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“Era una gran historia, sí, pero no era la realidad de mi

matrimonio”, confesaría Ryan años después, “Dennis me había


sido infiel durante mucho tiempo, lo cual fue doloroso, y creo que me
equivoqué al no dar estas explicaciones. Supongo que a la gente le
hace sentir bien que una historia sea cuestión de blanco o negro, pero
los titulares sensacionalistas no pueden contar una historia tan
complicada”. Su siguiente comedia romántica, Kate y Leopold (2001),
supuso su primer fracaso comercial. Su siguiente paso profesional,
recién cumplidos los temibles 40 años además, era clave. Y decidió
quemar todas las naves.

En carne viva (Jane Campion, 2003) era un oscuro thriller erótico en el


que Ryan aparecía desnuda, mantenía sexo explícito y no se
inmutaba cuando un siniestro policía (Mark Ruffalo) le decía “quiero
verte la rajita”. Ruffalo admitió durante la presentación de la película
en el festival de Toronto haber sentido nerviosismo en las
escenas sexuales: “¿Me van a comparar con Russell Crowe?”. Ryan
estaba sentada a su lado y, una vez más, su imagen pública no
dependía de ella sino de lo que los demás quisiesen proyectar sobre
ella. Ryan defendía En carne viva explicando que “desmitifica la
mitología romántica occidental del 'felices para siempre' y del
príncipe que te rescata; muchas personas mantienen una relación de
frustración con ese mito".
Meg Ryan junto a su actual pareja, el músico John Mellencamp, y su
hijo Jack Quaid, que tuvo con el actor Dennis Quaid. La imagen es de
diciembre de 2017 en un partido de baloncesto entre los New York
Knicks y los Filadelfia 76ers. Foto: Getty

Aquel fue uno de los mayores suicidios artísticos, sociales y, por


encima de todo, comerciales que se recuerdan en Hollywood. Ahí
estaba la novia de América desmontando un mito que ella misma se
había forrado alimentando. Ahí estaba Ryan haciéndole un corte de
mangas a todo el que la había juzgado por fulana. Y el público la
rechazó como a Julie Andrews cuando mostró los pechos en SOB: sois
honrados bandidos (Blake Edwards, 1981).

Que Ryan simulase un orgasmo era cautivador, pero que lo tuviese


resultó intolerable. Desde entonces, ha aparecido en siete películas
en 15 años (frente a las 21 que hizo en los 15 anteriores). Ninguna ha
tenido relevancia alguna.

Hoy confiesa que se retiró porque la interpretación no le despertaba


tanta curiosidad como otros aspectos de la vida: “Era como estar en
un coche, en uno muy caro, cuyo interior es precioso, así que no te
puedes quejar. Pero todo el metal te impide escuchar lo que ocurre
fuera de él. Mis experiencias estaban limitadas. Eso de 'la novia de
América' no permite que una persona se exprese por completo, pero
ser una estrella requiere que haya un vacío”.

Hoy confiesa que se retiró porque la interpretación no le


despertaba tanta curiosidad como otros aspectos de la vida:
“Era como estar en un coche, en uno muy caro, cuyo interior
es precioso, así que no te puedes quejar. Pero todo el metal te
impide escuchar lo que ocurre fuera de él"

En estos últimos 15 años, se ha dedicado a cuidar de sus dos hijos


(adoptó una niña china, Daisy True, en 2003), mantener una
relación con el cantante John Mellencamp (con el que se acaba de
prometer, tras separarse el año pasado), asistir a conferencias, viajar,
redecorar casas, hacer fotografías y escribir. “Ya fui a la luna. Lo tuve
todo. Y ya no lo necesito. Ahora tengo libertad real y me centro en lo
que me interesa. ¿Qué historia quiero contar? ¿En qué ambiente
quiero estar? ¿Qué personas quiero cerca?”, explica. Sin
embargo, el público no ha dejado de enjuiciarla: ahora, por haber
traicionado la cara que enamoró al mundo entero en los 90.

La cirugía estética ha desdibujado el rostro de la exnovia de América


y desde su prejubilación forzosa Meg Ryan no ha dejado de ser el
“¡mira cómo está ahora!” favorito de los medios cada vez que se ha
puesto delante de una cámara. En la cima de su carrera, su directora
en Algo para recordar, Nora Ephron, aseguró que el secreto del
éxito de Ryan era que “haría cualquier cosa por hacerte reír, carece
de toda vanidad”. Precisamente renunciar a esa supuesta ausencia de
vanidad que (de nuevo) otros asumieron en ella se juzga como un
pecado imperdonable: es normal que Pamela Anderson se opere, pero
que lo haga Meg Ryan se considera desagradable.

Desde su rancho en Chappaquiddick (Massachussets) —una isla de


lujosas mansiones y funesto recuerdo porque en uno de sus
puentes Ted Kennedy sufrió un accidente que acabó con la vida
de su secretaria y con sus aspiraciones a la Casa Blanca
— Ryan observa perpleja que ahora todo el mundo busque esa fama
que a ella tanto le costó dejar atrás. “La gente es tan feliz en las
redes sociales que me resulta deprimente”, lamenta hoy.
Al final de la entrevista en The New York Times, Meg Ryan
desconcierta al periodista asegurándole que las comedias que mejor
le hacen sentir son las de los siniestros hermanos
Coen (Fargo y Barton Fink). Pero quizá esa sea su victoria: que nadie
sepa realmente quién es Meg Ryan, porque nadie ha tenido interés en
descubrirlo.

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