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FILOSOFÍA BI

IES Rosalía de Castro


Curso 2018-2019
Prof. Manuel Lama

Tema central: Ser humano

El problema de la
libertad
Documento extraído, fundamentalmente, del libro de José Barrio y Octavio Fullat:
Filosofía. Eidos (Vicens-Vives, 1977). Y también, en menor medida, del libro
Filosofía y ciudadanía, de José Antonio Marina y Ángeles Mateos (SM, 2008).
Uno de los valores humanos que más se aprecian es el de la «libertad»: libertad física,
política, religiosa... y más se nota su auténtico valor cuando, como el preso, se está privado
de ella. Pero el problema filosófico de si el hombre es realmente libre, no se plantea sobre
este tipo de libertades, cuya posesión o falta son obvias, sino en el seno mismo de la
decisión; ¿está nuestra decisión predeterminada por causas que no dependen de nosotros?

El problema de la libertad
INTRODUCCIÓN
Vamos a estudiar uno de los problemas más controvertidos en la historia de la
filosofía: el problema de si el ser humano, de si la voluntad humana, es o no es
libre.
No se trata aquí el problema de si podemos hacer libremente lo que queremos;
también este problema trata sobre la libertad, pero es otro tipo de libertad y,
precisamente, el tipo de libertad que más se airea y del que más se habla. Sin
negar ni mucho menos su importancia, desde el punto de vista filosófico es tan
importante o más la cuestión de la libertad de la voluntad, libertad de querer o
libre albedrío, que de todas estas maneras se denomina. Se trata de averiguar si
lo que queremos lo queremos libremente, es decir, de si cuando actuamos con un
acto voluntario tal acto es libre y hubiera sido posible haber querido realizar un
acto distinto.
Parece que, caso de ser libre la voluntad humana, esta libertad sería algo
exclusivo del ser humano dentro de los seres del Universo, de ahí la importancia
de la cuestión.
Los seres inorgánicos no actúan libremente –el planeta Marte no ha elegido la
órbita que pacientemente recorre a diario–; tampoco los vegetales y ni siquiera
los animales parecen gozar de tal libertad, actuando encadenados por un conjunto
de instintos. Sólo en el ser humano se ha planteado este problema, y se ha
planteado desde los inicios del pensamiento filosófico.
Nos vamos a enfrentar con un tema difícil, pero también de alto interés para los seres
humanos. Indudablemente la respuesta que se dé a esta cuestión es de gran repercusión y
transcendencia.
¿Es libre la voluntad humana? Humano es responder afirmativa o negativamente (aunque
ambas respuestas no pueden ser verdaderas); lo que no es humano es no plantearse la
pregunta.
1. ACEPCIONES DE LA PALABRA «LIBERTAD»
En todo problema, pero de un modo muy especial en el problema de la libertad, es
fundamental delimitar con precisión su contenido. Y ésta es la tarea que nos proponemos
tratar en este apartado. Para ello es primordial el fijar el sentido en que puede tomarse el
término «libertad», ya que al tratarse de un término que puede ser usado con diversos
sentidos –distintos, pero relacionados entre sí– da pie para que el «problema de la
libertad», ya de suyo complejo, quede enturbiado y confuso.
El término libertad puede tener los significados que indicamos en el cuadro siguiente.

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Libertad física o de
movimiento

Libertad civil

LIBERTAD DE HACER
(o libertad de Libertad política
coacción)
Significados del
término «LIBERTAD» Libertad de
Libertad de querer o pensamiento o
libertad de la expresión
voluntad : LIBRE
ALBEDRÍO
Libertad religiosa y
de culto

En primer lugar con la palabra libertad podemos referirnos –y de hecho es el


significado que corrientemente se le da– a la libertad de hacer; esta libertad
puede definirse como la ausencia de cualquier coacción o limitación externa a
nuestra voluntad que nos impida hacer lo que deseamos hacer; consiste esta
libertad en que el sujeto no encuentre ningún obstáculo, ninguna fuerza externa a
él que le impida actuar, que le impida realizar aquello que querría realizar: en
pocas palabras podríamos decir que la libertad de hacer consiste en poder hacer
aquello que queremos; en este sentido se dice que un presidiario no es libre, ya
que –se supone– querría salir de la prisión, pero hay una coacción externa, unos
obstáculos exteriores a él –las rejas, los guardianes, etc.– que se lo impiden: el
presidiario no puede hacer lo que quiere; su deseo de salir o estar fuera de la
prisión se ve obstaculizado por impedimentos exteriores a él.
Dentro de esta libertad de hacer podemos distinguir varias modalidades:
Libertad física, que consiste en la capacidad de poderse mover, de poder realizar actos
de movimiento. Carece de esta libertad la persona que está, por ejemplo, atada o
encadenada; un presidiario también carece de libertad física, ya que, aunque puede realizar
algunos movimientos, no puede llevar a cabo todos los que quisiera, como el de salir de la
cárcel.
Libertad civil, que consiste en la posibilidad de obrar a voluntad dentro de los
límites establecidos por las leyes de un Estado. Dicho de otro modo: es la capacidad
de ejercer los llamados derechos civiles, es decir, los derechos reconocidos a los
ciudadanos de un Estado por las leyes civiles. Así, por ejemplo, dentro de la
libertad civil se incluye la capacidad para contraer matrimonio, para hacer
testamento o la capacidad para tener la propiedad privada de bienes muebles o
inmuebles. Los esclavos carecían de esta libertad civil en la Antigüedad y
actualmente algunas penas llevan consigo la privación de parte de los derechos
civiles; el condenado a alguna de estas penas queda, en parte, privado de la libertad
civil.
Libertad política, que consiste en la capacidad para participar en el gobierno del Estado.
Todas las dictaduras se caracterizan porque en ellas no existe este tipo de libertad. Pero
también en las democracias algunos individuos pueden verse privados de ella. Por
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ejemplo, en la antigua democracia ateniense, las mujeres, los esclavos y los extranjeros
carecían de libertad política; y en los EE.UU, los negros –que hasta mediados del siglo
XIX vivieron como esclavos– no vieron reconocidos sus derechos políticos hasta la
década de los sesenta del siglo XX; por otra parte, actualmente hay Estados en los que
algunas penas llevan consigo la privación de algunos derechos políticos (como, por
ejemplo, el de votar), de forma que el condenado a dichas penas queda en parte privado de
la libertad política.
Libertad de pensamiento; en sentido estricto, todo hombre goza de libertad de
pensamiento, ya que cada uno podemos pensar lo que nos dé la gana y nada
–afortunadamente aún no se ha inventado la máquina de «leer el pensamiento»– ni nadie
puede impedirlo; ahora bien, cuando se habla de libertad de pensamiento se refiere a la
libertad de expresar el pensamiento sin que ello lleve aparejada ninguna restricción o
castigo; es ésta una libertad que reiteradamente le ha sido negada a las personas y la
historia de las trabas a la libre expresión del pensamiento ha sido y todavía es una larga y
triste historia, en la que ahora no podemos detenernos. Modalidades de esta libertad de
pensamiento son, entre otras, la libertad de prensa y la libertad de cátedra (la libertad del
periodista de informar a sus lectores y la libertad del profesor para explicar a sus
alumnos).
Libertad religiosa, consistente en la capacidad de poder elegir aquella religión que cada
uno considere verdadera. Íntimamente asociada a la libertad religiosa está la libertad de
culto, consistente en poder realizar, sin trabas y sin restricciones, los actos de culto
establecidos por la religión elegida.
Todas estas libertades aludidas son de enorme importancia para el pleno desenvolvimiento
del ser humano y desde un punto de vista político, pero no son el objeto del tema que
estamos estudiando, el cual se refiere a la libertad de querer o libre albedrío.
1.2. LIBERTAD DE QUERER
La libertad de la voluntad (o libertad de querer o libre albedrío) se define como la
ausencia de determinación interna. ¿Qué quiere decir esto? Cuando se habla de actos
voluntarios –actos que suelen considerarse como específicamente humanos– hay un
momento llamado «la decisión», en el que el sujeto opta por una de las posibles
alternativas que se le habían planteado. Pues bien, la libertad de la voluntad se refiere
directamente a esta fase o momento de la decisión: cuando decidimos hacer una entre
varias alternativas, ¿decidimos libremente? Es decir, cuando Juan decide ir al cine en lugar
de al teatro, ¿esta decisión es libre, no está determinada por causas internas e íntimas a
Juan, incluso desconocidas para él, de manera que no podría haber elegido ir al teatro?
Indudablemente nosotros creemos que Juan podría haber elegido ir al teatro, pero pudiera
ser que tal creencia fuera errónea –de hecho muchas de nuestras creencias lo son–. Podría
ocurrir que nuestras decisiones fueran sólo aparentemente libres y que hubiera una
pluralidad de causas que obligaran, que inclinaran a la voluntad a elegir, a decidir en un
sentido determinado. Entonces podemos preguntarnos, ¿es libre la voluntad en sus
decisiones o no lo es? A esta pregunta se le han dado históricamente, y se le siguen dando,
dos grandes respuestas: la voluntad no es libre en sus decisiones (el determinismo), la
voluntad es libre en sus decisiones (el indeterminismo).

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2. EL DETERMINISMO
Esta teoría filosófica sostiene que la voluntad, al decidir, es sólo aparentemente libre, pero
que, en realidad, está necesariamente determinada a decidir en un sentido único; en
consecuencia, el hombre actúa tan necesariamente como el planeta en su órbita; del mismo
modo que Marte no puede optar por salirse de su órbita elíptica, así el hombre no puede
optar realmente por hacer esto o lo otro; lo que decide hacer, lo decide necesariamente, y
la llamada «conciencia de libertad» es mera apariencia, derivada de la ignorancia de las
causas que obligan a la voluntad a decidir.
Cuando Juan decide ir al cine, no podía haber decidido otra cosa (aunque erróneamente él
crea que sí); lo que sucede es que las causas determinantes de su decisión son
desconocidas, incluso para el propio Juan. Pero la opción entre ir al cine o al teatro es una
falsa opción, ya que necesariamente tenía que decidir ir al cine (del mismo modo que una
piedra, dejada libremente, tiene que caer verticalmente y con movimiento uniformemente
acelerado a tierra, sin que pueda optar entre caer o subir).
Como hemos visto el determinismo establece que hay unas causas que obligan a la
voluntad a decidir en un sentido fijo e ineludible. Según la naturaleza de tales causas
surgen las diferentes clases de determinismo que resumimos en el cuadro siguiente.

Determinismo
Laplace
físico

Determinismo Lombroso,
biológico Huxley, Wilson

Determinismo Durkheim, Lévi-


social Bruhl

CLASES DE
DETERMINISMO Determinismo
Skinner
educacional

Determinismo Schopenhauer,
psicológico Leibniz

Basado en el Griegos y
fatum (destino) romanos
Fatalismo y
determinismo
teológico
Basado en la
Calvinismo
existencia de Dios

2.1. DETERMINISMO FÍSICO


Para este determinismo el ser humano es un ser más entre los innumerables seres de la
Naturaleza; todos estos seres naturales –inorgánicos u orgánicos– están sujetos a leyes
físicas de inexorable cumplimiento, y el ser humano no va a ser la única excepción a ellas;
la creencia en la libertad de la voluntad se basa en un falso orgullo humano, en
considerarse el ser humano un ser excepcional dentro del Universo: el único ser que
escaparía a la inexorabilidad de las leyes físicas. El ser humano está sujeto en sus actos a
las mismas leyes físicas que puedan regular la marcha de los astros, si bien estas leyes
físicas son más numerosas y complejas en el caso humano; de ahí la dificultad o
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imposibilidad de predecir la conducta humana como se predice la marcha de un planeta o
de una estrella; pero esto se debe, no a la libertad de la voluntad humana, sino a la
complejidad de las leyes físicas reguladoras de la conducta humana y a la limitación de
nuestra inteligencia.
En este sentido, decía Kant en su Crítica de la razón pura al explicar este tipo de
determinismo: “Los principios determinantes de cada una de nuestras acciones residen en
lo que pertenece al pasado, en lo que ya no está en nuestro poder” y por ello, si
pudiéramos conocer todos los factores que intervienen en la decisión de la voluntad y, por
tanto, en la conducta de cada individuo, esta conducta se podría predecir “con tanta certeza
como la de un eclipse de Luna o de Sol”: la razón de esta predicción está, dice Kant, en la
suposición de que todos los fenómenos de la Naturaleza, incluidos los actos humanos,
están regidos por el principio de causalidad, según el cual, puestos unos antecedentes,
necesariamente se sigue un determinado consecuente y no otro.
El pensador que mejor ha expresado el determinismo físico ha sido Laplace: “Debemos,
pues, considerar el estado presente del Universo como el efecto de su estado anterior y
como la causa del que seguirá. Una inteligencia que, en un instante dado, conociera todas
las fuerzas que animan la Naturaleza y la situación respectiva de los seres que la integran,
abrazaría en la misma fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del Universo y
los del más ligero átomo; nada sería incierto para ella, y tanto el futuro como el pasado
estaría presente a sus ojos.” (Prefacio a la Teoría analítica de las probabilidades.)
El determinismo físico, como acabamos de ver en las palabras de Kant (que lo explica,
pero no lo defiende, como luego veremos) y Laplace (que lo explica y lo defiende), se
apoya en el siguiente argumento: la universalidad del principio de casualidad excluye
cualquier excepción; y el libre albedrío implicaría una excepción a dicho principio, ya que
la decisión libre de la voluntad no tendría una causa previa; por tanto, hay que rechazar la
existencia del libre albedrío.
2.2. DETERMINISMO BIOLÓGICO
También denominado determinismo fisiológico. Para esta versión del determinismo, la
vida psíquica y la conducta del ser humano están rigurosamente determinadas por el
estado del organismo en un momento dado. Causas bioquímicas serían la explicación de
todo cuanto le acontece a los seres humanos. Según este determinismo el ser humano es
un complejo de reacciones bioquímicas, fundamentalmente las producidas en el sistema
nervioso y el sistema endocrino. Tales reacciones, que se producen no libre sino
necesariamente, dan lugar a un determinado temperamento, el cual, determina la conducta
humana. La aparente libre decisión de la voluntad estaría determinada por la constitución
somática y por el temperamento, que a su vez son el necesario resultado del código
genético de cada individuo (en este sentido, hablar de determinismo biológico sería lo
mismo que hablar de determinismo genético). La cadena de causas que hacen necesario
al acto humano sería, pues, la que se refleja en el esquema siguiente.

código genético

constitución somática (sistema


nervioso y sistema endocrino)

temperamento

acto humano
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Como defensores del determinismo biológico citaremos a Lombroso, a Julián Huxley o,
más recientemente, a Eduard Wilson.
2.3. DETERMINISMO SOCIAL
Esta modalidad de determinismo sitúa en el medio social el origen de todas nuestras
acciones y decisiones.
Para este determinismo el factor determinante de la conducta humana, el factor que obliga
a la voluntad en su decisión, no es lo natural sino lo social, es decir, el medio social en el
que vive el ser humano; la característica fundamental de la organización y de la vida social
es la coacción, la presión social. El grupo social ejerce una poderosa presión sobre los
individuos, imponiéndoles normas de conducta, criterios de valoración, creencias, etc.
Esta coacción no se siente cuando el individuo acepta y cumple las normas sociales y, por
ello, cae en la ilusión de que es él mismo quien, espontánea y voluntariamente, las
establece o elige; la fuerza de la presión social sólo se pone de manifiesto cuando se
infringen dichas normas. Es algo análogo a lo que acontece con la corriente de un río, que
no es percibida por aquél que nada en el mismo sentido, pero que aparece poderosa al
nadar en sentido contrario. El individuo recibe de la sociedad todo su mundo mental y sus
hábitos de comportamiento; el individuo, al nacer, es una materia plástica y amorfa que,
con el paso del tiempo, va adoptando una determinada forma o configuración que no es
más que el resultado de la acción moldeadora del medio social en el que vive. De ahí que,
cuando el individuo cree elegir y decidir libremente, en realidad elige y decide
determinado por el medio social que le dio forma a su vida y a su pensamiento, que
estructuró su forma de pensar y actuar. Sólo así serían explicables las conductas tan
diferentes que, ante una misma situación fáctica, tendrían personas de culturas o épocas
diferentes. Para este determinismo, el ser humano viene a ser como una marioneta
manejada por el entorno social.
Defensores de este determinismo han sido Durkheim y Lévy-Bruhl.
2.4. DETERMINISMO EDUCACIONAL
En realidad este determinismo –también denominado “determinismo conductista”– es una
variante del determinismo social debida a Skinner; para Skinner, la libertad no existe; no
es más que una palabra para designar nuestra ignorancia de las causas que determinan
nuestra conducta; todos los comportamientos humanos están determinados por la
educación recibida desde la infancia; una educación que moldea totalmente la conducta de
los individuos mediante premios (que refuerzan la repetición de una conducta, por eso
Skinner los llama “refuerzos”) y castigos (que hacen que una conducta no se repita).
Skinner quiere mejorar la sociedad mediante la mejora de la educación; y considera que para
ello es preciso que desde la infancia –científicamente– se dirija, se condicione, la conducta
del ser humano mediante lo que él llama el “refuerzo positivo”, es decir, gratificándole
cuando realiza los actos debidos; de esta forma, reforzándole positivamente, conseguiremos
que la conducta del hombre sea correcta, sea buena y, junto con el individuo, mejorará la
sociedad. Naturalmente que el hombre no obrará bien libremente, sino determinado por los
refuerzos positivos –del mismo modo que la rata aprieta una palanca movida por el refuerzo
positivo de la caída de la comida. En palabras de Skinner:
“Si está en nuestras manos crear cualquier situación que sea agradable a una persona, o
eliminar cualquier situación que le desagrade, podemos controlar su conducta. Si queremos
que una persona se comporte de una forma determinada, nos bastará con crear una
situación que le agrade, o eliminar una situación que le desagrade. Como resultado,
aumentará la probabilidad de que se comporte de la misma forma en el futuro. Y esto es
precisamente lo que queremos. Técnicamente se llama «refuerzo positivo»” (Walden dos).

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2.5. DETERMINISMO PSICOLÓGICO
Según este determinismo la voluntad está siempre determinada por el motivo o
conjunto de motivos más fuertes; veamos cómo lo expone su más destacado
defensor, Schopenhauer. Compara el filósofo alemán la voluntad a una balanza; la
fase de deliberación se asemeja a lo que sucede en una balanza de dos platillos
cuando colocamos pesas en ambos: la balanza oscila, “delibera”, pero al final,
ineludiblemente, vencerá el platillo que tenga la pesa mayor; y esto sucede en la
deliberación, en la que los motivos –las pesas– hacen que la voluntad oscile, pero al
final e ineludiblemente la voluntad será obligada por el motivo más fuerte y decidirá
en tal sentido. Lo que sucede, seguirá diciendo Schopenhauer, es que nosotros
podemos conocer con toda precisión el peso de las pesas que colocamos en los
platillos, y por ello podemos predecir con seguridad de qué lado se inclinará la
balanza; en la voluntad, la fuerza o peso de los motivos no puede conocerse con
precisión en la mayoría de los casos, y por ello la conducta humana es imprevisible;
pero esta imprevisión no se debe a que la voluntad sea libre, sino a nuestra
ignorancia del peso de los motivos. La prueba de ello, dirá Schopenhauer, es que,
cuando los motivos pueden ser sopesados con nitidez, la conducta humana es
perfectamente previsible. Parafraseando y actualizando uno de sus ejemplos,
diríamos lo siguiente. A un grupo de personas se les ofrece esta alternativa: “Pueden
ustedes estar mañana a las nueve en punto en la puerta del Banco de España, donde
se le regalará a cada uno 20 millones de euros o bien estar a la misma hora de la
mañana en la autovía de Galicia donde se les dará un pico y una pala para que
trabajen gratis durante ocho horas”. ¿Qué sucederá?, pregunta Schopenhauer. En
este caso el peso de los motivos es tan claro que podemos predecir la conducta de
ese grupo de personas con tanta seguridad como se predice un eclipse solar: todas,
sin excepción, estarán a las nueve de la mañana en la puerta del Banco de España.
Entre los deterministas psicológicos también suele incluirse a Leibniz, un filósofo
anterior a Schopenhauer. En efecto, también Leibniz mantiene que la voluntad
sigue siempre al motivo más fuerte, ya que si la voluntad rechazase un motivo (un
bien) mayor a cambio de otro menor y en su decisión siguiera a este último, nos
encontraríamos ante algo completamente absurdo y carente de razón. Es decir,
cuando Juan decide ir al cine en vez de ir al teatro, su voluntad ha elegido ir al
cine porque considera que el bien que le supone ir al cine es mayor –y en este
sentido actúa como un motivo más fuerte– que el bien que le supone ir al teatro.
En conclusión, la voluntad estaría siempre determinada por el motivo o bien más
fuerte.
La paradoja del asno de Buridán
Con este nombre se atribuye al filósofo medieval Jean Buridán la formulación del siguiente
problema o paradoja: «Un asno que estuviese situado exactamente a la misma distancia
de dos montones de heno de igual tamaño y calidad no podría elegir entre ellos y, por lo
tanto, moriría de hambre». El burro se muere de hambre porque, aunque tiene comida a
su disposición, no es capaz de escoger (es decir, de establecer una preferencia) entre dos
bienes igualmente fuertes. En realidad, ya Aristóteles se había ocupado de esa cuestión (el
problema de las motivaciones iguales) en su obra Acerca del cielo. Buridán se ocupó de la
cuestión, justamente al comentar la obra de Aristóteles, pero no habló de un asno, sino de
un perro, por lo que si se quiere seguir atribuyendo a Buridán el origen de la paradoja más
bien habría que hablar del «Perro de Buridán».

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2.6. FATALISMO Y/O DETERMINISMO TEOLÓGICO
Según este determinismo la vida humana estaría conducida por una fuerza superior, por
un poder de naturaleza divina, al que el ser humano no podría resistirse o sustraerse. Este
determinismo ha tenido dos grandes variantes: a) el «fatalismo»; y b) el «determinismo
teológico».
a) Para el «fatalismo» existe un destino del que no podemos escapar. Nuestra vida está
dirigida por una fuerza superior a la que no podemos sustraernos: la anánke griega
(la necesidad) o el fatum romano (el destino, equivalente a la anánke griega); tanto
la primera como el segundo serían una fuerza impersonal, superior incluso al poder
de los dioses, ante la cual el individuo estaría indefenso, sin poder variar el curso de
los acontecimientos fijados por tal fuerza y quedando la voluntad humana obligada a
seguir el imperio de la misma. Esta creencia en un destino al que no podemos
oponernos es, en gran parte, la base de la tragedia griega, como puede verse,
por ejemplo, en Edipo rey. La creencia en el destino también fue un elemento
básico de la filosofía estoica.
b) Para el «determinismo teológico» la vida humana está totalmente determinada por
Dios. Si el ser humano fuese libre, argumenta, sería independiente de Dios, quien
por este sólo hecho ya dejaría de ser Dios. Es la tesis de la «predestinación divina».
Para los partidarios de esta forma de determinismo, la determinación de la
voluntad y de la conducta humana no es debida a una fuerza impersonal, sino a
la existencia de Dios. De un Dios cuya omnipotencia y omnisciencia implican
la negación de la libertad humana. De un Dios a cuyo poder e inteligencia (una
inteligencia que conoce el futuro) no puede escapar ningún acto humano; de
ahí que el curso de los acontecimientos esté fijado desde la eternidad por Dios
y que, por ello, no tenga sentido hablar de actos humanos libres. Esta tesis ha
sido defendida por el calvinismo.

Omnisciencia divina y negación de la libertad humana


Para los defensores del determinismo teológico, si Dios conoce el futuro
(omnipotencia→omnisciencia→presciencia), entonces el ser humano no puede ser
libre dado que Dios con anterioridad conoce todas nuestras decisiones, y Dios no
puede equivocarse (es decir, cuando Juan está deliberando sobre si ir al cine o al
teatro, Dios ya sabe a dónde irá –por ejemplo, al cine–, luego necesariamente Juan
tiene que elegir la opción que Dios ya conoce de antemano ya que si eligiese la
contraria –ir al teatro–, Dios se equivocaría, lo cual es absurdo).

3. EL INDETERMINISMO
Es la teoría filosófica defensora de que la voluntad humana al decidir lo hace
libremente, de forma que podría muy bien haber decidido en sentido contrario.
Juan decide ir al cine, pero podría perfectamente haber decidido ir al teatro. La
decisión de ir al cine es real, pero no necesaria. Y de ahí la imprevisibilidad de la
conducta humana, ya que no hay ningún factor que la determine.
3.1. PRINCIPALES ARGUMENTOS INDETERMINISTAS
Los principales argumentos dados por los filósofos indeterministas se exponen a
continuación.
Argumento psicológico
Es el argumento que parte de la experiencia personal, de la propia libertad; de la

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conciencia psicológica de que somos libres.
Todos tenemos un conocimiento inmediato, una intuición, de que somos libres, de que
decidimos hacer el acto A pero hubiéramos podido decidir hacer el acto B. La propia
conciencia psicológica de cada uno es la mejor prueba de la libertad de la voluntad.
Esta es la postura, por ejemplo, de Descartes, cuando nos dice: “Somos tan conscientes de
la libertad que hay en nosotros, que no hay nada que comprendamos tan evidente y
perfectamente” (Principios de Filosofía).
Una actitud semejante se encuentra en diversos filósofos denominados «existencialistas».
Tal es el caso de Karl Jaspers y de Jean-Paul Sartre, para quien la libertad es la misma
esencia del hombre: “El hombre no existe primero y es libre luego,
sino que no hay diferencia entre el ser del hombre y su ser libre ... estoy condenado a ser
libre. Esto significa que no se podrían encontrar a mi libertad otros límites que ella misma,
o, si se prefiere, que nosotros no somos libres de dejar de ser libres» (El ser y la nada).
Argumento moral
Los indeterministas argumentan que además de la conciencia psicológica de nuestra
libertad existe una conciencia moral que no tiene sentido sin ella. Según este punto de
vista, la existencia de la moralidad presupone la existencia del libre albedrío. En efecto, si
no presuponemos que el ser humano es libre, no tiene sentido hablar de deber, ni de
responsabilidad, ni de mérito o demérito en lo que hacemos. Si el ser humano realizase sus
actos necesariamente, sería absurda la existencia del deber, de normas éticas que
ordenasen hacer un acto o no hacer tal otro (como sería absurdo dictar normas al
movimiento de un planeta); y tampoco sería ningún ser humano responsable de sus
actos, como no lo es el mosquito que nos pica un día de verano; y tampoco el que procura
el bien de los demás tendría mérito y el que procura su mal demérito, dado que cada uno
hace lo que hace necesariamente, sin poder hacer otra cosa; y no tendría ningún sentido
elogiar el comportamiento del primero y censurar el comportamiento del segundo. Este
argumento fue defendido Kant.
Argumento sociológico
Este argumento se basa en el hecho de que en todas las sociedades humanas existen de
leyes coactivas que tratan de regular el comportamiento de las personas. Según los
defensores de este argumento, dichas leyes presuponen la libertad y carecerían de sentido
sin ella. ¿Para qué dictar una ley estableciendo que el que cometa un asesinato será
castigado, si el ser humano no es libre, si lo que hace lo hace necesariamente? Sería tan
absurdo como dictar leyes contra las langostas que destruyen las cosechas.
Argumento metafísico
Los defensores de este punto de vista parten de la afirmación de que la voluntad, por su
naturaleza, tiende hacia los bienes conocidos por el entendimiento. Según ellos, la
voluntad humana solo se vería arrastrada por un bien infinito y absoluto. Ante el bien
absoluto y completo, la voluntad no sería libre para quererlo o no quererlo: necesariamente
se vería forzada a quererlo. Sin embargo, ante los bienes cognoscibles por el
entendimiento humano, que son siempre bienes limitados, parciales y relativos, la
voluntad es libre para quererlos o no quererlos, para elegir unos u otros (o para, ayudada
de una inteligencia que siempre es capaz de concebir un bien mayor, dirigir nuestros pasos
hacia un bien nuevo todavía inexistente). En conclusión, la voluntad nunca quedaría
determinada por los bienes que percibimos o imaginamos los seres humanos.

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3.2. PLANTEAMIENTO ACTUAL
En la actualidad, los pensadores partidarios del determinismo se agrupan en dos grandes
facciones: los partidarios del determinismo biológico (es decir, genético) y los partidarios
del determinismo social (que, por supuesto, incluiría el determinismo educacional). Frente
a estos, los pensadores que defienden el indeterminismo sostienen que los factores
biológicos y sociales nos condicionan pero no nos determinan. Admiten que,
ciertamente, los seres humanos estamos condicionado por el temperamento con que
nacemos y por el medio social en que vivimos, de modo que no somos absolutamente
libres. Pero defienden que todos esos factores no anulan nuestra iniciativa al actuar, es
decir, actuar con libertad, salvo en casos excepcionales. Es más, estos factores
condicionantes no solo no eliminan la libertad sino que la posibilitan. Quiere esto decir
que los factores condicionantes de nuestra vida que nos vienen dados y nosotros no
elegimos constituyen un conjunto de circunstancias limitadoras y, al mismo tiempo,
posibilitadoras de nuestra libertad. Parece una paradoja pero no lo es. Podemos verlas de
una manera y de otra porque, en realidad, juegan ese doble papel. Son las circunstancias
que establecen los límites iniciales del ejercicio de nuestra libertad (y esto lo que significa
es que nuestra libertad no es infinita o absoluta, no es omnipotente) y, al mismo tiempo, el
conjunto de posibilidades (es decir, la base) para nuestras elecciones y proyectos.
Fernando Savater expresa esta idea diciendo que no somos libres para “elegir lo que nos
pasa” (los factores condicionantes de nuestra vida que nosotros no elegimos) pero sí para
“responder a lo que nos pasa de una manera o de otra”. Es más, como diría Sartre, dentro
de sus circunstancias, el ser humano está obligado a elegir y en ello radica la esencial
indeterminación o libertad que le caracteriza.
José Antonio Marina expresa la misma idea con una metáfora que toma prestada de
Schopenhauer. La metáfora del juego de cartas. A cada uno de nosotros –en la vida y en
el juego– se nos reparten unas cartas que no podemos elegir: cartas biológicas o sociales,
en un caso; naipes en el otro. En ambos casos sucede algo parecido: tanto en el juego de
naipes como en la vida uno tiene que elegir qué hace con las cartas que le han tocado. Lo
cual le sirve a J. A. Marina para añadir que nuestro éxito en la vida, como en el juego,
depende de lo que elijamos hacer con las cartas que nos han repartido.
“Yo soy yo y mi circunstancia”
(Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote)

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