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Al final de su vida, ya había descubierto que las sombras podían tener peso y el vacío,
colmarse. Morandi pintaba las propias botellas, les daba una mano de pintura grisácea y
dejaba que una gruesa capa polvo las homogeneizara, evitando brillos, convirtiéndolas
en objetos esenciales, casi como si estuvieran hechos todos del mismo material,
arquetipos geométricos. Al final, Morandi consiguió el vacío, los huecos como silencios
adquieren forma en sus últimas acuarelas y las propias formas objetuales, se
desvanecen. Los objetos adquieren esa transparencia mozartina que evocaba Brendel.
“Nada es más abstracto que la realidad”, pronunció Morandi, algo que subrayaría sin
duda nuestro músico esteta.
Es curioso que tanto Morandi como Berndel fueran dos solitarios, apartados de las
modas e incluso del propio mundo del arte, ambos obstinados en su silenciosa e
incesante protesta contra la frivolidad. Sí, la obstinación de estos solitarios, que conocen
bien el fracaso, al final es lo que salva al verdadero arte. Silencio sepulcral provocan los
cuadros Morandi, como en el que Brendel vive ahora, que ha entrado en el mundo de la
sordera. El gran músico, poeta, esteta, hace tiempo que ya no toca el piano… ¡y no lo echa
de menos! “Honestamente, disfruto mucho del silencio”, confiesa.
Concluye con unos consejos para los jóvenes pianistas. El primero es técnico: “si una nota
forma parte de la elaboración melódica, entonces esa nota, como constante columna
vertebral de la figura resultante, debe ser brillantemente enfatizada”.
El segundo, vital: “Vive pegado al reloj, planifica tu repertorio y no ambiciones demasiado,
solo en ese caso serás relativamente libre. No utilices improperios cuando vayas mal
(recuerdo a una joven pianista que se quedó atascada y gritó ‘¡Maldición!’). Nunca
respondas a la crítica. Practica lo suficiente pero no compulsivamente. Asegúrate de que
estas suficientemente a solas. Mira a tu alrededor. Afectuosamente.”