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LETRAS ANTES, CONTRA Y POR LA INSURGENCIA

Por Mariana Ozuna Castañeda ∗

La queja es la versión degradada de la revolución


Pascal Bruckner, La tentación de la inocencia

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, los novohispanos como el resto de las sociedades del

Imperio español, se enteraban del acontecer del mundo por varios medios: conversaciones con

viajeros, tertulias, lecturas de libros, folletos, periódicos que llegaban de Europa o de la vecina nación

del norte, y por supuesto gracias a la Gaceta que se publicaba en el reino. Aunque la Ciudad de México

era una rica y populosa urbe, que contaba con universidad, vida literaria y artística, y que concentraba

a prominentes familias mineras y desarrollaba un pujante comercio amplio y diverso, la imprenta, sin

embargo, no se había desarrollado paralelamente. Si consideramos que al dieciocho se le conoce como

el siglo de la conquista del impreso en Occidente, esta apreciación no es ociosa.

Ciertamente la imprenta como negocio no logró desarrollarse en el reino como sí sucedió

allende el Atlántico, y en las vecinas Colonias del Imperio Británico. La Corona española mantuvo un

férreo control no sólo en la circulación de impresos, sino también en la producción de los mismos, los

reinos americanos vivían bajo una política de censura.i Esto sin embargo, no impidió que el impreso

circulara, incluso el prohibido, ni que hubiera un mercado creciente y cada vez más amplio: había

pues mercado, pero no una industria editorial interna que se desarrollara de manera paralela. Esta

situación convertía al mercado novohispano en consumidor de impresos, más que en productor

(Gómez El comercio). A pesar del control, el sentir y pensar de los novohispanos se expresaba.

Creemos que los textos impresos o manuscritos que circularon antes y durante la Insurgencia dan

                                                                                                               

Profesora del Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
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ricas claves culturales sobre el proceso vivido durante aquellos años, en los cuales algunos pasaron de

la disidencia a la insurgencia, este proceso provocó reacciones en los opositores y dejó huellas en los

textos insurgentes. Tanto en las reacciones como en las huellas se nos ofrecen, con menos velos, el

verdadero discurso de quienes pretenden seguir dominando y el de algunos oprimidos que

abandonaron la resistencia y optaron por la lucha.

La lucha se tornó ruptura irrevocable, la presencia y acción del pueblo bajo dotó al

movimiento rebelde de un componente social que sin duda influyó en quienes articulaban el discurso

ideológico del movimiento insurgente, éste ensanchó sus límites, y sus fines fueron llevados a un más

allá, ese más allá se configura en los comunicados del movimiento de Miguel Hidalgo, José Ma.

Morelos y de la Constitución de Apatzingán. Hay pues un salto entre la práctica disidente de la

república letrada que se agita antes de 1810 y el más allá adonde esta práctica parece llegar con la

impronta del componente social. En ese más allá columbrado en el seno de la agitación armada se

pergeña una nación libre, justa, incluyente, donde la justicia social es la condición para otro inicio,

donde la dignidad humana de las mayorías no puede postergarse un día más. Proponemos apenas un

asomo a este proceso.

Escribir para pensarse, para encontrarse…

En la Nueva España de 1722 año en que inicia la publicación de la primera Gaceta y hasta 1809 se dan

diferentes esfuerzos por imprimir un medio donde se dé cuenta del acontecer novohispano. En las

diferentes gacetas que tuvo el reino se informa de lo local y también de lo peninsular, pero en

términos noticiosos sobre todo. Es decir, eran noticias sobre comercio, hechos insólitos,

nombramientos, “partos monstruosos”, “granizos de extraña magnitud”, arribo y salida de

embarcaciones, pero no se hacía opinión (Ruiz Castañeda 74). Con todo, este ejercicio periodístico

fue importante porque se esmeró en tratar los asuntos del “aquí y ahora” del reino.
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Pensar, hablar, escribir y leer sobre los asuntos locales, no es sino parte de la condición de

desarrollo de las sociedades urbanas modernas; para el caso de las sociedades coloniales esa práctica

estrechaba tanto la sociabilidad particular de los “americanos”, como reforzaba su saberse “otros”

dentro del imperio, pues su “aquí y ahora” era diferente al “aquí y ahora” de los “europeos”. Más aún,

el mundo novohispano corroboró gracias a las reformas borbónicas —nueva visión administrativa de

Carlos III que reconquistaba para sí las riquezas ultramarinas—,ii que las diferencias entre el mundo de

la Metrópoli no eran sólo de naturaleza geográfica, por mucho que se afirmara muchos españoles

americanos no gozaban de los mismos reconocimientos que los españoles europeos, de hecho,

aquéllos comenzaron a ver en éstos a una índole de insaciables depredadores.

La diferencia de realidades y la práctica periodística y letrada de “hablar de sí mismos y de sus

asuntos” que ya existía, hace relevante que en años precedentes a la insurgencia se fundara el Diario de

México (1805-1817). Finalmente los letrados de la ciudad de México tenían un espacio que, a

diferencia de las previas gacetas, aparecía todos los días e invitaba a los literatos a publicar sus

producciones poéticas. La labor de publicar trabajos literarios, reflexiones, noticias y discursos,

gestionó la aparición “pública” de la comunidad escritora, al tiempo que se produjo una comunidad

lectora, ambas ocupadas en pensar, compartir y discutir por medio de las ideas: la publicación de

polémicas literarias oxigenaba el espacio público con los razonamientos de individuos de pensares

diversos. El Diario muestra una comunidad escritora crítica y diversa, que contaba con lecturas

modernas en materia retórica, literaria, de filosofía moral y política. Y aunque al Diario le estaba

prohibido abordar asuntos políticos y se publicaba bajo aprobación de las autoridades, su presencia

cotidiana, las producciones originales ahí impresas, así como el vigor de las polémicas y los anuncios

sobre compra y venta de libros, además de tocar asuntos científicos, agrícolas, económicos, etc.,

revelan a una república letrada activa y al día de los asuntos, entusiasta por llevar a esa plataforma

civilizada su versión de lo propio.iii Escribir y publicar para los redactores del Diario, para los autores
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ahí impresos y para los lectores cristalizaba el deseo de la comunidad letrada novohispana de

reproducir el ambiente letrado que, bien sabían, se vivía en las urbes europeas.

A pesar del control de las autoridades, hubo siempre (desde el siglo XVI) manifestaciones de

inconformidad sobre el orden colonial: las que se mantenían en la oralidad, conversaciones impropias,

recitación de versos burlescos, tertulias donde se discutían temas perseguidos por prohibidos; o bien

se daban en forma manuscrita o impresa de sátiras anónimas, textos burlescos o discursos críticos, que

la Inquisición se ocupaba de prohibir y recoger. Mientras la voz viva era efímera y podía ser

malinterpretada, el impreso estaba fijo, podía ser transcrito, pasar de mano en mano, ser leído en voz

alta o recitado de memoria. Hacer circular un impreso clandestino ponía en el espacio público —de

uso y regulación exclusiva del poder, al menos eso se pretendía—, un discurso oculto que expresaba

el resentimiento y descontento de grupos de la sociedad.iv Éstos disentían pero no necesariamente

estaban dispuestos a elaborar su inconformidad más allá de las palabras y pasar a la acción.

Años antes de la fundación del Diario de México, en Londres el jesuita expulso Juan Pablo

Viscardo y Guzmán (1748-1798) como muchos otros, observaba los recientes acontecimientos en

Francia. Ahí, en 1792 escribió la Carta dirigida a los españoles americanos, concebida en español,

traducida después al francés por su autor; muerto éste, Francisco Miranda —el aventurero,

expedicionario, conspirador venezolano e iniciador de la independencia en esa región sudamericana—

recibió en Londres los papeles de Viscardo por manos del ministro estadounidense Rufus King.

Miranda publicó la carta en francés en 1799 (Lettre aux Espagnols-Américains) en Londres, pero con el

presumiblemente falso pie de imprenta de Filadelfia —otro espacio donde bullían las ideas—, desde

ese momento la Carta de Viscardo circuló ampliamente: apareció impresa en Londres en español

(1801) de nuevo por auspicios de Miranda, quien la distribuyó en Venezuela en 1806 cuando arribó

en una expedición; el texto se editaría una y otra vez en español entre 1810 y 1822;v finalmente

Miranda también participaría en la traducción en 1808 de la obra al inglés (hubo segunda edición en
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1810). En 1806, cuando Miranda llegó a Venezuela distribuyó copias de ella; en 1810 en México la

Inquisición condenó la Carta por “revolucionaria y sofística”, y se la creía mucho más temible y de

“más peligro en América y especialmente en México, que todos los cánones del actual déspota el

intruso Bonaparte” (Brading 110); más significativo aún es saber que en 1812, Los Guadalupes —la

sociedad secreta integrada por criollos que pugnaba por un gobierno autónomo dentro de los límites

legales de la monarquía— envió una copia al entonces General del Sur, José María Morelos.

Portada de Carta derijida a los Españoles Americanos por


Uno de sus Compatriotas. Impreso en Londres por P.
Boyle, Vine Street, Piccadilly, 1801.

Desde el inicio de este folleto la fuerza de su elocuencia atrapa al lector o escucha:

Hermanos y Compatriotas:

[…] El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra, y en ella es que debemos
examinar nuestra situación presente para determinarnos, por ella, a tomar el partido necesario
a la conservación de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores.
Aunque nuestra historia de tres siglos acá, relativamente a las causas y efectos más dignos de
nuestra atención, sea tan uniforme y tan notoria, que se podría reducir a estas cuatro palabras,
ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación; conviene sin embargo que la consideremos aquí con
un poco de lentitud (Viscardo 73, el énfasis es mío).

Salta a la vista que Viscardo eligió la forma epistolar por las varias ventajas que ofrece: 1) la

intimidad y amistad implícita en la correspondencia dada en la salutación y, antes, en el título e

identificación del remitente, la misiva se dirige a los Españoles Americanos y proviene de uno que se
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identifica también como español americano; 2) el abuso de la primera personal del plural tanto del

pronombre “nosotros”, como del posesivo genera varios efectos: identifica al remitente y a los

destinatarios como pertenecientes a un mismo grupo, el de los “españoles americanos”; la repetición

en tan breve párrafo intensifica el efecto de que quien habla es un “quienes” hermanado, y que

representa a ese colectivo-restringido. Importa el párrafo por el uso que hace Viscardo del adjetivo

gentilicio “españoles americanos”, empleado por las autoridades peninsulares y por los “españoles

europeos” para distinguirse de los nacidos en América. De suerte que este adjetivo

—discriminatorio y ofensivo— adquiere otro sentido cuando se reasume en el discurso que esgrimen

los americanos para los americanos, partiendo de la visión que de sí han desarrollado.

La expresión “españoles americanos” ya no discrimina sino que identifica a los legítimos

sujetos de América, transformando el sentido de “mancha” del gentilicio en atributo, pues para

Viscardo el Nuevo Mundo, su historia y su destino son cosa de sus habitantes, pertenecen a sus gentes,

los españoles americanos como él. Por esta operación se ha invertido la fuerza negativa del adjetivo,

que continúa excluyendo, sólo que ahora excluye a los europeos, quienes se han convertido en los

“otros”, los extranjeros. “Españoles americanos” además suprime la diferencia entre reinos —Nueva

España, El Perú, Nueva Granada, etc.—, empleada por la administración central de la Corona

española, y enfatiza el común denominador: América.

Disentir era una de las prácticas que los pueblos originarios, los criollos y las llamadas castas

practicaron durante trescientos años, ya fuera de manera oblicua, ya frontal, ya en la plazuela de las

letras o mediante otras prácticas.vi La Carta de Viscardo no se queda en disentimiento, va más allá de la

queja o la denuncia. Éstas siguen siendo esfuerzos de comunicación vertical por hacerse escuchar ante

las autoridades, esfuerzos que aunque desoídos reconocen el orden: de abajo hacia arriba, de la

periferia al centro; de hecho se exige que la autoridad cumpla su función de autoridad interviniendo

en los abusos o protegiendo a los súbditos.vii La Carta deja la comunicación vertical y emprende la
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osadía de entablar una relación horizontal, entre oprimidos —“Hermanos y Compatriotas”—,

exhortándolos en la frase: “debemos examinar nuestra situación presente para determinarnos, por ella, a

tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores”; el

exhorto es a pensar y actuar unidos, considerando no sólo su “aquí y ahora” sino el “propio” futuro; no

ya el del Imperio Español, sino el que se abre ante ellos. Estos podrían ser algunos de los sentidos de

la frase de Viscardo. Parafraseando al jesuita, la insurrección de Miguel Hidalgo y Costilla puede

interpretarse como la expresión de un grupo determinado a tomar el partido que creyó necesario.

Herir de muerte al virreinato

Por lo que respecta a la Revolución de Independencia en nuestro país, la enseñanza de la historia

nacional ha privilegiado la gesta bélica, reduciendo un proceso social, económico y político a su fase

de lucha armada.

Como se sabe el impreso dio a la cultura escrita una dimensión sin precedentes, y tanto los

insurgentes como los realistas estaban conscientes de la fuerza de la letra impresa, así que a la par de

los cañones había una guerra de papeles, mejor lo expresa el impecable estilo de Luis G. Urbina:

Y mientras la revolución crecía, con voracidad de llama estimulada por el viento, mientras se
ponían en acción hombres de un vigor y de una voluntad prodigiosos, mientras las multitudes
ciegas y famélicas se desbordaban como una inundación sobre campos labrados, sobre ciudades
del Bajío, la literatura tomaba su parte en la agitación. (Urbina, Antología del centenario
LXXXVIII)

Por supuesto, las autoridades tenían a su servicio tanto la prestigiosa red ideológica de la

Iglesia —los púlpitos—, como las plumas de notables letrados (muchos también eclesiásticos); por su

parte los insurgentes se esmeraron en dar la batalla en ambos frentes, imprimiendo textos donde se

sustentaba ideológicamente la lucha y se informaba a la nación. La insurgencia padecía la nutrida

metralla de bandos y edictos de la autoridad, y de papeles realistas.


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Así, por ejemplo leemos en uno de los quince Diálogos patrióticos. Entre Filopatro, Aceraio y

Morós (1810), cómo dos personajes evidentemente letrados —pues reciben las noticias de la

insurrección por medio de una carta— externan sus opiniones sobre el levantamiento y sobre

Hidalgo:

Fil[opatro].― ¿Qué novedad es esta, querido Aceraio? ¿Tan temprano fuera de casa?... ¡Mas qué
miro! ¿Tú lloras? ¿Dime qué ha sucedido?
Acer.― ¿Qué ha de ser? Que el cielo se ha cansado de que seamos los americanos los hombres
más felices de todo el orbe.
Fil[opatro].― ¿Cómo? explícate: no me confundas.
Acer.― En Tierradentro... en san Miguel, el pueblo de Dolores, ... Mas, lee, amigo, esa carta
que acabo de recibir de Querétaro, y te enterarás de las funestas noticias, que son causa de mi
aflicción.
Fil[opatro].― ... ¡Santo Dios! ¿Pero será esto cierto?
Acer.― Se ha comunicado de oficio al gobierno: México está lleno de iguales cartas auténticas; se
han tomado ya providencias sabias y ejecutivas, y van a salir tropas en esta mañana.
Fil[opatro].― ¡Mal grande, amado Aceraio! es preciso que lo confiese. Pero, tranquilízate.
Pluguiera al cielo que jamás un español americano no hubiera cometido tales bastardías;
esto es lo más sensible. Por lo demás, no temas consecuencias mayores. Es una chispa
infernal: cierto. Mas el fuego no se extenderá; yo te lo aseguro; se apagará en su origen.
[…]
Acer[aio].― Vamos al otro jefe [antes se habló de Allende]. El doctor Hidalgo.
Fil[opatro].― ¡Qué doctor ni qué calabaza!... No ha criado la Universidad de México monstruos
de esa clase.
Acer[aio].― Así le llaman. En fin un hombre de sesenta años, criado siempre en el ocio y el
regalo...
Fil[opatro].― Déjate de pinturas: no descubras lo que para el caso es lo menos. Fijémonos
únicamente en que es un sacerdote y un párroco ¡Dios inmortal! ¿Un ministro del santuario,
cuyo oficio era ofrecer la ostia inmaculada y pacífica, se ve hoy a la cabeza de una tropa
sanguinaria? ¿El que tantas veces tuvo en sus manos el cáliz de la sangre preciosa, que pacificó
al mundo y reconcilió a los hombres con su Dios, hoy derrama por esos campos y pueblos la
sangre de sus feligreses y hermanos? ¿El que anunció tantas veces con el cuerpo de Jesucristo
entre los dedos la paz perpetua a los hombres: Pax domini sit Samper vobiscum, hoy se atreve a
introducir la división, la discordia y la anarquía entre nosotros?
Acer[aio].― Cosa horrible e inaudita aun entre los mismos bárbaros franceses […] (Hernández y
Dávalos II, docto. 257, el énfasis es mío)

Este tipo de folletos pretende desestimar los fundamentos ideológicos de la insurrección,

durante los diálogos los personajes examinarán, aparentemente, los motivos expuestos por Hidalgo y

el movimiento y “demostrarán” su falsedad. Hay muchos escritos semejantes que optaron por un

discurso persuasivo, lo que nos permite tras doscientos años, preguntarnos desde qué visión de
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mundo se expresaban las ideas monarquistas, qué defendían más allá de la legitimidad de Fernando

VII, qué era lo que se atacaba cuando se atacaba el levantamiento del cura de Dolores, a qué se temía

con la independencia.

Un caso notable es el diálogo titulado Desengaño a los indios haciéndoles ver lo mucho que deben a

los españoles. Conversación que tuvieron en el Campamento de esta Ciudad un Dragón con una Tortillera y su

marido Pasqual, y la presenció A.V., texto que apareció como folleto en dos partes, publicado también en

1810. En el diálogo el militar desea hacer ver a la oficiosa mujer cómo ha mejorado la condición de

los indios desde la llegada de los españoles, le insiste que antes no había “bueyes ni fierro” por lo que

bajo el dominio de los señores indígenas trabajaban muchísimo y pasaban hambre, que “lo mismo

sucedía con las minas, que era como si no las tuvieran, porque ni las trabajaban como ahora”, y

asegura que antes eran antropófagos; por supuesto que tanto la tortillera como su marido, Pascual,

quedan convencidos por las “razones irrefutables” que da el Dragón y terminan denostando la causa de

Hidalgo.

Otro texto semejante es El militar cristiano contra el padre Hidalgo, y el capitán Allende. Diálogo

entre Mariquita y un soldado raso, firmado por Durangueño L. F. E. Como en el anterior se da por

sentado que sólo los ignorantes, i. e., el pueblo bajo, la “chusma” puede unirse a la insurrección. Ya en

los Diálogos patrióticos se dice que “el populacho no discurre con tanta finura y acierto, y para la gente

del campo dos charreteras en los hombros equivalen a un bordado de general” (Hernández y Dávalos

II, docto. 257).

No es la finalidad de este trabajo analizar a profundidad estos textos, no obstante haré breves

señalamientos. Tipificar a los indígenas y campesinos —muchos de ellos pueblos indígenas— como

ignorantes, seducidos por los ofrecimientos de Hidalgo para hacerse con el botín de guerra,

transformándolos en turba criminal, exhibe el discurso que legitima orden colonial, que naturaliza el

despojo y el desprecio por las comunidades indígenas y el pueblo bajo. Se hace patente además la
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conciencia de los grupos dirigentes de que era prioritario controlar a la población indígena para

mantener el orden que los beneficiaba. Si Hidalgo lograba convocar a este amplio sector, el régimen

colonial enfrentaría a “un ejército terrible como una langosta” (Hernández y Dávalos II, docto. 257) .

Entre los más furibundos papeles se encuentra El Anti-Hidalgo, con el subtítulo: Cartas de un

Doctor Mexicano al Br. D. Miguel Hidalgo Costilla, ex-cura de Dolores, ex-sacerdote de Cristo, ex-cristiano, ex-

americano, ex-hombre y Generalísimo capataz de salteadores y asesinos, escrito —según la Antología del

Centenario— por Ramón Casaus y Torres (1765-1845), también publicado en 1810. El folleto consta

de 16 cartas publicadas durante los meses en que Hidalgo guiaba el movimiento.

Este texto es especialmente virulento, pues como su título lo indica se esmera en degradar al

jefe de las fuerzas insurgentes. Se indica primero que nada que Hidalgo es bachiller —grado inferior al

del remitente “un Doctor Mexicano”—, lo que establece la relación desigual entre un inferior y un

superior, tanto en el grado de conocimientos como en jerarquía; luego arremete contra su calidad

como miembro de la corporación religiosa y del cuerpo cristiano: ha dejado de ser cura del pueblo de

Dolores, si ya no es sacerdote de Cristo, quizá lo sea de Satanás; no es más cristiano lo que implica

que es hereje. Se pasa después a sus atributos como ser humano: si es ex americano, esto parece una

argucia para separar “la manzana podrida” del resto, lo que se diga de Hidalgo no se dice de todos los

americanos, la invectiva se refuerza en los límites de la persona a quien denigra sin intentar hablar

sobre las razones de la insurrección. Finalmente, si ha dejado de ser hombre, se debe a que ha

descendido al escaño irracional de las bestias. El autor del folleto le concede ser Generalísimo

—cargo con que Hidalgo firmaba sus comunicaciones— pero no de ejércitos, sino como capataz de

delincuentes.

Degradar a Hidalgo ante sus lectores se realiza, entre otros recursos, mediante multitud de

epítetos: “Muy enemigo nuestro” (carta II); “Señor Bachiller Catilina” (carta IV); “Impudentísimo

Bachiller Costilla” (carta V); “inhumano Costilla” (carta VIII); “Br. Allophilo o extrangero, y bárbaro
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Sarmata” (carta IX); “Bachillerejo Costilla” (carta XI); “Bachillerejo Jason” (carta XIII); “Bachillerejo

Baubacz, zorro Costilla” (carta XV) y “Zorrillo Bachillerejón Costilla” (carta XVI) (Hernández y

Dávalos, II, docto. 256); o bien achacándole vicios como la ambición, la envidia, y otros del vientre

bajo como la embriaguez y la lascivia.

Atacar al movimiento por medio del ridículo, denigrando a los cabecillas, reduciendo su

importancia y trascendencia por el vituperio, o bien vinculándolo con enemigos externos o peligros

inminentes —en este caso el peligro es Napoleón y su invasión; pero en otros tiempos lo han sido el

“comunismo”, “las fuerzas oscuras de…”, algunos recordamos la frase “López Obrador es un peligro

para México”.

Aproximar a los insurgentes o a las autoridades virreinales a Napoleón era acusarlos de

traición. El poder colonial ocupó el espacio público con una sola versión: que Hidalgo y sus

seguidores eran herejes, traidores y agentes del Corso, que quienes lo siguieran sufrirían las

consecuencias, y quienes se arrepintieran serían indultados. Sin duda estos ataques impresos forman

parte de las manifestaciones públicas indispensables al poder para exhibir su imagen de fuerza, son

símbolos de su unidad, orden, previsión, inteligencia, razón, que ahuyentan el desaliento y la

fragmentación.

No hay que perder de vista que Hidalgo no era como José Gabriel Condorcanqui, conocido

como Túpac Amaru, quien encabezó la impresionante insurrección del 4 de noviembre de 1780 en el

virreinato del Perú, ni como los líderes de la Revolución de Haití. Hidalgo era un hombre blanco, que

participaba de los derechos de su nacimiento, pues era letrado, miembro del cuerpo eclesiástico y

profesor universitario. Su acto de disidencia era simbólicamente más peligroso que el de los esclavos

del Caribe y que el de los pueblos que siguieron a Túpac Amaru; Hidalgo es uno de los “otros”, su

insurrección debilita la imagen del poder de los blancos, es traición hacia los “españoles” en general y

hacia el grupo de los criollos que no desean trastocar la estructura del poder colonial sino ejercer el
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poder.viii Su acción deja ver que hay fisuras entre los que dominan. A la larga los grupos en el poder se

fragmentaron, de suerte que a pesar de lo breve de la campaña del párroco-militar de Dolores, en

retrospectiva sabemos que fue definitiva, como bien lo dice Edmundo O’Gorman:

Fue tan violenta, tan devastadora la revolución acaudillada por Hidalgo que siempre nos embarga
la sorpresa el recordar que sólo cuatro meses estuvo al mando efectivo de la hueste. En el
increíblemente corto espacio de ciento veinte días, aquel teólogo criollo […] dio al traste con un
gobierno de tres siglos […] no hay duda de que fue él quien hirió de muerte al virreinato. (157-
158)

Letras insurgentes, visiones de la utopía social americana

Ciertamente, en términos de suministros de papel, número de imprentas y redes de circulación, la

fuerza de los impresos insurgentes era minúscula comparada con la de las autoridades, sin embargo,

en recientes trabajos Cristina Gómez parece demostrar que el manuscrito fue un importante medio de

difusión de los impresos insurgentes. La articulación del impreso y el manuscrito se ha pensado en una

sola dirección, donde el impreso es un estadio posterior que supera al manuscrito, pero ha de

considerarse que las condiciones en las que se lleva a cabo la lucha se combinan con las prácticas que la

sociedad había venido llevando a cabo para circular los textos prohibidos: transcribir,ix resumir,

memorizar.x Así, en ocasiones tras el impreso venía la copia manuscrita, una práctica poco

considerada junto con otras, y que debiera atraer nuestra atención al momento de ponderar la

penetración, circulación e impacto del impreso en sociedades como la novohispana y la del México

independiente a la luz de factores como la censura, la escasez de papel, el número controlado de

imprentas, entre otros.

Interesa ahora, después de una panorámica mirada a algunos impresos contrarios a la

insurgencia, aproximarnos mínimamente al estilo con que Hidalgo decidió dirigirse a los habitantes de

la aún Nueva España, que bien mirado por su sencillez y hondura debiera reproducirse en la enseñanza

de la historia nacional junto con la narración mitificada del Grito de Dolores. Tanto los textos de
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Hidalgo como los de Morelos hablan de acciones, de ideas, de prácticas y de “deseos” que animan un

ambicioso proyecto político. Veamos.

Don Miguel Hidalgo y Costilla generalísimo de América y etcétera

Desde el feliz momento en que la valerosa nación americana tomó las armas para sacudir el
pesado yugo, que por espacio de cerca de tres siglos la tenía oprimida, uno de sus principales
objetos fue extinguir tantas gabelas con que no podía adelantar su fortuna; mas como
en las críticas circunstancias del día no se puedan dictar las providencias adecuadas a aquel fin,
por la necesidad de reales que tiene el reino para los costos de la guerra, se atienda por ahora a
poner el remedio en lo más urgente para las declaraciones siguientes:[…] (Hernández y
Dávalos, II, docto, 152, negritas mías)

Vemos que hay coincidencias entre el párrafo de la Carta de Viscardo y Guzmán reproducido

antes, y el “Bando del señor Hidalgo declarando la libertad de los esclavos dentro del término de diez

días, abolición del tributo, y otras providencias” (Guadalajara, 6-dic-1810). Salta a la vista que se

repita la idea de que durante casi tres siglos de dominación española la América española ha sufrido un

régimen de depredación, importa esto porque deja ver que tanto Hidalgo, como Viscardo, Miranda,

Mier, Morelos y otros han impuesto un límite temporal a un estado de cosas, ubicando su hacer y

decir al final de una era y el amanecer de otra. De qué otra manera se explica la fuerza y alcance de las

acciones tanto de Hidalgo, como de Morelos, José María Cos, Ignacio López Rayón y Mariano

Matamoros, no me refiero sólo a las militares, sino sobre todo a las de carácter simbólico político:

asumirse depositarios de la nación soberana, encabezar una revolución durante la cual dictaron

bandos, fundaron instituciones de gobierno como la Junta de Zitácuaro, el Congreso de Chilpancingo,

y generaron documentos inaugurales como los Sentimientos de la Nación y la Constitución de

Apatzingán. Acababan con un orden e instauraba otro.

Es el carácter simbólico de los impresos producidos por la insurgencia el que interesa resaltar:

no son notificaciones o informaciones, sino verdaderos actos de habla, ya que tales impresos eran

asumidos como disposiciones de gobierno que esperan ser escuchadas y obedecidas. Hay que advertir

que estos actos legitiman y refuerzan —ante sí mismo primero y luego ante otros— la imagen de “ser
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gobierno” de los insurgentes. Así, el gobierno formado viene a suplir al “mal gobierno” que durante

casi trescientos subyugaba a la “valerosa nación americana”. Este nuevo gobierno no se conforma con

responder a las acusaciones del “mal gobierno”, sobre todo se interesa en “hablarle a la nación” sobre

el fin de una era y el amanecer de otra. De suerte que impresos como el “Bando” antes citado, poseen

una doble carga simbólica: por una parte fundan y hacen gobierno; por otra fundan un nuevo presente

a partir del cual se saldarán las cuentas con el pasado, es decir: “se atienda por ahora a poner el remedio

en lo más urgente”. ¿Qué es lo más urgente para Miguel Hidalgo en ese su ahora de diciembre de 1810

en Guadalajara?

En el conocido como “Bando sobre tierras y esclavos” de 5 de diciembre de 1810, se lee:

Don Miguel Hidalgo y Costilla, generalísimo de América y etcétera.


Por el presente mando a los jueces y justicias del distrito de esta capital, que inmediatamente
procedan a la recaudación de las rentas vencidas hasta el día, por los arrendatarios de las rentas
pertenecientes a las comunidades de los naturales, para que enterándolas en la caja nacional, se
entreguen a los referidos naturales las tierras para su cultivo, sin que para lo sucesivo puedan
arrendarse, pues es mi voluntad que su goce sea únicamente de los naturales en sus
respectivos pueblos.
Dado en mi cuartel general de Guadalajara, a 5 de diciembre de 1810. (Romero, II, 44)

Mientras que el ya citado de 6 de diciembre dispone:

1º Que todos los dueños de esclavos deberán darles libertad dentro del término de diez días, so
pena de muerte, la que se les aplicará por trasgresión de este artículo.
2º Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos, respecto de las castas que lo pagaban, y
toda exacción que a los indios se les exija.
3º Que en todos los negocios judiciales, documentos, escritos y actuaciones, se haga uso del
papel común, quedando abolido el del sellado. (Hernández y Dávalos, II, docto. 152)

Aquello inaplazable —lo más urgente escribe Hidalgo— son actos de justicia social que afectan

a “los de abajo”, los pueblos indígenas; y después a “los de hasta abajo”, la libertad para los esclavos y la

suspensión del pago de tributos para las castas.xi Estas primeras disposiciones del Generalísmo de

América reubican la lucha insurgente y sus fines; en primera instancia porque se reconoce la herida

abierta por la Conquista y el derecho originario de los pueblos indígenas sobre la tierra, puede

pensarse que es éste un acto vacuo que pretende únicamente atraer a la base campesina a la lucha, lo
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mismo puede pensarse sobre la libertad de los esclavos y la supresión de tributos, sin embargo estas

medidas que invierten la pirámide social por medio de acciones de gobierno merecen sopesarse a la

luz no sólo de su efecto inmediato sino bajo la lente del tiempo porvenir, el del México

independiente.

Las publicaciones del gobierno insurgente de Hidalgo y posteriormente de Morelos y de la

Junta de Zitácuaro forman parte de la instauración de un nuevo tiempo histórico y político dado por

los americanos para los americanos, donde priven entre otros los principios de justicia, equidad e

igualdad ante la ley. Mientras que las sátiras o reclamos denuncian un estado de cosas en el marco de

la cultura letrada, y aguardan (o no) que las autoridades hagan justicia, las letras insurgentes son actos

de justicia para los reclamos de los criollos y para los reclamos de los de abajo y hasta abajo, su

discurso ofrece transformar la realidad en lo que “debe ser”. Poner la cuestión social como eje de las

acciones de gobierno será la herencia de la insurgencia para con los proyectos políticos posteriores;

digamos que ese “deber ser” mandado en los bandos de Hidalgo, en los Sentimientos de la Nación de

Morelos y la Constitución de Apatzingán conformó la agenda pendiente de los posteriores gobiernos

en nuestro país.

América había sido la promesa de futuro mejor para los europeos, promesa cumplida hasta

cierto punto por medio de la explotación de las riquezas naturales y humanas, la expansión mercantil,

la extracción de metales y mejora social de quienes se aventuraron no sólo durante el siglo XVI por las

tierras americanas; en el nuevo presente que vive y hace el gobierno insurgente de la “valerosa nación

americana”, se quiere que esa promesa se cumpla para los americanos, por obra de sus actos y

palabras. Porque “La utopía no puede ser ya concebida como mero entretenimiento ingenuo. Nadie

duda que lo utópico es operante en la historia. No es bloqueante u obstructor. Constituye, más bien,

un horizonte axiológico que opera al interior de toda ideología. De la ideología que conforma un

proyecto político.” (Cerutti 63).


  16  

En este sentido no debe soslayarse que ese horizonte axiológico de los bandos de Hidalgo

pone por delante iniciar con actos de justicia social, además de que se proyecta en lo inmediato: “en

el término de diez días”, “para lo sucesivo”; estas determinaciones empujan las acciones al futuro que

empieza “aquí y ahora” sin más esperas. De esta manera el pasado se cierra, lo que operaba queda

abolido, clausurado y sin efecto. El final del “Bando” del 6 de diciembre de 1810 permite, a mi ver,

indicar lo profundamente simbólico de estos comunicados:

Y para que llegue a noticia de todos, y tenga su debido cumplimiento, mando se publique
por bando en esta capital, y demás ciudades, villas y lugares conquistados,
remitiéndose el competente número de ejemplares a los tribunales, jueces y demás
personas a quienes corresponda su inteligencia y observancia.

Dado en la ciudad de Guadalajara, a 6 de diciembre de 1810.— Miguel Hidalgo y Costilla,


generalísimo de América.— Por mandato de su alteza.— Licenciado Ignacio Rayón, secretario.
((Hernández y Dávalos, II, docto. 152, énfasis mío)

Hidalgo cumple con las formalidades textuales de este tipo de documentos en cuanto al estilo,

tono, lenguaje y carácter que inviste a la voz de mando del gobierno, esto contrasta con lo benéfico

del mandato: es un gobierno enérgico (los dueños deben liberar a los esclavos, “so pena de muerte”) al

tiempo que justo. Al final expresiones como “demás ciudades, villas y lugares conquistados”, “el

competente número de ejemplares”, cumplen con los formatos de mandato general de tales

documentos.

Ahora paso a la segunda figura protagónica. En los Sentimientos de la Nación (1813), José María

Morelos asume la personae retórica o máscara de “Siervo de la Nación” para hacer saber por escrito lo

que “siente” la nación. Puede parecer exagerado este recurso literario que se remonta a la máscara

dramática del teatro griego, sin embargo, se emplea una personae cuando el efecto buscado es hablar

por la voz de otro. Caracterizar a esa otra voz como “Siervo” le sustrae voluntad de poder, el “Siervo”

está al servicio de la Nación sensible, quien, en efecto, detenta el poder. Hay en Morelos un claro

empeño por despersonalizar el poder, los Sentimientos están redactados con esta voz enmascarada para

enfatizar el mensaje y suprimir al mensajero.


  17  

1º Que la América es libre e independiente de España y de toda otra nación, gobierno o


monarquía, y que así se sancione, dando al mundo las razones.
[…]
5º La soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que sólo quiere depositarla en sus
representantes dividiendo los poderes de ella en legislativo, ejecutivo y judiciario, eligiendo las
provincias sus vocales, y estos a los demás, que deben ser sujetos sabios y de probidad.
[…]
9º Que los empleos los obtengan solo los americanos.
[…]
11º Que la patria no será del todo libre y nuestra, mientras no se reforme el gobierno, abatiendo
el tiránico, substituyendo el liberal y echando fuera de nuestro suelo al enemigo español que
tanto se ha declarado contra esta nación.
12º Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro congreso deben ser
tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de
tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la
ignorancia, la rapiña y el hurto.
13º Que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados, y
que estos sólo lo sean en cuanto el uso de su ministerio.
[…]
17º Que a cada uno se le guarden las propiedades y respete en su casa como en un asilo sagrado
señalando penas a los infractores.
18º Que en la nueva legislación no se admitirá la tortura.
[…] (Hernández y Dávalos, VI, docto. 224)

Los Sentimientos ciertamente no parecen pergeñar un programa político que establezca algún

régimen (monarquía, república, monarquía constitucional), como el proyecto surgido en las Cortes

de Cádiz o como la posterior Constitución de Apatzingán. Los Sentimientos expresan aquello que ha

ofendido a la nación, es decir, a los americanos, y que debe ser remediado con libertad,

independencia, destierro del despotismo, bienestar público por encima del individual o del

corporativo, igualdad ante la ley, derechos y dignidad humana inalienables. No puede negarse que lo

que se manda y quiere en los Bandos de Hidalgo y en los Sentimientos de Morelos son los cimientos de

un orden social ideal, renovado, renacido; son la expresión no de lo que hay, sino de lo que es

necesario que exista, porque “La utopía actúa en la realidad histórico-social como un revulsivo frente a

la irracionalidad”. En este sentido, los Sentimientos ponen de manifiesto la injusticia —otra cara de la

irracionalidad— del Antiguo Régimen, inoculando la realidad con posibilidades mejores, deseables:

erradicar la tortura, suprimir la discrecionalidad de la justicia, “moderar” —que no acabar, no es tan


  18  

idealista después todo el cura de Carácuaro— la disparidad social entre los opulentos y los indigentes,

¿acaso no es deseable que con el aumento del “jornal del pobre” éste “mejore sus costumbres, aleje la

ignorancia, la rapiña y el hurto”?

Esa Nación que habla por boca de su Siervo es la de los desposeídos, los torturados, los

ignorados, a quienes se les ha usurpado su derecho de hablar y autodeterminarse, y esa nación —creo

que está claro— no está habitada sólo por criollos, como lo puntualizará la Constitución de

Apatzingán, los ciudadanos de esta América lo son por haber nacido en ella, y en el artículo 7º de su

capítulo II “De la soberanía” se dice que “La base de la representación nacional es la población

compuesta de los naturales del país, y de los extranjeros que se reputan por ciudadanos.” La

radicalidad de esta Constitución al incluir a todos, al insistir en que no debe importar la clase para el

sufragio, que la soberanía reside originariamente en el pueblo, y que “todos los ciudadanos, unidos

voluntariamente en sociedad […] tienen derecho incontestable a establecer el gobierno que más les

convenga, alterarlo, modificarlo, y abolirlo totalmente, cuando su felicidad lo requiera”, era

directamente proporcional a la desigualdad que se percibía en el Antiguo Régimen, encarnaba las

aspiraciones justas de las mayorías, derribadas incansablemente a lo largo del siglo XIX, y que

incansablemente se pondrían de pie una y otra vez, ya inconformándose en la literatura, en el folleto

y la prensa política, ya rebelándose y dando a luz nuevos discursos que hablen por la nación utópica.

Doscientos años… y sigue la insurgencia dando

La fuerza de los impresos insurgentes aquí someramente mencionados, nos sacude aún doscientos

años después, porque su componente utópico que es “búsqueda de una nueva totalización social,

superadora e integradora de las totalizaciones enquistadas vigentes”, y en este sentido último la

Revolución de Independencia resuena e inflama no por el fragor de la batalla, sino por la pausada pero
  19  

irrefutable voz de la razón que concibe, a partir de un acto de invención retórico, una nación poblada

por sujetos sociales que han de serlo porque ejercen la plenitud de sus derechos y obligaciones.

Hay una brecha entre las prácticas letradas de disidencia previas a 1810 y la lucha insurgente

con sus escritos. Mientras las primeras indican y denuncian el estado de cosas, la segunda integra la

palabra en la acción; las primeras, sin embargo, tienen la valentía de apropiarse de la propia voz, de

buscarla y darle espacio, de perfilarla y distinguirla, de ofrecerla a la colectividad para que pueda decir

“no”. La persecución armada y por escrito que sufrió la insurgencia y de la cual aquí se dieron algunos

ejemplos, está inserta en la temporalidad histórica virreinal, en tanto que los impresos insurgentes

justamente se apartan de ese tiempo para fundar otro que parte de ese “no” pronunciado en voz alta, y

cuyo contenido Martin Lienhard interpreta como “las cosas ya han durado demasiado”, en este sentido

decir “no”, prosigue Lienhard, es también decir “sí”.

La frontera que se levanta con las voces disidentes se consolida y afianza con las acciones

insurgentes y es llevada más allá. La insurgencia como hemos querido ver no sólo se propuso detener

el abuso y ninguneo de que eran víctimas los “españoles americanos”, rebasando este inicio puso fin a

una era —dijo “no”— para darse la oportunidad de iniciar una a partir de un horizonte axiológico

distinto, que transformara profundamente la sociedad: dijo “sí” a la posibilidad amenazadora —aún

ahora— de un gobierno de mayorías.

Doscientos años después, decir “no” en voz alta sigue siendo un reto para los individuos y las

sociedades —¿cuánto soportar?, ¿cuándo decir “ya basta”?— y un desafío imaginativo del futuro

impostergable, la exigencia del presente. Cuando se nos dice que no hay opciones, que el horror de

casi todos es la condición del confort de unos cuantos, la utopía social que entrañan los textos

insurgentes dice “no”, y habla desde su razón fecundante de realidades posibles.


  20  

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i
Era necesario controlar la posesión de imprentas, México tuvo su primera imprenta en 1539; Lima en 1584; La Paz
(Bolivia) en 1610; Cambridge (Massachussets) en 1638; Guatemala en 1660; Santiago en 1696; La Habana en 1702; las
misiones del Paraguay en 1703; Recife (Brasil) en 1706; Bogotá en 1737; Ambato (Ecuador) en 1750; Halifax (Canadá) en
1752; Córdoba (Argentina) en 1766, y Caracas en 1806. En 1827 había al menos 30 imprentas en nuestro país: Chiapas,
Chihuahua, Durango, Guanajuato, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora, Tabasco, Tamaulipas, Yucatán y
Zacatecas tenían al menos una; Valladolid, Oaxaca y Veracruz dos; Jalisco y Puebla tres; la capital al menos cinco, y otra
más en San Agustín de las Cuevas (Tlalpan). De acuerdo con Antonio Pompa y Pompa. 450 años de la imprenta tipográfica en
México. México: Asociación Nacional de Libreros, 1988. En este contexto se comprende que la anécdota acerca de cómo
José María Cos logró imprimir el Ilustrador Nacional conmueva a cualquiera: “Al abrazar resueltamente la causa de la
independencia el Dr. don José María Cos, comprendió que era indispensable propagar las ideas de emancipación, por las
que se luchaba desde 1810. Pero las poblaciones en que había establecimientos tipográficos estaban bajo el dominio
español. Con una constancia y una habilidad que maravillan, construyó Cos caracteres de madera, prensa de imprimir y los
útiles más indispensables; todo esto elaborado sin elementos y bajo la tenaz persecución de las tropas realistas. A pesar de
ello, se logró publicar en Abril de 1812 el Ilustrador Nacional periódico célebre en los anales de la bibliografía por las
extraordinarias condiciones en que fue hecho. Poco tiempo duró esta imprenta, que, no obstante su imperfección, llenó
por completo el fin que se propuso su autor.” (Antología del centenario, II, 1041)
ii
John Lynch llama a la reforma administrativa de Carlos III “segunda conquista”, pues considera que la primera fue una
conquista de los pueblos originarios, mientras que la segunda lo fue de los criollos (Lynch 24). Concuerdo en que la
reacción criolla a las medidas tributarias de la Corona será proteger esas riquezas, y en que el reclamo inicial de que fueran
los nacidos en América los idóneos para los puestos públicos de administración y ejercicio de poder fue un elemento que
conglomeró a los criollos, sin embargo, ese fundamento no explica la radicalidad incluyente de las propuestas que
emergieron en el seno del gobierno insurgente de Hidalgo y luego de Morelos, propuestas que marcaron una agenda
pendiente para lo que sería el México independiente.
iii
Ya en la Antología del Centenario Luis G. Urbina advierte de las anacreónticas donde se transmuta el vino de la Antigüedad
griega por el pulque, operación que hace más que poner al mismo nivel a ambas bebidas espirituosas y deja ver que los
letrados no servían a los modelos clásicos sino que se servían de ellos. Otra práctica letrada que merece la pena de ser
indicada es la publicación de traducciones. Remito al lector a los trabajos de Esther Martínez Luna sobre el Diario de México
para ahondar en el tipo de quehacer letrado que desarrollaban algunos letrados en sus páginas.
iv
A decir de Pablo González Casanova “Cuando la Modernidad y la Ilustración, comenzaron a transformar el ambiente
espiritual de México, el contenido de los papeles comenzó a variar también y los dardos de las sátiras cambiaron de blanco,
tirando en algunos casos a matar. Es cierto que siguieron los pleitos tradicionales de los conventos, de las escuelas y del
pueblo con las autoridades; pero un nuevo elemento se introdujo, y provocó nuevas divisiones religiosas, filosóficas y
sociales. La sátira se hizo menos parroquial y alzó el vuelo hacia regiones antes desconocidas. […] hizo de cada persona y
de cada hecho un pretexto para mofarse de las autoridades y de las ideas generales.” (76).
v
Para una breve noticia de la historia de las ediciones del texto véase Burton Van Name Edwards, “Bibliographical Note”
(Viscardo 2000: 89-97).
vi
Los levantamientos indígenas, los motines de la “chusma” urbana, la desobediencia y el cimarronaje de los esclavos, el
discurso oculto de los sometidos que emerge en fiestas, rebeliones, embrujos, estudiados por James C. Scott, Martin
Lienhard y Antonio Cornejo Polar, entre otros.
  23  

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               
vii
No hay que menospreciar las denuncias burlescas anónimas, los procesos judiciales interpuestos ante las autoridades
metropolitanas o ante el mismísimo rey, si bien no atentan contra el orden de manera frontal, sí implican una argucia para
obligar a las autoridades a cumplir con las reglas que ellos mismos impusieron (Scott), por otra parte, al emprender estas
solicitudes o denuncias queda claro que los oprimidos están conscientes de cómo hacer que el discurso del poder les sirva
también a ellos.
viii
Vale la pena aquí traer a la memoria lo sucedido en 1808 cuando el Ayuntamiento de la Ciudad de México y la
Audiencia se enfrentan, la ambición del Ayuntamiento por tomar el control no implicaba una transformación social.
ix El tomo IV de El Periquillo de J. J. Fernández de Lizardi fue prohibido y circuló en copias manuscritas; el mismo Lizardi
refiere en su Conductor Eléctrico cómo Pan y Toros —obra atribuida a G. Jovellanos, pero escrita por León de Arroyal—
difundida: en un comunicado de Oaxaca se refiere que, dada la censura sobre Pan y Toros, él había decidido memorizarlo y
recitarlo a quien lo solicitara. Es interesante este práctica de lectura, donde la oralidad está al servicio de la difusión del
impreso.
x
Desde hace años la historiadora Cristina Gómez trabaja en torno a la cultura política que sustentó los proyectos de nación
emergentes de la lucha armada. Para lograrlo optó por aproximarse a la historia del libro y el impreso, inmersa en esa
disciplina de fronteras borrosas con la historia intelectual y la historia cultural, la doctora Gómez se percató de la
necesidad de contar con datos duros acerca del tipo de comercio legal de impresos, conocer las redes de comercio, el
aspecto comercial del negocio de los libros, la manera en que éstos llegaban a los lectores en la Nueva España, sus
investigaciones han logrado mostrar las tendencias de las lecturas, el comercio, los lectores y las prácticas durante los
últimos 50 años del siglo XVIII y las primeras dos décadas de la siguiente centuria. La reconstrucción de las obras, las
redes, los nombres de los comerciantes, exigió de la doctora Gómez años de dedicación que ahora fructifican en su libro El
comercio de libros: España-Nueva España. Una visión cultural de la Independencia, 1750-1820 de próxima publicación por la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Apenas salió a la luz otra obra de la misma especialista y Guillermo Tovar de
Teresa, Censura y revolución. Libros prohibidos por la Inquisición de México, 1790-1819 (Trama Editorial, Colección
Barlovento), en ella se analizan edictos inquisitoriales y se muestra la manera en que esta institución censoria actúo contra
las publicaciones insurgentes, incluidos los manuscritos, la edición están acompañada de muchas ilustraciones que
permiten al lector una aproximación distinta a la cultura material de los textos.
xi
La expresión es de Ernesto Lemoine Villicaña para nombrar tanto a los indios, a los negros como a las castas (XVI).

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