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POR EL
COLOMBIA
EN DOS TOMOS.
TOMO 1
LONDRES
JOHN MURRAY, ALBEMARLE STREET
MDCCCXXVII
+
PUBLICACIONES DEL BANCO DE LA REPUBLICA
BOGOTA -1955
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
ESTE TOMO CONTIENE LOS VOLUMENES 15 Y 16
DEL ARCHIVO DE LA ECONOMIA NACIONAL, ASI :
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
VIAJES
POR EL
COLOMBIA
EN DOS TOMOS.
TOMO 1
LONDRES
JOHN MURRAY, ALBEMARLE STREET
MDCCCXXVII
+
PUBLICACIONES DEL BANCO DE LA REPUBLICA
\ BOGOTA -1955
BANCO DE LA REPUBLICA
IIBLIOTECA LUIS·ANGEL ARANGO
CATALOGACIO~.J
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
ARCHIVO DE lA ECONOMIA NACIONAl
15
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
ESTE LIBRO
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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
do en Londres por John Murray, Albermale Street, en el año de 1827, cuya
primera traducción en lengua castellana publica ahora la Biblioteca del
Banco de la República.
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bertador se encuentra fuera de la ciudad. Anda por tierras del sur pre-
parando la campaña final para logt·at· en su plenitud la libertad de Amé-
rica. Mas la ausencia no es óbice para que hasta éste, nuestro diplomático,
llegue la irradiación de aquella personalidad sobresaliente, de aquel hom-
bre que con su solitaria grandeza llenaba entonces el vasto escenario de
la América India:
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mento del hombre y colocarlo en una situación donde su talento y habili-
dad fueran más útiles para el país. Una de las raras virtudes pertene-
cientes al carácter de Bolívar era su desinterés completo y poca conside-
ración que se tenia a si mismo dentro de las más severas privaciones,
siempre deseoso de repartir cuanto tenía con sus compañeros de armas,
aún hasta su última camisa. Para confirmar esto, no sería inoportuno
relatar una anécdota de él, que me contó otro de sus ayudantes de campo.
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"A fines de agosto el coronel París hermano del señor Pepe París y
comandante de la ciudad, comió conmigo. El vicepresidente le tenía mu-
cha estimación y lo consideraba como un bizarro oficial. El hnbfa actuado
en muchas campañas contra los e!;pañoles al comando del cuerpo de infan-
tería. Me tefirió que en una acción contra los pastusos en la provincia
de Pasto había perdido 210 hombres de 300 que tenía y había perdido 14
oficiales entre muertos y heridoll. En diferentes acciones el coronel habla
sido herido tres veces y perdido dos dedos de la mano derecha. El contó
que tres de sus soldados habían defendido una vez un estrecho sendero
durante mucho tiempo para dar tiempo a que el grueso del ejército pudie-
ra retirarse y cuando vieron que el enemigo les acosaba y que ellos inevi-
tablemente iban a caer presos, se abrazaron y lanzáronse a un abismo
donde quedaron destrozados. 1Qué ejemplo glorioso de devoción para su
patria! Muy semejantes a las epopeyas registradas en Jos anales mejores
de Grecia y Roma. El coronel París cayó preso en manos de los españoles,
cuando el coronel Calzada que los comandaba, decidió que cada prisionero
en orden alternado debía de ~er fu~ilado. Al echar las suertes, el coronel
París tuvo la fortuna de escapar. Antonio Ricaurte, joven oficial (según
su propia relación), comandaba un pequeño fuerte en la provincia de Ve-
nezuela en donde había un depósito de pólvora. Los españoles rodearon
el fuerte, el cual estaba desprovisto de provisiones, éste hizo que la pe-
queña guarnición abandonara el fuerte por la noche y tratara de esca-
par, por la mañana izó una bandera para indicar a sus enemigos que
deseaba entregar el fuerte. Había preparado con anterioridad un rastro
de pólvora que comunicaba con el polvorín, permitió In entrada de las
tropa!! españolas y sus oficiales hasta el fuerte, después disparó al pol-
votln y explotó con todos los espaiíoles".
Testimonio de evidente importancia si se recuerda que ruedan por
allí algunos librejos de historia en loll cuales se trata de di~minuir la
personalidad del héroe colombiano, negando la ve:rosimilitutl de este suce-
so, uno de los más hermosos y e..xprcsivos en la historia de nuestra patria.
El paso de los Andes, aquella terrible jornada de prueba y desaliento
en In cual el ejército libertador subió más que al ápice de los Andes al
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ápice de su tormentosa travesía, dando el más alto ejemplo de resistencia
física y moral, lo comenta Hamilton desde el punto de vista de su perso-
nal experiencia al cruzar el Páramo de Guanaco en su viaje de Neiva a
l'opayán. Dice así:
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después el mismo camino, encontré los cadáveres de ochenta soldados por
lo menos. Cuatro oficiales y cuarenta soldados, entre ellos algunos ale-
manes pertenecientes al regimiento Albión, yacían muet·tos a la orilla del
camino, y tuve la tristeza de ver expirar algunos de estos moribundos
a mi lado sin poderles prestar auxilio alguno. En tan angustiosa situa-
ción hice todo esfuerzo para quitarles los fusiles pero resultó baldío, pues
se aferraban ferozmente a ellos hasta morir. Debo observar aquí que ha-
bíamos pasado sesenta y cuatro horas seguidas con la ropa húmeda y
de ese lapso durante treinta horas al menos nos había sido imposible co-
cinar alimento alguno debido a la incesante lluvia; de manera que a los
pobres soldados les tocó acometer el paso del helado páramo de Pisba
ayunos y semidesnudos, empresa peligrosa aún para quienes cuentan con
buena alimentación y abrigo. La única planta que crece en estos páramos es
la llamada {:ailejón cuyas hojas exquisitamente suaves y de color plateado,
tienen el tamaño de las mayores que produce el r abo. Los soldados se
daban por satisfechos cuando podían recoger hojas de esta planta en can-
tidad suficiente para hacerse una ":yacija".
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lomo de los Andes, nuestro diplomático llega a esta mansión patricia, per-
dida en un rincón de aquella Colombia de 1824, a donde le invita su dueño
con castellana hidalguía para que repose un tanto de su accidentado reco-
rrido. Veamos algunos apartes de esta visita:
"En una sala que llamaba su estudio, tenía una rica biblioteca de
autores franceses, ingleses, italianos y españoles, muchos de los cuales
habla adquirido recientemente en Lima a donde fue enviado en misión
diplomática por el gobierno colombiano junto con su primo el señor J. Mos-
quera. Durante la guerra de independencia, cuando Morillo había ocupado
casi la totalidad del territorio colombiano, los esposos Arboleda hubieron de
sufrir grandes penalidades. Por dos años buscaron refugio en las selvas
y cavernas de sus haciendas en el Chocó, donde mitigaron en parte sus
sufrimientos las atenciones y buen trato que recibieron de sus esclavos,
lo que demuestra el buen amo que había sido para ellos.
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"Al entrar a la alcoba que se me destinara, quedé pasmado ante el
exquisito primor del decorado y el lujo de los artículos de tocador que
sólo gastan las familias más ricas de Europa y que nunca esperé encon-
trar en el remoto aunque bellisimo Valle del Cauca. Servían de dosel al
lecho cortinas a estilo francés, ornadas de flores artificiales, y en una
consola se veían frascos de agua de colonia, jabón de Windsor, aceite de
Macassar, creme d'amendes améres, cepillos, etc. Dormí profundamente
en mi lujosa cama que bien podía considerarse por todo aspecto como un
lecho de rosas. Temprano, a la mañana siguiente, un criado entró a anun-
ciarme que el baño frío estaba listo. Todo aquello me parecía cosa de
ensueño mágico o encantamiento y me sentí como un héroe de las Mil y
Una Noches transportado por los aires a un palacio; tan mezquinos ha-
bían sido los alojamientos y tan pobre la mesa de que había podido dis-
frutar durante mi viaje. El buen gusto con que todo estaba dispuesto en
aquella casa daba alta idea del refinamiento de nuestra huéspeda, y debo
confesar que nunca había encontrado en Colombia nada que pudiera pa-
rangonarse con aquella morada".
"La dirección que seguíamos era con rumbo al sur en una inmensa
llanura, pero el calor se hacía más benigno a causa de las brisas agradables.
En esta llanura vi pequeñas bandadas de perdices coiTiendo cerca a la
carretera; nos veíamos en dificultades para hacerlas levantar el vuelo
cuando íbamos tras ellas. Nuestro guía estaba ansioso de llegar al lugar
de la posada antes de obscurecer: Es muy difícil ver el camino en esta
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inmensa llanura, donde no hay carreteras corrientes y sólo pequeños sende-
ros que deben seguir las mulas, y como hay muchos que se cruzan entre
si, es un verdadero rompecabezas para el individuo no conocedor, saber
cuál debe escoger. En estas llanuras resecas vimos muchos hatos de ganado
paciendo, parecían gordos y brillantes, a pesar de tener el pasto la aparien-
cia de estar seco. Encontramos por el camino muchos naturales de las
r,tovincias de Mariquita y Neiva, a caballo y a pie, las mujeres cabalgaban
en la misma forma que los hombres, su apariencia y rostro eran mucho
más atractivos y sus cuerpos mucho más desarrollados que los de las
campesinas de la sabana de Bogotá, aun cuando por lo general eran de tez
pt.lida. Hay pocos negros en estas provincias y los rasgos del pueblo son
rr.ás europeos que indígenas. La ropa es extremadamente limpia y bonita:
la~ mujeres usan un bonito manto de tela de algodón sobre la cabeza, con
el borde adornado de flores azules, un chal blanco con cenefa de colores,
enaguas de color escarlata; las medias y los zapatos no están de moda:
los hombres usan un sombrero de paja, ruana blanca, pantalones azules y
a!pargatas en los pies. Las mujeres rara vez le miran a úno al pasar, lo
cual mortificó mucho a mi joven secretario, pero generalmente dicen:
"Luenos días caballeros". Las telas de algodón se fabrican en la provincia
de Neiva".
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gobie1·no en transacciones monetarias resulta estar a la par con el Amado-
Fernando". Para nuestra historia económica hay un dato que complementa
la información sobre lo que por aquellos tiempos p1·oducíamos, cuando dice:
t: "Los artículos de exportación de Colombia constan de cacao, café, azúcar,
tabaco, algodón, cueros, maderas tintóreas, zarzaparrilla, quinas, bálsamos,
aiiil, etc." Como se ve, en un siglo y cuarto hemos progresado muy poco,
tal vez ret1·ocedido, pues ya no cuentan para nuestl·a balanza ni el cacao,
ni el algodón, ni las quinas. Es de anotar también que ya el café aparecía
lJOI' aquel entonces en las listas de nuestras posibles expol'taciones.
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negociar un Tratado de amistad y comercio entre ambos países. Mi amigo,
el señor Pedro Gua!, que era entonces Ministro de Relaciones Exteriores,
tuvo conocimiento de los informes confidenciales que envié al difunto Mr.
c~mning sobre el estado de Colombia.
Confío en que la oferta que de mis servicios hago a V.E. será tenida
como desinteresada, pues poseo fortuna suficiente, lo que basta para pro-
porcionarme todas las comodidades de la vida.
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VIAJES POR LAS PROVINCIAS DE COLOMBIA
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vice-almirante sir Laurence Halstead, K. C. B., que viajaba con su familia
a Jamaica, donde permanecería tres años, como comandante en jefe de las
Antillas. Me sentía bastante desanimado cuando me hallé a bordo de la
fragata; sin embargo, el bullicio general y los rostros preocupados de los
oficiales y de la tripulación, contribuyeron para disipar los pensamientos
melancólicos del momento y los pasajeros se encontraban atareados prepa-
rándose para lograr comodidad durante el viaje, según lo permitieran las
circunstancias. La fragata estaba atestada de gente, pues transportaba al
almirante y su familia, a los tres comisarios, varios cónsules y muchos
oficiales navales que estaban a punto de unirse a sus barcos en las Antillas.
Zarpamos el día 28 de octubre de Santa Elena, con tiempo espMndido y
cielo despejado, que, en cuanto pasamos el canal, se trocó por lluvia, vientos
contrarios, calmas monótonas, incontables marejadas, que como es de su-
poner, agitaban el barco considerablemente, aun cuando el capitán nos
aseguraba, como de costumbre, que sin excepción alguna este barco era el
más cómodo y mejor de los que él habla comandado.
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arrojada al centro del camarote, el cual estaba inundado por gran cantidad
de agua salada. A media noche, se divisó el faro de Eddystone, motivo de
gran satisfacción para todos los pasajeros. Creo que el temporal duró
unas treinta y seis horas. Jamás había yo experimentado tan fuerte balan-
ceo. Le oi decir a sir L. Halstead que se había pasado casi toda la noche
sacando agua de su camarote y la pobre lady Halstead sufrió un fuerte
choque nervioso del cual no se recuperó durante todo el viaje. Una vez
venteó tan fuerte que ningún marinero se atrevió a subir a cubierta para
retirar algunos escombros, hasta que el segundo teniente, un gallardo
joven, se atrevió a hacerlo y más tarde se sacrificó en un clima cálido.
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una guinea, pero muchas de las personas a bordo sufrieron una tremenda
zambullida. Yo experimenté la desagradable ceremonia de haber sido
afeitado en seco. Neptuno y su esposa al retirarse de la cubierta casual-
mente se cayeron, lo cual produjo gran hilaridad entre el almirante, lady
Halstead y todos nosotros.
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el teniente coronel Bowles de la Guardia, que dirige la situación del Es-
tado Mayor como ayudante adjunto general. Ambos habíamos estado en
el colegio militar en High Wycombe. Dos o tres días después de nuestra
llegada, el comisario recibió una invitación para comer con el duque de
Manchester, gobernador de Jamaica, que reside en la ciudad española. Yo
acompañé al coronel Bowles en su carruaje por la mañana temprano y
pasamos un día muy agradable. Después de la comida nos mostraron una
hermosa colección de conchas pertenecientes al secretario del duque; la
mayor parte, entre las mejores, procedia de la costa del Pacüico. El duque
de Manchester es muy popular en la isla de Jamaica y creo que bien lo
merece; es de carácter suave y deseoso en gran manera de fomentar el
bienestar de todas las clases sociales.
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pedos e insectos disecados, todos procedentes de la isla; la colecciÓI\ estaba
a la venta. As! mismo vi en su corral dos caimanes y un cocodrilo vivos,
los primeros capturados en un río de la isla y el último en el Nilo. El coco-
drilo era de tamaño mayor que los caimanes y sus ojos de color obscuro
proyectaban una mirada feroz, en cambio los de los caimanes eran de color
verde mar. Le compré al relojero un oso hormiguero bastante domesticado,
procedente de la costa de Honduras. El naturalista señor Bullock había
residido durante algún tiempo en Kingston coleccionando peces, de los
cuales había gran variedad en la costa que circunda la isla.
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permanec1eramos en la ciudad, hasta que pudiéramos conseguir botes que
nos transportaran hasta el río Magdalena. Visitamos al coronel Saída,
gobernador de la plaza, de origen español pero un patriota adicto, que
había sufrido mucho por la causa de la independencia. El gobernador nos
recibió con gran amabilidad y nos rogó que nos hospedáramos en su casa.
Declinamos este ofrecimiento, pero en cambio le aceptamos al día siguiente
una invitación a comer. El coronel Saída había luchado contra los espa-
ñoles en Méjico, donde fue hecho prisionero y enviado a Europa y más
tarde reducido a prisión en compañía de un coronel inglés en la fortaleza
de Ceuta, en la costa del Africa. De los calabozos de Ceuta se escaparon
trabajando como topos durante siete meses por medio de un pas.adizo sub-
terráneo bajo los muros de la fortaleza. Por lo que me relató, parece que
corrieron tantos riesgos y tan grandes peligros como el barón Trenck,
pero su valor, paciencia y perseverancia se vieron coronados nl fin po1·
el éxito. Sin embargo, la huida de la fortaleza de Ceuta fue únicamente
para caer en manos de implacables enemigos de los españoles, los moros
bárbaros. "Incidit in Scyllam, cupiens vitare Charybdin." En este sitio el
coronel Saída tuvo la buena suerte de haber sido libertado del cautiverio
por medio de compra de su persona por parte del cónsul gene1·al francés en
Tánger, por unos cuantos pañuelos de seda, y cuando él regresó inmedia-
tamente a Suramérica, entró al servicio colombiano y en esta ocasión fue
objeto de gran estima por parte del presidente Bol!var. El coronel no
poseía ninguna de las cualidades de los españoles; "toujours gai, et vive la
bagatelle" parecia ser su lema, con suficiente filosofía para importarle
poco los éxitos o fracasos de este mundo.
Al día siguiente el coronel Saída nos obsequió con una comida muy
abundante preparada de acuerdo con la cocina española~ la cual tuve el
mal gusto de no alabar, pues el ajo y el aceite rancio predominan en la
mayor parte de los platos. Entre el primero y segundo plato, los invitados
por regla general salen a dar una vuelta por el término de veinte minutos
o media hora; después, al regresar al comedor, encuentran la mesa col-
mada de pudines, tortas, dulces, frutas en conserva, todo ello de excelente
calidad; pero me imagino que las gastralgias y las malas dentaduras tan
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corrientes en las damas del nuevo mundo que muestran al sonreír, son
una evidencia del abuso de estas golosinas. Sin embargo, ellas son gra-
ciosas a pesar de su dentadura.
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la entrada al puerto. La población de Santa Marta ha disminuido conside-
rablemente desde el principio de la guerra civil y en la época en que está-
bamos allí, se me informó que no había más de tres mil habitantes. Los
naturales de esta plaza habían sido siempre enemigos decididos de la causa
de la libertad, por lo tanto la mayor parte de los habitantes principales
habían sido desterrados y los demás reclutados para el servicio del ejér-
cito del gobierno colombiano.
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El general Morillo desciende de una de las más distinguidas familias
de Caracas. En su temprana edad fue a la vieja España y prestó servicio
en la guardia de corps del rey. Al regresar a su patria nativa se convirtió
en el más celoso defensor de la causa destinada a establecer la indepen-
dencia de las colonias españolas; y durante la lucha desesperada entre
España y Colombia, se le confiaron importantes órdenes en el litoral de la
República. Después él comandó el sitio de Cartagena, que capituló después
de largo bloqueo con la vktoria para las armas de Colombia. Los modales
del general eran exquisitamente refinados; de tal suerte que se podía obser-
var al instante su roce en la mejor sociedad. El hablaba francés e italiano
con fluidez y el inglés medianamente, aun cuando él por lo general se sentía
reacio a conversar con los ingleses en su propia lengua. El ingenio del
general Morillo era de calibre superior y en sus operaciones militares du-
rante la guerra había demostrado mucha previsión, prudencia, decisión
y valor. Pero algunas de las autoridades de Bogotá, cuando yo estuve allí,
me dieron a entender que el gobierno se sentía bastante desconfiado del
general, pues Jo consideraban como un intrigante infatigable y por esta
causa lo mantenían en la costa alejado del gobierno central. Desde entonces
él renunció el ca1·go de gobernador de las provincias de Santa Marta, Car-
tagena y Ríohacha y fue reemplazado por el general Bermúdez. Hay una
mancha en el temperamento del general Morillo -su pasión inveterada
por el juego, en cuya complacencia podría pasar días y noches en vela.
Esta pasión ha demostrado ser la ruina de Suramérica~ si no se toman
medidas firmes por el Senado y el Congreso para detener su desarrollo, y
si fuere posible, extirpar este veneno de la mente de todas las clases
sociales; pues los antiguos grandes de España, los caballeros, los mecánicos,
Jos indios y los negros son todos igualmente adictos a este vicio fascinador.
Uno de los juegos predilectos entre la clase baja, se denomina "Más diez".
Frecuentemente se ven mesas de este juego en las plazas públicas durante
el carnaval; tienen bolsas al 1·ededor numeradas hasta 22; el jugador lanza
una bola al rededor, si ésta entra en una bolsa por encima del número 10,
es ganancia para el banquero de la mesa, pero si por el contrario cae en
una bolsa de numeración inferior, gana el jugador, pero le da al banquero
de la mesa la ventaja de dos bolsas.
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Las corrientes de aire procedentes de los Andes que se levantan,
soplan del S. E. y predominan durante los meses de diciembre y enero en
Santa Marta, y mientras permanecimos en esa ciudad (que está construida
sobre suelo arenoso) nos incomodaban a los ojos; pues el calor es tan sofo-
cante, que las casas están edificadas sin ventanas. Las brisas del S. E. por
consiguiente cubren las casas de una arena fina blanca que empolva los
muebles; los platos en las comidas también participan de este elemento
picante. Se agregan a esta calamidad, los mosquitos, nubes de moscas,
ciempiés, escorpiones y de vez en cuando la presencia de la fiebre amarilla,
que constituye un gran inconveniente para establecer la residencia en
Santa Marta.
Esta plaza fue atacada y tomada por unos 350 indios en enero de 1823
y mantuvieron el dominio de ella dut·ante unos 18 dlas. Pugeal, español,
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comandó a los indios en este ataque; más tarde cayó prisionero en manos
de los patriotas y fue enviado a Lima para servir como soldado raso, aun
cuando en esa época ya tenía más de sesenta años de edad. Anteriormente
había sido gobernador de un departamento del reino de España. Los indios
saquearon todas las casas de la ciudad, con excepción de la aduana y los
almacenes de depósito de uno o dos comerciantes ricos, los cuales se con-
servaron como provisión de boca para el general español Morales, quien
se hallaba en posesión de la fortaleza de Mara.caibo. En ese entonces Santa
Marta fue tomada por los indios, pues tenía para su defensa únicamente
un reducido número de fuerzas locales, muchas de las cuales eran bastante
indiferentes a la causa de la independencia. Mientras permanecimos allá, la
guarnición constaba de un regimiento de infantería de la provincia de
Antioquia a órdenes del coronel Restrepo, hermano del ministro del interior.
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El señor cónsul general Henderson llegó a Santa Marta con su esposa
y familia pero se quedó atrás por falta de embarcación. Todos los sir-
vientes, exceptuando uno mío, habían salido con nuestro equipaje el día
anterior en el bongo y la piragua por vía marítima para entrar a los lagos
que se comunican con el río Magdalena en Cuatro Bocas. El domingo por
la tarde el gobernador, coronel Saída (que insistió en que le acompañá-
semos a la aldea india de Gua va a unas dos leguas de Santa Marta) , el
coronel Campbell, el señor Cade y el señor M'Leland (socio del señor
Faribank), mi sirviente y yo, salimos de Santa Marta a caballo, escol-
tados por un destacamento de húsares y lanceros, con dirección a la grande
aldea india La Cervanos, donde debíamos de encontrar nuestros buques.
Esta escolta era necesal'ia, pues algunas de las tribus vecinas indígenas
estaban todavía en armas. Los uniformes de estos húsares y lanceros cons-
tituirian una novedad para cualquier europeo¡ ellos usaban cascos cubier-
tos de pieles de oso, chaquetas rojas, pantalones blancos pero sin botas,
las piernas desnudas, las plantas del pie protegidas con sandalias y pro-
vistas de largas espuelas. Nosotros criticamos mucho durante la revolución
francesa de 1794 los san s-culotes, pero yo nunca vi caballería sin botas;
los caballos eran pequeños pero briosos y de buen rendimiento. La Cer-
vanos está situada a siete leguas de Santa Marta, y encontramos algunas
partes de la carretera muy pedregosas, pendientes y malas, especialmente
en la costa, donde nos vimos obligados a cabalgar por rocas inmensas
durante la noche. El caballo del coronel Campbell se cayó con él, pero
afortunadamente resultó ileso. En Guava nos despedimos del coronel Saída,
expresándole muy sinceramente nuestra gratitud por toda la benevolencia
<;le que nos había hecho objeto durante los pocos días que permanecimos
en Santa Marta. Durante las tres o cuatro primeras leguas de nuestro
viaje, cruzamos a través de hermosas selvas, valiosas debido a la variedad
de maderas tintóreas que se transportan a Santa Marta para exportarlas
de ahí a Europa. Atravesamos diversos riachuelos en el camino hacia La
Cervanos y, como noveles viajeros del Nuevo Mundo, nos sentimos bastante
alarmados al ser prevenidos por los húsares de que había caimanes en
algunos de estos caños. Recuerdo perfectamente bien haber mantenido las
piernas y rodillas en alto como el sastre que cabalgaba en Brentford, y
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observando atentamente de derecha a izquierda en expectativa constante
de ver aparecer uno de estos monstruos voraces de anchas quijadas en la
superficie del agua; pero después al subir el río Magdalena, nos acostum-
bramos a la presencia de caimanes de tamaño gigantesco, aun cuando debo
confesar que nunca tuve el honor de cabalgar sobre el lomo de uno )le
~llos (1), ni me sentí muy inclinado a hacerlo. En este viaje estuve espe-
cialmente bien montado, gracias a la bondad del coronel Reenboldt, que
tuvo la fineza de prestarme un caballo brioso. El coronel era natural de
Hanover y estuvo algunos años antes al servicio del gobierno británico;
en la época actual comandaba un batallón extraordinario llamado caza-
dores de la guardia, acantonado entonces en Cartagena. En este instante
estaba en vía de Cartagena a Maracibo, "pour faire l'amour" a una linda
muchacha, con quien se casó más tarde; para lograr este dón, tuvo que
afrontar tantos peligros y riesgos como la mayor parte de los caballeros
andantes de antaño.
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Tal como dije antes, los indios guagiros dominan una región conside-
rable de la costa del Atlántico, desde una parte pequeña hacia el oriente
rle Santa Marta hasta Ríohacha y Cojoro, en el golfo de Maracaibo, y en
el interior también se extiende muchas leguas. Parece bastante extraño
que esta nación de indios independientes no hubiese sido nunca conquis-
tada por los españoles, estando por todas partes rodeados por criollos que
viven en las provincias que ahora forman parte de la República de Co-
lombia. He oído decir que esta fue política de los españoles para mantener
a los indios guagiros independientes, por cuyo medio evitaban a los habi-
tantes de cualquier parte de las provincias comunicarse entre sí; esto, sin
embargo, es problemático.
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por los indios, que atacaron la ciudad dos veces durante los dos últimos
años; y en una ocasión fue arrastrada por la tempestad de modo especial,
produciendo la muerte de la mayor parte de la guarnición. La guarnición
constaba ahora de cien hombres del batallón de Antioquia y un destaca-
mento de húsares y lanceros. La ciudad en esta época contaba con unos
dos mil indios, pero había disminuido más de la mitad durante la guerra
debido al número de hombres que perdió en apoyo de la causa del rey de
España. Un cacique fue hecho prisionero diez días antes de nuestra lle-
gada e inmediatamente fue fusilado, pues ninguna de las partes conteo-
doras daba cuartel y los oficiales me contaron que había muerto con la
mayor sangre fria.
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su entonación. Estos hombres se quejaban de tener el estómago lleno de
combates pero vacío de alimentos y que el gobierno les debía a ellos una
considerable suma de mesadas atrasadas; si ellos hubieran podido obtener
el pago de éstas, muy seguramente hubieran abandonado inmediatamente
el servicio en el ejército colombiano, manifestando que las campañas en
las inmensas llanuras de Sur América no eran cosa de chiste.
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biertos de nieve. Lo que más particularmente llama la atención del viajero
al Nuevo Mundo es la condición gigantesca de la naturaleza -montañas
de inmensurable altura, llanuras, selvas, ríos y lagos de extensión y es-
pacio ilimitados; la mente se halla ocupada a toda hora con algo nuevo,
en la fo1:ma y colores que presentan las aves, fieras, insectos, árboles y
arbustos de este país extraordinario.
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transportaban provisiones desde el interior, aguas abajo del Magdalena,
al cruzar los lagos hacia la costa. Su cargamento consistía en marranos
gordos que estaban acorralados tan estrechamente y tenían tan poco aire
para respirar, que cuando llegaron a Pueblo Viejo las dos terceras partes
de los pobres cerdos se habían asfixiado. Como no había tiempo que perder
cuando el termómetro marca de 80 a go•, encontramos al propietario y a
uno o dos de sus asistentes en la playa despresando y salando la carne de
puerco de estas víctimas prematuras, para los habitantes de Santa Marta;
ya que los habitantes de las grandes ciudades de Suramérica consumen
lo mejor y peor como la población inmensa de nuestras propias metrópolis.
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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
eran éstos unos pichones muy bonitos. El tucán abunda en las provincias
de Santa Marta y Cartagena, hacia la costa, pero nunca los vi en el inte-
rior de Colombia. Se supone generalmente que el tucán se alimenta de
frutas, semillas, etc. y no es de rapiña. Pero un vendedor de pájaros en
Londres me aseguró que había tenido uno vivo casi durante año y medio,
al cual le permitía andar suelto por la tienda, hasta que descubrió que
había devorado un pinzón real que cantaba, que había escapado de la
jaula y desde entonces él lo alimentaba con pájaros muertos.
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por mi parte me vi obligado a matarlo. Después de mi llegada a Bogotá,
casi se termina la vida de Don, a causa de un profundo mordisco en el
cuello. Había leído en algunos autores que el oso hormiguero carecía de
dientes; mi viejo pointer podría decir otra cosa muy distinta -ellos muerden
con tánta agudeza como un tejón y sus patas están provistas de garras
largas y fuertes.
Tuvimos poca brisa o ninguna para la navegación. A nuestra tripulación
negra, cobriza y morena le oí rezar a San Juan para que concediera brisas
favorables. Los lagos rara vez tienen más de veinte pies de profundidad
y en promedio unos seis o siete pies. Nuestro buque mayor calaba unos
dos pies y medio y el menor uno y medio. Comíamos a las seis en nuestros
camarotes o por la cubierta del buque grande y bebíamos a la salud de
nuestros buenos amigos de Inglaterra con una botella de clarete San Julián
y echamos anclas a las siete, en un lugar llamado Menciado, clavando las
pértigas en el lodo y amanando los botes en ellas. Por la noche hubo buenas
brisas que sirvieron para mantener alejados a los mosquitos y dormimos
profundamente sobre cubierta, después de haber pasado dos noches en la
costa tan incómodos. El bongo no apareció sino a las seis de la mañana y
se regañó al patrón, que demostró ser un tunante redomado.
El día siete, a las siete de la mañana, entramos a la Boca de Caño
G1·ande, que no tiene más de veinte yardas de ancho, timoneando de occidente
n stsr. Navegábamos entonces a una velocidad de cuatro nudos por hora.
Todos los negros e indios tomaban por la mañana temprano un vaso de
ron, y si se les agregaban unos cuantos cigarros, los individuos trabajaban
como esclavos de galeras durante tres o cuatro horas. Cicerón hubiera
podido arengar a estos negros boteros sin causar la menor impresión, pero
en cuanto ellos veían los cigarros y la damajuana de ron, les brillaban los
ojos y pronto se oían las canciones alegres y las largas pértigas se movían
con precisión y rapidez. Ellos están desnudos con excepción de un trapo
de tela que llevan al rededor de la cintura y un sombrero de paja. El coronel
Cumpbell mató una hermosa garza de color blanco lechoso o garza real.
Sobre el dorso de este animal se hallan las plumas que adornan la cabeza
de nuestras bellezas europeas. Observamos gran variedad de aves acuáti-
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cal> tales como gallinetas, espátulas escat·latas y un ave excelente, el
fl&mingo y cercetas, pero ellas se asustaban a ver los buques. Al cruzar
el Caño de Boca Grande entramos en otro lago, denominado Redonda y
después pasamos por Boca Sucia, que es un canal pantanoso. Después de
esto, el coronel vio dos monas coloradas y un mono rojizo que dan unos
alaridos esp¡mtosos y gruñen durante toda la noche, pero no están a tiro
de fusil. El plátano y la higuera silvestre crecen a orillas del lago y las
flores y enredaderas de algunos arbustos eran de los más hermosos y bri-
llantes colores. Por la tarde tomamos agua del lago, a las cuatr<5, y nos
pareció bastante fresca; vimos un enorme pájaro que los indios llaman
tixerana o cola de tijera. Por la tarde entramos al Caño de Clarín y
observamos gt·an número de monos colorados trepados en los árboles, pero
ninguno de ellos estaba a tiro de fusil, con excepción de uno al cual heri-
mos; este no cayó, pero se mantuvo colgado de la cola hasta que lo
herimos seis veces. Con mucha düicultad desembarcamos para buscar al
mono, que esperábamos se hubieran devorado los mosquitos, de los cuales
hay millones zumbando al rededor de nosotros. Al abrir y despellejar el
mono, los negros e indios observaron que era hembra y estaba grávida;
mas, sin embargo, oí decir que ellos habían preparado un plato delicado
para la cena: estos individuos tienen apetito de buitres y digestión como
la de un avestruz. Pasamos la noche en el Caño Abrito, que es fresco pero
algo infestado pot· mosquitos.
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desconocimiento de la lengua española constituía un serio obstáculo para
enamorar. Aquí tuvimos que ejecutar una desagradable maniobra al ver-
nos obligados a descargar los buques, sacando todo el equipaje pesado y
trasbordándolo a la playa arenosa, lo cual nos detuvo algunas horas; hubo
también una lucha desesperada entre Don y el oso hormiguero; en esta
Don salió con un fuerte mordisco en la cola, que fue curado por uno de
los indios aplicándole sal y tabaco en la herida. El alimento de los indios
y negros es arroz, plátano y carne salada de ternera en sancocho. Durante
las comidas Jos remos anchos que los boteros usan siempre cuando van a
atravesar el río se lavan y colocan en el fondo del champán hacia la p1·oa;
entonces la ración de alimentos se saca y divide en pequeñas partes para
los hombres que se la comen con los dedos. La mayor parte de las bodegas
tienen grandes conos de panela que sirven de postre. Hoy el coronel
Campbell mató lo que nos imaginamos que fuera un enorme pavo silves-
tre, pero más tarde averiguamos que se trataba de buitre de la ciénaga
o gallinazo del lago. Esta ave tenía cinco pies y medio de ancho de alas,
patas largas, rojas y muy fuertes; el plumaje del dorso y del pecho negro
y gris y blanco en la cabeza con dos espuelas curvas afiladas en la punta,
de casi una pulgada de largo desde la base de cada ala, con las cuales
golpean con fuerza terrible. Los indios nos habían dicho que el buitre se
podía comer, lo desplumamos y lo preparamos para la comida; no hay
nada qué decir de sabor, pues debo confesar que nunca había probado
una cosa tan dura, fuerte y mala; y el coronel y la señora Cade fueron
de la misma opinión. Esto resultó ser para nosotros un día de ayuno.
Antes de llegar al río Magdalena los buques encallaron, lo cual nos
obligó a permanecer inmóviles durante la noche. No nos habíamos cam-
biado la ropa desde que embarcamos en Pueblo Viejo, ni habíamos visto
choza ni sér humano, salvo la familia ya mencionada. Los mosquitos y
el jenjén resultaron muy fastidiosos esta noche, al acercanos a la playa.
Vi una gran cantidad de cocuyos por la noche, que proyectan una luz
fluorescente y los llaman luciérnagas.
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El Magdalena en este lugar me pareció que tuviese una milla y media
de ancho y el agua muy turbia. Las pendientes suaves de las colinas hacia
el S.O. a siete u ocho millas de distancia tienen mucho parecido a las
cascadas del Sussex. Estas fueron las primeras tierras que vimos cultiva-
das de algodón, maíz, cacao y caña de azúcar, desde nuestra salida de
Pueblo Viejo; estas se hallan a la orilla izquierda del río ~Iagdalena y
en estos terrenos la mayor parte del suelo rico y fértil permanece sin
cultivo y cubierto de selvas. Un poco más arriba del río divisamos exten-
sas sabanas con gran número de caballos pastando; en esta región hay
asimismo extensas granjas donde los propietarios mantienen de doscien-
tas a trescientas vacas lecheras y producen unas dos o tres arrobas (1) de
queso diario, gran parte del cual se envía a las ciudades de Cartagena y
Santa Marta. Los habitantes que viven junto al río eran generalmente
criollos y vimos muy pocos indios o negros. Las aves de corral se venden
aquí a dos chelines el par. El coronel Cnmpbell mató un loro verde con
plumas escarlatas en las alas, que resultó gordo y tierno. Los españoles
bloquearon el estrecho canal de Bocado1·es de la Buega, que es la vía
angosta entre el río Magdalena y los lagos, pal'a evitar que los colom-
bianos atacaran a Pueblo Viejo y a Santa 1\tarta. Este canal fue dominado
y los obstáculos removidos por los buques cationeros de los patriotas.
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tE:ndría de 14 a 15 pies de largo y debido a su hediondez llegó a ser un
vrcino desagradable. Las orillas del l\Iagdalena son hermosas a causa de
la abundancia de flores rojas y lilas de la clase de cámbulos que las
guat·necen.
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muchos barcos de vapor estarían navegando en estos l'ÍOS y lagos. Si el
gobierno ha estado decidido a estimular los monopolios, que siemp1·e son
desventajosos para una nación comercial, hubiera sido más conveniente
haber hecho contratos con compañías respetables, que poseen capital sufi-
ciente para evitar cualquier obstáculo natural en la navegación de los ríos,
como esas grandes masas de troncos, los bajos fondos y bancos de arena,
etc. El Magdalena es la gran vía fluvial que comunica a las provincias
de Santa ~Iarta, Cartagena, Antioquia, Mariquita y Neiva y transporta
buques a tres días de distancia, por tierra, de Bogotá, capital de la repú-
blica. Dejo estas disquisiciones de economía política para que se juzgue
si es esta una razón fundamental para no conceder privilegios exclusivos.
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con cajones no se termine en menos de un año; y además debe darse el
dinero por anticipado al ebanista, pues este no tiene capital. Vimos el
esqueleto de un gran caimán y el coronel Campbell mató un pájaro de
hermoso plumaje llamado la amarilla o pechiamarillo; el dorso tenía un
bello color castaño, el pecho amarillo brillante y un hermoso copete rojo
en la cabeza; es como del tamaño de un mirlo y canta muy bien.
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frases en español con bastante claridad y era un buen patriota, pues se
le oía gritar "Bolívar" y muy a menudo decía "viva Colombia", "viva la
patria y nada para los españoles". Este loro lo llevé después a Inglaterra
y murió durante el invierno de 1825.
En esta parte del río hay muchas isletas pobladas todas ellas de
árboles gigantescos y hermosos arbustos, especialmente la mimosa. La
tierra da el aspecto de ser extraordinariamente rica y fértil; en algunas
partes hay hasta quince pies de profundidad de capa vegetal. El bejuco,
una enredadera, crece en estas selvas, es tan fuerte y resistente que los
nativos lo emplean pa1·a amarrar las vigas de sus casas y los bambúes
para cubrir los champanes o lanchones en los que viajan por el Magdalena
desde la ciudad de Mompox al intel"ior de las provincias. Vimos varios
monos colorados en los árboles y un par de guacamayos o macaguas
grandes de color escat·lata.
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se descargan aquí y se llevan en mulas a Cartagena. Se emplea el mismo
medio de transporte de Cartagena a Barranca para el despacho de artículos
de lencería, vinos etc., procedentes de Europa, Estados Unidos y Jamaica.
Hay un canal natural entre Cartagena y Barranca para los lanchones
durante la estación de lluvias que dura tres meses. Un ingeniero ha ins-
pf'ccionado el terreno entre las dos ciudades y se espera que la comuni-
cación fluvial se mantendrá abierta durante todo el año a bajo costo. Los
campos se han despejado a alguna distancia alrededor de la ciudad y como
e!>tá en lo alto, por esta circunstancia se goza de una bella vista del
Magdalena hacia abajo y arriba de la ciudad.
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rían en Barranca Nueva dentro de seis días y se deseaba que se enviaran
a Cartagcm\ veinte caballos y mulas para <:>1 transporte de ellos, de su
comitiva y equipajes. Cuando estábamos subiendo a bordo conocimos al
coronel Johnstone y a otro oficial irlandés; el primero había estado cinco
años al servicio de Colombia y había luchado en casi todos los combates
contra el general español Mot·illo, habiendo estado gravemente herido.
Como era oficial de campo en el batallón de Albions, compuesto de soldados
ingleses, el coronel estaba en uso de retiro a media paga y se preparaba
para ir a Inglaterra. Los oficiales en uso de retiro del servicio colombiano
que no hayan sido heridos, reciben solamente una tercera parte del sueldo.
El coronel Todd, anteriormente encargado de negocios de los Estados Uni-
dos ante la república de Colombia se hallaba aquí, en viaje para Norte
América pero no le vimos.
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suero que nos pareció muy caliente, después anduvimos por lugares poco
ventilados a causa del espeso follaje de árboles y arbustos. En este rancho
vimos una pica o lanza larga con que se guían los toros, que son muy
bravos. Nosotros estábamos allí muy precavidos durante nuestro paseo, a
causa de las numerosas serpientes venenosas que invaden los bosques y
lugares pantanosos, especialmente las culebras cascabel y las equis, cuya
mordedura pronto es mortal, si no se aplica el específico empleado por los
nativos del país. En algunos árboles observamos que se habían hecho
grandes agujeros por los lados, los que, según se nos dijo se hacían con
el fin de preparar colmenas, pues había abejas silvestres cuyo producto es
muy provechoso aquí, donde hay tánto altares y retablos constantemente
iluminados con cirios en ciudades y aldeas, en homenaje a la Virgen y a
todo el calendario de santos.
Hoy pasamos el día en las aldeas de Barranca Vieja y de Yuel, situa-
das ambas a la orilla izquierda del río. Las aves gorjeaban y el panorama
de la selva era grandioso. El termómetro a la sombra a la una de la tarde
marcaba 87° y a las tres de la tarde 89°. Un indio brincó al agua en
busca de su sombrero de paja, el cual obtuvo sin peligro alguno; estos
hombres nadan admirablemente. Una balsa inmensa, cargada de caballos
y mulas, que iba bajando el río pasó junto a nosotros; estaba esta protegida
por una cerca de guaduas. Vimos una bandada de guacamayos rojos, que
viajan siempre en parejas y algunas veces sus cabezas escarlatas se ven
asomar por entre el follaje de los árboles en donde, según se nos dijo,
hacen los nidos.
Pasamos la noche en la aldea de Yubertin y al anochecer fuimos de
paseo a la plaza, donde encontramos grupos de personas de diferentes
tonalidades de color moreno, jugando cartas en mesitas al rayo de la
luna, apostando dulces. Los negros, indios, mulalos, zambos y criollos
parecían estar tan interesados en esos juegos como los jugadores profe-
sionales apostando miles en una casa de juego de Londres. Nos sorprendió,
o tal vez nos mortificó bastante notar que estos jugadores no hacían ningún
caso de nosotros. Los hombres de esta aldea eran todos pescadores, y ob-
servamos mucha cantidad de pesca de forma y color semejante al escarcho
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de dos a tres libras de peso colgada en cuerdas secándose al sol. Como
habíamos colocado nuestros mosquiteros antes de la puesta del sol, lanza-
mos un desafío a estos insaciables chupadores de sangre, que podían oírse
afuera zumbando, volando en todas direcciones y tratando por todos los
medios de encontrar un agujero en las cortinas. Un criado debe estar
pxeparado para cerrar el mosquitero inmediatamente que uno se mete a
In cama, pues de otro modo se cuelan estos atormentadores y pican y dan
serenata toda la noche. No conozco nada más atormentador que las picadas
de mosquito en un clima tropical. Es casi imposible abstenerse de rascar
la picadura, la cual se irrita inmediatamente y algunas veces es sumamente
dolorosa. Los nativos aplican sobre la irritación tabaco empapado en ron
y yo comprobé que alivia mucho la inflamación.
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caballeros. Hoy por primera vez vimos el ave cabecinegra; se trata de un
pájaro de gran tamaño, que en pie mide cuatro pies de altura, el cuerpo es
blanco, la cabeza negra y el cuello rojo brillante. Era tan arisco que nunca
pudimos tenerlo a tiro de fusil. También vimos bandadas de loros verdes,
periquitos, que hacían mucho ruido al volar. Había tal cantidad de peces en
la parte panda del río que parecía como si la canoa fuera a cortarlos.
Esto ocurría cerca de la aldea de Plato; aquí contamos treinta caimanes
nadando a unas doscientas o trescientas yardas de nuestra barca; en gene-
ral sólo las cabezas aparecen sobre la superficie del agua. Plato es una
aldea notablemente limpia y bonita, por lo tanto resolvimos pasar la noche
alli.
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Le regalamos el pasaje a una muchacha zamba desde este lugar hasta
1\tompox. La canoa o piragua en donde ella iba río abajo se volcó durante
la noche al chocar con un gran tronco que flotaba sobre el río; todo se
perdió; la muchacha y la tripulación se salvaron nadando hacia la playa.
Esta joven damita parecía sufrir su infortunio con mucha filosofía, pues yo
la oí con frecuencia cantando. Durante el viaje maté una garza que medía
cinco pies de punta a punta de las alas. Vimos gran cantidad de patos y
gansos silvestres y lagartos de color verde brillante a las orillas del río;
estos reptiles son muy rápidos y ágiles en sus movimientos. A los nativos
les gustan mucho los perros y los tienen por cantidades en todas las aldeas;
sus ladridos durante la noche mantienen alejado al jaguar o trigrc de
manchas negras, al leopardo rojo y a otras fieras carnívoras. Oí decir que
la rabia canina no se conocía en Sur América. El agua del río Magdalena
está siempre muy turbia. Pasamos la aldea de Sombrone a la orilla izquier-
da del rio y dormimos en San Pedro, a siete millas de distancia de Plato.
El termómeti·o a las tres de la larde indicaba en la sombra 92° y en el
sol 112°. Disparamos cuatro veces hoy a los caimanes muy cerca del bongo
con perdigones y posiblemente les dimos, pues inmediatamente se sumer-
gieron y no los volvimos a ver más; yo me imagino que uno de los rifles
del señor Staudcnmcyer a una distancia moderada hubiera podido atravesar
las escamas. Dormimos esta noche en el Sitio del Demonio, a causa de la
nube constante de diablillos que en forma de mosquitos invade este Jugar.
Partimos de aquí a la salida del sol del día 15 de enero.
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corrientes y remolinos, y como no soplaba ninguna brisa la tripulación se
vio obligada a remolcar encima de esos palos, debido a que el agua era
bastante profunda en las demás partes del río. Mienti·as impelian el buque
\ con las pértigas con abundante transpiración, bebían grandes cantidades
de agua sin experimentar malos efectos; esto puede atribuirse quizás al
calor del agua. En el curso del día observamos varias bandadas de palomas
silvestres y gran cantidad de milanos blancos. El termómetro a las tres
de la tarde, a la sombra, marcaba 93°. Al medio día tuvimos una agradable
brisa del S.O. y unas cuantas gotas de lluvia, las primeras que recibimos
desde que desembarcamos en el continente de Sur América. Acampamos
por la noche en Pinto, pequeña aldea de 300 habitantes. Los agricultores
aquí son ganaderos, algunos tienen hasta 100 cabezas de ganado. Por la
noche fuimos a visitar al segundo alcalde o magistrado, y compramos tres
pieles de tigre por seis duros españoles. Una de estas pieles perteneció a
un tigre que se había llevado una pica del alcalde hacía algún tiempo y
en el ataque con este feroz animal murieron tres de sus mejores perros.
Los cazadores de jaguares los matan a veces a bala, pero generalmente
prefieren emplear para tal fin una lanza de siete pies de largo con un
hierro ancho en la punta, muy afilado en los bordes. El alcalde manifestó
que nuestro gran tigre había atravesado el río a nado tres meses antes y
al amanecer llegó al centro de la aldea; los pert'os dieron la alarma con
incesantes ladridos; cuando el alcalde regresó con sus esclavos, atacó al
intruso y lo mató. Los jaguares y caimanes son enemigos mortales, los
primeros les hacen la guerra perpetua a los últimos. Siempre que el tigre
sorprende dormido a un caimán sobre la arena caliente, él lo ataca por
debajo de la cola, que es una parte blanda y gorda y la más vulnerable y
tal es su sobresalto que difícilmente se mueve o resiste; pero si el caimán
agarra a su enemigo en el agua, su elemento más propio, entonces los
papeles se cambian y po1· lo general el tigre se ahoga y perece devorado;
conocedor de esta inferioridad, cuando tiene que atravesar un río lanza un
tremendo rugido en la orilla del río antes de entrar al agua con la espe-
ranza de asustar al caimán y alejarlo. En este paraje había gran cantidad
de tigres gallineros que se llevaban los cerditos, las cabras y las aves;
sus pieles tienen manchas negras, son suaves y muy hermosas y constitu-
-so-
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yen un artículo comercial en Europa. Una vaca gorda vale aquí unos veinte
duros españoles; se sacan con frecuencia dos arrobas (1) de cebo para
hacer velas.
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BANCO DE LA REPUBLICA
BIBLIOTECA LUIS-ANGEL ARANCO
CATALOGACION
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aspecto de un anciano. Vimos una espátula de color escarlata, pero se
mantuvo fuera de nuestro alcance. Llegamos a las seis de la tat·de a Rin-
conada, una casa abandonada, ambos estábamos rendidos, después de tánto
ejercicio y sin haber comido nada desde las seis de la mañana. Aquí dormi-
mos. El amo de la casa era un criollo, hombre muy industrioso; hacía tres
años logró que le concedieran mil yardas a lo largo de la orilla del río y
todo cuanto pudiera cultivar en la parte posterior, pagando pequeños diez-
mos a un sacerdote de Mompox. Durante este tiempo él había construido
un trapiche; bonito edificio y muy ordenado; sus plantaciones de caña de
azúcar, cacao y plátano se hallaban cultivadas en la forma más ventajosa.
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continente desde el Atlántico hasta el Pacífico con facilidad. La naturaleza
ha contribuido con su parte hacia la J'ealización de este fin, pues ningún
país posee tan buenos ríos navegables como los de Sur América. La cons-
trucción de champanes cuesta una suma considerable de dinero; por uno
espacioso se pagan tres mil dólares. St construyen muchos en :\Iompox.
Nuestros bogas estaban borrachos y pendencieros; mientras estábamos
aquí, hubo una pelea entre ellos a machete o sea cuchillos largos, en la
cual hubo un muerto y cinco heridos; no hubo demanda ni investigación
ni diligencia activada por el poder c1vil. En verdad estos bogas contumaces
de Mompox deben únicamente manltncr:;e en orden por el poder militar,
que castiga la delincuencia sin demora. La negrita no nos demostró mucho
su gratitud; a ella le habíamos dado pasaje desde Barranca Nueva, pues
la picarona trató de engañar a mi cocinero en la venta de unos doscientos
huevos de tortuga, que él había desendo comprar. Las tortugas principal-
mente ponen sus huevos en este mes.
t:~ta ciudad. Har un juez civil, dos alcaldes, un goLernadot· militar cou
d rango de coron('l y una pequeña guarnición de ~c~enta hombre!i, cuya
principal ocupacion C!' tratar de mantener el orden dentro de Jos mismos
ltogas. Aquí huy una fábrica de cadl'nas de oro, el cual procede de la
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provincia de Antioquia; estas cadenas son finas y bonitas y no hay la
mtnor mezcla de aleación en el metal. Mompox tiene bonitas iglesias y
muchos conventos; estos últimos han sido cerrados por el gobierno actual,
y los miembros de la comunidad se hallan en libertad, algunos de ellos
están en los conventos de Bogotá, que conservan su propiedad y prodi-
gan asilo a los viejos frailes de los conventos provinciales que han sido
!>uprimidos. Las casas de la calle principal son buenas, de un piso de
11ltura y tienen aspecto limpio y pulcro por haber sido blanqueadas oca-
sionalmente. Las calles por la noche estaban iluminadas con grandes fa-
roles de papel: recientemente se habla impartido esta orden por el gobier-
1:~ debido a la tentativa hecha para asesinar al señor Pino. Hay un mue-
lle extenso a la orilla del río y una muralla de milla y media de longitud,
veinte pies de altura y tres pies de espesor, para proteger el muelle y
la ciudad de las inundaciones del río en la época lluviosa. El mercado
en Mompox es bueno; se puede conseguir carne abundante y fresca,
g-1·an variedad de pescado, frutas y legumbres; las toronjas y piñas son
muy buenas. La gente tiene pájaros enjaulados que se llaman turpiales,
de color negro y amarillo, son como los ruiseñores de este país; son muy
costosos cuando cantan bien. Yo pagué dieciséis dólares por uno, pero su
gorjeo era hermoso. El pájaro murió después en Bogotá, debido a que el
clima era muy frío para él. El calor es muy fuerte en Mompox, debido a
su baja situación: el termómetro el día 22 de enero a las dos de la tarde
marcaba 889 con algo de brisa.
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El día 23 salí a caballo con mi secretario para ir a una pequeña
aldea cuatro millas distante de 1\lompox. Aquí observamos la manera
curiosa de cultivar repollo, cebolla, etc. Se hace una cerca fuerte de
guadua de cinco pies de altura; dentro de ella se deposita una capa
fina de tiena y una pequeña cantidad de estiércol de ganado, en esta
forma se siembra la semilla de repollo y cebolla. Las plantas que vimos
eran grandes y hermosas y el cultivo de legumbres en esta forma tiene
estas ventajas: que ni los cerdos ni las gallinas pueden llegar hasta
eHas; las eras se riegan por la mañana y por la noche. El coronel Camp-
bell se encontró aquí con el señor 1\Ianning, antiguo amigo suyo, a quien
había conocido en Barcelona, España. El señor Manning venía de Bogo-
tá con destino a Cartagena, después de haber efectuado una operación
mercantil.
Se habían alquilado dos champanes y una piragua o una pequeña
canoa, al señor Pino. El señor Linch había advertido a nuestra churrusca
tripulación de bogas que nos proponíamos salir de Mompox el viernes 23.
Pero los esfuerzos del señor Linch y los nuestros fueron infructuosos
para enganchar la tripulación, pues la mayor parte de ellos estaban
borrachos y dispersos por la ciudad. Es una mala costumbre la que tie-
nen aquí de anticiparles todo el jornal a los bogas antes de la embarca-
ción, pues como nuestros marineros ingleses, estos hombres rara vez
abandonan la playa hasta cuando hayan gastado el último real en aguar-
diente (licores) y chicha (una clase de sidra fuerte). Las provisiones para
la gente del champán las consigue el empleado que suministra la tripu-
lación y se las distribuye el patrón o capitán del champán cada dla. La
r:lción consta de ternera salada, plátanos y algunas veces anoz. Estas
se cocinan en la popa del buque y se les dá en grandes vasijas de metal;
ellos lavan los remos y los colocan en el fondo del buque para formar
una mesa; cuando ésta se halla servida, ellos comen con los dedos: a la
mayor parte les dan un terrón de panela como postre. El mayor de los
champanes tenía sesenta pies de longitud por siete de ancho y dos pies
sobre el borde del agua; el centro de convexidad es de seis pies, seis pul-
gadas; está hecho de guadua fuerte y flexible y está techado con hojas
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de palma y sujetas entre sí con bejucos fuertes. El conjunto de hombres
para un champán de este tamaño es así: el patrón, el piloto que dirige
con un largo remo en la popa y veintidós hombres que emplean pértigas
de veinte pies de longitud; parte de ellos se halla en la cubierta y el
resto en la proa del champán: la pértiga se ajusta contra la espalda
que, debido a ello, se vuelve dura y callosa. Los bogas llevan una vida
o muy indolente o muy laboriosa, pudiendo impeler el champán contra la
corriente desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde bajo
un sol tropical y con solo hora y media para el almuerzo y la comida.
En la operación de impulsar el buque, sus movimientos son algo lentos,
algunas veces rápidos y regularizados por la voz de uno o más hombres.
Este ruido al principio es desagradable pero pronto se acostumbu úno
a él y no se acuerda de ello como el molinero de su molino. Lo que no
;;e pasa fácilmente desapercibido es la sacudida cuando los bogas cam-
bian la monotonía de sus movimientos por una cla!'e de bt·inco corto o
baile que impide completamente la lectura o escritura: con frecuencia
c¡;:han agua sobre la embarcación para refrescarla. A los bogas, a causa
de sus esfuerzos y constante caminar sobre las cubiertas calientes, se les
hinchan las piet·nas y con frecuencia vimos en las aldeas a jóvenes invá-
lidos por esta clase de trabajo y por falta de atención médica aclecuada,
rc•nstituyendo así una carga para sus familias. Creo que la navegación
para remontar el río, estando encerrado todo el día en un champán con
Jos bogas, el intenso calor del clima, las nubes de mosquitos de diferentes
clases y tamaños, de las cuales hay cinco, y el dormi1 en las orillas ca-
lientes de los ríos, es una peregrinación mala e incómoda que tiene que su-
frir el sér humano. Como este es el caso, al viajero no le queda otra al-
ternativa que acortar la penitencia lo más rápidamente posible; para tal
fin, recomiendo encarecidamente llevar consigo dos o tres banilitos de
ron y dos o trescientos cigarros y darles a los bogas, siempre que trabajen
bien, dos o tres ciganos y un vaso de ron por la mañana y otro por la
noche. Estos poiH'es infelices verdaderamente lo merecen, porque impeler
durante tantas horas bajo un ~ol abrasador es un trabajo exlraordina-
t i:~mente pesado y sin duda mataría a cualquier europeo en pocos días.
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Le regalé el pasaje de l\Iompox a Honda al capitán Hughes, primo
del caballero dueño de las minas de cobre, quien estaba a media paga
en un regimiento de Lanceros, y que había sido educado en Irlanda por
el general Devereux para el servicio colombiano. El pobre Hughes, que
se había quedado sordo en sus campañas, difícilmente hablaba español y
estaba, según creo, falto de aquello que es nuestro mejor amigo en todo
<'1 mundo.
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noche, lo cual era una noticia agradable pues hubiera sido una visita
muy inoportuna.
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dillaban y entonaban las oraciones en español. Comimos algo del ave ca-
beza negra en la comida; era la suya una carne áspera y dura.
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A las cinco de la tarde llegamos a San Pedro y salimos al dia si-
guiente a las cinco de la mañana. Compramos algunos capones aquí por
tres reales (un chelín y seis peniques cada uno). Vimos enormes monta-
ñas al S. E. en lontananza. El termómetro a las doce marcaba en la
sombra 889. Pasamos por Braquela de Morales, pequeño atajo no nave-
j!'able durante todo el año. Nuestro cocinero había sufrido tanto a causa
de los mosquitos, que llegamos a temer que a causa de las picaduras y
la irritación de las mismas, sus actividades culinarias quedaran tempo-
J almente suspendidas. Hoy escuchamos a una nueva egpecie de monos
A las tres de la tarde llegamos a una bonita aldea muy notable lla-
mada Morales. La vista que se divisaba desde ésta era extensa, circun-
dada por una cadena de montañas elevadas, bellamente cubiertas de árbo-
les en la cima. Nos hospedamos en la casa de una viuda que estaba en
condiciones holgadas y que tenía dos hijas muy bonitas, la mayor de las
cuales se había casado hacia un año. Nos consideumos muy afortunados
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ele haber sido tan bien recibidos por la viuda. Nos levantamos a las cua-
lro de la mar1ana y enviamo~ nueslra~ camas al champán. Pronto empe-
zamos a sospechar que se aproximaba una tempestad, a juzgar por las
miradas sombrías y ariscas de nuestros bogas, si bien ignorábamos aún
completamente el motivo del disgusto. El champán pequeño se quedó atrás
en busca de reemplazo para dos enfermos y un fugitivo. Después de
haber navegado corto trecho en el champán grande, nuestro patrón nos
informó con gran sorpresa nuestra que era dudoso cuándo podría seguir
d viaje el pequeño champán, pues los hombres estaban muy disgustados
de no haber descansado un día en Morales. En tales circunstancias, creímos
conveniente regresar a la aldea. Ante esta decisión me pareció observar
que los ojos de mi joven secretario brillaban de gusto y por los aconte-
cimientos subsiguientes me convencí de que no estaba equivocado en mi
juicio. La menor de las hijas del ama de casa, se había prendado de él
y le había regalado dos anillitos de oro; parecía que en ella encontraba
una compañía más agradable que la aburridora monotonía del champán.
En esta ocasión él se consideró como "gar~on de bone fortune". El sem-
blante de la más joven era completamente como el de una gitana, con
rasgos delicados, ojos negros y la astucia peculiar de estas tribus erran-
tes; ella estaba comprometida para casarse con su primo, elegante joven
criollo. Nos vimos obligados a hacerles una severa reconvención verbal a
nuestros bogas y amenazarlos con dar parte al gobierno de Bogotá y en-
viarlos como soldados al Perú, cosa que los alarmó bastante. Conseguimos
tres hombres nuevos, en reeemplazo de los dos enfermos y del desertor.
a quienes convinimos en pagar treinta y seis duros españoles. La pobla-
ción de Morales cuenta con ochocientas almas. De aquí se envía una gran
cantidad de chocolate a Cartagena. Hay bonitas hileras de palma real
sembradas a lo largo de la playa del río, frente a Morales, y también
hay muchas en las casas que mejoran la apariencia de la aldea. Las
aldeas están siempre rodeadas de bosque, y sus plantaciones de caña de
azúcar, etc., a distancia, mantienen alejados a los cerdos. Al despedirnos
dt> la distinguida dama y de sus hijas, aquella nos nos dijo en español:
"Adiós caballeros, no se olviden tan pronto de las pobres muchachas de
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Morales, cuando hayan conocido a las bellas señoritas de Bogotá". Creo
que ellas lenian razón en su conjetura, aunque pude observar, no obs-
tante, que uno de nuestros pasajeros estaba muy triste durante el día.
Estas muchachas, verdaderamente, eran las más bonitas que habíamos
conocido desde nuestra llegada a Colombia. En Morales vimos varias mu-
jeres y un hombre con bocio, larga inflamación en el cuello, que se supone
es motivado por tomar agua del Magdalena. Salimos de Morales el 31
de- enero a las cinco de la mañana. No pude caminar hacia el buque sin
nyuda, debido al dolor de la pierna izquierda. El termómetro a las tres
de la tarde marcaba 92° a la sombra, y en el sol 116°.
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la dama es esquiva y tímida y huye perseguida por el caballero; pero al
fin se hacen buenos amigos. Este eH un baile más voluptuoso que el fan-
dango de la vieja España. Algunos de los cimitenses bailaban especial-
r.lente bien. Hacían tanto ruido los danzantes hasta las tres o cuatro de
b mañana, que difícilmente pudimos pegar los ojos; nos sorprendió ver
a varios de nuestros bogas que habían estado impeliendo los champanes
al rayo del sol durante trece horas en el mayor jolgorio del baile. En
Cimití las mujeres lucían hermosas cadenas de oro con cruces en el cue-
llo y grandes zarcillos en las orejas. Pocos días después de nuestra Jle-
gada a Vadillo habían matado en el vecindario un enorme tigre que había
ptoducido grandes estragos en el ganado. Los champanes se pusieron en
movimiento a las cinco de la tarde. El coronel Campbell y el señor Cade
s&lieron en la piragua de cacería y mataron dos pavos silvestres, varios
pares de becardones y un pájaro carpintero de gran copete escarlata. El
termómetro a las dos la tarde marcaba 88° a la sombta. Pasamos la noche
en la orilla del río. Los caimanes y peces cada vez eran más escasos. Sa-
limos al despuntar el día. En este día vimos a gran distancia las monta-
ñas de la sierra Simitena, en la provincia de Antioquia: parcelan ser
de gran altura.
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Dormimos en una casa solitaria, situada en una buena posición, ro-
deada de extensas plantaciones de cacao y platanales, etc. El propietario
habla vivido aquí doce aiios. Las mazorcas de cacao en Jos árboles pare-
cen pequeños melones ordinarios y tienen un color rojizo, están llenos
de granos, de los cuales se obtiene el chocolate. E l teeneno a orillas del
Magdalena es particularmente ventajoso para el cultivo del árbol de ca-
cao, pues es rico y húmedo. Frente a la casa había un naranjo que fue
l'embrado hace siete años. Tenía diez pies de circunferencia. Ya me sentía
mejor de las piernas y podía andar cojeando con un par de bastones.
Compramos aquí once pollos capones por treinta y tres reales y una
curiosa honda con bolas duras de arcilla, usadas para matar guacamayos,
loros y periquitos cuando ellos invaden los cacaotales y platanales. El
amo de la casa nos informó que había matado un león hacía poco tiempo,
pero yo después descubrí que pertenecía a la especie del leopardo, el co-
lor era de león pero bastante pequeño con la cola semejante al del león
africano. Este hombre era adicto a la causa de la Independencia y le
había regalado al ejército patriota una cantidad considerable de chocolate,
cuando bajaba del río Magdalena para atacar a las tropas españolas. En
nuestra travesía hoy por el río, la proa del pequeño champán chocó contra
nuestro toldo con gran violencia cerca de donde estaba el coronel Camp-
belll; si le hubiera golpeado el impacto probablemente le habría fractu-
rado dos o tres costillas.
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se agarraban de los costados de los mayores. Observamos también que
un mico por lo general dirigía el camino, seguido por Jos otros con guías
y retaguardia. El termómetro a las dos de la tarde marcaba a la som-
bra 85°.
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nos contó que había ingresado a la orden en 1783; era conversador y
comunicativo. Mandamos a buscar una botella de clarete y le hicimos
tflmar al buen padre tres o cuatro copas; y no obstante sus gestos, que
hicieron sonreír a nuestro anfitrión, que nos guiñó el ojo, creo que lo
encontró más agradable que la cerveza de Adán, de la cual es muy posible
que él hubiera despachado muchas botellas en su época. El fraile residía
en San Bartolomé por motivo de salud. La guarida de un caimán de die-
ciocho pies de largo se hallaba cerca de esta aldea; muchos cerdos y pe-
rros al ir a beber agua al rlo habían sido arrebatados por él y los habi-
tantes trataban de ejercer su ingenio para matarlo, pero hasta ahora
toda tentativa habla quedado frustrada. Nos señalaron a este caimán en
<'1 momento de atacar a un pequeño de aquéllos que estaban en las ori-
llas, al cual arrebató hacia el río en un abrir y cerrar de ojos. La gente
era muy prudente para acercarse a esa parte del río bajo su dominio.
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nos informó que él habfa estado en Bogotá para ser juzgado por una
corte marcial general, acusado de haber vendido ochenta equipos comple-
tos de armas al general español Morales; él fue honorablemente absuelto
de esta acusación. Nuestro buen amigo Paddy se sentía como en su casa;
tenía un fuerte dejo y hablaba muy mal el español: se sentía perfecta-
mente libre y descansado con sus compañeros militares de pasaje y se
hacia pasar asimismo como uno de los socios en el negocio del tabaco.
Cuando más tarde encontramos al señor M'Namara en Honda y le conta-
mos que habíamos dejado a su socio bien en el camino, él se mostró muy
sorprendido y al explicarle nuestro encuentro en el champán rió cordial-
mente y nos aseguró que Paddy solamente era su criado.
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mán con un arpón provisto de una carnaza fresca, y al día siguiente
wcontró parte del cuerpo de su esposa en el interior del vientre del ani-
mal. Este monstruo había devorado también seis perros. Aquí vimos por
primera vez un rebaño de cabras, indicio seguro de que nos aproximába-
mos a una región montañosa.
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Por la noche vimos en una isla centenares de loros y periquitos que
venían a reposar en unos árboles de higuera; todos iban en parejas y
antes de cerrar los ojos para dormir por la noche, media hora antes ha-
cían tanto ruido como una bandada de cornejas. Conté treinta pares de
loros volando al mismo tiempo en el aire. Estuvimos muy fastidiados
durante los últimos dos o tres días con las plagas de jején que lo ator-
mentan a úno especialmente cuando está leyendo o escribiendo. Pasamos
e~te día en la aldea de Buena Vista, a la orilla izquierda del río. El pa-
norama era hermoso a causa de las diferentes cadenas de montañas cuyas
bases surgían audazmente del río, y estaban cubiertas de árboles de som-
brío y de bellos arbustos. El termómetro a la una de la tarde marcaba
a la sombra 84°.
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manadas de uno a dos centenares, y algunas veces causaron muchos da-
iiN; al maíz, arroz, legumbres, etc. Había tres nidos colgantes de oropén-
dola cerca a la casa, pero no pudimos subir al árbol, pues tenía doce
pies completos de circunferencia, unos cuarenta pies sin ramas y tan
resbaloso como el hielo. Aquí oímos un pajarito llamado bugío de plumas
grises, del tamaño de una mirla, cuyo canto es una nota suave melancó-
lica y canta toda la noche. Partimos de la casa al despuntar el día.
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nuestro acompañamiento. Un muchacho indio estaba encantado con una
lámpara perteneciente al coronel Campbell. La luz de esta la reflejaban
tres vidrios cilindrados, colocados en ángulos obtusos y con la parte cén-
trica de colores. Nuestros mapas de Sur América fueron admirados ex-
traordinariamente por los habitantes residentes a orillas del río, al seña-
larles nosotros los nombres de sus ciudades, aldeas y provincias.
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ramal considerable de los Andes. Parte de éste forma las famosas mon-
tañas del Quindio, que más tarde crucé a pie, en diciembre de 1824. Un
caballero me regaló una pequeña cantidad de canela, que habla sido reco-
lectada de los árboles silvestres que crecen en esta provincia. Hasta ahora
yo no sabia que esta valiosa especia se encontrara en Sur América. Aqu! vi
unas pieles de animal que los nativos llaman león, o lión, y al examinarlas
completamente confirmé la opinión que se trataba de una especie de leo-
pardo. Las cataratas situadas arriba de Honda constituyen un serio pro-
Llema para la navegación del r!o, pues Jos bogas se ven obligados a
descargar los champanes y transportar los cargamentos por tierra arriba
del salto. Los champanes muchas veces se pierden cuando tratan de pasar
el salto, pues la corriente es tan rápida que los arroja contra las rocas
con gran violencia. Un bote sufrió estas consecuencias dos meses antes
de nuestra llegada a la bodega. Un natural de Honda me contó que el
rlo podría hacerse navegable con seguridad con un gasto aproximado de
cinco mil dólares y sin embargo nunca se ha hecho. La gente de Honda
sufre mucho de bocio (o gargantas inflamadas), y los habitantes pre-
~:entan en general un aspecto poco saludable. Una de las causas puede
ser que la plaza es excesivamente cálida, rodeada por todas partes de
altas montañas que le dan un allpecto romántico, pero al impedir el aire,
aumenta el calor. El termómetro a las diez de la noche marcaba 82°. Se
calcula que la población tenga unos cuatro o cinco mil habitantes.
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cierta distancia de allí, se quitaban las espuelas y las riendas de las mu-
las para evitar que fueran atraídos". En verdad ví un pedazo de la roca
que tenía el señor M'Namara, el cual tenía la condición del imán.
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en un navío de guerra español por orden del general Morillo, por haber
contestado de un modo jocoso a ciertos reproches que el general le hizo
por haber servido a la causa de la Independencia. Este hombre era de
un temperamento tristemente feroz, si la mitad de los actos de crueldad
desenirenada que se dicen o relatan acerca de él por los oficiales colom-
bianos, merece crédito. Morillo era natural de la isla de Puerto Rico o
de las islas Canarias, de humilde nacimiento, pero poseedor de algún ta-
lento, gran actividad y mucha perseverancia.
Viajamos una o dos leguas a corta distancia de las orillas del Mag-
dalena pero por montañas de considerable altura sobre el nivel de río.
A diferentes trechos divisábamos bonitas vistas del río formando remo-
linos y corrientes espumosas, al chocar con enormes rocas. Al girar re-
pentinamente hacia el oriente, viajamos legua y media por el lecho de
un riachuelo que después abandonamos, y empezamos el ascenso de una
E'mpinada colina para llegar a una clase de posada (o fonda pequeña),
donde nos desmontamos para almorzar. Aquí vimos al señor Jones du-
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rante unos cuantos minutos; iba en camino hacia Inglaterra, contratado
por la casa de Powles, Herring & Co. que concedió el primer empréstito
inglés a este país. Observé en la casa a un joven con el brazo en cabes-
trillo, y al preguntarle la causa me refirió que había sido herido grave-
mente en el brazo por un jaguar (o tigre) hacía un mes. El relató que
estaba caminando por la selva cuando de repente el perro que iba con
él empezó a )adrarle a algo que veía en una caverna obscura rodeada de
maleza; que al acercarse a la entrada, se le aventó un tigre contra él
con gran violencia agarrándolo por el brazo derecho y en la lucha, ambos
cayeron a un pequeño precipicio; él perdió entonces el conocimiento, pero
al recobrarlo vio que el tigre lo había abandonado, y que su brazo estaba
sangrando y muy lacerado. Expresamos nuestra sorpresa de que el jaguar
no lo hubiera matado; él entonces encogiéndose de hombros observó: "La
bienaventurada Virgen María lo había salvado".
Nada hay que sea tan hermoso como el panorama alpino al subir
las montañas desde el Magdalena; las colinas interrumpidas estaban por
todas partes cubiertas de árboles hasta la cima y diversos tiachuelos
diáfanos cruzaban el sendero,
corrientes en las cuales con agrado calmamos nuestra sed. Estas monta-
ñas están coronadas de árboles bonitos y majestuosos, cuyas raíces están
cubiertas de arbustos de color verde obscuro que proporcionan reposo a
la vista. Aquí y allá se ven ranchos de indios rodeados de pequeñas par-
celas cultivadas en la forma más romántica y en lugares aparentemente
inaccesibles. La caña de azúcar, los platanales y el arroz es lo que los
indios cultivan principalmente. La forma singular de las montañas de
las diferentes cordilleras de los Andes, constituye un nuevo aspecto para
el ojo europeo; sus laderas agudas y sus picos elevados le hacen pensar
a úno que hubo algunas convulsiones volcánicas extraordinarias de la
naturaleza y de esta manera quedaron desfiguradas esas estupendas
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moles. Por la tarde al ascender a una altura considerable, encontramos
la temperatura mucho más fresca y en algunos llanos cerca de la carre-
tera, cruzamos algunas haciendas grandes y pequeñas y vimos vacas y
rebaños de cabras paciendo en un pasto excelente. Observamos grandes
helechos en la cúspide de las montañas.
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una temperatura más cálida que Bogotá, los inválidos vienen aquí con
frecuencia en busca de buen clima y aires saludables, que pronto les de-
vuelven la salud. El Barón de Humboldt ha calculado que Guaduas se
halla a 5.082 pies sobre el nivel del mar.
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con mi perro pointer, pero sin escopeta; encontré dos o tres bandadas de
perdices y tuve dos buenas ocasiones. Estas aves son de mayor tamaño
que las codornices, con su plumaje jaspeado de blanco y negro, y de
forma muy semejante a aquélla: se consideran como un manjar para la
mesa. La población de Guaduas y sus corregimientos cuenta con unas
35.000 almas. Esta plaza, por su clima y suelo excelentes, así como por
su ventajosa situación sobre la gran carretera que comunica con la ca-
pital, será sin duda dentro de pocos años un lugar de importancia. En
este valle se cultivan la caña de azúcar, el café y el plátano, y además
los prados son extensos y fértiles. Esta fue la primera vez que vimos
ovejas en este continente: son pequeñas, de lana larga, color castaño y
blanco, su carne es sabrosa como la del carnero de Gales. El sacerdote
llamado Lee vino a la casa del coronel por la noche: era un hombre inte-
ligente y muy adicto a la causa de la Independencia, pues había sido muy
perseguido por el gobierno español, al cual consideraba el peor de Europa,
y así mismo tan perjudicial para la vieja España como para sus primiti-
vas colonias. Su abuelo era irlandés, comerciante que vino de Cádiz y
había estado preso por el general español Morillo por estar de parte de
los patriotas. El sacerdote era un gran deportista y buen agricultor: tenía
ochenta toros gordos, vi algunos de éstos al día siguiente en sus potreros.
Estos no tuvieron la desgracia de encontrarse en el mercado de carne de
Londres una semana antes de Navidad. No se les permite estar en el
hato con las vacas seis meses antes del engorde. El ganado no es corpu-
lento pero su forma es bonita, de cabezas hermosas y especialmente rectas
en la parte posterior y de pequeño morrillo. El sacerdote nos refirió que
una persona podría viajar quinientas millas por la orilla izquierda del rlo
Magdalena con dirección N. O. hacia Panamá, sin encontrar una simple
choza o granja, lo cual considero cierto. Aquí en Guaduas hay una fá-
brica de sombreros de paja.
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vimos la oportunidad de ver la clase de baile de la alta sociedad. Entre
los invitados había hermosas jovencitas, especialmente dos hermanas de
Bogotá que se lucieron con sus parejas en el baile español de contradanza,
valses y fandango. Yo le obsequié al coronel Acosta un morral de cacería,
algo de pólvora inglesa, con lo cual se sintió muy complacido. El admiró
mucho nuestras escopetas de dos cañones, especialmente una mía de
marca Smith de la Calle Prince.
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matado en algunas de sus expediciones deportivas: aquí hay también Cop
de Bruyere (o becada) en estas selvas, pero no se dejó ver. A legua y
media de Villeta cruzamos el Río Negro; la bajada y subida de las orillas
es muy penosa y llena de zarzamoras. Aquí presencié uno de los puentes
curiosos de guadua que se tienden sobre los ríos en algunas provincias:
no tenía la apariencia fuerte, auncuando hecho con mucho ingenio.
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esta carretera encontramos algunos toros con cargas en el lomo y cuerdas
atravesadas por las narices a manera de riendas; vimos también tres o
cuatrocientos caballos y mulas que regresaban de Bogotá, donde habían
estado en el gran mercado del viernes.
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lontananza la vista de Bogotá, a donde llegamos a las tres de la tarde.
Nos hospedamos en casa del doctor Maine, que nos dio un suntuoso al-
muerzo preparado por un cocinero francés e invitó a mucha gente entre
nativos y extranjeros para que nos conocieran. El día siguiente lo em-
pleamos recibiendo visitas de felicitación por nuestra llegada sin contra
tiempos a Bogotá, de los ministros y otros funcionarios públicos. El co-
ronel Campbell y yo visitamos al Honorable Pedro Gua!, ministro de
Relaciones Exteriores, y le entregamos las cartas que le envió por nuestro
conducto el señor Canning. Fuimos recibidos con mucha cordialidad por
el señor Gua!, que hablaba el inglés notablemente bien, pues había apren-
dido el idioma en los Estados Unidos, donde había residido dos o tres
años. El ministro nos informó que nos haría saber al día siguiente cuando
su Excelencia el Vice-Presidente nos concediera audiencia pública.
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explotan en las célebres minas de Muzo a unos cuatro días de VIaJe de
Bogotá y situadas al N. O. El Obispo era un miembr o del Senado y en
esa época residía en Bogotá para desempeñar sus funciones senatoriales.
También encontramos en esta mañana el fuego mágico de varios pares
de ojos negros brillantes de mujer, que hacían contraste con el color lila
y rosa de sus trajes por superarse y todos estos encantos aumentaban
con la gracia de los bucles color azabache, formando así el encanto del
conjunto. No pude menos de recordar lo que las hermosas jóvenes de
1\lorales nos hablan dicho y se lo recordé a mi secretario.
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y en poco tiempo éste llega a ser su paso normal. Los frenos son extre-
madamente fuertes y las alfombras de la silla de color escarlata o algún
color alegre con bordados de plata al rededor. Se pagan grandes sumas
de dinero por caballos de buen paso, algunas veces hasta mil dólares (o
5'. 200). Los caballos negros son muy estimados; el mariscal de campo
Urdaneta me regaló un potro negro, que me dijeron lo había comprado
por 800 dólares. La cría de caballos no es muy grande pero es activa,
dificil y posible de producir gran cuidado. El oficio de herrero debe ser
lucrativo en este país, pues se cobran cinco pesos por herrar un caballo.
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Muchas personas que vienen de la costa, o que suben el Magdalena
hasta Bogotá, sufren de fiebres intermitentes, causadas por el cambio
repentino del clima; este malestar con frecuencia es monótono, acaba
mucho al paciente y deprime el ánimo, pero si no se le suministra quinina
a tiempo puede ser fatal. El señor Cade y yo tuvimos la suerte de li-
brarnos de ese mal. El coronel Campbell tuvo una especie de ataque
fuerte, que el doctor Maine, muy hábil como médico, pronto le curó.
Mucho ejercicio y una botella de vino madera añejo es el mejor antídoto
para la fiebre; yo tomaba ambas cosas cada día. En esta época no se
pueden comprar buenos vinos en Bogotá; una clase de vino claro de uva
con algunos vinos malos españoles era lo que había en las tiendas de los
comerciantes. El europeo también encuentra dificultad para respirar poco
tiempo después de su llegada a Bogotá, debido a la gran altura sobre
el nivel del mar por el aire de la atmósfera enrarecido. Un lacayo inglés
a quien traje, sufría mucho durante los primeros cuatro o cinco meses
que residió en la capital, pues todo el tiempo estaba enfermo de fiebres
intermitentes. Los viajeros a menudo sufren de fuertes rebotes biliosos
al ir de Bogotá a Cartagena; es por lo tanto prudente permanecer unos
cuantos días en Guaduas temperando un poco, y tomar dos o tres dosis
de sales de Cheltenham.
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flores, especialmente de claveles y clavellinas. El resto del terreno for-
maba pequeñas colinas sembradas de mielgas finas que crecían abundan-
temente; todo el terreno podría regarse a gusto. Esta propiedad la vendió
después el señor Arrubla al señor Henderson, cónsul general británico.
La mañana estaba magnífica, clara y cálida y podíamos ver sin ninguna
dificultad las montañas del Tolima, de la forma de un cono de azúcar,
cuya cumbre está perpetuamente cubierta de nieve. El Tolima forma parte
de la cordillera de montañas del Quindío y está distante de Bogotá a seis
días de camino.
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a creer que la excitación producida por úno es contrarrestada por el efec-
to soporífico del otro; más a pesar del predominio del juego, no recuerdo
ningún caso de suicidio cometido por ningún nativo durante todo el tiempo
que estuve en Bogotá con una población de 40.000 almas. Es un verda-
dero consuelo para alguien poder disipar el pesar y la tristeza con tanta
facilidad. Un extranjero después de su llegada, se sorprendió de encontrar
~n las calles a una hermosa mujer muy bien vestida fumando tabaco con
la mayor despreocupación; aun cuando la dama tenía un lindo sombrero
colocado coquetamente a un lado de la cabeza, con un hermoso collar de
perlas, los dedos llenos de anillos, una bata de seda negra adornada con
numerosos abalorios cubriendo su esbelta figura, su sorpresa fue todavía
mayor al mirar hacia abajo y descubrir que estaba sin zapatos ni medias;
los pies aun cuando estaba descalza, estaban muy limpios y aseados. A
estas damas les disgusta ir calzadas tanto como a un caballo le gusta
andar suelto hasta que tiene cinco o seis años de edad y muchos de los
jóvenes elegantes admiran a estas damiselas sin medias ni zapatos, "De
gustibus non disputandum est". El fumar entre las damas de la alta
clase, sólo se hace en secreto, pero me dijeron que hace cuatro o cinco
años se veían a muchas fumando en los bailes públicos.
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más frecuente, el paciente debía esperar su regreso y uno de los asistentes
médicos me aseguró que había perdido últimamente tres soldados a causa
dE: esta demora. Hace falta una junta · médica para el ejército. Entiendo
que el Presidente Bolivar se preocupa mucho por sus soldados enfermos,
les visita constantemente en los hospitales y no ahorra sacrificio ni dinero
para procurarles cuanto sea necesario para el restablecimiento de la salud
de los inválidos. Esta es la manera efectiva de estar bien servido y los
soldados creen que nunca hacen demasiado por un general que obra como
un padre bondadoso para con ellos. A Bolívar lo adoran sus tropas. Pero
deben hacerse grandes asignaciones para esta nación en la infancia, y
esperemos que poco a poco se corrijan estos abusos bajo la vigilante
administración del grande e infatigable Bolívar y del hábil Vice-Presidente
actual.
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y son buenas, en los mismos aparadores se ven granadas, ptnas, cerezas,
fresas silvestres y cultivadas, melocotones, manzanas, chirimoyas, gran
variedad de melones, zapotes, mangos, en resumen, una gran porción de
frutas de las que se cultivan en el norte de Europa y las de los climas
tropicales estaban a la venta. Esto al principio llama la atención del ex-
tranjero, pero a dos días de viaje de Bogotá, al bajar, se encuentra úno
en un clima completamente indio, cálido. La carne sería excelente si los
carniceros no le quitaran todo el gordo para fabl'icar velas; generalmente
vale tres peniques la libra. Habiéndole explicado a mi cocinero, a manera
de queja, que no les daba a mis invitados ninguna variedad de sopas, él
dio como explicación que no podía comprar en el mercado carne de ternera
para hacer sopas blancas, pero él me pidió permiso para comprar una
vaca con el ternero, venderla nuevamente y sacrificar el ternero. Al adop-
tar este plan sorprendí a los nativos en mis comidas dándoles sopas
blancas, filetes, lomos de ternera y cabezas de ternera, etc., que ellos
jamás habían probado. Los agricultores no quieren matar nada que sea
joven, en consecuencia, no se puede comprar ternera, cordero, cabrito o
lechoncitos. También compramos bueyes y los dividimos entre las familias
inglesas, para poder tener carne con gordo, cortada al estilo inglés.
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las damas van siempre a la iglesia. El furor del sombrerito de copa y
del manto, creo que pasará pronto de moda pues algunas de las damas,
antes de salir de Bogotá paseaban por las calles con enormes sombreros
franceses adornados con muchas flores artüiciales y vestidas con batas
de seda de vivos colores y chales sobre sus espaldas, ante el asombro y
mortificación de algunos de los sacerdotes que consideraban como pecado
recitar sus oraciones con ropa tan llamativa. El vestido apropiado para
pasear por la tarde es un sombrero bonito de paja con flores artificiales
colocado en la misma forma que el negro, un chal de abrigo Norwich y
batas de algodón o zaraza fabricadas en Inglaterra. En sus tertulias y
bailes las damas visten a la moda francesa con mucho gusto y van ador-
nadas con profusión de perlas, esmeraldas y otras piedras preciosas, para
cuya compra ellas hacen grandes sacrüicios. En general tienen muy buen
oído para la música, pero hay una falta lamentable de maestros y buenos
instrumentos musicales, debido a las düicultades y gastos enormes para
subir un piano desde la costa hasta la capital y tal vez cuando llega, pro-
bablemente salga costando f, 200. Las damas bailan bien y con mucha
gracia; las contradanzas españolas se prestan especialmente para exhibir
las düerentes actitudes del cuerpo. El vals es también un baile favorito.
En mis visitas matinales a las damas las encontré sentadas sobre cojines
colocados sobre alfombras al estilo oriental y ocupadas bordando en tam-
bores; una negrita esclava acurrucada cómodamente en un rincón del
cuarto, estaba lista a obedecer las órdenes de su ama. Observé que los
criollos o descendientes de los españoles trataban a los esclavos de sus
hogares con mucha bondad e indulgencia, permitiéndoles conversar con
ellos de modo más familiar de lo que nosotros acostumbramos con nues-
tros sirvientes en Inglaterra. Con respecto a la moral de las señoras de
Bogotá, creo que ellas pueden ostentar tanta virtud como las damas euro-
peas. De vez en cuando, a decir verdad, se oye hablar de algún desliz pero
yo respondo como su paladín, y afirmo que han sido calumniadas en algu-
nas obras que han sido publicadas por viajeros, sobre las costumbres de
los naturales de Sur América; pues si una mujer se condujera mal y se
llegare a saber su falta de virtud, sería expulsada de la buena sociedad,
cosa que no ocurría bajo el dominio del gobierno español, cuya política
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consistia en desmoralizar el pueblo y corromper su mente y hacerles in-
sensible su propio yugo.
La pasión del juego fue muy estimulada por el virrey y capitán ge-
neral de la provincia de Venezuela. Prueba de ello fue que uno de los
ministros colombianos me aseguró que entre los papeles pertenecientes
al capitán general encontrados en Caracas por los independientes, cuando
evacuaron la plaza, habla una cuenta por 40.000 dólares a cargo del rey
de España por mantener una mesa de juego y dar comiditas para atraer
adictos.
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un soldado para ver que todos los prisioneros estuvieran sanos y salvos
en su celda, él de repente le dijo al soldado: "oigo ruido arriba", y quiso
que fuera arriba a ver lo que pasaba. Durante la ausencia corrió a la
prisión del coronel, abrió la puerta, le dio una capa y una gorra militar
saliendo inmediatamente a la parte exterior del patio de la prisión. Aquí
un centinela gritó: "¿quién vive?" a lo cual el cabo inmediatamente dio
el santo y seña, simulando al mismo tiempo encender su cigarro y la
linterna; él apagó la luz para que el centinela no conociera al coronel;
después abrió la puerta exterior de la prisión y salió marcialmente con
el coronel García. Ellos viajaron esa noche por las montañas unas siete
leguas españolas (casi treinta millas) y el intrépido cabo fue ascendido
más tarde a teniente al servicio de Colombia por recomendación del co-
ronel. Muchos caballeros de Bogotá me contaron que la conducta de Pola
cuando iba a ser fusilada por los españoles, causó la admiración de todos.
Ella demostró el más decidido valor pero con conducta digna y sus últi-
mas palabras fueron: "por el éxito de la causa de mis compat1·iotas opri-
midos". Esta dama era joven y hermosa y en la época de su muerte estaba
comprometida en matrimonio con un coronel colombiano. El coronel Gar-
cía me envió de regalo la más bonita piel de jaguar (o tigre) de seis
pies de longitud, de animal capturado en trampa y no tenía marcas de
lanza u orificios de bala.
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durante el período en que el país estuvo ocupado por las tropas españolas
bajo el general Morillo. Parecia tener de treinta a cuarenta años de edad,
con un semblante dulce pero al mismo tiempo inteligente, fuertemente
definido su buen carácter. Las casas de la aldea de Soacha parecian lim-
pias y cómodas; la alegría que se observaba entre los felig-reses, era la
mejor prueba de que nuestro anfitrión, tenía un espíritu libre de fanatismo
y avaricia. El padre Candia nos dio una magnüica cena con profusión de
dulces, carnes y frutas.
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estas grandes ventajas naturales, deben aumentar por lo menos diez veces
y probablemente dentro de pocos años estará tan poblada como antes de
la conquista del país por Gonzalo Jiménez de Quesada, cuando esta sa-
bana estaba cubierta en todas direcciones de aldeas indígenas. Con un
clima y suelo propio para europeos cómo sería de sorprendente producir
los cultivos agrícolas de manera adecuada! Sin duda la emigración euro-
pea a Sur América aumentará cuando los gobiernos estén bien estable-
cidos y haya tolerancia en asuntos religiosos¡ entonces y sólo entonces
veremos el gran poderío físico de las fértiles mesetas de Sur América
progresar, ya que poseen quizás los climas mejores del mundo, aun cuando
Sl' hallan tan cerca del ecuador. El Barón de Humboldt menciona en sus
viajes que un hombre con un temómetro en la mano puede escoger su
propio clima en Sur América¡ pues subiendo o bajando puede encontrar
la temperatura exacta que más le convenga a su constitución.
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valle. Nosotros vimos papagayos y periquitos volando al rededor; éstos
nunca los vi en la sabana de Bogotá. El Barón de Humboldt calculó esta
caída desde la barranca entre unos 600 pies; algunos científicos de Bogotá
creen que son muchos más; quién tenga la razón no pretendo determi-
narlo, pero ciertamente iba acompañado de los mejores matemáticos
franceses e ingleses para medir las alturas y tomar observaciones, etc.
Es difícil describrir la emoción que se experimenta al contemplar
esta enorme mole de agua que se precipita hacia el abismo; sorpresa y
placer mezclados de pavor; yo permanecí al borde del abismo durante
algunos minutos en muda admiración al contemplar este maravilloso pa-
norama. El agua en su descenso tenía la apariencia de una fuerte tem-
pestad de nieve y los rayos del sol al ponerse en contacto con el rocío,
producían variedad de colores. La cuesta hacia el lado del bosque en
dirección opuesta a la cascada, donde nos hallábamos, tenia 75•, La co-
lumna de agua se disminuye mucho cuando llega al fondo, lo cual atribuía
el Barón de Humboldt a que mucho del caudal se evaporaba por el aire
en su descenso. Mucho me sorprendí al contemplar en la profundidad
del abismo y no ver sino una insignificante corriente que continuaba su
curso hacia el este por el sur y del oeste hacia el norte para desembocar
en el río Magdalena. Los bosques están bien provistos de venados, pues
en ellos se encuentra gt·an cantidad de chusque, al cual son muy aficio-
nados estos animales. También hay otra planta muy propia para la ceba
en estos bosques, que se llama plagador; un buey alimentado con ésta se
engorda en dos meses. Vimos un pájaro llamado jilguero, del tamaño de
una mirla, el lomo y el pecho de color verde brillante, el pescuezo y la
cola rojos y el pico largo y encorvado, la parte superior de la mandíbula
blanca, y la inferior negra; el cual producía un hermoso canto.
Regresamos a Soacha al rededor de las once, donde nuestro buen
padre Candia nos babia preparado un espléndido almuerzo, pues nuestra
larga jornada nos había aguzado el apetito, de lo cual dimos buena cuen-
ta. Después de haber descansado dos o tres horas nos despedimos ami-
gablemente de nuestro anfitrión, montamos en nuestros caballos y regre-
samos a Bogotá muy complacidos de nuestra excursión.
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Dos o tres días después de este paseo, un curioso y magnífico regalo
me hizo el honorable Pedro Gua!: se trataba de un ídolo de los indios
hecho de oro sólido hallado en el lago de Guatavita. Tenía cuatro pulgadas
de altura y cinco onzas de peso. No parece, a juzgar por este ídolo, que
los indios adoraran la belleza en esos días, pues las facciones de este
dios eran verdaderamente horrorosas y su cuerpo no había sido fundido
en molde griego. Este ídolo era el de mayor tamaño que se había encon-
trado en el país y era de oro puro. Del lago de Guatavita, donde se halló
este ídolo, no diré nada por el momento pues yo fui a visitarlo más tarde.
El señor Pepe París me regaló una pequeña serpiente de oro encontrada
también en esta laguna.
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cesión de los frailes de la orden de Santo Domingo, en la cual el Barón
tuvo el honor de portar el estandarte del santo. El general se quejaba de
tener calor y sed y de estar cansado por haber participado de una gran
cantidad de consuelo espiritual, pero de muy poca parte del consuelo cor-
poral que le hubiera servido a "tout ensemble" para salir bien librado.
Rabia conocido al Barón D'Eben en Inglaterra de capitán de los húsares
de York; más tarde llegó a ser capitán del décimo de húsares.
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iglesias, y se les oia a muchos entonar sus oraciones en voz alta mientras
iban caminando.
El día Viernes Santo era un gran día de caza en Bogotá; habla una
reunión de jauría de perros en la ciudad para la cacería del venado en
las montañas adyacentes. Los perros eran una especie de galgos ordina-
rios, que son muy rápidos y cazan por el olfato. Pero la correría por los
desfiladeros de las montañas entre precipicios escabrosos era propia para
romperse la crisma y requería nervios muy bien templados. El pobre ve-
nado tenia muy poca ventaja, pues algunos de los jinetes llevaban cara-
binas consigo y ocupaban posiciones en los desfiladeros de las montañas
para saludarlo con un tiro al pasar; también llevaban lazos consigo. A
veces hacian una fuerte correría cuando el ciervo era ojeado por las
montañas y conducido a la sabana de Bogotá. El coronel Johnstone, del
ejército colombiano, era sumamente aficionado a la caceria del ciervo y
había traído varias parejas de perros jateos a Bogotá. El ciervo cazado
hoy me lo mandó el señor Pepe París de regalo. Era un hermoso animal
de cuernos ramificados, pero no tan grande como nuestro venado rojo y
de color algo más obscuro. La carne de venado era tosca y mala, bastante
inferior a la de los gamos engordados en los parques de nuestros caba-
lleros ingleses. Habla también en la selva pequeños corzos. El gamo tiene
dos cuernos pequeños sin ramüicaciones, desviados hacia fuera de su
base. Su Excelencia el Vice-Presidente, conocedor de mi afición hacia los
animales, tuvo la bondad de enviarme un ciervo domesticado. Era un ani-
mal noble y tan manso que podía alimentarlo en la palma de la mano
cualquier persona. Me vi obligado a deshacerme de él. Tenia el ardid de
subir las escaleras y entrar deliberadamente en mi alcoba y mirarse en
el espejo grande; en una de estas ocasiones les dio mucha dificultad a
mis sirvientes para hacerlo salir del cuarto sin dañar los muebles. A él
le gustaba mucho la cebada.
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mino más apropiado- de las llanuras del Apure, que están cruzadas por
el río del mismo nombre con su curso sinuoso¡ quienes por su intrepidez,
gran actividad personal, excelente equitación y notable habilidad en el
empleo de las largas lanzas, llegaron a constituir al fin completo pavor
y miedo entre las tropas españolas, especialmente entre la caballería.
Estos hombres estaban acostumbrados desde su juventud a llevar una
vida errante, siempre a caballo y cuidando grandes hatos de ganado en
estado casi salvaje, que se alimenta en estas inmensas llanuras y al igual
que la gente que vive en las inmensas pampas o dehesas de Buenos Aires,
se hallan frecuentemente expuestos a privaciones. El llanero tiene pocas
necesidades¡ puede vivir durante varios meses alimentándose de carne de
ternera fresca, que le proporciona en todo momento su lazo; él corta la
came en trozos y la asa sin sal. Si algún caballo se cansa, pronto consigue
otro de la manada suelta que se cría en las sabanas. Sus armas y av!os
constan de una larga lanza, algunas veces una pistola en un cinturón de
cuero y un freno fuerte de hierro para su caballo, pues no tiene silla, un
S(lmbrero de paja adornado con una escarapela y unas cuantas plumas
d!: guacamayo y loro verde, una ruana delgada, calzones azules y un par
de espuelas de acero grandes de rodaja y zandalias hechas de cortezas
de árbol, para proteger los pies, y por último, pero no de menos impor-
tancia en estas inmensas llanuras, su lazo para enlazar el ganado. Un
notable regimiento de espléndidos húsares españoles, bautizado con el
nombre del amado Fernando "los húsares de Fernando séptimo", quedó
casi destruido por estos cosacos de las llanuras del Apure. Esto se debió
en gran parte a que estos húsares estaban abrumados de armas y equipo,
cada uno portaba una lanza, espada, carabina y un par de pistolas, con
todos los arreos y uniforme de un húsar húngaro, que estaban muy mal
preparados para una campaña en un clima tropical. Los llaneros al car-
gar contra el enemigo, ponían la cabeza y el cuerpo sobre la nuca del
caballo, llevaban las lanzas en posición horizontal, en la mano derecha
casi a la altura de la rodilla. Los húsares de Fernando se velan obligados
a cortarles la cola a sus caballos, como la de los de las diligencias en
Inglaterra, y algunas veces les dejaban simplemente un pequeño muñón
sin pelo, pues los llaneros en muchas ocasiones habían galopado hacia un
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húsar y lo desmontaban al instante agarrando al caballo por la larga
cola, anojándolos de lado por la sacudida repentina y después remataban
al jinete en el suelo.
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a quienes nunca perdonó, a causa de sus crueldades para con los criollos.
Como puede muy bien suponerse, la educación del general Páez no había
sido muy esmerada; tenía mucho de la rudeza y modales incultos del sol-
dado raso; pero desde su nombramiento para el alto comando que ~enía
en la actualidad, oí decir que tuvo grandes dificultades consigo mismo.
El ahora hablaba bien francés y un poco de inglés. Tenía mal carácter,
pero su corazón era de temperamento ardiente; era muy generoso y como
todos sus paisanos le gustaba vestir bien.
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JANCO DE lA REPUBLICA
BIBLIOTECA LUIS·ANGEL APA 'lCQ
CATALOGAClO~
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
El 19 de mayo, el coronel Campbell, el señor Cade y yo fuimos invi-
tados por nuestro amigo el padre Candia a visitar su convento de la orden
de San Francisco en Bogotá. El convento es un inmenso edificio; no re-
cuerdo haber visto ninguno tan enorme en España. Necesitamos casi dos
horas en nuestra visita, pero el padre Candia nos informó que el convento
de San Francisco en Quito, al sur de Colombia, se consideraba mayor que
éste. Todos los departamentos me parecieron bien organizados, constaban
de capillas, dos bibliotecas, una enfermería con cuarto de botiquín y refec-
torio, etc., y el padre Candia construía para los enfermos -monjes fran-
ciscanos y pacientes,- baños fríos y calientes que parecían bien planeados.
Había tres patios grandes; las paredes de los corredores del primer patio
estaban adornadas con grandes cuadros pintados al óleo con la historia de
San Francisco, fundador de la Orden. Estos cuadros en general estaban
mal pintorreados y el tema de alguno de ellos era bastante ridículo. Las
paredes del corredor hacia arriba, estaban adornadas con los retratos de
Jos frailes notables de esta Orden; entre el número de cuadros vi ci11fo
que habían ocupado la presidencia, Ganganelli fue el último y diversos
cardenales. El retrato de Ganganelli estaba bien pintado, el colorido era
bueno. En este convento hay también buenos cuadros pintados por nativos
de Bogotá, que pueden considerarse como el Murillo del país. Una Virgen
y el Niño Jesús es un cuadro agradable; hay tanta dulzura y ternura en
la expresión de la Virgen y la inocente sonrisa del rostro del Niño Jesús
que son admirables. El colorido es suave, los tintes claros y hay una carac-
terización llamativa de naturalidad y excelencia en toda la !Composición.
El pintor de este cuadro, Vásquez, ha estado en Europa estudiando las
grandes obras de los famosos pintores de Italia, y cuando estuvo en Italia
le ocasionó gran satisfacción al Papa, cuyo retrato pintó y por tal motivo,
le envió un anillo grande recamado de diamantes con su miniatura en él.
Las iglesias y conventos de Bogotá están llenos de sus cuadros, especial-
mente la capilla junto a la catedral; pero muchos de sus mejores cuadros
se hallan tan mal dispuestos a la luz que no se pueden ver con fa.~ ilidad.
Vásquez ha debido ser un genio de primera clase como pintor, y ha adqui-
rido mucha fama en su país en una época en que estas condiciones no eran
bien apreciadas y probablemente poco estimuladas. El pintó a principios
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del siglo pasado. En este convento nos mostraron la celda de uno de los
frailes que había sido Virrey de Nueva Granada y había vivido en Bogotá
durante algunos años con la pompa y esplendor de un príncipe, hasta que
se cansó de las vanidades del mundo, abandonó su posición y se recluyó
dentro de los muros del convento de San Francis.co, donde, a manera del
emperador Carlos Quinto, terminó sus días en paz. Los franciscanos son
una Orden pobre y no se les permite poseer tierras, casas u otras propie-
dades. Sospecho que ellos no viven mal; algunos de los frailes poseen fa-
mosas corporaciones.
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Panamá, no son tan finas en color como las orientales, y a menudo se ama.-
rillan en pocos años. Creo que no hay ninguna parte del mundo donde se
hallen perlas ovaladas tan enormes y de tan bella forma como las de Pa-
namá, y cuando hacen juego, logran alcanzar precios muy elevados. Las
perlas que se encuentran en la costa de Ríohacha son de mejor color que
las de Panamá pero no alcanzan a tener el mismo tamaño. Los indios gua-
giros practican la pesca de perlas en esta costa.
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los insectos y libando el néctar. Los diversos tonos que reflejaban los rayos
del sol sobre el dorso y el pecho eran de color púrpura y oro, proyectados
por el rápido movimiento de las alas de estos pajaritos, tan hermosos y
deslumbrantes a la vista. Hasta que vi el colibrí en Bogotá, yo nunca creí
que se encontrara en un clima tan frío; pero en mis solitarios paseos por
las montañas en la parte posterior de la ciudad, los he visto con frecuencia
a 400 o 500 pies de altura. En estas ocasiones sentí mucho no haber sido
botánico, pues estas montañas están cubiertas de arbustos y plantas; al-
gunas de ellas tan sumamente hermosas en la forma de su follaje y color
de sus flores, aun que no hubiera habido sino muy poca oportunidad para
hacer nuevos descubrimientos, pues el célebre botánico Mutis, que residió
durante muchos años en Bogotá, fue infatigable en sus investigaciones
sobre las plantas del Nuevo Mundo. Sus trabajos y labores, desafortuna-
damente para Colombia, fueron enviados a Madrid por el general Morillo.
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estas ocasiones estuve muy preocupado por mi pointer Don, que hubiera
podido correr la misma suerte por parte de estos destructores de la raza
canina.
Abril 29. Le devolví la visita al señor Rivera, director del Museo Na-
cional, que acababa de regresar de una expedición a orillas del rio Meta,
con el fin de medirlo y hacer observaciones astronómicas. El Meta se halla
distante de Bogotá a cuatro días a través de las montañas orientales, y
después de recorrer considerable distancia por la llanura inmensa, desem-
boca en el gran río Orinoco. El señor Rivera me mostró una especie de
latex procedente de un árbol, algo de leche y un poco de cera extraídos
de éste. También me enseñó un calabazo lleno de curacé (veneno) que le
regalaron a él algunos de los indios que viven a orillas del Meta y lo
emplean para aplicarlo en las puntas de sus flechas y lanzas.
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de peligro meterse en el agua. Este pez es muy estimado por los indios
como alimento. El viento durante ciertos meses del año sopla siempre del
norte del río Meta.
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llamado en la actualidad "Regimiento de Carabobo"¡ tuve el honor de
proponer un brindis a la salud del presidente Bolívar, el cual fue acep-
tado con entusiasmo por todos y luego nos despedimos llenos de júbilo,
muy agradecidos a nuestro anfitrión y complacidos por la fiesta.
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Unos cuantos días después de esto, el coronel Campbell y yo fuimos
invitados por el señor Pepe París, para ir con él a visitar la famosa laguna
de Guatavita, que él habla estado tratando de desecar durante los últimos
dos o tres años, con el fin de encontrar el tesoro de los ídolos indios de oro
al por mayor y también algunos lingotes de oro que se suponía habían sido
arrojados por los caciques indios en sus ceremonias religiosas, y disminuir
así la rapiña de sus conquistadores españoles. En Bogotá se constituyó una
compañia bajo la presidencia del señor Pepe París, para levantar los fondos
suficientes destinados al drenaje de la laguna de Guatavita. Las acciones
valían 2.000 dólares. Muchas de las compañías mineras de este país va-
lían en una época a alto precio, pero antes de salir de Bogotá habían
disminuido mucho de valor. Nuestro grupo constaba además de los ya
mencionados, del señor Rivera, mineralogista, y del doctor Cheyne, un
médico joven escocés que había llegado recientemente a Bogotá para ejer-
cer. El señor Cade desistió de ir.
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"Viva la nación inglesa, amigos de la república de Colombia". En la casa
del párroco nos proporcionaron todo lo necesario y alli pasamos la noche.
El beneficio eclesiástico de Guatavita es de 3.000 dólares por año.
Los indios de esta parte parecen una raza miserable, cuya mente ha
sido completamente dominada por la opresión y crueldad de los primeros
españoles de la conquista. Si usted les hace alguna pregunta a los indios
le contestan: "si mi amo -no mi amo"- en el tono más sumiso. Las chozas
de los indios en esta aldea eran sucias y los habitantes excesivamente
pobres.
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antes de la conquista del país por los españoles estaba totalmente habitada
por indios que comerciaban en oro y plata. Después del almuerzo nos
dirigimos al lago de Guatavita, distante un cuarto de milla. La vista de
la laguna por el lado donde se estaban haciendo las excavaciones es muy
agradable auncuando algo triste; parece de forma redonda como la de una
marmita, rodeada de montañas por todas partes, de unos doscientos o
trescientos pies de altura y cubiertas de bosques en las cumbres; el agua
de la laguna era tan diáfana como un cristal -no se veía en ella el menor
remolino y era muy limpia-. A un lado de la laguna me mostraron a mi
los escalones hechos por los indios para subir y bajar cuando loa caciques,
nobles y sacerdotes del pueblo venían a celebrar sus ritos idólatras para
apaciguar los espíritus malignos, que ellos creían vivían en las aguas de
Guatavita. Cruzamos el lago en una balsa pequeña. Al hacerlo noté espe-
cialmente que íbamos por las partes más pandas para tratar de descubr ir
algunos ídolos de oro, pero todo fue en vano. El centro del lago tiene unos
veintisiete pies de profundidad y es donde se supone que haya mayor can-
tidad de oro. En la otra parte de la laguna observamos una hilera de
grandes pilotes que habían sido puestos por los españoles cincuenta años
después de la conquista del país, con el mismo fin del de nuestro buen
amigo Pepe París, pero únicamente para desaguar una parte de la laguna
que era bastante panda, lo que los españoles lograron hacer y obtuvieron
considerable cantidad de oro, ya que una quinta parte de éste sumó 8.000
dólares, los cuales fueron pagados a la Tesorería Real de Bogotá como
parte del Rey de España. Se encontró un documento oficial en los archivos
de Bogotá que confirma este hecho. El coronel Campbell y el doctor
Cheyne se bañaron en la laguna y encontraron el agua fria.
El corte hecho por Pepe París por el lado de la montaña, está en di·
rección E. N. E. Hace unos tres años que él empezó esta gran empresa; en
este tiempo se hicieron bastantes gastos, tratando de ejecutar un corte a
través de la montaña para darle salida al agua de la laguna, pero como
la brecha no tenia suficiente pendiente, las rocas y la tierra se desplo-
maron siete veces. Como su propósito no tenía oportunidad de éxito de
esta manera, se le aconsejó que cavaran un túnel subterráneo unos treinta
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pies más abajo que el lecho de la laguna, en la misma dirección en que él
había hecho las primeras grietas, las cuales en la época en que nos hallá-
bamos, ya casi había terminado; pero más tarde supe que le había ocurrido
una desgracia inesperada, de modo que temo que al pobre señor P epe París,
si no consigue un buen ingeniero de Inglaterra para dirigir sus excava-
ciones, le pasará como al perro de la fábula que arrojó el pedazo verdadero
que tenía en la boca para coger la sombra en el agua. Yo deseo cordial-
mente que tenga éxito al fin; él merece poseer una buena fortuna, siendo
un hombre tan liberal y de buen carácter, especialmente atento con los
extranjeros y un gran amigo de Bolívar, como también lo fue del difunto
capitán Cochrane, R. N. que tenía acciones en este proyecto, y había resi-
dido casi un mes en el pobre rancho construido por el señor París en las
montañas vecinas a la laguna, para vigilar y dirigir a los indios en su
trabajo. No dudo que pueda encontrar oro en la laguna de Guatavita si se
lograra alguna vez desaguarse, pero es dudoso que lo fuera en cantidad
suficiente para reembolsar a los tenedores de acciones y producirles re-
muneración. Una razón es, que los indios no pudieron poseer grandes can-
tidades de oro en estos distritos. Las minas de oro más cercanas se hallan
a cuatro días de distancia de Bogotá, en la provincia de Mariquita, y en-
tiendo que éstas no han sido nunca explotadas en ninguna forma; única-
mente la tierra y la arena se han lavado para obtener oro en polvo. En la
llanura donde se dice que está situada la ciudad de Mariquita hay segu-
ridad de encontrar trazas si se cava un poco la tierra de las calles y se lava
en una batea. Esto puede ser cierto; pero yo he encontrado algo de exage-
ración en estos cuentos. Mariquita está a dos o tres horas a caballo de la
ciudad de Honda, sobre una hermosa llanura. El venado y los tigres galli-
neros son numerosos en las cercanías de las selvas donde se halla la laguna
de Guatavita.
Durante el mismo día, nuestro grupo visitó la quinta del señor Mon-
toya (hermano del caballero que estuvo en Inglaterra para conseguir el
último empréstito colombiano); la ubicación era sobre un monticulo rodeado
de extensas mangas, en las cuales había una cantidad enorme de yeguas,
caballos y potros, pues la renta que producía la propiedad se obtenía
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principalmente por la venta de caballos de cría en su finca. El señor
Montoya era considerado como un comerciante muy rico de Bogotá y nos-
otros descubrimos que él vivía en la abundancia como sus propios caballos.
La dirección del hato parecía muy acertada; el mayordomo de la finca y
sus ayudantes a caballo hacían rodeos y los recogían en grandes pesebres
cubiertos de paja, para examinar si Jos animales habían recibido patadas,
mordiscos o heridas. A veces se pagan hasta doscientas libras esterlinas
por un caballo padre. Algunos de ellos eran hermosos, de muy buena lá-
mina pero pequeños. Una buena importación de caballos ingleses de pura
sangre, mejoraría mucho la cría en Colombia.
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llenar las vasiJas de agua salada hasta que ésta queda completamente
llena de la masa sólida de sal. Entonces se rompen las vasijas para obtener
la sal, lo cual ocasiona un gasto de 4.000 o 5.000 dólares por año. Yo creo
que el coronel J ohnstone y algunos otros extranjeros, han alquilado esta
salina del gobierno por el término de algunos años, y tienen la intención
de emplear vasijas de hierro para la evaporación del agua salada, con lo
cual se disminuiría considerablemente el costo de la operación. Esta es
una especulación que me gustada acometer, pues la demanda de sal au-
mentará a la par de la población. Hay también minas de sal a unas dos
leguas de Bogotá, pero el gobierno no permite la explotación. Los españoles
empezaron a construir una enorme iglesia en Zipaquirá hace veinte años;
el Virrey concedía anualmente la suma de 15.000 dólares, procedente de
las salinas para la construcción, pero todavía no se ha terminado ni la
mitad, ni es posible que lo sea. Los españoles a menudo empiezan empresas
gigantescas en España pero rara vez las terminan.
Las notables minas de esmeraldas de Muzo se hallan a veinte leguas
de Zipaquirá, y yo sentí mucho no haber podido acompañar al señor Pepe
París y al señor Rivera, que iban a salir al día siguiente para ir a visi-
tarlas, cuando este último caballero fuera a inspeccionarlas. Estas minas
también se han dado en arrendamiento a algunos caballeros por el término
de diez o veinte años. Poco antes de nuestra llegada a Zipaquirá un indio
había desenterrado sesenta pequeños ídolos indios de oro; uno de ellos me
fue obsequiado por un caballero del lugar, y yo a mi vez se lo obsequié al
coronel Campbell. Los nativos de la provincia de Antioquia son muy ex-
pertos para descubrir las tumbas donde están enterrados los indios antes
de la conquista, las cuales al abrirlas con frecuencia encuentran que con-
tienen un número considerable de ídolos de oro y ornamentos etc. Como
esta parte de la sabana de Bogotá es fértil en extremo, los enormes campos
están llenos de ganado en todas direcciones, que se engorda al cabo de
tres meses en estos ricos pastos. Una arroba de carne de vaca (25 libras)
vale aquí únicamente seis reales.
Al regresar a la capital al día siguiente, nuestros caballos y mulas
atravesaron el río Bogotá a nado y nosotros en una balsa cubierta de
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juncos. A la izquierda de la carretera divisamos la quinta de Su Excelen-
cia el vicepresidente; él poseía una magnífica finca rodeada de potreros.
A las diez del día nos detuvimos en la aldea de Chía en casa del
párroco, donde encontramos preparado para nosotros almuerzo según la
costumbre española. Constaba éste de huevos fritos y plátano, aves asadas,
carne salada y papas, etc. y terminado por una tacita de chocolate espeso.
No nos sorprendió nada el despliegue de platos preparados por el párroco.
Las fuentes, platos y tazas eran todos de plata maciza pesada. El sacer-
dote me dijo que al fin y al cabo eran más baratas que la porcelana, la
cual era muy cara y escasa en el interior del país. Aquí los señores Pepe
París y Rivera se separaron de nosotros para continuar su viaje a Muzo.
Chía es una gran aldea indígena; la mayor parte de las chozas se hallan
casi ocultas por huertos de manzanos, cuyas frutas se envían para su
venta al mercado de Bogotá. A las cinco de la tarde llegamos a casa, pero
no libres de un completo remojón, pues llovió muy fuerte durante todo el
tiempo, lo cual hizo que el camino se volviera muy resbaloso para los cascos
del caballo.
En esta semana presencié una corrida de toros en la plaza mayor
frente a mi casa, pero como yo ya había visto este espectáculo nacional en
España, donde los toros de Andaluc!a son especialmente bravos y activos,
los jinetes magníficos y a los toros se les permite campo libre en la arena,
me sentí bastante desilusionado del espectáculo. El toro fue llevado a la
plaza por un jinete, el cual sujetaba al toro con un lazo por los cuernos.
El lazo era bastante largo y le permitia al animal acometer al picador,
quien tenia una banderilla (o bandera) en la mano izquierda, que él on-
deaba para llamar la atención del toro; esto lo irritaba cuando él hacia
un ataque furioso al picador al embestirlo, pero hábilmente le arrojaba al
animal un venablo o dardo al cuello y saltaba a un lado. Al extremo del
dardo había un cohete, que se disparaba inmediatamente, con lo cue.l en-
furecían al toro en el ataque a su asaltante; en estas ocasiones el toro
no tenía ninguna ventaja, pues tan pronto como el jinete observaba que
el picador estaba en peligro de ser cogido, él retenía su caballo de freno
fuerte y el animal bien amaestrado inmediatamente giraba a un lado, fija·
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ba los pies en la mejor posición para resistir la arrancada del toro en su
esfuerzo para alcanzar al picador. Esta maniobra está tan bien ejecutada
por el jinete y el caballo, que con frecuencia he visto al toro caer de lado
con tanta violencia como si hubiera sido fulminado por un tiro. Al pre-
senciar el enlace de los caballos salvajes y del ganado en las inmensas
llanuras de Suramérica, el magnífico adiestramiento de los caballos me
ha llenado siempre de admiración, especialmente la posición que toma el
caballero, cuando el animal ha sido enlazado con el !in de derribarlo al
suelo sin caerse él. El lazo se sujeta en la cabeza de la silla con un anillo
fuerte de hierro. En una ocasión vi a un oficial vestido de uniforme que
había sido derribado por el toro; todos temíamos que fuera a perecer. Por
fortuna para él, el toro desahogó su furia contra el pobre caballo, que
quedó herido, mientras que el jinete escapó corriendo. Los muchachos
practican constantemente con un pequeño lazo en los patios de las ha-
ciendas, tratando de enlazar cerdos, gallinas etc. Un día vi en la gran
plaza de mercado una maniobra maravillosamente hecha a un cerdo, y
para evitar que el lazo que le había tirado un indio lo ahorcara, ejecutó la
maniobra por séptima vez y en la última logró enlazarlo.
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En esta época vi a un hombre y una mujer que pasaban por frente a
mi casa, e iban a ser fusilados en la plaza de San Francisco; ellos llevaban
cruces; frailes franciscanos los acompañaban a cada lado, exhortándolos
a hacer oraciones al cielo por el perdón de sus pecados. Además estaban
custodiados por una escolta de soldados. Para satisfacer con mayor liber-
tad relaciones sexuales criminales, la mujer había ayudado a su amante
para cometer el asesinato de su esposa; pues fue primero apuñaleada en
la garganta y después ahorcada de una de las vigas de la casa. La mu-
chacha no tenia más de diecinueve años y su aspecto era bastante intere-
sante. Me contaron luégo que esta pareja culpable murió arrepentida.
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Esta serpiente la mataron en las llanuras de Casanare y pertenecía al tipo
de la boa constrictor. Su mordedura no es venenosa pero mata venados y
otros animales retorciéndolos y a causa de su gran fuerza los aplasta hasta
dejarlos muertos. No hay ningún país de Sur América, creo yo, donde
abunden tánto las serpientes. Afortunadamente los nativos poseen un anti-
doto para el veneno, el cual toman o lo aplican sobre la mordedura. Los
criollos hacen una relación curiosa para explicar la manerA como se des-
cubrió este antídoto. En la provincia de Antioquia estaba un indio traba-
jando en una selva, cuando le llamó la atención el combate que sostenían
un pajarito llamado halcón culebrero y una serpiente. El observó que tan
pronto era el halcón mordido por la serpiente durante la lucha, volaba
inmediatamente a un arbolito llamado guaco, comía algunas de sus bayas
y después de un corto intervalo renovaba la lucha con su enemigo y al
fin lograba matar la serpiente, la cual devoraba. Por supuesto se le ocurrió
a la mente del indio que la decocción de estas frutitas probablemente
servirían de especifico para la curación del veneno; en algunos casos,
cuando la gente ha sido mordida por culebras cascabel u otras serpientes
venenosas, aplican ese remedio. Después practicó el experimento en un
indio que había sido mordido por una serpiente coral y respondió satis-
fActoriamente a sus esperanzas. En las provincias donde abundan las ser-
pientes, especialmente en las de Buenaventura y Chocó, los indios y negros
llevan consigo siempre esta decocción, u otro antídoto para el veneno, pues
ellos corren gran riesgo de ser mordidos cuando están trabajando en las
selvas o en las plantaciones de cacao, ya que las piernas están al descu-
bierto y las plantas del pie protegidas únicamente por abarcas (1). Creo
que pocas culebras ataquen al hombre a menos que se acerque mucho a
ellas o trate de amenazarlas.
( 1) Laa abarcas aon una especie de caludo que usan los montaileroe y otl'<lol, amarra-
du a lt>! pi ....
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de estas bayas y no sentía ningún mal en las heridas. Se le perdonaba la
vida, pero era condenado a trabajos forzados por el resto de sus días.
Cuando se toman grandes cantidades de sal, se considera también como
antídoto para las mordeduras venenosas. He oído decir que hay una clase
de animal pequeño del tipo de la comadreja que vive principalmente de
serpientes y sostiene batallas desesperadas con la cobra capella, y que
cuando éste recibe alguna mordedura, así como el halcón culebrero de
América, corre hacia una raíz particular, la come y después de un ratito
renueva el combate.
En Sur América hay gran variedad de micos con cola pero no hay
simios. Mis amigos conocedores de que yo era gran aficionado a las aves
y mamíferos fueron muy gentiles al enviarme gran cantidad. He tenido
cuatro o cinco monos de düerentes especies que me trajo una mañana el
señor Borrero, miembro del Congreso por la provincia de Neiva, situada al
S.O. de Bogotá y que ha sido dos veces gobernador. Algunos de estos monos
eran muy pequeños y en particular muy divertidos por su viveza y trave-
suras. Uno de ellos tenía todo el continente y modales de un anciano y era
el predilecto entre mis sirvientes. Tenía dos pies de altura, de grandes
ojos negros y melancólicos, piel fina y suave, de un color gris claro pla-
teado; tenía la cola larga y esponjada. Al comer y beber se sentaba erecto
a la mesa y usaba con gran habilidad el cuchillo y el tenedor, ocasional-
mente bebía en su copa. Su carácter era excelente, no era por lo menos
quisquilloso, como suelen ser por lo general estos animales, pero en todo
momento era serio y reposado. Estuve deseoso de llevar este mono a In-
glaterra, pero el clima de Bogotá fue demasiado frío para él y murió de
disentería.
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escapar. Otro muchacho había matado seis o siete pájaros que llevaba en
la mano. Esta bodoquera se hace exactamente dentro de los mismos prin-
cipios que la grande que usan los indios salvajes arrojando pequeños dardos
envenenados contra la caza y sus enemigos, de las cuales haré una des-
cripción al hablar de la provincia de Popayán.
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cidos cuando supieron que el coronel había sido aprehendido. Algunos
meses después le vi fusilar por este crimen en la plaza mayor, frente a
mi casa.
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habla huido de la capital acompañado de la Real Audiencia, de la Guardia
de Honor de la guarnición y de algunos civiles, hacia el rio Magdalena,
en vía a Cartagena, dejando en su precipitada huida una considerable suma
de dinero en la casa de moneda (medio millón de dólares), muchos docu-
mentos oficiales, mucho equipo militar y también su gran bastón de puño
de oro. La captura de Bogotá fue de la mayor importancia para Bolívar
en este período crítico; su ejército, reducido pero valeroso, habla sufrido
excesivamente a causa de la largas jornadas, vida difícil y mucho combate.
Yo conocí al coronel Mamby del batallón de Albions, quien me contó que
habían entrado a la vanguardia con las tropas de Bolívar y que no tenían
ni un par de zapatos ni medias en todo el batallón; los oficiales iban de
alpargates (1).
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lnciones tal vez resulten provechosas; pero sospecho que muchos de los
anuncios de minas indicados como pertenecientes a compañías mineras,
eJdsten únicamente en la imaginación de quienes los han inventado. La
gí'nte europea se forma las ideas más extravagantes acerca de los tesoros
de Sur América, probablemente debido a la lectura de libros que relatan
los tesoros de las galeras españolas que acostumbraban a llegar a Cádiz
anualmente, cargados con algunos millones de dólares, procedentes de
Veracruz y de La Habana. Pero deben recordar que el producto de las
mejores minas de Méjico y del Perú y una parte considerable del tesoro,
pertenecían a comerciantes e individuos particulares. Me diverti mucho con
el cuento que me relató un oficial inglés al servicio de Colombia, de uno de
sus soldados que era irlandés: -Paddy caminaba un día por las calles
de Caracas, cuando por ventura vio un dólar en el suelo; dándole un punta-
pié lo echó de Indo con mucho desprecio, exclamando:
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Por la noche debíamos asistir a una función de teatro representada
por jóvenes aficionados; desafortunadamente el galán joven que iba a
representar uno de los principales papeles, mientras hacía el ensayo se
le disparó la pistola que estaba cargada hiriéndolo en la cabeza. La joven
con quien estaba comprometido en matrimonio se libró, pues él le había
dado el arma a ella y en broma había apretado el gatillo sin saber que
estaba cargada. El teatro de Bogotá es muy bonito y está muy bien orna-
mentado, pero por falta de comediantes estuvo cerrado durante mi perma-
nencia en la ciudad, salvo en una o dos ocasiones en que se celebraban
bailes y también estaba siempre abierto durante el carnaval.
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presidente comandaba parte de las tropas y el coronel París las otras. El
terreno que era montañoso y a intervalos cubierto de grandes rocas, resul-
taba bastante ventajoso para el movimiento de tropas ligeras; y al estar
en un declive, el efecto era muy propicio para los espectadores estacionados
abajo en la carretera. Ocurrieron dos o tres accidentes causados por algu-
nos hombres de la milicia que habían cargado sus cañones con piedras
pequeñas, por cuyo medio algunos artilleros resultaron gravemente heridos.
Cuando los espectadores supieron esto, todos se mantenían a distancia
respetable de los ejércitos contendores. Grande fue nuestro asombro al
observar al coronel Blanco, antes fraile, en el campo, a caballo, acompa-
ñado del juez de la Corte Suprema de Justicia, "en la grupa" ¡tras él!
¿Qué pensaría la buena gente de este país si ellos vieran a Lord Chance-
llor cabalgando en la gurupera del ayudante general en la revista de
Houslow ante su majestad? Aquí nadie se preocupaba por eso. Afortunada-
mente el día fue notablemente agradable; muchas damas fueron a caballo
a presenciar el simulacro de combate. Al terminar la batalla el vicepresi-
dente ofreció un refrigerio en el campo, con abundancia de champagne,
y a los soldados se les dio su rancho con magnüica concesión de chicha.
En la mañana de este día el vicepresidente almorzó al estilo de los llane-
ros o lanceros de las llanuras de Apure. Las porciones de carne de buey
eran asadas por los soldados y se le presentaban a él en una broqueta de
madera de la cual llevaba la comida a la boca con los dedos, pero en esta
ocasión se concedió sal y pan.
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esmeraldas etc., iba acompañada del coronel Narváez, sus padres, parientes
y amigos. La señora del general inglés y yo salimos en comitiva de la
casa del coronel hacia el convento, mientras una banda de música tocaba
en las calles y se disparaban cohetes frente al convento a nuestra llegada.
Todos permanecimos sentados en una de las capillas,· cerca de la puerta
que conducía a su futura morada; por esta puerta debía trasponer pronto
por última vez; en este momento la pobre joven conversó animadamente
con sus parientes y amigos y de vez en cuando sorprendí una mirada de
sus bellos ojos expresivos; no pude evitar el mirarla con compasión, de-
testando con toda mi alma esta costumbre que entierra en vida a un sér
en la flt>r de la juventud y belleza. Estas reflexiones me hicieron sentir
muy abatido y muchos de los convidados, al aproximarse el momento de
la ceremonia, se acercaron y parecían absortos en profundas meditaciones.
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un crucifijo colocado a su lado. El coronel Narváez le preguntó a la pobre
muchacha si no se arrepentía de sus votos, a lo cual ella repuso con una
sonrisa melancólica:
Una monja anciana que estaba en pie junto a ella observó significa-
tivamente:
Agosto 22. Fuimos a una gran partida de caza, acompañados del señor
Anderson, ministro americano, a la aldea de Fontibón, distante de Bogotá
unas tres leguas, para cazar patos silvestres. El coronel Desmanard, caba-
llero francés agente de la Casa Powles, Herring & Co., nos dio un exce-
lrnte déjeuner a la fourchette en Fontibón, que él había llevado de Bogotá.
Empezamos, pues, nuestras operaciones contra los patos silvestres, cercetas
y trullos, y cobramos en pocas horas cuarenta piezas; muchas quedaron
heridas y las perdimos por falta de un buen perdiguero. Mi joven secre-
tario, el señor Illingsworth y yo, nos metimos en el agua hasta la cintura,
aun cuando nos previnieron no hacerlo algunos caballeros de Bogotá, quie-
nes nos pronosticaron que podríamos contraer fiebres intermitentes al dia
siguiente; pero el anhelo por el deporte es mejor que la prudencia y al
dia siguiente nos hallábamos todos bien, con excepción de estar algo acalo-
rados debido al ejercicio violento que habíamos practicado.
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Los patos silvestres se hallan en cantidades prodigiosas en las lagunas
de la Sabana de Bogotá, pero es difícil lograrlos en las extensas superfi-
cies de agua donde no hay <'Obertizo de juncos o arbustos. Vi varios pares
de becardones pero eran silvestres y ariscos; hay becadas pero el plumaje
del lomo era más oscuro que el de las mismas especies que visitan a In-
glaterra cada invierno. Los indios las cazan con trampas y asimismo cogen
los patos silvestres vadeando silenciosamente hasta cogerlos por el pes-
cuezo en el agua. Las cabezas están cubiertas con una clase de penacho
hecho de arbustos y cuando se hallan cerca del pato, lo tiran suavemente
de las patas fuera del agua y los ponen dentro de un gran morral que
llevan delante consigo. Penachos semejantes a los suyos se arrojan a flote
para acostumbrar a los patos a la vista de ellos. Los señores Desmanard
'! Illingsworth nos dieron una magnífica comida después del día de cacería,
a la cual asistieron algunos de los ministros con sus esposas, y un cónsul
general con su familia.
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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
el cual, con otros oficiales de Bolivar, muchas veces se quedaba a la zaga
de su jefe en las largas y monótonas jornadas por las montañas y vastas
llanuras de Colombia y el Perú. Los ojos de Bolívar eran muy oscuros,
grandes y llenos del fuego de la inspiración que denotaban la energía de
su espíritu y su grandeza de alma; su nariz era aguileña y bien formada;
su rostro era largo y surcado prematuramente de arrugas debido a la
inquietud y ansiedad; su complexión era pálida. En sociedad BoHvar era
de modales vivos, buen conversador y lleno de anécdotas; poseía la feliz
habilidad, lo mismo que Bonaparte, de conocer en seguida el temperamento
del hombre y colocarlo en una situación donde su talento y habilidad fueran
más útiles para el país. Una de las raras virtudes pertenecientes al carácter
de Bolívar era su desinterés completo y poca consideración que se tenía
a sí mismo dentro de las más severas privaciones, siempre deseoso de
rf:partir cuanto tenía con sus compañeros de armas, aún hasta su última
camisa. Para confirmar esto no sería inoportuno relatar una anécdota de
él, que me contó otro de sus ayudantes de campo:
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Es bien sabido el hecho de que Bolívar está en la actualidad más
pobre que cuando estalló la guerra civil. El tenía entonces las mejores
propiedades en las cercanías de Caracas, cultivadas por esclavos, donde
s~ prnducía P.xcelentc cacao, tabaco, añil, etc. El le dio la libertad a casi
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que había perfeccionado en los últimos años por haber tenido siempre en
su estado mayor uno o dos oficiales ingleses y un médico de la misma
nacionalidad.
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momento; las tropas se alistaron creyendo que era un ataque nocturno
de los españoles y al examinar el catre de Bolívar se descubrió que había
sido perforado por tres o cuatro balas; indudablemente hubiera muerto o
quedado gravemente herido si hubiera estado allí.
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nadas de Méjico y Colombia. En esta época Bolívar demostró ante el mundo
su desinterés al rehusar un regalo de dos millones de dólares que habían
sido votados para él por el Congreso ~neral del Perú, en pago de Jos
servicios que había prestado a la patria de los incas.
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eievado dentro de pocos años. Los dos pequeños arroyos de las montañas,
San Francisco y San Agustin, atraviesan la ciudad y desembocan en el río
Funza o t·io Bogotá, una o dos leguas más allá de la ciudad. La renta del
obispo de Bogotá era de 70.000 dólares por año, obtenida por diezmos,
regalos, multas, etc. El último obispo vivió como un príncipe temporal;
dándole a su mayordomo 100 dólares todas las mañanas para los gastos
del día; era hermano de un marqués de España. La renta de los canónigos
de la catedral era de 300 a 400 dólares. Además de la magnüica catedral
hay tres iglesias, ocho conventos, cuatro monasterios de monjas y un hospi-
tal público. La universidad fue fundada en el año de 1610 y desde esa
época los dos colegios ya mencionados han sido dotados con grandes rentas
para la educación pública. La biblioteca se fundó hace 50 años, pero la
mayor parte de los libros, en particular las obras de valor de los célebres
botánicos como Mutis, se enviaron a España durante la guerra civil. Hay
una casa de moneda en Bogotá y varios tribunales de justicia.
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vieron reclutas a Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Puerto Cabello y
otras ciudades cercanas al mar. El clima de las provincias de mayor
latitud les sienta muy bien a los negros y mestizos que vienen de la costa.
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~1·ecta se le puede atacar sin mucho peligro, pero si la tiene agachada
le toca al cazador ponerse en guardia, pues está preparándose para lan-
zarse. Al hacerlo, es tanta la furia que derriba a Jos perros y a los hom-
bres, hiriéndoles gravemente con sus colmillos afilados. Los cazadores de
jabalí aprenden a conocer por las huellas de su rastro si los animales
están distantes o no. Las dantas (o asnos salvajes) se encuentran en
estas selvas, pero son ariscas y tienen el sentido del olfato tan fino que
muy pocas se llegan a matar.
Pasto había perdido 210 hombres de 300 que tenia y había perdido 14
oficiales entre muertos y heridos. En diferentes acciones el coronel había
sido het·ido tres veces y perdido dos dedos de la mano derecha. Contó
que tres de sus soldados habían defendido una vez un estrecho sendero
durante mucho tiempo, para dar campo a que el grueso del ejército pu-
diera retirarse y cuando vieron que el enemigo les acosaba y que ellos
inevitablemente iban a caer presos, se abrazaron y lanzáronse a un abis-
mo donde quedaron destrozados. ¡Qué ejemplo glorioso de devoción para
su ratria! Muy semejantes a las epopeyas registradas en los anales
d.:! Gr<'cia y Roma. El coronel París cayó preso en manos de los espa-
ñoles, cuando el coronel Calgada que los comandaba, decidió que cada
prisionero en orden alternado debía de ser fusilado. Al echar las suertes,
~>1 coronel París tuvo la fortuna de escapar. Antonio Ricaurte, joven ofi-
cial (según su propia relación), comandaba un pequeño fuerte en la pro-
vincia de Venezuela en donde había un depósito de pólvora. Los españoles
todearon el fuerte, el cual estaba desprovisto de provisiones, éste quiso
q_ue la pequeña guarnición abandonara el fuerte por la noche y tratara
ele escapar. Por la mañana izó una bandera para indicat· a sus enemigos
q11e deseaba entregar el fuerte. Había preparado con anterioridad un
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rastro de pólvora que comunicaba con el polvorín, permitió la entrada
de las tropas españolas y sus oficiales hasta el fuerte, después disparó
al polvorín y estalló con todos los españoles.
cipe de la Paz (Godoy). Et·a bien sabido en todo el mundo que todas
las colocaciones del gobierno estaban a precio; y nunca se tuvo en cuenta
!'i el individuo estaba calificado o era idóneo para la colocación que de-
seaba obtener, con tal de que su bolsa estuviera suficientemente llena
para suministrar la suma convenida. La ignorancia y la superstición cons-
tituían los grandes apoyos del antiguo gobierno, pero esperemos que el
teino de estos males vaya pronto a su terminación y que un rayo de sol,
de sabiduría y tolerancia brille en estas fértiles praderas. La gente en
"erdad merece un buen gobierno después de haber expuesto valerosamente
sus vidas y haciendas para obtener esta bendición. Posiblemente se tar-
dará algún tiempo antes de que el pais se halle en situación adecuada a
la actual constitución.
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procesos, están sujetos a quejas tanto en el Nuevo como en el Viejo
Mundo¡ en verdad los abogados engordan con los litigios de la humanidad
en casi todas las partes del globo.
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gratamente encontrar durante mis viajes hacia el sur y el oeste una es-
cuela del método de Láncaster en todas las aldeas. Auncuando pequeñas,
t•lgunas de ellas están muy bien reglamentadas. En realidad las diversas
gentes de raza de color de Colombia, no carecen de inteligencia, pues he
visto en varios lugares acuarelas, mapas pequeños y juguetes ingeniosos,
lo cual prueba que el terreno es fértil y que lo único que se requiere es
quitar las zarzas y abrojos para lograr una buena cosecha. El gobierno
con mucha prudencia ha destinado la propiedad de los conventos menores
a la educación pública, y todas las instituciones monásticas regulares que
no tuvieren ocho miembros de la orden, residentes en los conventos, fue-
ran abolidas y la propiedad si proveyera de bienes muebles o de rentas
fijas, se aplicara a la dotación y apoyo de colegios y escuelas de las di-
ferentes provincias. Las primeras se necesitaban con urgencia; los hijos
de los caballeros residentes en las provincias del Chocó o Cauca, se velan
obligados a atravesar la cordillera de los Andes y viajar a gran distan-
cia para recibir educación en los dos colegios de Bogotá. Los obispos y
vicarios fueron exhortados por el gobierno ejecutivo para que ayudaran
a la formación de nuevas escuelas y el celo y la caridad con que muchos
dP los prelados obedecieron estas órdenes, redundó mucho en su crédito.
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mos, añil, pieles, etc. La prolongada y desoladora guerra última, disminuyó
considerablemente el comercio de exportación de algunas de las provin-
cias, especialmente la de Venezuela, donde muchas de las mejores hacien-
das han quedado arruinadas por falta de cultivo; los esclavos aprovechán-
dose del estado confuso del país, huyeron de sus amos y los pocos res-
tantes se vieron obligados a tomar armas en favor de los patriotas o
de los españoles. Durante una guerra civil es casi imposible a los pro-
pietarios mantener una causa neutral. Ellos se consideran como amigos
o enemigos de los partidos contendores y sus fincas sufren cuando la
provincia es el teatro de la guerra y sus amigos con frecuencia causan
más mal que los enemigos.
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jeros en las aduanas. Según el último tratado comercial celebrado entre
la Gran Bretaña y Colombia, el comercio de ambos países debe colo-
carse sobre la base de reciprocidad. Las importaciones que se hacen a
Colombia procedentes de Europa son muchas y de diversas clases; las
principales son artículos de lana y algodón procedentes de Manchester y
Glasgow, sedas y vinos franceses, lana en rama, lencería de Alemania,
toda clase de loza y muchos de los artículos vienen bajo la denominación
de mercancías de lujo y suntuarios.
(1) Una ruana ea una tela de paño cuadrada ¡rande, con un orificio en el centro
por el cual se introduce la cabeza; cubre loa brazoa y tu piernas cuando ae eatá cómoda-
mente a caballo.
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cercanias. El jardln está cultivado con mucho gusto, Jo mismo que algu-
nos arbustos en pequeña escala. Cerca de la casa hay un mirador desde
cuya cumbre el panorama que se divisa es extraordinario. En la parte
baja de este edificio hay un baño cómodo y frío. En este abrigado retiro
el gun Bolivar solia regocijarse, rodeado de sus amigos lntimos y a me-
nudo declaró que él prefería esta "maison de plaisance" a su hermoso
palacio. Esta linda quinta se la obsequiaron por sus servicios y fue muy
raro que la aceptase. El presidente daba a menudo aqul pequeños bailes
a algunas bellezas de Bogotá.
El almuerzo del señor Elbers fue soberbio y los corchos del cham-
pagne volaban en todas direcciones, transformando a los invitados en
gente bastante alegre y bulliciosa. Oí decir después que el champagne
que se habla consumido por los invitados, habla costado la suma de 300
dólares, probablemente con la ayuda de los sirvientes. El baile comenzó
a las siete de la noche y se mantuvo animado hasta muy avanzada la
noche; todo mundo regresó a su hogar altamente complacido por la di-
versión del dla, que en verdad fue una de las más agradables a donde
yo asistí en Colombia. El señor Elbers es un gran amigo de algunos de
los miembros del gobierno ejecutivo y ha tenido la fortuna de conseguir
algunos contratos ventajosos por parte de éste; entre otros, tal como lo
indiqué antes, el privilegio exclusivo de la navegación por el ría Magda-
lena con buques de vapor po1· el término de veinte años. Este caballero
desde entonces se casó con una dama colombiana de buena familia. En
el almuerzo un sirviente alemán del señor Cadiz fue herido en el pecho
por el capitán Clementi, sobrino de Bolivar, quien me refirió después que
el hombre habla sido insolente. Por fortuna el sirviente saltó hacia un
lado cuando le fue lanzado el puñal o si no con toda posibilidad le hubie-
ra rtravesado el cuerpo. En honor de la verdad debo decir que el capi-
tán Clt.>menti, era de carácter muy apacible; pero el bullicioso jugo
de la uva, y en especial el de las viñas de champagne es un mal promotor
de disgustos y con frecuencia cambia a un hombre de buen carácter en
uno peleador.
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Entre las diversiones de Bogotá, en especial las del domingo por la
tarde, están las riñas de gallos en las galleras, lo cual es un espec-
táculo muy elegante para todas las clases sociales y se hacen grandes
apuestas a los gallos. Un caballero inglés se sorprendió al visitar a un
señor y ver que tenía una o dos docenas de gallos de riña ingleses en el
patio de su casa, todos estaban amarrados de una pata por un cordel:
les daban agua limpia y con frecuencia los alimentaban a ciertas horas
del día con maíz. Todavía persisten las costumbres ridículas españolas en
Colombia de ofrecer al visitante cualquier cosa que admire en la casa;
ya que los colombianos han asumido un nuevo carácter, deben abandonar
estos cumplidos vacíos de sentido y ofrecer únicamente lo que ellos ten-
gan intención de regalar. El señor Cade y yo nos divertimos mucho una
mañana al recibir una tarjeta impresa del Subsecretario de Relaciones
Exteriores con la siguinte leyenda: "La señora de ............. tiene el
honor de ofrecer a la disposición de usted una niña que ha dado a luz".
Yo tengo media docena de hijos en Inglaterra y decliné el atento ofreci-
miento de recibir un nuevo bebé.
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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
prar pollos y huevos hasta que llegásemos a seis o siete días del páramo
de Guanaco (un pico de Jos Andes), que Jos viajeros deben cruzar para
su viaje a Popayán. El honorable Pedro Gual tuvo la bondad de darme
una carta circular de recomendación para todos los magistrados de las
ciudades y aldeas que tuviera que recorrer, para que me ayudaran en
Jo que hubiere menester; después supe que los gobernadores de las pro-
vincias habían recibido cartas del gobierno, encareciéndoles que me pres-
taran toda clase de atenciones en la medida de sus fuerzas, las cuales
recibí en todas las circunstancias.
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bastante buena, llamada Boca de Monte. Tan pronto como el viajero
abandona esta plaza, se empieza el descenso de la sabana de Bogotá por
una carretera rocallosa y abrupta hacia la región cálida. Aquí los bordes
de la selva adornan las montañas y después de bajar dos o tres horas
nos vimos obligados a seguir a pie en alguna parte, de nuevo oí el grito
de nuestros viejos amigos los micos colorados, ví los nidos colgantes de
las oropéndolas y los pájaros tropicales y mariposas volando a nuestro
alrededor. La perspectiva al descender de la meseta era verdaderamente
sublime. Los picos de la cordillera de montañas hacia el este, que forman
parte de la sabana de Bogotá en dirección hacia el Salto de Tequendama,
estaban ocultos entre las nubes. En lontananza divisamos unos cuantos
ranchos dispersos y en medio de ellos aparecía La :Mesa (1), pequeña
ciudad; en el fondo, entre la distancia intermedia, había grandes trayec-
tos de selva incendiada y humeante, la cual se había quemado con el fin
de limpiar el terreno para el cultivo. A nuestros pies se proyectaban aquí
y acullá los rasgos irregulares de la campiña, blanqueados por enormes
cascadas. Era de todas maneras un panorama digno del pincel de Salva-
dor Rosa. Al pasar por una selva sombría nuestro guía nos enseñó a la
izquierda de la carretera una enorme cueva donde habitaba un célebre
ermitaño que la había ocupado durante algunos años; se nos informó que
este virtuoso varón tenía la fama de hacer curaciones maravillosas a Jos
enfermos; y como tenía pocas necesidades vivía de frutas, raíces y agua,
jamás recibió ninguna remuneración por sus servicios.
(1) La Meaa, Je llama ael a cauea de catar eítuadn 10brc una pequeña m08eta plana,
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La'Mesa, donde el general Briceño Méndez, a la sazón ministro de guerra
y su hermano coronel de húsares del cuerpo de guardia, tenlan una casa
de campo y extensas propiedades en las cercanias. Los fuegos que divisa-
mos en las selvas procedían de su finca que había sido rozada para el
cultivo del maíz. Las cosechas durante algunos años son excelentes, des-
pués de haber sido rozadas por el fuego. Las raíces de los árboles corpu-
lentos se van quitando gradualmente, aun cuando se dejan algunas y en
el e~pacio despejado por éstas, el terreno produce plátano, café y maíz
en abundancia. En nuestro camino encontramos gran cantidad de mulas
cargadas de frutas y lejOtumbres del clima tropical, con dirección al mer-
cado de la capital; supe que los indios y las clases bajas que vivían a
cinco o seis días de distancia de Bogotá, llevaban sus productos de las
pequeñas fincas allá. Al llegar a La Mesa por la tarde el termómetro
estaba a soo con una diferencia de 12° entre este lugar y la aldea de
Boj acá.
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de azúcar y café de sus fincas, quedaron todas destruidas. El coronel
terminó su conversación diciendo: "No siento todos estos sacrificios, ya
que los colombianos hemos logrado al fin libertarnos del maldito yugo de
Jos españoles". El coronel tenía entonces una finca para la venta en las
orillas del río Bogotá por la cual pedía veinte mil dólares, incluyendo
todos los esclavos.
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Por la carretera encontramos a varias familias de regreso a Bogotá, que
habían ido a Tocaima a bañarse en las aguas minerales para mejorar la
salud.
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medicinas con las debidas instrucciones para tomarlas, en caso de que
alguien de la comitiva se enfermase en la carretera, de fiebres intermitentes
o disentería, y debido a ello encontramos inesperadamente una pequeña
cantidad de sales Emden que tuvo la precaución de agregar a las medicinas.
El coronel Wilthew me 1·ecomendó no tomar sino una buena cantidad de
sales durante los días que fuera a permanecer en Tocaima, consejo que
seguí y me encontré perfectamente restablecido y en capacidad para conti-
nuar el viaje.
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Tocaima procede del río y viene en grandes petacas (o jarras), a lomo de
hunos o traída por mujeres. Hay unos pocos caimanes en esta parte del
río Bogotá, pero no tan grandes como los del Magdalena. Encontramos el
termómetro, a medio día, en la sombra, a 86°. Tocaima está situada al 4°
16" latitud norte y 74°69" longitud oeste. Las mulas que vienen de la Sabana
de Bogotá a este clima ardiente, con frecuencia sufren una enfermedad
llamada insolación, causada por el inmenso calor del viaje. Para curarlas
de esta dolencia los arrieros hacen sangrar las mulas y les echan un poco
de aguardiente en las orejas y luégo se las vendan.
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orac10n por la salvación de las almas. En esta región vi por primera vez
madrigueras de conejos¡ estos son del mismo color de los que tenemos en
Europa, pero no tan grandes. Al acercarnos al río Magdalena vimos una
gran cantidad de pavos silvestres, pavos reales, guacamayos, periquitos, etc.
Todavía me sentía tan débil que no sentí deseos de ir tras ellos con mi
escopeta. El plumaje de algunas de estas aves era para mí desconocido, los
colores muy hermosos, en especial el de uno del tamaño de una alondra que
tenía el pecho completamente negro, con un copete en la cabeza de color
escarlata y la cola negra. Nos detuvimos en un ranchito limpio, hecho de
guadua; los lados estaban sin paredes para permitir la fácil circulación del
aire y el techo era de hojas de plátano secas¡ la cocina de la casa se halla
siempre separada del lugar donde se vive. Aquí nos detuvimos durante tres
o cuatro horas, las más ardientes del día. Una camilla mecedora o cuna
donde dormía un infante había sido construida ingeniosamente de láminas
de bambú plegables en la forma de una barquilla unida a un balón¡ a los
extremos de la cuna y a distancias iguales estaban adheridas cuatro cuerdas
pequeñas que se reunían en un punto y estaban colgadas a la viga del
rancho, de manera que al menor contacto se mecía y bajo la protección
de un mosquitero azul y blanco, el niño dormía de la manera más cómoda.
Toda la gente de esta provincia se quejaba este año (1824) del calor
inusitado. Septiembre por lo general es uno de los meses más cálidos en
la parte baja de Nueva Granada. Las cosechas de maíz, plátano, cacao, etc.,
se han perjudicado mucho debido a las lluvias habituales que caen durante
los meses de febrero, marzo y abril y las continuas sequías considerables
han destruido casi todas las cosechas. Al regresar por esta región, en enero,
encontré a casi todos los habitantes muriéndose de hambre y estaban obliga-
dos a conseguir provisiones a costo elevado en las aldeas de la Sabana de
Bogotá y de otras provincias distantes. Cerca de esta carretera vi por pri-
mera vez algunas conchas del interior muy grandes, que he oído decir, tienen
gran valor entre los conquiliólogos y también algunos arbustos enanos
cargados de flores brillantes de color escarlata.
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BANCO OE (A RtPUSUCA
BIBLIOTECA lUIS·ANGEL ARAtiCC
CATALOGAC.v.~
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llena de arrieros que iban hacia La Mesa; las mulas estaban cargadas de
cacao procedente de la ciudad de Neiva, capital de la provincia. Todos
estábamos muy cansados y auncuando nuestra posada no era muy buena,
pasamos allí la noche; pero la conducta de estos individuos fumando y
escupiendo y el olor de ajo y otras substancias malolientes, casi nos hacen
salir de la casa para refugiarnos en una casita de afuera. El calor de este
Jugar nos obligó a mantener la puerta abierta durante la noche. No nos
dijeron que ésta se empleaba como granero para depositar el maíz del
hacendado. Sin emba1·go una rama de esta familia, los cerdos, conocía
perfectamente bien esta circunstancia y nos atormentó toda la noche con
sus esfuerzos inveterados para robarnos el maíz. En Jos climas cálidos
los cerdos se alimentan durante la noche y en el día duermen y se revuel-
can en el fango. Este agricultor debía ser un hombre bastante acomodado,
a juzgar por el número de cerdos que él mantenía engordando con plá-
tanos en grandes zahurdas cerradas por talanqueras fuertes de guadua.
Los arrieros nos dijeron que hacía 15 días un caimán del río Magdalena
había arrebatado en las cercanías a una mujer de uno de los ranchos
vecinos.
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aves son muy ruidosas en particular al despuntar el día. Eran tan man-
sitas, por no habérseles nunca disparado, que el señor Cade casi tumba
dos o tres a las pedradas. El río Bogotá desemboca en el Magdalena dos
leguas abajo del Paso de Flandes y de ahí a Honda se llega en dos
días, donde el río se halla crecido a causa de las lluvias periódicas.
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secretario, pero generalmente dicen: "buenos días caballeros". Las telas
de algodón se fabrican en la provincia de Neiva.
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yo tan acalorado, hubiera tenido tentación de bañarme, pero por este
motivo, no me atravla a hacerlo. Este riachuelo se llama Luisa, sus are-
nas se lavan para extraer oro en polvo.
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a cenar, y como nuestro hospedaje era bueno, tanto el señor Cade como
yo, no nos opusimos a satisfacer los buenos deseos de nuestro anfitrión.
Nos dieron una sopa de fideos, olla podrida, tortilla y un postre líquido,
muy sabroso. Después de la comida, que fue la mejor que hicimos desde
la salida de Bogotá, hicimos una siesta de una hora y despidiéndonos de
este hospitalario sacerdote, nos encaminamos hacia Purüicación.
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agotadas y que se habían visto en apuros para hacerlas llegar a Purifi-
cación. Un gran aguacero cayó durante la noche, para regocijo de las
gentes que lo consideraban como gotas de oro, después de haber trans-
currido tres meses sin ninguno. El techo de la casa de nuestro posadero,
era tan defectuoso, que me ví obligado durante la noche a cambiar mi
catre de sitio. El español tenía unos cuarenta años y estaba casado con
una muchacha criolla muy bonita de unos catorce años, quien pasaba todo
el tiempo jugando a las cartas.
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El alcalde me visitó por la mañana y me manifestó que el peón aca-
baba de llegar con la carta del intendente. El me presentó excusas por
hnber mantenido las mulas y el equipaje tanto tiempo en las calles y
me prometió proveerme de mulas descansadas por la mañana temprano,
que irían basta Neiva; le pagamos cuatro pesos por cada mula. En este
Jugar un caso particular atrajo mi atención: observé varias personas que
tenían manchas como los caballos en el cuerpo y en el pelo, y en la cabeza
tenían manchas blancas y negras en distintos lugares. Gozaban de buena
salud y no pude saber las causas que las originaba. Admiramos la lim-
pieza de las cercas de guadua al rededor de los jardines; estaban hechas
de estacas grandes de guadua enterradas en el suelo a ciertas distancias
y tubos de la misma amarrados con bejucos de los árbDles; tenían unos
cinco pies y medio de altura, muy durables e impedían que los cerdos y
las aves dañaran los jardines. El español nos informó que había gran
variedad de peces en esta parte del Magdalena; entre ellos se contaba
el bagre blanco no tan grande como el rayado de color obscuro, la dan-
celia, el potolo, el bocachico, el dorado y el puso renga, toda esta pesca
muy buena para la mesa.
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grave enfermarse en estos Jugares donde se carece de atención médica
en cien o doscientas millas a la redonda. Al pasar por estas tierras vimos
grnn cantidad de palmas de dátil y si se hubieran agregado al paisaje
algunos grupos de árabes y mamelucos con sus camellos, me hubiera
imaginado encontrarme en un paraje de Egipto. Nos dimos cuenta de
la buena idea de viajar llevando nuestras hamacas en las mulas, pues al
llegar a un sitio de descanso para permanecer durante medio día, podía-
mos colgarlas dentro de los ranchos o entre dos árboles, y hacer nuestra
siesta cómodamente sin el peligro de ser atacados por reptiles venenosos.
Nos agradó mucho no recibir la visita de nuestros mortales enemigos los
mosquitos, muy escasos en la provincia de Neiva, lo cual se debe a la
aridez del país y a la escasez de bosques; en el trecho de las últimas
sesenta millas no encontramos ni ciénagas ni pantanos.
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El día 24 las mulas con el equipaje estaban listas para continuar el
viaje a las siete de la mañana. Mediante grandes esfuerzos rara vez
logré que el equipaje estuviera listo antes de esta hora. El resto del día
lo pasamos viajando por un terreno muy abrupto y solitario y variado
de vez en cuando con selvas de palma y dátil, bastante bien regados por
riachuelos que vierten el curso de sus aguas en el gran río Magdalena,
a cuyas orillas llegamos por la tarde y lo atravesamos en canoas, mien-
tras las mulas lo pasaban a nado. Vimos otro destacamento de voluntarios
que iban con destino al N. O. y muchas cruces al lado de la carretera,
donde había gente enterrada, pero solo encontramos durante todo el día
dos ranchos indígenas. Nuestro equipaje se mantuvo bien; para arreglar
las cargas con propiedad, se requiere alguna experiencia y éstas se re-
partieron con bastante igualdad; sopló una brisa agradable que refrescó
la atmósfera. Pasamos la noche en un rancho a orillas del Magdalena y
armamos nuestros catres bajo unas palmeras cerca del río, pero nos
castigamos al haber escogido este lugar pues fuimos atormentados durante
toda la noche por el jején. Nos bañamos por la mañana temprano y al
suber que los caimanes eran pequeños y que rara vez atacaban a las
personas, nos complacimos nadando un poco por primera vez. Varias bal-
sas grandes procedentes de Neiva navegaban aguas abajo temprano, car-
gadas de cacao.
que Pstaba echada. Esta aldea está cerca al Magdalena. Durante el día
sufrimos de un calor intenso, el termómetro a la sombra marcaba ss•.
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La <•scuela púhlira tenía la apariencia de <'Star hien manejada y los niños
!\< veíau sanos y lim¡>ios en su figura. Vimos otro grupo de cincuenta
reclutas, custodiados pot· quince homhn•s armados de lanzas.
A las seis y media levamos anclas para la ciudad ele N<•iva, capital
de la provincia y durante la mañana recibimos el beneficio de una llovizna
muy refrescante para los hombres y la cabalgata. Durante las cuatro
primeras horas no se vio ni una sola casa, aun cuando ya nos aproximá-
bamos a Neiva. Por fin divisamos un ranchito a cierta distancia de la
carretera, en las orillas de un riachuelo de aguas cristalinas, donde nos
<](:tuvimos para romper el ayuno. El campo al rededor tenía la apariencia
de un color obscuro profundo, pero a poca distancia cruzamos unos valles
agradables, cubiertos de bosque y con aguas abundantes. Este aliciente
no bastó para atraer a los habitantes. Los tigres gallineros, el venado y
clros animales montaraces recorrían el lugar tranquilos. Nuestro baquiano
llevaba siempre una totuma (o vasija de madera) en la copa de su som-
brero y cuando llegaba a un arroyo la llenaba de agua y nos daba a tomar.
El parecía se1· un conocedor del agua por el aire de satisfacción con que
nos decía al llegar a ciertos lugares: "agua muy fresca".
Cuando nos faltaba una legua para llegar a Neiva, salieron a reci-
birnos el Gobernador de la Pt·ovincia, coronel Vicente Vanegas, sus ayu-
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dantes y mi amigo el doctor Borrero, y encontrarnos una buena casa l'n
la plaza y una magnífica comida preparada para nosotro~ y nuestros
sirvientes, además de buen forraje pan1 las mulas. El doctor Bol'l'ero
vino exprofeso desde su finca a encontrarnos; aquella se halla situada al
S. E. de Neiva y está distante a unos dos días de viaje. Su intención era
también la de acompañarnos por el camino durante cuatro o cinco días
desde Neiva a La Plata donde vivía anteriol'l'nente su fa!llilia. El doctor,
que acababa de graduarse de abogado, era a la sazón uno de los miembros
del Congreso por la provincia de Neiva, había sido dos veces gobernadot
ele ésta; en clesempeño de tan alto cargo, había causado satisfacción ge-
neral a todas las clases de los habitantes, y por todos sus merecimientos
era un hombre muy popular y el enemigo más acénimo de Jos españolts,
aun cuando su padre et·a natural de E~paña. El doctor era especialmente
amigo de los ingleses y me contaron, que cuando se reunió el Congreso
General en Cúcuta él abrió una casa para todos los ingleses, en pat·ticular
para los oficiales británicos al servicio de Colombia. La energía, actividad
y valor que el doctor Borrero desplegó para despertar a los habitantes
de su larga apatía, e indicarles la conducta de opresión de los españoles,
lo hicieron el hombre más abonecible de ellos, por lo cual, el gobernador
español de la provincia de Neiva ofreció una suma considerable por su
cabeza y el doctor nos mostró el sitio en la plaza donde fue quemado en
efigie por los españoles. Después fue: hecho prisionero y enviado a tra-
bajos forzados de por vida a las fortificaciones de Cartagena, que era lo
mismo que sentenciarlo a una muerte lenta, pues la mala alimentación
y esta clase de trabajos en un clima tropical, acaban pronto con la exis-
tencia del hombre más fuerte. Borrero en\ un bon-vivant, aficionado a
la botella y, como la mayor parte de sus paisanos, adicto al juego. Pero
como compañero era vivaracho y chistoso y para servir a un amigo, es-
taba dispuesto a ir a través del fu~go y del agua, suponiendo que él no
hiciera lo suf iciente por alguien con quien hubiera trabado amistad. Por
fortuna, yo me hallaba incluido en esta clase y nunca podré olvidar las
muchas atenciones que me hizo durante mis viajes y más tarde al facili-
tarme armas, monteras, animales, hermosos pájat·os, etc., de la tl'ibu de
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los indios bravos (o indios salvajes), llamados los Achaguas, que viven
Pn las montmias a diez o doce días dt' viaje de Nt•iva hacia el oriente y
no lejos de las fu entes del Meta.
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canoa y me felicitó por habe1·me librado de ahogarme o haber sido devorado
por los caimanes, pues él se alarmó mucho cuando observó que era llevado
por la corriente tan lejos.
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La comida, como de costumbre, fue muy abundante. Un pavo de ta-
maño prodigioso adornaba la mesa, y había una inmensa botella de aguar-
diente (o licor), además de diferentes clases de vinos españoles. Tuvimos
una fiesta muy alegre y bebimos por el éxito continuo de las armas de
Bolívar en el Perú. Creo que el doctor cumplió bien su promesa, pues tuve
gran dificultad al día siguiente para hacerlo salir de Neiva. Después supe
que había estado jugando toda la noche con el gobernador, el cura de la
parroquia y dos o tres amigos más. El doctor me contó que se fumaba en
promedio cuarenta tabacos al día durante todo el año, botaba la tercera
parte de la colilla del cigarro, pues afirmaba que ya había perdido su
aroma y para complacer este vicio de fumar con exceso, tenía que gastar
trescientos dólares por año, lo cual indica cuánto tabaco debe consumir la
población de Colombia y si las fábricas de tabaco estuvieran bien adminis-
tradas, debieran producir una gran renta al gobierno.
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me rogó que fuera por su casa pero como ésta se hallaba a dos dias de
jornada fuera del camino, decliné la invitación, deseoso de cruzar Jos
Andes tan pronto como fuera posible.
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leña de buenas dimensiones, boca no muy pequeña, con un cigano cons-
tantemente en ella, patillas largas y negras, mentón proyectado, cara larga
y ahí tiene usted la apariencia del doctcr. El estar sentado toda la noche
bebiendo y jugando no había mejot·ado en nada su fisonomía; en este
momento pudiera muy bien representar "el Caballero de la triste figura".
Usaba un enorme sombrero de paja con la escarapela colombiana, chaqueta
azul corta con rayas blancas, pantalones de color azul claro, botas de
montar con enormes espuelas; una espada larga francesa de dragones, con
empuñadura de bronce, sujeta a una correa de cuero, se balanceaba de
un lado a otro del caballo, un par de pistolas que asomaban de sus car-
tucheras, un cebador que colgaba de sus espaldas y ocasionalmente la
escopeta francesa que estaba colocada delante de él en la cabeza de la
silla. No debo omitir entre los atavíos del doctor una tercera pistola de
llolsillo de las que se cargan pot· la boca. El caballo gris verdaderamente
<:ra un buen animal, pero tan flaco como rocinante. El sirviente de color
del doctor, Candela, era una figura tan extraña como la de su amo e iba
siempre al pie de él ya sea para encenderle el tabaco o entregarle la es-
copeta.
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guntó si al pasar por Purificación había probado un pescadito muy sa-
broso llamado ringa que se coge en el río Chiqui, cerca de esa ciudad y no
se encuentra en ningunas otras aguas de Colombia. Me t•efirió que en ese
mismo río había pequeñas tortugas cuyas conchas contenían pequeñas
perlas aun cuando no de buenos orientes.
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En ciertas ocasiones los agricultores y campesinos se arman de lanzas
y acompañados de sus perros se reúnen para cazar a los jaguares. Tan
pronto como éste se siente acorralado por los perros se agazapa para la
pelea y cuando atrapa algún perro con sus garras el pobre animal gene-
ralmente muere. Los lanceros se mueven hacia adelante y toman posicio-
nes frente al tigre, colocan las lanzas en forma tal que puedan recibirlo
cuando da el salto, manteniendo los ojos firmes en los del animal y cuando
se dan cuenta de que está muy cansado de luchar con los perros, lo enfu-
recen para inducirlo a que de el salto contra ellos, lo cual efectúa en linea
semicircular, como los gatos, rugiendo espantosamente al mismo tiempo;
el lancero mantiene el cuerpo algo doblado y sujetando la lanza con ambas
manos, una descansa sobre el suelo, y por su destreza y rapidez lucha
generalmente por recibir el tigre en la punta de la lanza; entonces los
otros cazadores se precipitan y pronto lo rematan con las lanzas. Si por
desgracia cae el cazador al recibir el tigre en la punta de la lanza, su
condición es desesperada y con toda probabilidad perece víctima de la fiera
enfurecida antes de poder recibir auxilios. Esto ocune con rareza, pero
en tal caso, el único recurso que le queda es su machete (o peinilla) con
el cual trata de acuchillar al tigre por el vientre.
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micndo. La mit·td de la ot·eja izquierda había sido desga¡ rada. El aniero
u quien esto le ocurró, al verse atacado <.n tal fotmu, saltó y llamó afa-
nosamente a sus compañeros pa1 a que le prestaran ayuda¡ entonces el
tigre alarmado huyó hacia la maleza. Esto demuestra que el tigre man-
chado americano ataca también a las personas sin provocación, aun cuando
no son tan bravos o feroces como el tigre rayado de bengala.
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mujet· de treinta y seis años, tenía cinco hijos, el más joven de catorce
meses. Supimos aquí que debido a los buenos oficios de nuestro amigo el
doctor, se había matado un ternero gordo para nosotros y los anfitriones
nos dieron la bienvenida de la manera más cordial y nos rogaron que
permaneciéramos en El Ancón durante tres o cuatro días para descansar,
antes de proseguir nuestro viaje por los Andes. Esta casa de campo era la
más espaciosa y de todos modos la mejor que habíamos visto desde nuestra
partida de Bogotá. Después de la comida, el doctor propuso que saliéramos
a cazar por los bosques de la finca que están llenos de jabalíes montaraces
y venados. El doctor y yo cogimos nuestras escopetas, mientras que el
señor Cade, un hermano de la señora de la casa y un esclavo negro nos
acompañaron a dar una batida a la caza. Caminamos mlly despacio hacia
el río, pues el hermano de la señora pensó que podríamos encontrar algu-
nos jabalíes monteces revolcándose en el fango a orillas del río. Se vio
que en efecto así era pero ellos nos husmearon antes de descubrirlos y
atravesaron el rio nadando; inmediatamente nos dirigimos hacia la orilla
y les disparamos tres veces con carga de perdigón y de posta, apuntándoles
a la cabeza; uno quedó herido pero logró cruzar la corriente, aun cuando
no tan rápido como sus compañeros y los vimos recogerse de prisa en una
orilla pendiente e intermnse en la espesura. Estos jabalíes salvajes son
muy apreciados po1· C<JO~·derarse magnífico alimento para la mesa y no
son tan grandes ni de color obEcuro como los de Alemania. Encontramos
huellas frescas de muchos venados pero no vimos ninguno.
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das el doctor y yo le disparamos y casi la dividimos en dos partes, pues
cada tiro estaba cargado con seis o siete postas. Entonces gritamos vi.c-
toria y el señor Cade y el resto de la compañia que se habían r¿tirado por
estar desarmados, se acercaron a nosotros. Al examinar a nuestro enemigo
muerto, supimos que se trataba de una serpiente equis, por tener cruces
negras como equis en todo el lomo. Esta serpiente se considera entre los
criollos como una de las más atrevidas y venenosas de Suramérica. Medía
unos seis pies y medio de longitud y era tan gruesa como el puño. Si yo
hubiera sabido que era tan atrevida y venenosa, con toda seguridad no
hubiera interrumpido su siesta. El doctor afirmó que muchas personas de
la provincia habían perdido la vida a causa de la mordedura de la equis;
él había visto algunas de tamaño mucho mayor. Vimos algunos pavos sil-
vestres pet·o eran muy ariscos. El terreno donde estaban sembrados los
cacaotales estaban muy bien irrigados, en éstos había también buena can-
tidad de cocoteros. El cacao que se cultiva en esta finca se dice que tiene
un magnífico sabot· y logra precio alto en el mercado. Los árboles se
plantan en tdángulos a buena distancia entre sí. El sombrío es absoluta-
mente necesario para el desarrollo del árbol de cacao; por consiguiente se
planta siempre con otros árboles, especialmente el plátano. El árbol de
cacao tiene muchos enemigos dentro de los gusanos, insectos, venado, micos,
loros y la enorme ara (o guacamayo) etc. Aquí se encuentra también oro
en polvo y observamos muchos lugares donde los esclavos efectuaban el
maza morreo.
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diera hacerme una visita. La dueña de la casa había sido picada por un
alacrán unas tres semanas antes; ella me contó que casi se desmaya des-
pués de la picadura y que durante veinticuatro horas después había sufl-ido
de fuertes dolores de cabeza y perdido el apetito. La parte afectada por la
picadura debe con frecuencia bañarse con agua salada y darle al paciente
medicinas para refrescarlo.
Nos dimos cuenta que íbamos subiendo mucho y que el clima se hacía
cada vez más frío en unos 3° o 4•. Los rasgos de la región empezaban a
presentar distinta apariencia, pues eran más montañosos y cubiertos de
bosque, lo que hacía al paisaje muy romántico. Observamos varias pirá-
mides de tierra de seis o siete pies de altura que habían sido construidas
por la enorme hormiga negra; parecía como si la tierra hubiera sido
amasada. A orillas del río se veían las ruinas de una capillita dedicada a
la Señora del Amparo; pero esta imagen había sido trasladada a la parro-
quia de El Espinal, pues el sacerdote descubrió pronto que se obtendría
una renta considerable al tener en su poder este santo personaje. Esta
Virgen fue hallada por un hombre en los bosques; se le atribuían toda
clase de milagros. El río País es muy correntoso y tiene sus fuentes en el
páramo de Sierra Dientía, cuyas montañas están habitadas por una na-
ción de indios llamada los Paites, los cuales hablan muy poco español.
Hoy el doctor, que era nuestro guía, nos llevó sobre tremendos preci-
picios, donde, si nuestras mulas hubieran fallado el paso, hubiéramos que-
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dado completamente destrozados. En algunos lugares cerraba Jos ojos,
pues me causaba desvanecimientos mirar hacia derecha e izquierda; el
doctor llamaba esta canctcra jocosamente "el camino real de los godos".
Como para disculparse por haber perdido el camino, el doctor mató un
enorme pavo silvestre. Era una vista muy graciosa observar al doctor
treparse por los arbustos para dispararle al pavo, sin embargo, su viejo
fusil francés erró el tiro como unas diez veces, el ave permanecía tranqui-
lamente encaramada en el árbol. Entre cinco y seis de la tarde llegamos a
una granja llamada Monteleón, bien situada en una lengua de tierra, con
una bonita vista hacia un extenso valle. El propietario, era un hombre respe-
table, que acababa de llegar a esta finca pocos meses atrás, de donde había
estado ausente durante ocho años huyendo de los españoles, que le habían
robado y saqueado casi todas sus cosas y se hablan llevado hasta las puer-
tas y ventanas de su casa. Su esposa parecía una mujer notable y sus dos
hijas, de menos de veinte años, eran bonitas muchachas. Nos dimos cuenta
de que el pavo silvestre relleno de arroz y alguna bebida fuerte de ponche,
pusieron al doctor de un excelente humor. Todas las mañanas al empezar. yo
le ordenaba al cocinero que le diera al doctor un vaso de ron viejo de
Jamaica para sacarle el frío del estómago.
Hoy escuchamos el silbido de los micos por primera vez, en los bosques,
pero el follaje era tan espeso que no pude ver a ninguno. Son tan sagaces
y astutos, especialmente cuando están haciendo algún saqueo en las planta-
ciones de cacao, plátano, arroz y frutas, etc. En estas ocasiones ellos tienen
sus espías o vigilantes en los árboles, listos pata dar la alarma por si se
aproxima algún enemigo; y el doctor afirmó que se les había visto castigar
a estos centinelas cuando se descuidaban en sus puestos. El dueño de casa
nos dijo que parte de estos micos bajaban a los campos de maíz donde
algunos hombres estaban tt·abajando y que les robaban la comida que ellos
ocultaban en los arbustos para su alimento. Observamos que el ganado en
estas montañas era de mayor tamaño que los criados en la llanura, lo cual
se debe a que los primeros están menos atormentados por las moscas y
otros insectos y los pastos y forrajes se obtienen cómodamente en forma
continua y sin dificultad. Hay asnos de gran tamaño que se mantienen en
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esta región para la cría de mulas; estos se hallan bien alimentados con
maíz cuando son jóvenes para que se desarrollen fuertes y de buen tamaño.
OIJset·vamos algo muy curioso: unos collares gtandes hechos de conchas
del interior, puestos al rededor de las nucas de los tet neros y ovejas, cuyo
ruido evita que sean atacados por los cóndores y buitres. Los agricultores
matan estas aves envenenando las ovejas muertas con veneno de cucana.
Dormimos en el corredor exterior de la casa Esta había sido utilizada como
cuartel de las tropas que pasaban hacia el sur durante la ausencia del dueño
y todavía estaba llena de chinche~ y rulgas. Un oficial con un grupo de
reclutas procedente de Popayán que se dirigía a Neiva, llegó por la noche con
su escolta habitual; cocinaron y durmieton durante la noche bajo un árbol
frondoso cerca de la casa; yo invité al oficial a cenar conmigo, lo cual
declinó. A pesar de haberse colocado centinela alrededor del árbol, un indio
recluta trató de escapar durante la noche.
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paraíso, el clima excelente y el termómetro en un promedio anual no llega
a más de 70°. El pequeño río La Plata serpentea a través del valle muy
semejante a un arroyuelo de truchas en el sur de Gales.
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BANCO DE lA R~PUBllcft
818LIOTECA LUIS·ANGEL ARANGá
CATALOGACION
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