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INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS TEOLÓGICOS

“JUAN XXIII” – I.S.E.T.

CURSO: Metodología de Estudio 2019- 1


PROFESORA: Jessica Quiroz Jontop
ALUMNOS:
Fortin Fils Ercilien
Navarro Ramírez Cristhian
ACTIVIDAD: Examen final 2019- 1

Tema: ¿Puede la Iglesia participar en la política?

Desde los orígenes del cristianismo, la relación entre Iglesia y la política es una cuestión
muy discutida. El conjunto de posibles modelos, desde la teocracia hasta la separación
más absoluta entre religión y política, que reduce la fe a un campo puramente privado, se
ha evocado, si no se ha traducido a la práctica. La evolución histórica fue marcada por
momentos tan diversos como la sospecha mutua de los primeros cristianos, a través de la
cristianización del Imperio, las peleas de la Edad Media por la supremacía entre el poder
político y el religioso, las diversas etapas de la secularización para llevar a la desaparición
del poder temporal de la Iglesia a fines del siglo XIX, una desaparición que la Santa Sede
tardó varias décadas en aceptar. En realidad, esta aceptación solo alcanzó plenamente la
Declaración del Vaticano II sobre Libertad Religiosa. No es nuestro propósito volver
sobre las etapas de este proceso histórico. Pero nos gustaría enfatizar recordando algunos
principios claves de que la evolución de la relación entre la Iglesia y el Estado y, más
ampliamente, de la fe en el campo de la acción política, siempre está en proceso. Se
entiende a la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo, y a la política, según el Papa Pio
XII, la forma más extensa de ejercer la caridad, es decir, la ciencia que ayuda al bienestar
de la sociedad. Pero, ¿Qué dice la iglesia de la política? ¿La iglesia es independiente de
la política? Se tratará de analizar en los siguientes párrafos las interrogaciones planteadas.

La especificidad de la Iglesia, es que es a la vez un Estado, la Santa Sede, que tiene


representaciones diplomáticas en la mayoría de los países, pero al mismo tiempo no
depende de ningún Estado. A diferencia de nuestra posición con los ortodoxos, es que en
ellos no se les facilita el anuncio de Cristo porque a menudo son ligados con Estados. La
Iglesia católica tiene como rol de iluminar la conciencia, no es una teocracia. Pero la Santa
Sede también tiene un rol político, por ejemplo, en el acercamiento sobre el plan
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internacional, y actualmente siendo mediador entre las relaciones de EE. UU y Cuba,


Colombia y la FARC.

Pablo VI, en un discurso ante el Cuerpo Diplomático, el 8 de enero de 1966, DC, No.
1464, 1966, col.282. 3 "La Iglesia no surge de los intereses de este mundo, excepto para
poder penetrar mejor en la sociedad ...", declaró al cuerpo diplomático acreditado ante la
Santa Sede en 1966. En pocas palabras, resume toda la filosofía del documento conciliar
"Gaudium et Spes" y los desarrollos posteriores dentro de la Iglesia. Decir que la fe tiene
una dimensión social y política plantea el problema de su relación con la acción política,
que es el lugar donde se manifiesta la ética. Las diversas denominaciones religiosas
aportan a este punto respuestas muy diferentes, lo que no está exento de consecuencias
sobre la forma en que cada uno apreciará su relación con la autoridad política.

Refiriéndose a la situación de la Iglesia en el marco político de un estado pluralista, los


obispos alemanes escribieron en 1969:

Como la Iglesia no es del mundo, pero está formada por seres humanos y solo puede
ejercer su acción en el mundo, no ha podido, desde sus orígenes, escapar al diálogo con
la comunidad política y con La sociedad en la que vive. Le guste o no, siempre se coloca
en un cierto modo de relación con los estados y se enfrenta a los valores sociales
dominantes que guían los esfuerzos de una comunidad política en un momento dado de
su historia (DBK, Die Kirche en el pluralistische Gesellschaft und im demokratischen
Staat der Gegenwart, Hrsg).

La Iglesia no es una entidad abstracta; También es una institución, e incluso un estado,


que implica una serie de contactos con la sociedad política. Además, sus miembros no
están aislados de la sociedad en la que viven: ambos son fieles a la Iglesia y a los
ciudadanos de su Estado, una doble lealtad que no siempre es sin problema. Si esta
afirmación sociológica ya es suficiente para explicar ciertas intervenciones de la entidad
eclesial en el campo político, está lejos de agotar todas las bases. Esto requiere una
explicación de naturaleza teológica, cuyos principios rectores se exponen en el
documento conciliar "Gaudium et Spes".

La Constitución Pastoral "Gaudium et Spes" insiste desde sus primeros lineamientos en


el hecho de que la Iglesia, "Pueblo de Dios", es "solidaria e íntimamente con la raza
humana y su historia" (CS § 1) y en diálogo constante. con la familia humana (GS § 3.1).
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Ampliando con más detalle el papel de la Iglesia en el mundo, ella declara: "Si la misión
adecuada que Cristo ha confiado a su Iglesia no es ni política ni económica ni social, ...

De esta misión religiosa fluye una función, ilustración y fuerzas que pueden servir para
constituir y fortalecer la comunidad de hombres según la ley divina "(GS § 42.2). No hay
separación entre la actividad temporal de los hombres y la construcción del Reino de
Dios:

También GS § 34.1. la expectativa de la nueva tierra, lejos de debilitarnos en nosotros


el deseo de cultivarla, debe despertarla: el cuerpo de la nueva familia humana crece allí,
que ya ofrece un bosquejo del siglo venidero. Por lo tanto, si bien es necesario distinguir
el progreso terrenal del crecimiento del reino de Cristo, este progreso, sin embargo, es
de gran importancia para el Reino de Dios, en la medida en que puede contribuir a una
mejor organización de la sociedad humana. (GS § 39.2).

La Iglesia aparece como "el alma de la sociedad humana" (GS § 40.2), aunque reconoce
positivamente la contribución que puede hacer el mundo secular (GS § 44). En esta
perspectiva, la actividad política es parte de la teleología de la salvación, incluso antes de
cualquier intervención de la ética.

La autoridad en la Iglesia como en la política es algo muy importante, pero "No hay
autoridad que no venga de Dios, y las que existen están constituidas por Dios", escribe
San Pablo en la carta a los Romanos (Rom 13,1). Ninguna afirmación de las Escrituras
ha tenido un efecto tan determinante en la historia y la teoría de las relaciones entre la
Iglesia y la política como esta proposición. Fue sobre ella que la Iglesia se apoyó para
tratar de establecer su poder temporal sobre príncipes particularmente recalcitrantes,
presentándose a sí misma como la intérprete privilegiada de la voluntad divina. Pero
también es ella quien brinda apoyo a los poderes temporales para conferir un carácter
sagrado a su poder absoluto.

Para Gaudium et Spes (segunda parte, cap. IV, 73-75), la legitimidad de la comunidad
política considera que los individuos y las familias no son en medida de alcanzar
eficazmente el bien común. Por esta razón deben conjugar sus fuerzas en una comunidad
política. Una autoridad pública es necesaria como árbitro y gestionaría del bien común;
pero a condición que proteja los derechos de las personas y ejerza en los límites del orden
moral.
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El bien común no es la suma de intereses particulares, sino que tiende al bien de cada uno
y al mismo tiempo al bien de todos. La política tiene la misión de organizar la sociedad y
que cada uno pueda alcanzar su propia finalidad. Pero la Iglesia recuerda que el bien
común de la sociedad no es un fin en sí, no tiene valor que, en referencia a la búsqueda
de fines últimos de la persona, o bien universal de la creación entera.

En los primeros siglos del cristianismo, los Padres de la Iglesia afrontaron diversas
dificultades de índole social, ante las cuales no dejaron de pronunciar su mensaje de
condena sin atenuantes ante la inhumanidad y la falta de misericordia. Así tenemos a San
Basilio, San Juan Crisóstomo y San Ambrosio. Este último, Obispo de Milán, fue un gran
apóstol social cuya doctrina, con rigor de jurista y severidad de moralista, acusa los daños
del dinero egoísta y los excesos de la propiedad. Vio el crecimiento económico de su
sociedad, pero en ambientes reducidos; afirmó que ella (la búsqueda del crecimiento
económico) no puede ser la única norma por la cual regirse, cuando va en detrimento de
las mayorías y desconoce los derechos de los otros. Proclama, una verdadera denuncia de
las desigualdades existentes entre los hombres (Cf. Sobre Nabot, PL 14, 767.783.787. En
Teología Patrística II [siglo. IV-V] Prof. Gregorio Pérez, o.f.m. Ed. Facultad de Teología
Pontificia y Civil de Lima).

Así como él, otros santos Padres de la Iglesia, se pronunciaron sobre los problemas
sociales. Algunos argüirán diciendo, que aquella era una situación de cristiandad y por lo
tanto, el Obispo o cualquier presbítero podría entrometerse. De ser así, tendríamos que
fijarnos si pasada tal época, hubo otras en que a imitación de los Padres de la Iglesia haya
habido alguno que denunciara tal situación.

Todos recordamos el episodio del siglo XVI, cuando fray Antonio de Montesinos, en la
isla La Española, dirigió a los colonizadores un sermón en el que protestaba
enérgicamente por el abuso cometido por ellos, en contra de los naturales de aquellos
lugares. Los términos usados en aquel discurso apuntaban en forma directa a las faltas en
sí, y, es más, a ello se sumó, como medida radical, el negar la absolución en confesión a
quienes continuaran cometiendo tales abusos e injusticias. Por esta época el Obispo
Bartolomé de Las Casas también tuvo su participación en la denuncia de estas injusticias.
Todavía eran tiempos de cristiandad, pero las circunstancias eran otras. En esa ocasión
los frailes tenían la alternativa: o se adherían al sistema que convenía a los colonos, o iban
en contra denunciando tales atropellos. Al elegir la segunda proposición, se ganaron de
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los gobernantes tremendos problemas, y los comerciantes les negaron venderles sus
productos de panllevar y hasta sufrieron persecuciones y acusaciones.

Como estos ejemplos, podríamos citar otros más en el transcurso de la historia de la


Iglesia. Papas, Obispos, Doctores, Santos, Evangelizadores: todos han tenido una gran
inquietud por los pobres, los enfermos, los débiles, los oprimidos, en una palabra, por los
que tenían necesidad, no sólo espiritual sino también material y social.

Ya en este siglo, podemos citar el Concilio Vaticano II, que mediante su constitución
pastoral Gaudium et Spes, afirma: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias
de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la
vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está
integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su
peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para
comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género
humano y de su historia" (GS, 1).

No ha faltado quienes, al ver la situación social real del medio, se han sentido compelidos
y por consiguiente se han pronunciado sobre ella. Este sentir se acentuó a fines de los 60'
e inicios de los 70'. El Papa Pablo VI, captó estas necesidades; de ahí sus documentos
"Populorum progressio" y "Octogesima adveniens". Muchos católicos, al ver que algunas
ideologías servían para dirigir sus inquietudes sociales, se adhirieron a ellas, llevándoles
a optar por sobre el Evangelio, "sacando al Cristo de la Cruz", y poniendo en su lugar la
doctrina que proponía la ideología. Es así que el Papa (en la carta apostólica Octogesima
adveniens de 1971) propuso el papel que le corresponde a las comunidades cristianas
(pues, frente a situaciones tan diversas, es difícil pronunciar una palabra única, como
también proponer una solución con valor universal), que a la vez será punto de referencia
al proceder de la Iglesia misma: Analizar las situaciones concretas; Esclarecerlas
mediante la luz del Evangelio; Discernir con ayuda del Espíritu Santo, en comunión con
la Iglesia y demás cristianos y hombres de buena voluntad la exigencia y formas de
compromiso y acción (Cf.OA,4).

Concluyamos citando este hermoso texto del Vaticano II: “Es justo que la Iglesia pueda
en todas partes y siempre predicar la fe con una auténtica libertad, enseñar su doctrina
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sobre la sociedad, cumplir sin dificultad su misión entre los hombres, llevar un juicio
moral, incluso en asuntos que tocan el dominio político, cuando los derechos
fundamentales de la persona o la salvación de las almas lo exigen, utilizando todos los
medios y esos solo, que son conforme al Evangelio y en armonía con el bien de todos,
según la diversidad de los tiempos y las situaciones (Gaudium et Spes 76, 5). Esta última
precisión sobre los medios conformes al Evangelio debería quitar de aquellos que
imaginan que la Iglesia quiere, tomando posesión, imponer sus vistas. El Evangelio no
impone nada, no hay escuela de Evangelio. Pero el cristiano cree que sus invitaciones son
caminos de vida, no solamente para y los creyentes, sino también para toda la sociedad.
Y si lo cree, no tiene el derecho de callarse.

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