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HISTORIA DEL SUICIDIO

Por razones fácilmente comprensibles, es mucho más sencillo abordar el tema del suicidio
en la historia que la historia del suicidio. En primer lugar, porque no existe una
documentación fehaciente, detallada, exhaustiva de la historia del suicidio seccionada
cronológicamente por eras, espacios geográficos y culturas y, en segundo lugar, porque sí
existen muchos más datos sobre cómo se ha manifestado y cómo ha sido considerado y
conceptuado el tema en diversas épocas y sociedades y por diversas religiones, factor éste
último que ejerce gran influencia a la hora de abordar el tema que nos ocupa.
Como es de esperarse, las diversas culturas que han existido sobre la tierra han abrigado
consideraciones diversas y disímiles en relación con el suicidio. Consideraciones que, por lo
demás, no han sido constantes ni estáticas, sino que, por el contrario, han tenido como rasgos
característicos, su evolución y su dinamismo.
En la antigüedad, para los Galios, por ejemplo, el suicidio se justificaba si el motivo era la
vejez, la muerte de uno de los cónyuges, la muerte del jefe, o por razones de salud. La vejez
y las enfermedades graves eran igualmente causas razonables de suicidio para los Celtas
Hispanos y para los Vikingos y Nórdicos. Para los pueblos germánicos, si el suicidio tenía
como finalidad evitar una muerte vergonzosa, era bien visto y hasta loable. Entre los chinos
de unos veinte siglos antes de Cristo, el suicidio solía ejecutarse por razones de lealtad; en
Japón se realizaba como una ceremonia bien fuera por expiación o por derrota, y en la India,
se justificaba por razones litúrgicas o religiosas, así como por muerte de los esposos o
esposas.
En algunas antiguas tribus africanas fue considerado maligno, y terrible tener contacto físico
con el cadáver de un suicida y llegaban incluso a quemar su casa o el árbol de donde se
hubiese colgado, en el caso de ahorcamiento, pues consideraban que el suicidio era reflejo
de la ira de los antepasados y era asociado con la brujería. En consecuencia, el sepelio se
llevaba a cabo sin los ritos reservados para quienes morían por otras razones.
Entre los antiguos cristianos el suicidio era poco frecuente debido a que desobedecía el V
mandamiento: No matar. En la Biblia, no obstante, aunque no aparece la palabra suicidio de
manera expresa, se pueden conseguir ocho referencias al acto suicida: 3 de guerreros para no
entregarse al enemigo, 2 en defensa de la patria, 1 luego ser herido por una mujer, y 2 por
decepción. Existe también la referencia a dos suicidios colectivos, uno de 40 personas en un
subterráneo de Jerusalén y el suicido de la fortaleza sitiada de Massada. En todos los casos
se aprecia que el suicidio se llevó a cabo en momentos de dificultades extremas bien fuera
por depresión, miedo, vergüenza o desesperación, lo cual indica que los motivos que hoy día
esgrimen los suicidas, siguen siendo los antiguos motivos que, además, ya aparecían en las
Sagradas Escrituras.
En la historia antigua de Grecia y de Roma se encuentran múltiples referencias a suicidios
llevados a cabo por los más diversos motivos entre los cuales destacan: conducta heroica y
patriótica, vínculos societarios y solidarios, fanatismo, locura y ejecuciones (como el caso de
Sócrates). Además se consideraba entonces razonable el suicidio del enfermo incurable
(deben tenerse en cuenta las limitaciones de los recursos científicos y médicos en
comparación con los de hoy en día), pero se despreciaba el suicidio cometido o intentado sin
una causa aparente. Consideraban los romanos que, en determinadas circunstancias era mejor
morir “de una vez” que tener que estar padeciendo indefinidamente, concepción en la que se
nota la enorme influencia ejercida en ello por las filosofías de los estoicos, pitagóricos,
platónicos, aristotélicos y epicúreos al considerar el suicidio como liberación de un
sufrimiento insoportable. Así, para los romanos y los griegos, morir con decencia,
racionalmente y al mismo tiempo con dignidad, era muy importante. En cierto modo, la forma
de morir era la medida del valor final de la vida, en especial para aquellas vidas consumidas
por la enfermedad, el sufrimiento y el deshonor.
En los primeros tiempos de la Roma republicana, el Rey Tarquino el Soberbio (534-509
a.J.C.) ordenó poner en cruz los cadáveres de los suicidas y abandonarlos para que fueran
devorados por los zamuros y otros animales salvajes. Así que era habitual, como un castigo,
no dar sepultura a los suicidas.
El Neoplatonismo, la filosofía de la felicidad más influyente en la antigüedad clásica,
consideraba que el hombre no debía abandonar por su voluntad el lugar asignado por Dios.
Consideraba, por lo tanto, que el suicidio, afectaba al alma de forma negativa después de la
muerte. San Agustín por su parte describió el suicidio como una detestable y abominable
perversidad y afirmaba que Dios otorgaba la vida y los sufrimientos, y por lo tanto los seres
humanos tenían la obligación de soportarlos. De igual forma, el islamismo lo condenaba de
tal forma que lo considera un hecho más grave que el homicidio.
Durante la Edad Media y el Renacimiento persisten las penalidades religiosas contra el
suicidio y los suicidas hasta el punto de no ser enterrados, y ser difamados y humillados
públicamente. Se le declaró un crimen y era sancionado penalmente.
La historia reciente del suicidio la abordaremos en columnas sucesivas de la manera más
equilibrada y respetuosa posible.

Un problema contemporáneo y creciente es el suicidio, lo que implica la necesidad de


establecer definiciones precisas que lleven a la identificación de los factores de riesgo,
tomando en cuenta que las bases del suicidio son multifactoriales y complejas. Los
estudios epidemiológicos indican que el género masculino comete más suicidio que el
femenino, en una proporción de 5:1 en todos los rangos de edad. En cambio, las mujeres
realizan intentos con mayor frecuencia en la misma proporción, generalmente ingiriendo
pesticidas o medicamentos. El suicidio consumado acontece frecuentemente en hombres
mayores de 50 años por ahorcamiento o uso de armas de fuego. Aunque de manera alarmante,
en años recientes ha ido en aumento el número de suicidios entre jóvenes de 15 a 24 años de
edad, y es más común entre los de clase socioeconómica baja, con tratamiento psiquiátrico
previo, con algún trastorno de la personalidad y antecedentes de abuso de substancias y de
intento de suicidio. La presencia de un trastorno psiquiátrico está íntimamente ligada al
suicidio; más de 50% de los suicidios son consumados por personas con trastornos
depresivos. El abuso o dependencia de alcohol está presente en alrededor de 20 a 25% de
quienes se suicidan y también ocurren tasas elevadas de suicidio en la esquizofrenia. La
ansiedad es otro trastorno asociado de manera relevante con el suicidio, de modo que la
comorbilidad de ansiedad con depresión multiplica el riesgo. Todo ello implica una alerta
clínica que debe llevar al médico al manejo terapéutico farmacológico adecuado y a tener
mayor vigilancia cuando se detecta la ideación suicida, sobre todo si hay antecedentes de
depresión y de ansiedad.
Los factores de riesgo en los suicidas incluyen aislamiento, salud precaria, depresión,
alcoholismo, baja autoestima, desesperanza, sentimientos de rechazo familiar y social.
También es importante considerar el antecedente de daño dirigido hacia sí mismos y la
incapacidad para resolver problemas, principalmente los de tipo social. Frecuentemente el
suicida da indicios verbales directos e indirectos de su intención suicida. Un 60% de los
suicidas que lograron su propósito había consultado al médico el mes anterior al suceso; más
de la mitad había comentado con Salud Mental, Vol. 29, No. 5, septiembre-octubre 2006
alguien su deseo de morir, y un tercio del total había hecho una amenaza declarada de
suicidio. Así, la evaluación de riesgo del paciente suicida debe ser una parte fundamental en
la práctica clínica diaria, ya que la detección oportuna de los factores de riesgo suicida puede
permitir su prevención.
Un aspecto que no ha sido suficientemente evaluado y que hoy en día ha dado pie a una serie
de controversias, es el relacionado con el impacto que el uso de antidepresivos podría tener
sobre el suicidio. La Food and Drug Administration (FDA, EUA) recientemente ha
documentado que no existe la suficiente información para confirmar alguna relación entre el
uso de los inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina y el suicidio entre jóvenes. En
cualquier tratamiento antidepresivo, el riesgo suicida puede incrementarse significativamente
durante el primer mes, particularmente durante los primeros nueve días. Entonces, el que un
paciente tratado con antidepresivos se suicide al inicio del tratamiento, es atribuible a que
estos medicamentos requieren de tres a cuatro semanas para empezar a producir efectos
terapéuticos.
Esto demuestra la necesidad del internamiento hospitalario para lograr una vigilancia
estrecha.
En conclusión, el suicidio es un problema grave de salud pública y requiere atención especial.
La investigación más reciente señala que la prevención del suicidio, si bien es posible,
comprende una serie de actividades que incluyen, por lo menos, la provisión de las mejores
condiciones posibles para la educación de los niños y los jóvenes. También se debe contar
con el personal médico que permita lograr la detección y el tratamiento eficaz de lostrastornos
subyacentes, y tener control medioambiental de los factores de riesgo y, desde luego, la
eliminación de los medios para consumarlo.

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