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LA RIQUEZA DEL FÚTBOL

Más que una simple diversión y ejercicio corporal, el fútbol es una dimensión de
la cultura que utiliza la coordinación creativa del cuerpo para expresar y educar
las emociones.
Por Carlos Amadeu Botelho Byington

Para ciertas personas intelectuales, el fútbol no pasa de ser un poderoso


instrumento de alienación. La verdad, el fútbol es un gran ritual pedagógico del alma
colectiva. A través de los jugadores, del balón, de la victoria y, más aún, de la derrota,
cada fanático vive de una forma simbólica y altamente emocional una manera creativa
de cultivar, educar y guiar sus emociones.

En la opinión de muchas personas, el fútbol se pierde junto con el


Carnaval entre los grandes ejemplos de alienación social en Brasil. Eso me
parece una visión superficial de la cultura brasileña, y hasta de lo que es
cultura. Un fenómeno sólo hace vibrar al alma individual y cultural de un
pueblo en la medida en que contiene símbolos que expresen y alimenten la
vida psíquica de ese pueblo. Solamente cuando comprende el valor y la fuerza
de estos símbolos es que la Psicología se convierte en un instrumento de
transformación cultural. Sin dejar de ser ciencia, ella sale entonces de los
consultorios y de los manicomios y pasa a pertenecer a la educación, al arte, a
la política, mostrando a los educadores y gobernantes cuanto ellos pueden
hacer por el desenvolvimiento del alma individual y colectiva.
Dentro de un simbolismo (ver al respecto el apartado Mecanismos
Simbólicos) del deporte en general, vemos que los juegos de masas,
canalizadores de intensas emociones colectivas, no son un mero pasatiempo.
No son (como muchos piensan) el mundo de lo superficial, de lo no serio. Los
grandes rituales de una cultura hacen emerger aspectos profundos de nuestras
raíces arquetípicas. Su práctica realimenta a los individuos a través de la
vivencia de símbolos de la psique colectiva. Así, más rica será una cultura en
cuanto más numerosos y exuberantes sean los rituales que sus individuos
tengan a disposición.
Las dicotomías maniqueístas se han convertido en un cáncer que devora
y fragiliza la cultura occidental, generando categorías estáticas que aprisionan
a los símbolos. Así que muchos sólo consideran cultura lo que se aprende en
las universidades y relegan a un plano irrelevante todo lo que es espontáneo y
popular. Ese pensamiento dicotómico y elitista es incapaz de percibir los
símbolos, pues separa el trabajo del arte, lo serio de lo no serio, el deber del
placer, y se olvida de que, mucho antes de que el hombre hubiese comenzado
a escribir, ya era capaz de expresar por mitos y rituales sus vivencias más
profundas y significativas.
Popularizado cada vez más por la globalización, el fútbol es un juego
que emociona multitudes y ocupa en Brasil la función de deporte nacional, que
ya nos dio cinco Copas del Mundo. Por todo eso, él es nuestro mayor ejercicio
colectivo simbólico de desenvolvimiento. Espero que este estudio resumido
sobre los símbolos del fútbol sirva para llamar más nuestra conciencia colectiva
al corazón de nuestro pueblo y coloque también al servicio de nuestra cultura
las herramientas de la Psicología Simbólica Junguiana.
EL CAMPO, UNA MANDALA

El fútbol es un espectáculo colectivo que se torna ritualista en la medida


en que identifica a los espectadores con el drama que se desenvuelve en el
campo. Los jugadores son como personajes de teatro con los cuales nos
identificamos. El campo reúne dos grandes teatros de arena, siendo por esto
un anfiteatro (anfi= dos). El circo, el cine, los desfiles, las corridas de toros, los
festivales de música y danza y los demás deportes colectivos son espectáculos
de los cuales el público participa a través de la identificación dramática.
Esa identificación es proporcional al entusiasmo demostrado por la
platea (tribuna, hinchada). La comparación puede chocar, pero tales
espectáculos tienen simbólicamente la misma función psicológica que las
religiones: llamar a la conciencia sus raíces, o sea, al arquetipo central del self,
organizador del desenvolvimiento psicológico del alma individual y colectiva.
Prueba de eso es que, en innumerables culturas, estos espectáculos existían
como un ritual propiciador de los dioses, como bien ejemplifican los juegos
olímpicos dedicados a Zeus. El gesto del jugador vencedor, erguir la copa al
final, es un símbolo de apoteosis, comunión del individuo con un todo.
La importancia de los fenómenos ritualistas se revela de forma clara en
el espacio en que ellos ocurren. La delimitación de este espacio consiste en
una verdadera sacralización, hecha frecuentemente a través de mandalas, que
son formas geométricas centralizadas, tales como círculos, cruces, cuadrados
y rectángulos. En sánscrito, mandala quiere decir círculo, y da origen a las
formas circulares o cuadradas de las Yantras, que sirven para la meditación en
el yoga, y ahí se tornan, por eso, en imágenes mágicas. Estudiando al Tantra
Yoga, Jung descubrió que la función psicológica de la mandala es llamar o
convocar la conciencia al centro de la personalidad, estableciendo una armonía
psíquica por medio de la meditación. También señaló que la presencia de las
mandalas en los fenómenos individuales y colectivos expresa vivencias de
totalidad.
La mandala aparece en diseños espontáneos infantiles con la finalidad
de estructurar el ego o en las crisis psicóticas para mantener la unidad de
conciencia amenazada por la desestructuración. El diplomático brasileño José
Oswaldo Meira Penna escribió sobre la mandala como un plano básico de la
organización de ciudades, y son bien conocidas por los antropólogos en la
organización del espacio tribal. La mandala está ligada al número 4 y a los
fenómenos cuaternarios, que son expresión frecuente de acción organizadora
del arquetipo central en la mente humana. La mandala es, pues, un símbolo
estructurante de la totalidad del individuo y de la colectividad que, por medio de
ella, se relacionan con su centro psíquico.

ENTRENAMIENTO EMOCIONAL
El campo de fútbol es una mandala contenida en otra, que es el estadio,
y una tercera, fuera del estadio, que es la ciudad, el país, la Copa del Mundo, el
planeta. El hecho del estadio tener la función práctica de dar abrigo a los
fanáticos no invalida en nada su aspecto simbólico, así como el hecho de
descubrir el papel del corazón en la circulación de la sangre no impide que sea
un gran símbolo emocional. Los médicos cada vez se dan mayor cuenta de
que, al examinar a una persona que sufre del corazón, sus síntomas pueden
ser tanto una expresión fisiológica como emocional o, frecuentemente, las dos.
Cuerpo y emoción, sujeto y objeto son, así, inseparables en la formación
de los símbolos que expresan cualquier fenómeno humano. La vida humana
está orientada por los significados de las experiencias y, por eso, nada de lo
que es humano puede existir sin ser simbólico. El hecho de que el balón sea
redondo para poder rodar y patearla mejor no nos debe impedir el verlo
también como un símbolo.
Platón ya consideraba a la esfera la forma más perfecta de la geometría.
Innumerables culturas expresan a través de la esfera y del círculo sus símbolos
de totalidad, por ser formas geométricas donde no se puede diferenciar el
principio del fin y en las cuales todos los puntos de la periferia distan
igualmente del centro. El control del balón es un ejercicio físico, pero también
emocional, de búsqueda de la coordinación total del ser.
La mandala del campo contiene, delimita y propicia el desenvolvimiento
de la tensión necesaria en la acción dramática. Ella es, al mismo tiempo,
espacial, vivencial y emocional: delimita a los que juegan, los que hinchan en
las tribunas y en sus casas, separándolos físicamente para reunirlos
emocionalmente como un todo durante el desenvolvimiento dramático. La
identificación fanático/jugador es estimulada en gran parte por la cobertura de
la prensa que lo convierte en el espectáculo más íntimo de todos. Fotografías
y entrevistas de jugadores, aumentadas por las respuestas y desafíos de
dirigentes, aumentan la expectativa dramática y favorecen la participación
emocional. Son los rituales emocionales de calentamiento preparatorio. A
través de ellos, la identificación espectador/jugador es activada de antemano.
Durante el juego, esta identificación llega a tal punto que debe ser limitada y
contenida, sin lo que no podría ser posible la acción dramática y, por eso, entre
el campo y la hinchada hay un foso de oficiales de policía preparados para
contener al alma desbordante de los más exaltados. Esta delimitación física es
necesaria para favorecer la identificación emocional, que así puede alcanzar
con seguridad el grado intenso de “empolgacao” necesaria para que el pueblo
se convierta también en agente del drama que se desenvuelve.

LOS ARQUETIPOS Y EL FÚTBOL

Las vigas maestras de la conciencia individual y colectiva son el


arquetipo matriarcal, de sensualidad, y el arquetipo patriarcal, de organización.
Ambos están hartamente presentes en el fútbol. La sensualidad del arquetipo
matriarcal está expresada en cada ocasión del juego. Corridas, saltos,
disputas del balón cuerpo a cuerpo y el drible. Coraje, fuerza, destreza,
agresividad, competición, corazón, raza, ambición, pura emoción. Y el alma
guiando al cuerpo. Y mucha adrenalina!. Pero la vida individual y colectiva no
es apenas sensualidad. Es por eso que el arquetipo patriarcal de organización
y de ley no puede faltar.
Las reglas comienzan en las medidas del campo, de las áreas y del gol.
En el área chica no se puede apoyar sobre el portero. Y, en el área grande,
una falta cometida por el equipo defensor es el temido penalti. El tiempo es
rigurosamente respetado y corregido en las prórrogas. El drama es finito. Lo
que no aconteció en los 90 minutos, no ocurrirá nunca jamás; a menos que las
reglas impongan un juego con prórroga, y peor, una decisión por tiros penales.
E tem o escanteio e o impedimento, a banheira, que policia o atacante. Todo
regido por un juez principal y dos asistentes o jueces de línea. El famoso trío
del arbitraje. Le duela a quien le duela, son la ley en el campo, expresada por
el silbato que señala la falta. Se mantiene la disciplina y el respeto por las
reglas. Para quien las transgrede hay una tarjeta amarilla. Más aún, si la falta
fue de mala fé, o si el jugador ofende al juez, tarjeta roja!. De esta manera, el
espíritu de la ley del arquetipo patriarcal confronta las emociones del alma del
arquetipo matriarcal. Que expresión más completa del choque entre los dos
grandes arquetipos de la civilización ejercido en un ritual colectivo.
La interacción de la sensualidad (deseo) y la organización (ley) marca el
día a día de las personas y también cada evento en la vida de los pueblos.
Este choque acostumbra ocurrir en los saltos y peligros, de forma imprevisible,
intempestiva, y frecuentemente, en medio de la agresividad destructiva y hasta
en la tragedia y en la guerra. El desarreglo entre estos dos arquetipos
fundamentales es marcado por el trasbordo matriarcal o por la represión
patriarcal. Debido al aumento progresivo del potencial genocida de las
confrontaciones vividas por el fanatismo y por la represión, el conflicto entre
estos dos arquetipos puede amenazar hasta la misma supervivencia de la
especie y, por eso, necesita de un tercer arquetipo para ser regulado.
Nuestro cerebro tiene miles de millones de neuronas, y la mayoría tiene
poco uso. Cuando vemos la facilidad con la que un niño aprende cuatro
idiomas, mientras que muchos adultos cometen errores al hablar su propio
idioma, podemos imaginar la ociosidad de nuestro potencial creativo. Basta
con que veamos el impresionante descubrimiento de la existencia de inmensos
campos energéticos entre las estrellas llamados agujeros negros, y el
crecimiento de los sistemas de comunicación en los últimos cincuenta años
para que tengamos una pequeña idea de lo que aún descubriremos.
Así ocurrió que, hace 2500 años en la India y hace 2000 años en el
Medio Oriente, hubo un atisbo del tercer gran arquetipo que rige nuestra
conciencia. Se trata del arquetipo de alteridad. Él nos hace capaces de
encarar los conflictos relacionando las polaridades en una posición dialéctica, o
sea, con iguales derechos de expresión. El mito de Buda y el mito de Cristo
son mitos de compasión, que permiten la relación de la sensualidad matriarcal
y del poder patriarcal en igualdad de condiciones en la personalidad y en la
cultura. A pesar de ser muy deformados por el poder durante su implantación,
que las convirtió en dos de las mayores religiones del mundo, su mensaje
central de creatividad en los conflictos continúa siendo transmitida para la
civilización, propiciando el crecimiento extraordinario de las ciencias modernas,
de las artes, de los movimientos sociales, de las democracias y de la
conciencia ecológica.
El arquetipo de alteridad sustituyó a los ejercicios guerreros por las
competiciones deportivas, que proponen un confrontación de polaridades,
dentro de las cuales está el deseo y el poder, la mente y el cuerpo, la razón y la
emoción, la cabeza y el resto del cuerpo, la rudeza y la destreza, la victoria y la
derrota, la euforia y la depresión, la alegría y la tristeza, la inteligencia racional
y el instinto, sin que un polo destruya al otro. Junto con la globalización, el
fútbol se viene convirtiendo en un deporte mundial porque vivencia la alteridad
en la participación comunitaria de dos equipos, que representan en el campo
partes significativas de una sociedad y, el juego que expresa de comienzo a fin
la dialéctica de los opuestos.
Superficialmente, la función del fútbol es el ejercicio físico de los
jugadores y la diversión de los espectadores. Sin embargo, vistos sus
significados simbólicos, el fútbol es un ejercicio de confrontación de los
opuestos, durante el cual, varias emociones son experimentadas, esto es,
ejercidas, conocidas, elaboradas, refinadas y educadas. Más eficiente que
cualquier Universidad, el fútbol es una escuela de entrenamiento emocional,
democrático y ético del alma colectiva, conteniendo un alto potencial
pedagógico y civilizador.

Mecanismos simbólicos

Los arquetipos, que son matrices de comportamiento psíquico descritas


por Jung en su descubrimiento del inconsciente colectivo, organizan el
desenvolvimiento psíquico a través de los símbolos. Existen los arquetipos de
Dios, de héroe, de niño divino, de bruja, de bufón, de político, de genio, de
médico, e incontables más. Los arquetipos se expresan en todo en la vida, a
través de significados simbólicos que sobrepasan, por mucho, a las
apariencias. Es ejercitando los símbolos que la persona realiza su crecimiento.
Freud una vez se detuvo a observar a un niño jugando; éste jugaba con un
juguete amarrado a un cordel y lo colocaba lejos de sí mismo y decía: se fue!.
Después jalaba el cordel hasta que el juguete estuviera cerca y decía: aquí!.
En su astucia clínica, Freud vio la posibilidad del niño de ensayar, a través de
un juego de pérdida y recuperación que él mismo había inventado, para
aprender a quedarse lejos de su madre.
Winnicott también percibió la gran función del juego en el
desenvolvimiento creativo de la personalidad. Él describió el símbolo del oso
de peluche, de la cobija o frazada, y del chupón o chupete, como objetos de
transición que el niño emplea para trascender el seno materno. Niños que
disponen de juegos van a jugar creativamente para desenvolverse. Podemos
ampliar el concepto de símbolo de transición para todos los símbolos, pues
ellos expresan siempre un pasaje de de la conciencia en su desenvolvimiento.
Pero necesitamos ir más allá y percibir los juegos de masas, principalmente los
deportes nacionales que atraen multitudes, como un ejercicio de
desenvolvimiento simbólico del alma colectiva, o sea, de la cultura. Para eso,
es importante intentar comprender el substrato psicológico profundo que da
origen a un deporte capaz de fascinar a grandes masas.
GUERRA Y BALÓN

La cuestión de la violencia en el campo y la simbología del combate

Por Carlos Byington

Como ya descubriría Heráclito, el conflicto es inherente al


desenvolvimiento individual y cultural. En la mentalidad patriarcal, los conflictos
son resueltos por la represión y su clímax es la guerra. En el patrón de
alteridad, los conflictos son abordados por la interacción de la tesis con una
antítesis para renacer ambas modificadas en cada nueva síntesis, como
formuló Hegel. Opuesto al homicidio, que rige la relación padre-hijo del Mito de
Edipo, característico del arquetipo patriarcal, el arquetipo de alteridad coordina
la relación padre-hijo a través de la confrontación y de la interacción creativa.
Uno de los grandes símbolos de este nuevo patrón es la cruz, una mandala
que representa la entrega del hombre patriarcal para la liberación de sus
represiones y para su renacimiento en el amor comunitario. Se trata del mito
de la muerte y de la resurrección del hombre patriarcal bitolado para el
Anthropos, el hombre pleno capaz de convivir en la alteridad. El arquetipo de
alteridad fue expresado en el Cristianismo por la convivencia dialéctica del
Padre con el Hijo a través del Espíritu Santo, en el Misterio de la Trinidad. El
arquetipo de alteridad también fue expresado en la predonación de Buda sobre
el camino del medio, camino de sabiduría que evita los radicalismos, y en
muchas otras religiones, obras de arte y filosofías. En la religión Yoruba Nagó,
el arquetipo de alteridad está expresado por el Orixa Exu, intermediador de
este mundo y del más allá, do aye e do orum, y en la Mitología Griega, por
Hermes el mensajero de Zeus.
En el patrón del arquetipo de alteridad, se percibe que el conflicto con un
otro es también creativo. Y éste es el gran mensaje de la democracia, que
propone el rescate de los inferiores estratos sociales y económicos de la
cultura, para que los diversos sectores y funciones de la vida se confronten, y
se transformen pacíficamente. El patrón de alteridad permite al ego y al otro
relacionarse afirmando sus identidades junto con sus diferencias. Este traza
una propuesta de desenvolvimiento individual y social tan superior al patrón
represivo patriarcal que, después de 2000 años de su revelación en el Oriente
Medio, su implantación en el proceso de civilización aún está en su inicio. La
propia historia del fútbol es la mayor prueba de que es practicado exactamente
igual dentro de ese nuevo patrón de la cultura occidental, de ahí la fascinación
que ejerce en el mundo eterno.
Los orígenes del fútbol se pierden en la historia. Comienza en
Inglaterra, tal vez a partir del harpastum, juego de pelota con las manos traído
de Grecia por los romanos. Otra hipótesis es que el fútbol tenga su origen en
la costumbre primitiva de patear o chutar las cabezas de los enemigos para
celebrar las victorias. Y desde hace mucho, se tiene noticia de juegos de fútbol
realizados los martes de carnaval en Chester, ciudad inglesa fundada en
tiempo de los romanos.
Antes de la represión del patrón patriarcal, el fútbol siempre fue un juego
revolucionario por cinco grandes razones: por ser asociado desde sus inicios al
carnaval, fiesta sabidamente ligada a la liberación de las emociones y los
instintos; por ser jugado con los pies, símbolos de lo irracional en una cultura
que se tornaba cada vez más racionalmente organizada y planeada a través
del patrón patriarcal usado, sobretodo, de forma represiva; por ser un deporte
colectivo y, así, contrariar a los deportes individualistas de las élites patriarcales
dominantes; por dirigir las emociones hacia una disputa que termina bien,
contrario a los torneos patriarcales que terminan con la caída, herida o muerte
del adversario; y, finalmente, por ser una actividad social que subordina la
agresividad al deporte. Contrariamente a los torneos patriarcales, que
sometían el deporte a la agresividad, preparando el pueblo para una guerra, el
fútbol consiguió sobreponer el deporte a la agresividad a través de la
transformación de la muerte del enemigo en el símbolo del gol. Como dice
poéticamente un cronista: “en el calor de la pugna, Ronaldo venció tres
adversarios, y mandando un cañonazo desde fuera del área, decretó
inapelablemente la caída de la ciudad adversaria. ÉS GOOOOOOL de
BRASIIIIL!!!!!”.
El fútbol se caracterizó desde su inicio como un encuentro entre
opuestos, en el cual el conflicto común es admitido, ejercido y subordinado
placentera y agresivamente a un fin pacífico. En el principio, el fútbol era
mucho más violento, pero su propia práctica fue canalizando la agresividad de
manera cada vez más adecuada. En su trayectoria antipatriarcal, innumerables
fueron sus símbolos antimachistas como, por ejemplo, la existencia de un
partido anual, en una época muy famosa, realizado en la ciudad de Midlothian
en Escocia, donde las mujeres casadas se enfrentaban con las solteras. Tan
antipatriarcal y antibélico fue siempre el fútbol que, ya en 1927, una guerra
entre Inglaterra y Escocia acabó desmoralizada porque los soldados de
Lankshire, tradicionales enemigos de los escoceses, desobedecieron a sus
comandantes y prefirieron disputar su rivalidad en el fútbol y no en el campo de
batalla. Cuenta una leyenda que hasta el Rey Eduardo I terminó participando.
Es importante señalar que, después de eso, los reyes Eduardo III,
Ricardo II, Enrique IV, Enrique VIII y hasta Isabel I, ya en el siglo XVI,
promulgaron leyes en contra del fútbol, porque éste desviaba al pueblo de los
torneos de lucha y de arco y flecha, debilitando así los ejércitos. Se tornó
necesario entonces reprimirlo en nombre de la seguridad nacional del Imperio
Inglés. Todo en vano. El deporte floreció y se extendió en nuestra cultura por
vías diversas, más aún con el mismo empuje de nuestro Mito Mesiánico,
ambos buscando implantar a su manera, en la cultura occidental, el patrón de
alteridad, de respeto y compasión por el otro. Cuando el balón regresa al
centro del campo, después del gol, el defensor reinicia la partida y el atacante
“vira a outra face” (voltear la cara, poner la otra mejilla) para que todo comience
de nuevo.
Jung llamó la atención hartamente sobre el poder prospectivo de los
símbolos. A los cuatro años de edad, él mismo soñó con un falo de carne
sobre un altar subterráneo. Este falo representativo de la sexualidad espiritual,
que trasciende la sexualidad fisiológica, fue un símbolo altamente prospectivo
para él pues dio un norte a su obra por más de ochenta años. Mi tesis es
atribuir la propagación del fútbol a la actividad prospectiva de la psique
colectiva en la transformación de la cultura.
Es un hecho sociológico extraordinario que el fútbol tenha se implantado
revolucionariamente, sin cualquier catecismo o proselitismo, sólo y
exclusivamente a partir del alma del pueblo, de abajo hasta la cima. Hegel
propuso una teoría religiosa de la Historia, según la cual ella sería la
encarnación progresiva del Espíritu Divino. Podemos concebir la divinidad
como la expresión de los arquetipos y retomarla teoría de Hegel en el nivel
científico, afirmando que, dentro de la transformación histórica traída por el Mito
Cristiano, que ilustra una Teoría Simbólica de la Historia, el fútbol es una
expresión cultural de la implantación del arquetipo de alteridad en el proceso
civilizatorio.
El fútbol es una actividad que muestra la creatividad del self cultural a
partir de una necesidad histórica de trascender simbólicamente el patrón
represivo guerrero. Él no surge de una lucha de clases económicas ni de una
sublimación posterior a una represión. Por el contrario, el fútbol surge y se
desenvuelve a partir de la inteligencia creativa de la psique para atender a una
necesidad histórica de la conciencia colectiva de búsqueda de alteridad y de
democracia.
Una mayor apertura para la función creativa del símbolo en la cultura
nos permite percibir la coincidencia significativa entre la relación histórica del
desenvolvimiento del fútbol, a partir de los siglos XII y XIII, y el fascinio de la
leyenda del Santo Grial en la literatura de ese período, que retrata a los
caballeros de la Mesa Redonda, inicialmente 12, en la búsqueda del vaso con
la sangre de Cristo para salvar el reino. Uno de los ferimentos atribuidos al
Rey, incapacitado para gobernar, es exactamente la parálisis de las piernas.
¿Será demasiado asociar el fútbol con la búsqueda del ser humano de salvarse
de la destrucción, por la opresión y por la guerra, a través del rescate del
cuerpo como expresión simbólica de la redención del oprimido? ¿Se puede
asociar a los 12 caballeros de la Mesa Redonda con los 11 jugadores, más el
técnico?
Es verdad que el fútbol fue mucho más violento en su trayectoria de
patrón patriarcal para la alteridad. En el siglo XVIII, era común que un juego
terminara con numerosas fracturas. La dirección progresiva de su codificación
y auto-pedagogía caminó, no en tanto, para expresar un conflicto de opuestos
que culminase con una solución creativa y no represiva, en función de su
relación con el centro a través del gol, lo que hizo que las fracturas fueran cada
vez más raras.

HINCHADAS ORGANIZADAS

Es un gran error cultural pensar que la violencia de las hinchadas


organizadas del fútbol debe ser evitada por la prohibición legal de estas barras,
como está aconteciendo en Saõ Paulo. Es como cerrar una escuela
importante porque los alumnos se comportan mal. Se destruye una selva para
que los tigres no tengan donde vivir, sin percibir que esta es la mejor manera
de hacer que ellos migren hacia las calles de las grandes ciudades.
La violencia urbana advém de muchos factores, más uno de ellos es la
pulverización social, con la pérdida de identidad de las personas. Las grandes
metrópolis, como Saõ Paulo, crecieron de forma desordenada y absorbieron a
las ciudades pequeñas. De esta forma, al desaparecer las ciudades pequeñas
desapareció también un importante referente de la identidad de las personas.
La agresividad humana es desencadenada por la frustración y la identidad de
las personas ayuda a controlarla. El desamparo y el sufrimiento de la identidad
enflaquecida desemboca mucho más fácilmente en la violencia cuando las
personas no tienen un respaldo comunitario para acoger y encaminar
creativamente sus frustraciones.
La hinchada organizada o barra es un valioso referente de identidad en
los diferentes barrios de la cuidad. La fidelidad y la devoción a los clubes son
impresionantes. Las personas se separan del matrimonio, se mudan de ciudad
y hasta emigran de país pero, aún desde lejos, continúan apoyando y
fanatizando por su equipo o club. Conversando un día con un mendigo en Rio
de Janeiro, le pregunté que haría si se ganase la lotería; él no titubeó y
respondió “La mitad se la daría al Flamengo”, “pero ¿por qué?” le pregunté,
“porque el equipo ya me ha dado muchas alegrías en mi triste vida” respondió
esbozando una sonrisa de añoranza.
La esencia de la vida comunitaria saludable es el amor. Cuando
solamente la ambición, el status y el poder dirigen la vida individual, profesional
y social, la sociedad es pulverizada por el egoísmo de cada uno por sí mismo.
Esa atmósfera de salvajería de la competición y del consumo foge del
sufrimiento humano, y las frustraciones no contenidas fluyen naturalmente
hacia la violencia y la destructividad.
La antitesis de la pulverización y de la pérdida de identidad es la ayuda
comunitaria inspirada por un ideal amoroso, seja ele qual for. La hinchada
organizada en el fútbol es exactamente este tipo de comunidad. Disolverla
cuando algunos de sus miembros se comportan delincuencialmente es
derrumbar un árbol porque algunas de sus ramas tienen parásitos. Contrario a
la disolución, las hinchadas o torcidas deberían ser apoyadas e instruidas para
prestar servicios comunitarios de los más diversos, dado que pueden ser de
gran utilidad. Extinguirlas tiene un efecto inmediato de evitar disturbios durante
los juegos. La consecuencia de esa mutilación es el desperdicio de una
entidad de gran potencial en la participación amorosa comunitaria dejando a
sus miembros disgregados y sujetos a la violencia para canalizar frustraciones.
La devoción por el club o equipo y la fuerza de la hinchada organizada
pueden ser dirigidas para el desafío de involucrarse en las actividades
colectivas aliadas a las instituciones públicas y privadas. Así, el arquetipo de
alteridad, que se expresa de forma tan exuberante en el fútbol, reuniendo de
manera creativa al arquetipo matriarcal de equipo, de sudor, de placer, inclusive
de la cerveza helada y el arquetipo patriarcal de la organización, del orgullo, de
la honra, de la ambición y de la responsabilidad, puede ser expresado también
en el refuerzo de la identidad de las personas a través de la humanización por
su participación amorosa en la vida comunitaria, por medio de las barras o
hinchadas organizadas.

EL GOL, LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN

El gol es el mayor símbolo del fútbol, él representa la muerte simbólica


del adversario y alcanza una intensa profundidad porque la mandala del campo
permite que, a través del centro, todo comience de nuevo y el equipo que
“murió”, en la derrota, renazca y vuelva a luchar. En este símbolo la muerte es
vivenciada como un agente de transformación, exactamente como en nuestro
Mito Mesiánico. La vivencia de sufrir un gol y de hacer un gol se
complementan y forman un todo emocional.
Alegría y tristeza, euforia y depresión, realización y frustración son
vivenciadas como polos inseparables del proceso existencial. Esta lección de
gran profundidad emocional es de las más sabias y difíciles de aprender para
un ser humano durante su largo proceso existencial. Es interesante verificar,
en la práctica, que cuando un equipo marca un gol, generalmente hay una
reacción intensa en el adversario para empatar. El jugador y la fanaticada
saben que el gol no es un acontecimiento lógico; él depende siempre de la
suerte, del destino, de algo ligado al misterio de la creatividad y de la vida, y
que trasciende las leyes de causa y efecto. El jugador celebra, por el
fenómeno que Jung denominó sincronicidad, la conjunción plena de la
intención, de la acción y de la realización. A veces el jugador tiene todo para
marcar y no lo hace, se habla entonces de magia, de hechizo, de portería
cerrada. O entonces es el día del delantero de estar con la suerte, y entra
todo. Es la superstición queriendo dar forma a lo indescriptible y explicar lo
incomprensible. Pero todos saben que el gol surge como una revelación,
exactamente como las soluciones a los misteriosos caminos de la vida. A
veces tenemos una premonición de que el gol va a ser hecho antes incluso de
que el jugador patee. Es la vivencia intuitiva y profética tan común en el fútbol.
Por eso, todo tiro a puerta o chute a gol es un acto de inspiración, de fé,
mediante el cual el jugador y la hinchada saben que será “lo que Dios quiera”.
Si no tiene que entrar, no entrará. En ese sentido, ocurren goles increíbles que
logran victorias imposibles y que dan al jugador y al fanático la sensación de
milagro, típica de las vivencias místicas, que enaltecen la creatividad
extraordinaria del arquetipo central del self.

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