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Kultur Dokumente
Mi
ideal,
Jesús
Hijo
de
María
EDICIONES
S.
M.
-‐
MADRID
–
1968
1
6a
edición
renovada
por
Alfredo
Colorado,
S.
M.
Censor:
Álvaro
Carnero
Puede
imprimirse:
Severiano
Ayastuy,
S.M.,
Superior
provincial
Imprímase:
Dr.
Ricardo
Blanco.
Vicario
General
de
Madrid
3
de
mayo
de
1965.
Depósito
legal:
M.
7.154
-‐
1965.
—
Imprenta
S.M.
–
MADRID
2
Presentación
“Mi
ideal”
—ese
pequeño
“admirable
código
de
ascética
mariana”,
como
le
llama
el
P.
Llamera—
no
necesita
presentaciones.
Nacido
a
la
luz
en
1933,
rebasa
ampliamente
ya
el
millón
de
ejemplares,
en
más
de
cuarenta
lenguas
y
dialectos.
La
“presentación”
vale
sólo
para
esta
5a
edición
española,
profundamente
renovada,
no
sólo
en
su
tipografía,
sino
sobre
todo
en
su
forma
misma
literaria.
Él
pensamiento
del
P.
Neubert
—
respetado
párrafo
por
párrafo—
lo
hemos
volcado
en
moldes
más
a
tono
con
el
gusto
de
hoy,
en
estilo
directo
e
incisivo.
Nos
hubiera
parecido
una
profanación
de
no
haber
contado
con
la
autorización
expresa
del
autor
y
con
sus
calurosas
frases
de
aliento
para
acometer
la
reforma.
Al
final
de
cada
apartado
añadimos
unos
puntos
de
reflexión,
tomados
sobre
todo
del
denso
y
rico
capítulo
que
la
Constitución
Conciliar
sobre
la
Iglesia
dedica
a
la
Virgen
María,
y
que
aclaran
y
confirman
la
doctrina
expuesta.
Al
P.
Neubert
le
ha
parecido
“feliz”
la
idea.
La
coherencia
del
libro
con
las
afirmaciones
del
Concilio
y
de
los
Papas
es
un
motivo
más
para
acercarnos
confiadamente
a
enriquecer
nuestra
vida
cristiana
en
este
pequeño
manual,
“bella
y
firme
construcción
—dice
el
P.
Llamera—,
pues
sobre
la
roca
inconmovi-‐ble
de
las
verdades
esenciales
mariológicas,
estructura
lógicamente
todo
el
ordenamiento
de
nuestra
vida
de
hermanos
de
Cristo
e
hijos
de
María”.
Mayo
de
1965.
3
1
el
ideal
Habla
Jesús:
4
«Os
he
dado
ejemplo»
1
Amas
a
mi
Madre
y
eres
feliz
al
amarla.
Pero
estás
muy
lejos
de
amarla
como
Yo
quiero.
La
amas
porque
el
amor
va
naturalmente
a
cuanto
es
puro
y
bello,
y
Ella
es
un
modelo
perfecto
de
pureza
y
belleza.
La
amas
porque
amamos
a
quienes
son
buenos
y
compasivos
y
nadie
es
tan
bueno
y
compasivo
como
Ella.
La
amas
porque
la
consideras
como
una
Madre,
y
todo
hijo
ama
a
su
madre.
La
amas
porque
te
das
cuenta
de
que
con
Ella
conservas
con
mayor
facilidad
la
pureza
y
el
fervor.
La
amas
porque
estás
convencido
de
que
la
devoción
hacia
Ella
es
el
medio
más
fácil
de
asegurar
la
salvación
y
la
perfección:
y
tú
quieres
salvarte
y
santificarte.
2
Buenos
son
todos
estos
motivos
de
amor,
pero
hay
otro
mucho
más
excelente.
Con
ellos
se
puede
fundamentar
una
sincera
devoción
hacia
mi
Madre;
pero
no
fundamentan
la
devoción
que
yo
quiero
verte
practicar,
la
más
perfecta:
la
participación
en
mi
propia
piedad
filial
para
con
mi
Madre.
3
La
perfección
para
mis
discípulos
consiste
en
ser
como
su
Maestro.
Yo
les
di
ejemplo
para
que
obrasen
como
Yo.
Por
eso
repetía
mi
apóstol
Pablo
que
para
el
cristiano
todo
consiste
en
imitarme,
en
5
revestirse
de
Mí,
en
adoptar
mis
disposiciones,
en
vivir,
no
ya
de
su
propia
vida,
sino
de
la
mía.
No
existen
disposiciones
para
con
mi
Madre
más
perfectas
que
las
mías.
Estas
son
las
quiero
que
contemples
y
reproduzcas
en
ti.
La
Maternidad
divina
es
el
fundamento
de
su
especial
relación
con
Cristo,
y
es
también
el
fundamento
principal
de
las
relaciones
de
María
con
la
Iglesia:
Es
Madre
de
Aquél
que
se
constituyó,
desde
el
primer
instante
de
la
encarnación,
en
su
seno
virginal,
Cabeza
de
su
Cuerpo
místico,
que
es
la
Iglesia.
María,
pues,
como
Madre
de
Cristo,
es
Madre
también
de
todos
los
fieles
y
de
los
Pastores;
es
decir,
de
la
Iglesia.
Pablo
VI
Alocución
en
el
Concilio
–
21
noviembre
1964
6
Soy
Hijo
de
María
por
mi
propia
elección
4
Para
comprender
mi
piedad
filial
hacia
mi
Madre,
date
cuenta,
en
primer
lugar,
que
si
soy
Hijo
de
María,
es
porque
así
lo
quise
Yo.
Nada
he
llevado
a
cabo
por
coacción,
al
azar,
sin
designio.
Cuando
decidí
venir
a
reparar
la
gloria
de
mi
Padre,
y
salvar
a
la
Humanidad,
se
abrían
ante
Mí
infinidad
de
caminos;
entre
ellos
preferí
el
camino
de
María.
Creé
a
María
expresamente
para
ser
mi
Madre.
Ella
no
hubiera
existido
de
no
haberme
propuesto
confiarle
este
oficio.
La
hice
libre
y
deliberadamente
tal
cual
es,
para
que
luego
Ella,
a
su
vez,
me
hiciese
tal
cual
soy.
5
Soy,
con
toda
verdad,
Hijo
suyo.
Como
todo
hijo,
he
querido
ver-‐me
formado
de
la
substancia
de
mi
Madre
y
alimentarme
con
su
lecha;
he
querido
que
Ella
me
cuidase
y
me
educase;
he
querido
estarle
sumiso.
Soy
su
Hijo
con
más
razón
que
lo
eres
tú
de
tu
madre,
pues
de
ella
sola
he
recibido
mi
humanidad.
Soy
su
Hijo
por
entero,
como
Dios
y
como
hombre,
porque
el
que
nació
de
Ella
no
constituye
más
que
una
sola
y
misma
persona.
7
6
Pues
bien,
si
he
querido
ser
su
Hijo,
ha
sido
por
amor.
Por
amor
a
mi
Padre,
a
quien
así
podía
glorificar
mejor
y
a
quien
comprende-‐
rían
y
amarían
mejor
los
hombres
gracias
a
Ella.
Por
amor
a
mi
Madre,
que
había
de
proporcionarme
más
alegría
que
todos
los
ángeles
y
hombres
juntos.
Y
también
por
amor
a
los
hombres...,
por
amor
a
ti,
llamado
a
ser
hermano
mío.
Dios,
en
su
inmensa
bondad
y
sabiduría,
queriendo
llevar
a
término
la
redención
del
mundo,
“al
llegar
la
plenitud
del
tiempo
envió
a
su
Hijo,
hecho
de
mujer,
para
que
recibiéramos
la
adopción
de
hijos”.
“Él
cual
por
nosotros,
los
hombres,
y
por
nuestra
salvación,
bajó
del
cielo,
y
por
obra
del
Espíritu
Santo
se
encarnó
de
María,
la
Virgen.”
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
52.
8
Contempla
y
admira
7
Considera
lo
que
el
amor
filial
hacia
mi
Madre
me
ha
inspirado
para
con
Ella.
De
toda
eternidad
pienso
en
Ella
y
la
amo,
porque
de
toda
eternidad
veo
en
Ella
a
mi
futura
Madre.
En
Ella
pienso
al
crear
los
cielos
con
los
ángeles
y
al
formar
la
tierra
y
los
hombres;
al
pronunciar
mi
sentencia
contra
tus
primeros
padres
y
al
revelarme
a
los
patriarcas
y
profetas.
8
Y
porque
la
amo,
la
he
colmado
de
privilegios
que
superan
incomparablemente
los
concedidos
a
las
demás
criaturas:
Inmaculada
en
su
concepción,
libre
de
toda
concupiscencia,
exenta
de
imperfección,
llena
de
gracia
sobre
los
ángeles
y
los
santos,
Madre
de
Dios
y
siempre
Virgen,
glorificada
en
su
cuerpo,
como
Yo,
antes
de
la
resurrección
universal.
9
Y
no
sólo
la
he
hecho
partícipe
de
mis
privilegios
y
de
mi
intimidad:
he
querido
que
participe
también
en
la
misma
misión
que
el
Padre
me
ha
confiado.
Redentor
Yo,
resolví
que
Ella
fuese
Corredentora
conmigo
y
que
cuantos
méritos
adquiriese
Yo
en
estricta
justicia,
los
tuviese
Ella
por
suprema
conveniencia.
10
Incluso
en
el
cielo
he
querido
que
esté
asociada
conmigo;
así
como
Yo
soy
Mediador
ante
el
Padre,
Ella
es
Mediadora
junto
a
Mí
para
9
distribuir
a
los
hombres
las
gracias
que
contribuyó
a
ganar
conmigo
para
ellos.
Porque
en
el
cielo,
lo
mismo
que
en
la
tierra,
sigo
siendo
su
Hijo
y
me
tengo
por
infinitamente
dichoso
al
recompensarla
por
cuanto
hizo
y
sufrió
un
día
por
amor
mío.
11
Hay
más
todavía.
Yo
vivo
en
la
Iglesia,
mi
Cuerpo
místico,
anima-‐do
por
mi
Espíritu.
Lo
que
hace
mi
Iglesia,
soy
Yo
quien
lo
hace.
Lo
que
la
Iglesia
hace
por
mi
Madre,
soy
Yo
quien
lo
hago
por
Ella.
La
veneración
y
el
amor
que
la
Iglesia
ha
manifestado
siempre
a
mi
Madre;
la
defensa
y
proclamación
de
sus
privilegios;
la
institución
de
fiestas
y
devociones
en
su
honor;
la
aprobación
de
asociaciones
destinadas
a
servirle...
La
piedad
de
los
santos,
tan
devotos
de
mi
Madre;
de
las
almas
fervorosas,
impulsadas
a
rodearla
de
un
culto
especialísimo;
de
los
fieles,
tan
celosos
por
el
honor
de
María,
tan
perspicaces
para
reconocer
sus
privilegios,
tan
entusiastas
cuando
se
trata
de
darle
pruebas
de
particular
afecto.
Todo
ello
no
es
sino
una
manifestación
grandiosa,
pero
aún
insuficiente,
de
mi
amor
filial
hacia
mi
Madre.
12
A
lo
que
la
Iglesia
de
la
tierra
hace
y
hará
por
María
hasta
el
fin
de
los
tiempos,
hay
que
añadir
lo
que
la
Iglesia
del
cielo
realiza
por
Ella
durante
toda
la
eternidad:
los
sentimientos
de
gratitud
y
de
amor
que
los
bienaventurados
prodigan
a
su
Reina
y
Madre,
a
quien
deben
su
felicidad
eterna.
En
ellos
y
por
ellos,
soy
Yo
quien
honra
y
ama
a
mi
Madre.
A
esta
infinita
piedad
filial
es
a
la
que
quiero
asociarte...
10
La
Virgen
María,
que
—al
anunciarlo
el
ángel—
recibió
en
su
corazón
y
en
su
cuerpo
al
Verbo
de
Dios
y
entregó
la
Vida
al
mundo,
es
reconocida
y
honrada
como
verdadera
Madre
de
Dios
nuestro
Redentor.
En
previsión
de
los
méritos
de
su
Hijo
ha
sido
re-‐
dimida
de
modo
sublime
y
está
unida
a
Él
con
un
vínculo
estrecho
e
indisoluble,
enriquecida
con
esta
máxima
función
y
dignidad:
ser
la
Madre
de
Dios
Hijo,
y,
por
tanto,
hija
predilecta
del
Padre
y
sagrario
del
Espíritu
Santo.
Con
un
don
de
gracia
tan
excelsa,
antecede
con
mucho
a
todas
las
demás
criaturas,
del
cielo
y
de
la
tierra.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
53.
11
Mi
Madre
es
Madre
tuya
13
No
puedes
reproducir
mi
amor
filial
hacia
María
si
no
eres
como
Yo
hijo
suyo.
Tienes
que
darte
cuenta
hasta
qué
punto
eres
de
verdad
hijo
de
María.
Todos
creen
saberlo,
ya
que
llaman
a
María
Madre
suya.
Pero,
de
hecho,
la
mayoría
no
tienen
sino
una
idea
muy
imperfecta
de
esta
Maternidad.
Algunos
aman
a
María
como
si
fuese
su
Madre.
A
ninguna
madre
de
la
tierra
le
gustaría
que
su
hijo
le
dijera:
“Te
quiero
como
si
fueras
mi
madre.”
14
Otros
creen
que
María
es
su
Madre
únicamente
en
virtud
de
aquellas
palabras
que
dije
a
mi
Madre
y
a
Juan,
cuando
estaban
en
pie
junto
a
la
Cruz
donde
Yo
agonizaba:
—”Mujer,
he
ahí
a
tu
hijo...
He
ahí
a
tu
Madre.”
Mi
palabra
podía,
de
sobra,
confiar
a
María
una
misión
maternal
y
crear
en
Ella
disposiciones
semejantes
a
las
de
una
madre.
Pero,
si
su
maternidad
sólo
hubiera
dependido
de
esa
palabra,
no
habría
sido
más
que
una
maternidad
de
mera
adopción
externa.
Y
no
es
eso:
María
es
tu
verdadera
Madre
en
el
orden
sobrenatural,
de
modo
análogo
a
como
la
mujer
que
te
dio
a
luz
es
tu
verdadera
madre
en
el
orden
de
la
naturaleza.
12
15
La
madre
es
la
mujer
que
comunica
la
vida.
María
te
ha
comunicado
la
Vida,
la
Vida
por
excelencia.
Te
la
dio
en
Nazareth
y
en
el
Calvario
y
te
la
da
en
el
bautismo.
16
Al
concebirme
a
Mí
en
NAZARETH,
te
concebía
a
ti
también
en
cierto
modo.
Ella
sabía
que,
al
responder
“sí”
o
“no”
a
Dios,
hacía
posible
tu
Vida
o
te
dejaba
en
las
tinieblas
de
la
muerte.
Pronunció
el
“sí”
para
que
vivas.
Al
consentir
en
darme
la
vida
humana,
consentía
en
darte
a
ti
la
Vida
divina.
Al
hacerse
Madre
mía
en
el
orden
de
la
naturaleza,
se
hacía
también
Madre
tuya
en
el
orden
de
la
gracia.
Desde
aquella
hora,
en
los
designios
de
Dios
y
en
sus
propios
designios
—pues
Ella
entreveía
los
designios
de
Dios
y
los
aceptaba
plenamente—,
tú
de
algún
modo
formabas
parte
de
mi
Cuerpo
místico.
Yo
soy
la
Cabeza
y
tú
uno
de
los
miembros.
Juntos,
aunque
de
modo
distinto
y
misterioso,
María
nos
llevaba
a
ambos
en
su
seno
materno,
porque
los
miembros
son
inseparables
de
la
cabeza.
17
En
el
CALVARIO
te
daba
a
luz
al
ofrecerme
a
Mí
en
sacrificio
por
ti.
En
el
Gólgota
se
consumó
tu
liberación
del
pecado
y
de
la
muerte.
Allí
acabé
la
“destrucción
de
quien
detentaba
el
imperio
de
la
muer-‐te”
(Cf.
1
Cor.,
15,
24-‐26),
y
te
merecí
con
mi
muerte
la
gracia
de
mi
Vida.
13
Pues
bien,
esta
obra
la
realicé
en
unión
con
María.
Ella
me
concibió
para
ser
víctima;
me
alimentó
y
me
educó
pensando
en
el
sacrificio;
y
en
el
momento
supremo
me
ofreció
al
Padre
por
tu
salvación.
Ella
que,
siempre
Virgen,
no
sintió
en
el
nacimiento
de
su
Primogénito
más
que
alegrías,
te
dio
a
luz
a
ti
en
los
más
angustiosos
dolores.
En
ese
momento
se
consumaba
su
maternidad
para
contigo.
Por
eso
quise
proclamar
entonces
esa
maternidad
confiando
a
María
a
los
cuidados
de
Juan
y
a
Juan
a
los
de
María.
No
era
mi
palabra
la
que
entonces
creaba
esta
maternidad,
sino
que
la
atestiguaba
y
la
confirmaba
en
la
hora
más
solemne
de
mi
vida,
en
la
hora
en
que
mi
Madre,
ya
plenamente
Madre
tuya,
estaba
mejor
dispuesta
para
comprender
su
misión
maternal.
18
En
tu
BAUTISMO,
María
te
comunicaba
la
Vida
de
hecho
y
no
tan
sólo
de
derecho
como
en
el
Calvario.
Tu
madre
natural
dio
el
ser
a
un
niño
que,
al
nacer,
estaba
muerto
en
el
orden
de
la
gracia.
Para
que
vivieras,
era
preciso
que
se
te
infundiese
la
gracia
santificante
en
el
bautismo.
María
es
quien
te
consiguió
esa
gracia
santificante.
Sin
Ella
jamás
se
otorga
gracia
alguna.
Cuando
de
“hijo
de
ira”
quedaste
convertido
en
“hijo
de
Dios”
(Ef.,
2,
2-‐3),
era
María
quien
te
hacía
nacer
a
la
Vida
divina.
Al
hacerte
partícipe
de
la
vida
de
Dios,
María
es
con
toda
verdad
Madre
tuya
en
el
orden
sobrenatural,
de
manera
análoga
a
como
es
verdaderamente
tu
madre
en
el
orden
natural
la
que
te
ha
dado
la
vida
humana.
14
19
Incluso
Ella
lo
es
más.
Lo
es
por
el
modo
de
infundirte
esa
Vida.
Para
darte
a
luz
dio
incomparablemente
más
que
tu
madre
terrestre:
dolores
indecibles
y
mi
propia
vida
a
quien
amaba
infinitamente
más
que
a
su
misma
vida.
Ella
sigue
preocupándose
por
ti
durante
todo
el
curso
de
tu
existencia,
mientras
que
las
madres
de
la
tierra
sólo
cuidan
de
sus
hijos
hasta
que
son
mayores.
Tú
serás
siempre
“su
hijo,
al
que
alumbra
de
nuevo
hasta
que
Cristo
se
forme
en
ti”
(Gál.,
4,
19).
Si,
por
desgracia,
pierdes
la
vida
sobrenatural,
Ella
puede
devolvértela,
y
no
como
las
madres
de
la
tierra
que
lloran
impotentes
sobre
el
cadáver
de
sus
hijos.
María
te
ama
con
todas
tus
imperfecciones
e
ingratitudes,
con
un
amor
que
supera
en
intensidad
y
pureza
al
amor
de
todas
las
madres
a
sus
hijos.
20
Y
es
más
Madre
tuya
que
tu
madre
de
la
tierra,
sobre
todo,
por
la
naturaleza
de
la
Vida
que
te
ha
dado.
Te
ha
comunicado
no
una
vida
efímera
como
tu
vida
humana,
sino
una
Vida
sin
fin;
no
una
vida
entreverada
de
imperfecciones
y
de
angustias,
como
la
vida
presente,
sino
una
Vida
incomparable-‐
mente
feliz;
no
una
vida
creada,
sino
una
participación
a
la
Vida
increada,
a
la
misma
Vida
de
Dios,
a
la
Vida
de
la
Santísima
Trinidad.
Vida
que
no
tendrá
fin
y
será
incomparablemente
feliz,
porque
15
participa
de
la
eternidad
y
de
la
felicidad
de
Dios.
No
hay
maternidad
humana
que
pueda
compararse
con
tal
maternidad.
21
Pues
bien,
María
es
tu
verdadera
Madre
—y
Madre
tan
perfecta—
porque
es
mi
Madre.
Y
tú
eres
mi
hermano,
porque
mi
Padre
es
Padre
tuyo,
y
mi
Madre,
Madre
tuya.
La
Virgen
Feliz,
concibiendo,
engendrando,
alimentando
a
Cristo,
presentándolo
al
Padre
en
el
templo,
padeciendo
con
su
Hijo
que
moría
en
la
cruz,
ha
cooperado
en
la
obra
del
Salvador
de
modo
absolutamente
singular,
con
su
obediencia,
su
fe,
su
esperanza
y
su
amor
ardiente,
para
restaurar
la
vida
sobrenatural
de
las
almas.
Por
eso
es
Madre
nuestra
en
el
orden
de
la
gracia.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
61.
16
«Amas
a
María.
No:
soy
Yo
quien
la
ama
en
ti»
22
Ya
que
mi
vida
es
tu
vida
y
mi
Madre
tu
Madre,
te
es
fácil
imitar
mi
amor
filial
hacia
Ella.
Pero
no
se
trata
de
imitarme
como
imita
un
discípulo
a
su
Maestro.
Soy
para
ti
algo
más
que
un
Modelo:
soy
principio
interno
de
vida.
23
—Vives
por
Mí.
Mis
disposiciones
han
de
llegar
a
ser
las
tuyas.
“Yo
soy
la
vid,
tú
eres
un
sarmiento”
(Jn.,
15,
5).
La
misma
savia
circula
por
la
vid
y
por
sus
sarmientos.
Yo
soy
la
Cabeza,
tú
eres
un
miembro
de
mi
Cuerpo
místico.
La
misma
sangre
corre
por
la
cabeza
y
por
los
miembros.
Cuando
tú
eres
puro,
soy
yo
quien
es
puro
en
ti;
cuando
tú
eres
paciente,
soy
Yo
paciente
en
ti;
cuando
practicas
la
caridad,
la
practico
Yo
en
ti;
tú
vives,
“ya
que
no
eres
tú
quien
vive,
soy
Yo
quien
vive
en
ti”
(Gál.,
2,
20);
amas
a
mi
Madre;
no,
ya
no
eres
tú
quien
la
ama,
soy
Yo
quien
la
ama
en
ti.
Por
eso
te
sientes
tan
feliz
al
amar
a
María:
soy
Yo
quien
en
ti
me
siento
feliz
al
amarla.
17
24
Participas
de
mi
vida;
pero
falta
mucho
todavía
para
que
mi
vida
sea
perfecta
en
ti.
Si
lo
fuera,
pensarías,
sentirías,
querrías
y
obra-‐
rías
en
todo
como
Yo.
Demasiados
obstáculos
impiden
el
libre
desarrollo
de
mi
actividad
en
tu
alma.
No
vivo
en
ella
muchas
veces
sino
como
un
prisionero
en
su
celda.
Tienes
que
ir
suprimiendo
esos
obstáculos
hasta
llegar,
por
tu
respuesta
generosa
a
la
gracia,
a
pensar
y
a
querer
como
Yo,
a
completar
lo
que
a
mi
vida
falta
en
ti.
25
Participas
de
mi
amor
filial
hacia
mi
Madre;
pero
ese
amor
está
muy
lejos
de
ser
perfecto
en
ti.
Tienes
que
arrancar
los
obstáculos.
Has
de
llegar,
por
tus
esfuerzos
generosos,
a
adoptar
para
con
mi
Madre
mis
pensamientos,
mis
sentimientos,
mi
querer,
mi
actividad.
Tienes
que
completar
lo
que
falta
en
ti
a
mi
amor
filial
para
con
mi
Madre.
26
Ya
puedes
entrever
lo
que
quiero
que
sea
tu
devoción
filial
a
María.
Se
trata
de
que
ames
a
mi
Madre
porque
Yo
la
amo,
como
Yo
la
amo,
con
el
mismo
amor
con
que
Yo
la
amo...
27
Te
he
descubierto
el
ideal;
ahora
voy
a
revelarte
sus
exigencias.
Hasta
aquí
me
has
seguido
con
alegría.
En
adelante
sígueme
con
alegría
siempre,
y
sobre
todo
con
amor
y
generosidad.
18
Ya
no
es
tan
sólo
cuestión
de
contemplar
y
admirar
un
modelo,
sino
de
reproducir
sus
rasgos.
Vamos
a
repasarlos
uno
a
uno.
Pero
si
no
pones
mucho
amor
y
renuncia
de
ti
mismo,
no
podrás
reproducirlos
sino
muy
imperfectamente.
Jesús,
Hijo
de
Dios,
y
tú
María,
su
Madre,
queréis
sin
duda
ninguna
que
lo
que
amáis
vosotros,
lo
amemos
nosotros
también.
Por
eso:
Buen
Jesús,
por
el
amor
con
que
amas
a
tu
Madre,
haz
que
la
ame
de
verdad,
como
la
amas
Tú
y
quieres
que
la
ame.
Buena
Madre,
por
el
amor
con
que
amas
a
tu
Hijo,
consígueme
que
le
ame
de
verdad,
como
le
amas
tú
y
quieres
que
se
le
ame.
Os
suplico
que
se
cumpla
de
verdad
esto
que
es
voluntad
vuestra.
S.
Anselmo.
19
2
exigencias
del
ideal
Habla
Jesús:
20
Como
Yo,
entrégate
sin
reservas
a
mi
Madre
28
Al
hacerme
hijo
de
María,
me
entregué
por
entero
a
Ella.
Creador
y
Señor
del
Universo,
quise,
por
amor,
pertenecer
a
María
y
depender
de
Ella.
Quise
pertenecerle
por
los
lazos
más
íntimos
que
pueden
existir,
los
lazos
fundados
en
la
misma
naturaleza
y
que
nada
puede
disolver.
De
toda
eternidad,
escogí
esta
pertenencia
y
dependencia
filial,
y,
desde
el
primer
instante
de
mi
encarnación
en
el
seno
de
María,
ratifiqué
este
designio
de
mi
amor
eterno.
29
Hijo
de
Madre
Virgen,
pertenecí
a
Ella
como
ningún
otro
hijo
pertenece
a
su
madre.
Y
he
querido
perpetuar
este
estado
de
dependencia
total.
Permanecí
junto
a
mi
Madre
hasta
el
momento
fijado
para
el
cumplimiento
de
mi
misión
pública.
Y
corno
mi
Madre
no
tuvo
ja-‐
más
otra
voluntad
que
la
del
Padre,
también
entonces
—lo
mismo
que
en
el
sacrificio
supremo—
la
conformidad
de
mi
voluntad
con
la
suya
fue
total.
30
Más
aún;
incluso
en
el
cielo
tengo
siempre
presente
que
soy
su
Hijo;
y
aunque
soy
Yo
quien
reina
allí,
cumpliré
siempre
con
perfecto
amor
filial
todos
sus
deseos
de
Madre.
21
31
Entrégate
como
Yo
por
entero
a
mi
Madre,
sin
reservas,
para
siempre.
Entrégale
tu
cuerpo
y
tu
alma
con
todas
sus
actividades
y
capacidades.
Entrégale
todos
tus
bienes
materiales
y
espirituales,
naturales
y
sobrenaturales.
Entrégale
cuanto
eres
y
cuanto
puedas
ser,
lo
que
tienes
y
lo
que
puedas
tener,
lo
que
haces
y
puedas
hacer.
Que
no
haya
en
ti
ni
fuera
de
ti
nada
que
no
le
pertenezca.
32
Pero
no
se
trata
de
que
te
entregues
como
si
fueses
una
cosa
de
María.
Ella
quiere
servirse
de
ti,
no
como
de
un
objeto
inerte,
sino
como
hijo
que
ayuda
a
su
Madre.
Porque
Yo
le
'he
confiado
una
gran
misión
en
el
mundo,
y
para
realizarla
quiere
que
le
sea
necesaria
tu
ayuda.
33
Entrégate
desinteresadamente.
No
para
obtener
ventajas,
consuelos
personales,
sino
por
puro
amor
filial,
como
me
entregué
Yo
mismo.
Sentirás
consuelos,
pero
también
encontrarás
penas;
no
pienses
ni
en
unos
ni
en
otras;
tu
Madre
se
preocupará
por
ti.
En
cuanto
a
ti,
no
pienses
más
que
en
entregarte
por
entero
y
por
amor.
34
Entrégate
para
siempre.
22
Son
muchos
los
que
en
un
momento
de
fervor
han
prometido
dárselo
todo
a
mi
Madre;
pero
después
de
dárselo
todo
en
bloque,
lo
van
recuperando
detalle
tras
detalle.
En
las
horas
de
prueba,
cuando
su
donación
total
exigía
sacrificios,
dijeron:
“Dura
es
esta
palabra;
¿quién
puede
escucharla?”
(Jn.,
6,
61);
y
ya
no
quisieron
seguir
por
la
senda
de
su
consagración
total.
Hay
que
ser
a
veces
héroe
para
vivir
en
total
pertenencia
a
María,
porque
es
preciso
subir
con
Ella
hasta
la
cumbre
del
Calvario.
35
Renueva
con
frecuencia
tu
consagración
a
tu
Madre:
—
Al
despertarte,
para
que
toda
tu
jornada
le
pertenezca.
—
Cuando
me
recibes
en
la
Eucaristía:
en
ese
momento,
en
que
no
formas
más
que
un
solo
ser
conmigo,
vuelve
a
entregarte
a
mi
Madre
como
hijo
suyo.
—
A
las
tres
de
la
tarde,
en
memoria
de
aquella
hora
solemne
en
que,
al
ofrecerme
en
sacrificio,
María
te
hizo
nacer
a
la
Vida
di-‐vina
mientras
me
oía
decir:
“Mujer,
he
ahí
a
tu
hijo”
(Jn.,
19,
26).
—
Antes
de
tus
principales
acciones,
para
recordar
que
no
has
de
obrar
para
ti,
sino
únicamente
para
Ella.
Y
especialmente
en
las
contrariedades
de
tu
vida.
Entonces
es
la
hora
de
decir:
“Madre,
cuando
me
entregué
a
ti
no
preveía
este
sacrificio.
Pero
mi
intención
era
entregarme
a
ti
por
entero,
y
no
quiero
volverme
atrás
en
mi
donación.
Líbrame
de
esta
prueba...
Pero,
ante
todo,
que
se
haga
en
mí
la
voluntad
de
Dios”
(Cf.
Lc.,
22,
42).
23
36
Si
quieres
vivir
plenamente
tu
donación,
no
te
detengas
a
medir
el
sacrificio:
mírame
y
mira
a
tu
Madre.
Él
amor
te
estimulará
y
la
gracia
te
sostendrá.
Y
si
sientes
que
tus
fuerzas
se
debilitan,
reza.
Tu
Madre
no
puede
dejar
de
socorrer
al
hijo
que
la
invoca
para
permanecerle
fiel.
Y
Yo
mismo,
que
te
he
llamado
a
este
ideal,
te
sostendré
también
en
tu
caminar
hacia
la
meta.
La
verdadera
devoción
a
María
no
consiste
en
un
afecto
estéril
y
pasajero,
ni
en
una
credulidad
vacía,
sino
que
procede
de
la
verdadera
fe
que
nos
lleva
a
reconocer
la
grandeza
de
la
Madre
de
Dios,
y
nos
impulsa
a
un
amor
filial
hacia
nuestra
Madre
y
a
la
imitación
de
sus
virtudes.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
67.
24
Como
Yo,
ama
a
mi
Madre
37
Por
amor
me
hice
Hijo
de
María.
En
mis
relaciones
con
mi
Madre,
todo
lo
explica
el
amor.
Para
comprender
mi
piedad
filial
para
con
Ella
tienes
que
comprender,
ante
todo,
mi
amor
a
Ella.
Lo
que
quiero
es
traspasar
a
tu
corazón
un
poco
del
amor
a
mi
Madre,
que
arde
en
el
mío.
Esfuérzate
por
hacerte
puro,
humilde,
generoso
para
que
yo
pueda
derramar
en
ti
lo
más
posible
mi
amor
filial.
38
Repasa,
en
el
recogimiento
de
la
oración,
lo
que
ya
te
he
dejado
entrever
de
mi
amor
a
María:
la
escogí
de
toda
eternidad
y
la
colmé
de
privilegios;
viví
en
su
intimidad
y
la
asocié
a
mi
misión;
la
amo
y
la
amaré
siempre
por
la
Iglesia
de
la
tierra
y
del
cielo.
39
Luego,
penetrando
más
en
mi
Corazón,
medita
los
motivos
que
me
impulsaron
a
amarla
tanto.
La
amé
y
la
amo
porque
es
mi
Madre:
Madre
de
belleza
y
perfección
fascinadoras...
Madre
que,
con
la
menor
de
sus
palabras
o
sus
miradas,
provoca
en
Mí
mayor
alegría
que
la
que
me
pudieran
dar
jamás
todos
los
santos
con
todo
su
heroísmo...
Madre
que
me
ama
con
un
amor
superior
al
de
los
ángeles
y
los
santos...
25
Madre
que
vive
sólo
para
Mí,
y
que
acepta
gustosa,
por
Mí,
el
martirio
más
angustioso
que
jamás
sufrió
una
criatura.
40
La
he
amado
porque
me
ayudó
a
realizar
la
misión
que
el
Padre
me
había
confiado.
Porque
me
dio
naturaleza
humana
para
que
pudiese
predicar
la
buena
nueva
a
los
hombres
y
morir
por
ellos.
Porque
en
esta
misión
se
unió
a
Mí
por
su
voluntad
y
sus
súplicas,
por
su
inmolación
y
su
presencia
al
pie
de
la
cruz.
Porque
hasta
el
fin
de
los
tiempos
trabajará
por
la
conversión
de
los
pecadores,
por
la
santificación
de
los
elegidos
y
por
atraer
las
almas
hacia
Mí.
Porque
Ella
constituye
el
gran
triunfo
de
mi
misión
redentora:
al
rescatarla
de
modo
tan
perfecto,
realicé
una
obra
mayor
que
al
rescatar
a
todos
los
demás
hombres.
41
La
amé
y
la
amo,
porque
gracias
a
Ella
he
podido
ofrecer
al
Padre
una
adoración,
reparación
y
gloria
de
valor
infinito,
que
no
hubiera
podido
tributarle
sin
la
humanidad
que
Ella
me
dio.
Porque
se
unió
a
mí
en
mis
homenajes
al
Padre,
y
le
adoró,
veneró
y
amó
como
no
lo
ha
sido
ni
lo
será
nunca
por
los
ángeles
y
los
santos.
Porque
por
Ella
los
hombres
llegarán
a
comprender
mejor
a
mi
Padre
y
a
amarle
como
verdaderos
hijos.
26
42
No
ceses
de
meditar
la
inmensidad
de
mi
amor
para
con
mi
Madre;
nunca
abarcarás
sus
límites,
ni
siquiera
en
la
eternidad.
Al
pensar
en
ello
ponte
en
mi
lugar,
conviértete
en
Mí,
ya
que
al
fin
y
al
cabo
mi
vida
es
tu
vida,
y
esfuérzate
por
sentir
lo
que
Yo
mismo
sentí.
43
Considera
también
el
amor
especial
que
María
te
tiene.
—
Te
ama
porque
Yo
te
amé
hasta
el
punto
de
morir
por
ti
y
ama
lo
que
Yo
amo.
—
Porque
la
hice
Madre
tuya
y
toda
madre
es
amor.
—
Porque
todas
las
madres
aman
con
predilección
a
los
hijos
que
más
les
costaron,
y
tú
le
costaste
indecibles
sufrimientos:
para
hacerte
nacer
a
la
Vida
tuvo
que
ofrecerme
a
la
muerte.
—
Porque
no
eres
más
que
una
misma
cosa
conmigo,
y
así,
al
amarte,
Ella
me
demuestra
mejor
su
amor.
44
Crees
amar
de
verdad
a
la
que
Yo
amo
tanto
y
que
tanto
te
ama
porque
te
sientes
lleno
de
alegría
al
rezarle,
y
te
entusiasmas
al
hablar
de
Ella.
Pero
en
la
tierra
la
prueba
del
amor
se
halla
más
en
el
trabajo
y
en
el
sufrimiento
que
en
la
alegría
y
el
entusiasmo.
45
Si
amas
a
María
debes
querer
trabajar
por
Ella.
27
Alégrate
al
darle
tu
actividad,
tu
tiempo,
tus
molestias.
Ninguna
labor
te
será
demasiado
penosa
si
es
por
su
gloria;
ninguna
empresa
te
parecerá
imposible
si
se
trata
de
promover
sus
intereses.
Él
día
en
que
te
parezca
que
una
misión
sobrepasa
tus
fuerzas
es
señal
que
has
dejado
de
amar.
Piensa
ya
desde
ahora
que
mi
Madre
te
reserva
una
misión
muy
noble
y
a
ratos
muy
difícil.
46
Si
amas
a
María
estarás
dispuesto
a
sufrir
por
Ella.
Quien
deja
de
amar
a
María
cuando
hay
que
sufrir
por
Ella,
no
la
amó
jamás:
tan
sólo
se
ha
amado
a
sí
mismo
en
los
consuelos
que
Ella
le
otorgó.
No
rehúses
sufrir:
rehusarías
amar.
No
te
contentes
con
aceptar
de
mala
gana
el
sufrimiento:
acéptalo
con
valor,
feliz
por
poder
testimoniar
así
tu
amor.
47
Para
aprender
a
acrecentar
constantemente
tu
amor,
toma
estos
medios
que
voy
a
indicarte:
Esfuérzate
por
hacer,
con
el
mayor
amor
posible,
los
pequeños
esfuerzos
y
sacrificios
de
la
vida
diaria.
Si
logras
no
decir
jamás
no
a
tu
madre
en
las
cosas
menudas,
tampoco
le
dirás
no
en
las
mayo-‐
res.
28
48
No
ceses
de
“estudiar”
a
tu
Madre.
Aprende
cuanto
puedas
acerca
de
sus
grandezas,
su
misión,
su
vida
y
la
vida
de
quienes
la
amaron
y
sirvieron.
Y
reflexiona.
Jamás
acabarás
de
estudiarla,
porque
jamás
acabarás
de
comprender
lo
que
Yo
he
hecho
por
Ella
y
lo
que
Ella
ha
hecho
por
Mí
y
por
ti.
49
Vive
en
constante
unión
con
Ella.
No
podrás
vivir
en
su
intimidad
sin
hallarla
de
día
en
día
más
amable
y
sin
amarla
cada
día
más.
Más
adelante
te
explicaré
cómo
podrás
permanecer
unido
a
Ella
sin
cesar,
siguiendo
mi
ejemplo.
50
Finalmente,
pídeme
la
gracia
de
amarla
y
de
crecer
sin
cesar
en
su
amor.
Él
amor
de
mi
Madre
es
una
gracia
de
elección.
Y
la
gracia
se
obtiene
por
la
oración:
pide
y
recibirás.
Pide
sin
desconfianza,
ya
que
esta
gracia
entra
por
completo
en
mis
designios.
Desconfiar
sería
blasfemar
de
Mí
y
de
mi
Madre,
al
suponer
que
puedo
no
querer
que
la
ames.
Soy
yo
quien
te
ha
inspirado
tu
mismo
deseo
de
amarla.
No
te
lo
habría
inspirado
si
no
quisiera
satisfacerlo.
29
51
Pídeme
esta
gracia
todos
los
días.
Pídemela,
sobre
todo,
cuando
vengo
a
ti
en
la
unión
eucarística.
Allí
vengo
a
ti
como
Hijo
de
María,
con
esta
humanidad
que
recibí
de
Ella
y
por
la
que
te
hago
partícipe
de
mi
divinidad.
“Quien
me
come,
vivirá
por
Mí”
(Jn.,
6,
56).
Amar
a
mi
Madre
con
el
amor
con
que
Yo
la
amo
es
vivir
por
Mí.
En
la
Comunión
es
donde
principalmente
paso
de
mi
Corazón
al
tuyo
el
amor
de
mi
Madre.
Entonces
es
cuando,
sobre
todo,
no
eres
tú
quien
vive,
sino
que
soy
Yo
quien
vive
en
ti;
y
no
eres
tú
ya
quien
ama
a
María,
sino
que
soy
Yo
quien
la
ama
en
ti.
Hasta
hoy
apenas
me
has
pedido
esta
gracia:
pide
y
recibirás,
para
que
tu
alegría
sea
perfecta
(Jn.,
16,
24).
Él
Señor
me
ha
creado
al
principio
de
sus
designios...
estaba
a
su
lado,
haciendo
sus
delicias,
día
tras
día.
Proverbios
8,
22
y
30.
30
Como
Yo,
obedece
a
mi
Madre
52
Si
quieres,
a
ejemplo
mío,
demostrar
tu
amor
a
mi
Madre,
obedécela
como
Yo.
De
niño
me
dejé
manejar
por
Ella
como
mejor
le
parecía:
me
dejé
colocar
en
el
pesebre,
llevar
en
sus
brazos,
amamantar,
fajar,
llevar
a
Jerusalén,
a
Egipto,
a
Nazareth.
Después,
en
cuanto
tuve
fuerzas,
puse
empeño
en
ejecutar
sus
deseos;
más
aún,
adivinarlos
y
prevenirlos.
Después
de
deslumbrar
a
los
doctores
en
el
Templo,
volví
a
Nazareth
con
Ella,
y
allí
le
estuve
sumiso.
Treinta
años
permanecí
junto
a
Ella,
sensible
siempre
a
sus
menores
deseos.
53
Para
Mí
era
un
placer
obedecerla.
Con
mi
obediencia
correspondía
a
cuanto
Ella
hacía
por
Mí,
y
sobre
todo
a
lo
que
algún
día
tendría
que
sufrir
por
Mí.
54
La
obedecía
con
sencillez:
aunque
era
su
Dios,
era
también
su
Hi-‐jo,
y
mi
Madre
representaba
a
mi
Padre
celestial.
Y
Ella
me
mandaba
y
me
dirigía
con
sencillez,
llena
de
gozo
al
verme
atento
a
su
más
imperceptible
querer.
31
Si
quieres
renovarle
esa
dicha,
obedécela
como
Yo
la
obedecí.
55
Mi
Madre
te
manda
en
primer
lugar
por
la
voz
del
deber.
Algunos
ponen
la
devoción
a
María
en
las
imágenes,
las
estatuas,
las
flores;
en
las
oraciones
y
los
cánticos;
en
sentimientos
de
ternura
y
de
entusiasmo;
o
en
prácticas
y
sacrificios
de
supererogación.
Otros
creen
amarle
mucho
porque
se
complacen
en
hablar
de
Ella,
porque,
en
su
imaginación,
se
ven
llevando
a
cabo
grandes
cosas
por
Ella,
o
porque
se
esfuerzan
por
pensar
de
continuo
en
su
Madre.
Bueno
es
todo
esto,
pero
no
es
lo
esencial.
“No
son
los
que
dicen:
Señor,
Señor,
los
que
entrarán
en
el
reino
de
los
cielos;
sino
quien
cumple
la
voluntad
de
mi
Padre
celestial,
ése
entrará
en
el
reino
de
los
cielos”
(Mt.,
7,
21).
Y
no
son
los
que
dicen:
Madre,
Madre,
los
verdaderos
hijos
de
María,
sino
los
que
cumplen
siempre
su
voluntad.
Pues
bien,
María
no
tiene
más
voluntad
que
la
mía,
y
mi
voluntad
sobre
ti
es,
ante
todo,
el
cumplimiento
de
tu
deber.
56
Esfuérzate,
pues,
por
cumplir
con
tu
deber,
y
por
cumplirlo
por
amor
a
Ella:
tu
deber,
grande
o
pequeño,
fácil
o
penoso,
interesante
o
monótono,
brillante
u
oscuro.
32
Por
agradar
a
tu
Madre,
sé
más
dócil
con
tus
superiores,
más
amable
con
tus
iguales,
más
comprensivo
con
tus
inferiores,
más
atento
con
todos.
Sé
más
puntual
en
tu
obediencia,
más
concienzudo
en
tu
trabajo,
más
paciente
en
tus
pruebas.
57
Realiza
todo
eso
con
amor
y
con
alegría.
Sonríe
en
tu
penosa
labor,
a
tus
prosaicas
ocupaciones,
a
la
monótona
sucesión
de
tus
obligaciones;
o,
mejor
dicho,
sonríe
a
tu
Madre,
que
te
pide
cumplas
tu
deber
con
decisión
para
probarle
tu
amor.
58
Resulta
relativamente
fácil
descubrir
la
voluntad
de
María
en
lo
que
Dios
manda.
Cuesta,
en
cambio,
descubrir
esa
voluntad
en
lo
que
Dios
permite.
Pues
bien,
el
Dios
del
Amor
no
permite
nada
si
no
es
por
amor,
y
hace
cooperar
siempre
a
su
Madre
en
sus
designios
de
amor
sobre
los
hombres.
Por
tanto,
cuando
las
cosas
o
los
hombres
te
hacen
sufrir,
haz
abstracción
de
cosas
y
de
hombres.
Mira
a
tu
Madre
que,
detrás
de
todo
eso,
busca
purificarte
y
hacerte
más
feliz.
Y
di:
“He
aquí
el
hijo
de
la
esclava
del
Señor;
hágase
en
mí
según
tu
palabra”
(Lc,
1,
38).
59
María
te
comunica
todavía
otras
indicaciones
de
su
voluntad:
las
inspiraciones
de
la
gracia.
Toda
gracia
te
viene
por
Ella.
33
Cuando
la
gracia
te
inclina
a
renunciar
a
tal
placer,
a
reprimir
tal
tendencia,
a
reparar
faltas
o
descuidos,
a
practicar
un
acto
de
virtud,
es
María
quien
te
manifiesta
sus
deseos
con
dulzura
y
amor.
Te
aterras
a
veces
ante
las
exigencias
de
tales
inspiraciones.
No
temas:
tu
Madre
es
quien
te
habla,
y
Ella
no
busca
más
que
tu
felicidad.
Reconoce
su
voz,
fíate
de
su
amor
y
responde
con
un
sí
a
todo
lo
que
pida.
60
Aún
hay
otra
manera
de
obedecer
a
María:
realizar
la
misión
especial
que
va
a
confiarte.
Has
de
estar
dispuesto
para
ello.
Et
erat
subditus
illis.
Y
se
fue
con
ellos,
y
vino
a
Nazareth,
y
les
estaba
sumiso.
Lucas,
2,
51.
34
Como
Yo,
honra
a
mi
Madre
61
Yo
soy
el
Dios
ante
quien
los
ángeles
cubren
su
rostro
y
a
quien
reverencian
temblorosos.
Sin
embargo,
honré
humildemente
a
María;
pues,
aunque
soy
Dios,
soy
también
su
Hijo.
Yo
promulgué
el
mandamiento:
“Honra
a
tu
padre
y
a
tu
madre.”
Y
lo
observé
en
toda
su
perfección.
62
Honré
a
María
porque
es
mi
Madre,
Madre
santa
por
encima
de
toda
alabanza,
representante
de
mi
Padre
celestial.
Piensa
en
el
respeto,
a
la
vez
profundo
y
tierno,
con
que
Yo,
niño,
adolescente,
hombre
hecho,
la
saludaba
y
estaba
en
su
presencia,
la
escuchaba,
la
hablaba
y
ejecutaba
todos
sus
deseos.
La
veía
feliz
con
mis
atenciones,
que
Ella
aceptaba
con
toda
sencillez,
porque
tal
era
la
voluntad
del
Padre,
mientras
resonaba
en
su
interior:
“Ha
mirado
la
bajeza
de
su
esclava
y
ha
exaltado
a
los
que
nada
son”
(Lc.,
1,
48
y
52).
63
Para
honrarla
he
hecho
Yo
inmensamente
más
que
lo
que
representan
estas
atenciones.
Por
veneración
a
mi
Madre
la
he
eximido
de
la
ley
del
pecado
original,
preservado
de
la
concupiscencia,
rodeado
de
tales
auxilios
que
jamás
la
más
ligera
sombra
empañó
la
pureza
de
su
alma.
35
Por
un
sentimiento
de
infinito
respeto
he
querido
preservar
la
integridad
de
su
cuerpo
en
mi
concepción
y
en
mi
nacimiento,
y
trasladar
al
cielo
este
cuerpo
virginal
antes
de
que
conociera
la
corrupción
de
la
tumba.
Por
exaltar
más
a
mi
Madre
la
colmé,
desde
su
Inmaculada
Concepción,
de
una
sobreabundancia
de
gracias
superior
a
la
de
todas
las
criaturas
reunidas,
la
asocié
a
mi
misión
redentora
y
la
coroné
Reina
del
cielo
y
de
la
tierra.
Y
todas
esas
señales
de
honor
que,
por
la
voz
de
sus
pastores
o
por
la
del
pueblo
entusiasmado,
no
cesa
de
multiplicar
la
Iglesia
de
siglo
en
siglo
y
ha
de
multiplicar
aún
más
en
los
siglos
venideros,
no
son
sino
realización
parcial
de
mi
deseo
de
honrar
a
mi
Madre.
64
Bajo
la
inspiración
del
Espíritu,
un
día
dijo:
“He
aquí
que
todas
las
naciones
me
llamarán
bienaventurada”
(Lc.,
1,
48).
Su
profecía
se
ha
de
cumplir;
en
toda
la
tierra
se
ha
de
santificar
el
nombre
de
mi
Padre
y
glorificar
el
nombre
de
mi
Madre.
65
Para
honrar
a
María
como
Yo
la
honré
y
quiero
que
se
la
honre,
empieza
por
comprenderla
mejor.
No
ceses
de
contemplar
su
dignidad,
sus
privilegios,
su
perfección,
su
misión.
Luego
humíllate
en
tu
nada
y
en
tu
miseria:
cuanto
más
pequeño
te
hagas,
más
apto
serás
para
comprender
la
grandeza
de
mi
Madre.
36
Sobre
todo,
da
cabida
en
tu
alma
a
las
disposiciones
de
la
mía:
mira
a
María
con
mis
ojos,
admírala
con
mi
espíritu,
regocíjate
de
su
belleza
con
mi
corazón.
66
Hónrala
por
tu
fervor
en
las
oraciones
y
fiestas
públicas
que
se
celebran
en
su
honor;
por
algunas
prácticas
de
piedad
que
le
ofrecerás
todos
los
días;
por
los
sacrificios
que
te
impongas
para
lograr
que
sea
honrada
por
todos
los
hombres.
Hónrala
haciéndola
conocer
y
amar
en
torno
tuyo;
uniéndote
con
otros
para
servirla
juntos;
entregándote
por
entero
a
Ella,
comba-‐
tiendo
por
Ella
y
bajo
sus
banderas.
Ya
te
revelará
cómo.
Hónrala,
sobre
todo,
por
tu
conducta.
Sé
santo
y
harás
más
en
su
honor
que
si,
mediocre
cristiano,
compusieras
preciosos
tratados
sobre
Ella.
67
Hónrala
en
mi
Nombre
y
en
tu
nombre.
Hónrala
por
aquéllos
que
no
lo
hacen,
por
los
que
la
desconocen,
por
los
que
blasfeman
de
Ella,
por
los
malos
cristianos
que
no
le
rezan,
por
las
almas
consagradas
que
no
viven
su
entrega
a
su
servicio.
68
Hónrala
todo
lo
que
puedas,
porque
está
muy
por
encima
de
toda
alabanza,
y
no
eres
bastante
para
alabarla.
No
temas
excederte:
jamás
la
honrarás
tanto
como
Yo
la
honré
y
quiero
que
se
la
honre.
37
A
pesar
de
la
riqueza
de
dones
portentosos,
con
que
Dios
la
ha
honrado
para
hacerla
digna
Madre
del
Verbo
hecho
carne,
está
muy
próxima
a
nosotros.
Pablo
VI
Alocución
en
el
Concilio
-‐
21
noviembre
1964.
38
Como
Yo,
parécete
a
mi
Madre
69
Los
hijos
se
parecen
a
su
madre.
Yo
me
asemejé
a
la
mía
más
que
ningún
otro
hijo
a
la
suya.
Nacido
de
Ella
sola,
los
rasgos
de
mi
rostro,
mi
mirada,
mi
aspecto,
mis
gestos,
todo
mi
exterior
recordaba
a
mi
Madre
virginal:
quien
me
veía,
me
reconocía
al
punto
como
Hijo
de
María.
70
Y
más
todavía
que
los
rasgos
de
nuestras
fisonomías,
se
parecían
nuestras
almas.
Mi
Padre
había
moldeado
a
María
a
mi
imagen,
para
que
luego,
como
una
verdadera
Madre,
me
formase
a
la
suya.
Y
por
un
constante
empeño
en
observarme,
en
meditar
en
su
alma
cuanto
Yo
hacía
o
decía,
reproducía
todas
mis
disposiciones
con
incomparable
perfección.
Por
eso
teníamos
en
todo
los
mismos
pensamientos,
los
mismos
sentimientos,
el
mismo
querer.
Nuestras
almas
vivían
unidas
en
perfecta
armonía:
Ella,
en
mí;
Yo,
en
Ella.
71
Esfuérzate
por
parecerte
a
mi
Madre,
como
Yo
me
asemejé
a
Ella.
Aseméjate
en
el
exterior
por
tu
modestia.
Que
al
verte
se
experimente
algo
de
aquel
respeto,
de
aquel
recogimiento
que
difundía
la
presencia
de
mi
Madre.
72
Aseméjate,
sobre
todo,
en
los
rasgos
de
tu
alma.
39
Copia
sus
virtudes.
Son
sublimes
sin
comparación
y
al
mismo
tiempo
incomparablemente
sencillas.
La
vida
de
María
ha
sido
semejante
a
la
tuya:
es
fácil
que
adivines
cómo
obraba
o
cómo
hubiera
obrado
en
tu
situación.
Como
Ella,
estudia
las
virtudes,
ante
todo,
en
Mí.
Luego,
contempla
a
tu
Madre
para
ver
cómo
las
reproduce.
La
lección
la
recibirás
de
Mí,
pero
comprenderás
mejor
esa
lección
si
tu
Madre
te
la
explica.
73
Sé
puro
para
ser
un
hijo
digno
de
la
Virgen
de
las
vírgenes.
Sé
humilde
y
sencillo,
olvidándote
de
ti
mismo,
como
se
olvidó
la
esclava
del
Señor.
Sé
recogido
en
Dios
y,
a
ejemplo
de
mi
Madre,
medita
en
tu
corazón
todo
lo
que
se
te
ha
revelado
sobre
mí
(Lc.,
2,
19).
Sé
firme
en
tu
fe
y
cree
en
la
palabra
del
Señor,
a
pesar
de
que
parezca
lo
contrario,
como
Ella
creyó
(Lc.,
1,
45).
Sé
sumiso
a
la
voluntad
divina,
y
no
tengas
más
respuesta
a
Dios
que
esta
palabra:
“Señor,
soy
tu
siervo,
el
hijo
de
tu
esclava;
hágase
en
mí
según
tu
palabra”
(Ps.,
115,
16;
Lc.,
1,
38).
Entrégate
con
amor
a
los
demás
y
sacrifícate
por
ellos
como
María
junto
a
Isabel,
o
en
Caná,
y,
sobre
todo,
en
el
Calvario.
Pon
especial
empeño
en
imitar
entre
las
virtudes
de
mi
Madre
aquella
de
la
que
más
carezcas
y
te
sea
más
necesaria.
40
74
Imita
no
sólo
sus
virtudes,
sino
también
sus
disposiciones
hacia
quienes
le
estaban
más
unidos:
hacia
sus
padres,
Joaquín
y
Ana;
hacia
Juan,
mi
discípulo
predilecto,
que
me
reemplazó
junto
a
Ella;
hacia
José,
sobre
todo,
su
esposo
y
mi
padre
adoptivo,
para
quien
siempre
estaba
llena
de
cariño
y
de
gratitud,
por
todo
lo
que
significaba
para
Ella
y
para
Mí.
No
serás
verdaderamente
hijo
suyo
si
no
pones
empeño
en
amar
y
venerar
a
quien
le
era
tan
querido.
75
Imita,
ante
todo,
sus
disposiciones
para
conmigo.
María
no
fue
creada
más
que
para
Mí;
no
respiró,
trabajó
ni
sufrió
sino
para
Mí.
Junto
a
Ella
aprenderás
a
no
vivir
más
que
para
Mí
y
a
sacrificar-‐te
por
entero
por
mi
causa.
Y
lo
aprenderás
pronto
y
bien.
Porque
la
contemplación
de
las
disposiciones
de
mi
Madre
para
conmigo
ejercerá
sobre
ti
un
poder
único
de
atracción
y
de
transformación,
hecho
de
fuerza
y
delicadeza,
de
inteligencia
y
amor,
a
la
vez
de
una
gracia
especialísima.
Junto
a
Ella
experimentarás,
en
razón
de
esa
simpatía
que
existe
entre
madre
e
hijo,
lo
que
Ella
experimentaba
a
mi
lado.
No
tiene
nada
de
extraño
que
junto
a
Ella
logres
fácilmente
adoptar
mis
disposiciones.
76
Unido
a
Ella,
entrarás
también
en
la
intimidad
de
mi
Padre
celestial,
que
la
hizo
su
Hija
privilegiada
desde
su
Inmaculada
Concepción.
41
Por
Ella
estarás
mejor
bajo
la
acción
del
Espíritu
Santo,
que
la
había
escogido
por
Esposa
infinitamente
amada
(Lc.,
1,
35).
77
Aún
hay
más:
la
imitación
de
María
te
inspirará
un
inmenso
amor
a
las
almas.
Ella
misma
te
hablará
de
esto
más
adelante.
María
es
el
modelo
de
la
fe
y
de
la
plena
correspondencia
a
toda
insinuación
de
Dios;
su
vida
es
la
asimilación
perfecta
del
mensaje
y
de
la
caridad
de
Cristo.
Pablo
VI
Alocución
en
el
Concilio
-‐
21
noviembre
1964.
42
Como
Yo,
confía
en
mi
Madre
78
Todo
hijo
confía
en
su
madre;
Yo
me
entregué
confiado
a
la
mía.
A
Ella
le
confié
el
cuidado
de
mis
necesidades
materiales.
Yo
alimento
a
los
pájaros
del
cielo
y
visto
con
su
esplendor
a
los
lirios
del
campo;
pero
quise
sentir
las
mismas
necesidades
materia-‐
les
que
los
demás
hijos
de
los
hombres:
Me
entregué
confiado
a
mi
Madre;
Ella
me
alimentó,
me
vistió
y
cuidó
de
Mí.
Cuando
mi
vida
corrió
peligro,
no
me
inquieté:
mi
Madre
me
llevó
a
un
país
extraño
mientras
dormía
tranquilo
en
sus
brazos.
79
Confié
en
mi
Madre
para
el
cumplimiento
de
mi
misión.
Apenas
encarnado,
quise
santificar
a
mi
Precursor,
manifestarme
a
los
judíos
y
a
los
gentiles,
al
anciano
Simeón
y
a
la
profetisa
Ana:
todo
lo
realicé
por
medio
de
mi
Madre.
Para
reparar,
como
nuevo
Adán,
la
primera
caída,
quise
asociar
a
mi
Madre,
en
calidad
de
Nueva
Eva,
a
mi
obra
de
Redención.
Ella
lo
comprendió
perfectamente
y
cooperó
con
generosidad
por
la
total
aceptación
de
su
voluntad,
por
su
oración
y
su
sacrificio.
80
Confié
en
Ella
en
medio
de
las
angustias
que
me
causaba
esta
misión.
43
Mi
alma
estuvo
triste
hasta
la
muerte.
Triste
a
la
vista
del
culto
enteramente
material,
y
con
frecuencia
hipócrita,
que
se
tributaba
a
mi
Padre;
triste
a
causa
de
la
incomprensión
de
las
multitudes,
de
la
oposición
y
mala
fe
de
mis
enemigos,
de
las
ideas
materialistas
y
la
inconstancia
de
mis
amigos;
triste,
sobre
todo,
a
causa
de
la
pérdida
de
innumerables
almas,
infinitamente
caras
y
por
las
cuales
iba
a
derramar
inútilmente
mi
sangre.
Estaba
triste,
triste
hasta
la
muerte,
hasta
el
punto
de
pedir
a
mi
Padre
alejase
de
Mí
este
cáliz
(Mt.,
26,
38-‐39).
81
Sin
embargo,
tenía
un
consuelo
inmenso:
mi
Madre.
Ella
me
comprendía
y
participaba
en
mis
contrariedades
y
angustias.
Ella
me
amaba
tanto
más
cuanto
mayor
era
el
odio
con
que
me
atacaban
los
fariseos
y
la
cobardía
con
que
mis
discípulos
me
decepcionaban.
Ella
sabía
adorar
en
espíritu
y
en
verdad,
y
velaba
y
rogaba
con-‐
migo
durante
todo
el
tiempo
de
mi
vida
oculta
y
de
mi
misión
pública.
Ella
estaba
al
pie
de
la
Cruz
con
fe
inquebrantable
cuando
todos
los
demás
la
sentían
vacilar.
En
Ella
tuvo
pleno
éxito
mi
misión
redentora:
fue
mi
supremo
triunfo,
mi
obra
maestra.
82
A
ejemplo
mío,
confía
en
mi
Madre.
44
Ten
confianza:
es
omnipotente.
La
he
hecho
distribuidora
de
todas
las
gracias.
Puede
dar
cuanto
quiere
a
quien
quiere
y
cuando
quiere.
Ten
confianza:
es
buena.
Al
hacerla
todopoderosa
no
podía
no
hacerla
toda
clemente.
83
Ten
confianza:
soy
su
Hijo;
¿qué
podría
Yo
negar
a
mi
Madre?
Y
tú
eres
hijo
suyo;
¿niega
jamás
una
madre
a
su
hijo
lo
que
pue-‐de
darle?
Ten
confianza:
te
has
entregado
a
Ella;
no
puede
ser
menos
gene-‐
rosa
que
tú.
84
Ten
confianza:
al
darte
a
ti,
es
a
Mí
a
quien
da,
porque
sabe
que
Yo
vivo
en
ti
y
que
lo
que
se
hace
por
el
menor
de
mis
hermanos,
se
me
hace
a
Mí.
Cuando
la
invocas,
le
das
la
alegría
de
seguir
cui-‐
dando
de
Mí,
de
alimentarme,
de
llevarme,
de
arrancarme
a
los
peligros,
de
educarme.
85
Ten
confianza:
es
mayor
su
deseo
de
dar
que
el
tuyo
de
recibir,
porque
te
ama
más
y
me
ama
más
en
ti
que
lo
que
tú
puedas
amar-‐
te
a
ti
mismo.
Ten
confianza:
dudando,
la
disgustarías;
sería
sospechar
del
amor
de
mi
Madre
a
ti
y
a
Mí.
86
Sin
embargo,
tu
confianza
no
es
siempre
inquebrantable.
45
—No
merezco
—dices—
que
mi
Madre
me
escuche,
pues
me
muestro
cobarde
en
su
servicio.
Tu
cobardía
es
grande;
nunca
lo
será
tanto
como
el
amor
de
tu
Madre.
Debes
tener
confianza,
no
por
ser
tú
bueno,
sino
por
ser
Ella
buena.
¿Deja
de
ser
buena
cuando
tú
eres
malo?
87
Pero
vacilas
porque
no
sabes
si
tu
petición
está
de
acuerdo
con
los
designios
de
Dios
sobre
ti.
Voy
a
enseñarte
a
rezar
de
una
manera
que
está
siempre
de
acuerdo
con
sus
designios
y
de
la
que
te
puedes
siempre
servir
con
una
confianza
inquebrantable.
Date
cuenta,
ante
todo,
de
lo
siguiente:
—
Sobre
cada
una
de
tus
necesidades,
tu
Madre
tiene
intenciones
de
amor.
—
Sus
intenciones
están
siempre
de
acuerdo
con
los
designios
de
Dios
y
son
siempre
realizables.
—
Siempre
resultan
mejores
que
tus
propias
intenciones,
puesto
que
María
sabe
mejor
que
tú
lo
que
te
hace
falta,
y
tiene
sobre
ti
ambiciones
mayores
que
tú
mismo.
88
Por
tanto,
cada
vez
que
te
agite
un
deseo
ruega
a
tu
Madre
que
realice
sus
intenciones
respecto
de
ese
deseo,
y
ten
la
infalible
46
seguridad
de
que
obtendrás
lo
que
deseas
o
algo
mejor;
y
que
lo
obtendrás,
no
en
la
medida
de
tus
mezquinas
concepciones,
sino
en
la
medida
de
su
inmenso
amor.
Para
tener
una
fe
que
traslade
las
montañas
y
verte
atendido
más
allá
aún
de
tus
esperanzas,
basta
que,
en
todas
tus
necesidades,
ruegues
a
tu
Madre
que
realice
sus
intenciones
sobre
ti.
La
maternidad
de
María
perdura
sin
cesar
en
la
economía
de
la
gracia,
desde
el
asentimiento
que
prestó
fielmente
en
la
Anunciación
y
que
mantuvo
sin
vacilar
al
pie
de
la
cruz,
hasta
la
eterna
consumación
de
todos
los
elegidos.
Después
de
su
Asunción
a
los
cielos
no
abandonó
su
misión
salvadora,
sino
que
nos
consigue
con
su
multiplicada
intercesión
los
dones
de
la
salvación
eterna.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
62.
47
Como
Yo,
vive
unido
con
mi
Madre
89
Todavía
tengo
que
revelarte
otro
rasgo
esencial
de
mi
piedad
filial
para
con
mi
Madre:
mi
vida
de
unión
con
Ella.
Si
para
un
hijo
no
hay
cosa
más
dulce
que
la
intimidad
con
su
madre,
calcula
las
horas
de
alegría
inolvidable
de
mi
intimidad
con
María.
90
Alegrías
de
aquellos
nueve
meses
de
inefable
unión,
cuando
no
formaba
con
mi
Madre
más
que
un
solo
ser.
Atenta
a
mi
presencia,
me
llevaba
en
sus
entrañas
y
en
su
corazón
como
un
templo
vivo.
Pues
Yo,
distinto
a
cualquier
otro
hijo,
conocí
a
mi
Madre
desde
el
primer
momento
de
mi
existencia
terrena
y
desde
entonces
hubo
entre
ambos
un
continuo
intercambio
de
pensamientos
y
de
amor.
Alegrías
de
años
de
intimidad
en
Belén,
en
Egipto,
en
Nazareth,
cuando
me
llevaba
en
sus
brazos,
me
veía
a
su
lado,
se
entretenía
hablando
conmigo
o
mirándome.
Treinta
años
largos
en
soledad
feliz
con
Ella
y
con
José.
91
Alegrías
no
menos
intensas
de
los
tres
últimos
años
de
mi
vida,
cuando
en
medio
de
la
incomprensión
de
las
multitudes,
de
la
indecisión
de
mis
amigos,
del
furor
de
mis
enemigos,
me
acordaba
de
Aquélla
que,
en
la
casa
de
Nazareth,
no
apartaba
su
pensamiento
de
Mí,
me
comprendía,
me
amaba
y
ofrecía
al
Padre
por
el
éxito
de
mi
misión
su
incesante
súplica
y
su
inmolación.
48
92
Cierto
que
conocí
otras
alegrías:
las
que
me
proporcionaban
la
generosidad
de
los
Apóstoles,
la
fe
y
el
afecto
de
gran
número
de
discípulos
y
la
perspectiva
de
innumerables
almas
puras,
llenas
de
sencillez
y
de
generosidad,
que,
hasta
el
fin
de
los
tiempos,
creerían
en
mi
amor
y
se
entregarían
por
completo
a
Mí.
Pero
todas
esas
alegrías
juntas
no
alcanzaron
jamás
a
la
menor
de
las
alegrías
que
encontraba
en
esta
unión
entre
mi
Madre
y
Yo,
en
esta
fusión
de
nuestras
dos
almas
en
una
sola.
93
Pues
bien,
lo
que
quiero
es
que
en
la
participación
de
esta
unión
encuentres
tú
también
el
secreto
de
la
alegría.
En
Ella
encontrarás
un
consuelo
inmenso
y
una
gran
facilidad
para
practicar
las
demás
manifestaciones
de
piedad
filial
que
te
vengo
enseñando.
Cerca
de
María
te
esforzarás,
como
por
instinto,
en
renovar
y
vivir
tu
entera
consagración
a
Ella;
sentirás
crecer
de
día
en
día
tu
amor
filial;
te
será
fácil
obedecer
siempre
a
su
voluntad
hasta
en
sus
menores
deseos;
adivinarás
los
detalles
de
veneración
que
más
le
pueden
agradar;
te
pondrás
espontáneamente
a
imitar
sus
virtudes
y
todas
sus
disposiciones;
sentirás
una
invencible
confianza
en
su
bondad
maternal.
Cerca
de
Ella
aprenderás
muchas
cosas
que
no
te
he
explicado,
porque
tu
corazón
las
adivinará
por
sí
solo.
94
Esfuérzate,
pues,
por
entrar
en
pos
de
Mí
en
la
más
estrecha
intimidad
con
mi
Madre.
49
Únete
en
especial
a
Ella
al
recibirme
en
el
sacramento
eucarístico
del
amor.
La
carne
y
la
sangre
sacrificadas,
que
entonces
recibes,
son
las
que
Ella
me
dio,
formadas
en
su
seno
de
Madre.
Cuando
en
la
última
Cena,
en
la
noche
en
que
fui
traicionado,
instituí
el
Sacrificio
Eucarístico
de
mi
Cuerpo
y
de
mi
Sangre,
para
perpetuar
por
los
siglos
el
memorial
de
mi
Sacrificio
en
la
Cruz
(I
Cor.,
11,
23-‐26),
ponía
en
vuestras
manos
el
sacramento
del
amor
y
de
la
unión:
unión
mutua
de
unos
con
otros,
y
de
todos
conmigo,
al
comer
juntos
de
mi
misma
carne
inmolada.
En
ese
momento
se
realiza
el
misterio
de
mi
Madre
engendrándome
a
Mí
en
tus
entrañas
para
transformarte
en
Mí.
Pídele
su
fe,
su
esperanza,
su
amor.
Ruégale
que
me
dé
a
ti
y
que
te
transforme
en
Mí.
95
Únete
a
Ella
en
la
oración.
Renueva
todos
los
días
con
fidelidad
tu
consagración
a
María;
reza
a
diario
el
Rosario
y
las
oraciones
que
te
hayas
propuesto
ofrecerle.
Y
alza
a
ratos
tu
mirada,
a
lo
largo
del
día,
hacia
Aquélla
que
de
continuo
tiene
su
vista
fija
en
ti.
Al
rezarle,
acuérdate
de
que
te
diriges
a
Ella
en
mi
nombre;
soy
Yo
quien
continúa
honrando
y
amando
a
mi
Madre
por
tu
corazón
y
por
tus
labios.
Aunque
sea
al
Padre
o
al
Espíritu
o
a
Mí
a
quien
quieras
hablar,
empieza
por
unirte
a
tu
Madre.
Junto
a
Ella
será
más
profundo
tu
recogimiento,
más
firme
tu
fe,
más
plena
tu
confianza
y
más
ardiente
tu
amor.
Y
es
que
a
las
disposiciones
de
tu
pobre
corazón
se
añadirán
las
disposiciones
perfectísimas
de
tu
Madre.
50
96
Únete
a
María
en
la
acción.
Yo
trabajaba
por
Ella
y
con
Ella.
Haz
tú
lo
mismo.
Ofrécele
cada
una
de
tus
ocupaciones.
Pero
no
reduzcas
este
ofrecimiento
a
una
pura
fórmula.
No
hagas
sino
lo
que
Ella
quiere,
porque
Ella
lo
quiere
y
como
Ella
lo
quiere.
Ten
cuidado
para
que
tus
caprichos,
tus
tendencias
o
tus
intenciones
no
suplanten
tu
intención
inicial.
Cuando
ocupaciones
absorbentes
amenacen
hacerte
perder
la
paz
interior,
concéntrate
un
momento
para
renunciar
a
toda
búsqueda
de
ti
mismo
y
no
obrar
sino
de
acuerdo
con
las
intenciones
de
María.
Acostúmbrate
a
renovar
tu
ofrecimiento
en
el
curso
mismo
de
tus
acciones,
aunque
sea
con
una
mirada,
o
con
una
sencilla
palabra:
“María”.
97
Únete
a
Ella
en
todos
los
sentimientos
de
tu
alma.
Él
corazón
de
mi
Madre
y
el
mío
vibraban
siempre
al
unísono:
mis
alegrías
eran
sus
alegrías;
mis
tristezas,
sus
tristezas;
mis
esperan-‐
zas,
sus
esperanzas;
mis
recelos,
sus
recelos;
mi
amor,
su
amor.
Comunica
a
tu
Madre
todo
lo
que
te
turba
o
te
conmueve.
Ella
comprende
cuanto
se
agita
en
el
fondo
de
tu
alma:
incluso
lo
que
tú
mismo
no
aciertas
a
comprender.
Estás
triste:
cuéntale
tus
penas,
y
te
ayudará
a
sobrellevarlas,
o
las
convertirá
en
alegrías.
51
Eres
feliz:
dile
las
causas
de
tu
alegría,
y
tu
Madre
la
hará
más
intensa
y
más
pura.
Te
abruma
el
desaliento:
exponle
tus
temores
o
tus
fracasos,
y
Ella
te
alcanzará
el
verdadero
éxito.
Has
triunfado
en
algo:
ve
a
darle
gracias
y
pídele
que
asegure
su
fruto.
Dudas
sin
saber
qué
actitud
tomar:
consúltala,
Ella
te
iluminará
y
te
guiará.
Te
hallas
sin
fuerzas,
sin
voluntad:
acude
junto
a
Ella
para
renovar
tus
energías.
98
Cuéntale
no
sólo
tus
emociones
profundas,
sino
hasta
las
simples
impresiones
y
reflexiones
que
te
sugieren
tus
ocupaciones
ordinarias.
Es
lo
que
hace
el
hijo
con
su
madre;
lo
que
Yo
mismo
hacía
cuando
estaba
junto
a
Ella.
99
En
estas
relaciones
incesantes
con
María
no
se
necesitan
muchas
palabras.
Basta
una
mirada,
un
gesto
o
una
sencilla
palabra
para
que
un
hijo
descubra
a
su
madre
sus
sentimientos
y
necesidades:
ella
adivina
fácilmente
lo
que
se
quiere
expresar,
tan
difícil
a
veces.
Mi
Madre
sabía
mejor
que
ninguna
otra
lo
que
Yo
quería
decirle
cuando
pronunciaba
su
nombre
y
la
miraba.
Y
cuando
su
mirada
respondía
a
la
mía,
brotaba
en
ambos
un
gozo
enorme.
Para
contar
a
María
tus
necesidades
o
tus
sentimientos,
dile
sencillamente:
Madre,
y
mírala
un
instante,
poniendo
en
este
52
nombre
cuanto
quieras
expresarle:
amor,
el
ofrecimiento
de
tu
trabajo,
una
llamada
de
angustia,
tu
agradecimiento,
tu
alegría
o
tu
tristeza.
Y
tu
Madre
te
comprenderá
y
responderá
como
sabe
hacerlo
al
llamamiento
de
un
hijo.
La
unión
de
la
Madre
con
el
Hijo
en
la
obra
de
la
salvación
se
manifiesta
desde
el
momento
de
la
concepción
virginal
de
Cristo
hasta
su
muerte.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
57.
53
Ven
a
escuchar
a
tu
Madre
100
Has
empezado
a
comprender
lo
que
Yo
he
hecho
por
mi
Madre
y
lo
que,
a
ejemplo
mío,
has
de
hacer
tú
por
Ella.
Pero
aún
no
has
comprendido
del
todo
lo
que
Ella
ha
hecho
por
Mí
y
lo
que
quiere
hacer
por
ti.
Me
crió
como
toda
verdadera
madre
cría
a
su
hijo
y
se
asoció
a
mi
misión
redentora.
Quiere
criarte
a
ti
también
y
asociarte
a
su
misión
corredentora.
Ella
misma
va
a
ser
quien
te
va
a
informar
de
sus
designios.
Es-‐
cúchala
con
docilidad
y
obedécela
con
amor,
como
yo
le
estaba
sumiso
con
un
amor
infinito.
Jesús,
siendo
Hijo
de
Dios,
te
has
hecho
Hijo
de
María
para
nuestra
salvación.
Te
doy
gracias
porque
has
querido
unir
a
tu
Madre
a
todos
los
misterios
de
tu
vida
y
tu
muerte,
y
porque
nos
has
revelado
lo
que
ella
es
para
ti
y
lo
que
debe
ser
para
nosotros.
Con
tu
gracia
quiero
ser
para
María
lo
que
Tú
fuiste
para
ella;
quiero
que
te
sea
posible
continuar
amándola
por
mí.
María,
ya
que
me
has
escogido
como
hijo
tuyo,
quiero
con
tu
ayuda
ser
para
ti
otro
Jesús.
Habla,
que
tu
hijo
escucha.
Y
mándame
lo
que
quieras,
con
tal
que
me
54
des
la
gracia
de
que
yo
también
lo
quiera,
y
lo
haga.
He
aquí
la
esclava
del
Señor:
hágase
en
mí
según
tu
palabra.
Jn,
2,
5.
Mi
alma
da
gloria
al
Señor,
y
mi
espíritu
se
llena
de
gozo
en
Dios,
mi
Salvador.
Lc,
1,
46-‐47.
Haced
lo
que
Él
os
diga.
Lc,
1,
38.
Señora
y
Madre
mía,
me
ofrezco
todo
a
ti,
y,
en
prueba
de
filial
afecto,
te
consagro
en
este
día
mis
ojos,
mis
oídos,
mi
lengua,
mi
corazón
y
todo
mi
ser.
Ya
que
soy
todo
tuyo,
Madre
compasiva,
guárdame
y
defiéndeme
como
a
pertenencia
y
posesión
tuya.
AMEN.
55
3
Transformación
en
Jesús
Habla
María:
56
Mi
finalidad:
transformarte
en
Jesús
101
Eres
hijo
mío:
empecé
a
comunicarte
la
Vida
al
concebir
a
Jesús.
En
ti
veo
a
Jesús,
y
te
amo
con
el
amor
con
que
le
amo
a
Él.
Jesús,
mi
Hijo
primogénito,
te
ha
enseñado
a
ser
para
mí
lo
que
Él
mismo
fue;
yo
seré
para
ti
lo
que
fui
para
Él.
102
Como
Él,
te
has
entregado
totalmente
a
mí.
Pero
no
quiero
reservarte
para
mí
sola.
Si
te
he
llamado
para
ser
hijo
mío,
es
por
Jesús
y
por
ti;
para
que
Jesús
se
forme
en
ti
y
en
todos
los
hombres.
103
Ante
todo,
quiero
ocuparme
de
tu
formación,
como
lo
hice
con
Jesús.
Eres
mi
hijo,
porque
no
eres
más
que
una
misma
cosa
con
Él;
al
formarte
a
ti
es
a
Él
a
quien
sigo
formando.
104
Formarte
es
enseñarte
a
vivir
plenamente
de
la
vida
de
Jesús,
a
pensar
como
Él,
a
amar
como
Él,
a
querer
como
Él,
a
hablar
y
obrar
como
Él,
a
convertirte
en
Él.
Es
realizar
en
ti
una
transformación
análoga
a
la
que
el
sacerdote
realiza
en
la
hostia:
para
los
sentidos,
la
hostia
no
deja
de
ser
pan;
para
la
fe,
es
Jesús.
También
tú,
exteriormente,
seguirás
pareciendo
el
mismo;
pero
en
el
interior,
será
Él,
en
cierto
modo,
quien
viva.
57
105
Te
parecerá
un
ideal
demasiado
sublime.
No
temas:
conozco
muy
bien
al
Modelo
que
hemos
de
reproducir,
y
se
me
da
muy
bien
modelar
las
almas
a
su
semejanza.
Todos
los
santos
han
llegado
a
serlo
por
mí.
Contigo
puedo
hacer
lo
mismo
que
con
ellos.
No
tienes
más
que
dejarme
hacer
y
ser
dócil.
La
Virgen
María
es
de
modo
único
y
eminente
el
modelo
ejemplar
de
la
Virgen
y
de
la
Madre:
engendró
en
la
tierra
—por
su
fe
y
obediencia—
al
Hijo
mismo
del
Padre,
y
eso
sin
tocarla
varón,
cubierta
por
la
sombra
del
Espíritu
Santo,
como
nueva
Eva,
dando
fe
—
no
adulterada
de
dudas—
al
mensaje
de
Dios,
y
no
a
la
antigua
serpiente.
Dio
a
luz
al
Hijo,
puesto
por
Dios
como
Primogénito
entre
muchos
hermanos:
los
fieles
creyentes,
a
cuya
generación
y
educación
coopera
con
amor
materno.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
63.
58
Aprende
a
pensar
los
pensamientos
de
Jesús
106
Para
aprender
a
vivir
la
vida
de
Jesús
necesitas,
ante
todo,
aprender
a
pensar
como
Jesús.
La
mentalidad
del
mundo
y
la
de
Jesús
son
radicalmente
opuestas.
Tu
jerarquía
de
valores
se
halla
muchas
veces
más
cerca
de
la
que
impone
el
mundo
que
de
la
propuesta
por
Jesús.
107
Él
pensamiento
de
Jesús
está
fijado
para
ti
en
la
Sagrada
Escritura,
en
el
Nuevo
Testamento
sobre
todo.
Sus
palabras
no
pasan,
aunque
pasen
los
cielos
y
la
tierra
(Mt.,
24,
35).
Y
siguen
resonando
para
ti,
cargadas
de
promesas,
comunicando
vida.
Jesús
es
el
Verbo
hecho
carne,
la
Palabra
eterna
de
Dios
que
un
día
sonó
para
los
hombres
desplegada
en
palabras
humanas.
Pala-‐bras
de
vida
eterna
(Jn.,
6,
69).
La
Biblia
debe
ser
tu
libro
favorito.
Resérvale
diariamente
un
rato.
Y
no
digas
que
no
encuentras
tiempo:
para
leer
periódicos
y
revistas
no
te
falta
nunca.
108
Al
empezar
a
leer,
pídeme
luz
para
entender
lo
que
Jesús
va
a
enseñarte,
y
durante
la
lectura
comunícame
las
reflexiones
que
te
sugiera.
59
Mientras
lees
piensa
que
es
Jesús
quien
te
habla.
Lee
con
respeto,
con
veneración
y
amor
la
palabra
de
Dios,
que
Jesús
nos
revela.
Lee
sin
prisas,
no
por
curiosidad,
sino
para
comprender
el
espíritu
de
Jesús
y
aprender
a
vivir
su
vida.
Aplica
a
tu
vida
lo
que
lees:
mira
lo
que
tienes
que
reformar
en
tus
ideas
y
en
tu
conducta,
y
confíame
lo
que
hayas
decidido.
109
Ponte
en
contacto
directo
con
Jesús:
contémplale
en
el
Evangelio.
Escucha
sus
palabras,
fíjate
en
sus
actos.
Pero
no
te
detengas
en
lo
exterior:
penetra
en
su
alma
y
descubre
lo
que
a
través
de
sus
palabras
y
actos
pensaba,
sentía,
quería.
Te
darás
cuenta
de
que
en
Él
cada
palabra,
cada
gesto,
proceden
de
una
disposición
de
amor.
Jesús
es
algo
más
que
un
Maestro
con
palabras
de
sabiduría;
es
el
Dios
del
amor:
no
has
comprendido
su
doctrina
si
no
has
llegado
hasta
su
misma
fuente,
hasta
el
amor
infinito
del
corazón
de
Jesús.
110
De
la
contemplación
de
Jesús,
vuélvete
un
instante
hacia
ti
mismo.
Comprueba
lo
lejos
que
estás
de
pensar,
de
sentir,
querer
y
obrar
como
Él.
Piensa
lo
que
has
de
hacer,
qué
obstáculos
has
de
evitar,
qué
medios
debes
tomar
y
qué
sacrificios
imponerte
para
conseguir
transformarte
en
Él.
111
Mientras
contemplas
a
Jesús
y
examinas
tu
conducta
a
la
luz
de
su
palabra,
habla
con
Él.
60
Háblale
como
si
le
vieras.
Está
en
ti.
Escucha
tu
voz
como
en
otro
tiempo
la
de
Pedro,
la
de
Magdalena
o
la
de
Juan.
Te
ama
como
amaba
a
sus
discípulos.
Como
amaba
a
Juan,
elegido,
como
tú,
para
ser
hijo
mío
de
un
modo
especial.
Háblale
en
tono
directo,
sin
fórmulas
prefabricadas.
Dile
sencillamente
lo
que
piensas,
lo
que
sientes,
tus
aspiraciones,
como
hablas
con
un
hermano
o
con
un
amigo
íntimo.
112
No
te
olvides
de
unirte
a
mí
en
esta
conversación
con
Jesús.
Ya
sabes
que
siempre
estoy
a
tu
lado
y
que
al
Hijo
hay
que
encontrarlo
con
su
Madre
(Mt.,
2,
11).
Podrás
comprobarlo
fácilmente:
cuando
no
me
sientas
junto
a
ti
te
será
más
difícil
el
recogimiento,
faltará
algo
a
tu
confianza
y
a
tu
amor
a
Jesús.
Yo
pasé
mi
vida
rumiando
en
mi
corazón
lo
que
veía
y
oía
referente
a
mi
Hijo
(Lc.,
2,
19).
Tus
meditaciones
sobre
Él
no
son
sino
repetición
de
las
que
yo
hice
tiempo
atrás.
Ven
conmigo
y
te
haré
comprender
y
sentir
algo
de
lo
que
yo
comprendía
y
sentía
al
sondear
los
misterios
de
Jesús.
113
No
te
empeñes
en
multiplicar
los
pensamientos
y
razones;
conténtate
con
creer,
amar
y
pedir.
Cree.
Si
Jesús
ha
dicho
algo,
su
palabra
es
decisiva.
Es
inútil
buscar
otros
argumentos:
si
Él
lo
ha
dicho
es
verdad
infalible.
Ten
fe
en
Él.
En
torno
tuyo,
el
mundo
afirma
lo
contrario
con
su
modo
de
actuar.
No
importa.
Fíate
de
la
palabra
de
Jesús.
La
escena
de
este
61
mundo
pasa
(I
Cor.,
7,
31);
la
palabra
del
Señor
dura
eternamente
(I
Pe.,
1,
25).
Tal
vez
tu
sensibilidad
se
incline
hacia
el
espíritu
del
mundo
o
permanezca
indiferente
ante
las
enseñanzas
de
Jesús.
No
importa;
no
es
cuestión
de
sentir,
sino
de
creer.
Jesús
lo
ha
dicho:
ten
fe
en
Él.
Únete
a
mí
y
creerás
con
fe
más
firme
y
más
pura.
Multiplica
los
actos
de
fe.
No
para
sugestionarte,
sino
para
que
la
verdad
divina
vaya
calando
hasta
el
fondo
de
tu
alma
y
captes
todo
el
alcance
de
sus
exigencias.
114
Ama.
Ama
la
verdad
porque
Jesús
la
ha
amado;
porque
sólo
por
amor
dio
testimonio
de
ella
ante
los
hombres.
Ama
sobre
todo
a
Jesús.
Aprende
a
amarle
más
y
más.
A
medida
que
aumente
tu
amor,
imitarás
las
disposiciones
de
su
alma
más
espontáneamente
y
con
mayor
perfección.
Ven
conmigo:
juntos
amaremos
a
Jesús
con
amor
incomparable-‐
mente
fuerte
y
puro.
115
Pide
a
Jesús
que
ayude
a
tu
incredulidad.
Ruégale
que
haga
pasar
a
ti
sus
pensamientos,
sus
sentimientos,
su
querer.
Y
pídeme
que
te
revele
a
Jesús
y
te
haga
vivir
de
su
vida.
116
Entre
las
disposiciones
de
Cristo,
fíjate
especialmente
en
la
que
más
necesitas
o
que
te
atrae
más;
o
la
que
un
acontecimiento,
que
62
te
ha
agitado
hasta
hacerte
perder
la
paz,
te
descubre
como
más
urgente.
117
Además
del
Evangelio,
puedes
servirte
de
otros
libros,
del
texto
de
una
oración
o
un
cántico
sagrado.
Él
caso
es
que
te
esfuerces
en
dirigirlo
todo
a
Jesús
para
creer
y
hacerlo
todo
por
amor
a
Él.
118
Prepara
tu
entrevista
con
Jesús:
piensa
lo
que
quieres
decirle
y
haz
silencio
en
tu
alma.
Al
principio
pídeme
siempre
que
te
conduzca
junto
a
mi
Hijo;
pon-‐
te
en
su
presencia
y
en
la
mía.
Y
termina
tu
diálogo
con
Él,
dispuesto
a
poner
en
práctica
sus
invitaciones
y
exigencias.
Durante
el
día,
en
medio
de
tus
ocupaciones,
recuerda
de
vez
en
cuando
las
ideas
que
te
llamaron
más
la
atención
a
lo
largo
de
tu
coloquio
con
Jesús.
Reitera
tu
fe
y
tu
amor.
Así
te
mantendrás
unido
a
Él
y
cumplirás
tus
propósitos.
119
Jamás
debes
omitir,
por
ningún
motivo,
tu
diaria
entrevista
con
Él.
Fija
el
momento
que
vas
a
dedicarle,
y
cumple
con
constancia
tu
propósito.
No
la
omitas
nunca.
En
último
caso,
abréviala.
No
te
excuses
diciendo
que
apenas
tienes
tiempo
para
rezar
tus
oraciones
habituales:
es
preferible
que
las
conviertas
en
ratos
de
conversación
con
Jesús.
63
No
dejes
de
hacerla
tampoco
por
el
exceso
de
tus
ocupaciones:
a
más
ocupaciones,
mayor
es
tu
necesidad
de
poseerte
y
sentirte
dueño
de
ti
mismo
y
de
la
situación;
y
no
hay
medio
mejor
para
ello
que
poseerte
en
Dios.
Los
hombres
que
han
rentado
un
trabajo
más
fecundo
son
los
que
más
unidos
estaban
a
Jesús.
—No
la
omitas
por
haber
sido
cobarde
o
infiel,
o
por
hallarte
vacío
de
pensamientos
y
sentimientos:
Él
te
dará
fuerza
y
confianza,
te
curará,
llenará
tu
alma.
Ven
conmigo
junto
a
Él.
120
Si
eres
perseverante
en
este
contacto
vivo
con
Jesús
en
la
oración,
me
será
fácil
transformarte
en
Él.
Si
no
tienes
valor
para
ello
no
serás
nunca
más
que
una
media-‐nía,
y
no
podré
servirme
de
ti
para
la
misión
a
que
te
destinaba.
Escoge.
Recordaba
y
repasaba
en
su
corazón
lo
que
había
pasado
en
Belén
y
en
el
Templo
del
Señor
en
Jerusalén.
Como,
además,
participaba
de
los
designios
y
del
querer
más
íntimo
de
Cristo,
hay
que
decir
que
vivía
la
misma
vida
de
su
Hijo.
Nadie,
por
eso,
como
Ella
ha
conocido
a
Cristo;
nadie
como
Ella
puede
ser
mejor
guía
y
maestro
para
hacer
conocer
a
Cristo.
S.
Pío
X.
Encíclica
Ad
diem
illum,
2
febrero
1904.
64
El
gran
enemigo
de
Jesús
en
ti
121
No
te
basta
conocer
los
pensamientos
de
Jesús
para
vivir
en
se-‐
guida
de
su
vida.
Tienes
que
combatir
al
mismo
tiempo,
domar
a
los
enemigos
que
se
oponen
a
la
vida
de
Jesús
en
ti.
Y
has
de
saber
que
el
más
peligroso
de
esos
enemigos
eres
tú
mismo.
Querrías
no
vivir
más
que
para
Jesús,
y
al
mismo
tiempo
te
gustaría
seguir
las
tendencias
de
tu
naturaleza
torcida.
No
te
forjes
ilusiones:
“Nadie
puede
servir
a
dos
señores”
(Mt.,
6,
24).
Mientras
te
dominen
tus
tendencias,
Jesús
no
puede
reinar
en
ti.
Tienes
que
declarar
una
guerra
sin
tregua
a
tu
naturaleza
herida,
hasta
que
dejes
el
sitio
enteramente
libre
a
Jesús.
122
Es
una
condición
dura,
pero
ineludible.
Muchos
de
mis
hijos
que
inicialmente
se
entregaron
con
generosidad,
forjados
para
ser
santos
y
ejercer
en
torno
suyo
una
acción
de
conquista,
se
han
quedado
paralizados
en
una
lamentable
mediocridad.
Por
no
saber
reconocer
y
combatir
su
naturaleza
corrompida
no
han
realizado
ni
una
mínima
parte
del
bien
que
estaban
llamados
a
hacer.
Y
eso
en
el
caso
de
que
no
se
hayan
perdido
miserablemente,
arrastrando
otras
muchas
almas
en
su
caída.
65
123
Aprende
a
conocer
las
tendencias
pervertidas
de
tu
naturaleza.
Son
innumerables,
porque
el
pecado
original
—fortalecido
por
las
malas
inclinaciones
heredadas
y
los
vicios
contraídos
por
ti—
afecta
a
todas
las
actividades
de
tu
persona.
Sin
embargo,
no
te
asustes
por
el
número
de
tus
enemigos.
Obedecen
a
un
jefe,
tu
defecto
dominante:
si
logras
vencerle
quedarán
todos
aniquilados
o
no
te
opondrán
sino
débil
resistencia.
En
las
líneas
que
siguen
encontrarás
sugerencias
para
que
intentes
rastrear
cuál
es
tu
defecto
dominante.
Examínate.
124
Vanidad.
—Avidez
de
alabanzas.
Satisfacción
no
disimulada
al
recibirlas,
incluso
inmerecidas.
Sueños
portentosos,
capaces
de
arrancar
aplausos
de
los
hombres.
Orgullo.
—Alta
idea
de
tus
propios
valores,
hasta
el
punto
de
des-‐
preciar
a
los
demás.
Trato
altanero,
tocado
de
dureza
y
de
cólera,
sobre
todo
si
no
se
doblegan
ante
tu
superioridad.
Susceptibilidad.
—
Irritación
ante
censuras
reales
o
imaginadas,
ante
faltas
de
atención,
involuntarias
incluso.
Siempre
dando
vueltas
a
las
faltas
de
los
demás
para
contigo.
Incapaz
de
perdonar
y
de
olvidar.
Tentado
de
abandonar
una
buena
obra
por
meros
resentimientos.
Ambición.
—Ansioso
de
dominar,
sin
que
quede
claro
en
el
fondo
si
es
tu
gloria
o
la
gloria
de
Cristo
lo
que
buscas.
Dispuesto
a
servir
a
una
causa
como
jefe,
retirándote
de
escena
si
debes
hacerlo
como
soldado
raso.
66
Envidia.
—Se
te
hace
insoportable
que
a
los
demás
les
salgan
las
cosas
tan
bien
como
a
ti.
Sus
fracasos
te
llenan
de
alegría.
125
Inconstancia.
—Juguete
de
tus
propias
impresiones.
Tan
pronto
entusiasmado
y
dispuesto
a
todos
los
sacrificios,
como
deprimido
hasta
la
más
completa
indiferencia
y
apatía.
Emprendedor
de
mu-‐
chas
cosas
sin
llevar
ninguna
a
término.
Ligereza.
—Entregado
demasiado
frívolamente
a
lo
exterior,
inca-‐
paz
de
recogerte
por
dentro,
para
dar
a
las
cosas
serias
la
importancia
que
se
merecen.
Sensualidad.
—Adulador
de
tu
cuerpo,
obsesionado
por
darle
to-‐
das
las
satisfacciones
que
reclama:
alimento,
bebida,
reposo...,
concesiones
a
las
más
bajas
tendencias.
Pereza.
—Te
asusta
el
esfuerzo.
Descuidas
por
nada
tu
trabajo.
Retrocedes
ante
el
menor
sacrificio.
Egoísmo.
—No
piensas
más
que
en
ti
mismo.
Ignoras
que
también
los
demás
tienen
derechos,
y
que
eres
tú
quien
debe
molestarse
en
vez
de
molestarles
a
ellos.
67
El
enemigo
de
Jesús
en
ti
126
Al
examinarte
descubrirás
indicios
de
muchas
de
estas
tendencias
desordenadas.
En
rigor,
las
tienes
todas
en
germen,
pero
no
todas
son
dominantes.
Hay
una
más
fuerte,
causa
habitual
de
tus
disgustos
y
preocupaciones,
de
tu
mal
humor
o
de
tus
alegrías.
Ella
da
la
tonalidad
a
tus
ensueños
y
pensamientos
más
espontáneos;
es
fuente
de
las
distracciones
que
más
te
absorben
y
de
las
que
más
te
cuesta
deshacerte.
Analiza
los
reproches
de
tus
padres,
tus
amigos,
los
que
se
enfadan
contigo;
el
punto
en
que
confluyen
te
indica
el
defecto
dominante
que
buscas;
ese
defecto
del
que
puedes
decir:
“si
yo
no
fuera
así,
me
iría
mucho
mejor
con
Dios
y
con
los
hombres”.
127
Sé
sincero
en
tu
examen
y
reza
para
que
el
Señor
te
ilumine.
Fácilmente
se
engaña
uno
en
esta
materia,
tomando
por
dominante
un
defecto
más
visible,
pero
poco
profundo,
o
que
de
hecho
te
costaría
menos
arrancar.
Y
es
que
los
hombres
están
muy
encariñados
con
su
defecto
dominante:
es
un
compañero
con
el
que
han
nacido,
se
han
educado
y
han
vivido
siempre,
y
que
les
ha
proporcionado
constantes
satisfacciones.
A
veces,
hasta
lo
consideran
como
su
mejor
cualidad.
Y
no
cabe
duda,
cada
cual
se
ama
mucho
a
sí
mismo;
pero
hay
que
tener
el
valor
de
amor
a
Jesús
más
que
a
sí.
Atrévete
a
reconocer
con
toda
sencillez
lo
que
has
de
sacrificarle
en
ti.
68
No
temas;
al
renunciar
a
un
ídolo
vano,
poseerás
al
verdadero
Dios;
muriendo
a
tu
naturaleza
viciada,
vivirás
de
la
vida
de
Jesús.
Tienes
que
decir
con
Juan,
el
Bautista:
“Es
preciso
que
Él
crezca
y
yo
disminuya”
(Jn.,
3,
30).
Mientras
la
Iglesia
ha
alcanzado
ya
la
perfección
en
la
Beatísima
Virgen,
sin
mancha
ni
arruga
en
ella,
los
fieles
cristianos
se
esfuerzan
todavía
por
crecer
en
santidad
venciendo
al
pecado.
Por
eso
levantan
su
mirada
a
María,
que
brilla
como
modelo
de
virtudes
ante
toda
la
comunidad
de
los
elegidos.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
65.
69
Revístete
de
Cristo
Jesús
128
Reconocer
a
tu
gran
enemigo
es
tarea
difícil:
exterminarlo
lo
es
más
todavía.
Solo
jamás
lo
lograrás;
pero
si
permaneces
junto
a
Mí,
triunfarás.
129
Empieza
por
analizar
a
fondo
las
diversas
manifestaciones
de
tu
tendencia
dominante,
las
variadas
formas
—abiertas
o
solapadas—
en
que
se
presenta,
las
circunstancias
en
que
te
acarrea
mayores
daños.
130
Y
luego
emprende
contra
ella
una
lucha
sin
cuartel.
En
la
lucha
contra
los
defectos
se
puede
seguir
una
doble
táctica:
Algunos
ponen
toda
su
atención
en
vigilar
las
diversas
manifestaciones
de
sus
defectos
para
anotarlas,
contarlas,
compararlas
y
esforzarse
cada
día
por
reducir
su
número.
Es
táctica
de
buenos
resultados
si
se
sigue
con
perseverancia.
Pe-‐ro
ella
sola
degenera,
y
puede
desembocar
a
veces
en
amargas
sor-‐
presas.
Porque
después
de
cesar
durante
algún
tiempo
en
esa
vigilancia
incesante
contra
el
defecto
dominante,
para
dirigir
el
trabajo
espiritual
hacia
otro
punto,
se
da
uno
cuenta
a
menudo
de
que
la
antigua
tendencia
sigue
allí,
tan
robusta
como
antes,
aunque
aparezca
bajo
forma
diferente.
Es
cortar
las
malas
hierbas
a
medida
que
brotan
de
la
tierra:
si
no
se
arrancan
las
raíces,
vuelven
a
retoñar
más
espesas
y
pujantes
que
antes.
70
131
Te
enseñaré
una
táctica
más
fácil
y
eficaz,
que
podrá,
si
no
suplir
a
la
otra,
al
menos
completarla.
Estudia
en
Jesús
la
virtud
directamente
opuesta
a
tu
tendencia
dominante.
Eres
orgulloso:
considera
su
humildad.
Eres
irascible:
contempla
su
mansedumbre.
Eres
egoísta:
admira
su
voluntad
de
olvidarse
y
sacrificarse
por
los
hombres.
Eres
sensual:
medita
su
Pasión.
132
Aprovecha
tu
entrevista
diaria
con
Jesús
para
estudiar
en
Él
la
disposición
que
te
falta.
Mira
lo
que
Jesús
pensaba,
sentía,
decía
y
hacía.
Ama
esa
disposición
de
tu
Modelo;
entusiásmate
con
ella.
Luego
compárala
con
tus
disposiciones.
Pide
a
Jesús,
por
mi
mediación,
que
te
configure
con
Él.
En
tus
Comuniones
sacramentales
y
espirituales
pídele
que
te
haga
vivir
de
su
vida.
133
Durante
el
día
recuerda
con
frecuencia
a
Jesús
manso,
humilde,
paciente,
según
la
disposición
de
su
alma
que
quieres
reproducir.
Recuérdalo
en
especial
en
aquellos
momentos
en
que
tu
mala
tendencia
intente
reafirmarse.
En
lugar
de
hacer
esfuerzos
penosos
por
resistirla,
fija
en
tu
Modelo
una
mirada
llena
de
paz:
“Jesús,
¿qué
pensarías,
qué
harías
en
mi
situación?
Ven
a
hacerme
vivir
tu
vida.”
Y
Jesús
mandará
a
las
olas
agitadas,
y
la
calma
renacerá
en
tu
alma
(Mc.,
4,
39).
71
134
A
fuerza
de
contemplar
a
Jesús
y
atraerle
por
tus
súplicas,
lograrás
deshacerte
paulatinamente
de
esa
tendencia
que
te
atenaza,
para
no
tener
más
disposiciones
que
las
de
Jesús.
Con
todo,
desconfía
del
enemigo:
puede
sorprenderte
cuando
más
seguro
crees
estar.
Aunque
no
sea
más
que
de
un
vistazo,
examina
de
vez
en
cuando
si
no
intenta
renacer
bajo
formas
nuevas.
135
Mi
Hijo
te
ha
recomendado
que
imites
a
tu
Madre.
Después
de
contemplar
las
disposiciones
de
Jesús,
contempla
las
mías:
el
mejor
recurso
para
conocer
a
Jesús
y
reproducir
sus
virtudes
es
fijarte
en
lo
que
yo
pensaba,
sentía
o
hacía,
o
lo
que
haría
en
la
situación
en
que
te
encuentras.
Por
segunda
vez
padezco
dolores
de
parto
hasta
formar
a
Cristo
en
vosotros.
Gal,
4,
19.
72
Tres
medios
prácticos
para
el
éxito
136
Para
adelantar
más
en
el
trabajo
de
transformarte
en
Jesús,
has
de
proceder
con
método.
Voy
a
indicarte
tres
medios
muy
eficaces.
137
Revisión
diaria.
—
Resérvate
cada
día
un
momento
para
una
breve
revisión
de
tu
trabajo
espiritual.
Examina
lo
que
has
hecho
a
lo
largo
de
la
j
ornada
para
vivir
la
vida
de
Jesús,
y
concretamente
sobre
la
disposición
que
quieres
reproducir.
Fíjate
bien
en
los
dos
puntos
siguientes:
En
primer
lugar,
más
que
en
contar
el
número
de
tus
faltas,
es-‐
fuérzate
por
ver
lo
que
Jesús
habría
pensado,
sentido
y
hecho
en
tu
lugar
en
las
diversas
circunstancias
en
que
tu
naturaleza
viciada
ha
vuelto
a
dar
señales
de
vida;
y
prevé
la
forma
de
imitar
sus
disposiciones
cuando
vuelvan
a
presentarse
circunstancias
parecidas.
En
segundo
lugar,
convierte
esta
revisión
en
una
conversación
con
Jesús
y
conmigo.
Él
éxito
será
mayor
que
si
haces
una
mera
encuesta
solitaria
sobre
tu
trabajo
espiritual.
Cuéntanos
tus
éxitos
y
tus
fracasos,
consúltanos
al
tomar
resoluciones,
pídenos
ayuda
para
vivir
mejor
la
vida
de
Jesús.
138
Renovaciones
espirituales
—Son
otro
medio
excelente
para
apresurar
el
trabajo
de
tu
conformidad
con
Jesús.
73
Se
trata
de
detenerte
en
determinados
momentos
a
lo
largo
del
día,
echando
el
freno
a
tus
actividades
vitales,
para
revivir
un
rato
el
contacto
con
Jesús
y
conmigo.
Momento
de
reflexión
para
plantearte
tu
situación
actual
ante
Dios:
Comprueba
la
rectitud
de
las
acciones
que
traes
entre
manos,
y
si
son,
o
no,
conformes
con
la
voluntad
concreta
de
Dios
sobre
ti.
Repasa
lo
que
has
hecho,
desde
la
renovación
anterior,
respecto
de
la
imitación
de
Jesús,
sobre
todo
en
la
disposición
en
que
centras
tu
esfuerzo
espiritual.
Prevé
las
horas
siguientes.
Así
mantendrás
la
tensión
en
tu
trabajo
espiritual,
y
tu
unión
con
Jesús
y
conmigo
se
estrechará
cada
vez
más.
139
Ejercicios
espirituales.—Necesitas,
finalmente,
dedicar
de
vez
en
cuando
a
los
intereses
de
tu
alma
mayor
espacio
de
tiempo,
para
ponerte
a
tono
en
tus
relaciones
con
Dios:
haz
cada
año
unos
días
de
ejercicios,
o
por
lo
menos
emplea
durante
varios
días
todo
el
tiempo
posible
en
mantenerte
en
mayor
intimidad
con
Jesús
y
conmigo.
Medita
entonces
de
nuevo
todas
estas
enseñanzas
que
estás
recibiendo;
examina
por
qué
no
has
hecho
mayores
progresos
a
lo
largo
del
año,
y
qué
medios
debes
tomar
para
que
tu
vida
en
Cristo
crezca
de
verdad.
74
Un
día
al
mes
dedica
unas
cuantas
horas
para
considerar
tu
trabajo
espiritual,
tomar
resoluciones
eficaces
y
acumular
energía
interior
a
base
de
ratos
más
largos
de
oración.
Y
si
puedes
hacerlo
en
un
retiro
organizado,
tanto
mejor.
140
Ser
fiel
a
estas
prácticas
supone
sujeciones
que,
a
la
larga,
resultan
molestas
e
incómodas
muchas
veces.
Pero
si
pones
en
ellas
amor
y
generosidad,
tu
vida
en
Cristo
irá
creciendo
y
se
cargará
de
frutos
abundantes,
gratos
al
Padre.
María,
humilde
sierva
del
Señor,
es
toda
relativa
a
Dios
y
a
Cristo,
único
modelo
de
radiante
luz...
La
devoción
a
María,
lejos
de
ser
un
fin
de
por
sí,
es,
al
contrario,
medio
esencialmente
ordenado
a
orientar
las
almas
a
Cristo,
y
unirlas
así
al
Padre,
en
el
amor
del
Espíritu
Santo.
Pablo
VI.
Alocución
en
el
Concilio
21
noviembre
1964.
75
Tres
disposiciones
esenciales
141
Los
medios
exteriores
que
te
he
indicado
sólo
te
servirán
si
aña-‐des
ciertas
disposiciones
interiores.
Unas
mismas
prácticas
llevan
a
ciertas
almas
a
la
santidad
y
dejan
a
otras
en
la
medianía.
“Él
espíritu
vivifica”
(II
Cor.,
3,
6).
Escucha
lo
que
el
espíritu
exige
de
ti.
142
Ante
todo,
abnegación
(Mt.
17,
24-‐25).
Te
es
necesaria
para
no
poner
obstáculos
a
la
penetración
del
amor
de
Jesús
en
ti.
Sólo
a
base
de
renunciarte
puedes
ir
ahogando
tu
defecto
dominante.
La
necesitas
para
imponerte
los
esfuerzos
convenientes
para
re-‐
producir
las
disposiciones
de
Jesús
hasta
revestirte
de
Él.
Si
tu
piedad
filial
hacia
Mí
no
consistiera
más
que
en
invocarme
y
entonarme
cantos
de
alegría
no
necesitarías
abnegación
para
ello.
Pero
no
es
eso:
debe
conducirte
a
identificarte
con
Jesús,
y
este
trabajo
no
puede
llevarse
a
cabo
sino
a
costa
de
una
total
renuncia
de
ti
mismo.
No
puedes
servir
a
dos
señores
(Mt.,
6,
24).
Será
Jesús,
o
lo
serás
tú.
Has
de
decidirte
por
uno.
Yo
te
puedo
ayudar
a
renunciarte,
pero
no
dispensarte
de
ello.
76
143
En
segundo
lugar,
perseverancia
(Mt.,
24,
13).
Encuentro
más
fácilmente
cien
almas
dispuestas
a
hacer
un
sacrificio
heroico
en
un
momento
de
exaltación,
que
una
sola
capaz
de
perseverar,
día
tras
día,
en
esfuerzos
vulgares
para
ser
fiel
a
sus
resoluciones.
Muchas
veces
sentirás
la
tentación
de
abandonar
las
prácticas
que
te
he
sugerido.
Sé
fiel
a
ellas
cueste
lo
que
cueste.
Si
hoy
suprimes
una
con
pretexto
aceptable,
mañana
la
suprimirás
con
un
pretexto
cualquiera,
y
al
final
la
suprimirás
para
siempre
sin
pretexto
ninguno.
Dedícala
menos
tiempo
si
es
preciso,
pero
no
la
suprimas
nunca.
Él
éxito
vale
ese
precio.
144
Finalmente,
y
sobre
todo,
generosidad,
signo
de
verdadero
amor
(Jn.,
15,
13).
Hay
dos
tipos
de
generosidad:
La
primera
consiste
en
dar
a
Jesús
sin
vacilar
no
sólo
todo
lo
que
exige,
sino
también
todo
aquello
que,
sin
ser
obligatorio,
le
agrada.
Así
fue
la
generosidad
que
vivió
tu
Madre
con
una
plenitud
des-‐
bordante;
así
es
la
que
han
practicado,
en
diversos
grados,
todos
los
santos.
Tú
debes
llegar
también
a
una
entrega
incondicional.
Pon
en
ello
todas
tus
fuerzas.
145
La
segunda
consiste
en
reparar
tus
faltas
y
negligencias.
Si
caes,
ofrece
en
compensación
un
esfuerzo
especial
que
no
habrías
77
hecho
de
no
tener
nada
que
reparar.
Y
pon
en
ello
tanto
amor
que
después
de
tu
reparación
ames
a
Jesús
más
que
antes.
146
La
diferencia
entre
las
almas
mediocres
y
las
almas
santas
no
estriba
en
que
unas
cometen
faltas
y
otras
no:
a
todas
se
les
escapan
algunas.
Está
en
que
las
primeras
se
conforman
con
constatarlo,
mientras
que
las
otras
se
esfuerzan
por
amar
a
Jesús
tanto
más
cuanto
menos
le
amaron.
Tú
repara
como
las
almas
santas.
147
Repara
en
especial
tus
omisiones
y
negligencias
respecto
a
la
entrevista
diaria
con
Jesús,
a
las
renovaciones,
a
la
revisión
diaria,
a
los
ejercicios
espirituales
y
retiros.
Y
repara
cuanto
antes.
Tiene
más
valor
una
reparación
inmediata,
aunque
sea
breve,
que
otra
más
larga
pero
aplazada.
148
Para
estas
reparaciones
acude
a
mí
después
de
tus
caídas
y
negligencias.
Yo
te
enseñaré
a
hacer
de
cada
una
de
ellas
una
“caída
feliz”.
Si
sabes
perseverar
en
esta
generosa
disposición,
te
aseguro
que
a
pesar
de
tus
pecados,
de
tus
faltas,
tentaciones,
de
tu
debilidad,
haré
de
ti
un
santo
y
un
apóstol.
La
Virgen
Madre
de
Dios,
soportando
con
valor
y
confianza
sus
inmensos
dolores,
como
verdadera
Reina
de
los
mártires,
ha
completado
más
que
todos
los
fieles
78
lo
que
falta
por
padecer
a
Cristo
en
sus
miembros
en
pro
de
su
Cuerpo
místico
que
es
la
Iglesia
(Col.,
1,
24).
Y
ha
prodigado
al
Cuerpo
místico
de
Cristo,
nacido
del
Corazón
abierto
del
Salvador,
los
mismos
cuidados
maternales
y
el
mismo
amor
intenso,
con
que
calentó
y
amamantó
en
la
cuna
a
Jesús,
tierno
Niño.
Pío
XII
Encíclica
Mystíci
Corporis
-‐
29
junio
1943
79
Él
secreto
del
éxito
149
Todos
estos
medios
y
disposiciones,
que
te
he
ido
enseñando,
sólo
lograrán
identificarte
con
Jesús
con
una
condición:
que
los
pongas
en
práctica
bajo
mi
dirección.
Jesús
te
lo
ha
dicho:
Es
voluntad
de
quien
me
ha
hecho
Madre
de
su
Hijo
que
nadie
alcance
una
perfecta
semejanza
con
ese
Hijo
si
no
es
por
mí.
150
A
veces
notas
que
se
enfría
tu
fervor:
el
trabajo
espiritual
se
hace
más
duro;
los
progresos,
más
lentos;
llega
un
momento
en
que
no
avanzas,
e
incluso
retrocedes.
Intentas
reaccionar,
pero
nada
consigues.
Él
desaliento
se
apodera
de
ti.
No
sabes
a
qué
obedece,
ni
cómo
atajarlo.
Te
aseguro
que
la
primera
causa
es,
invariablemente,
que
se
ha
debilitado
tu
unión
conmigo;
el
primer
remedio
debe
ser,
pues,
trabajar
con
mayor
fidelidad
bajo
mi
dirección.
Sin
mí
vas
al
fracaso;
conmigo,
al
triunfo.
151
Si
quieres
alcanzar
la
meta
a
que
orientas
tus
esfuerzos
tienes
que
contar
conmigo,
someterme
siempre
lo
que
te
propones
hacer,
no
obrar
nunca
sino
en
mi
nombre.
Consúltame
en
particular
siempre
que
tomes
una
resolución.
Pregúntame
qué
deseo
de
ti
y
dime
lo
que
te
propones
hacer.
80
152
Por
supuesto
que
no
pienso
responderte
con
revelaciones.
Mas
si
acudes
a
mí
con
plena
confianza,
con
la
sincera
disposición
de
realizar
lo
que
te
parezca
ser
mi
voluntad,
comprenderás
de
ordinario
si
apruebo
o
no
tu
decisión.
Si
la
apruebo,
confíamela
para
que
te
ayude
a
realizarla.
Si
no,
ruega
y
reflexiona
y
sométeme
una
resolución
más
precisa,
que
yo
pueda
aprobar.
153
Pero
fíjate
en
esto:
reflexionar
un
instante
en
las
causas
de
tu
fracaso
y
en
los
medios
de
acertar
no
te
será
difícil.
Pero
si
te
olvidas
de
invocarme
antes
y
de
confiarme
después
el
remedio
elegido,
volverás
a
encontrar
indefinidamente
las
mismas
dificultades.
Obras
en
tu
nombre:
no
te
extrañes
del
fracaso.
Obra
en
mi
nombre
y
acertarás.
154
Si
me
consultas
así,
abierto
a
mi
respuesta
y
sin
dejarte
dominar
por
tus
impulsos
naturales,
no
pasará
mucho
tiempo
sin
que
notes
que
progresas
más
deprisa.
Si
eres
fiel
en
volverte
hacia
mí
un
instante
antes
de
tus
actos,
yo
te
dirigiré
en
todo.
Y
yo
no
puedo
dirigirte
más
que
hacia
un
solo
fin:
Jesús,
hecho
vida
de
tu
vida.
ORACION
DE
LAS
TRES
Oh
Divino
Jesús,
nos
trasladamos
en
espíritu
al
monte
Calvario
para
pedirte
perdón
por
nuestros
pecados,
que
son
la
causa
de
tu
muerte.
81
Te
damos
gracias,
Señor,
por
haber
pensado
en
nosotros
en
aquel
momento
solemne,
y
habernos
proclamado
hijos
de
tu
propia
Madre.
Virgen
santa,
muéstrate
nuestra
Madre,
acogiéndonos
bajo
tu
especial
protección.
San
Juan,
sé
nuestro
patrono
y
nuestro
modelo,
y
alcánzanos
la
gracia
de
imitar
tu
piedad
filial
para
con
María,
nuestra
Madre.
Amén.
82
4
A
mi
servicio
Habla
María:
83
Mi
misión
y
tu
misión
155
Atiende
a
lo
que
voy
a
decirte
para
que
comprendas
bien
su
sentido.
Voy
a
revelarte
un
misterio
que
nos
concierne
a
los
dos.
156
Al
anunciarme
el
ángel
Gabriel
que
el
Hijo
de
Dios
deseaba
encarnarse
en
mí,
me
anunció
también
que
se
llamaría
Jesús,
el
que
salva
(Lc.,
1,
31),
y
yo
comprendí
que
este
Salvador
quería
asociar-‐
me
a
su
obra
redentora.
Me
daba
cuenta
que,
con
mi
consentimiento
a
cooperar
a
la
propuesta
divina,
consentía
en
cooperar
al
miste-‐rio
de
la
Encarnación
y
al
misterio
de
la
Redención.
Y
di
mi
consentimiento.
Desde
aquel
momento
hasta
el
último
suspiro
de
Jesús
trabajé
con
Él
en
el
rescate
de
los
hombres:
proporcioné
la
sustancia
de
la
Víctima
y
la
crié
con
miras
al
sacrificio;
uní
mis
súplicas
y
sufrimientos
a
los
suyos,
y
mi
voluntad
a
la
suya;
ofrecí
mi
Hijo
al
Padre
para
la
inmolación
suprema.
Jesús
era
el
Redentor:
yo
fui
su
Corredentora.
157
Pues
bien,
“los
dones
y
la
vocación
de
Dios
son
inmutables”
(Rm.,
11,
29).
La
colaboración
que
presté
a
mi
Hijo
en
Nazareth
y
en
el
Calvario
debo
prestársela
hasta
la
consumación
de
los
siglos.
Después
de
dar
a
Jesús
al
mundo
entero
el
día
de
la
Encarnación,
debo
dárselo
a
cada
uno
en
particular
a
través
de
los
tiempos.
84
Cooperadora
de
Jesús
en
la
obra
de
la
Redención,
debo
seguir
siendo
su
cooperadora
en
la
aplicación
de
la
Redención
a
cada
al-‐
ma.
Porque
la
Redención
no
está
terminada:
la
gracia
de
la
salvación,
merecida
a
todos
en
el
Calvario,
tiene
que
aplicarse
a
cada
hombre
a
medida
que
irrumpe
en
la
historia.
Esa
es
mi
misión
hasta
el
fin
de
los
tiempos.
He
trabajado
con
Jesús
en
el
rescate
universal
de
las
almas;
con
Jesús
debo
trabajar
en
su
conversión
y
santificación
concreta.
158
No
podía
ser
de
otro
modo.
Al
hacerme
Madre
de
Jesús
me
he
convertido
en
Madre
de
cuantos
han
de
ser
hermanos
suyos.
He
de
velar,
como
verdadera
Madre,
por
la
vida
y
la
salvación
de
los
que
engendré.
159
La
misión
que
Dios
me
ha
confiado
el
día
de
mi
entrada
en
el
cielo
es,
pues,
misión
apostólica
y
universal,
como
lo
fue
mi
acción
corredentora
y
como
lo
es
mi
Maternidad
espiritual.
160
Soy
la
Reina
de
los
Apóstoles.
No
sólo
porque
velé
maternalmente
por
los
primeros
Apóstoles,
o
porque
consigo
para
sus
sucesores
la
fecundidad—pues
sin
mi
intervención
se
verían
impotentes
para
hacer
el
bien
a
las
almas—,
sino
porque
su
apostolado
no
es
más
que
una
participación
limitada
en
el
apostolado
universal
que
me
ha
confiado
Jesús.
161
Este
apostolado
es
una
lucha.
Tengo
que
arrancar
las
almas
al
pecado
para
llevarlas
a
Jesús
y
al
Padre.
85
Cuando
la
Serpiente
con
su
mentira
triunfaba
de
nuestros
prime-‐
ros
padres,
Dios
le
predijo
ya
su
derrota:
“Pondré
enemistades
entre
ti
y
la
Mujer,
entre
tu
descendencia
y
la
suya.
Ella
te
aplastará
la
cabeza”
(Gn.,
3,
15).
Le
aplasté
la
cabeza
desde
mi
Inmaculada
Concepción.
Esta
victoria
ha
sido
la
primera
de
una
serie
indefinida
de
victorias.
Hasta
el
fin
de
los
tiempos
he
de
seguir
aplastándole
la
cabeza.
Soy
su
adversaria
irreconciliable,
“más
temible
que
un
ejército
en
línea
de
batalla”
(Cant.,
6,
9)
162
En
la
lucha
por
las
almas
le
he
derrotado
desde
los
primeros
tiempos
de
la
Iglesia.
Desde
entonces
he
destrozado
todas
las
herejías
y
he
atraído
al
camino
de
la
salvación
a
innumerables
pecadores.
Y
Dios
ha
querido
que
de
siglo
en
siglo
se
haga
más
patente
mi
acción
conquistadora,
y
que
en
los
tiempos
actuales
estalle
con
una
fuerza
sin
precedentes.
163
Él
Mal
parece
triunfar
en
el
mundo.
No
temas:
su
mismo
creciente
poderío
sirve
—en
el
plan
de
Dios—
para
que
yo
me
manifieste
más
abiertamente
aplastándole
la
cabeza.
Me
está
reservada
una
inmensa
victoria.
Mi
reino
ha
de
establecerse
en
el
mundo
entero
para
que
venga
más
plenamente
el
Reino
de
mi
Hijo.
Desde
la
proclamación
de
mi
Concepción
Inmaculada
—el
miste-‐rio
de
mi
primera
victoria
sobre
el
infierno—,
Jesús
es
más
conocido,
amado
y
servido.
Su
persona,
su
Eucaristía,
su
Sagrado
Corazón,
su
realeza,
se
ven
rodeados
de
un
culto
ardiente
y
abnegado,
como
no
se
vio
desde
hace
muchos
siglos.
Su
Reino
no
ha
de
tener
fin,
86
según
la
predicción
que
me
hizo
Gabriel
(Lc.,
1,
33).
Y
ahora,
como
entonces,
soy
yo
quien
ha
de
dar
al
mundo
su
Rey.
La
última
edad
de
la
Iglesia
será
mi
edad
por
excelencia.
Se
verán
maravillas
obradas
por
mí
y
para
mí:
Satán
aplastado
más
que
nunca
por
el
talón
de
la
Mujer;
una
fecundidad
y
un
poder
de
con-‐
quista
en
la
Iglesia,
nunca
igualados;
Jesús
reinando
sobre
muchedumbres
siempre
crecientes,
aclamado
por
los
que
le
combatían
más
encarnizadamente.
164
Esa
es
mi
parte
en
el
misterio
que
quería
revelarte.
Mira
la
tuya:
Dios
ha
resuelto
asociar
a
los
hombres—a
algunos
en
particular—a
la
realización
de
su
plan
de
amor;
de
la
fidelidad
de
estos
hombres
a
su
vocación
hace
depender
el
éxito
de
sus
obras.
Jesús
ha
querido
necesitar
la
colaboración
de
los
Apóstoles
y
de
sus
sucesores
para
continuar
en
la
tierra
la
misión
recibida
del
Padre.
Yo
necesito
también,
para
llevar
a
cabo
mi
misión
conquistadora
en
el
mundo,
hombres
a
mi
entero
servicio.
Las
maravillas
que
he
anunciado
se
irán
realizando
a
medida
que
mis
hijos
comprendan
mi
misión
apostólica
y
se
decidan
a
combatir
a
mi
lado
bajo
mis
órdenes.
165
Ya
ves
cuál
es
mi
misión.
Y
la
tuya:
luchar
a
mis
órdenes
para
ayudarme
a
rescatar
a
mis
hijos
del
poder
del
Mal
y
llevarlos
a
Jesús.
87
Te
has
entregado
enteramente
a
mí,
a
imitación
de
Jesús.
Me
has
consagrado
tu
cuerpo,
tu
alma,
tu
actividad.
Necesito
tu
persona
y
tu
actividad:
así
tendrás
parte
en
la
victoria
que
me
está
reservada.
166
No
has
de
ver,
por
tanto,
en
la
piedad
filial
una
actitud
de
niño
en
el
regazo
de
su
madre.
Es,
ante
todo,
servicio
y
esfuerzo
en
un
campo
de
batalla.
Jesús
fue
Hijo
mío
no
sólo
en
el
hogar
de
Nazareth;
lo
fue
sobre
todo
cuando
destruía
al
“príncipe
de
este
mundo”
(Jn.,
12,
31)
y
rescataba
al
género
humano.
Se
hizo
Hijo
mío,
tomando
carne
en
mis
entrañas,
precisamente
para
ser
el
Salvador
de
los
hombres
(Lc.,
2,
11).
Llamado
a
ser
hijo
de
predilección,
debes
ser
tú
también
salvador
de
almas.
O
eres
apóstol,
o
renuncias
a
ser
hijo.
Él
poder
de
María
no
ha
disminuido.
Creemos
firmemente
que
Ella
vencerá
la
indiferencia
religiosa
como
todas
las
demás
herejías,
porque
Ella
es,
hoy
como
siempre,
la
Mujer
por
excelencia...
Ella
es
la
esperanza,
la
alegría,
la
vida
de
la
Iglesia...
A
Ella
está
reservada
en
nuestros
días
una
gran
victoria;
a
Ella
toca
la
gloria
de
salvar
la
fe
del
naufragio
de
que
está
amenazada
entre
nosotros.
Guillermo-‐José
Chaminade.
88
Fuego
sagrado
167
Has
decidido
ser
mi
apóstol.
Y
te
preguntas
cómo
puedes
serlo
en
la
situación
concreta
de
tu
vida.
Mira
cómo
actúan
los
propagadores
de
ciertas
doctrinas
subversivas
que
logran
en
el
mundo,
en
pocos
años,
millones
de
adeptos.
Para
conseguirlo
afrontan
burlas,
persecuciones,
cárceles,
el
exilio
y
hasta
la
muerte.
Apóstoles
apasionados
de
una
idea
—
una
mentira
de
Satán,
“el
padre
de
la
mentira”
(Jn.,
8,
44)—,
entregan
a
ella
su
vida
entera
y
consiguen
éxitos
llamativos.
Y
tú
te
preguntas
cómo
actuar
para
hacer
triunfar
la
causa
de
Cristo.
168
La
objeción
de
que
esos
sembradores
del
error
tienen
despejado
el
camino
para
lograr
la
adhesión
de
las
masas,
pues
les
basta
hala-‐
gar
la
pasión,
no
es
convincente.
Contamos
con
medios
más
poderosos
de
éxito:
para
satisfacer
las
profundas
aspiraciones
de
la
Humanidad,
estamos
en
posesión
de
la
verdad
que
hace
libres
(Jn.,
8,
32),
de
la
felicidad
que
sacia
(Jn.,
6,
59),
del
Dios
desconocido
hacia
quien
está
proyectado
el
ser
humano
desde
lo
más
íntimo
de
su
naturaleza
(Act.,
17,
23).
Y
para
sostenerte
cuentas
con
la
fuerza
omnipotente
de
la
gracia
de
Dios.
169
Los
primeros
predicadores
de
Cristo
entre
judíos
y
paganos
no
halagaban
las
pasiones
de
sus
oyentes;
prescribían
austeras
89
renuncias,
con
la
exigencia
de
estar
dispuestos
a
padecer
“sufrimientos,
angustias,
hambre,
desnudez,
riesgos,
persecución,
la
espada,
antes
que
separarse
del
amor
de
Cristo”
(Rm.,
8,
35).
Con
todo,
convirtieron
con
maravillosa
rapidez
innumerables
muchedumbres.
Ardía
en
ellos
el
fuego
sagrado
del
apostolado:
“No
podemos
no
hablar”
(Act.,
4,
20).
Si
ardiera
ese
fuego
con
la
misma
intensidad
en
sus
sucesores,
hace
siglos
que
el
nombre
de
mi
Hijo
se
habría
predicado
a
toda
criatura.
170
Tienes
que
encender
en
tu
alma
ese
fuego
sagrado.
Sígueme
para
ello
al
Calvario.
Ponte
junto
a
mí
frente
a
Jesús
crucificado.
Mira
su
cuerpo
convulso
en
el
terrible
tormento
y
su
alma
presa
de
una
agonía
mil
veces
más
horrorosa.
Le
produce
esa
infinita
desolación
la
vista
de
los
hombres,
por
quienes
derrama
su
sangre
y
que
no
aprovecharán
su
Pasión.
No
la
aprovechan
porque
resisten
a
la
gracia,
es
verdad;
pero
también
porque
quienes
deben
proseguir
la
obra
redentora
rehúsan,
por
cobardía,
hacerlo.
171
Escucha
a
Jesús:
“Mujer,
he
ahí
a
tu
hijo;
he
ahí
a
tu
Madre”
(Jn.,
19,
26-‐27).
Nos
habla
a
mí
y
a
ti.
Sondea
la
profundidad
de
mi
dolor.
¿Por
qué
tal
martirio?
Por
los
tormentos
que
torturaban
el
cuerpo
de
Jesús;
y,
sobre
todo,
por
la
agonía
de
su
alma:
yo
contemplaba
con
Él
aquella
multitud
de
al-‐
90
mas
que
estaba
a
punto
de
engendrar
con
la
perspectiva
de
verlos
condenarse...
172
“Mujer,
he
ahí
a
tu
hijo:
para
que
te
ayude
a
salvar
a
tus
otros
hijos,
que
sin
él
irían
a
la
condenación
eterna.
Te
asistirá
en
tu
misión
apostólica
atrayendo
hacia
ti
a
los
que
llevan
caminos
extraviados.”
Esas
son
las
intenciones
de
Jesús.
Él
espectáculo
del
Calvario
debe
ser
tu
obsesión
permanente.
“Tengo
sed”
(Jn.,
19,
28):
Cuando
el
grito
de
Cristo
en
su
agonía
y
el
mudo
dolor
de
tu
Madre
encuentren
eco
constante
en
tu
alma,
entonces
sabrás
ser
apóstol.
María,
hija
de
Adán,
asintiendo
a
la
Palabra
divina,
fue
hecha
Madre
de
Jesús;
y,
abrazando
con
todo
su
corazón,
sin
el
freno
de
ningún
pecado,
la
voluntad
salvadora
de
Dios,
se
entregó—como
esclava
del
Señor—totalmente
a
la
Persona
y
a
la
obra
de
su
Hijo,
al
servicio
del
misterio
de
la
Redención,
bajo
Él
y
con
Él,
por
la
gracia
de
Dios
omnipotente.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
56.
91
La
oración
apostólica
173
Dispones
de
un
arma
apostólica
de
máxima
eficacia
en
cualquier
situación
de
vida
en
que
te
encuentres.
Aceptas,
sin
duda,
que
por
medio
de
la
oración
se
puede
trabajar
en
la
salvación
de
las
almas
tanto
como
por
la
predicación
activa.
Él
error
está
en
considerar
la
oración
como
medio
que
sustituye
consoladoramente
a
la
acción
para
los
que
no
pueden
entregarse
a
actividades
apostólicas:
ancianos,
enfermos,
niños...
Es
ignorar
la
eficacia
y
el
verdadero
alcance
de
la
oración
en
el
apostolado.
174
La
oración
no
es
un
sustitutivo
de
la
acción
directa:
es
el
ingre-‐
diente
que
da
eficacia
sobrenatural
a
la
actividad
exterior,
como
complemento
absolutamente
necesario.
Jesús
predicó
durante
tres
años;
antes
había
rezado
treinta.
Y,
a
lo
largo
de
los
tres
años
de
apostolado
exterior,
pasó
muchas
no-‐ches
en
oración
y
conversaba
constantemente
con
el
Padre
en
lo
íntimo
de
su
alma,
mientras
su
palabra
instruía
a
los
hombres.
Yo
he
cooperado
con
Él
al
rescate
del
mundo:
no
he
predicado
ni
dirigido
la
Iglesia;
no
hice
milagros;
recé
y
sufrí.
Y
como
yo,
José
rezó
y
sufrió;
y
sin
pronunciar
ninguna
palabra
digna
de
conservarse
en
un
libro,
ha
hecho
por
la
conversión
de
los
hombres
más
que
Juan,
Pedro
y
Pablo.
92
Los
grandes
apóstoles
que
han
convertido
más
almas
han
sido
hombres
de
oración.
175
Él
apóstol
que
no
reza
es
“bronce
sonoro
y
címbalo
que
retumba”
(I
Cor.,
13,
1).
Se
cansa
y
se
gasta,
y,
tal
vez,
se
pierde
sin
hacer
bien
a
las
almas.
Si
su
actividad
parece
producir
frutos
de
salvación,
se
deben
a
las
súplicas
de
un
alma
que
él
ignora
y
que
se
ignora
a
sí
misma.
No
será
él
quien
recibirá
la
recompensa.
176
Es
imposible
que
no
sea
así:
convertir,
santificar
o
salvar
un
alma
es
obra
sobrenatural;
con
lo
natural
no
puede
hacerse
nada
sobre-‐
natural,
que
es
fruto
de
la
gracia.
Y
la
gracia
es
fruto
de
la
oración.
Cuanto
más
se
reza,
el
efecto
sobrenatural
es
mayor.
177
Dios
quiere
las
obras
como
quiere
el
signo
sensible
para
producir
la
gracia
sacramental.
Toda
el
agua
del
mar
es
impotente,
por
sí
sola,
para
lavar
el
alma
de
un
niño.
Lo
mismo
pasa
con
todas
las
obras
exteriores:
son
impotentes
para
convertir
o
santificar
un
solo
hombre.
La
palabra
ha
de
acompañar
en
el
bautismo
a
la
infusión
del
agua
sobre
la
frente;
la
oración
del
apóstol
ha
de
acompañar
a
su
acción
exterior.
La
oración
puede,
incluso,
suplir
por
entero
la
acción
cuando
no
sea
posible,
lo
mismo
que
el
bautismo
de
deseo
suple
si
es
imposible
el
bautismo
de
agua.
93
178
La
gracia
de
Dios
lo
puede
todo.
Dispone
de
infinidad
de
medios
para
hacer
llegar
a
las
almas
la
gracia
de
la
salvación.
Puede
dar
una
maravillosa
eficacia
a
una
palabra
sencillísima;
puede
hacer
brotar
de
una
palabra—incluso
mal
interpretada—,
de
una
desgracia,
de
un
acontecimiento
trivial,
la
iluminación
decisiva,
que
provoca
la
conversión.
Sus
mismos
enemigos
pueden
contribuir
a
realizar
sus
misericordiosos
designios:
el
profeta
Balaam,
enviado
para
maldecir
a
Israel,
en
el
momento
crítico
rompió
en
bendiciones
bajo
la
presión
del
Espíritu.
En
el
apostolado,
lo
que
falta
no
son
obras,
sino
oración
apostólica.
179
Esfuérzate,
pues,
por
ser
apóstol
por
la
oración
más
que
por
la
misma
acción
exterior.
Para
ir
a
la
conquista
de
un
alma
tienes
que
reflexionar
serena-‐
mente
tus
posiciones
tácticas:
modo
de
abordarla,
materia
de
las
entrevistas
y
coloquios...
Dios
quiere
que
pongamos
en
ello
todos
nuestros
recursos
personales.
Pero
hay
que
poner
mayor
empeño
aún
en
rezar:
el
éxito
sobrenatural
de
tu
empresa
está
más
en
Dios
que
en
tu
habilidad
y
poder
de
persuasión.
180
Reza.
Multiplica
las
oraciones
por
la
conversión
Y
santificación
de
las
almas.
Transforma
en
oración
tus
actos
y
sufrimientos,
ofreciéndolos
a
Dios,
por
mi
mediación,
con
intenciones
apostólicas
concretas.
94
Y
une
a
todo
ello
el
ofrecimiento
de
las
misas
que
se
dicen
en
el
mundo
entero
a
lo
largo
del
día.
181
Haz
universales
tus
intenciones
apostólicas:
Reza
por
tus
seres
queridos,
tus
padres
y
hermanos
los
primeros.
Por
todos
los
que
han
sido
objeto
de
tu
actuación
apostólica,
a
quienes
has
intentado
hacer
el
bien.
Por
aquéllos
cuyas
vidas
han
de
cruzarse
con
la
tuya
en
los
próximos
días,
para
que
les
hagas
el
bien
que
estás
llamado
a
hacerles.
Reza
por
la
Iglesia,
Pastores
y
fieles;
por
los
sacerdotes,
religiosos,
misioneros,
apóstoles
seglares.
Por
el
mundo
entero:
para
que
Jesús
implante
“su
Reino
de
ver-‐
dad
y
de
vida,
de
santidad
y
de
gracia,
Reino
de
justicia,
de
amor
y
de
paz”
(Prefacio
de
Cristo
Rey).
182
Reza
antes
de
la
acción,
para
que
Dios
te
conceda
el
fruto
sobre-‐
natural
deseado.
Sobre
todo
si
se
presenta
difícil,
para
que
la
oración
supla
tu
impotencia.
Y
también
cuando
te
parezca
fácil,
no
sea
que—por
apoyarte
en
tu
habilidad
natural—se
malogre
el
fruto
sobrenatural.
Reza
durante
la
acción,
para
que
Dios
continúe
obrando
por
ti,
y
no
se
desvíen
tus
miras
sobrenaturales.
Reza
después
de
la
acción.
Si
has
acertado,
para
dar
gracias
a
Dios
y
confiarle
el
resultado.
Si
te
parece
haber
fracasado,
para
que
Dios
escriba
derecho
con
renglones
torcidos:
del
“fracaso”
de
Jesús
clavado
en
la
cruz
—”escándalo
para
los
judíos
y
locura
para
los
95
gentiles”
(1
Cor.,
1,
23)—
ha
hecho
brotar
Dios
la
redención
universal.
No
dejes
de
rezar
y
realizarás
maravillas
por
mí
y
para
mí.
Con
amor
maternal
se
ocupa
de
los
hermanos
de
su
Hijo
que
todavía
peregrinan
acosados
de
peligros
y
angustias,
hasta
llevarlos
a
la
patria
feliz.
Por
eso
invoca
la
Iglesia
a
la
Virgen
como
Abogada,
Auxiliadora
Socorro,
Mediadora.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
62.
96
Él
sufrimiento
redentor
183
Voy
a
enseñarte
una
doctrina
tanto
más
difícil
de
captar
recta-‐
mente,
cuanto
que
te
imaginas
conocerla
desde
hace
tiempo:
la
salvación
por
la
Cruz.
Los
que
están
metidos
en
el
apostolado
saben
que
el
sufrimiento
juega
un
papel
primordial
en
el
rescate
de
las
almas:
por
su
Pasión
y
Muerte
salvó
Jesús
al
mundo;
para
ser
corredentora,
tuve
que
ser
Madre
de
Dolor;
todos
los
grandes
apóstoles
han
pasado
grandes
tribulaciones.
Sobre
el
papel
está
claro;
pero
muchos
lo
olvidan
en
cuanto
el
sufrimiento
se
clava
de
verdad
en
su
propia
carne:
se
acobardan
y
se
echan
atrás.
La
Cruz
les
resulta,
lo
mismo
que
a
los
judíos,
motivo
de
escándalo.
Olvidan
que
no
es
posible
participar
en
la
acción
redentora
de
Cristo
sin
participar
también
en
su
Pasión
redentora.
184
No
temas
mirar
de
frente
la
cruz
que
te
aguarda.
Tendrás
que
imponerte
duros
sacrificios:
trabajar,
gastarte
hasta
el
agotamiento
al
servicio
de
las
almas.
Y
no
unas
horas
o
unos
días,
sino
mientras
quede
un
alma
por
salvar;
en
los
momentos
de
entusiasmo
y
de
éxito
y
entre
dificulta-‐
des
y
disgustos.
Tendrás
que
aceptar
voluntarias
inmolaciones,
ser
víctima
en
lu-‐gar
de
las
almas
que
quieras
rescatar;
y
cuanto
más
estériles
y
arduos
97
parezcan
tus
esfuerzos,
mayores
deben
ser
tus
mortificaciones
y
expiaciones.
185
Hay
otra
cruz
más
difícil
de
llevar
todavía,
porque
no
eres
tú
quien
te
la
impones,
y
es
desconcertante:
interpretación
malévola
de
tus
intenciones;
agrias
censuras
a
tu
actividad;
burlas
de
tus
proyectos;
falta
de
interés
por
tu
trabajo
en
quienes
más
debían
ayudarte,
cuando
no
están
empeñados
en
destruir
lo
que
has
intentado
edificar;
entorpecimientos,
desautorizándote
ante
los
demás
quienes
más
debían
alentarte.
En
la
hora
adversa
proclamarán
con
mal
disimulada
alegría
que
tus
fracasos
estaban
previstos.
La
cruz
que
tú
te
escoges
la
llevas
con
alegría;
la
cruz
que
te
impone
la
enfermedad
o
la
pobreza,
la
soportas
con
resignación;
la
cruz
que
te
echa
encima
la
ignorancia,
la
estupidez
o
la
malicia
de
los
hombres
te
subleva.
Por
eso
es
la
que
encierra
mayor
virtud
redentora.
186
Contempla
a
Jesús.
Sus
sufrimientos
salvadores
no
se
los
impuso
Él.
Se
los
prepararon
la
ignorancia,
la
ceguera
y
la
mala
fe
de
los
hombres,
de
las
autoridades
religiosas
de
Israel
que,
con
su
cargo,
debían
haberle
ayudado
especialmente
en
la
salvación
de
su
Pueblo.
187
No
te
extrañes
de
que
el
diablo
se
empeñe
en
destruir
tus
empresas.
Me
ataca
a
mí
al
atacar
a
mis
soldados.
Ten
valor
y
conserva
intacta
tu
confianza.
Su
derrota
será
cada
vez
más
total:
le
aplasté
la
cabeza
y
se
la
aplastaré
siempre.
98
188
Ten
presente,
sobre
todo,
el
principio
fundamental
del
valor
redentor
del
sufrimiento:
el
sufrimiento
no
es
liberador
por
sí
mismo;
no
se
trata
de
sufrir
por
sufrir;
sólo
tiene
valor
unido
a
los
dolores
de
Jesús.
Con
tu
sufrimiento
sucede
como
contigo
mismo:
eres
muy
poca
cosa,
limitado
a
la
pequeñez
de
tu
ser
humano
y
a
la
miseria
de
tu
pecado;
pero,
unido
a
Jesucristo,
participas
de
la
naturaleza
divina
y
de
su
actividad
vital
eterna.
Paralelamente,
tu
sufrimiento
—
solo—es
estéril
y
absurdo;
unido
al
sufrimiento
de
Jesús,
participa
de
su
eficacia
divina.
189
Cuando,
en
tu
apostolado,
te
acose
el
dolor,
ven
a
estrecharte
conmigo.
Subiremos
juntos
al
Calvario.
Al
pie
de
la
cruz
comprenderás
el
valor
infinito
de
los
dolores
que
te
abrumaban
y
te
sumían
en
el
desconcierto.
Se
te
hará
llevadero
incluso
el
sufrimiento
que
te
prepara
la
estupidez
o
la
malicia
humana.
En
vez
de
fijarte
en
los
hombres
que
lo
causan,
tu
atención
se
centrará
en
Jesús
y
en
tu
Madre,
que
te
invitan
a
participar
de
su
misión
redentora,
y
en
las
almas
que
con
él
puedes
salvar...
190
Es
austero,
como
ves,
este
mensaje:
pero
es
mensaje
de
fe,
de
amor
y
de
victoria.
No
creo
que
me
defraudes
al
creerte
capaz
de
comprenderlo.
99
La
Bienaventurada
avanzó
también
en
su
peregrinación
de
fe,
y
mantuvo
hasta
la
cruz
fielmente
su
unión
con
el
Hijo:
allí,
no
sin
designio
divino,
permaneció
en
pie,
se
condolió
fortísimamente
con
su
Unigénito
y
se
asoció
con
corazón
de
Madre
a
su
sacrificio,
consintiendo
con
amor
en
la
inmolación
de
la
víctima
nacida
de
ella.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
58.
100
Él
testimonio
de
la
vida
191
Al
apostolado
maravillosamente
fecundo
de
la
oración
y
del
sufrimiento,
tienes
que
unir
la
acción
directa
de
alma
a
alma.
Sueñas
con
el
apostolado
de
la
palabra.
Es
fundamental,
pero
de-‐
be
precederle,
acompañarle
y
seguirle
el
testimonio
de
la
vida.
192
No
necesitarás
demasiada
experiencia
para
comprobar
que
en
ciertas
almas
la
palabra,
por
elocuente
que
sea,
resulta
ineficaz.
La
palabra
sólo
es
fecunda
cuando
la
recibe
un
alma
dispuesta
a
acogerla.
Si
cae
en
suelo
pedregoso
o
entre
zarzas
y
espinas,
se
seca
sin
dar
fruto
(Mt.,
13,
5-‐7).
Él
testimonio
de
la
vida
es
lo
que
dispone
a
las
almas
a
recibir
tu
palabra.
Un
acto,
un
gesto,
una
mirada,
una
sonrisa,
hacen
a
veces
mayor
bien
que
largos
discursos.
193
Tu
persona
entera
debe
emanar
una
invencible
fuerza
de
atracción
hacia
Cristo
y
la
religión
que
profesas.
—
Siempre
digno
en
todo
tu
proceder,
por
el
sentimiento
de
tu
grandeza
cristiana
y
de
la
presencia
de
Dios
en
ti.
—
Superando
tu
virtud,
por
encima
de
toda
sospecha,
la
inmoralidad
que
te
cerca
por
todas
partes.
—
Íntegro
y
honrado
en
medio
de
quienes
no
piensan
más
que
enriquecerse
como
sea,
a
costa
de
su
prójimo
si
es
preciso.
101
—
Sincero
y
recto
en
un
mundo
en
que
la
mentira
y
la
simulación
son
ley
universal.
—
Fiel
al
deber
entre
gentes
que
parecen
haber
perdido
toda
noción
de
la
conciencia.
—
Promotor
de
la
paz
y
de
la
unión,
respondiendo
al
mal
con
el
bien,
por
un
verdadero
amor
sin
fingimiento
(Rm.,
12,
9
ss.).
Tu
presencia
—como
la
proximidad
de
un
santuario—
tiene
que
producir
la
impresión
de
algo
misterioso
y
bello
que
mora
allí,
hasta
hacer
que
quienes
no
comparten
tu
fe,
o
la
combaten,
se
vean
obligados
a
rendirle
homenaje
ante
la
conducta
que
ella
te
inspira
(I
Pe.,
2,
11
s.).
194
Muéstrate
tal
cual
eres:
sin
ostentación,
pero
también
sin
respeto
humano
(Mt.,
5,
16).
No
tienes
de
qué
avergonzarte:
posees
la
verdad
en
medio
del
error;
mantienes
el
sentido
de
la
dignidad,
mientras
otros
son
es-‐
clavos
de
pasiones
degradantes.
Ni
temas
a
los
que
piensan
y
obran
de
otro
modo:
también
ellos
admiran
en
el
fondo
a
quienes
tienen
convicciones
personales
y
obran
de
acuerdo
con
ellas.
Si
eres
valiente
y
consecuente
con
tu
fe,
tu
conducta
será
una
predicación
irresistible
y
permanente.
195
Más
aún:
tienes
que
hacer
amar
a
Cristo
y
su
doctrina.
Para
ello,
interésate
por
los
demás,
préstales
toda
clase
de
servicios,
escucha
102
sus
amarguras,
alivia
su
miseria,
cura
sus
llagas,
asísteles
en
su
trabajo,
sé
atento
y
amable
con
cuantos
se
acercan
a
ti.
Hazte
todo
a
todos
y
los
ganarás
a
todos
para
Cristo
(I
Cor.,
9,
22).
Si
se
sienten
más
felices
contigo,
acabarán
por
amar
a
quien
ha
hecho
de
ti
un
manantial
de
felicidad.
Si
comprenden
mejor
junto
a
ti
lo
que
es
el
amor,
comprenderán
mejor
a
Dios
aunque
ignoren
su
nombre.
Porque
Dios
no
es
un
nombre:
es
Amor
(I
Jn.,
4,
16).
Al
abrirse
al
amor,
se
abren
a
Dios.
196
Para
hacerte
todo
a
todos
no
has
de
considerar
en
los
hombres
sus
cualidades
o
sus
defectos,
sus
virtudes
o
vicios,
sus
actos
bue-‐nos
o
malos:
has
de
ver
en
ellos
el
precio
de
la
sangre
de
Jesús
(Hb.,
9,
12-‐
14).
Amales
con
el
mismo
amor
con
que
les
ama
su
Redentor
y
sabrás
ganarlos
al
amor
y,
por
el
amor,
a
Dios.
Él
cristiano
se
hace
valioso
evangelizador
de
la
fe
de
lo
que
esperamos,
si
se
une
la
PROFESION
valiente
de
la
fe
a
una
VIDA
de
fe.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
35.
103
La
palabra
de
salvación
197
Aprende
a
hablar
como
apóstol
para
propagar
en
torno
tuyo
el
espíritu
de
Cristo.
Y
no
digas:
“No
encuentro
ocasiones.”
La
ocasión
existe:
hay
que
descubrirla;
y
si
no
existe,
hay
que
crearla.
Los
hijos
de
las
tinieblas
siguen
dando
lecciones
a
los
hijos
de
la
luz
(Lc.,
16,
8).
Ellos
saben
hallar,
en
todas
partes,
ocasiones
para
sembrar
sus
doctrinas
del
error:
en
la
intimidad
de
una
conversación,
en
la
calle,
en
el
taller,
en
viaje,
en
momentos
de
diversión
y
pasatiempo.
Lo
que
ellos
pueden
para
perder
las
almas
no
lo
puedes
tú
para
salvarlas.
Lo
que
te
falta
no
son
ocasiones,
sino
el
fuego
sagrado
del
apóstol.
Ven
a
reavivarlo
al
Calvario
y
verás
multiplicarse
las
ocasiones
de
propagarlo.
198
Para
hablar
como
apóstol
no
es
necesario
“predicar”.
Habla
siempre
—respecto
de
las
personas,
de
las
cosas
y
acontecimientos—
según
tus
convicciones
cristianas.
Piensa
los
pensamientos
de
Cristo
y
ten
valor
para
expresarlos.
No
discutas,
ni
humilles.
Expón
sencillamente
tus
ideas.
La
verdad
atrae
por
su
propio
peso,
porque
engendra
libertad
(Jn.,
8,
32).
Es
conquistadora:
su
mismo
brillo
reclama
la
adhesión.
104
No
hacen
falta
de
ordinario
largos
discursos:
una
breve
explicación,
un
consejo
discreto,
una
reflexión,
una
palabra
oportuna
bastan
para
hacer
luz
en
un
alma
sincera.
199
Lo
que
persuade,
más
que
tus
razones,
es
tu
persona.
Habla
con
sencillez,
pero
con
valentía:
estás
en
posesión
de
la
verdad
infalible.
Si
se
te
ve
profundamente
convencido
de
lo
que
dices,
te
creerán
con
facilidad
siempre
que
tu
conducta
esté
de
acuerdo
con
tus
palabras.
Deben
verte
preocupado,
no
de
conseguir
una
victoria
personal,
sino
de
hacer
el
bien.
En
tus
relaciones
con
los
demás
tienes
que
pensar
más
en
Jesús
y
en
ellos,
en
su
verdadero
bien
natural
y
sobrenatural,
y
menos
en
ti
mismo:
es
fácil
hacer
de
la
actividad
apostólica
una
“egolatría”.
200
Necesitas
una
formación
progresiva
y
sólida
en
la
doctrina
de
Cristo,
a
fuerza
de
estudio
y
de
reflexión.
Tienes
que
lograr
un
auténtico
dominio
de
la
palabra
revelada
y
del
sentido
profundo
del
dogma
y
de
la
moral
cristiana.
Sólo
así
podrás
vivirla
mejor
y
hablar
a
los
demás
con
autoridad
y
precisión.
Necesitas
también
prestigio
profesional.
Él
prestigio
en
el
terreno
de
la
profesión
da
a
la
persona
una
aureola
de
sinceridad
y
de
poder,
que
se
imponen
irresistibles.
105
201
Para
conseguir
manejar
con
soltura
y
habilidad
la
palabra
apostólica
se
requiere
un
aprendizaje
largo
y
costoso.
Antes
de
cada
diálogo
pídeme
inspiración
para
que
aciertes
en
lo
que
has
de
decir
y
en
el
modo
de
expresarlo.
Y
después
examina
conmigo
hasta
qué
punto
has
hecho
al
otro
mejor
y
más
feliz,
y
cómo
conseguir
mayores
resultados
en
la
próxima
ocasión.
Si
te
dejas
dirigir
por
mí
en
ese
aprendizaje,
tus
progresos
serán
más
rápidos
y
seguros:
has
de
llegar
a
ser
apóstol
por
mí
y
para
mí.
Cristo,
Profeta
grande,
que
proclamó
por
el
testimonio
de
su
vida
y
por
la
fuerza
de
su
palabra
el
Reino
del
Padre,
cumple
su
función
profética
hasta
la
plena
manifestación
de
la
gloria,
no
sólo
por
la
Jerarquía—que
enseña
en
su
nombre
y
con
su
poder—,
sino
también
por
los
laicos,
a
quienes
constituye
para
ello
en
testigos
y
los
instruye
por
el
instinto
de
la
fe
y
la
gracia
de
la
palabra,
para
que
la
fuerza
del
Evangelio
resplandezca
en
la
vida
cotidiana,
familiar
y
social.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
35.
106
La
fuerza
de
la
unión
202
No
te
confines
en
el
aislamiento.
Asóciate
con
los
que
tienen
aspiraciones
apostólicas
como
tú.
Si
ocultas
en
el
fondo
de
tu
alma
el
fuego
sagrado
del
apostolado,
acabarás
por
ahogarlo.
Intercambiando
vuestras
ideas
y
aspiraciones
comunes
se
aclararán
cada
vez
más
y
crecerá
vuestro
entusiasmo.
Y,
además
de
caldear
vuestro
celo
apostólico,
la
unión
le
dará
una
fuerza
nueva
incomparable:
cuando
trabajas
con
otro,
no
eres
dos
veces
más
fuerte;
lo
sois
diez
veces
más.
Y
cuando
seáis
un
batallón
bien
entrenado
avanzando
a
mis
órdenes,
seréis
invencibles.
203
Para
encontrar
esos
compañeros
de
armas
animados
de
tu
mismo
ideal,
has
de
buscarlos.
Si
los
hay
ya
organizados
en
torno
tuyo,
dispuestos
a
acogerte
en
sus
filas,
únete
a
ellos.
Mira
si
puedes
enrolarte
en
una
Congregación
Mariana
o
en
la
Legión
de
María,
o
ingresar—si
sientes
el
empujón
de
la
gracia—en
un
Instituto
religioso
dedicado
expresamente
a
ayudarme
en
mi
misión
apostólica.
Así
tendrás
la
seguridad
de
avanzar
en
las
filas
de
un
ejército
de
paz
siempre
victorioso,
pues
participa
de
la
victoria
que
Dios
me
107
profetizó
en
el
Paraíso;
la
victoria
que
en
los
tiempos
actuales
—
tiempos
por
excelencia
de
mis
luchas
y
mis
triunfos—
brilla
más
que
nunca.
204
Si
no
encuentras
más
que
individuos
aislados,
sin
organizar,
tienes
que
localizar
poco
a
poco
los
que
son
capaces
de
comprenderte.
Muchas
veces,
en
un
medio
ambiente
determinado,
hay
varios
de
la
misma
tendencia
y
mentalidad,
que
—por
ignorarse
mutuamente—
creen
encontrarse
cada
uno
completamente
solos
frente
al
ambiente
hostil.
Cuando,
al
cabo
del
tiempo,
el
azar
de
una
conversación
les
pone
en
contacto
abriendo
su
intimidad,
quedan
admirados
al
comprobar
lo
lejos
que
habían
vivido
estando
tan
cerca.
Toma
la
iniciativa
de
comunicar
a
otros,
con
prudencia
por
su-‐
puesto,
tus
inquietudes
apostólicas,
y
verás
cómo
provocan
res-‐
puesta
tus
confidencias.
No
digas:
“Aquí
no
hay
nada
que
hacer;
todos
los
que
me
rodean
son
igualmente
indiferentes.”
Hay
noblezas
que
se
ocultan
y
generosidades
que
se
ignoran
a
sí
mismas.
Te
corresponde
a
ti
darles
conciencia
de
su
valer.
Sentirán
una
gran
alegría
al
ver
despertarse
en
el
fondo
de
su
ser
la
aspiración
a
la
santidad
y
la
entrega
a
una
Causa
por
la
que
vale
la
pena
vivir
y
morir.
206
Hombres
que
profesan
doctrinas
antagónicas
a
las
tuyas
son
a
veces
los
más
aptos
para
ser
un
día
tus
compañeros
de
armas.
Saulo,
“el
que
no
respiraba
sino
amenazas
y
muerte
contra
los
discípulos
del
Señor”,
se
convirtió
en
el
Apóstol,
“instrumento
108
elegido
para
llevar
el
nombre
de
Cristo
a
todos
los
pueblos”
(Act.,
9,
1
y
15).
Más
que
en
las
palabras
y
gestos
de
los
hombres,
fíjate
en
la
disposición
íntima
que
los
provoca.
Almas
no
creyentes,
pero
sinceras
y
generosas,
combatirán
mejor
contigo
que
cristianos
sin
energía
ni
espíritu
de
sacrificio.
205
Tal
vez
no
encuentres
en
seguida
quienes
quieran
compartir
tu
ideal.
Tus
mejores
colaboradores
no
siempre
serán
los
primeros
en
responder
a
tus
insinuaciones:
el
criterio
recto,
la
generosidad,
la
voluntad
de
sacrificio,
valen
más
que
los
prontos
de
entusiasmo.
207
Tendrás
que
buscar
incansablemente,
formarlos
derrochando
es-‐
fuerzo.
Las
decepciones
serán
innumerables.
No
te
arredres.
Cristo
tiene
sus
escogidos
en
todos
los
ambientes:
busca
hasta
encontrar-‐
los.
208
Seréis
pocos
al
principio.
No
importa,
si
estáis
unidos.
No
es
la
masa
la
que
triunfa,
sino
las
minorías
decididas,
activas,
bien
organizadas
y
disciplinadas.
Si
supieran
trabajar
unidos,
los
católicos
harían
triunfar
pronto
el
Reino
de
Dios
en
el
mundo.
Cuentan
con
recursos
más
que
suficientes:
la
Verdad
infalible,
maravillosamente
fecunda;
una
virtud
y
una
capacidad
de
sacrificio
sin
igual;
un
ideal
sublime,
y
la
ayuda
omnipotente
de
la
gracia.
Pero
lo
ignoran;
por
eso
se
ven
derrotados
en
muchos
frentes.
109
A
lo
largo
de
la
Historia,
enemigos
de
la
Iglesia
—divididos
entre
sí
en
puntos
esenciales
de
su
doctrina—se
han
unido
a
la
hora
de
atacarla.
Los
católicos,
en
cambio—unidos
en
la
profesión
de
un
mismo
credo—están
dispersos
en
su
acción,
en
plan
de
franco-‐
tiradores
o
cerrados
en
un
capillismo
estéril.
Es
la
tentación
sutil
que
emplea
el
Diablo
cuando
prevé
inútiles
sus
ataques
contra
la
fe
o
la
virtud.
Él
éxito
de
una
empresa
requiere
una
planificación
detallada
se-‐
guida
por
todos
con
fidelidad.
Esto
supone
la
renuncia
de
miras
personales,
quizás
más
prometedoras,
que
hay
que
sacrificar
al
bien
común.
209
No
lo
olvides:
Un
bien
menor,
pero
real,
vale
más
que
otro
mayor
no
realizado.
La
fuerza
está
en
la
unión,
y
la
unión,
en
la
abnegación.
Él
triunfo
de
la
Causa
común
está
por
encima
del
triunfo
de
las
propias
ideas.
La
consagración
a
la
Madre
de
Dios
en
la
Congregación
Mariana
es
un
don
completo
de
si
mismo
para
toda
la
vida
y
para
la
eternidad.
Un
don,
no
de
pura
fórmula
o
de
mero
sentimiento,
sino
efectivo,
traducido
en
una
vida
cristiana
y
mariana
intensa,
en
una
vida
apostólica,
que
pone
al
congregante
al
servicio
de
María,
hasta
hacer
de
él,
por
así
decir,
sus
manos
visibles
en
la
tierra,
110
con
la
profusión
espontánea
de
una
vida
interior
sobreabundante,
que
desborda
en
obras
exteriores
de
culto,
de
caridad
y
de
celo.
Pío
XII.
En
el
50
aniversario
de
su
consagración
como
congregante
-‐
21
enero
1945.
111
“Los
que
hablan
de
mi
tendrán
la
vida
eterna”
210
Jesús
te
ha
traído
junto
a
mí
para
que
seas
mi
apóstol.
Todo
lo
que
emprendas
bajo
mi
dirección,
lo
bendecirá.
Pero
no
sólo
quiere
que
obres
en
mi
Nombre,
sino
que
prediques
mi
Nombre.
Cada
vez
que
lo
hagas,
unirá
a
tu
apostolado
una
gracia
y
un
poder
especiales.
211
Ser
apóstol
es
llevar
las
almas
a
Cristo,
es
darles
a
Cristo.
Y
el
camino
que
lleva
a
Cristo
soy
yo:
yo
hice
la
entrega
de
Cristo
al
mundo.
Si
quieres
llevar
con
mayor
rapidez
las
almas
a
Cristo,
indícales
con
precisión
el
camino
que
a
Él
lleva.
Para
darles
a
Cristo
plenamente,
muéstrales
a
Aquélla
cuya
misión
es
dárselo.
Recuerda
tu
propia
experiencia:
a
pesar
de
tus
constantes
infidelidades
a
la
gracia,
vienes
notando
una
transformación
admirable
desde
que
Jesús
te
ha
revelado
el
misterio
de
su
piedad
filial.
Has
hallado
la
luz:
no
la
metas
bajo
el
celemín,
hazla
brillar
ante
los
hombres
(Mt.,
5,
15).
Él
secreto
de
tu
vida
interior
es
también
el
secreto
de
tu
vida
apostólica.
Cuanto
más
me
hagas
intervenir
abiertamente
en
tu
acción
exterior,
más
fecunda
resultará.
212
Jesús
lo
ha
querido
así.
Podía
darse
a
los
hombres
directamente,
pero
ha
decidido
no
entregarse
a
ellos
sino
por
mí.
En
la
predicción
del
Paraíso
(Gen.,
3,
15),
en
los
anuncios
de
los
profetas
(/s.,
7,
14;
112
Miq.,
5,
2-‐3;
Mt.,
1,
22-‐23),
al
santificar
a
su
Precursor
(Lc.,
1,
41-‐43),
con
los
pastores
de
Belén
(Lc.,
2,
16),
los
Magos
(Mt.,
2,
11),
Simeón
y
Ana
(Lc.,
2,
27),
en
Caná
(Jn..,
2,
1),
en
el
Calvario
(Jn..,
19,
25)...
siempre
quiso
manifestarse
a
los
hombres
al
manifestarse
a
ellos.
Y,
mediante
la
Iglesia,
su
Cuerpo
místico
animado
por
su
Espíritu,
no
cesa
de
predicarme
y
de
enseñar
que
yo
soy
el
camino
para
encontrarle:
al
Hijo
se
va
por
la
Madre.
También
tú,
al
revelar
a
Cristo
a
los
hombres,
debes
mostrarme
a
mí
junto
a
Él.
213
Ya
te
he
explicado
que
hoy,
más
que
nunca,
Jesús
quiere
glorificar
mi
Nombre
y
salvar
las
almas
por
mi
mediación.
Esfuérzate,
pues,
por
darme
a
conocer
todo
lo
que
puedas.
Así
participarás
más
plenamente
en
la
gran
victoria
que
me
está
reservada.
Jesús
lo
espera
de
ti.
214
También
yo
lo
espero
de
ti.
Muchos
de
mis
hijos
me
conocen
muy
poco,
o
no
me
conocen
si-‐
quiera.
A
ti
te
corresponde
revelarme
a
ellos.
Tráemelos
para
que
pueda
formarlos,
como
a
ti,
a
imagen
de
Jesús.
215
Para
darme
a
conocer
y
amar
hay
un
método
que
no
falla:
cárgate
de
amor
hacia
mí
y
hacia
las
almas,
y
las
palabras
te
saldrán
espontáneas.
113
No
ocultes
que
estás
consagrado
a
mi
servicio,
ni
temas
que
te
vean
rezar
o
tomar
parte
en
actos
de
culto
en
mi
honor.
Con
tal
que
tu
conducta
sea
de
auténtico
cristiano.
216
Cuando
se
preste
la
ocasión
habla
de
tus
experiencias
respecto
a
la
vida
de
unión
conmigo
(Consúltese:
E.
NEUBERT,
La
vida
de
unión
con
María.
Ediciones
S.
M.,
Madrid,
1964,
341
págs.).
En
conversaciones
íntimas
y
al
escribir
cartas
haz
alguna
alusión
a
mi
Nombre.
Muéstrame
—Consoladora
de
los
afligidos—
a
los
que
sufren
o
están
tristes.
Recuerda
a
los
que
luchan
el
combate
de
su
pureza
que
recurran
a
la
Virgen
Inmaculada,
que
ha
recibido
la
misión
de
hacer
puros
a
los
que
la
invocan.
A
los
que
aspiran
a
una
mayor
intimidad
con
Jesucristo,
hazles
entrever
cómo
has
llegado
por
mí
a
una
unión
más
estrecha
con
Él.
A
los
que
tienen
sed
de
almas,
muéstrales
la
misión
de
conquista
que
Dios
me
ha
confiado
y
la
fecundidad
que
tendrán
sus
esfuerzos
si
trabajan
en
mi
Nombre.
217
Si
está
a
tu
alcance,
no
dejes
de
hablar
en
público
o
de
escribir
sobre
mí.
Tu
palabra
será
portadora
de
un
mensaje
de
salvación,
mensaje
de
fe,
de
esperanza
y
de
amor,
para
todas
las
almas
de
buena
voluntad
que
lo
reciban,
y
por
ellas
a
muchas
otras.
“Los
que
hablan
de
mí,
tendrán
la
vida
eterna”
(Eclesiástico,
24,
31).
114
Las
diversas
formas
de
piedad
hacia
la
Madre
de
Dios
hacen
que—mientras
se
honra
a
la
madre—el
Hijo,
por
quien
es
todo
y
en
quien
el
Padre
eterno
ha
querido
que
resida
toda
plenitud,
sea
mejor
conocido,
amado
y
glorificado,
y
que
se
cumplan
mejor
sus
mandamientos.
Constitución
sobre
la
Iglesia,
núm.
66.
115
“En
tu
Nombre
echaré
la
red”
218
Hemos
considerado
juntos
cómo
debes
ejercer
tu
apostolado;
ahora
voy
a
enseñarte
la
confianza
que
debe
impulsarte.
Ante
tu
debilidad
y
las
dificultades
que
surgen
en
tu
misión,
no
sabes
a
veces
qué
puedes
hacer.
Yo
te
lo
diré:
por
ti
mismo,
nada;
por
mí,
maravillas.
Dios
todopoderoso
ha
hecho
en
mí
verdaderos
prodigios
nada
más
por
haber
fijado
sus
ojos
en
la
pequeñez
de
su
esclava
(Lc.,
1,
48-‐
49).
“Lo
que
hay
de
locura
en
el
mundo
es
lo
que
Dios
ha
escogido,
para
confundir
a
los
sabios;
lo
que
es
débil
en
el
mundo,
lo
ha
es-‐
cogido
Dios
para
confundir
lo
fuerte”:
palabra
de
Dios
(I
Cor.,
1,
27).
219
Quiero
enseñarte
dos
verdades
que
te
darán
una
fe
invencible
en
el
éxito
de
tu
misión,
capaz
de
transportar
montañas
(Mc.,
11,
23).
Ante
todo,
darte
cuenta
de
que
tu
apostolado
es
mi
apostolado;
tus
intereses,
los
míos.
A
mí
—y
no
a
ti—
confió
Dios
la
misión
de
aplastar
la
cabeza
de
la
serpiente
y
de
establecer
en
el
mundo
el
reinado
de
su
Hijo;
tú
no
haces
más
que
participar
en
mi
misión.
Yo
soy
la
vencedora
de
las
victorias
de
Cristo;
tú
trabajas
a
mi
servicio.
Son
mis
hijos
los
que
hay
que
salvar.
Él
deseo
de
una
madre
por
salvar
a
un
hijo
es
in-‐
comparablemente
mayor
que
el
de
un
extraño;
el
general
desea
la
victoria
con
más
ardor
que
el
simple
soldado:
los
intereses
de
Cristo
tienen
en
mi
corazón
una
resonancia
infinitamente
mayor
que
en
el
tuyo.
116
Aunque
permanecieras
indiferente
a
tus
propios
éxitos,
yo
no
podría
estarlo:
lo
que
está
en
juego
es
el
Reino
de
Jesús,
la
salvación
de
mis
hijos.
Pues
bien,
yo
soy
omnipotente
con
la
omnipotencia
de
Dios.
Los
que
trabajan
en
mi
Nombre
participan
de
esta
omnipotencia.
220
En
segundo
lugar,
recuerda
y
aplica
a
tu
apostolado
la
ilimitada
confianza
en
la
oración
tal
como
Jesús
te
enseñó:
En
cada
una
de
tus
empresas
apostólicas
tengo
intenciones
de
amor.
—
Esas
intenciones
resultan
siempre
mejores
que
las
tuyas,
por-‐
que
yo
te
amo
más
que
tú
mismo,
y
amo
a
Jesús
y
a
las
almas
más
de
lo
que
tú
puedes
amarles.
Mis
intenciones
son
siempre
perfectamente
realizables,
y
se
realizarán
infaliblemente
si
obras
en
mi
Nombre.
Por
tanto,
por
muchos
que
sean
los
obstáculos
puedes
siempre
triunfar
más
allá
de
tus
mismas
previsiones,
con
tal
de
que
obres
en
mi
Nombre.
221
Para
lograr
estos
éxitos
no
basta
trabajar
mucho:
has
de
trabajar
en
mi
Nombre.
Los
Apóstoles
llevaban
toda
la
noche
de
pesca
sin
coger
nada.
Estaban
rendidos.
Pedro
dijo
a
Jesús:
“En
tu
Nombre
echaré
la
red”,
y
recogieron
tantos
peces
que
la
red
se
rompía
(Lc.,
5,
5-‐6).
117
También
tú
muchas
veces
te
has
cansado
sin
conseguir
nada;
no
me
habías
dicho
al
empezar
tu
obra:
“En
tu
Nombre.”
Trabajar
en
mi
Nombre
es
trabajar
según
mis
intenciones,
consciente
de
participar
en
mi
misión
y
en
mi
omnipotencia.
222
Ofrece
a
Jesús,
por
mis
manos,
tus
oraciones
y
sufrimientos
para
que
se
realicen
mis
intenciones
sobre
tu
apostolado.
Invócame
antes
de
actuar,
atento
a
mis
intenciones,
para
obrar
como
instrumento
mío.
Entrégate
a
la
acción
con
plena
confianza
en
el
éxito,
porque
soy
yo
quien
trabajo
contigo.
Ten
cuidado
para
que
tus
miras
no
suplanten
las
mías.
Muchas
veces
afirmas,
al
empezar,
que
sólo
obras
por
mí,
pero
luego
acabas
a
merced
de
tus
tendencias
personales.
Sólo
tienes
el
éxito
asegurado
si
perseveras
en
obrar
según
mis
intenciones.
En
medio
de
la
tempestad,
Pedro
iba
caminando
sobre
el
agua
mientras
le
sostenía
su
fe
en
la
palabra
de
Jesús.
Pero
al
centrar
su
atención
en
la
fuerza
del
viento
y
de
las
olas
—en
sí
mismo—,
se
atemorizó.
Entonces
empezó
a
hundirse
(Mt.,
14,
29-‐
30).
También
tú,
con
frecuencia,
empiezas
muy
bien
obras
que
han
terminado
en
fracasos:
habías
perdido
conciencia
de
ser
sólo
instrumento
mío.
223
No
puedes
estar
pensando
continuamente
en
mí.
Pero
puedes
permanecer
bajo
el
influjo
habitual
de
mi
espíritu
hasta
alcanzar
tal
118
disposición
de
alma,
que
si
te
preguntan:
“¿Para
quién
trabajas?”,
puedas
contestar:
“En
nombre
de
María”.
Sólo
a
costa
de
muchos
esfuerzos
lograrás
esta
disposición.
Tienes
que
renovar
de
vez
en
cuando
tu
intención
y
rectificarla
si
te
das
cuenta
que
se
ha
desviado.
224
Después
de
la
acción,
si
has
triunfado,
da
gracias
a
Dios.
Si
has
fracasado,
examínate:
No
has
obrado
en
mi
Nombre:
no
tienes
por
qué
extrañarte
del
fracaso.
Te
has
esforzado
por
conformarte
con
mis
intenciones
y
apoyarte
en
mí:
en
la
hora
marcada
por
Dios
sobrevendrá
un
éxito
proporcional
a
tus
esfuerzos
y
a
tu
confianza;
Cristo
se
verá
glorificado,
tu
Madre
honrada
y
las
almas
se
salvarán.
Sin
mí
no
puedes
triunfar;
conmigo
no
puedes
fracasar.
225
Pide
a
Jesús
que
te
haga
fracasar
siempre
que
obres
en
tu
propio
nombre,
movido
por
tu
egoísmo,
para
forzarte
así
a
no
obrar
sino
en
el
mío,
por
amor.
Entonces
me
ayudarás
de
verdad
a
llevar
a
las
multitudes
a
Jesús
y
realizarás
de
hecho
la
oración
que
tanto
te
gusta
repetir:
Él
Padre,
el
Hijo
y
el
Espíritu
Santo
sean
glorificados
en
todas
partes
por
la
Inmaculada
Virgen
María.
119
Oración
del
alma
instrumento.
Verbo
divino,
encarnado
en
el
seno
virginal
de
María
Inmaculada,
sírvete
de
mi
pequeñez
y
de
mi
miseria
para
acercarte
de
nuevo
a
las
almas
que
te
necesitan.
Que
quien
me
vea,
me
oiga,
o
se
relacione
conmigo,
crea
estar
contemplándote,
escuchando
tus
palabras
o
recibiendo
tu
benéfica
influencia.
Madre
mía,
concédeme
la
gracia
de
no
poner
obstáculo
a
esta
como
nueva
“encarnación”
de
tu
divino
Hijo
en
mi
naturaleza
humana,
para
que,
al
amarte
a
Ti
y
al
trabajar
por
las
almas,
pueda
Él
servirse
de
mí
libremente.
AMEN
120
Tu
ideal
Habla
Jesús.
Ya
puedes
comprender
el
don
que
te
he
hecho
al
revelarte
el
misterio
de
mi
piedad
filial
hacia
mi
Madre.
Cuando
te
llamaba
a
entregarte
totalmente
a
Ella,
siguiendo
mi
ejemplo,
no
veías
en
esta
llamada
más
que
una
invitación
a
amarle
un
poco
más
que
antes.
Poco
a
poco
has
aprendido
que
imitar
mi
piedad
filial
es
hacerte
santo
y
apóstol
bajo
su
dirección,
transformarte
en
mí,
Hijo
de
Dios,
hecho
Hijo
de
María
para
la
salvación
del
mundo.
121
Consagración
a
María
María,
Virgen
Inmaculada:
Creo
que
el
Hijo
de
Dios
te
ha
escogido
para
ser
su
Madre.
Hijo
tuyo,
te
ha
amado
y
te
ama
más
que
a
todas
las
criaturas,
y
tiene
contigo
todo
el
afecto
entrañable
y
todos
los
detalles
de
una
perfecta
PIEDAD
FILIAL.
Creo
que
se
dignó
asociarte
a
su
misión
redentora:
Él
quiere
que
ningún
alma
se
santifique
y
se
salve
si
no
es
por
tu
mediación,
ni
puede
llegar
a
Él
sino
por
ti.
Creo
que
—siendo
su
Madre—
eres
también
Madre
mía:
al
concebirle
en
Nazareth,
me
concebías
con
Él;
al
ofrecerle
en
sacrificio
en
el
Calvario,
me
dabas
a
luz
a
la
Vida
de
Dios;
asociada
a
Él
en
la
distribución
de
la
gracia,
continúas
alimentándome
y
formándome
como
a
otro
Jesús.
Creo
que
su
voluntad
es
que
le
imite,
esforzándome
por
ser
contigo
lo
que
ha
sido
y
es
Él
para
ti.
Me
entrego
y
me
consagro
a
ti
para
ser
tu
hijo
como
Jesús
quiso
serlo.
Te
entrego
mi
cuerpo
y
mi
alma,
todo
lo
que
tengo,
lo
que
soy,
lo
que
hago
y
puedo
hacer.
Me
entrego
sin
reserva
y
para
siempre,
en
el
tiempo
y
en
la
eternidad.
122
Me
entrego
sin
reserva
y
para
siempre,
en
el
tiempo:
acepto
todas
las
renuncias
y
sacrificios
que
sean
precisos.
Nada
temo;
sé
a
quién
me
entrego.
Quiero,
a
ejemplo
de
Jesús,
amarte
con
todas
mis
fuerzas,
honrarte,
obedecerte,
imitar
tu
vida,
confiar
en
ti,
estar
constantemente
unido
a
ti,
reproducir
lo
mejor
posible
todas
las
disposiciones
de
su
piedad
filial,
y
llegar
a
ser
para
ti
otro
Jesús.
Quiero,
sobre
todo,
asistirte
en
tu
misión
providencial,
ser
tu
apóstol
en
la
lucha
contra
el
Mal,
combatir
en
tu
Nombre
para
arrebatarle
las
almas
de
tus
hijos,
hacerte
conocer,
amar
y
servir,
convencido
de
que
revelarte
a
los
hombres
es
el
medio
más
eficaz
de
revelarles
a
Jesús.
Soy
pecador,
lleno
de
limitaciones,
inconstante
y
débil.
Pero
tengo
con-‐fianza
en
ti.
No
trabajaré
en
mi
propio
nombre.
Seré
omnipotente
porque
tú
lo
eres
con
la
omnipotencia
de
Dios,
tu
Hijo,
y
porque
mis
intereses
y
mi
causa
son
los
tuyos.
A
tus
órdenes
y
a
tu
lado
la
victoria
es
segura.
María,
Madre
de
Jesús
y
Madre
mía,
por
la
gloria
de
la
Santísima
Trinidad,
por
tu
honor,
y
por
la
salvación
de
mi
alma
y
de
las
almas,
acepta
la
entrega
que
te
hago
de
todo
mi
ser
y
alcánzame
la
gracia
de
ser
fiel
a
ella
hasta
el
fin
de
mis
días.
AMEN.
123
Acto
de
consagración
Reina
del
cielo
y
de
la
tierra,
llenos
de
amor
y
de
respeto,
te
ofrecemos
nuestras
alabanzas,
nos
consagramos
con
alegría
a
tu
servicio,
y
abrazamos
una
forma
de
vida
donde
todo
se
hace
en
tu
Nombre,
para
alabarte,
servirte
y
proclamar
tus
grandezas.
Que
nuestro
celo
por
defender
tus
intereses
compense
la
indiferencia
y
olvido
de
los
hombres.
Madre
del
Redentor
y
Madre
nuestra,
Mediadora
de
todas
las
gracias,
extiende
el
Reino
de
Dios
en
el
mundo,
implanta
la
verdad
donde
reina
el
error
y
la
confusión,
conserva
fuerte
la
fe
de
tus
hijos,
presérvalos
de
la
seducción
del
mundo
y
del
pecado.
Atiende
a
nuestras
súplicas,
y
enciende
en
nosotros
un
amor
que
impulse
toda
nuestra
vida,
para
que
seamos
dignos
de
la
gloria
que
compartes
con
tu
Hijo,
que
por
ser
Dios
vive
y
reina
con
el
Padre
en
la
unidad
del
Espíritu
Santo
por
los
siglos
de
los
siglos.
AMEN
124
INDICE
1.
El
ideal
habla
Jesús
“Os
he
dado
ejemplo”
Soy
Hijo
de
María
por
mi
propia
elección
Contempla
y
admira
Mi
Madre
es
Madre
tuya
Amas
a
María.
No:
soy
Yo
quien
la
ama
en
ti
2.
Las
exigencias
del
ideal
habla
Jesús
Como
Yo,
entrégate
sin
reservas
a
mi
Madre
Como
Yo,
ama
a
mi
Madre
Como
Yo,
obedece
a
mi
Madre
Como
Yo,
honra
a
mi
Madre
Como
Yo,
parécete
a
mi
Madre
Como
Yo,
confía
en
mi
Madre
Como
Yo,
vive
unido
a
mi
Madre
Ven
a
escuchar
a
mi
Madre
3.
Transformación
en
Jesús
habla
María
Mi
finalidad:
transformarte
en
Jesús
Aprende
a
pensar
los
pensamientos
de
Jesús
Él
gran
enemigo
de
Jesús
en
ti
Revístete
de
Cristo
Jesús
Tres
medios
prácticos
para
el
éxito
Tres
disposiciones
esenciales
Él
secreto
del
éxito
4.
A
mi
servicio
habla
María
Mi
misión
y
tu
misión
Fuego
sagrado
La
oración
apostólica
El
sufrimiento
redentor
El
testimonio
de
la
vida
La
palabra
de
salvación
La
fuerza
en
la
unión
“Los
que
hablan
de
mí
tendrán
la
vida
eterna”
“En
tu
nombre
echaré
la
red”
125
Tu
ideal
habla
Jesús
Plegarias
a
Nuestra
Señora
• “O
Bone
Iesu”
(oración
de
S.
Anselmo)
• Señora
y
Madre
mía
• “Oración
de
las
tres”
• Oración
del
“alma-‐instrumento”
• Consagración
a
María
• Acto
de
consagración:
Reina
del
cielo
y
de
la
tierra
Puntos
de
reflexión
sobre
la
Virgen
• De
la
Sagrada
Escritura
págs.
38,
42,
62,
83
• De
la
Constitución
Conciliar
sobre
la
Iglesia
págs.
14,
17,
22,
32,
55,
61,
68,
80,
105,
110,
114,
117,
120,
129.
• De
S.
Pío
X
pág.
75.
• De
Pío
XII
págs.
90,
125.
• De
Pablo
VI
págs.
12,
46,
50,
86
• Del
P.
Guillermo
J.
Chaminade
pág.
102.
126