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FICHA DE LECTURA
La “Nueva Objetividad” en la Alemania de entreguerras.
Comenzando por una definición general, la categoría Neue Sachlichkeit, que traducimos
como “Nueva Objetividad”, designa un fenómeno artístico, principalmente observado
en el medio de la pintura, en Alemania entre el fin de la Primera Guerra y el ascenso del
Nazismo. El término “objetividad” apunta a una oposición o diferenciación con respecto
al subjetivismo del Expresionismo a favor de un retorno hacia la realidad como tema de
representación. En sentido general también, dicho fenómeno fue percibido en relación a
los diferentes “realismos” que caracterizaron la época bajo el lema del “retorno al
orden”.
No obstante, así como este “retorno al orden” abarca expresiones estética y
políticamente divergentes, también la pintura alemana de la Nueva Objetividad dista de
ser un fenómeno homogéneo. Ella no surgió como un movimiento, sino que resultó de
ciertas operaciones discursivas y curatoriales que consolidaron en el segundo período de
la República de Weimar, cuando una estabilidad relativa llegó al país de la mano de la
implementación del Plan Dawes en 1924, y hasta la Depresión del 29, que volvió a
sumir a Alemania en los fantasmas que favorecerían el ascenso de Hitler en 1933. Los
puntos clave de esta construcción curatorial-discursiva fueron la exposición Neue
Sachlichkeit organizada por Gustav F. Hartlaub, director de la Kunsthalle de Mannheim,
y la publicación “Postexpresionismo: Realismo mágico” del crítico Franz Roh, ambos
en 1925. Dichas exposiciones y publicaciones reunieron, a partir de la percepción de
ciertos rasgos estilísticos comunes, artistas de espíritus y trayectorias diferentes.
Podemos dar como ejemplo (centrándonos en los tres nombres mas reconocidos) la
divergencia entre el camino seguido por George Grosz y Otto Dix, por un lado, y Max
Beckmann por el otro. Entre 1918 y 1924, en el período convulsionado de la posguerra
y la naciente República, ellos habían respondido de manera distinta a la crisis política y
social que los rodeaba.
Hago recular el color; las líneas están dibujadas de modo técnico, fotográfico.
Construyo los volúmenes. Construcción, solidez, funcionalismo. Controlo las líneas, las
formas. No más pintura expresionista sobre la tela, no más estados del alma. Preciso y
sobrio, el dibujo del ingeniero vale más que todo el bla-bla místico (Grosz, Das
Kusntblatt, 1921)
No se trata más de tirar sobre la tela los sortilegios multicolores de las tapicerías del
alma expresionistas. La objetividad y la claridad del dibujo industrial son una imagen
directiva mejor que la metafísica y el éxtasis místico. (Grosz, 1925)
Los primeros años luego de la Guerra son de gran convulsión política y crisis
económica. La revolución de noviembre (1918) fuerza la abdicación del Kaiser
Guillermo II. No obstante, el pasaje desde la monarquía del Reich alemán a una
república democrática parlamentaria se daría mediante el fracaso de los ideales
socialistas que guiaron la revolución. Bajo el liderazgo del Partido Socialdemócrata, se
logra un acuerdo con las fuerzas burguesas y monárquicas y con el apoyo del supremo
mando militar se procede a la cruenta represión del movimiento espartaquista y al
asesinato de sus líderes revolucionarios, entre ellos Rosa Luxemburgo. El intento de una
república “moderada” no logrará conciliar las tensiones y el período de Weimar se verá
constantemente al acecho de la polarización política, entre levantamientos obreros de
izquierda y golpes militares de derecha.
Grosz y Dix habían nacido ambos en familias trabajadoras, habían estudiado en Dresde,
habían sido reclutados en la Guerra. A su regreso del frente, se vincularon brevemente
con Novembergruppe (1918), un proyecto de alianza entre los pintores expresionistas y
el estado socialista, y simpatizaron en seguida con la mirada ácida y fuertemente
politizada de Dadá Berlin, participando activamente en sus manifestaciones colectivas.
En la famosa fotografía de la Feria Dadá de 1920 observamos, junto a las consignas y
fotomontajes dadaístas y la pieza colectiva de “El general ahorcado por la revolución”
que cuelga del techo, una pintura de Otto Dix a la izquierda, y a la derecha una de
George Grosz, autor también, en colaboración con John Heartfield, de la figura-maniquí
titulada “Heartfield, el filisteo de clase media vuelto loco”.
En la primera etapa de George Grosz se ve una mezcla de lenguajes vanguardistas del
momento, no solo la herencia del Expresionismo alemán, sino también de la
fragmentación cubofuturista (había estado en París en 1913). Con ellos el artista pinta
escenas urbanas de un gran dinamismo, en las cuales comienzan a aparecer lo que será
la marca personal de su estilo: hombres de grandes cabezas sin cabello que, más que
individuos, personifican tipos y roles sociales. A través de estas figuras, inocula en las
escenas ese acento de crónica irónica de la sociedad alemana que caracterizaría su arte.
No solo realiza cantidad de dibujos sino que también su estilo pictórico tiene una fuerte
base en el dibujo. Como participante dadaísta, realiza también fotomontajes, algunos en
colaboración con Heartfield, con quien comparte su orientación política de izquierda. La
fragmentación dinámica es también una característica de la primera etapa de los
fotomontajes dadaístas.
Lo mismo cabe afirmar para la serie de aguafuertes sobre la guerra que Dix realiza en
1924, a menudo basándose en bocetos realizados in situ en las trincheras, donde
también el trazo y las texturas “expresionistas” operan inversamente a las xilografías de
los artistas de El Puente. Allí donde ellos aprovechaban la brutalidad gestual del surco
en la madera, Dix explota la morosidad descriptiva de la manualidad gráfica.
Durante los años 20 es cuando más próximos están en su estilo las obras de Dix y
Grosz, en términos de una pintura de dibujo neto y sintético que trasunta una crónica
ácida sobre la realidad social, aunque Dix parece concentrarse más en las figuras de las
víctimas de la guerra o el orden social, mientras la ironía de Grosz apunta más hacia un
sistema perverso de roles complementarios.
2. Max Beckmann
Antes del advenimiento del Nazismo, Max Beckmann era uno de los pintores mas
reconocidos de la época y tenía una sólida posición como profesor académico.
Su obra titulada “La Noche” (1918-19), una de las piezas más renombradas de la Nueva
Objetividad, puede considerarse como el reverso específico de lo que pintaría años
después Otto Dix en “Metropolis”. Allí donde Dix aprovecharía los límites entre el
espacio privado y el espacio de la calle para distinguir entre las víctimas de un orden
social y la fiesta indolente de las clases privilegiadas, en la pintura de Beckman la
colisión entre ambos espacios vuelve enigmática la distinción social entre victimas y
victimarios. En esta escena nocturna, los límites de un hábitat privado son violados por
el ingreso de personajes que lo someten a una extrema violencia: por sus atuendos, el
personaje de la derecha parece un trabajador, en tanto el personaje central, de cabeza
vendada, con pipa, camisa y corbata, parece la tipificación de un burgués. Según el
análisis de Benjamin Buchloh, esta escena enigmática de caos sadomasoquista, que
sitúa al trabajador revolucionario al mismo nivel de perpetración violenta que el
pequeño burgués fascista es un equivalente de la incapacidad (o la negativa) del partido
liberal dominante de efectuar un verdadero análisis de la situación política. Un espejo
anticipatorio, podríamos decir, de la “moderada” República de Weimar , sometida “por
igual” a los embates de la protesta obrera o a los golpes militares de derecha como el
putsch de Kapp en 1920 o el del joven Hitler en 1923.
“En cambio” –continúa Buchloh- Beckmann “invoca y esencializa –en un acto de
desviación humanista- la catástrofe universal de la condición humana”
El autómata fue una de las iconografías recurrentes en esta época. Está probado que
Grosz y otros artistas alemanes conocieron la pintura metafísica de De Chirico y Carrá a
través de la revista Valori Plastici distribuida por la librería muniquesa de Hans Goltz.
La transformación del maniquí metafísico al autómata moderno en la Nueva
Objetividad fue ya observada en la época:
Intento dar de nuevo una imagen del mundo totalmente realista… En tanto uno se
esfuerza en elaborar un estilo claro y límpido, uno se acerca inevitablemente a Carrá.
No obstante todo me separa de él, que quiere ser apreciado en sentido metafísico y
cuya problemática es totalmente burguesa… El hombre, en mis pinturas, no es más
representado como individuo con una psicología detallada y confusa, sino como
concepto colectivista, casi mecánico. El destino individual no tiene ya ninguna
importancia. (Grosz, Das Kusntblatt, 1921)
Antes de que Carrá se uniera y difundiera la pintura metafísica desde 1917, ésta había
sido elaborada en solitario por Giorgio De Chirico: en contraposición al coetáneo
desarrollo del Futurismo, que negaba violentamente la tradición italiana y se acercaba a
la experiencia moderna a través de la fragmentación del movimiento, De Chirico había
comenzado a pintar perspectivas urbanas con una marcada presencia del repertorio
clásico. Las incongruencias espaciales y lumínicas volvían no obstante enigmáticas
estas escenas familiares: el Clasicismo se presentaba así más bien como los fragmentos
ya inconexos de un orden perdido, de ahí la típica atmósfera melancólica que se cierne
sobre sus piazzas. En este mundo de espacio y tiempo indeterminados, las figuras
humanas son sustituidas típicamente por estatuas, maniquíes o marionetas.
Wieland Schmied ve en la obra de Grosz el perfecto ejemplo del modo en que los
pintores alemanes desplazaron el universo atemporal de los italianos hacia su realidad
contextual. “Él traduce los maniquíes de De Chirico y Carrá a un sistema de relaciones
insertas en la historia: se vuelven inválidos de guerra, amputados o provistos de prótesis
tubulares, o “autómatas” de la república en la que la “vida interior” ha cobrado la forma
de engranajes perfectamente adaptados que funcionan, precisos, sumisos, a su
reglamento (…) todo es función de planos previstos por la clase dominante”. Si en
ambos casos el lenguaje descriptivo y la solidez de los objetos representados son
atravesados por un extrañamiento, allí donde en De Chirico exuda la melancolía por un
ideal perdido, en la Nueva Objetividad hay un esfuerzo (incluso a veces cínico) por
evitar toda reacción sentimental ante esa realidad extraña que se impone.
Italia, encaminada al temprano ascenso de Mussolini, quien asume en 1922 con poderes
dictatoriales, fue uno de los contextos “perfectos” para el desarrollo de la reacción
neoclásica de posguerra que se conoce genéricamente como “Retorno al Orden” (siendo
sus hitos la fundación en 1918 de Valori Plastici, y en 1922 del movimiento
Novecento). Antes de que el fascismo alemán también hiciera uso de la grandeza del
pasado clásico como un mito atemporal, Alemania, en la época de la ilusionada,
contradictoria y débil democracia de la República de Weimar, fue más bien el territorio
del desarrollo de la fotografía moderna. La precisión mecánica de la fotografía o del
dibujo técnico es otro de los referentes que catalizan el pasaje del maniquí “metafísico”
al autómata “objetivo”.
La Nueva Objetividad fue también una de las maneras en las que, en la República de
Weimar, se afrontó el tema de la “objetividad” del desarrollo tecnológico; otra,
diferente, fue la perspectiva optimista propuesta por la Bauhaus. En estos artistas, o bien
la sociedad misma aparece como un mecanismo rígido y deshumanizado (Grosz), o
bien, como en Carl Grossberg, la máquina en sí misma, separada de toda presencia
humana “tan solitaria como el hombre mismo, (se muestra como) un monumento
funerario de sí misma” (Schmied): mecanismos “narcisistas” (Metken) que se vuelven
amenazantes o ambiguos pues se han autonomizado de todo control humano.
Fuentes de citas:
Wieland Schmied, “La historia de una influencia: la Pintura Metafísica y la Nueva
Objetividad”, y Gunter Metken, “Un arte democrático, el retrato de la Nueva
Objetividad”, en Les realismes 1919-1939, catálogo, París, Centro Georges Pompidou,
1981.
Keith Holz, “Escenas del exilio en Europa occidental: políticas de compromiso
individual y colectivo entre artistas alemanes”, en: Stephanie Barron et al.,
Exilés+emigrés: The Flight of European Artists from Hitler, catálogo, LACMA, 1997.
Peter Selz, La pintura expresionista alemana, Madrid, Alianza, 1989.
Benjamin Buchloh, “1925 b”, en H. Foster, R. Krauss, B. Buchloh, Y. A. Bois y B.
Buchloh, Arte desde 1900, Madrid, Akal, 2006, pp. 202-207.