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Aproximaciones a la lingüística

[ Artículo de Ilías Tampourakis, profesor de lenguas y culturas


hispánicas y lusófonas
https://idiaiteramathimataxenonglosson.wordpress.com/
en Las nueve musas,
revista española de artes, ciencias y humanidades,
1 de diciembre de 2017 https://lasnuevemusas.com/hablame-de-lenguas/ ]

Los comienzos del habla y de la escritura y sus cambios actuales,


los modos de comunicación, el proceso de su aprendizaje y la
relatividad entre las lenguas son algunos de los principios de esta
encantadora ciencia: la lingüística. Los dialectos y los lenguajes, la
pobreza de vocabulario y la riqueza del pensamiento, los minusválidos
multilingües, la traducción, los errores y las nociones políticamente
correctas, la duración y la muerte de las lenguas, su salvación y sus
préstamos son las mayores preocupaciones de los lingüistas de hoy.

Una de las primeras preguntas que surgen cuando empezamos a


aprender un idioma, es: -“¿Cuándo llegaré a hablar?” Y esa misma pregunta
se repite al observar a nuestro bebé durante sus primeros esfuerzos a imitar
los sonidos de su lengua materna. Pero existe una pregunta más importante
que toca ese tema: ¿Qué partes de la lengua se aprenden en las varias
etapas de su desarrollo? Desde la 10ª semana del embarazo, el feto puede
escuchar y distinguir la tonalidad de las vocales de su madre dentro del útero,
y al nacer demuestra ese conocimiento. [P. Kuhl, University of Washington,
2013.] Durante los primeros 3 meses de su edad, lo único que hace un bebé
es llorar, sollozar y chillar. Hasta el 6º mes, produce sonidos de vocales y
consonantes indefinidas que no forman una lengua, pero suenan un poco
más sofisticados y más conscientes que un simple llanto. Durante los
próximos 3 meses, el bebé experimenta sonidos más controlados, que a
veces se parecen a los de su lengua materna, o a los de la lengua que
prevalece en su entorno. Esa es la época en que empieza a disfrutar de sus
esfuerzos y por eso repite esas sílabas continuamente, como en un “juego de
palabras”. A veces, cuando el bebé repite la sílaba “ma-ma-ma-ma” la madre
se enloquece pensando que su hijo(-a) la está llamando. Pero el bebé no
tiene la consciencia de lo que “dice”. Hasta los 12 primeros meses de su vida,
los bebés aprenden dos cosas muy importantes para la formación de las
palabras: el ritmo y la entonación. Y entonces, el sonido del balbuceo: “ma-
ma-ma-ma” se convierte en una palabra incipiente, con una sílaba débil y una
fuerte: “ma-má”. El ritmo es el “toque” de una lengua, que en las del
Mediterráneo (español, griego, etc) que son paroxítonas (llanas), suena
como: “ta-tá-ta / ta-tá-ta”. Estas son lenguas isosilábicas, es decir que la
duración de cada sílaba es la misma. La entonación es la melodía del
idioma, como p.e. el español rioplatense que lleva muchas influencias de la
lengua italiana. Por este fenómeno lingüístico, se puede distinguir la
descendencia nacional de un bebé, ya desde los 9 meses de su edad. [D.
Crystal, Reading Univ., 2010] La entonación sirve como instrumento
gramatical y sintáctico a los bebés de 1 año de edad: El modo interrogativo o
imperativo con que el bebé pronuncia la palabra “mamá” indica sus deseos y
reemplaza su falta de vocabulario. El vocabulario aparece en dos formas:
“pasivo” y “activo”. A los 12 meses, los bebés disponen de un vocabulario
pasivo de aproximadamente 10 palabras (que entienden pero no
pronuncian). En fin, a los 18 meses de edad, los niños ya poseen un
vocabulario activo de aprox. 50 palabras, clasificadas en grupos semánticos
sobre la familia, las actividades y las reacciones en el entorno del hogar, la
comida, los juguetes, el cuerpo, la ropa, los animales (domésticos), las
locuciones, los vehículos y las (simples) descripciones de los objetos de su
entorno. Al año y medio desde su nacimiento, los niños disponen de un
vocabulario pasivo 3 ó 4 veces mayor, y es entonces cuando comienzan a
combinar palabras. Se les forman, entonces, las nociones gramaticales y
sintácticas de su primera lengua. El ser humano puede reproducir centenas
de sonidos con su boca, pero los niños necesitan llegar al 3er año de edad
para poder perfeccionar los sonidos de su lengua materna, y –con la ayuda
de sus padres- aprenden a escribir antes de ir a la escuela, entre el 2º y 3er
año de su vida.

Un adulto necesita años de estudio y permanencia en el extranjero


para poder hablar un idioma de manera natural, y eso sólo si tiene
capacidades especiales. El cerebro humano puede manejar varios idiomas a
la vez: es conocido el caso de Harold Williams, el periodista que a principios
del siglo XX dominaba 58 lenguas de las 7.099 que existen en el mundo hoy.
[Ethnologue.com, 2017] Los que disponen de dos lenguas maternas, pueden
participar en dos mundos completamente diferentes y disfrutar de sus bienes
culturales. Tener más de una lengua materna o hablar muchos idiomas no
significa ser más inteligente, sino simplemente tener más posibilidades para
expresarse de modo creativo. Es conocido entre los científicos [N. Smith,
Reino Unido & I. Tsibilí, Grecia] el caso de Christopher, un inglés de aprox.
50 años de edad con autismo muy grave, quien a pesar de sus
particularidades psicocinéticas y su IQ entre 40 y 60%, domina –aparte de su
lengua materna- otros 20 idiomas. Por consiguiente, la habilidad lingüística es
independiente de la inteligencia general. El habla se desarrolla de manera
semejante con la de caminar o ser activo sexualmente. Son destrezas
complicadas que se forman con dos factores: el desarrollo biológico y el
entorno social. Recientes investigaciones [Miyagawa, Berwick, Okanoya &
MIT, 2013], basadas en trabajos anteriores sobre el estrato de expresión,
llamado también holístico –que incluye la organización variable de las
frases, e.g.: “Él es profesor.” / “¿Es él profesor?”- y el estrato léxico –que se
relaciona con el núcleo del contenido de una oración- [N. Chomsky y otros],
han deducido que Darwin tenía razón al pensar que el trino de los pájaros
presenta ciertas analogías con la lengua humana. 80.000 años atrás, el ser
humano imitaba los aullidos de los simios y sus gestos –que corresponden al
estrato léxico- y las tonalidades del trino de las aves –que funcionan como un
estrato de expresión, para desarrollar su destreza del habla. 30.000 años
antes de nuestra era, aparecieron las primeras muestras de la escritura:
líneas forjadas en huesos que funcionaban como sistemas métricos. Hace
8.000 años, la humanidad disponía ya de unas destrezas desarrolladas del
habla. En el neolítico superior (4.000 años a.n.e), los mercaderes colocaban
fichas con símbolos dentro de unos recipientes de cerámica sellados, para
asegurarse contra robos cuando enviaban sus bienes a otras comunidades.
Mil años más tarde, se desarrolló en Mesopotamia la escritura cuneiforme
con 800 pictogramas con valor silábico y aparecieron los jeroglíficos
egipcios. El año 1800 fueron inventados los primeros alfabetos o
abecedarios fonéticos, el 1500 los ideogramas chinos primitivos y el año
500 a.n.e. los logogramas mayas [fechas aproximadas]. Es un hecho que la
lengua oral existía antes de la escritura. Las culturas de tradición oral han
logrado mantener un gran volumen de su conocimiento mitológico, literario y
de ciencias prácticas: una de ellas, la de los incas (Andes, 1438-1533) había
desarrollado el “quipu”, un sistema mnemotécnico de su lengua (quechua
runasimi) a través de nudos en cuerdas hechas de lana de los camélides
llama. Las cuerdas tenían diversos colores, tamaños y cantidad de nudos de
varios tipos. Esos eran los “elementos morfosintácticos”, ortográficos –
diríamos- de esa “escritura” incipiente, pero tan compleja. Todo eso
demuestra que la teoría del s. XIX, según la cual, “las lenguas son
organismos vivos”, no es correcta, porque esas no existen por sí mismas en
la naturaleza, como las plantas o los animales.

La palabra –cualquier palabra- no constituye pertenencia absoluta a


una lengua específica, y tampoco se considera el préstamo de palabras entre
varios idiomas como un fenómeno moderno, a pesar de ser acusado
frecuentemente como destructor de una lengua. Todo lo contrario. El español
tiene una fuerte influencia del árabe, y el griego del turco. El turco, por su
parte, lleva un bagaje lingüístico (y cultural) iraní, y según una teoría -
debatida y rechazada por varios lingüistas-, pertenece -junto al japonés- al
grupo altaico [R.S.P. Beekes, 1995/2004]. El 40% del vocabulario inglés
proviene del francés (art, garden, war y otros lemas que datan desde el año
1066 n.e., cuando los normandos invadieron las islas británicas), y aparte de
eso, el inglés, a pesar de ser una lengua más analítica que flexiva del grupo
indoeuropeo –la protolengua que se extendió a partir de la actual Ucrania,
entre el 6º y el 4º milenio-, presenta unas estructuras aislantes (he works >
does he work? [fuente: Universitat de València, 2017], cuyos análogos se
observan en la lengua china, donde los lexemas establecen relaciones
sintácticas por posición. Pero todo eso no significa que el español puede ser
igual que el árabe –una lengua fusionante, que presenta cambios en las
raíces de las palabras-, ni que el griego forma parte del grupo altaico...
Tampoco se puede deducir que un turco y un iraní se pueden entender entre
sí, hablando cada uno en su idioma, o que el inglés, el francés o el japonés
tienen funciones léxicas, gramaticales o sintácticas en común, aglutinando
morfemas preposicionales (PN, NP), eliminando artículos o colocando el
verbo en la 2ª posición (SVO) o al final (SOV) y el adjetivo antes (AN) o
después del sustantivo (NA). Por consiguiente, no existen lenguas más
complejas gramaticalmente o menos completas, más ricas en vocabulario o
menos primitivas. El idioma warlbiri de los aborígenes australianos presenta
unas características que lo hacen comparable con algunas lenguas clásicas,
como el sánscrito, el griego antiguo y el latín. Entonces, no hay idiomas más
expresivos que otros, ya que este último –el warlbiri- que pertenece a una
tribu de nómadas, presenta una organización estructural de igual valor que
las lenguas que se han consagrado a la filosofía, la literatura y las ciencias. El
lenguaje mental nos da la posibilidad de enriquecer nuestro vocabulario,
creando neologismos, como el adjetivo “antibárbaro, -a”, formado por
prefijación y utilizado en medios de información, como el diario El País.
Además, es conocida la ambigua semántica de su antónimo: “bárbaro”=
cruel // excelente [R.A.E. Diccionario]. La raíz de esta palabra, “bárbar(o)”
<βάρβαρος>, proviene de la onomatopeya griega “var-var”, con la cual los
helenos antiguos imitaban irónicamente las formas fónicas de las lenguas
escitas.

Las lenguas romances constituyen un sistema de comunicación, oral


o escrito, propio de una comunidad con rasgos culturales latinos. El idioma
castellano es el que expresa la cultura del pueblo español. Por el otro lado, la
lengua griega no pertenece a ningún grupo lingüístico; es independiente,
dentro del conjunto indoeuropeo, al que pertenece también el castellano. El
vascuence es una lengua también independiente, pero aislada del grupo
indoeuropeo, como lo fueron también las antiguas lenguas ibéricas del
sustrato paleomediterráneo (el tartésico etc). Los dialectos del español en
Latinoamérica, con fenómenos gramaticales anticuados, como el voseo,
constituyen un sistema lingüístico, un tronco común de ese continente. Una
isoglosa correspondiente es el llamado “arco lingüístico de inda-yanda”, una
línea imaginaria que delimita el área de las islas Cícladas, Creta (Grecia) y
Chipre, que se distinguen por la característica léxica de esas dos partículas
interrogativas (¿qué? & ¿porqué?), entre otos elementos morfosintácticos. El
lenguaje “pachuco” es una manera de expresarse del estamento popular de
Costa Rica, algo análogo al “rembético” de Grecia: están llenos de
modismos (o idiotismos), es decir: expresiones fijas –pero de vida breve- y
privativas, cuyos sentidos no se pueden deducir de las palabras que las
forman.

El actual idioma castellano de España es una de las formas


occidentales que se han desarrollado del antiguo sermo rusticus –el
modismo popular de los legionarios incultos de la antigua Roma, quienes
hacían su lenguaje latino “viajar” por todo el aquel entonces mundo conocido.
Más tarde recibió influencias del adstrato griego: vocabulario literario,
artístico, científico, (véase: poema, música, terapia) manteniendo el
vocabulario agropecuario del paleomediterráneo (véase: perro). El rumano
pertenece al ramo oriental. Estos dos grupos lingüísticos se separaron entre
sí por la llegada de pueblos eslavos y germánicos, posteriores a la caída del
imperio romano. Los idiomas romances occidentales forman el plural de los
sustantivos a partir del acusativo del latín clásico (-os / -es), y los orientales
del nominativo de la 1ª y 2ª declinación (-e / -i): el pino > los pinos en español
e il pino > i pini en italiano.

Las lenguas se mantienen vivas inventando o prestándose nuevas


palabras y expresando con perífrasis las nociones que describen las
necesidades de las varias etapas del desarrollo bio-cultural. Son típicos
sistemas finitos, pero flexibles, con infinitas posibilidades de expresión: lo que
se puede decir en un idioma, se puede también en todas las lenguas, pero de
diferentes maneras. La eliminación o el cambio de ortografía o de significado
de palabras (véase: “cabe” = cerca de [Lisuarte de Grecia, 1514] y:
“melezina” = medicina [Florisel de Niquea, 1532], no indica empobrecimiento
de la lengua, sino renovación. Las lenguas tienen que cambiar, a fin de
evolucionar y sobrevivir. En fin, no se debe confundir la calidad o el estilo de
un texto escrito u oral con las funciones y capacidades de una lengua. Los
jóvenes tienen sus propios modos de comunicación; es injusto acusarlos de
pobreza de vocabulario. Los sistemas de educación son los culpables.
Además, no podemos decir que una lengua es mejor, o más lógica, o más
completa que las demás. Es estratificada, como un palimpsesto –un antiguo
manuscrito que conserva huellas de una escritura anterior borrada por manos
humanas, a fin de sobreponer nuevos datos.

Los morfemas gramaticales son más fuertes que las raíces de las
palabras. Veamos el ejemplo de “bloquear” y “desbloquear”: los morfemas
gramaticales “des-”, como prefijo de negación, y “-ar”, como sufijo de
terminación flexiva, definen la caracterización de esta palabra. Es un verbo
con sentido negativo. La raíz común de esos dos verbos antónimos, indica
que es un préstamo (del francés: bloquer). De este modo se han
“naturalizado” miles de palabras extranjeras en el idioma español. Y esos
préstamos ayudan a las lenguas a sobrevivir, renovándose, ampliando sus
capacidades expresivas y cubriendo así las necesidades comunicativas de la
vida contemporánea.

Observando algunos préstamos griegos en el idioma español, como el


sustantivo “filosofía”, nos damos cuenta de que en su lengua creadora, esta
palabra mantiene el significado de sus dos partes vivo en la consciencia de
sus hablantes naturales: “fileîn = amar” + “sofía = sabiduría”; pero no ocurre
lo mismo entre los extranjeros que usan esta misma palabra como préstamo
en sus idiomas. Y además, existen palabras que han perdido el significado de
sus raíces, aún entre los hablantes naturales. Veamos la palabra inglesa
“lord” que significa “señor” (más en el sentido religioso): casi ningún inglés o
americano sabe que esta palabra proviene de las raíces anglosajonas “hlaf-
weard”, que en la Edad Media significaba “guardián del pan”, y más tarde se
convirtió en “hlaford”, es decir: amo de casa, dueño. En este ejemplo queda
claro el hecho de divergencia de significados entre la raíz original y el uso
actual de la palabra. Aparte de eso, hay también neologismos compuestos
por dos préstamos y en este caso surge la duda del uso de una traducción
correspondiente: El nombre empresarial “Google” proviene del término
matemático “googol”, inventado en 1920 por un niño de 9 años llamado Milton
Sirotta, y es el número 10100, es decir, (el dígito 1 seguido de cien ceros).
“Googlemanía” se llama el impulso obsesivo de navegar por la red
informática mundial. Queda claro que el uso del préstamo es mucho más
práctico que su traducción. Y entonces, surge el próximo problema, acerca de
la grafía correcta: ¿seguir la ortografía de su lengua originaria, o
representar los sonidos de la palabra extranjera según la pronunciación de la
lengua receptora? En el caso de adoptar un préstamo de una lengua que se
escribe con un alfabeto diferente y tiene sonidos propios, de que la receptora
no dispone, se tiene que cambiar la forma del préstamo: biombo, del japonés
“byōbu”, y eso del chino “pingfeng” (屏風) <feng = viento>. En este punto hay
que referir que los préstamos pueden ser sustantivos o verbos, pero en una
lengua natural no se pueden añadir nuevos géneros, pronombres, tiempos
verbales, o preposiciones. En un alfabeto ideal (fonético), cada letra debe
representar solamente un sonido, como se hace con el español (con algunas
excepciones), o el coreano [http://www.omniglot.com]. Por el contario, la
escritura del inglés no corresponde a su fonética, porque la lengua tiene 44
fonemas, pero dispone de 26 letras: enough /ɪˈnʌf/.

Aparte de las lenguas escritas y habladas, existen también los


lenguajes gestuales (de señas o signos) para los sordos. Esas lenguas son
naturales y se encuentran en el hemisferio cerebral izquierdo –en el mismo
lugar donde se encuentran las lenguas habladas, lejos de los centros
cerebrales que controlan los gestos y las muecas. (No olvidemos la teoría de
Miyagawa / MIT.) Por eso varían los gestos entre las diferentes lenguas o los
dialectos. Y el sistema de lectura táctil para las personas ciegas, llamado
Braille, es también una lengua escrita.

Lengua, idioma, dialecto, lenguaje, modismo: la lingüística actualizada


tiende a unificar todas esas formas bajo el término de “variaciones
lingüísticas” que pueden ser diatópicas (geográficas), diastráticas (sociales),
diafásicas (contextuales de registros lingüísticos) o diacrónicas (evolución en
fases temporales), y eso para eliminar los fenómenos sociales del racismo y
del separatismo –en el sentido de la diferenciación entre entidades de rango
mayor o menor. [J. Chambers & P. Trudgill, 1994] Lo que hoy se considera
como “lengua oficial”, mañana cambia y se convierte en un dialecto
periférico, y lo contrario. El estatus de un idioma depende de factores
geopolíticos y tendencias sociales. [F. Panagiotidis & Ediciones Universidad
de Creta, Grecia, 2013] ¡Imaginemos que la trayectoria histórica fuese
diferente, imponiendo el castúo altoextremeño como lengua administrativa de
España!... Cuando a la élite de una comunidad no le conviene independizarse
de una nación, entonces afirma que habla un dialecto de la lengua oficial. Por
el contrario, considera que su habla local es una lengua –y no un dialecto-
con vistas a independizarse. El inglés, como lengua franca de nuestra era,
no puede reemplazar –mediante sus préstamos- los dialectos. Cuando ellos
se desvanecen, se reemplazan por la lengua oficial de su propio país. No hay
ningún país que tenga un modo de hablar común en todas sus áreas; así,
tampoco existen personas que tengan un acento igual durante toda su vida y
en todos los casos de comunicación. Según la Psicología Social, “recibimos
órdenes” de nuestro entorno social y cambiamos nuestro modo de hablar,
según la edad que tenemos, el lugar donde vivimos o las personas a las que
nos dirigimos. [S. Plous, Wesleyan University, 2013] En este marco, cabe
añadir que no hay lenguas bonitas o feas. El sonido que para un individuo es
melódico, puede molestar a otro. Y el acento que en cierta región constituye
la identidad local, puede sonar en otra como provincial. [D. Crystal, 2010]
Aquí hay que aclarar la diferencia de la pronunciación y del acento: El
primer término indica los fonemas correctos que forman una palabra –“haya”
y no “haiga” y sin h aspirada- y el segundo se refiere a la variación del sonido
entre las provincias o los hablantes extranjeros: “cerveza” en Madrid y en
México.

Lengua criolla es la mixta que se forma en una comunidad de


personas de orígenes diversos y con elementos de sus propios idiomas,
como el chabacano de las Filipinas. La lengua interna es un objeto mental,
es decir, el conocimiento inconsciente que el ser humano tiene, mientras que
la exterior es un fenómeno social con valor cultural.

Y aquí surge el asunto de la traducción: En el caso de textos


científicos o de terminología técnica, la cosa es más fácil. Pero traducir
literatura no es nada simple, porque “traducir” no significa solamente “decir la
misma cosa en otro idioma”. Es lograr transmitir datos socioculturales entre
diferentes mentalidades étnicas y entre épocas remotas y ambientes
naturales completamente ajenos. Los colores son muy sensibles entre las
culturas: lo que una persona ve como marrón, en otra comunidad se
considera como rojo. Y lo mismo ocurre entre el amarillo y el verde, o el verde
y el azul. La intersemiótica [U. Eco, 2003] –otro neologismo este- que indica
p.e. la interpretación cinematográfica de un libro de literatura, o la
representación de la poesía mediante la pintura, es algo mucho más
complicado. Es un trabajo penoso construir una “copia” del sistema fonético,
morfosintáctico y semántico de una lengua, y con eso causar impresiones
sentimentales a un lector o espectador, mediante unas analogías de estilo y
de simbolismos, o hasta de la métrica. Es como tratar de explicar a un
indígena la función de un ordenador, o como comprender el significado de un
“rebus”, es decir, un acertijo lógico gráfico que sirve para descifrar una
palabra o frase a partir de la posición relativa de imágenes, letras, números,
notas musicales, signos etc, dispuestos en un recuadro. Otro asunto es el de
lo “políticamente correcto” (no con el sentido del marxismo-leninismo); eso
se soluciona respetando la lengua vernácula y cotidiana: Es mejor decir
“Blancanieves y los siete enanitos” que “Blancanieves y los siete individuos
que tienen una estatura considerablemente inferior al común de su
especie”…
Nuestro modo de contemplar el mundo donde vivimos, depende de la
lengua que hablamos. Cada lengua es un repositorio de ideas, valores y
experiencias. Y el hecho de la desaparición de una lengua natural equivale
al bombardeo de un monumento como el Museo del Louvre. Una lengua
desaparece cuando muere su último hablante natural. Y junto a ella muere
también la cultura que ella representaba. Las lenguas sin escritura enfrentan
todavía mayores problemas de desaparición, dado que no están registradas y
no dejan rastros después de su muerte, como si nunca hubiese existido. Pero
una lengua renovada que cambia de estructuras sobrevive y expresa nuevos
ideales. El deber de los lingüístas es completar los vacíos que puedan
presentar las lenguas. Las partes de la lengua que cambian más lentamente
son: la escritura, la ortografía, las mayúsculas al principio de algunas
palabras y la puntuación, y la que más rápidamente obtiene nuevas formas
es la jerga. El vocabulario, la pronunciación y el acento, y también la
gramática, son índices de nuestra edad, de nuestro sexo o de nuestro
estamento social. Así que, abandonando un lenguaje porque crecemos o
porque nos hacemos ricos, no significa que eso se va a desaparecer. La
próxima generación asume el papel de mantenerlo a través de varios
cambios. El concepto permanece igual. Eso se distingue en la obra literaria
titulada “Los Cachorros” de Mario Vargas Llosa (Perú, 1967). Para reclamar
un idioma en peligro de desaparición, es necesario disponer de hablantes
nativos. Para su revitalización hay que enseñarlo masivamente, y –en fin-
para revigorizarlo, se necesita traducir los lemas carentes y fertilizarlo con
préstamos que serán asimilados con la ayuda de morfemas. Terminando, es
interesante referir que el 96% de la población global habla solamente el 4%
de los idiomas existentes [Universidad de Adelaide, Australia].

Una lengua nunca nos deja en soledad. Está siempre ahí, en nuestro
cerebro, ayudándonos a pensar e impulsándonos a expresar ideas y
sentimientos. Es –como dicen los indígenas (andinos)- “la boca del pueblo”.
Es importante preservar el patrimonio inmaterial que ofrecen las lenguas a la
humanidad.

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