los siglos, por medio de una
protección milagrosa. 2ª. Esta promesa absoluta e inmutable está siempre
unida a la de su llamamiento. 3ª. Este llamamiento se debe entender que
será a la fe y verdadera piedad. 4ª. Esta promesa no se cumplió con el
regreso de los judíos de la cautividad de Babylonia, ni con la conversión de
los que salieron de aquella ciudad. 5ª. Tampoco se cumplió en tiempo de
JesuChristo. 6ª. Las promesas que se hicieron á Israel después de haber
sido abandonado, son relativas a su llamamiento. 7ª. Las profecías que
predicen el fin de la ceguedad de los judíos, no pueden menos de
entenderse de su conversión. 8ª. Las promesas hechas á los judíos para
después de la vocación de los gentiles y conversión de toda la tierra a la fe,
son relativas a su segunda vocación. 9ª. Las profecías que predicen la
conversión en general de todo Israel, se refieren a los últimos tiempos. 10ª.
Las promesas de una conversión constante, y de una fidelidad que
subsistirá hasta el fin de los siglos, no pueden convenir al tiempo de Jesu-
Christo. 11ª. No debe creerse que la conversión de los judíos se ha de diferir
hasta el fin de los siglos, de modo que se haya de limitar a algunos años
antes del juicio final. 12ª. Las profecías que hablan de la eminente santidad
de los hijos de Israel llamados después del tiempo de la ira, y de todos los
judíos en general, designan los últimos tiempos. 13ª. Por medio del celo y
esfuerzo de los últimos judíos recibirán o acabarán de recibir todas las
naciones la luz de la fe. 14ª. Convirtiéndose los judíos, establecerán en toda
la tierra la unidad de un mismo culto; y borrarán, a lo menos por algún
tiempo, todos los vestigios de la idolatría.

XIV. No se ha de buscar o abrazar tanto la verdad o exactitud de las


palabras, como la de las cosas, o lo que quiso decir el que habla. S. Aug. Lib.
II. de Cons. evang. c. 12 y 24.

XV. No siempre se guarda en la Escritura el orden de los tiempos, ni se ha


de buscar la conexión de las sentencias entre sí. Los evangelistas y otros
autores sagrados anticipan o posponen muchas veces la narración de un
suceso, o hacen de él una recapitulación.

XVI. Cuando Jesu-Christo, o los apóstoles y demás autores de los Libros


sagrados citan algún otro lugar de la Escritura? especialmente de los
Profetas, sucede algunas veces que se halla la cita conforme a la sustancia
o sentido de las palabras, mas no con lo material de estas; y a veces se cita
solamente un solo Profeta, aunque las palabras sean tomadas de varios;
como en el cap. I. v. 2. de san Marcos, etc.

XVII. Debe tenerse presente que Dios no nos ha dado las santas Escrituras
para hacernos físicos o matemáticos, etc., sino para hacernos buenos
cristianos.
Bibliografía

https://es.aleteia.org/2015/01/25/que-es-y-como-surge-la-lectio-
divina/2/ --- consultado el 12 de enero de 2019

https://es.wikipedia.org/wiki/Lectio_Divina --- consultado el 12 de enero


de 2019

Santa Biblia, por Felix Torres Amat, tomo XVI, segunda edición, Madrid,
1836.

La escalera de los monjes o Carta sobre la vida contemplativa, Guigo el


Cartujo, 1174 - 1188

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